Teotihuacán: Recinto espiritual de curación física

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La realidad era que precisamente porque no mostré la verdad de mi abuso, los pensamientos de destrucción y la semilla de la duda de mi cabeza fueron incorporados en mi mente, en mi alma y en mi vida desde ese momento. Únicamente con la intención y la violencia que el perpetrador manifestó para poder abusar de mí, y la carencia de apoyo emocional en un momento de confusión entre mis sentimientos y pensamientos; fui confinada a vivir lejos de mis sentimientos de distinción entre lo bueno y lo malo, radicados en mi corazón, para vivir bajo las razones, las preguntas y las dudas del instinto de sobrevivencia de mi cabeza como un adulto, cuando, en realidad, era tan solo una niña.

CAPÍTULO II

El don

Un año después de que fui sexualmente asaltada —año 1981—, empecé a tener un sueño recurrente y lúcido, el cual duró aproximadamente hasta la edad de diecisiete años —desde el año 1981 hasta principios del año 1984—. Durante este sueño, yo podía verme estudiando un gran libro, y junto a mí, veía a un hombre actuando como si fuese mi maestro. Este maestro tenía una edad alrededor de los cincuenta o sesenta años y poseía una gran personalidad. Yo podía apreciar su fuerte complexión física y, a su vez, todo su ser manifestaba un gran sentimiento de confianza, sabiduría y serenidad a través de sus penetrantes ojos de un bellísimo tono en color azul. Cuando él hablaba en mis sueños, siempre sentía adentro de mí que él sabía lo que yo estaba pensando y sintiendo por la manera en la que él me miraba.

Cuando él se daba cuenta de que yo no estaba poniendo atención a lo que él me enseñaba, me recordaba la falta de tiempo que yo tenía porque, según él, el tiempo para aprender lo que había en el libro era muy corto.

En varias ocasiones, traté de tomar control sobre este sueño e intenté hacer trampa y pretendí estar estudiando, cuando en realidad, estaba mirando a todos lados, como si fuera una niña jugando. Pero a pesar de todos mis esfuerzos por engañarlo, nunca lo conseguí. Él se daba cuenta de que yo estaba distraída e inmediatamente me empezaba a preguntar qué era lo que yo estaba estudiando. Él me preguntaba de una manera específica, con la cual no podía responder, porque en realidad, yo no estaba poniendo atención a lo que estaba leyendo. Su insistencia conmigo cuando me interrogaba me demostraba que él sabía lo que yo andaba haciendo. Él conocía que, en realidad, yo no estaba leyendo lo que se suponía tenía que leer y aprender.

Durante estos sueños, él me decía que, si yo no lograba entender lo que leía en el libro, entonces él me ayudaría a comprenderlo, explicándome con ejemplos para que así yo pudiera ser capaz de razonar y recordar su contenido al mismo tiempo. Y agregaba que lo único que yo tenía que hacer era pedírselo.

La parte más frustrante de este sueño era que una vez que despertaba de él, yo no podía recordar el contenido del libro que había leído. Mi cabeza no podía recordar exactamente lo que yo estaba estudiando.

En pocas ocasiones, solamente recordaba fragmentos que no tenían ningún sentido para mi lógica. Estos fragmentos eran nombres de personas que yo no conocía, y fechas de nacimiento. Algunos nombres y apellidos eran de personas extranjeras.

Un día les comenté a mis padres estos sueños. Mi madre me dijo que tal vez estos sueños provenían de la voluntad de Dios. Yo, automáticamente, ignoré lo que ella me dijo. Por alguna razón, yo pensé que ella estaba confundida y que estaba inventando. Pensé que mi madre era una fanática religiosa, y que posiblemente, andaba mal de la cabeza al pensar de esta manera.

Entonces, mi padre me sugirió que posiblemente, el libro que yo veía en mis sueños formaba parte del libro de la vida de Dios. Ante esta frase, me empecé a burlar de lo que mi padre me había dicho. Yo estaba convencida en mí misma de que, para Dios, yo no era importante. Ya había deducido en mi mente que yo a Dios no le importaba porque en realidad, él no existía y, por lo tanto, no podía darme nada. Pero en ese momento, una parte en mí que no entendía con razón sintió melancolía. Esa parte estaba deseando que Dios se acordara de mí. En mi razón, yo no entendía por qué de repente había experimentado esta emoción sin sentido lógico en mí misma. Esta emoción fue tan intensa, que me hizo dudar de lo que pensaba con conocimiento. Y de esta manera, pensé que los sueños que tenía tal vez podían ser importantes para mí. Después de todo, pensé que no tenía una razón evidente ante mis ojos para tener esta clase de sueños. Pero inmediatamente después de pensar esto, mi cabeza me decía que tenía que recordar el día de mi asalto sexual; mi cabeza me decía que estos sueños no podían provenir de Dios.

Más tarde, empecé a experimentar eventos constantes de escritura automática en diversos lenguajes que no conocía de manera consciente. Los episodios de escritura automática principiaron a mediados del año 1984, una semana antes de escoger la carrera que quería estudiar en la universidad de México.

Cuando estaba pensando en qué era lo que quería hacer con mi vida, empecé a pensar en encontrar la razón por la cual yo tenía estos sueños recurrentes. En ese momento, pensé y simultáneamente deseé poder recordar al menos un párrafo del libro que veía en mis sueños. Pensé por un momento con lógica que, si lograba recordar al menos un fragmento, entonces yo podría ser capaz de entender el motivo por el cual se originaba este sueño recurrente. Con mi razón, pensé que este fragmento me ayudaría a resolver este «enigma».

Tan pronto como pensé y deseé ver este libro en mi mente, una visión del libro apareció enfrente de mis ojos. El libro estaba flotando ante mí y solamente un párrafo estaba revelado, lo demás, se encontraba difuso y no podía leerlo. Yo me di cuenta de que era una visión, y que físicamente no existía en mi realidad. Mi cabeza, por alguna razón, pensó que esto no estaba sucediendo. Pensé que yo estaba inventando. Pero en mi corazón, sentí una impresión poderosa de verdad en él. Algo adentro de mí me dijo que era importante, pero con mi razón, yo no estaba tan segura de ello y no podía entenderlo. El párrafo no estaba escrito en el idioma español, mi lengua materna, sino en inglés.

Después de escribir en un papel lo que había visto, la visión del libro desapareció. Y con el papel en la mano, corrí a buscar el diccionario de inglés-español para poder traducir lo que apunté. Cuando lo traduje, encontré que este mensaje tenía sentido lógico. El mensaje que descifré decía: «Con el transcurso del tiempo, el estilo de vida en el hombre continuará propagando más tribulación por el mundo. Y muchos mexicanos, sinceros de corazón, darán testimonio de ello».

Emocionada por lo que traduje, yo sentí que lo que había experimentado era verdadero. Instantáneamente, pensé que era real. Aunque usando la razón, no pude comprender el significado de lo que había leído en el párrafo de este libro. Con mi razón, no entendía cuál era la causa de lo que me había pasado. No podía ni siquiera imaginar o pensar que el deseo que había experimentado adentro de mí había ocasionado que este sueño se materializara ante mí de una manera no física, sino mental. La verdad era que como lo había deseado con la vehemencia de mi corazón —voluntad— a nivel consciente, sin notarlo, este pedimento se había hecho verdadero en mi mente y en mi realidad física para poder «verlo».

Entonces, corrí a decirles a mis padres lo que me había pasado. Mi madre pareció entender y creer en lo que yo les había relatado. Mi padre me miró con incredulidad y desconcierto.

Una semana después de este evento, intenté reproducir lo que me había acontecido. En mi mente, pensé por un momento que esto era imposible y que solamente la idea de «volver a repetirlo» era ridícula. Pero con el corazón, sentí y deseé que pasara otra vez. Con esta intención adentro de mí, y con el sincero deseo de que me ocurriera de nuevo, me senté en el sofá de la sala de mi casa. Y usando la cabeza con lógica, traté de recrear las condiciones en las cuales me había sucedido esta visión, porque pensé que esto tal vez era importante. Escuché música instrumental y empecé a relajarme y a meditar. Pero como no estaba segura de repetir esta experiencia otra vez, empecé a usar la lógica para negar esta posibilidad. Sin embargo, volvió a ocurrir de la misma manera, pero en esta ocasión el párrafo que leí estaba escrito en el idioma francés. Después de consultar el diccionario para traducir este párrafo, encontré nuevamente que muchas palabras tenían sentido. Pero decidí tirarlo a la basura, porque pensé que estaba inventando, y que posiblemente me estaba volviendo loca.

Días después de este episodio, empecé a sentir un dolor en la sien derecha de mi cabeza, a manera de latido. Este latido no desaparecía con analgésicos. En mi corazón, sentí que esto era algo bueno, mi cabeza nunca supo la razón por la cual yo lo sentía. Mi cabeza empezó a dudar acerca del origen de este dolor. Para mí, no era lógico y no tenía razón de ser. Yo nunca había experimentado dolores de cabeza ni padecía de migrañas.

Cuando yo ya no podía soportar este latido en mi sien, sentía la necesidad de buscar un bolígrafo y un pedazo de papel para poder escribir. Y de este modo, la escritura automática se manifestaba en mí. Sin motivo consciente alguno, yo sentía la necesidad de escribir. Para mi cabeza, no tenía sentido lógico cuando estaba actuando así. Pero una vez que acababa de escribir, los latidos de mi cabeza se detenían. Era como si los latidos me estuvieran indicando la necesidad de escribir palabras que yo no entendía con mi razón. Adentro de mí, yo sentía que no estaba inventando lo que hacía. Y no podía entender el mecanismo lógico por el cual yo experimentaba todo esto.

Mi padre, viendo que estos episodios se repetían con frecuencia, decidió enviarme con un psiquiatra. Con sus dudas y su miedo por mí, porque pensaba que yo me estaba volviendo loca, yo automáticamente empecé a sentir miedo en mi razón. Pero en mi corazón, yo me sentía confiada en que lo que me pasaba, y estaba segura de que era verdadero.

 

Mi padre fue muy claro en sus palabras conmigo, y empezó a convencerme de atender al médico psiquiatra sin que yo protestara. En mi corazón, yo sentí que mi padre no estaba seguro de que yo le estuviera diciendo la verdad. Mi familia estaba preocupada por mi salud mental debido a lo que estaba haciendo —escritura automática— y a otras «visiones» que había experimentado.

Por ejemplo, en una ocasión, cuando estaba meditando y tratando de resolver lo que me sucedía con respecto a la escritura automática, tuve una visión que me sorprendió y que no entendí en ese momento. En esta visión, pude contemplarme como si yo fuera una niña jugando alrededor y adentro de lo que parecía ser una fuente circular, hecha de piedra. Esta fuente tenía en el centro una figura que había visto antes en numerosos emblemas y libros heráldicos, pero yo no conocía su significado. La figura central en esta fuente era una flor de lis (Fig. 1, ver apéndice de figuras). En ese entonces —año 1984—, yo no conocía que esta flor era en realidad una representación de la flor de lirio y que su simbolismo se encontraba plasmado y distribuido a nivel mundial en la antigüedad. Yo ignoraba que su diseño se había encontrado desde los cilindros mesopotámicos, así como bajo relieves asirios y egipcios. También se encontraba plasmado en ropas de origen indonésico, en los emblemas japoneses, y que se encontraba dibujado también en el templo de los caracoles emplumados en la antigua ciudad de Teotihuacán, México. Yo no conocía que su simbolismo estaba asociado al árbol de la vida y a la resurrección en muchas culturas antiguas (1). Y que, en la ciudad de Teotihuacán, esta flor representaba a la ciudad misma y a su vez, a los cuatro rumbos del universo con su centro circular. Un símbolo antiguo que señalaba a Teotihuacán como el centro del universo expresado en forma de flor. Durante esta visión, también pude observar a un hombre alto y joven parado enfrente de esta fuente y de mí, vestido de árabe y usando un turbante. Él me estaba contemplando y me sonreía, porque yo estaba jugando alrededor de la fuente y pretendiendo esconderme atrás de la flor para que él no me viera. En ese momento, pude percibir que este hombre me estaba cuidando. Todas estas visiones se las platicaba a mis padres.

Yo me sentía confundida, porque no entendía la razón por la cual nadie me creía. Adentro de mí, yo sentía que no estaba inventando. Yo estaba segura de no haber planeado estas visiones.

En mi cabeza, con mis ideas y mis razones, también tenía miedo de encontrarme negando la posibilidad de que ellos —mi familia— tuvieran la razón.

Después de todo, pensé que las personas que tenían trastornos mentales decían que no estaban enfermas. Yo pensé con la cabeza, en la posibilidad de que podría estar actuando o sintiendo equivocadamente.

A pesar de todo lo que dudaba, mi madre siempre me dijo que ella me creía. Pero por alguna razón que yo no entendía, mi cabeza me hizo dudar acerca de las intenciones de mi madre. Yo no podía sentir si mi madre era sincera o no cuando me decía esto. Por alguna razón, pensaba que nadie me creía y que estaba sola. No podía entender por qué no podía sentir seguridad en lo que mi madre me decía sentir.

Entre todas las dudas de mi familia y las mías acerca de la posibilidad de estar trastornada mentalmente o no, viví y sobreviví el dolor emocional que estas muestras de desconfianza me causaban consolándome con razones lógicas. Pero en mi cabeza, yo no podía resolver con lógica lo que me estaba pasando. Y empecé a pensar que, con el tiempo, esto se solucionaría por sí solo. Y que todo iba a estar bien.

Al mismo tiempo que mi padre estaba tratando de hacer una cita con el psiquiatra para que yo lo consultara, una pariente lejana llamada Sofía se enfermó.

Sofía vivía a ocho horas de la Ciudad de México, en la ciudad de Guadalajara, Jalisco. Fue entonces cuando mi madre me pidió que la visualizara o que la imaginara con mi mente para poder detectarle el problema de salud física que ella padecía.

La idea de mi madre surgió a partir de un curso de un método de control mental al que habíamos asistido juntas —en mayo de 1982— en la Ciudad de México. Este método de control mental, conocido como «Método Silva», tiene como objetivo el aprendizaje y el dominio de la relajación, solución de problemas de salud, uso creativo de la imaginación y fortalecimiento de la autoestima a través de técnicas de meditación y visualización mental (2). Estas técnicas fueron desarrolladas por José Silva en los Estados Unidos de Norteamérica en 1944, y fueron dadas a conocer públicamente en 1966.

Entonces, tratando de recordar el curso de control mental al que había asistido con ella, empecé a analizar si lo que mi madre me pedía poseía lógica.

Como persona intelectual, yo no podía establecer con seguridad la existencia de alguna conexión real entre los métodos de visualización a distancia junto con el estado de salud de las personas. No conocía con seguridad si a través de estas técnicas de visualización, yo podía «ver o detectar» con certeza los problemas en la salud de otros individuos, o podía hacer algo o no para ayudarlos.

Yo no me había dado cuenta de que había perdido la capacidad de distinguir simultáneamente entre lo que sentía y lo que pensaba con seguridad, debido al evento de asalto físico que padecí cuando era una niña. Sin embargo, pude ver que cuando mi madre visualizaba a los demás, ella lograba captar el estado de salud y la manera de ser de una manera muy acertada en personas que ella no conocía. Mi madre, a diferencia de las demás personas que habían tomado este curso de control mental en ese momento, era capaz de percibir sin equivocación cómo era la gente, teniendo solamente en su mente el nombre y la edad de ellas de una forma muy clara. Y aunque yo no entendía la manera de cómo ella lo lograba, decidí intentarlo por mí misma, guiada por sus consejos. Yo conocía que las creencias de mi madre estaban basadas en la capacidad mental del ser humano y en Dios. De alguna manera, yo no quería hacer lo que ella me pedía, porque no encontraba lógica o entendimiento racional en estas ideas, y, además, por alguna razón que no comprendía en mi mente, yo sentía que mi madre me estaba obligando a actuar cuando yo no lo deseaba. Yo advertía también que las ideas de mi madre estaban enfocadas a la creencia de curaciones espirituales y a la intervención divina. Y como yo conocía la manera en que ella pensaba, yo me negaba a acceder a sus pedimentos, por las dudas que tenía en ella y acerca de la existencia de Dios como verdadera.

La verdad era que cada vez que ella me pedía hacer algo yo se lo negaba, porque me sentía obligada, y esto me hacía sentir automáticamente incómoda. No me di cuenta de que este comportamiento era, en realidad, una condición del daño que sufrió mi subconsciente, como respuesta al hecho de que mi madre me exigió a ir con el perpetrador cuando yo no lo deseaba y a permanecer en silencio en contra de mi voluntad, cuando fui molestada sexualmente.

La verdad era que yo había perdido el sentimiento de confianza en mí, en mi madre y en todo lo que me rodeaba. El rencor que se había formado por la falta de justicia que sentí a causa de cómo se había manejado el acto del perpetrador, se había extendido en contra de mi madre, de mí y de los tíos que no me protegieron. Y usando explicaciones lógicas, excusé mi falta de interés por complacer a mi madre, con la mentira de que me sentía agotada. Le dije que mentalmente me sentía exhausta, debido a lo que estaba haciendo y percibiendo —escritura automática/visiones—; para que después de todo, ella me asignara sus demandas sobre la preocupación que decía sentir por Sofía.

En mi cabeza, yo tenía una razón para excusar mi comportamiento. La razón era la duda que tenía sobre los sueños recurrentes, las visiones del libro que no podía resolver con mi lógica, y la manera incomprendida en la que yo dudaba de mi madre y de Dios.

Usando el sentido común, no sabía si estas visiones eran verdaderas o falsas. En mi corazón, sentía que eran verdaderas, pero en mi cabeza, eran ilógicas y no tenían razón de ser reales.

Sin embargo, mi madre insistió tanto que finalmente accedí a complacer su petición. Y acordé en visualizar a Sofía de la manera en que mi madre me lo sugería.

Mi madre me aconsejó que, durante la visualización de Sofía, yo debería de creer y pensar verdaderamente —o sea, dar por cierto en mi mente— que ella —Sofía— se encontraba enfrente de mí como si fuese una realidad en ese instante.

En mí, por alguna razón, esta parte no fue difícil de realizar, porque siempre pensé que poseía la voluntad —fuerza interna, decisión— para hacer lo que fuera. Pero después, mi madre me pidió que le orara y que le pidiera a Dios, usando su nombre, Jehová, para que él me ayudara. Con esta última sugerencia, yo no estaba de acuerdo porque me sentía incómoda al pensar en Jehová. Mi cabeza estaba confundida entre lo que sentía y lo que pensaba acerca de él. Yo me sentía insegura. La verdad era que yo no creía en la ayuda divina como cierta. Yo tenía la duda. Y aunque mi madre siempre me decía que lo que se hacía en espíritu se convertía en verdad, yo no le creía, porque no entendía sus palabras

Pero a pesar de mi confusión, una parte de mí que no entendía con lógica tenía el deseo interno de ayudar a los demás, y todavía sentía la presencia de Dios. Y sintiendo solamente esa parte, sin saber, me doblegué mentalmente a pensar de manera diferente, y empecé a orarle a Dios usando como apoyo lo que sentí. Con esta intención, empecé a pensar y a creer que podía lograr lo que mi madre me pedía hacer. Pensé que esto podía ser posible. Y sin notarlo de una manera consciente, los sentimientos y los pensamientos de crédula, empezaron a guiar mi voluntad —el sentimiento del deseo verdadero interno para ayudar a los demás—, para confiar en Dios.

En realidad, lo que estaba haciendo cuando sentía la verdad de las intenciones que poseía para poder ayudar a otros era dominar los pensamientos egoístas del instinto; para poner el sentimiento de los demás, primero que el mío. Sin saberlo conscientemente, con esta actuación, lo que en realidad yo estaba practicando era el sentimiento de confianza, el sentimiento de fe en Dios y en mis emociones. Yo estaba actuando con fe.

Mi cabeza pensó por alguna razón, que yo podría estar inventando, y que tal vez lo que pensaba hacer no era bueno. Pensaba que la posibilidad de que algo pasara en realidad era dudosa y tal vez… imposible. Y también pensaba que posiblemente podría estar perturbada porque en la realidad era físicamente absurdo «ver» a las personas de esta manera, y que iba a hacer el ridículo enfrente de todos.

Mi cabeza pensó que estaba actuando sin lógica o sin sentido común. Pero como decidí acceder a la petición de mi madre, y logré pensar de manera diferente cuando decidí pensar en los demás y no en mí misma. Simultáneamente, también tomé la decisión voluntaria de orarle a Jehová, como mi madre me lo había pedido. Y cuando oré, percibí que mis emociones se fortalecían. Empecé a pensar nuevamente de una manera positiva, porque creí que podía lograr la visualización de Sofía para poder ayudarla. Con lógica pensé que, si Dios era real, entonces verdaderamente él me ayudaría a encontrar lo que padecía Sofía.

Después de haber pensado esto, de repente en mi corazón y con mis emociones yo sentí que él estaba ahí. Y como sentí su presencia, pensé que podía lograr lo que fuera. Y usando mis emociones junto con mi deseo de buena voluntad —deseo interno de ayudar a los demás— llamé al espíritu de Sofía por su nombre, usando de por medio el nombre de Jehová en mi oración. En ese momento, pude ver en mi mente a una niña situada enfrente de mí. Esta imagen en mi mente me causó sorpresa. Mi cabeza no sabía con seguridad si esta imagen era real o no. Pero en ese momento, yo decidí pensar y creer que era real, tal como mi madre me lo había pedido. Y lo di por verdadero en mí. Sin saberlo, cuando decidí hacer esto, estaba actuando con voluntad y con fe al mismo tiempo. Y estaba haciendo lo que realmente estaba sintiendo adentro de mí, con seguridad.

Entonces, empecé a recibir información acerca de la enfermedad de Sofía por medio de visiones e imágenes cargadas con emociones. Yo creí realmente que conocía lo que Sofía estaba sintiendo. Supe en ese momento que lo que percibía estaba emanando de la imagen que tenía en mi mente, y no provenía de mi imaginación o de mi persona física. Su cansancio y su dolor fueron proyectados en mi mente por medio de mis sentimientos. Debido a que creí que lo que estaba haciendo era verdad. En mi corazón, creí que Sofía realmente estaba en mi presencia. Y así, comencé a describir a mis padres lo que veía en mi mente.

 

Pude distinguir cansancio y dolor en el área de las piernas de Sofía. Percibí que todo su cuerpo se encontraba adolorido y sentí su enojo y molestia debido al cansancio que la enfermedad le provocaba de manera simultánea.

Y en una serie de visiones mentales, pude contemplar que Sofía actuaba caprichosamente con sus padres. Pude verla rechazando la comida con enojo.

En ese momento, mi madre me pidió localizar el origen de la enfermedad de Sofía. Pero antes de que yo pudiera pensar en la pregunta, mi mente se trasladó a las venas de Sofía. Y después, mi mente me transportó adentro de ellas y pude ver cómo la sangre de Sofía circulaba en su cuerpo. Ahí, encontré algo diferente que no podía entender, y no conocía lo que era. Contemplé un líquido de color amarillo muy luminoso. Este líquido estaba corriendo junto con su sangre por sus venas. Este líquido era como una energía de un color amarillo muy resplandeciente. Y en ese momento, me di cuenta de que esta energía era la responsable de la enfermedad de Sofía. Sabía que esta enfermedad estaba causando una disminución en la cantidad de células rojas —glóbulos rojos— en su organismo. Y también en ese momento supe que las células que se encontraban bajo destrucción constante eran las células inmunes de la sangre —células blancas o linfocitos—. Sentí que esta energía era la representación de la enfermedad que Sofía padecía. También en un instante percibí que su sistema inmune se encontraba en un estado de debilidad. Logré sentir que su sistema inmune carecía de fuerza para combatir otras enfermedades. Me di cuenta de que ella presentaba moretones en su piel. Y sentí que estas marcas eran características particulares de esta enfermedad. Entonces rápidamente, por medio de otra imagen en mi mente, pude ver que el hígado de Sofía no tenía el color rojo que debería de tener. Yo no podía entender cómo podía estar informada de esta diferencia. Para mi cabeza, todo este conocimiento precipitado no tenía razón de ser. Realmente, era extraña la manera en que yo percibía todos estos detalles. Era como si las imágenes mentales que estaba recibiendo no eran simples alucinaciones. Estas visiones estaban cargadas de información. Estaban cargadas de emoción y conocimiento al mismo tiempo. Y estos sentimientos, me ayudaban a conocer si estas partes del cuerpo se encontraban en una condición saludable o no, con seguridad. Yo no conocía el origen de todas estas sensaciones en mí.

Después de haber descrito a mis padres lo que había visto en mi mente, abrí mis ojos. Estaba confundida nuevamente. Y no sabía si lo que había experimentado había sido real o no. En mi cabeza, solamente tenía preguntas acerca de esta experiencia. Para mi cabeza, no era lógico lo que había percibido adentro de mí. Y por alguna razón, yo sentía la necesidad de probar si lo que había contemplado era falso o verdadero. Yo necesitaba sentir seguridad en mi realidad física para poder conocer si yo estaba actuando bien o mal. Yo no quería actuar en contra de Dios, porque tenía la duda debido a lo que pensaba. No sabía con seguridad si Dios me había ayudado, o todo era el producto de mi cabeza con mi imaginación.

En mí, yo tenía el sentimiento de su presencia —Dios—, pero con mi razón no entendía la lógica del porqué o del cómo yo podía percibir todo esto. No podía pensar o conectar que la oración sentimental a Jehová tenía que ver con lo que percibí.

Días después de esta experiencia, el diagnóstico de Sofía fue revelado a sus padres, Minerva y Ángel, por los médicos. Los médicos le diagnosticaron lupus eritematoso sistémico. Los síntomas de la enfermedad y el comportamiento de Sofía, junto con los síntomas y la conducta que había visualizado en ella, fueron corroborados como verdaderos por los padres de Sofía cuando mi madre les comunicó lo que yo había visualizado. Yo no podía creer que lo que había experimentado por medio de la visualización había sido verdad. No podía aceptar que mis «visiones mentales» me estuvieran diciendo la verdad. En mi cabeza, no podía aceptar que Dios tenía que ver con esta situación.

Por alguna razón, en mi cabeza, yo no podía entender lo que era Dios. Sin embargo, otra parte en mi ser me estaba incomodando porque no la podía entender con lógica. Mis sentimientos estaban en contra de lo que yo pensaba con la razón. Esta parte me estaba diciendo que lo que había experimentado provenía de Dios, y que estas visiones eran reales y no falsas. Sentí por un instante que esto emanaba de Dios y que finalmente «Dios se había acordado de mí». Sin embargo, con mi cabeza, yo no pude entender cómo era posible hacer esta «conexión» con las emociones que había experimentado, y no entendía por qué sentía que Dios se «había acordado de mí»; yo no entendía el porqué estaba pensando de esta manera, tan separada en mi mente. Yo no pude ver o aceptar que, orándole a Dios, era la manera de hacerlo —de conectarme a la información—. No pude pensar en esta posibilidad como verdadera porque, usando la lógica, no era posible explicarlo.

Debido a que yo no entendía esto con lógica, la duda de mi cabeza comenzó a perseguir lo que sentía con preguntas. Mi cabeza estaba llena de razones de imposibilidad y negación acerca de la existencia de Dios.

Mis padres y demás familiares estaban sorprendidos por lo que yo había descrito a través de la visualización. Era demasiado acertado y extenso para ser reducido a una sola coincidencia. Algunos familiares dieron lo que hice por verdadero. Ellos pensaron que lo que había experimentado era un don dado por Dios para poder ayudar a los demás.

Yo no sabía qué decir, sentir o pensar porque no estaba segura. Yo no entendía lo que me pasaba. En mi cabeza, yo no estaba segura si lo que me había pasado había sido verdadero o falso. Y me encontraba confundida por las preguntas y las respuestas que yo sola me daba. No estaba segura si lo que había percibido había sido real o no después de todo lo que sentí. No conocía si Dios, realmente, había estado atrás de todo esto o no. Yo tenía dudas acerca de «su ayuda». En mi cabeza, el pensamiento de haber sido abusada sexualmente estaba constantemente presente. Y por este pensamiento, razoné que Dios no podía darme un don después de todo. Yo no podía creer en su existencia, ni podía pensar que realmente Dios me amaba, escuchaba o veía. Para mí, Dios no vivía en mi realidad. Yo pensaba que Dios estaba muerto y, por lo tanto, Dios no era verdadero y no podía ser. Mi cabeza me recordó el día en que fui asaltada sexualmente y nadie me escuchó. Yo no pude ver a Dios viniendo a rescatarme. Yo no reconocí como ayuda de Dios la presencia de mi tío Marcos en la puerta de la recámara para evitar ser totalmente violada. Para mí este acto fue una coincidencia o una eventualidad temporal que me salvó físicamente; un evento que casualmente y sin explicación coherente para mí sucedió e, indirectamente, me favoreció en ese momento.

Con todos estos pensamientos de negación, aún no podía entender por qué adentro de mí tenía todavía la esperanza de que Dios «se acordara de mí».