Tras medio siglo

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No dudo que Hebb tenga razón cuando dice que estos aspectos no forman parte de la psicología tradicional, pero en lo que no estoy de acuerdo es que no formen parte de la psicología tal como ella debería ser. Si el porvenir probase que tuvo razón, que la psicología no puede tratar los problemas de la vida, del amor, de la amistad, entonces yo seré el primero en dejar la psicología, porque yo estoy allí para mis pacientes, para seres humanos, y rehúso subordinar los seres humanos a la ciencia (May, 1986, p. 34).

Con ello insistía en lo que ya desde el principio habían querido los fundadores del Movimiento: ocuparse de las experiencias específicamente humanas. Sobre éstas escribían algunos periodistas y algunos filósofos, pero en aquellos años no era normal que acaparasen la atención de psicólogos, psiquiatras y psicoterapeutas en sus investigaciones con ratas u otros animales. Y respecto a algunas experiencias especiales, como las espirituales o transpersonales, eran precipitadamente calificadas como psicopatologías por los psiquiatras.

Irvin Child, psicólogo científico y catedrático en la Universidad de Yale, reconocía lo siguiente:

El más grave de todos los defectos que desdora gran parte de la tradición científica en la investigación de la psicología es el conato por excluir del campo de la psicología la experiencia o conciencia (Child, 1975, p. 17).

Los psicólogos humanistas-existenciales, en sus teorías sobre los procesos psicológicos (emocionales, cognitivos, conductuales) y sobre la personalidad no dependían de tales limitaciones metodológicas.

4º Recuperación del potencial de la voluntad

Otro logro de la Psicología Humanista ha sido el de haber recuperado la importancia de la voluntad –no en sentido victoriano– como potencial nuclear de la conducta humana.

Es sorprendente cómo a lo largo de la historia de la psicología –primero filosófica y luego también científica– perduró la atención intelectual sobre el potencial humano volitivo, aparte de los sensoriales, cognitivos y afectivos. Sin embargo se produjo en la psicología un paréntesis largo, después de Freud, durante el cual desaparece el capítulo sobre la voluntad en los tratados de psicología.

Cuando William James publica en 1890 su obra fundamental Principios de Psicología, el tema de la voluntad ocupa todavía un espacio digno. En la edición española son setenta y ocho las páginas dedicadas a este potencial humano (sobre un total de mil cien páginas). El desprestigio del tema de la voluntad, que se fue produciendo después de Freud, no había influido todavía en James. Sin embargo, a medida que pasan los años, este tema va desapareciendo de los tratados de Psicología General. Señalemos alguno como muestra. Los Elementos de Psicología, de David Krech, Richard Crutchfield y Norman Livson, cuya primera edición apareció en 1969 y que en la edición española de 1973 ocupa 1087 páginas, no dedica ninguna al tema de la voluntad. Tampoco aparece ni siquiera nombrado este término en el detallado índice analítico de materias incluido en esta obra. Lo mismo ocurre con la valiosa obra de Edgar Vinacke, Psicología General, que apareció en 1972, y que en su edición española en dos volúmenes ocupa 1225 páginas. También aquí se da un silencio total sobre el concepto de voluntad. Y esto ocurre a pesar de que hemos elegido dos obras de las que aceptan y dedican atención al concepto holista de personalidad. Al menos en el caso de la obra de José Luis Pinillos, Principios de Psicología, ocupa un par de páginas –sobre un total de 731-, un apartado titulado Motivación y personalidad, en el que se permite llamar la atención sobre los peligros de este silencio.

En la medida en que los problemas de la acción humana se subsuman en las categorías motivacionales corrientes, los fenómenos de la decisión y la libertad corren el peligro de disolverse y quedar reducidos a una secuencia causal, donde la elección y el asentimiento tienen escasa cabida. Planteado en términos autorregulativos de necesidades, impulsos y reducción de los mismos, o de operantes refuerzos, la conducta motivada queda sujeta a unas leyes que, de suyo, tienden a la necesidad.

Sin embargo, es bien notorio que la acción voluntaria del hombre presenta unos grados de libertad poco compatibles, en principio, con el concepto de necesidad. La solución de esta antinomia de la psicología no se resuelve, desde luego, por el cómodo procedimiento de suprimir uno de sus términos; en la conducta del hombre coexisten ambos aspectos, el de la necesidad y el de la libertad, sólo que no en el mismo plano. La necesidad de los procesos motivacionales afecta a una variable de la conducta, pero ésta es algo distinto y superior a cada una de las variables que la integran. La conducta es la función de un sistema abierto, cuyas propiedades no pueden medirse con iguales criterios que los aplicables al estudio de los procesos aislados. Y es este hecho fundamental, el hecho de que la psicología ha propendido, por razones sin duda muy imperiosas, al estudio de procesos, más que al de la actividad general del sistema, lo que ha privado de lugar adecuado al problema de la libertad (Pinillos, 1975, pp. 545ss.).

Sin embargo, al margen de los paradigmas dominantes en los últimos decenios, en la psicología científica, no han faltado los psiquiatras y psicólogos que desde la investigación de la experiencia clínica han contribuido a revalorizar la actividad voluntaria y libre en la existencia humana. Entre éstos cabe destacar la contribución de Otto Rank (1976), que llega a titular su obra de madurez Will Therapy, Psicoterapia de la voluntad. Y que sitúa a ésta en el lugar que la libido ocupaba en Freud y el deseo de poder (o superación) en Adler, aunque con un concepto de voluntad que no anulaba sino que integraba estas tendencias. Está también Rollo May, psicoterapeuta humanista-existencial, que fue figura relevante por sus ponencias en los Congresos europeos de la Psicología Humanista, en los años setenta del pasado siglo, y que de entre sus publicaciones, donde aborda de forma más completa el tema de la voluntad humana es en Amor y voluntad. Las fuerzas que dan sentido a la vida, cuyo original en inglés, con el título de Love and will, se publicó en 1969. También hay que destacar la contribución del creador del modelo psicológico-humanista denominado Psicosíntesis –Roberto Assagioli- que, aparte de lo que considera sobre esta cuestión en su obra principal Principi e metodi della Psicosintesi terapeutica (1973a), es sobre todo en The act of will (El acto de voluntad), 1973b, donde se ocupa exclusivamente de este tema. Cuestiones que aborda en esta obra son, entre otras: la voluntad fuerte, la voluntad sabia, la voluntad buena, la voluntad transpersonal, los estadios de la voluntad y la voluntad gozosa. Fuera del campo de la psicoterapia, y entre los tratados psicológicos que profundizan sobre la naturaleza y relevancia del potencial volitivo es el psicólogo fenomenológico Philipp Lersch el que reconocemos como más matizado, en los apartados en los que se ocupa de la voluntad en su magistral obra La estructura de la personalidad (1974). Finalmente, buscando entre los filósofos de los últimos decenios una contribución profunda sobre el tema, aquí se ha seleccionado como más matizada y convincente la obra del metafísico español Xavier Zubiri en su obra póstuma Sobre el sentimiento y la volición (1992). Queremos también mencionar aquí el excelente capítulo titulado “Dinámica: volición y libertad”, del polifacético sabio Luis Cencillo (filósofo, antropólogo, psicoanalista independiente y psicólogo), en su obra Dialéctica del concreto humano (1975).

De las ideas de Rollo May sobre la voluntad, en especial las que expone en su libro Amor y voluntad. Las fuerzas humanas que dan sentido a la vida (1985) aquí se destacarán las siguientes, esquemáticamente:

1 La descalificación freudiana de la voluntadSe puede reconocer como una contribución valiosa de Freud el que haya mostrado de forma convincente la futilidad y autoengaño que supone el concepto victoriano de ‘fuerza de voluntad’. Freud mostró con claridad cómo en importantes áreas de la vida el protagonismo de las motivaciones y las conductas dependen no de la fuerza de la voluntad sino de impulsos, ansiedades, temores inconscientes y fuerzas instintuales.Ahora bien, el conjunto de las aportaciones de Freud sobre este tema, centrado únicamente en una concepción distorsionada de la voluntad, acarreó una socavación del concepto genuino de voluntad sana, y con ello el socavamiento de la responsabilidad personal.Las ideas de Freud sobre la voluntad, entendida únicamente en su versión degradada, dieron pie al desarrollo de una tendencia acentuada en el ser humano a mediados del siglo XX:la tendencia a verse como un producto pasivo, irresoluto, del poderoso conjunto de pulsiones psicológicas (y como producto de fuerzas económicas, podríamos agregar, como lo demostró Marx en el plano social-económico mediante un análisis tan brillante como el de Freud) [...] En verdad, puede afirmarse que el núcleo central de la “neurosis” del hombre moderno está en el hecho de que se ve minada su experiencia de sí mismo como ser responsable, de que se ve socavada su voluntad y su capacidad de tomar decisiones (May, 1985, pp. 151s.).

2 Debilitación de la voluntad tras el desarrollo tecnológicoLos indudables logros técnicos producidos en los últimos decenios, con aplicaciones en distintas áreas de la vida, han dado pie a una posición pasiva en muchos de sus consumidores. “¿Y no consiste acaso lo esencial del acto de tomar una droga, lo mismo que cuando usamos las máquinas, en hacernos también pasivos? [...] Y es inevitable que así nuestras voluntades queden debilitadas, minadas” (May, ibidem, p. 153).

3 Psicoterapias productoras de impotencia volitivaTal como se ha llevado a la práctica el psicoanálisis, y también otras corrientes psicoterapéuticas en las que en el fondo se parte de la negación del potencial genuino de la voluntad en el ser humano sano, se ha contribuido a desarrollar la impotencia respecto a esta facultad y, por consiguiente, la incapacidad para decidir de forma humanizadora.En las raíces de esta crisis [por el abandono del psicoanálisis por miembros sobresalientes de grupos freudianos] está la circunstancia de que el psicoanálisis no logra resolver el problema de la voluntad y la decisión [...] Otras formas de psicoterapia tampoco escapan al problema que se le presenta al psicoanálisis, es decir, que el proceso psicoterapéutico mismo tiene tendencias intrínsecas que suscitan al paciente a renunciar a su posición de agente que decide (May, 1985, p. 160).

 

4 La “antivoluntad” de Freud contra la “fuerza de voluntad” victorianaEl sistema de antivoluntad de Freud parece haber sido una reacción contra un concepto victoriano de “fuerza de voluntad”, predominante en su época, y que hay que reconocer inválido e insano, una interpretación distorsionada del genuino concepto clásico de voluntad. Era un concepto de voluntad voluntarista en la que las tendencias o deseos no quedaban integrados, orientados y armonizados, sino reprimidos.La “fuerza de voluntad” designaba los arrogantes esfuerzos del hombre victoriano para manipular su ambiente y regir la naturaleza con mano de hierro, así como para manipularse él mismo y gobernar su propia vida como si fuera un objeto (May, Ibidem, p. 167).

5 La voluntad sana como protectora de las tendencias

Un concepto genuino de voluntad, que al parecer Freud desconoció, implica una dialéctica de la interrelación de voluntad y deseo. Podemos comprobar la coincidencia de estas afirmaciones de Rollo May con las del psicólogo fenomenólogo Lersch (1974) y el filósofo Zubiri (1992). Asimismo aparece bastante afinidad con la interpretación de Otto Rank (1976) –el que pasó de destacado colaborador de Freud a disidente-, y Roberto Assagioli (1989), el creador de la Psicosíntesis. Todos estos autores interesados por la revalorización de la voluntad no la entendían en su interpretación victoriana, que es la única que Freud, al parecer, conoció, y que le condujo a prescindir del reconocimiento de este potencial humano.

Puede considerarse que la voluntad y el deseo operan en polaridad. La voluntad requiere conciencia de uno mismo, el deseo no la requiere. La voluntad implica cierta posibilidad de elegir entre esto o aquello; el deseo no la implica. El deseo da a la voluntad calor, contenido, imaginación, la frescura de un juego de niños y riqueza. La voluntad presta al deseo orientación y madurez. La voluntad protege al deseo, permite que éste siga existiendo sin que se corran riesgos demasiado grandes. Pero sin el deseo la voluntad pierde su sangre vital y tiende a agotarse en la autocontradicción. Si se tiene sólo voluntad y no deseo nos hallamos frente al hombre neopuritano, victoriano, reseco. Si se tiene sólo deseo y no voluntad tenemos a la persona infantil, carente de libertad que es empujada por fuerzas ajenas a ella, la persona adulta que permanece siendo niño y que puede convertirse en el hombre robot (May, Ibidem, pp. 177s.).

Tras la atenta lectura de esta selección de ideas de Rollo May sobre la voluntad, constatamos que en aquellos procedimientos psicoterapéuticos del Análisis Transaccional –combinados con técnicas gestálticas y con actividad imaginaria- tal como quedan integrados en el modelo de Psicoterapia Integradora Humanista, se facilita la toma de decisiones –normalmente “redecisiones”- en las que no se da el peligro de un acto de voluntad “victoriano”, despreocupado de proteger e integrar las tendencias o deseos. La decisión final –o “redecisión”- de la voluntad se ejecuta ciertamente desde el llamado en Análisis Transaccional “estado Adulto del yo”, pero tras una escucha atenta de las necesidades, deseos o motivaciones del estado Niño. Se escuchan también los sentimientos, intuiciones y recomendaciones del estado Padre, a veces en conflicto con los del estado Niño. La decisión final no constituye un acto represor, sino una síntesis armonizadora e integradora que permite proteger, escuchar y atender las voces procedentes de la compleja singularidad de la persona y finalmente, descubrir cuál sea la decisión que, aquí y ahora, resulte auténtica (desde el Niño), protectora y nutricia para uno mismo y para otros (desde el Padre) y lúcida (desde el estado Adulto). Se trata de una decisión que no cae en ninguno de los dos peligros opuestos señalados por May, porque ni “pierde su sangre vital”, ni constituye la decisión de una “persona infantil, carente de libertad”.

A partir del reconocimiento del potencial humano de la voluntad, con capacidad para tomar decisiones libres –de no ser “hombres o mujeres robots”, los psicólogos existencial-humanistas reconocen la importancia del sentimiento sano de culpa por parte de la persona que se percata de haber practicado –o esté practicando en la actualidad– conductas perjudiciales para el bienestar y el crecimiento personal de uno mismo, de otros, o de las instituciones. Asimismo, respecto a conductas y actitudes que van en contra del bien común. Valorando la contribución de Freud respecto a los perjuicios causados por la “culpa neurótica”, los psicólogos humanistas de línea existencial no quieren caer en la ingenuidad rousseauniana que podemos denominar “inocencia neurótica”. Ni quieren caer en el reduccionismo de reducir a trastornos psicopatológicos todas las conductas contrarias a la Ética, practicadas libremente.

5º Admitir la creatividad y la capacidad de elección

Se puede considerar un quinto logro de la Psicología Humanista el haber reconocido la capacidad de elección y de creatividad frente a concepciones psicológicas mecanicistas y deterministas preponderantes en los años cincuenta y sesenta del siglo XX.

Los iniciadores del movimiento de la Psicología Humanista –diferentes entre sí en sus concretas teorías psicológicas y psicoterapéuticas– compartían su clara discrepancia sobre los enfoques mecanicistas y deterministas predominantes en su entorno. La conducta humana consistía siempre, según esos enfoques, o en reacciones a partir de estímulos, siguiendo las leyes del condicionamiento clásico u operante (conductismo), o en la expresión o transformación de dos impulsos de base psicofisiológica (psicoanálisis).

Tal como muchos autores destacaban el poder de esos factores en toda trayectoria vital humana, daba la impresión de que se implicaba una imagen de “hombre robot” (o de organismo meramente reactivo) (Bertalanffy, 1976), y de que resultaba difícil admitir la posibilidad de decisiones lúcidas y libres, a no ser que se tratase de vidas humanas excepcionales y que habrían requerido largos años de un psicoanálisis o una psicoterapia profunda. Concepción que Murray en su crítica la describió con claridad en la forma que ya se señaló anteriormente, cuando se negaba a aceptar el ser humano entendido en forma determinista como una computadora, un niño o un animal, y en que no hay “ningún fundamento en absoluto para la menor esperanza de que la raza humana pudiera salvarse de la fatalidad a la que hoy se enfrenta” (Murray, cit en Bertalanffy, 1976, pp. 216.).

El biólogo y teórico de la ciencia Ludwig von Bertalanffy –creador de la Teoría General de los Sistemas– que, a pesar de las características de su entorno científico, se mantuvo al margen de todo reduccionismo fisiológico al explicar el psiquismo humano, se lamentó del determinismo implicado en la mayoría de las teorías psicológicas de su época.

El modelo de hombre como robot ha sido inherente a todos los campos de la psicología y la psicopatología, y a teorías y sistemas por lo demás diferentes o antagónicos: a la teoría de E-R del comportamiento, a la teoría cognoscitiva en lo que ha sido llamado el “dogma de la inmaculada percepción”, a las teorías del aprendizaje –pavlovianas, skinnerianas, o con variables de por medio–, a diversas teorías de la personalidad, al conductismo, el psicoanálisis, los conceptos cibernéticos en neurofisiología y en psicología, y así sucesivamente (Bertalanffy 1976, p. 200).

Y se congratuló de las primeras aportaciones de línea humanista presente también en las escuelas neofreudianas y nuevos enfoques cognitivos, entre otros.

Así, resulta necesario un nuevo modelo del hombre, y en verdad va surgiendo lentamente de tendencias recientes en psicología humanística y organísmica. El hincapié en el lado creador de los seres humanos, en la importancia de las diferencias individuales, en aspectos que no son utilitarios y están más allá d los valores biológicos de subsistencia y supervivencia; todo esto y más está implícito en el modelo del organismo activo. Estas nociones son fundamentales en la reorientación de la psicología que se está presentando hoy; de ahí el creciente interés que despierta la teoría general de los sistemas en psicología y especialmente en psiquiatría.

En contraste con el modelo del organismo reactivo expresado por el esquema de E-R –la conducta como satisfacción de necesidades, relajamiento de tensiones, restablecimiento del equilibrio homeostático, interpretaciones utilitarias y ambientalistas, etcétera–, preferimos considerar el organismo psicofísico como un sistema primariamente activo. Creo que no hay otra manera de considerar las actividades humanas. Por mi parte, soy incapaz de ver, por ejemplo, cómo las actividades culturales y creadoras de toda índole pueden considerarse “respuestas a estímulos”, “satisfacción de necesidades biológicas”, “restablecimiento de la homeostasis”, y así por el estilo (Ibidem, pp. 202s.).

En la primera obra colectiva importante de autores implicados en el surgimiento de la Psicología Humanista –editada por James F.T. Bugental (1967), Challenges of Humanistic Psychology– no faltó un capítulo de Bertalanffy: The world of science and the world of value. En él se denunciaba los defectos de una educación –en sus distintos niveles, que no contribuía a formar personas libres, por centrar todas sus metas en lo utilitario, que al final tampoco tenía las consecuencias prácticas esperadas. Refiriéndose a una educación para el cultivo de la libertad y la vivencia personal de valores decía: “La meta de la educación […] no es producir autómatas sociales mantenidos en adaptación y sumisión por condicionamiento” (Bertalanffy, 1974, p 343).

Actualmente se puede afirmar que los presupuestos antropológicos mecanicistas y deterministas predominantes a mediados del siglo pasado han experimentado una notable disminución en las teorías principales del colectivo de los psicólogos. Los sucesores del conductismo, me refiero a los conductual-cognitivos y a los cognitivo constructivistas, han mantenido de aquél sus procedimientos metodológicos experimentales y observacionales, pero no aceptaron la marginación de los procesos mentales en sus investigaciones, y en su mayoría no comparten el rígido enfoque mecanicista y determinista de aquéllos. Asimismo, buena parte de los psicoanalistas –aunque eviten declararlo dada su veneración hacia su maestro Freud– se han ido distanciando notablemente de algunos de sus contenidos teóricos, entre otros de los que venían a anular –o casi– la capacidad humana de libertad. Así ocurrió ya por parte de Karen Horney, Erich Fromm, y Harry Sullivan, y antes que ellos, en Alfred Adler, Carl Jung y Otto Rank, importantes colaboradores de Freud que luego se separaron de él.

Estos autores (y podemos añadir a J.L. Moreno, y a los explícitamente implicados en la Psicología Humanista, por ejemplo May, Maslow, Rogers, Perls, Berne, y Lowen, entre muchos otros) todos ellos reconocen la relevancia de las experiencias emocionales de la infancia –derivadas de las conductas parentales– en la evolución posterior del sujeto, aunque sin embargo conceden un carácter no determinista a tales influjos. Atribuyen a Freud una visión excesivamente pesimista o fatalista sobre los efectos que puedan producirse en la trayectoria personal a partir de los errores de los padres, entre otros. En el tratamiento terapéutico, en la mayoría de estos autores, no importa mucho indagar qué pasó exactamente en el pasado infantil del sujeto, sino qué es lo que hoy percibe sobre aquel pasado, coincida mucho o poco con la realidad histórica.

Se ha hecho referencia a las corrientes cognitiva-constructivistas y neo-psicoanalistas como testimonios del distanciamiento de estos colectivos respecto a posturas mecanicistas y deterministas. Pero hay que considerar que en esta evolución han jugado un papel claramente preponderante –y de forma más explícita– una serie de los iniciadores del Movimiento psicológico humanista, y de los sucesivos creadores de modelos terapéuticos de esta línea.

 

Ejemplo de ello es la recuperación y revalorización –como antes se ha dicho- del potencial psicológico de la voluntad, con capacidad de decisiones libres, por parte de May (1985), Berne (1973), Assagioli (1989) entre otros. Y con ello también la recuperación del sentido de responsabilidad para poder experimentar el sentimiento sano de culpa (distinto de la culpa neurótica). Conceptos, tanto el de la voluntad como el del sentimiento sano de culpa, que habían desaparecido de la Psicología, hecho comprensible partiendo de la base de la inexistencia de una actividad libre en la conducta humana.

Suprimida la libertad –o reducida a un acontecimiento muy excepcional– desaparecía la creatividad, de la que decía que tenía la impresión de que cada vez ese término y el de autorrealización están más cerca, e incluso que podrían ser conceptos idénticos (Maslow, 1983b).

6º Reconocimiento de la variabilidad de las motivaciones

También hay que entender como un logro el haber reconocido la variabilidad de aquellas motivaciones que no dependen de los impulsos básicos psicofisiológicos.

La aportación de Allport sobre esta cuestión fue compartida por muchos psicólogos humanistas-existenciales. Distanciándose del psicoanálisis y del conductismo inicial, entendieron que no toda motivación de la persona adulta es evolución de una motivación presente ya en la infancia, sino que se admite la capacidad de la persona para ampliar intereses y motivaciones que no sean necesariamente los diferentes disfraces de una o dos pulsiones originarias. En el ser humano no se dan sólo necesidades, hay también aspiraciones. Estas son, en la persona madura, peculiares, vividas con fidelidad a sí misma, y componentes de su proyecto existencial.

7º Admitir la posibilidad de “metamotivaciones” en el ser humano

El concepto de metamotivación introducido por Maslow (1975, 1982, 1983a) coincide en parte con lo que Philip Lersch (1974) había denominado “tendencias transitivas”, que más allá de las tendencias de la vitalidad y del yo individual son tendencias genuinas del ser humano que no son coincidentes con sublimación de otras tendencias, sino que tienen entidad propia. En la práctica terapéutica se concreta en la distinción entre la persona que presenta una patología y la que presenta una metapatología. Se considera que esta patología es igualmente causa de sufrimiento y frecuentemente, como indica Fromm (1966), es reprimida por una cultura social neurótica, que condena el exceso de “biofilia” y las tendencias a la autorrealización –que van más allá de los límites que la sociedad puede digerir– con el aislamiento y la incomprensión.

Maslow tuvo que reconocer, en su etapa final, que no se cumplía en muchos casos su hipótesis de que toda persona que llegase a tener suficientemente atendidas sus necesidades básicas –fisiológicas, de seguridad, de afecto y afiliación, de valoración– pasaba de forma automática a experimentar las metamotivaciones. A la pregunta que le planteó Frick (1984) en una entrevista: “Creo que esto representa un cambio importante en su posición teórica. ¿Es así?”, Maslow le respondió:

Sí, es una sorpresa. Siempre supuse, como lo hizo Freud –quizá lo aprendí de Freud– que, si se descartaba lo inservible, y las neurosis y los desechos, etc., entonces la persona florecería y encontraría su propio camino. A veces me toca comprobar, en especial con los jóvenes, que no es así a veces (Frick, 1986, p. 52).

Considero de interés la hipótesis propuesta por Frick para dar respuesta a este incumplimiento de la teoría de Maslow, revisando la suposición de éste sobre el carácter más bien instintoide del paso a las metamotivaciones.

Frick propone un “modelo conceptual” del crecimiento personal, según el cual “una orientación conceptual centrada en conceptos que realzan el crecimiento altera la propia percepción de uno mismo y sus potencialidades” (Ibidem, p. 56). Se adhiere a la hipótesis de Weisskopf-Joelson (1968) que sostiene que el disponer de una interpretación de la vida a partir de algún sistema filosófico o de creencias facilita a ésta una estructura y significado. Frick propone cinco conceptos que considera importantes como orientadores para un incremento del crecimiento, en concreto: el individuo ideal, la autonomía, la vida como proceso, la integridad interpersonal y la comunidad, y el terreno transpersonal.

Dichos conceptos dan a conocer estas fuerzas latentes e inarticuladas y, una vez liberados, proporcionan una consciente influencia sobre su expresión y dirección. Así los conceptos que realzan el crecimiento devienen una fuerte fuerza motivacional para la auto-actualización, en su propio derecho (Frick, 1986, p. 57).

Esta hipótesis de Frick parece de especial interés para posibles investigaciones. Siempre y cuando no deje de incluir –precediendo o acompañando a la conceptualización– el recurso de la actividad imaginaria –de las visualizaciones mentales– dado su comprobado poder movilizador, superior al de los conceptos abstractos.

8º Destacar la importancia del proyecto vital

Otro acierto de la Psicología Humanista es el de haber concedido importancia al proyecto vital de la persona –consciente o inconsciente– y a la búsqueda de sentido.

Encontramos aquí otra experiencia humana a la que tanto los conductistas como los freudianos no concedían interés psicológico. En cambio el sector existencial de los psicólogos humanistas lo consideraron primordial, asumiendo las líneas básicas del pensamiento de May (1974, 1978, 1988) y Frankl (1978, 1988, 1990). Actualizando, de acuerdo con Rychlak (1988) la clasificación de las cuatro causas aristotélicas, y no limitándose -como ha sido muy frecuente al investigar las causas de las conductas psicopatológicas y de los cambios terapéuticos- a las causas “material” y “eficiente”, se concede relevancia, a las causas “formal” y, en especial, a la causa “final”.

El énfasis concedido a esta última nos aproxima a algunas teorías y aportaciones de Adler y se refleja, en el plano psicoterapéutico, en la importancia que concede a lo que el Análisis Transaccional denomina “análisis del guión vital”, incluyendo dentro de los objetivos globales de la psicoterapia -si es armónico con la demanda del paciente o cliente- la posibilidad de sustitución de un proyecto construido en forma rígida (lo que propiamente es el “guión”) o la ausencia de proyecto (ausencia de guión, o guión de “ir tirando” en términos analítico-transaccionales) por un proyecto flexible elegido desde la libertad y lucidez que en ese momento de su vida es capaz (“salirse del guión”, o “guión de triunfador).

En cuanto a la relevancia dada a la “causa formal”, se manifiesta en la práctica terapéutica a partir de la concepción de un modelo basado, ante todo, en un análisis del proceso (o “forma”), que el sujeto desarrolla para lograr aquellos objetivos, a semejanza de la perspectiva de la Psicoterapia de la Gestalt, la Psicología de los Constructos Personales de Kelly y la Psicoterapia Postrogeriana de Egan.

9º Admitir modelos terapéuticos abiertos

También hay que considerar un logro de la Psicología Humanista el haber admitido la posibilidad de modelos psicoterapéuticos metodológicamente integradores respecto a teorías y/o procedimientos de intervención, es decir, modelos terapéuticos como “sistemas abiertos”.