Tras medio siglo

Tekst
0
Recenzje
Przeczytaj fragment
Oznacz jako przeczytane
Czcionka:Mniejsze АаWiększe Aa

Una parte de los psicólogos humanistas-existenciales consideran que no existe en la actualidad un modelo de psicoterapia que sea válido para todas las personas, problemas y circunstancias, y por ello se sienten llamados a mantenerse receptivos y dialogantes respecto a las aportaciones que desde otros modelos o paradigmas pudieran ser integradas en forma coherente y que pudieran hacer más efectivo el tratamiento. A la vez ejercitan una actitud vigilante respecto a las propias afirmaciones, y de atención a contrastarlas con la constante retroalimentación que la experiencia va proporcionando. La integración con otros modelos o teorías se podrá dar de forma diferenciada, pudiendo integrar algunos modelos en forma prácticamente total, respecto a alguna de sus posibles escuelas o variantes, o casi total respecto a los que se diferencian por algunos matices de tipo metateórico, o teórico. Respecto a otros se pueden integrar a un nivel inferior, estratégico y desde el punto de vista técnico de los procedimientos de intervención. Cabe la posibilidad de un eclecticismo tecnológico, es decir, la libertad de tomar de cualquier modelo las técnicas que se considere que –aún sin tener el significado que el contexto de su modelo le confiere– puedan ser redefinidas en forma coherente e integrada, y tengan un pronóstico de efectividad dentro del propio modelo. Desde sus orígenes, esta actitud metodológicamente integradora fue practicada por algunas escuelas de la Psicoterapia de la Gestalt, del Análisis Transaccional, y de la Psicosíntesis, entre otras. En el modelo de Psicoterapia Integradora Humanista (Gimeno-Bayón & Rosal, 2001; 2017), se integran teorías y/o técnicas procedentes de más de veinte modelos. Esta práctica que en los años cincuenta y sesenta del pasado siglo fue descalificada por los partidarios, entonces, de escuelas autosuficientes, hoy se ha extendido también entre algunos psicólogos conductual-cognitivos y psicoanalíticos.

10º Priorizar el vínculo terapéutico

En los años que surgió el Movimiento de la Psicología Humanista, al tema de los requisitos para una buena relación terapéutica no se le concedía un carácter prioritario. Otto Rank fue un precursor de esta cuestión, a la vez que el introductor del término “psicoterapia”, al cual sucedió Rogers. A partir de éste fueron muchos los psicólogos humanistas de diferentes métodos psicoterapéuticos que reconocieron la importancia de las tres actitudes rogerianas de la aceptación incondicional positiva, la empatía y la autenticidad, no sólo a título de exigencias éticas que enmarquen la relación sino como indispensables para que pueda surgir una alianza eficaz (Lafferty, Beutler y Crago, 1990). A la vez se entendió que la vinculación terapéutica debe estar atenta, en forma idiosincrásica, a las perturbaciones en el vínculo que presente la persona, a las hipotéticas causas de la misma, y a proporcionarle unas experiencias globales (emocionales, cognitivas, corporales, práxicas, interaccionales) diferentes de aquéllas que contribuyeron a la creación de la perturbación y que sirviesen para que el paciente construyese en forma alternativa sus interacciones.

Fueron muchos otros los autores de modelos psicoterapéuticos humanistas que se ocuparon de esta cuestión, y que señalaron otras diversas actitudes favorecedoras de la adecuada relación terapéutica, entre otros los de la Psicoterapia Existencial, la Psicoterapia de la Gestalt, y el Análisis Transaccional. En un artículo sobre esta cuestión (1986b) ya se hizo referencia a las siguientes once –incluidas las tres rogerianas–: 1) Considerar al cliente como una personalidad singular e irrepetible; 2) Confianza en las capacidades psíquicas del cliente para un comportamiento creativo en el proceso terapéutico; 3) Ser consciente de los límites de todo modelo psicoterapéutico; 4) Conciencia de las propias limitaciones psíquicas; 5) Evitación de la actitud de Salvador, en el sentido en que Karpman (1968), acuñó este término; 6) Actitud no favorecedora del establecimiento de una neurosis de transferencia entre terapeuta y cliente; 7) Apertura o receptividad respecto a cualquiera de las dimensiones de la conducta del cliente, y a las vivencias emocionales y cognitivo-intuitivas de la creatividad del terapeuta; 8) Comprensión empática; 9) Resonancia somática en el sentido en que Boadella se refiere a ésta:

En mi trabajo el terapeuta trata de estar en contacto con sus propios sentimientos, manteniendo su propio cuerpo vivo, como un foco de sintonización con el paciente. El cuerpo del terapeuta es como un sintonizador para ser sensible a las señales que da el paciente que no son verbales y para ser transmisor limpio de señales no verbales al paciente, o sea que mantiene su cuerpo abierto a recibir y a transmitir (Boadella, 1985, p. 67).

10) Consideración positiva incondicional, o calidez no posesiva; 11) La congruencia o autenticidad.

Después de cincuenta y pico años, parece que el reconocimiento de la importancia de los requisitos para una buena relación terapéutica es algo que comparten una proporción importante de los profesionales, se encuentren o no relacionados con la Psicología Humanista.

11º Facilitar la vivencia experiencial en la sesión

Otro logro a destacar es el de haber facilitado la actividad experiencial en la sesión terapéutica, proponiendo para ello la realización de ejercicios adecuados para cada caso.

Con la excepción de la Terapia Centrada en la Persona, de Carl Rogers, la gran mayoría de psicoterapeutas humanistas recomiendan al terapeuta un papel activo que, a la vez que escucha empáticamente al cliente, interacciona con él haciéndole propuestas de exploración concretas, separándose en ello de la no directividad del enfoque rogeriano y situándose a medio camino entre esa no-directividad y el autoritarismo, es decir, lo que se llama un estilo “democrático” que –por otra parte– parece el más efectivo (Lewin, Lippit & White, 1939), al menos en lo que se refiere a la psicoterapia grupal.

Mayoría de psicoterapeutas humanistas basan la eficacia del cambio terapéutico en el hecho de proponer al cliente, a lo largo de las sesiones, experiencias en el “aquí y ahora” que pongan de relieve la inconsistencia o disfuncionalidad de sus patrones de comportamiento y faciliten el hallazgo de otros nuevos más funcionales. Este tipo de confrontación no se realiza desde la directividad del terapeuta ni desde interpretaciones externas, sino desde el propio estilo del vínculo, y desde planteamientos indirectos, tales como el estímulo hacia la exploración de nuevos aspectos, o las preguntas dirigidas a que se repare en aquellos niveles de su experiencia que está obviando, o guiándole hacia una nueva elaboración subjetiva coherente y, en definitiva, llevándole a que integre los aspectos escindidos de sí mismo y de su mundo interno.

12º Resaltar el papel del hemisferio cerebral derecho

Haber concedido una importancia relevante, en la terapia, al papel de las funciones relacionadas con el hemisferio cerebral derecho es otro de los logros de la Psicología Humanista.

Esto se debe a que en las psicoterapias humanistas –en mayoría de los modelos– se considera que la empatía emocional, la actividad imaginaria, y la intuición son procesos psicológicos con gran potencia en la sesión terapéutica. La importancia de las emociones en el proceso ha sido enfatizada recientemente por Greenberg (Greenberg & Korman, 1993; Greenberg, Rice & Elliot, 1996). Aparte de ello, es en este nivel, junto con el de relación, en el que se suelen plantear las quejas –más en términos de “me siento mal” que en los de “pienso en forma disfuncional”– y es habitual ese énfasis en las terapias que se mueven en el marco de la Psicología Humanista, al igual que la dimensión corporal. Lo mismo ocurre con la intuición, tanto desde las técnicas gestálticas que fomentan un corte de la visión lógica de la realidad para romper la relación fondo/figura que ha quedado rigidificada –y permitir la reorganización de la experiencia mediante un proceso de “pensamiento productivo” (utilizando la terminología de Wertheimer, 1968), como desde el uso de ese pensamiento intuitivo –el llamado Pequeño Profesor, o también “la visión marciana” (Berne, 1974)– y la fantasía en el Análisis Transaccional, y en las oniroterapias (los modelos terapéuticos que utilizan con gran predominio los procedimientos de intervención con imágenes y fantasía). Sobre la implicación de los potenciales del hemisferio cerebral derecho en la psicoterapia y en especial el poder terapéutico de la actividad imaginaria, ya se informó en otros lugares (Rosal, 2013 y 2015).

El creciente reconocimiento de la validez de la teoría sobre la diferenciación de funciones de los hemisferios cerebrales (Bogen, 1969; Gazzaniga, 1970; Gazzaniga & Ledoux, 1978; Kimura, 1973; Ley, 1983, 1984; Ley & Bryden, 1979; Sperry & Gazzaniga, 1967), ha tenido, como una de sus manifestaciones, que se le concediera a Roger W. Sperry, por los logros de sus investigaciones en esta materia, el premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1981.

Estos científicos y, en especial, Sperry deben desconocer el gran favor que nos han hecho a los psicoterapeutas existencial-humanistas. Efectivamente, la gran mayoría hemos trabajado, en la sesión terapéutica, con un ejercicio prioritario de potenciales psicológicos dependientes principalmente del hemisferio cerebral derecho. Con el respeto que, en el colectivo de los científicos, se concede a los premios Nobel, ya no podrán decir que esta teoría es una muestra más de la ingenuidad o el esoterismo de aquéllos.

13º Valorar la eficacia de los procedimientos con fantasía

Hay que destacar también, como logro interesante de la Psicología Humanista, el de haber reconocido el poder terapéutico de los procedimientos de intervención con imágenes y fantasía.

 

Una de las manifestaciones de la creatividad tecnológica en los modelos psicoterapéuticos humanistas se ha traducido en la gran variedad de técnicas terapéuticas con actividad imaginaria, a pesar de que, como se ha subrayado, en general hayan concedido prioridad a la importancia de las actitudes requeridas para la relación terapéutica. De esta forma se comprueba la existencia de tres vías de comunicación en la sesión terapéutica: la vía verbal de la escucha y la palabra, la vía imaginaria, y la psicocorporal, a la que se refiere el punto siguiente.

El resurgimiento del interés hacia las imágenes por parte de los psicólogos científicos dio lugar, especialmente a partir de los años sesenta del siglo pasado, a un volumen extraordinario de investigaciones teóricas y experimentales sobre el tema. Un dato significativo de este hecho lo constituyó la relación de más de siete mil referencias bibliográficas –correspondientes al período de 1977 a 1991– que aparecen en la Imagery Bibliography, publicada en el Journal of Mental Imagery, 18 (1 y 2), editado por Akhter Ahsen en 1994a. Este hecho que Holt (1972) denominó el “retorno de las desterradas” ocurrió después de haberse eliminado como objeto de interés psicológico de investigación por influencia de Watson (1913), que las había descalificado como “quimeras”. Las imágenes lógicamente se incluían entre esa serie de “cuestiones especulativas”, o “conceptos mentalistas”, que como no era posible someter al tratamiento experimental convencional era lamentable, según Watson, que anteriormente hubiesen acaparado la atención de muchos psicólogos. Rogó a éstos que se abstuviesen de ocuparse de ellas, y tal ruego fue objeto de un acatamiento general por parte de los investigadores durante más de treinta años. Consultando los Psychological Abstracts correspondientes al periodo de 1920 a 1950 el tema de las imagery está prácticamente ausente.

al rechazar el concepto de imagen, por su carácter mentalista y porque no hay ninguna prueba experimental que permita afirmar la significación funcional de la imagen en la conducta, Watson (1930) propuso su propia solución, que consistía en considerar las respuestas verbales implícitas (o mejor dicho, los “procesos sensoriales localizados en la laringe”) como el mecanismo responsable de las funciones atribuidas hasta entonces a la imagen en las conductas psicológicas (Denis, 1984, p.14).

A partir de estas declaraciones de la cabeza visible del cuerpo de psicólogos investigadores se comprende, como señalan Sheikh y Panagiotou (1975), y Denis (1984) que los psicólogos experimentales ignorasen la realidad de las imágenes y se centrasen exclusivamente en las asociaciones lingüísticas y conductuales. Durante unos treinta años, como ha destacado Holt (1964), las imágenes “fueron condenadas al ostracismo” y pasaron de ser uno de los conceptos más relevantes en la psicología introspeccionista, a ser “fantasmas de sensaciones” (ghosts of sensations) sin ninguna importancia funcional. “La psicología introspectiva desapareció, y el estudio de las imágenes mentales se desvaneció con ella. Durante unos 30 áridos años los psicólogos respetables consideraron casi indecente hablar de los procesos mentales” (Neisser, 1972, cit. en Richardson, 1980, p.6).

En la nueva fase de reconocimiento de la actividad imaginaria en terapia se utilizan, principalmente, imágenes de la memoria, imágenes de la fantasía, e imágenes eidéticas estructurales. “La función clínica de la imagen eidética parece ser la de preservar, repetir e intensificar la experiencia y entonces permitir que el individuo perfeccione sus respuestas adaptativas” (Ahsen, 1977a, p. 34).

A finales de los años cincuenta y primeros de los sesenta debió ser muy excepcional que modelos terapéuticos con importante recurso a las técnicas con imágenes pudiesen dar a conocer sus innovaciones terapéuticas en los congresos o revistas dirigidos por conductistas o psicoanalistas. Modelos que han trabajado principalmente a partir de la espontaneidad imaginaria habían sido, entre otros, Ensueño Dirigido de Robert Desoille (1938, 1973, 1974). Imaginería afectiva de Hans Leuner (1969, 1977, 1978), Psicoterapia eidética de Akhter Ahsen (1968, 1972, 1977b), Psicoterapia de la imaginación de Joseph E. Shorr (1972, 1974a, 1974b).

Todos ellos ofrecían métodos terapéuticos imaginarios que muchos psicólogos humanistas valoraron y acogieron. Entre los modelos vinculados al Movimiento de la Psicología Humanista ha sido especialmente creativa la Psicosíntesis de Roberto Assagioli (Assagioli, 1973; Crampton, 1969, 1974, 1975, 1981; Ferrucci, 1987). Asimismo ha sido muy tenida en cuenta la actividad imaginaria en la Psicoterapia de la Gestalt, en el Análisis Transaccional y algo menos en el Focusing de Gendlin. En el modelo de Psicoterapia Integradora Humanista probablemente en no menos de un tercio de las sesiones, como media, los terapeutas aplican alguna técnica con imágenes y fantasía, incluida la del “diálogo con la silla vacía” de Perls. Pienso que el éxito de este tipo de recursos puede haber sido la causa de su utilización por terapeutas conductual-cognitivos y por algunos psicoanalistas.

Una variedad de técnicas conductual-cognitivas que, paradójicamente, a pesar de ser acuñadas por seguidores –aunque heterodoxos– de Watson, han sido protagonistas importantes en el proceso de revalorización del uso terapéutico de las imágenes en la comunidad de los psicólogos científicos.

14º Comprender la eficacia de los procedimientos psicocorporales

Haber reconocido el poder terapéutico de procedimientos psicocorporales, aparte de las vías verbal e imaginaria, es un logro también muy específico de la Psicología Humanista.

De los más de cien modelos o métodos psicocorporales existentes (ciento diez en la enumeración de Gimeno-Bayón, 2013), muchos psicoterapeutas humanistas, o bien ejercen su actividad terapéutica en el marco de uno de estos modelos –Bioenergética, Biosíntesis, Focusing, Rolfing, Psicodanza, etcétera–, o bien integran una selección de procedimientos corporales en el suyo, logrando con ello aumentar el poder terapéutico de las vías verbal e imaginaria.

Este tipo de enfoque responde a la convicción de que el ser humano es una unidad psicofísica en la que las dimensiones somática y psicológica son expresiones de una misma realidad, plasmada en esos dos niveles.

15º Creación de nuevos paradigmas de investigación

Un último logro a destacar es el haber aportado la metodología de nuevos paradigmas de la investigación cuando los convencionales no resultan idóneos para verificar algunas hipótesis.

La primera obra colectiva importante de autores implicados en el Movimiento de la Psicología Humanista se publicó en 1967, siendo el coordinador James F.T. Bugental, con el título Challenges of Humanistic Psychology. En ella hay un porcentaje importante de capítulos que hacen referencia a la investigación científica. La parte tercera, titulada Research areas and methods contiene siete capítulos. La parte cuarta, titulada Some research products, seis capítulos. Es decir, desde sus inicios, la Psicología Humanista ofrece el testimonio de psicólogos con vocación de investigación científica, no sólo de psicoterapeutas. Esto ocurre sobre todo en aquellos países como los Estados Unidos en los que son abundantes la Universidades que tratan con respeto a los psicólogos humanistas. No ocurre así en España, salvo en algunos casos concretos.

Pero como logro principal respecto a esta cuestión hay que destacar la obra Human Inquiry. A Sourcebook of New Paradigm Research, editada por Peter Reason y John Rowan en 1981 y reimpresa en 1985.

Se señalan a continuación algunos de los títulos de sus cuarenta capítulos:

 Philosophical basis for a new paradigm, de John Heron

 The subjective side of Science, de Jan Mitroff

 The general and the unique in psychological science, de G. W. Allport

 The psychology of science, de Abraham Maslow

 On making sense, de John Rowan y Peter Reason

 Experiential research methodology, de John Heron

 Personal construct theory and research, de Donald Bannister

 The interviewing process re-examined, de Fred Massarik

 Heuristic research, de Clark Moustakas

 Issues of validity in new paradigm research, de Peter Reason y John Rowan

 Sharing the research work: participative research and its role demands, de Max Elden

 Implementing new paradigm research: a model for training and practice, de Shulamit Reinharz

A continuación, se indican algunos de los criterios del Nuevo Paradigma que se han tratado de cumplir en el Instituto Erich Fromm de Psicoterapia Integradora Humanista (desde el que escribe el autor), cuando ha realizado alguna investigación:

1. El trabajo clínico ha reunido normalmente las características de una investigación cooperativa, en la línea de lo reclamado entre otros por Heron (1985a): “En la forma completa de este enfoque, no sólo será el sujeto plenamente un coinvestigador sino que el investigador será también un cosujeto, que participa plenamente en la acción y experiencia que ha de investigarse” (Heron, 1985a, p.195).

2. La capacidad de alcanzar una elevada calidad de conciencia, por parte del psicoterapeuta y del investigador es un requisito para la validez de una investigación según proponen, p.e., Reason (1985), Heron (1985b), y Maslow (1966). Reason y Rowan establecen ocho principios para garantizar la validez en la investigación del nuevo paradigma, relacionándose los dos primeros con esta cuestión. Los formulan con estos términos: “Una investigación válida se apoya sobre todo en una conciencia de alta calidad por parte de los coinvestigadores” (Reason & Rowan, 1985, p.245). “Dicha conciencia de alta calidad sólo puede mantenerse si los coinvestigadores se implican en algún método sistemático de desarrollo personal e interpersonal” (Ibidem, p.246).

Sin haber vivido la experiencia de profundizar en el propio autoconocimiento y sin algún tipo de trabajo personal sistemático que haya facilitado entrar en contacto con procesos internos inconscientes, estos autores consideran difícil alcanzar la capacidad de atención y de conciencia requerida para una investigación válida sobre los procesos psicológicos de otros sujetos.

Maslow se refiere también al peculiar estado de la mente que requieren el terapeuta y el investigador, para comprender lo que ocurre en la mente de estos sujetos. Solamente este peculiar modo de atención puede ser fiel al enfoque holista –en contraposición a reduccionista– requerido por el nuevo paradigma. Con su lenguaje más bien informal y exagerado, lo resume en estos términos:

Todo clínico sabe que en el proceso de conocer a otra persona es mejor mantener su cerebro fuera del camino, y escuchar de forma total, encontrarse totalmente absorbido, receptivo, pasivo, paciente, y expectante más bien que apremiante, rápido e impaciente. No ayuda estar midiendo, preguntándose, calculando o probando nuestras teorías categorizando o clasificando. Si su cerebro está demasiado ocupado, usted no puede escuchar y ver bien. El término de Freud atención flotante describe bien esta clase de conocimiento de otra persona que no interfiere, global, receptivo, que espera (Maslow, 1966, cit. por Rowan, 1985, p.83).

3. El conocimiento experiencial es requerido, en la ciencia del nuevo paradigma, como complemento del conocimiento proposicional y del conocimiento práctico. Tanto Heron como Reason lo reclaman, como también Harré, Rowan, Torbert y Reinharz, entre los autores que colaboran en la obra ya citada de Reason y Rowan (1985):

Conocimiento experiencial es conocer una entidad –persona, lugar, pensamiento, proceso, etc.– en un encuentro e interacción cara a cara. Es conocer a una persona o cosa a través de un trato prolongado. La investigación empírica, precisamente porque es empírica, requiere necesariamente cierto grado de conocimiento experiencial sobre las personas y objetos sobre los que trata la investigación. Las conclusiones del investigador son proposiciones sobre personas o cosas de los cuales él o ella ha tenido un conocimiento experiencial a través de un encuentro directo (Heron, 1985b, p.27).

De los principios de Reason y Rowan, ya citados, para la validez de la investigación, el quinto contiene también esta reclamación: “La investigación válida implica una interacción sutil entre diferentes formas de conocimiento” (Reason & Rowan, 1985, p.249), en la que se refiere al logro de un conocimiento más “denso” y más “sustancial” cuando incluye las cuatro formas de conocimiento experiencial, práctico, presentacional y proposicional. Torbert subraya también este requisito con particular énfasis:

 

De acuerdo con el nuevo modelo de investigación, un sistema de actuación que no se ocupe de un estudio de sí mismo experiencial no puede ni producir ni reunir datos válidos debido a las incongruencias no examinadas en el interior de su experiencia. Tal sistema distorsionará los datos tanto de forma deliberada como sin querer y resistirá procesar un feedback que identifique las incongruencias (Torbert, 1985, p.150).

El requisito del conocimiento experiencial, e incluso la preferencia del mismo, en este nuevo paradigma, no margina el tipo de conocimiento en el que se ha centrado la ciencia occidental: “Mi tesis es que este conocimiento experiencial es prioritario respecto al conocimiento verbal-conceptual pero que están integrados jerárquicamente y necesitan uno del otro” (Maslow, 1966, cit. por Rowan, 1985, p.87).

Estos tres elementos que aquí se han destacado, entre los que constituyen requisitos de la investigación en el nuevo paradigma, han formado parte de la manera habitual de abordar el trabajo terapéutico e investigador de toda sesión clínica. En ella se considera importante ejercitar un trabajo como coinvestigadores y cosujetos, atender con la máxima receptividad posible con actitud holista y disponer de una vivencia experiencial previa de los trabajos propuestos a la vez que facilitan los propios investigadores-psicoterapeutas cierto grado de actitud experiencial en el transcurso de la sesión.

En el prólogo del libro citado, Rowan y Reason resumen con estas palabras lo esencial del Nuevo Paradigma:

Lo que estamos construyendo en la investigación del nuevo paradigma es un acercamiento a la investigación que es una sistemática y rigurosa búsqueda de verdad, pero que no extermina todo lo que toca; estamos buscando una vía de investigación que pueda libremente ser llamada objetivo-subjetiva. El nuevo paradigma es una síntesis de investigación ingenua e investigación ortodoxa. Una síntesis que es muy opuesta a la antítesis a la que suplanta (Rowan & Reason, 1985, p. XIII).

Respecto a las limitaciones que se pueden dar en la metodología experimental u observacional convencionales, el psicólogo científico Child, catedrático de Yale, no tiene inconveniente de reconocerlo.

Muchos investigadores psicológicos, por otra parte, se abstraen tanto en el perfeccionamiento de sus métodos de investigación que su manera de pensar queda dominada por el método y no por el objeto de la investigación. Cuando el método se convierte en un modo de pensar, los experimentalistas quedan a un paso de caer en una manera de pensar mecanicista y manipulativa. El método experimental se basa en la manipulación de lo que se hace con individuos o animales que sirven de sujetos, y en observar el efecto en su conducta. Los psicólogos que aplican exclusivamente el método experimental, o que lo tienen siempre en mente como ideal, tenderán a creer que los procesos psicológicos son análogos a las relaciones físicas simples que han estudiado en el laboratorio de física […] Si los mismos psicólogos estuvieran más atentos a entender a sus sujetos, advertirían que el resultado del experimento realizado con seres humanos es, en general, menos preciso que el llevado a cabo en la física (Child, 1975, pp. 23s.).

B. Errores y responsabilidades para el futuro de

la psicología humanista

1.Principales errores de algunos psicólogos humanistas

1º Infidelidad a los iniciadores

Un primer error ha sido el olvido o desconocimiento de convicciones y aspiraciones de los iniciadores del Movimiento de la Psicología Humanista.

Una de las características y logros del Movimiento de la Psicología Humanista fue su desmarque de la lucha de poder –principalmente entre los conductistas y los psicoanalistas ortodoxos– aspirando a imponer su respectivo paradigma en el mundo académico. Los psicólogos creadores de nuevos modelos terapéuticos, o de variados tipos de procedimientos de intervención, difícilmente podían ver acogidas sus demandas para presentar sus experiencias y conclusiones en los Congresos o Jornadas promovidos por los dos colectivos que se encontraban en el poder. Las mismas dificultades se encontraban para publicar artículos en revistas, dando a conocer sus innovaciones. Muchos de los representantes de nuevos modelos terapéuticos estrenaron la experiencia de dar a conocer sus aportaciones, gracias a la actitud acogedora y respetuosa del pluralismo que caracterizó a los congresos nacionales o internacionales de Psicología Humanista que tuvieron lugar en los años setenta y ochenta del siglo pasado. Entre los muchos modelos de psicoterapia –o, simplemente, técnicas terapéuticas– que rechazaban explícita o implícitamente los enfoques atomistas, o reduccionistas, o mecanicistas, o deterministas, y que en algún grado destacaban la eficacia de lo experiencial por encima de lo informativo en la sesión terapéutica, destacaron, además de la Psicoterapia centrada en la persona, de Carl Rogers, y la Psicoterapia Existencial de Rollo May e Irvin Yalom, la Psicoterapia de la Gestalt de Perls –mal llamada la Gestalt–, el Análisis Transaccional de Berne, la Psicosíntesis de Assagioli, el Focusing de Gendlin, y la Bioenergética de Lowen, entre otros muchos. Todos ellos podían considerarse integrados en el Movimiento de la Psicología Humanista y, gracias a la favorable acogida que encontraron en éste, pudieron encontrar ayudas para darse a conocer y difundirse.

Sin embargo, la realidad es que una parte de los psicoterapeutas implicados en estos modelos –y, por ello, supuestamente humanistas– no han sabido actuar con coherencia respecto a las convicciones y aspiraciones de los iniciadores del Movimiento. Además, no pocos de ellos las han desconocido. Han caído en algunas de las actitudes o actuaciones de las que aquellos iniciadores compartieron su rechazo. Por ejemplo: manifiestan algún tipo de interpretación reduccionista, o determinista, o una actitud de escuela como “sistema cerrado”, o centramiento excesivo sólo en lo patológico. Por ello no pueden considerarse psicoterapeutas humanistas, utilicen o no este calificativo.

2º Despreocupación respecto al diálogo académico

Otro error que han cometido bastantes psicoterapeutas humanistas consiste en la excesiva despreocupación por la formación teórica, por el diálogo con las instituciones académicas, y por la investigación científica, dando con ello pie a la desconfianza por parte de los profesores universitarios

Ha sido, indudablemente, un acierto que en los centros o institutos para la formación en cualesquiera de los diversos modelos de línea humanista-existencial haya prevalecido, en general, el tiempo dedicado a la formación práctica y experiencial; es decir, al hecho de experienciar, por parte de los alumnos, la práctica de variados procedimientos de intervención –fuesen verbales, o con actividad imaginaria, o psicocorporales–, y comprobar sus posibles efectos sobre sí mismos, para su crecimiento personal o, en ocasiones, para la terapia respecto a algún posible síndrome psicopatológico o trastorno de personalidad.

Pero hay que considerar un error que, por el hecho de reconocer la importancia de la parte práctica de la formación, se haya –en ocasiones- desatendido la formación teórica. Haber reducido la formación a la vivencia de una colección de técnicas terapéuticas, sin haber ofrecido información, por ejemplo, sobre: a) tipos de problemas y de pacientes para los que puedan ser apropiadas; b) fase de la terapia en la que resultan procedentes; c) requisitos para su correcta aplicación, etcétera. Asimismo, información sobre los contenidos teóricos del correspondiente modelo terapéutico respecto a: a) cómo se entiende la meta de la terapia; b) cómo se actúa para lograr una relación terapéutica satisfactoria entre el profesional y el paciente; c) qué principales estrategias se utilizan en ese modelo; d) qué técnicas verbales, o imaginarias, o psicocorporales –incluidas otras procedentes de distintos modelos terapéuticos– podrán armonizarse con los fundamentos teóricos implicados; e) también sería conveniente adquirir un conocimiento suficiente sobre: cómo se entiende en el modelo la personalidad sana, frente a la patológica, lo mismo sobre los procesos sensoriales, emocionales, cognitivos y conductuales (o práxicos). Y todos estos contenidos teóricos, ¿cómo se han justificado? ¿qué experiencias y razones se han ofrecido por parte de los autores del modelo?