Teotihuacán: Recinto espiritual de curación física

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Como estaba inmersa en confusión, empecé a pensar en una explicación lógica para poder consolarme. Yo necesitaba encontrar una explicación para calmar la ansiedad que sentía ante las preguntas que mi cabeza tenía, y así poder reconciliarlo con mis sentimientos.

No podía relacionar lo que me había pasado cuando era niña con lo que me estaba pasando en el presente. No podía conectar con lógica todos estos sucesos. Tampoco entendía cómo había logrado saber con certeza todos los síntomas y la conducta de Sofía a través de los sentimientos que viví durante la visualización mental. No podía creer que podía «ver» con lo que sentía. Esto no podía ser lógico y, por lo tanto, no podía ser real. Y empecé a confortarme pensando que lo que había pasado era un «extraño fenómeno» o una simple «coincidencia sin trascendencia alguna». Y que tal vez esto no podía ser reproducido nuevamente. Pero cuando pensaba de esta manera, lo que sentía adentro de mí empezaba a ir en contra de lo que había deducido con la lógica de mi cabeza.

Con mis emociones, sentía que lo que estaba pensando no era cierto. No me di cuenta de que la duda entre lo que pensaba y lo que sentía me creaba inestabilidad mental —confusión— y estrés —tensión fisiológica—. Esta inestabilidad mental y fisiológica se expresaba a través de pensamientos mixtos, de angustia física y de depresión emocional. Como la duda estaba presente constantemente en mi mente, la necesidad de comprobar si lo que me había pasado era verdadero o falso, también se encontraba simultáneamente presente en mi comportamiento. La verdad era que la duda de mi cabeza me estaba tentando constantemente. La duda me forzaba a usar la razón para investigar si lo que sentía o pensaba era cierto o falso por medio de preguntas. La necesidad de comprobar estaba establecida en mí, de una manera obsesiva por la inseguridad en que mi cuerpo y mi mente se encontraban. Física y mentalmente, yo estaba viviendo más con los pensamientos racionales de mi cabeza, que con los sentimientos de mi corazón de niña.

Con esta duda, empecé a tratar de pensar en la posibilidad de lo que pasaría si pudiera repetir esta visualización. Mi cabeza me decía que era imposible, pero el corazón me decía que podía ser. De alguna manera, yo sentía que iba a volver a repetirlo.

La realidad era que quería conocer la verdad de lo que me había pasado con seguridad. La representación de la energía brillante y amarilla que contemplé en la sangre de Sofía me había impresionado. Yo me repetía en la cabeza que no podía haberla inventado, porque simplemente cuando la noté, ni siquiera estaba pensando en verla. Yo no estaba planeando percibir o ver algo así en mi mente.

Como no pude explicar con lógica el origen de mis emociones y mis visiones, empecé a pensar que lo que percibí podía haber sido una «alucinación». Y empecé a buscar más explicaciones para poder vivir con estos sucesos en mi vida, sin aceptar la ayuda de Dios como verdadera. Sin darme cuenta de una manera consciente, en mi cabeza con mis ideas y razones, vivía negando la existencia de Dios. Nunca noté que mi conducta, en realidad, estaba reflejando la falta de fe que yo tenía en él. Mi conducta y manera de pensar estaba diciéndome que, en realidad, yo era una atea. Con mis ideas y mis razones, Dios no era real, no podía existir. Y la idea de creer en un «Dios» para mí era ridícula.

En mi cabeza, pensaba que creer en Dios era solamente para personas ignorantes. No para intelectuales como yo. En mi cabeza no había Dios. Todos estos pensamientos de negación me hacían creer que yo era dominante, pero a la vez me deprimían. Automáticamente y sin notarlo conscientemente, me encontraba inmersa en un estado con sentimientos de tristeza y falta de confianza que no entendía con la razón. Mi mente poseía un vaivén de ideas y emociones encontradas. Esta inestabilidad mental me provocaba inseguridad en mi conducta. Yo no entendía esta división en mí misma. Mi corazón me decía que sentía dolor, mientras mi cabeza me decía que todo estaba bien.

La verdad era que la falta de confianza en mis sentimientos después de que fui sexualmente asaltada, afectó significantemente mi conducta como adolescente y después como adulta. Nunca me di cuenta de que, en el momento de hacer decisiones importantes para mi vida social, yo no utilizaba mis emociones para distinguir lo que era bueno o malo, sino mis razones de lo que pensaba era adecuado o inadecuado. Yo automáticamente ignoraba mis emociones a través de la razón.

Con el uso de la razón, sin saberlo, yo arriesgaba el futuro de mi vida social y humana como si estuviera actuando en un juego de azar con cada decisión importante que tomaba. Las probabilidades de que yo acertara correctamente eran menos del cincuenta por ciento. La realidad era que yo utilizaba el instinto de conservación para dirigir mi vida y mi conducta, y no los sentimientos humanos para encontrar la felicidad emocional que anhelaba.

No me había dado cuenta de una manera consciente que la división que sentía entre mis pensamientos y en mis sentimientos era real en mí. Para mi cabeza todo era igual. Yo respondía al medio de acuerdo con la conveniencia y comodidad. De esta manera, mi cabeza aprendió a seleccionar información sin tomar mucho en cuenta las emociones. Por lo tanto, siempre usaba el instinto para poder tolerar cualquier situación de estrés.

Toda esta conducta reflejaba que me encontraba mentalmente acondicionada a resolver problemas, de la misma manera en que aprendí a solucionar el asalto sexual.

Yo, en la soledad de mis pensamientos y bajo la confusión que experimenté por la violencia sexual que sufrí, no advertí de una forma total y consciente que la realidad era que solucionaba todos mis problemas con una inmadurez emocional de una niña de catorce años, y no la de una adulta.

La verdad era que como carecí de consejos y dirección, cuando todo el asalto me sucedió, esta fue la única manera que tuve para aprender a sobrevivir el dolor emocional que sentía en ese momento.

Este comportamiento de origen instintivo fue enfocado a sobrevivir el ataque físico del perpetrador. Posteriormente, se convirtió en una conducta adoptada por mi subconsciente, manifestada en mi mente por medio de mis pensamientos, debido a que nadie me ayudó de una manera emocional y físicamente secuencial para corregir esta acción de enfoque mental hacia el instinto. Y fue de esta manera que los pensamientos del instinto se materializaron en mi mente y simultáneamente en mis acciones físicas como respuesta a esta carencia emocional. Todo este problema se reflejaba en mi comportamiento.

Esta condición instintiva quedó perpetuada en mi mente, por la propagación de pensamientos que nacieron del miedo que experimenté en la realidad. Mi organismo tenía que sobrevivir un ataque externo. El sentimiento de confianza tenía que ser disminuido por instinto a través de pensamientos, no por emociones. La separación mental de este sentimiento era necesaria, porque este acontecimiento de violencia perturbó el sentimiento de seguridad físico y emocional en mi cuerpo y en mi mente al mismo tiempo.

Como no se resolvió este problema de una manera física y emocional después de que sucedió, sino bajo la soledad, mi miedo y la confusión racional a través de mis propios pensamientos y con la ignorancia e inmadurez de una niña; este hecho se manifestó como una inestabilidad entre mis emociones y mis pensamientos a nivel mental, para propagarse/reflejarse después en todo mi organismo.

Nadie me dio un ejemplo físico o emocional a seguir para poder salir de este estado de inseguridad y estrés constante en mi mente de manera inmediata. Entonces, esta inseguridad se manifestó a través de mis pensamientos y después en mis acciones.

La verdad es que el organismo humano está programado naturalmente para adaptarse como respuesta al medio que lo rodea para poder existir, de manera similar a otras formas de vida (3-5). Es lógico que, actuando de esta manera, yo lograría salir triunfante o viva de esta situación. Mis emociones humanas no iban a defender mi cuerpo, sino mi instinto de conservación física, reflejado en mi lógica intelectual, en mis pensamientos y en los movimientos de mi cuerpo físico.

Yo no conocía que la mayoría de los niños que padecen un asalto sexual, sienten y piensan al mismo tiempo de manera similar a sus agresores. En la mente de los niños que han padecido abuso sexual el instinto de sobrevivencia física no les permite pensar que son víctimas ante el perpetrador, sino iguales en ese momento (6).

Debido a la falta de demostraciones emocionales —ejemplos de consuelo, afecto, arrepentimiento y perdón— y a la falta de una dirección adecuada en términos racionales —ejemplos de protección física, separación entre acciones correctas e incorrectas— para calmar mi mente, y recuperar la confianza que perdí en el medio ambiente en que me encontraba; el juego de poder que mi instinto estableció a nivel mental para poder sobrevivir estaba gobernando y tratando constantemente de recuperar este sentimiento de seguridad perdido de una manera involuntaria.

La única manera de recuperar esta seguridad en términos físicos era a través de pensamientos de competencia generados por el instinto para poder sentirme «a cargo y en control» y, por lo tanto, segura físicamente bajo cualquier situación de cambio o de estrés. De esta manera es como el cuerpo físico puede adaptarse y así tolerar el ambiente para poder subsistir.

Las preguntas constantes —multiplicadas— en mi cabeza fueron una manifestación de mi estado de protección instintiva —animal—. Mi mente se encontraba en constante estado de alerta para asegurar mi integridad física y mi existencia en ese momento. La creación de la duda o la desconfianza por este acto en este lapso no tiene la finalidad de eliminar el dolor emocional en el ser humano de manera permanente, sino atenuarlo de manera automática para proteger el cuerpo físico en ese instante y sobrevivir.

 

Debido a que no tuve consuelo emocional, ni pude ver actos de protección física o seguridad, inmediatamente después de que el ataque sucedió, este comportamiento de estrés y de inseguridad —duda— se estableció en mi mente de una manera adaptada a mi cuerpo. Es decir, se perpetuó y se amplificó en mi personalidad con el tiempo (7-10). Los pensamientos negativos que se formaron por este acto —culpabilidad y vergüenza— deprimían las emociones —sentimientos de estima propia— en mi mente de manera instantánea (11-15).

Yo no conocía que todo este comportamiento era el resultado del hecho de no haber recibido atención emocional y física a tiempo para resolver el problema de asalto sexual que padecí cuando era una niña, y que los pensamientos de culpabilidad y vergüenza eran los responsables de acrecentar mi desconfianza y mi depresión mental (12,16, 16a).

Yo no entendía que el evento de abuso sexual que había vivido a los catorce años tenía la fuerza necesaria para poder modificar mi biología y mi comportamiento con el tiempo (8-22). Tampoco conocía que un evento de este tipo podría afectar la función de mi memoria y de mi personalidad con el tiempo (23-31). Yo no sabía ni me había dado cuenta de que todo este evento de violencia física y negligencia me ocasionó el padecer de una enfermedad mental conocida como estrés postraumático (32).

Días después de la visualización de Sofía, mi madre me platicó un sueño que había tenido días antes de que yo pudiera visualizarla. La razón de la acción de mi madre al platicarme este sueño estaba fundada en sus sentimientos. Ella me dijo que comprobó que este sueño contenía información importante, y pensó que tal vez, yo podría usar esta información para el beneficio de Sofía y muy posiblemente podría usarlo para poder ayudar a los demás.

Mi madre me dijo que este sueño lo tuvo la misma noche en que ella le había orado a Jehová por la salud de mi tía Ana María porque ella se encontraba enferma de una úlcera estomacal y tenía molestias constantes. Debido a esto, mi madre se preocupaba. Como mi madre era creyente en Jehová, siempre le estaba orando a él por la salud y la protección de otros.

Mi madre me dijo que después de haberle pedido a Jehová ayuda para que mi tía Ana María recobrara su salud, se fue a dormir. Y esa noche tuvo este sueño que ella aceptó como una visión de él por la lucidez con la que lo experimentó. La explicación que mi madre me dio para aceptar este sueño como tal, fue que sintió que la información que recibió estaba llena de emociones y conocimientos al mismo tiempo. Ella creyó que no podía haber inventado todo lo que vio por sí misma, porque carecía de conocimiento consciente sobre el tema en el que ella soñó.

Durante este sueño, mi madre contempló que mi tía Ana María fue recostada sobre una mesa y escuchó «¡Pronto, ultrasonido!» y posteriormente, fue colocada en una silla de piedra. Esta silla de piedra se encontraba cerca de una de las esquinas de la pirámide del Sol, en el sitio arqueológico de Teotihuacán, México. Este sitio arqueológico está localizado aproximadamente a unos cincuenta kilómetros al noreste de la Ciudad de México (33).

Durante este sueño, mi madre experimentó conocimiento acerca de la enfermedad que padecía mi tía Ana María y el conocimiento sobre su curación. Ella distinguió que mi tía padecía una úlcera cancerosa y maligna. Mi madre instantáneamente comprendió también que, en este sitio arqueológico, Teotihuacán, mi tía Ana María iba a recibir curación.

Al mismo tiempo que mi madre recibió esta información, mi madre contempló la manera de cómo la imagen de mi tía Ana María absorbía una intensa luz blanca y brillante que emanaba de este sitio —silla de piedra— precisamente en el área del estómago en donde se encontraba la úlcera maligna.

Días después de haber tenido este sueño, mi madre observó que las molestias físicas de mi tía Ana María disminuyeron considerablemente, hasta el grado de desaparecer sin ninguna explicación lógica. Automáticamente, mi madre vinculó este sueño con esta realidad. Mi madre pensó que esto había sucedido, debido a una intervención divina porque le había orado a Jehová . Por esta razón, mi madre creyó que, en las pirámides de Teotihuacán, las personas podían ser sanadas. Ella también pensó que, en este lugar, Teotihuacán, yo podría ser capaz de encontrar la respuesta para ayudar a Sofía a sanar. Mi madre me dijo que yo podía hacerlo, si yo lo deseaba. La razón que tenía mi madre para pensar de esta manera se basaba en el hecho de que yo pude ver, localizar y conocer todo lo relacionado a la enfermedad de Sofía, cuando nadie más conocía el diagnóstico en el momento en que yo realicé la visualización.

Mi madre me señaló que, si yo poseía la experiencia de haber vivido todas estas situaciones a través de la visualización, entonces, seguramente, podía encontrar el remedio de la misma manera. Mi madre confiaba en que Jehová me iba a ayudar si yo se lo pedía.

Cuando mi madre me dijo todas estas cosas, yo ya no sabía si creerla o no. Yo no estaba segura acerca de lo que ella me estaba diciendo. Yo no creía que la existencia de Dios pudiese ser verdadera o probada. Y empecé a pensar con la cabeza y no con el corazón. Comencé a pensar acerca de la razón por la cual mi madre me estaba pidiendo hacer la visualización.

Primero, pensé que mi madre estaba actuando como una fanática religiosa. Después, mi cabeza me estaba preguntando que, si todos estos acontecimientos que mi madre experimentó durante el sueño eran ciertos, entonces ¿por qué mi madre me estaba pidiendo hacer algo que ella únicamente había experimentado y no yo? Yo deducía que la verdad era que ella tuvo la revelación acerca de Teotihuacán, no yo. Yo no entendía con razón por qué ella me estaba compartiendo esto si yo nunca había tenido revelaciones sobre este sitio. Y tampoco entendía como un dios judío estaba relacionado con Teotihuacán si éramos católicos y este lugar era considerado como un lugar pagano.

En mi cabeza, yo no daba por cierto que lo que había vivido en la visualización era en realidad una revelación dada por Dios de manera consciente, voluntaria. Yo no me acordaba de la certeza que sentí cuando le oré a Jehová y le pedí que me dejara ver la enfermedad de Sofía usando tan solo la vehemencia de mi corazón —voluntad— a través de la intención —pensamiento— que yo tenía para ayudar a los demás.

Como yo no me acordaba de lo que había sentido, empecé a creer que lo que mi madre me pedía hacer no tenía lógica. Y automáticamente me sentí forzada por ella. Yo pensé que ella me estaba obligando a creer en algo que yo no entendía. Después, pensé que mi madre me estaba pidiendo algo que yo no quería hacer. Finalmente, me estaba preguntando por qué siempre me sentía forzada cuando ella me pedía algo.

Como no quería hacerlo, porque no entendía la lógica de sus pedimentos, me resistí a complacerla nuevamente, usando las excusas de siempre. Le dije a mi madre que estaba cansada mentalmente, porque no entendía la razón por la cual tenía episodios de escritura automática en lenguajes que no conocía. También le dije que me sentía incómoda, porque no entendía la razón por la cual yo había podido ver la enfermedad de Sofía, para agregar su pedimento encima de todo lo acontecido. Le dije que estaba fastidiada de buscar explicaciones lógicas, sin encontrar algo que tuviera sentido real para mí.

Sin embargo, debido a la duda que tenía acerca de lo que percibí durante la visualización de Sofía, accedí al pedimento de mi madre. La razón era que la energía amarilla que había contemplado como la enfermedad de mi prima me había sorprendido a nivel racional. Como yo estaba segura de no haber inventado esta visión, tenía la duda de saber si realmente todo lo que había visto era cierto o falso. Y por un instante, pensé que podría comprobar si lo que mi madre me decía era real o no.

Adentro de mí, yo deseaba tener más visiones. El ímpetu con el que deseé esto fue real. Después pensé que esto podía ser posible, si al menos lo intentara. Sin darme cuenta, nuevamente estaba cambiando de pensar y proceder, cuando pensaba a través de mis emociones.

Poco después de que mi madre me había sugerido visualizar de nuevo a Sofía para localizar la solución en Teotihuacán, casi toda la familia —mi madre, padre, primos y tíos— se reunieron para orarle al padre de Jesús. Esto me pareció ridículo; porque no sabía si este medio —la oración a Dios— era el adecuado o no. En mi cabeza, yo pensaba que era imposible. No podía creer que, orando, pudiéramos encontrar una solución física a este problema que parecía muy concreto, a través de la razón. Sin embargo, como mi intención me estaba guiando a ayudar a Sofía, traté de cambiar mi conducta y mis pensamientos reiteradamente.

Después de que todos le oramos a él para invocar su ayuda, empecé a llamar el espíritu de Sofía con mi mente, usando de nuevo el nombre de Jehová de por medio, como lo había hecho anteriormente. Cuando estaba haciendo esto, mi madre me interrumpió con la pregunta acerca de las pirámides de Teotihuacán. Me pidió buscar la respuesta ahí. Como su pregunta me sorprendió, yo automáticamente me negué a continuar la visualización. Yo sentí que mi madre me estaba exigiendo, no pidiendo. Automáticamente, me sentí forzada y estaba buscando razones en mi cabeza para no continuar con la visualización. En mi razón, no podía encontrar la lógica de lo que estaba haciendo y mi cabeza me estaba diciendo con ideas de no confiar en lo que mi madre me decía. Por alguna razón que no entendía, yo no me podía sentir cómoda con lo que ella me pedía. Yo no estaba segura acerca de la existencia de Dios como verdadera. Y empecé a dudar sobre la intención de mi madre. La razón era que yo sabía que la persona que había experimentado el sueño sobre Teotihuacán era ella y no yo. Por lo tanto, esto me excluía de seguir su sugerencia. Yo no entendía por qué mi madre me obligaba a experimentar algo que yo no había valorado como verdadero en mí misma. Ni entendía la conexión con Jehová o Teotihuacán.

Con todos estos pensamientos, yo ya no recordaba que la verdadera intención de mi madre había sido de ayudar a Sofía. Yo no recordaba que mi madre había dado por cierto que Dios me había dado un don para ayudar a los demás, y yo no reconocía que ella me estaba tratando de guiar para poder utilizarlo.

Yo pensaba que mi madre me estaba usando, y como pensé de esta manera, me resistí nuevamente a continuar con la visualización. No me sentía segura de lo que estaba haciendo.

De repente, algo inesperado ocurrió. Uno de los primos que estaba presente, cuando estábamos solicitándole a Jehová la respuesta, mi primo Pablo, comenzó a hablar. Y empezó a dar la respuesta acerca de las pirámides de Teotihuacán. Este hecho me sorprendió. Yo no podía creer que ahora no únicamente mi madre, sino también el resto de mi familia estaban actuando sin lógica. Pensé por un momento que todos estábamos actuando bajo una psicosis colectiva y como fanáticos religiosos y lunáticos.

Inesperadamente, Pablo comenzó a describir una visión. En esta imagen, Pablo contempló a Sofía en una de las esquinas de la pirámide del Sol en Teotihuacán. En un instante, Pablo recibió la información acerca del día, la posición, el tiempo de exposición y la hora en que Sofía debería de estar colocada en esta pirámide. Por alguna razón que yo no entendía en ese momento, toda esta información era importante para que Sofía sanara. La información que Pablo recibió concluía que, de esta manera, Sofía sanaría de su condición.

Pablo también mencionó que Sofía tenía que asistir a la otra pirámide que se encuentra en el mismo sitio arqueológico de Teotihuacán, la pirámide de la Luna.

Al dar por conocida esta información, mi madre automáticamente le preguntó a Pablo de cuestionar la razón por la cual Sofía debía de atender a esta pirámide también. Mi madre quería conocer la causa por la cual Sofía tenía que pasar a ambas pirámides y no exclusivamente a una.

La respuesta instantánea que Pablo recibió fue que «lo que le afectaba al cuerpo, le afectaba al alma de igual manera y, por lo tanto, la pirámide del Sol simbolizaba el cuerpo y la pirámide de la Luna simbolizaba el alma».

Yo no entendía esta separación —cuerpo y alma— porque, para mí, todo era lo mismo en mi cabeza. Yo tampoco creía en la existencia del alma como verdadera. Yo no daba por cierto o entendía que los sentimientos humanos que existían en el hombre encarnaban en realidad el espíritu de Jehová, su consciencia.

 

Debido a que yo no entendía y tampoco daba por verdadera la separación entre el cuerpo y el alma del hombre pensé que, si esto realmente existía, entonces yo podría comprobarlo. La manera en que pensé era la más adecuada para probar esto fue usar la razón.

Después de recibir esta información, la voz de mi madre se dirigió hacia donde yo estaba sentada y me pidió de participar en esta sesión de búsqueda. Yo estaba confundida. Yo no sabía si lo que estaba presenciando era cierto o falso. En mi cabeza, yo tenía dudas acerca del origen del testimonio de Pablo.

Como mi madre me pidió participar y yo en verdad tenía la intención de querer ayudar a Sofía, en mi ansiedad, empecé a tratar de pensar diferente. Le pedí a Dios que me ayudara para poder recibir la respuesta en mi mente. Empecé a orarle a Dios y, al mismo tiempo, traté de controlar la duda que sentía, pensando en que yo podía ayudar a Sofía. Y cuando logré apacentar los pensamientos de imposibilidad que me asaltaban, momentáneamente fui capaz de preguntar y de recibir la respuesta de manera instantánea sobre la dieta que Sofía debía de seguir para disminuir sus molestias, pero no estaba segura. Sin embargo, como aún me encontraba contrariada por lo que había presenciado en mi primo Pablo, se me dificultaba distinguir entre lo que sentía y lo que pensaba al recibir esta información. Pensé que estaba inventando y automáticamente me sentí inadecuada por esta razón. Me sentí mal interiormente, porque pensé que para Dios yo no era nada y, por lo tanto, yo no podía recibir nada de él. De repente y sin saber la causa, comencé a experimentar pensamientos de culpa y de resentimiento en contra de Pablo. El instinto de mi cabeza con ideas empezó a decirme que Pablo quería ser más que yo. Mi cabeza me dijo con ideas de competencia que Pablo estaba recibiendo la respuesta directamente del padre de Jesús, Jehová y yo no, porque yo era menos que Pablo, yo no existía para Dios. Y en ese momento, inesperadamente, mi cabeza empezó a recordarme el asalto sexual que sufrí por parte del padre de mi primo Pablo. Mi cabeza me dijo con ideas que Pablo quería ser más que yo y, por lo tanto, yo no debería de permitir que él triunfara sobre mí. Entonces el instinto de mi cabeza empezó a decirme que lo que hizo Pablo al preguntar y al recibir la respuesta de Dios era algo que yo quería hacer primero que él. Y mi cabeza me dijo que yo podía destruir a Pablo si yo quería. Que nada más tenía que decirle la verdad acerca de lo que su padre me hizo. Y que tenía que decirle que su padre había querido abusar de mí cuando era niña y que, con estas palabras, lo destruiría.

Yo, al darme cuenta de todos estos pensamientos malintencionados que me asaltaban, empecé a tratar de controlarlos usando la misma razón que tenía para ocultar la verdad. Empecé a decirle a mi cabeza que yo no iba a hablar. En mí, yo sentía que tenía la responsabilidad de proteger a mis primos y a mi padre de esta verdad, sin pensar en mi hermano. Sentí que estos pensamientos de hacerle daño a Pablo eran malos y, además, yo no quería recordar el asalto que había sufrido, sino olvidarlo, aunque no sabía cómo hacerlo porque siempre acababa presentándose en mi mente.

Yo no entendía por qué mi mente estaba actuando así. Mi mente estaba dividida entre pensamientos buenos y malos, y estaba tratando de competir ante las acciones de Pablo con maldad. Adentro de mí, empecé a sentir compasión por Pablo. Sentí que él no era el responsable del acto que había cometido su padre en contra mía. Sentí que su padre era el culpable y que yo tenía como enmienda la responsabilidad de la protección de la familia porque yo había sido una débil y había ocultado la verdad de lo que me pasó desde un principio. Yo me sentía culpable y avergonzada por este hecho. Y empecé a ignorar las ideas destructivas de mi mente en contra de Pablo con las mismas razones de culpabilidad y vergüenza que tenía en mí. Los sentimientos de compasión por Pablo y los pensamientos de culpabilidad y vergüenza que sentí fueron más poderosos que la razón de envidia que mi cabeza me dijo tener para competir en contra de Pablo. Y por todos estos pensamientos, me contuve de actuar como mi instinto lo estaba planeando. Yo no conocía que, en realidad, el origen de estos pensamientos de envidia se había originado a causa del rencor que se había formado en mí por el acto de abuso físico y por la falta de perdón que no experimenté por no haber vivido un acto de arrepentimiento por parte del perpetrador hacia mí y que, en ese momento, ya se estaba reflejando en mi conducta hacia los demás.

Cuando estaba inmersa en todos estos pensamientos, nuevamente Pablo comenzó a hablar y a decir que, durante el tratamiento de Sofía, ella tenía que poner agua en el lugar en que iba a recibir curación. Esta agua debía de durar toda la semana.

La explicación era que el agua iba a recibir energía consciente para sanar después de orarle a al padre de Jesús, Jehová. El agua iba a actuar como un medio simbólico de curación física y emocional entre Dios y nosotros, para el restablecimiento físico y espiritual de Sofía. Pablo indicó que, durante esta oración, los padres de Sofía tenían que dar por cierto que ella estaba sanando, sin lugar a duda. Y que tenían que confiar —sentir y dar por verdadero, sin duda— en la curación de Sofía como real ante Dios. Sin saberlo, Pablo había dado la explicación de lo que significaba tener fe en Dios enfrente de todos. Pero yo no pude entenderlo, no sentía lo que Pablo decía.

Con mi razón, yo no me daba cuenta de la importancia que esta explicación pudiese tener durante la sanación de Sofía. No podía entender el significado de la palabra fe con lógica o con razón. Yo pensé que fe era creer algo sin sentir vehemencia o emoción alguna, que tal vez era solo la definición de religión. Yo tenía razones para pensar de este modo. Las razones eran que todo lo que yo quería hacer lo podía planear en la cabeza y hacerlo sin la necesidad, según yo, de sentir nada adentro de mí. Y de algún modo, pensé y estaba segura de que las demás personas que me rodeaban actuaban de la misma manera que yo.

No me di cuenta de que las ideas que creamos con la cabeza únicamente pueden ser materializadas a través del afán interno de hacerlas realidad. Nada puede hacerse verdadero si no existe voluntad propia para lograrlo, una intención.

Yo tampoco entendía cuál era el significado de utilizar agua durante este tipo de curación y no otro tipo de elemento. Yo sentía la necesidad de esclarecer este misterio y entenderlo para poder aceptarlo como verdadero. Yo no daba como verdadero que el símbolo del agua para muchas culturas antiguas representaba el elemento primordial en donde se encuentran basadas todas las historias de la creación del mundo. Yo no daba por verdadero que, para estas culturas pasadas, el agua simbolizaba el reflejo del alma, el medio de la curación y la purificación física y espiritual y representa la palabra de Dios, y, al mismo tiempo, la salvación a través de la limpieza espiritual (34). Para mí, todas estas explicaciones no poseían sentido alguno en mi razón. No había sentimiento en las palabras para mí.

Durante este evento de visualización, Pablo describió las instrucciones de cómo Sofía debía de colocarse en las pirámides —método o programa—, y mencionó que yo debería de orar y de pedirle a Dios por su curación al mismo tiempo que los padres de ella le estaban pidiendo a Dios. Pablo me dijo que yo estaba a cargo de este compromiso ante él. Esta información sorprendió a mi lógica.

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