Tras medio siglo

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2. Contenidos esenciales de las psicoterapias humanistas

2.1 Decidida actitud de acogida del pluralismo de metodologías psicoterapéuticas

Aunque, como he indicado, el Movimiento de la Psicología Humanista estaba integrado por personas implicadas en variadas ciencias humanas e incluso artistas, hay que reconocer que la mayoría la constituían los psicólogos implicados en la psicoterapia, como también psiquiatras.

La decidida actitud de apertura a la experiencia característica de sus iniciadores dio lugar a que en sus Congresos se prescindiese de lo acostumbrado por parte de los de psicoanalistas y conductistas, en los cuales era casi imposible que fuera aceptada una propuesta de ponencia, comunicación, mesa redonda, etc., cuyo contenido no estuviese claramente enmarcado en uno de esos dos paradigmas psicológicos.

En el caso de la Psicología Humanista, desde sus comienzos fueron acogidos los portadores de las más variadas propuestas psicoterapéuticas o trabajos para el crecimiento personal. Esto dio lugar a que se abriesen las puertas de los congresos también a personas provenientes de Asia y otros continentes. Recuerdo que en ocasión de un congreso europeo de Psicología Humanista que tuvo lugar en Guilford (Inglaterra) en 1984, una de las principales ponencias fue presentada por un sabio indio de Estados Unidos, oriundo de una de las culturas aborígenes. Me llamó la atención, como un testimonio de respeto a la diversidad cultural, la atención con que escuchaban a ese maestro –creo que era un sioux– los participantes europeos de la sala, ingleses, alemanes, austríacos, franceses, belgas, italianos, etc. En aquel tiempo el presidente de la Asociación Europea de Psicología Humanista era el austríaco Arnold Keyserling, catedrático de Antropología Cultural en la Universidad de Viena, e hijo de un filósofo famoso por los escritos sobre sus viajes por todo el mundo.

Considero importante llamar la atención sobre el hecho de que gracias a la actitud de apertura acogedora respecto a los nuevos modelos terapéuticos, por parte de los congresos de Psicología Humanista en América y Europa, pudieron darse a conocer a muchos profesionales de la psicoterapia y/o el crecimiento personal las aportaciones de la Psicoterapia Gestalt de Fritz Perls, el Análisis Transaccional de Eric Berne, la Psicoterapia Centrada en la Persona de Carl Rogers, la Psicosíntesis de Roberto Assagioli, la Psicoterapia Existencial de Rollo May, y las nuevas aplicaciones del Psicodrama de Moreno, entre los más difundidos.

Respecto a la gran variedad de modelos y técnicas psicocorporales participaron en esos congresos representantes de la Bioenergética de Alexander Lowen, la Biosíntesis de David Boadella, el Análisis Corporal de la Relación y la Psicomotricidad Relacional de André Lapierre, la Conciencia Sensorial de Charlotte Selver, la Psicodanza de Marian Chace, el Grito Primal (o Terapia Primal) de Artur Janov, las Musicoterapias de E. Thayer Gaston y otros, el Rebirthing (o Respiración Consciente) de Leonard Orr, el Rolfing de Ida Rolf, el Somatanalyse de Richard Meyer, la Terapia del Grito y el Bonding de Daniel Casriel, la Expresión corporal de Patricia Stokoe, el Masaje Reichiano, el Masaje Californiano de Bernard Gunther y Molly Day, el Masaje Sensitivo de Claude Camilli, el Masaje Sensitivo Gestáltico de Margaret Elke. Sin olvidar la aplicación con finalidad terapéutica de algunas variantes del yoga –incluidos el Hata Yoga, el Pranayama, y la meditación–, el T’ai-Chi-Ch’uan, la Meditación Zen y la Meditación Dinámica de Bhagwan Shree Rajneesh, entre otras prácticas de origen asiático. Para una información completa sobre los fundamentos y variantes de las psicoterapias corporales –con sus respectivas posibilidades y limitaciones– y con una breve información sobre 110 modelos o técnicas, aparte de una mayor atención a unos pocos, véase la obra de Ana Gimeno-Bayón (2013): Un modelo de integración de la dimensión corporal en psicoterapia.

Además, pudimos conocer variadas psicoterapias con aplicación de técnicas con imágenes y fantasía, que además de su utilización en modelos ya citados como la Psicoterapia de la Gestalt, el Análisis Transaccional, la Psicosíntesis, y el Psicodrama, tienen un lugar especialmente prioritario en los modelos terapéuticos que he optado por denominar “oniroterapias” (véase Rosal, 2002 y 2013, pp. 124-175).

La mayoría de los creadores o profesionales de estos modelos y/o técnicas psicoterapéuticas pienso que deben estar agradecidos a que, gracias a haber podido propagar sus aportaciones y experiencias en congresos de Psicología Humanista –cosa que, para mayoría de ellos, hubiese sido casi imposible en congresos psicoanalíticos o conductistas– no hayan acabado reducidos a una serie de ghettos. Ahora bien, si se nos pregunta: ¿pueden considerarse incluidos en la Psicología Humanista todos estos métodos terapéuticos que han sido acogidos con respeto en sucesivos congresos y jornadas del Movimiento, o también en revistas o boletines de sus asociaciones? La respuesta correcta es que, para que puedan considerarse como tales, deben manifestarse en ellos las actitudes y postulados que constituyen el denominador común de las psicoterapias humanistas, es decir, deben mostrar un porcentaje elevado de concordancia con lo que coincidieron en rechazar y compartir los iniciadores del Movimiento, y a lo cual me he referido en 1.2. y 1.3. Aunque refiriéndome ahora explícitamente a la psicoterapia y no sólo a la psicología, concretaré más este punto en los apartados siguientes. Tengo el convencimiento de que una parte de los profesionales vinculados a modelos terapéuticos, que desde sus inicios fueron apoyados por el Movimiento de la Psicología Humanista, incluso representantes de las metodologías que han logrado mayor difusión y poder de convocatoria –como la Psicoterapia de la Gestalt, el Análisis Transaccional, la Psicoterapia Centrada en la Persona, la Psicosíntesis, la Bioenergética y, posteriormente, el Focusing de Gendlin– no pueden considerarse psicólogos humanistas. En cambio pueden encontrarse psicoterapeutas vinculados a modelos que se desarrollaron al margen del Movimiento de la Psicología Humanista, que podrían considerarse psicólogos humanistas. También pueden ser calificados como tales, psicoterapeutas anteriores al surgimiento institucionalizado de la Psicología Humanista, y que con sus enfoques teóricos o prácticos ejercieron una influencia importante sobre algunos de los iniciadores. Este es el caso, por ejemplo, de Alfred Adler, Carl Jung, Otto Rank, Karen Horney, Erich Fromm, J.L. Moreno y, en un orden teórico, los representantes de la Psicología Fenomenológica y la Psicología Existencial. Pienso que utilizando en un sentido amplio el concepto de psicoterapeutas humanistas, cabe aplicarlo también a éstos. Efectivamente, en ellos no se manifestaban los enfoques atomista, reduccionista, mecanicista, o determinista. No se centraban sólo en lo psicopatológico. No sobrevaloraban la importancia de una metodología científica concebida para las ciencias naturales, no vivían la vinculación a su escuela con actitud de “sistema cerrado”, y no se implicaron en las luchas de poder con la pretensión de que se impusiese en las Universidades y en la comunidad científica un paradigma psicológico como el único válido, obstaculizándose con ello el creciente pluralismo de vías para la psicoterapia o el crecimiento personal.

2.2. Tres contenidos destacables entre los identificadores de las psicoterapias humanistas

Ya hace más de treinta años manifesté y justifiqué en varios artículos (véase Rosal 1986a, 1986b) mi conclusión de que podían destacarse como características identificadoras importantes las siguientes tres: a) el concepto de crecimiento personal (o autorrealización), meta de las psicoterapias humanistas; b) la importancia prioritaria del cultivo de determinadas actitudes del profesional que contribuyan a la adecuada relación terapéutica; y c) la pluralidad y creatividad respecto a las técnicas o procedimientos de intervención.

Para una información más precisa sobre estos tres componentes importantes, a mi juicio, como denominador común de las psicoterapias humanistas, remito al contenido de esos artículos, que actualmente se encuentran incluidos en los capítulos 7, 8, 9 y 10 de mi libro –en colaboración con Ana Gimeno-Bayón– Cuestiones de Psicología y Psicoterapias Humanistas (2013). Para abreviar aquí la exposición me permito entresacar lo principal de los escritos citados.

2.2.1. El crecimiento personal, meta de la psicoterapia

¿Cuál es el objetivo común de las psicoterapias humanistas?

¿Se limita el terapeuta humanista a proporcionar la ayuda para la superación de los problemas concretos que sucesivamente le vayan presentando los clientes? Lo hará, si así lo desean éstos. Pero lo más probable es que la clarificación de sí mismos y los cambios experimentados hasta ese momento descubran al cliente la posibilidad de obtener, por un trabajo más profundo, una más plena recuperación y animación del proceso de crecimiento personal (también denominado de autorrealización, llegar a ser uno mismo, etcétera) que la obtenida a través de la terapia concreta realizada.

El concepto de crecimiento personal es más abarcativo que el de psicoterapia, aunque frecuentemente se utilicen como equivalentes. Nos encontramos aquí con un elemento relevante de los que integran el denominador común de las diversas psicoterapias humanistas, que hace referencia no sólo al objetivo del trabajo terapéutico sino también al objetivo último de la vida, según la antropología o ética implícita o explícita en los psicólogos humanistas. Objetivo que supone una clara contraposición de la Psicología Humanista con aquellos modelos terapéuticos que se limitan al logro de un estado homeostático. Estos modelos, de carácter biologista –como ya señaló Allport (1966)– atribuyen a la personalidad humana solamente las dos propiedades de sistema abierto que se encuentran en todos los organismos vivientes a saber: a) intercambio de materia y energía, y b) formación y mantenimiento de estados homeostáticos entendidos como “esfuerzo de equilibración de las presiones internas y externas, tendente a obtener un estado de equilibrio”. Olvidan las dos más propias del viviente humano: “aumento del orden en el transcurso del tiempo e interacción con el medio”.

 

Algunas teorías señalan acertadamente la tendencia de la personalidad humana a superar los estados fijos y elaborar un orden interior aunque sea a costa del desequilibrio. Así lo hacen las teorías de las energías cambiantes (capítulo IX) y de la autonomía funcional (capítulo X). Estas concepciones reconocen la existencia de un continuo incremento en los propósitos del hombre durante la vida y un efecto morfogénico sobre el sistema como todo. La homeostasis es una concepción útil para un estudio a corto plazo, pero es completamente inadecuada para explicar el tono integrador que existe en la orientación a un objetivo (Allport, 1966).

El proceso de crecimiento personal contribuye a suprimir una serie de tensiones superfluas, digamos “patológicas”, pero también contribuye a incitar nuevas tensiones consideradas saludables y concomitantes con la actitud creativa.

¿Qué se entiende en Psicología Humanista por “crecimiento personal”? Prescindimos aquí de detenernos en precisiones sobre las coincidencias y diferencias del significado de los diversos términos equivalentes utilizados en la Psicología Humanista. Quien parece haberse detenido más –entre los iniciadores o principales autores de la Psicología Humanista– en la descripción de este constructo es Abraham Maslow cuando se refiere a autoactualización. Aunque de hecho son muchos otros quienes lo han tratado, entre los que destacamos a Rollo May (1978), Carl Rogers (1961), y Charlotte Bühler (1972).

Según Yalom (1980), Maslow probablemente esté influido por Karen Horney (1955) y su concepto de autorrealización. De hecho ya el neurólogo Goldstein (1939 y 1940), el que probablemente más influyó en Maslow, había descrito el concepto de autoactualización. Anteriormente, entre los compañeros de generación de Horney, está Erich Fromm, que al describir lo que entiende por proceso de individuación y por interés en uno mismo, describe un proceso muy similar al anterior. De los contemporáneos de Freud, es el concepto de proceso de individuación de Jung lo más equivalente, sin descartar el proceso al que se refiere Otto Rank, cuando habla de las tres etapas de la vida de la persona que se realiza: la del conformista, la del neurótico, –Mac Kinnon propuso llamarlo conflictivo– y la del artista creador.

Dejamos de lado las descripciones que sobre el concepto de crecimiento personal han presentado Kurt Goldstein, Abraham Maslow, Carl Rogers, Karen Horney, Erich Fromm y Carl G. Jung, limitándonos a presentar las siguientes consideraciones de forma esquemática.

1. La consideración del ser humano como un conjunto singular e irrepetible de potencialidades que pueden ir desarrollándose y cuya realización constituye una aspiración explícita o implícita de todo ser humano, hipótesis sostenida por casi todos los psicoterapeutas humanistas o existenciales, tiene una historia ya antigua. Cuando Aristóteles utilizaba el término entelequia –lo cual, como advierte Ferrater Mora (1965) no lo hizo siempre de forma consistente– se refería al acabamiento del proceso de actualización de las potencialidades singulares del individuo. Compartimos aquí la equivalencia que Yalom (2011) señala entre autorrealización y la entelequia clásica.

2. El antecedente más destacable de este constructo de la Psicología Humanista, ya en un marco de psicología clínica, es el denominado por Jung proceso de individuación o camino de individuación, entendido como proceso de la evolución de sí mismo hacia el logro de la totalidad de la personalidad. Esto se alcanza cuando todos los pares de contrarios han sido diferenciados y cuando la conciencia y el inconsciente (en un sentido diverso al de Freud) se encuentran en viva relación recíproca. Jung cuenta con que la realización plena de nuestra personalidad es un ideal inalcanzable, pero, como todo ideal, no es propiamente un objetivo, sino un indicador del camino.

3. Además de las interpretaciones junguianas indicadas, podemos decir que la mayoría de los autores de la Psicología Humanista comparten las siguientes otras afirmaciones del mismo autor, aunque varíen los términos utilizados:

a) Individuación (o crecimiento personal) se diferencia claramente de individualismo, ya que lo primero no tiene que ver con una actitud ególatra, sino con el logro de la propia particularidad: “Individuación significa hacerse individuo, en tanto que por individuo entendemos nuestra más íntima, última o incomparable particularidad“ (Jung, 1933).

b) Constituye un proceso espontáneo, natural y autónomo.

c) Todo sujeto humano tiene la potencialidad para poder vivirlo constituyendo la obra creadora más importante.

d) Constituye el paralelo psíquico del proceso de crecimiento y transformación del cuerpo con la edad, siempre que no sea obstaculizado o encubierto por alguna decisión consciente o inconsciente perjudicial, a partir de factores ambientales.

e) En el trabajo psicoterapéutico –y también en otras situaciones especiales– puede ser estimulado, intensificado, hecho consciente, vivenciado y elaborado, facilitando en las personas el “acabamiento” de su ser.

f) Este trabajo terapéutico, que supone una activación interna de los contenidos del inconsciente, relaja todas las polaridades y a través de la psique desorganizada profundiza hasta alcanzar el núcleo interno o “uno mismo” (cfr. Jacobi, 1959).

4. Los impulsos básicos y biológicos sólo pueden motivar plenamente la actividad de personas gravemente perturbadas. En las otras personas se dan siempre actividades que no pueden ser explicadas exclusivamente a partir de tales móviles, sino a partir de la tendencia a la autorrealización (o crecimiento personal).

Siguiendo a Goldstein (1940) y Allport (1966), en la Psicología Humanista prevalece claramente la teoría de las “motivaciones variables”.

5. Más que tratarse de que haya de producirse un ejercicio y desarrollo armonioso de todos los potenciales del psiquismo humano –cognitivos, emocionales, conativos, etc.– interpretamos que de lo que se trata, en Psicología Humanista, es de que todos estos potenciales estén disponibles para la libre decisión de ser o no actualizados. Este carácter de elección de una parte del potencial humano para su desarrollo (siempre que lo que no se actualice dependa de la propia decisión) queda resaltado en el sector existencial de la Psicología Humanista.

6. La psicoterapia –como ya se indicaba en los asertos junguianos– se entiende generalmente como un proceso de recuperación de las capacidades anuladas y como un permiso para obtener otras nuevas perspectivas de desarrollo.

7. Entre los aspectos o potenciales a recuperar en el proceso de autorrealización se incluyen aspectos normalmente considerados infantiles en muchos marcos culturales, como son entre otros la capacidad lúdica creativa, el pensamiento intuitivo y “mágico”, y la facilidad para el contacto físico y placentero (concomitante con la ternura), no entendido como manifestación de sexualidad pregenital inmadura.

8. Entre los obstáculos principales para el crecimiento personal se destacan: el miedo al dolor y en especial el miedo a perder la vida, el miedo a la soledad, y factores socio-culturales obstaculizadores de la vida creativa en sus diversas manifestaciones en la percepción, las emociones, las motivaciones, el pensamiento, la conducta expresiva, el trabajo, el amor, etcétera. La primacía de los factores culturales, como ocasionantes del fracaso del crecimiento personal, queda resaltada no sólo en Fromm y Horney, sino también en Maslow, Rogers, Berne, Perls, etcétera.

9. En la corriente existencial de la Psicología Humanista se ha revalorizado el concepto de culpa sana entendida como el sentimiento derivado de la distorsión perceptiva, incomprensión y desatención de nuestras necesidades y las de nuestros semejantes, es decir nuestra conducta obstaculizadora del crecimiento personal propio y ajeno. No se trata de un sentimiento proveniente de “introyecciones” parentales o culturales, sino de percibirnos con capacidad de elegir. Sus efectos no son patológicos sino constructivos: la conciencia de las propias limitaciones, la sensibilización respecto a nuestros semejantes, y el aumento de creatividad en nuestro crecimiento personal (May, 1958). Con ello no se descarta el hecho, ya muy investigado, de la existencia de sentimientos patológicos de culpabilidad, o culpa neurótica.

10. La actitud creadora es un elemento muy destacado del crecimiento personal. Para Maslow (1975) es la característica más universal de todas las personas en avanzado grado de autorrealización a las que estuvo analizando. Es una potencialidad fundamental de la naturaleza humana que se encuentra en todo individuo desde su nacimiento. Su desarrollo requiere, más que unos rasgos característicos de la personalidad, una vivencia más o menos profunda de encuentro con uno mismo y con el otro. La interpretación freudiana de la creatividad que la reduce a una manifestación del comportamiento humano provocada por estados neuróticos o psicóticos o derivaciones de las pulsiones de la agresividad y la sexualidad es rechazada como interpretación de la creatividad genuina y aceptada únicamente en relación con las manifestaciones degradadas de la misma.

11. Esta actitud creadora se manifiesta y realiza en la capacidad para vivir el momento presente –el “aquí y ahora”-. La evasión hacia el pasado o el futuro aparecen como signos de neurosis para evitar el contacto con la angustia que produce la realidad del momento.

Todo el conjunto de la Psicoterapia Humanista se orienta hacia un facilitar el implicarse con la actualidad temporal y espacial, como una manera de enraizar a la persona en la realidad, prescindiendo de clichés adquiridos para percibirla, sentirla y actuarla, haciéndole consciente de todo el potencial presente en cada momento para responder de ella.

Si bien todos los modelos terapéuticos de la Psicoterapia Humanista consideran como un punto crucial del crecimiento personal esta capacidad, es probable que de modo explícito sea la Psicoterapia Gestalt la que ha realizado mayores aportaciones en este sentido. Levitsky y Perls sitúan entre las reglas de la terapia gestáltica lo que llaman “el principio del ahora”, acerca del cual afirman:”La idea del ahora, del momento inmediato, del contenido y estructura de la experiencia actual, es uno de los principios más vigorosos, fecundos y escurridizos de la terapia gestáltica” (1973, pp. 144s.).

Por su parte Berne, desde el Análisis Transaccional, expresa esta misma preocupación de esta forma:

la conciencia de las cosas requiere vivir en el aquí y el ahora, y no en otra parte, el pasado o el futuro (... ) La pregunta decisiva es la siguiente ‘¿Dónde está la mente cuando el cuerpo está aquí?’ (...) La persona consciente está viva porque sabe cómo siente, dónde está y cuándo es (1966, pp. 191s.).

Por lo demás, podemos encontrar una gran cercanía entre las metas de las diversas terapias humanistas con la de la psicoterapia existencial que, con palabras de Villegas:

No se plantea como meta propia el bienestar social o la adaptación de los individuos a la moral pública, sino la autonomía existencial de la persona (...). Las diversas psicopatías son consideradas en la tradición existencial como formas inauténticas de existencia, como estancamientos o vacíos existenciales, como defensas o negaciones del ‘ser-en-el-mundo’, renuncias o pérdidas de la libertad (Villegas, 1982, prefacio).

Posteriormente, he optado por ofrecer la siguiente definición:

Entiendo por crecimiento personal el proceso por el que se va logrando de forma singular e irrepetible el desarrollo armonioso del conjunto de potencialidades de todo ser humano, y el ejercicio jerarquizado y también armonioso de la pluralidad de tendencias y aspiraciones que animan su existencia, todo ello en coherencia con un proyecto existencial flexible (adaptado a las diferentes circunstancias y edades de la vida), elegido de forma lúcida, libre y nutricia (respecto a uno mismo y a los otros), en concordancia con los valores nucleares de la persona, y abierto a la posibilidad de una realidad transpersonal.

 

2.2.2. Prioridad de las actitudes del psicoterapeuta respecto a las

técnicas

Me limito aquí a nombrar solamente –salvo una aclaración– las once a las que me referí (1988 y 2001):

a) Considerar al cliente como una personalidad singular e irrepetible.

b) Confianza en las capacidades psíquicas del cliente para un comportamiento creativo en el proceso terapéutico.

c) Ser consciente de los límites de todo modelo psicoterapéutico.

d) Conciencia de las propias limitaciones psíquicas (del terapeuta) y de la necesidad de cuidado de sí mismo.

e) Evitación de la actitud de Salvador (en el sentido en que el Análisis Transaccional acuñó este término).

f) Actitud no favorecedora del establecimiento de una neurosis de transferencia entre terapeuta y cliente.

g) Apertura o receptividad respecto a cualquiera de las dimensiones de la conducta del cliente, y a las vivencias emocionales y cognitivo-intuitivas de la creatividad del terapeuta.

h) Comprensión empática.

i) Resonancia de la experiencia del cliente en el terapeuta, que, sin confundirse con él, deja que se amplifique en su propia persona desde todos los niveles -dimensión corporal y emocional incluidas- para profundizar en las dos actitudes anteriores.

j) Consideración positiva incondicional o calidez no posesiva.

k) La congruencia o autenticidad.

2.2.3. Pluralidad y creatividad tecnológica

2.2.3.1. Integración de procedimientos verbales, imaginarios y psicocorporales

Es aquí donde se ha hecho más patente la actitud metodológicamente integradora de la gran mayoría de las psicoterapias humanistas. Una excepción puede ser la Psicoterapia Centrada en la Persona, de Carl Rogers, por el hecho de que en ella se prescinde de la aplicación de técnicas en la sesión terapéutica. Aunque cabe afirmar que al menos el ejercicio mismo de las actitudes del terapeuta reclamado por Rogers y sus peculiares y breves intervenciones verbales, ya vienen a constituir una técnica, si se permite utilizar aquí este término.

Es sorprendente el hecho de que, a pesar del carácter prioritario que se concede en general, en las psicoterapias humanistas, a las actitudes del terapeuta (siendo muy valoradas las propuestas por Rogers), por encima de las técnicas, se haya manifestado una fecunda creatividad tecnológica. Asimismo ha ido en crecimiento un estilo de sesiones terapéuticas –en mayoría de los modelos o escuelas– no limitados a la vía de comunicación verbal –reconociéndose la indudable importancia de saber cómo escuchar y qué decir, por parte del terapeuta– sino también las vías de la integración de la actividad imaginaria y la dimensión corporal en la sesión terapéutica.

Tanto por parte del Análisis Transaccional –principalmente desde la Escuela de la Redecisión del matrimonio Goulding– como por parte de la Psicoterapia Gestalt, ha sido mayoritaria una actitud de influencia recíproca –en este caso no sólo en lo tecnológico, sino también en lo teórico- y la integración de variadas técnicas imaginarias y psicocorporales procedentes de otros modelos terapéuticos. Esta actitud metodológicamente integradora se ha manifestado en buena parte de los psicoterapeutas humanistas. Aunque inicialmente fue objeto de críticas –en parte, ciertamente, por culpa de la forma descontrolada con la que algunos terapeutas llevaron a cabo la combinación de técnicas– actualmente ya aparecen psicoterapeutas cognitivos y psicoanalistas que se desmarcan de su clásica posición de exclusivismo autosuficiente en sus procedimientos terapéuticos.

En el caso del modelo terapéutico creado por Ana Gimeno-Bayón con mi colaboración, que denominamos “Psicoterapia Integradora Humanista”, y que venimos aplicando desde hace más de treinta años, integramos técnicas –verbales, imaginarias o psicocorporales– procedentes de más de veinte modelos terapéuticos. Sin embargo, hemos rechazado la integración de técnicas cuya sola aplicación implicaría la aceptación de teorías sobre la personalidad humana, la psicopatología, etc., incompatibles con los principios de la Psicología Humanista. Por otra parte, consideramos aceptable integrar algunas técnicas de modificación del comportamiento y de la Psicoterapia Cognitiva, para el tratamiento de algunos problemas específicos.

Procedimientos que combinan lo verbal, lo imaginario y lo psicocorporal, relevantes en las psicoterapias humanistas, son los que podemos considerar inspirados o derivados del Psicodrama de Moreno. Este autor, anterior al surgimiento de la Psicología Humanista, fue el primero en subrayar que es distinto narrar una experiencia personal por parte del paciente, que volverla a experienciar –con ayuda de la imaginación y la expresión corporal– en la sesión terapéutica. Son mayoría los psicoterapeutas humanistas que consideran que los momentos de la sesión con mayor potencia de cambio ocurren preferentemente en la fase experiencial, más que en la informativa. En estos momentos, según el Análisis Transaccional, la persona se está expresando desde el estado del yo Niño Natural o el Pequeño Profesor, más que desde el estado Adulto del yo, que también actuará en otro momento, por ejemplo para planificar la ejecución de lo “redecidido”.

2.2.3.2. Preferencia de lo “experiencial” respecto a lo informativo. La dramatización

El carácter preferente que ha venido teniendo en las sesiones terapéuticas humanistas la actividad experiencial respecto a la meramente informativa puede haber sido la causa de que en algún país se esté, al parecer, generalizando la denominación “psicoterapias experienciales” en sustitución de “psicoterapias humanistas”.

Podemos considerar que los trabajos de tipo “dramatización” que, como he dicho, tienen sus orígenes en el Psicodrama de Moreno, y ayudan a “experienciar” situaciones emocionales dolorosas del pasado, el presente, o el futuro temido o deseado, con intervención de lo verbal, lo imaginario y lo psicocorporal, constituyen un elemento clave de muchas sesiones terapéuticas humanistas. Las técnicas gestálticas del “diálogo con los aspectos escindidos del yo”, y del “diálogo con la silla vacía” (que mayoría practicamos no con sillas sino con cojines en el suelo, para conectar más fácilmente con el “estado Niño del yo”) fueron denominados por Schutzenberger (1980) “autopsicodrama imaginario” y constituyen un prototipo de procedimiento de intervención humanista experiencial. Tiene aplicación tanto en situación terapéutica grupal como individual, como también individual en grupo, que es una modalidad frecuente en la psicoterapia grupal humanista. Por otra parte, en situación grupal, son muchos los terapeutas humanistas que recurren no pocas veces a procedimientos procedentes del psicodrama de Moreno.

No me detengo aquí en señalar ejemplos de técnicas psicocorporales, considerando suficiente la relación de modelos de esta línea a los que ya me he referido, como tampoco en indicar ejemplos de variantes de técnicas con imágenes. En cambio, quiero referirme a tres elementos importantes en el trabajo terapéutico humanista.

2.2.3.3. El uso del espacio y los elementos materiales

Es habitual en la Psicología Humanista desarrollar la práctica terapéutica grupal en un espacio con pocos objetos decorativos con la finalidad de conseguir una focalización de la atención en lo que está ocurriendo en ese momento.