En la boca del cocodrilo

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III. EL CEREBRO ES UNA ORQUESTA

Antes de la aparición del cerebro,

no había ni color ni sonido en el universo,

ni había sabores ni aromas y

probablemente pocas sensaciones

y nada de sentimientos ni emociones.

Antes de los cerebros,

el universo tampoco

conocía el dolor ni la ansiedad.

Roger Sperry

El funcionamiento del cerebro es tan complejo como las grandes ciudades del mundo, tan complicado como una computadora guiando nuestros pasos físicos y mentales. Este trabaja tras bambalinas cada vez que estás conviviendo con una persona o conversando con ella. Es tan preciso como una orquesta tocando la música más sublime.

Este libro no es está dirigido a los especialistas, es para la “gente como uno”, los que padecemos el dolor de haber sido víctimas de cualquier tipo de violencia o abuso. También a quienes nos descontrolamos y somos violentos. Éste no es un tratado de neurociencia, hay muchas otras maneras de explicar su funcionamiento. Usaré el modelo del cerebro triuno de Paul MacLean, reducido a lo más sencillo, por motivos didácticos y prácticos.

Los seres humanos tenemos tres cerebros en uno. Estas tres partes se desarrollan en diferentes momentos del ciclo de nuestra vida, por eso se dice que se crean de abajo hacia arriba. Es decir, la parte más antigua y primitiva del cerebro se desarrolla cuando estamos en el útero; el cerebro emocional se constituye en los primeros seis años de vida, y la corteza prefrontal es la última en desarrollarse.

El cerebro triuno hace referencia a las tres partes o cerebros especializados del ser humano.

Cerebro reptiliano

Es el antiguo cerebro animal. De hecho, los cocodrilos son considerados como los reptiles más listos e inteligentes. Se localiza justo encima del lugar dónde la médula espinal accede al cráneo. Es la parte más primitiva del ser humano. Las funciones controladas por el cerebro reptiliano son fundamentales, a pesar de que su importancia se olvida o queda un tanto relegada si nos ponemos a pensar en las funciones más avanzadas de nuestra mente, como el pensamiento abstracto.

Esta parte puede ayudarte a mantenerte vivo porque se relaciona a la supervivencia. Es el cerebro primario, rige los patrones de conducta. Controla los comportamientos instintivos y se centra en las actividades más básicas de la supervivencia:

 La agresividad

 La dominación

 La territorialidad

 Los rituales

El cerebro reptiliano está lleno de memorias ancestrales, controla las funciones autonómicas —respiración y latidos—, el equilibrio y el movimiento muscular. Sus respuestas son directas, reflejas e instintivas.

El cerebro emocional o límbico

El cerebro emocional o área límbica se encuentra situada justo encima del cerebro reptiliano, en el centro del Sistema Nervioso Central y comienza a desarrollarse desde el nacimiento del bebé.

El límbico es el centro de:

 Los sentimientos

 El placer

 Las emociones

 El apego

 La motivación.

Las emociones intensas activan el sistema límbico, concretamente el área de la amígdala. La amígdala es quién se encarga de avisarnos de los peligros —centro del miedo— y poner en marcha distintas respuestas:

 Nos pone en alerta

 Desencadena la cascada de hormonas del estrés

 Desencadena impulsos nerviosos.

El cerebro racional

La parte más joven de nuestro cerebro triuno es el cerebro racional, también conocido como Neo-Cortex. Es el centro del pensamiento, en simples palabras, es el ceo o director general. El cerebro racional se ocupa básicamente del mundo exterior. Su tarea es cumplir objetivos, gestionar tiempo y secuenciar acciones.

Ahí se alojan el hemisferio izquierdo y el derecho, que se comunican entre sí a través del cuerpo calloso. El hemisferio izquierdo es el dominante en la mayoría de los individuos. Parece ser que esta mitad es la más compleja, se relaciona con la capacidad verbal o lingüística, la comprensión del lenguaje y el habla. Además de la función verbal, tiene otras ocupaciones, como la capacidad de análisis, de hacer razonamientos lógicos, abstracciones, resolver problemas numéricos, aprender información teórica y hacer deducciones.

El hemisferio derecho se relaciona con la expresión no verbal. Está comprobado que en él se ubican la percepción u orientación espacial, la conducta emocional —facultad para expresar y captar emociones—, el control de los aspectos no verbales de la comunicación, la intuición, el reconocimiento y el recuerdo de caras, voces y melodías. El cerebro derecho piensa y recuerda en imágenes. Diversos estudios han demostrado que las personas cuyo hemisferio dominante es el derecho estudian, piensan, recuerdan y aprenden en imágenes, como si se tratara de una película sin sonido. Estas personas poseen una gran creatividad y una imaginación muy desarrollada.

Los seres humanos podemos tener un hemisferio más dominante que otro, pero como están conectados, conseguimos desarrollar el lado no predominante. Las personas con un cerebro muy desarrollado emplean ambos hemisferios de manera simultánea.

El cerebro racional nos diferencia del resto de los animales. Aquí se encuentra la corteza prefrontal. Es la encargada de la planificación, anticipación, percepción del tiempo y del contexto, inhibición de acciones inadecuadas y comprensión empática.

Los lóbulos frontales también forman parte del cerebro racional, equilibran el límite entre los impulsos y el comportamiento aceptable en una determinada situación. El buen funcionamiento de los lóbulos frontales es crucial para las siguientes funciones:

 Mantener relaciones armónicas con los demás

 Evitar hacer cosas que nos comprometan o dañen a los otros

 Regular nuestros impulsos: hambre, sexo o enojo.

Reptiles conectados o desenchufados

A estas alturas del capítulo tal vez te preguntes por qué tanta vuelta alrededor del cerebro, si vamos a abordar casos de violencia y abuso. Voy a usar al reptil, al cocodrilo interno, como metáfora.

Los seres humanos podemos vivir en armonía con nosotros mismos y con los demás, equilibrando el Neo-Cortex, donde se alojan ambos hemisferios; el sistema límbico, que rige nuestras emociones, y el reptil, nuestro cerebro primario, responsable de los patrones de conducta, las repeticiones, las costumbres ancestrales y los ritos.

También podemos estar desenchufados. Vivir en automático. Eso nos meterá en grandes problemas. Por ejemplo: a veces vemos a una persona muy feliz y de un momento a otro cambia y sobrerreacciona. Esto es a lo que llamo “modo cocodrilo desconectado”. La persona pierde el control de su conducta y no ubica de dónde viene su malestar.

Nuestro cerebro está diseñado para responder a las amenazas, ¡por sobrevivencia! Por ello, el “modo cocodrilo” también es útil y necesario. Pero ¡en “modo cocodrilo conectado”!

Muchas veces reaccionamos a algo como si fuera una amenaza, pero no lo es, y nos metemos en problemas. La realidad es percibida, en muchas ocasiones, distorsionada. El cocodrilo se distrae, tal vez por algún recuerdo asociado a un trauma o emoción del pasado.

Una persona violenta que está en modo cocodrilo desconectado, puede darte miedo, confundirte y desconcertarte. Si pones límites, pides ayuda o huyes, tu cocodrilo se conectó y actuarás para salvar tu vida, tu integridad física o mental. Tú cerebro estará bailando en equilibrio.

Esto nos es familiar a todos, a veces somos el agresor y otras la presa. La presa deberá acudir a su reptil interno para huir. Mientras tanto, el agresor necesita aprender a controlar sus impulsos. Hay casos donde falla el control de los impulsos, y eso está relacionado a alguna perturbación de la mente. La persona requiere de un medicamento y psicoterapia cognitiva conductual para funcionar mejor en el día a día.

En el caso de Luz y Rodolfo el cocodrilo no se conectó adecuadamente con el cerebro emocional y racional. En algún punto se cruzaron los cables. A ambos, el cocodrilo los tenía amagados del cuello. Más que un baile de Año Nuevo, fue un tango.

Alarmas internas

Pregúntate si puedes escuchar a tu cocodrilo para usarlo a tu favor o si él te tiene controlado a ti. En el caso de Luz y Rodolfo, ¿ubicas las señales de peligro? ¿Crees que se pudo evitar la muerte de Luz?

Desde niños nos enseñan a desconectarnos de nuestras sensaciones y necesidades. Por ejemplo: nos tapan cuándo mamá tiene frío, comemos cuando ella tiene hambre, nos dan un dulce cuando nos lastimamos, nos pasan un teléfono celular para tranquilizarnos, cuando quizá lo que necesitamos es un abrazo.

Hay cuatro indicadores básicos que te alertan:

1 Sensaciones corporales: Sudoración, estómago revuelto, dolor de cabeza o cuello, nausea, temblor, mandíbula apretada, tensión, corazón acelerado, dificultad para respirar, etcétera. Las sensaciones corporales son vitales, pues nos conectan con nuestros sentimientos y necesidades. ¡No las ignores! Del ciclo de la sensación, el sentimiento y la necesidad, se deriva nuestra respuesta y, por ende, nuestra conducta.

2 Indicadores del pensamiento: Confusión, dificultad para decidir, problemas para concentrarte o poner atención, olvidos, pensamientos obsesivos, etcétera.

3 Emociones: Frustración, incertidumbre, culpa constante, tristeza, cansancio, miedo, etcétera. Cuando estas emociones te sobrepasan, te dan la sensación de que debes arreglar algo urgentemente. Es verdad, lo necesitas.

 

4 Tomar o no tomar acción: ¿Procrastinas —dejas todo para mañana—, escapas de la situación, evitas, huyes, intentas arreglar las cosas, te congelas, discutes?

Estos cuatro puntos son una alarma muy útil, la puedes utilizar para darte cuenta si estás a punto de explotar violentamente o corres el peligro de ser atacada, de ser una víctima.

¡Usa tus alarmas! Tu cerebro es una orquesta.

IV. NO HAY NINGUNA ESTACIÓN CÓMO EL VERANO

Basta ya de minutos de miedo,

de humillación, de dolor, de silencio.

tenemos derecho a que todos los minutos

sean de libertad, de felicidad, de amor, de vida.

#NiUnaMenos

Era verano. Mis abuelos paternos se ofrecieron de muy buena gana para cuidar de mí y de mi hermano durante un mes. Mis papás aprovecharon para hacer un viaje de pareja y descansar. Mi abuela Francisca era una mujer muy fuerte, de facciones y trato rudos. No era cariñosa conmigo. No lo puedo negar, me daba un poco de miedo quedarme con ella. Mi abuelo Miguel tenía un aspecto tranquilo y bonachón, también era poco afectuoso, no tenía mucho contacto con nosotros, de vez en cuando nos hacía alguna broma o comentario.

Por alguna razón que no recuerdo, ese verano me quedé un día en casa sola. Mi abuela y mi hermano salieron, mi abuelo también. Casi nunca estaba en casa, era dueño de una tienda de telas, ahí pasaba todo el día. Le iba muy bien en su negocio. Aproveché mi soledad para ver las telenovelas que tanto me gustaban, aunque no me permitían verlas. Me recosté en el sillón del pequeño cuarto de estar para disfrutar de ese momento tan anhelado por mí. Ver sola mis telenovelas.

Escuché el ruido de la puerta principal al abrirse. Era mi abuelo, había terminado de trabajar más temprano de lo usual. Me saludó y para mí fue un alivio que no preguntara qué estaba viendo en la televisión, rápidamente cambié de canal. Se sentó en el espacio vacío junto a mí, en el mismo sillón. No me pareció extraño, al contrario, tal vez quería platicar conmigo y conocerme más. Yo ya tenía once años en ese entonces y él sabía pocas cosas sobre mi vida en la capital. Era una buena oportunidad para conocernos mejor.

Ese día lo tengo grabado en mi memoria como si fuera una película, no de esas románticas, ¡me encantaban!, sino una película en cámara lenta, de mucho dolor, sentimientos encontrados y confusión.

Yo traía puesta una falda corta tableada y una blusa azul claro con botones en forma de corazón. Todavía usaba calcetas y traía unos tenis blancos. Bueno, ni tanto, a esas alturas del verano ya estaban medio grises.

Mi abuelo me hizo señas con las manos y dijo: “Ven y siéntáte en mis piernas”. Yo le respondí: “Ya no soy una niña pequeña”. Me contestó que quería recordar cuando me cargaba años atrás, añoraba tenerme en sus brazos. Accedí pues confiaba en él, ¡era mi abuelo! Me senté en sus piernas. Unos segundos después, tomó mi cara entre sus manos para besarme en la boca. Su lengua me dio mucho asco. Olía a cigarro mezclado con ajo y él era un viejo. Intenté zafarme, no pude. Era fuerte. Sin dejar de besarme, y sosteniendo mi cara con una de sus manos, metió la otra mano en mi ropa interior y empezó a manipular mis genitales. Yo estaba confundida. Eso estaba mal, no debería hacer eso, estaba segura, pero era mi abuelo, tal vez no era algo “tan malo”.

No sé exactamente cuánto tiempo pasó. Sus dedos estaban dentro de mi vagina. Se detuvo y me hizo a un lado. De su boca salieron estas palabras: “Tú eres mi nieta preferida, la favorita. Siempre vas a serlo. Con una condición… esto que hicimos es un secreto entre nosotros dos. Te voy a dar tu dinerito, podrás comprar lo que quieras”. Me quedé callada y corrí al cuarto donde dormíamos mi hermano y yo. Me desnudé, tiré mis calzones a la basura, abrí la llave del agua y me metí a la regadera. Me tallé con tal fuerza que mi piel quedó roja y seca. Me ardía. Ni una lágrima salió de mis ojos.

Me vestí y me presenté a cenar en la mesa por la noche, como si nada hubiera pasado. Lo más absurdo de la situación sucedió durante la cena. Me dediqué a presumirle a mi hermano y a mi abuela que yo era la “nieta favorita y por eso mi abuelo me había dado dinero”.

Mi abuela me escuchó atentamente, sin interrumpir. Yo notaba su ceño fruncido, parecía una pasa. En cuanto me callé, ella dijo un poco molesta: “No digas tonterias, ¿de dónde sacas ese cuento?”. Le platiqué lo sucedido. Mi abuelo regresó en su ausencia y me dijo que yo era su nieta preferida y me daría dinero si le permitía hacerme cariños. Nunca le di detalles. Después no se lo conté a nadie. Me lo guardé para mí.

Mi abuela esperó a que mi hermano y yo nos fuéramos a dormir. Escuchamos gritos. Mi hermano y yo salimos al pasillo, allí ellos peleaban sin cesar. Estaba aterrorizada. Cuando nos vieron, mi abuela me señaló con el dedo, me gritó muy enojada: “¡Todo esto es por tu culpa!”. Mi abuelo negó todo, aseguró que yo inventaba historias, eso no había sucedido más allá de mi mente. Algo estaba muy mal en mi cabeza.

Nunca me volvió a hablar, ni se volvió a acercar a mí. La vergüenza cayó sobre mi persona como un valde de agua fría. La familia me veía con malos ojos, como si fuera una loquita mentirosa. Me sentía sola, indefensa y culpable.

De regreso a casa, mis padres no volvieron a hablar del tema. Cuando íbamos de visita con los abuelos, mi abuelo y yo no cruzábamos palabra. Mi abuela me veía con cierto recelo.

Intenté enterrar en mi memoria todo lo sucedido. A veces lograba no pensar en eso y olvidarlo por un tiempo. Sin embargo, los recuerdos me asaltaban cuando veía una escena en la que hubiera un beso o algún acercamiento sexual.

Me aislé de cierta manera, para protegerme. No tuve ninguna relación amorosa o acercamiento físico con un hombre hasta los 24 años. Tenía miedo de amar.

Hoy, por primera vez cuento mi historia. Estoy segura de que escribirla fue sanador para mí y espero sea así también para las mujeres que la lean y hayan pasado por alguna situación de abuso sexual. Ustedes no son la únicas. Aunque este tema es muy doloroso para nosotras, es necesario aceptarlo y enfrentarlo. Si lo ignoramos, cada vez será un clavo más punzante en nuestra mente y nuestro corazón.

Cuando recibí el mail con las vivencias de Clara, me sentí muy conmovida, pues la conozco personalmente y desconocía esta parte de su vida. Ella es hoy una mujer fuerte e independiente. Tiene tres hijas. La admiro mucho. Es exitosa en su carrera profesional y está muy comprometida en su crecimiento personal y espiritual. Ha recorrido un largo camino para superar esta vivencia.

El compartir su historia con nosotros tiene mucho valor en su proceso de sanar. Gran parte del daño sufrido después de un abuso es el silencio y la ocultación del secreto en la familia. Escribir puede ayudar a definir nuestros sentimientos, pensamientos y necesidades. Todas las personas tenemos la posibilidad de usar la escritura como instrumento de curación. No importa si escribes bien o mal, escribe libremente y sin detenerte.

También es importante ser escuchadas, comunicar lo escrito. No me refiero a ser un libro abierto e ir contando nuestras vivencias a cualquier persona. Solamente podemos apoyarnos en alguien de toda nuestra confianza. Es necesario acudir a un psicólogo o psicoterapeuta calificado. Hay grupos de apoyo para mujeres abusadas sexualmente. Investiga cuáles están a tu alcance en la ciudad donde vives.

Abramos un canal de comunicación claro. Enseñemos a nuestros hijos las señales de alerta mencionadas en el capítulo anterior. Es vital aprender a escuchar nuestro cuerpo para huir y reaccionar. Si lo hacemos, existe la posibilidad de alejarlos de una persona cercana —amigo o familiar— que abusará de ellos. Se puede evitar si les enseñamos cómo reconocer su sensación de incomodidad. El peligro lo podemos oler cuando nos escuchamos.

Muchas veces no será posible. Suele suceder en los casos donde el agresor tiene más fuerza, la víctima queda atrapada en ese momento, por ejemplo, cuando es una violación acompañada de violencia física.

Dale a tus hijos la confianza de acudir a ti: denuncia ante una autoridad, apoya, acompaña y pide ayuda profesional. Es imposible sanar si no se trabaja en el trauma, las emociones y se atiende el estrés postraumático.

El silencio se convierte en nuestro peor enemigo, habla de estos temas. Los secretos nos enferman. Lee e infórmate. Desde casa tienes mucho que enseñar. En la bibliografía de este libro podrás encontrar algunos títulos que pueden ser de gran utilidad como lectura para ti y tu familia.

¡El abuso no se calla! La víctima no es responsable de los hechos.

V. UN DÍA A LA VEZ

El primer paso nos prepara

para una nueva vida,

la cual podemos realizar

únicamente si soltamos

las riendas de lo que

no podemos controlar y

si decidimos vivir un solo

día a la vez, a fin de emprender

la tarea monumental

de ordenar nuestro mundo,

cambiando nuestra propia

manera de pensar.

Un día a la vez en Al-Anon

Soy Marina. Mis padres tuvieron 12 hijos, de 18 embarazos. Somos cinco mujeres y siete hombres. Estudié primaria y secundaria. Mi padre se dedicaba al campo. Teníamos recursos económicos limitados.

Actualmente tengo 52 años de edad. Mi papá era macho, alcohólico y golpeador. Nos contaba que él así había aprendido en la vida, gracias a los golpes de su padre. Su madre era sumisa y dependiente, igual que la mía.

Los recuerdos de mi niñez se amontonan en mi mente, tengo pesadillas hasta el día de hoy, sueño con los gritos de mi mamá cuando mi papá la violaba. Digo la palabra “violaba” porque así era, contra su voluntad, a fuerza y con golpes para que ella cediera y se callara. Desde mi cama podía escuchar todo.

Mi mamá dejó de sonreír, se volvió callada y taciturna. Dejó de bañarse, yo creo que tal vez pensaba que mi papá no se acercaría por el olor. Era un escudo para no ser tocada por él.

Cuando cumplí 13 años tuve mi primer novio. Con el permiso de mis papás me casé con él a los 15. En lugar de fiesta para celebrar mi cumpleaños, hubo boda.

Se repitió la misma historia: abuso físico, verbal y sexual. Acudí a mi madre en busca de ayuda, me dijo que eso era el matrimonio y él, siendo mi marido, era mi dueño. Tenía derecho de hacer lo que quisiera conmigo. Tuvimos una hija. Pasaron cinco años, con el apoyo de una tía me atreví a pedirle el divorcio. Renté un cuarto pequeño para mi hija y para mí.

En ese momento yo tenía 20 años. Empecé a hacer una nueva vida, a trabajar de mesera y me prometí que no habría más moretones, gritos, groserías y relaciones sexuales a fuerza. No quería volver a vivir eso nunca más. En una ocasión llegué a introducir una manguera en mi vagina para lavar las huellas de mi marido. Me daba asco cómo me tocaba.

Una tarde, fui a visitar a una amiga, conocí ahí a su primo. Tenía mi edad, era simpático y olía bien. Ese día me contó su vida, estaba separado, su mujer era una “loca” y estaban en el proceso final del divorcio.

Después de un tiempo se vino a vivir con nosotras y quedé embarazada de nuevo, un niño. Fui feliz por unos meses, pero él no trabajaba, era flojo. Yo mantenía la casa.

Tras cinco años de relación le pedí irse. Así lo hizo. Sin embargo, me llamaba todos los días para amenazarme, se iba a suicidar por mi culpa. Lo recibí otra vez, por “lástima”.

Me sentía muy mal conmigo misma, ante mis ojos yo era “débil y tonta”. Seis meses más tarde, busqué un lugar para vivir y me fui con mis dos hijos. No se suicidó, ni me buscó. Me sentí aliviada en ese momento.

Un año después, un cliente del restaurante me invitó a salir. Estaba separado y no podía divorciarse, su mujer lo amenazó con quitarle a su hijo. Ante mí se victimizaba y me contaba todo lo que sufría a lado de esa mujer, una auténtica “bruja de cuento”. Al poco tiempo se vino a vivir conmigo y con mis hijos. Pasaron cuatro años, tuvimos una hija, pero yo no me sentía feliz. A veces, se ausentaba por la noche con el pretexto de estar con su otro hijo. Yo deseaba que él fuera diferente e intenté cambiarlo. No pude.

Una tarde, regresaba a casa después de trabajar. Lo vi con otra mujer. Esa misma noche lo corrí y me quedé otra vez sola y con tres hijos. Algo andaba muy mal dentro de mí, yo misma me preguntaba, ¿qué me pasa?

 

Pasó el tiempo. Conocí a un muchacho más joven. Todo iba muy bien. Empecé a ver mi vida color de rosa. No duró gran cosa esa sensación tan agradable, lo descubrí drogándose. Quise terminar la relación, pero él se negó. Iba a cambiar. No fue así, me celaba, me gritaba, hasta que un buen día me fracturó la nariz. Lo dejé y me conseguí un departamento.

Hoy te escribo, Ana, a mis 52 años. Estoy en una relación con un hombre más joven que yo. No tengo el valor de dejarlo. Se droga, es mentiroso y manipulador. Me siento atrapada. No quiero seguir viviendo así, igual que cuando era niña. Me siento como un perrito esperando cariño. Sueño con que él cambie. Eso no va a suceder. Necesito tomar una decisión.

Hay un factor que es una constante en las relaciones de pareja como la de Marina: querer que el otro sea como yo deseo y necesito que sea. Nunca lo voy a lograr.

Esta historia muestra con claridad una adicción a las relaciones, en ella hay un impulso, no consciente, de recrear su historia infantil para poderla enfrentar con éxito en el presente. Es como si fuera una compulsión de jugar a lo mismo hasta poder ganar. Para ella su pasado es un trauma y no ha podido dejarlo atrás. No siempre contamos con los recursos internos o externos. Hacemos lo posible con las habilidades que tenemos en un momento dado.

Dije adicción, pues ella tiene las pruebas suficientes para ubicar su manera de relacionarse, las personas elegidas son dañinas para su persona. Ha experimentado en carne propia las consecuencias negativas de sus decisiones. A pesar de eso, no se ha podido detener.

Las relaciones sostenidas con diferentes hombres son una “conducta evitativa”, ella las usa sin darse cuenta, le permiten no desarrollar una relación con ella misma. No es extraño que no abrace su vida y la tome entre sus manos, toda su energía está puesta en los problemas de los hombres con quienes se ha relacionado. A esto se suma lo dicho por su madre: “Eres de su propiedad, puede hacer contigo lo que quiera”. Marina se resiste a esta creencia tratando de cambiar al otro, en lugar de cambiar esa creencia limitante e irracional.

Nos narra que se siente como un “perrito esperando cariño”. Esta frase me conmueve muchísimo, ¡es muy fuerte! Al mismo tiempo clarifica su necesidad de recibir afecto y tener un final feliz, aunque su situación sea desastrosa.

Hay infinidad de hombres violentos, muchos son, al mismo tiempo, alcohólicos o adictos. He podido observar, a lo largo de mi experiencia profesional, cómo muchas mujeres maltratadas provienen de una familia donde vivieron violencia, alcoholismo, abuso sexual o psicológico y adicción a alguna sustancia. También he comprobado cómo el alcohol y las drogas incrementan la conducta violenta y pueden actuar como un disparador de ésta, en especial en personas predispuestas, debido a problemas de violencia no resueltos de su pasado.

En el caso de Marina, cuando su reptil interno se pone en marcha, ella se va, se aleja de su pareja porque no logra cambiarla. Entra a una nueva relación y vuelve a recrear la misma situación. No cuida de ella misma, se concentra en el otro y espera que él la atienda emocionalmente. Es codependiente.

Sus relaciones están sostenidas por la ira, el enojo y la necesidad de cambiar a los hombres. Con esto comprobamos cómo este tipo de parejas se mantienen unidas por el conflicto, y el reto de hacer funcionar la relación. No es el amor quien las une, sino “el problema”.

Cuando una relación representa un reto o un desafío, la amígdala del cerebro produce noradrenalina y esa sustancia se vuelve adictiva para nosotros, en consecuencia, esas relaciones desafiantes también.

Estoy muy agradecida con Marina que nos compartió su historia, la historia de muchas mujeres. Me hubiera gustado poderlas compartir todas; sin embargo, los patrones de codependencia y adicción aparecieron en muchas de las cartas que recibí.

Una gran cantidad de mujeres no han tenido la oportunidad de sanar, de recuperarse de su adicción y de la codependencia a las relaciones, simplemente porque no se han dado cuenta de que son adictas a las relaciones o simplemente son codependientes.

Su recuperación lleva tiempo, paciencia, compasión con ellas mismas y un trabajo personal profundo.

Deseo desde el fondo de mi alma que ella tome una decisión, en su carta expresa su deseo de hacerlo y sanar es una decisión.

Las mujeres podemos rompernos, fracasar y sentirnos en un callejón sin salida. Mientras tengas vida, existe la posibilidad de recuperarla, restaurar tu salud mental, transformarte y volar.

Te invito a ocuparte de ti misma, acude a un grupo de apoyo. Al-Anon es gratuito. Existen otros grupos donde puedes recurrir. No permitas que la falta de recursos económicos sea la excusa para no recuperar tu vida. Es difícil, pero es posible.

La psicoterapia también será una herramienta fundamental en tu recuperación. Hay centros que ofrecen terapia a bajo costo.

Nunca lo olvides: ¡primero tú!

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