Teotihuacán: Recinto espiritual de curación física

Tekst
0
Recenzje
Przeczytaj fragment
Oznacz jako przeczytane
Czcionka:Mniejsze АаWiększe Aa

La verdad era que sus explicaciones racionales fueron una respuesta automática de su instinto por la súbita presencia de mi otro tío a la entrada de la recámara, y el fracaso que experimentó mentalmente en sus planes de violarme, sus verdaderas intenciones conmigo… la realidad. El perpetrador se sintió frustrado, fracasado. Y aminoró la responsabilidad de su fracaso en mí con su actuación, para así atenuar los pensamientos de culpabilidad y vergüenza en él, y al mismo tiempo, prevenir la creación de un conflicto mayor fuera de su control.

La verdad era que el comportamiento del perpetrador se transformó en un instante ante mi razón. Ante mis ojos, el perpetrador encubrió su acción criminal, actuando honradamente; usando únicamente explicaciones lógicas e inteligentes. Su falsedad y aparentes acciones dadas como buenas enfrente de mí transformaron lo que había experimentado de realidad a falsedad en medio de mi confusión. El perpetrador estaba actuando por instinto, usando la lógica y la conveniencia. Él no estaba actuando con sus sentimientos para discernir lo bueno de lo malo. Él estaba usando la cabeza para salvarse a sí mismo, sin pensar en otros con su corazón. Estaba actuando egoístamente, instintivamente, y no con el sentimiento de humanidad.

Los traumas emocionales y racionales que yo experimenté con todos estos acontecimientos fueron percibidos en mi mente como un grupo de explicaciones lógicas. Todas estas justificaciones me causaron más confusión mental.

Estaba tan aturdida por lo sucedido, que aún no podía entender la verdadera razón por la cual el perpetrador estaba mintiendo, en lugar de decir la verdad en ese momento. No pude sentir ni pensar apropiadamente. No me di cuenta de que mis sentimientos humanos de niña se encontraban separados, y solamente mi razón intelectual —pensamientos— junto con mi organismo se encontraban en estado de alerta. La realidad era que, en ese momento, mi instinto de conservación natural estaba gobernando mis acciones y no mis emociones para proteger mi cuerpo físico.

Debido a que me encontraba en este estado fisiológico y mental de alerta para defenderme —estrés—, únicamente estaba poniendo atención a lo que estaba viendo y escuchando y no a lo que internamente estaba sintiendo de una manera emocional por estos sucesos. Lo que yo veía y escuchaba en ese momento, probaba físicamente —por medio de palabras lógicas y acciones físicas— que el proceder del perpetrador no era incorrecto, sino razonado.

Con sus razones, el perpetrador exponía tener sentimientos de respeto y cuidado con mi persona, cuando, en realidad, él nunca mostró tener compasión y consideración cuando me tocó en contra de mi voluntad. El perpetrador ignoró lo que yo sentía. El perpetrador sabía que yo era una presa fácil para él, porque la realidad era que no éramos iguales. Él conocía que yo no poseía la misma fuerza física que él. No teníamos la misma edad. Él era un hombre y yo una niña. Él sabía que me encontraba desprotegida y sola en la casa. No le importó la presencia física de mi otra tía. Y también conocía que me encontraba desprotegida físicamente de mis padres en ese momento.

La verdad era que él estaba actuando como un animal salvaje, sin tener emociones humanas. La realidad era que él estaba actuando por instinto, y no por sentimientos humanos cuando comenzó a demostrar su «inocencia», usando palabras lógicas con mi otro tío, en mi presencia también. El perpetrador escondió la verdad de sus intenciones. Él ocultó la realidad de sus propósitos, sus actos racionales y su fracaso en mí, usando su capacidad intelectual para «salvarse» de la verdad que él mismo estaba ocultando con su actuación.

Mi comportamiento durante el interrogatorio estaba exponiéndome como una víctima de asalto sexual ante el mundo, pero en mi mente, debido a la confusión, a mi edad y al estado de defensa en que me encontraba, yo no pude verme como tal. La realidad era que mi comportamiento estaba demostrando lo mucho que quería proteger mi cuerpo después de haber sido molestada y agredida por el perpetrador. La verdad era que yo estaba actuando como víctima, pero por el miedo y la confusión que experimenté, no pude pensar o aceptar este concepto de víctima en mí en ese momento.

Mi instinto natural de conservación me hizo sentir tan fuerte como el perpetrador cuando él me estaba asaltando. Es decir, me niveló subconscientemente, al mismo nivel de fuerza, a pesar de que, en realidad, no éramos física o mentalmente iguales y, por lo tanto, ni siquiera se me ocurrió pensar que yo podía ser una víctima de abuso sexual. Yo no conocía que mi consciencia pudiese sufrir una transformación íntegra al nivel de la misma consciencia que mi perpetrador de manera inmediata.

Tuve miedo de decir la verdad cuando mi tío Marcos me preguntó lo que estaba ocurriendo enfrente de mi atacante. No pude decir la verdad por esta razón. Yo ya había pensado automáticamente que el perpetrador me podía hacer algo malo en ese momento, a pesar de la presencia de mi tío Marcos. La razón que me llevó a actuar de esta manera fue el hecho de haber visto la actuación del perpetrador ante mi tía Antonia; este evento de terror se proyectó en mi comportamiento. El perpetrador me estaba viendo y por eso tuve miedo. Su comportamiento me hizo sentir bajo su control, después de que había escuchado sus lógicas justificaciones.

En mi mente pensé que el perpetrador iba a negar la verdad con su madura lógica. En ese momento, yo estaba actuando bajo el incontrolable miedo que sentía en mi cuerpo. Este miedo estaba gobernando todos mis actos. Para mí, este miedo era real y verdadero. Así que me encontré en la obligada posición de decir que nada malo estaba pasando, en lugar de decir la verdad, la realidad. Yo estaba actuando por instinto de sobrevivencia. Me sentí obligada a mentir, porque tenía una razón lógica para actuar de esta manera. La razón era proteger mi cuerpo.

En mi mente, el miedo que impuso el perpetrador cuando él usó la fuerza física, y el hecho de que yo conocía la diferencia de edad entre los dos, se encontraba a cargo de mis acciones y mis palabras por medio de mis pensamientos lógicos, y no mis sentimientos de lo que era correcto o incorrecto. En mí misma, yo estaba sometida mental y racionalmente ante estos hechos verdaderos. En ese momento, me encontraba en un estado de sumisión física, mental y emocional absoluta ante mi atacante y, al mismo tiempo, ante mi propio instinto de conservación materializada en mi mente por medio de mis pensamientos.

Por confusión y miedo, yo no me sentía segura de cómo actuar. En ese momento, y sin saberlo, perdí el sentimiento de confianza en mí misma. Perdí la fe en lo que sentía con el corazón era Dios, cuando tuve que sobrevivir la agresión física y la decepción emocional que esta persona me causó con su comportamiento, a través de mi instinto.

En mi corazón sentí por un momento que tenía que decir la verdad de lo que me había pasado. Pero debido a que este incontrolable miedo estaba a cargo de mi protección física, no pude. Mi instinto con su razón me dijo que «estaría protegida y segura si aceptaba en silencio las mentiras del perpetrador». Y actué como el instinto de mi razón me indicó. Le oculté a mi tío Marcos la verdad de lo sucedido. Pero segundos después de haber hecho esto, me arrepentí. Sentí momentáneamente que lo que estaba haciendo estaba mal. Sentí que tenía que decir la verdad. Pero para entonces, yo ya no sabía cómo explicar la realidad de lo que me había pasado con el tío que me había salvado de ser violada. Me sentía confundida. La razón que me detenía para no decir la verdad era el hecho de que ya la había negado enfrente del perpetrador. En mi mente, mis pensamientos me estaban diciendo que yo no sabía cómo defenderme de la misma manera que el perpetrador lo había hecho, cuando él uso la razón para justificar su presencia conmigo. La diferencia de edad fue importante para mí en ese momento, cuando pensé con lógica. No me di cuenta de que lo que había pensado con anterioridad, cuando el perpetrador me estaba acosando, pudiera tener un impacto mental en mi comportamiento, pero lo tuvo. Yo había pensado que el perpetrador creía que yo era una tonta. Este pensamiento dominó la estima de mi persona ante el perpetrador, aunado al hecho de falsedad y madurez lógica con la que el perpetrador había probado su supuesta «inocencia» frente a mi tío Marcos y a mí.

Me encontraba en un estado mental letárgico por el trauma; desfasada de mis emociones humanas y al mismo tiempo, sometida ante mi atacante por el miedo que mi cuerpo físico percibía. Sin notarlo, me encontraba disociada.

La verdad era que todos los pensamientos que se formaron durante y después del asalto sexual, alteraron significantemente mi conducta de una manera subconsciente. Yo no me di cuenta de este hecho, porque me encontraba inmersa en la confusión, en el instinto de conservación natural y, como consecuencia, en la total sumisión mental para proteger mi cuerpo físico y así evitar más conflicto. No me di cuenta de que, por este estado instintivo de defensa, automáticamente mi mente se «desconectó» de mi inteligencia subconsciente —emocional/humana— para poder usar inteligencia racional —física/animal— y poder sobrevivir el ataque sexual.

Por otro lado, mi tío Marcos parecía estar confundido después de todo lo que presenció. Él pudo ver la expresión de horror en mi rostro, pero debido a que permanecí callada cuando él me preguntó, él dio por verdaderas las justificaciones que escuchó del perpetrador. La efímera duda que mi tío Marcos pudiese haber sentido fue justificada por todas las mentiras que él escuchó por parte del perpetrador, y porque yo no pude decirle la verdad en ese momento.

En la mente de mi tío Marcos, la presencia del perpetrador conmigo se modificó a ser casualidad y aparentemente, a no tener ninguna trascendencia significativa. Las circunstancias y las razones lógicas del perpetrador llevaron a mi tío Marcos a creer en estas justificaciones, en lugar de la «inexplicable evidencia» que tenía enfrente de él. Todas las explicaciones fueron lógicas y verdaderas en apariencia, cuando en realidad todas eran falsas.

 

Cuando el perpetrador abandonó la recámara, él empezó a actuar como si «nada hubiera ocurrido». Su apariencia física no mostró ninguna emoción humana. El perpetrador no mostró ningún signo de arrepentimiento por lo que me había hecho. No mostró remordimiento ante las mentiras que dijo. Parecía caminar con orgullo y dignidad por su actuación; en aparente tranquilidad. El perpetrador sabía que había convencido a mi tío Marcos con su argumento lógico y que había sido ayudado también por mi actuación al no decir la verdad. Sin embargo, como yo conocía la verdad de lo que había pasado, yo sentí por un momento que el perpetrador estaba pretendiendo y que, en realidad, él tenía miedo de ser descubierto. Sentí que estaba contrariado.

Con todos estos sucesos, yo empecé a sentir más dolor emocional y me sentí inútil, sin control, avergonzada y culpable porque no pude hablar con la verdad enfrente del perpetrador. Tampoco podía creer que el perpetrador había actuado sin sentir remordimiento alguno por lo que me había hecho. Por el dolor tan inmenso que sentí, yo me negaba a creer que él estaba actuando de este modo, sin sufrimiento emocional o arrepentimiento. Yo estaba totalmente sumergida en miedo, ansiedad y, además, me sentía sucia y débil interiormente, porque negué la verdad ante él y frente a mi tío Marcos. Me sentí cómplice de este acto inmoral y pervertido.

Después de que esto aconteció, mi tío Marcos abandonó la recámara y yo me quedé sola junto con mi tía Antonia. Empecé a llorar y no sabía qué hacer. No sabía si le tenía que decir la verdad a alguien o no. La duda empezó a invadir mi persona con preguntas acerca de lo que me había ocurrido. A veces, me estaba preguntando yo misma si era realidad o no lo que me había pasado. Estaba confundida y no sabía cómo actuar. El pánico que había experimentado me hizo pensar en mi mente que el procedimiento correcto era no mencionar este incidente a mis padres.

En mi trauma mental, no estaba segura si esta acción era adecuada o inadecuada. No sabía si era mejor o peor permanecer en silencio, ocultando la verdad. Estaba indecisa porque el miedo, el terror de lo que me había pasado, era real en mí. Yo me encontraba confundida, porque mis sentimientos y mis pensamientos se encontraban divididos por el trauma. Era como si mis sentimientos me estuvieran diciendo de actuar en contra de lo que estaba pensando con lógica. No sabía qué parte de mí estaba diciendo la verdad. No sabía qué hacer. Por alguna razón que no entendía ya no podía distinguir entre mis sentimientos humanos y mis pensamientos racionales.

No conocía que este acto de violencia me había disociado como ser humano por ser una niña cuando lo padecí. No sabía que este acto había quebrantado el sentimiento de confianza o de fe en mí misma y en los demás también al mismo tiempo.

En medio de mi confusión, y a pesar de mis esfuerzos para pretender que nada malo me había ocurrido, para así poder soportar el dolor como una niña. La verdad era que mi corazón no pudo tolerar este dolor emocional. Estaba llorando inconsolablemente por lo que sentí, después de haber sido tocada en contra de mi voluntad. Y quería llorar yo sola y desahogarme de la pena que sentía en mí antes de que mis padres llegaran del trabajo y me vieran sufrir. Yo no quería que ellos sufrieran por mí. Pero mis esfuerzos para poder controlar mis emociones fueron frustrados. Una de mis tías, mi tía Ana María, me escuchó sollozar y me preguntó la razón por la cual estaba yo actuando así. Yo no quería hablar, porque tenía miedo y no sabía cómo proceder y contar lo que me pasó. Estaba confundida entre lo que sentía y lo que pensaba. Pero al mismo tiempo, me daba cuenta de que no podía ocultar más mi dolor ante ella y sabía que tenía que explicarle la razón del porqué estaba actuando así. Por un instante, pensé que era mejor decir la verdad que ocultarla. Después de todo, había aprendido de mis padres que era incorrecto mentir. Ellos siempre me habían aconsejado hablar con la verdad ante lo que fuera. Así que decidí hacerlo. Sentí que estaba actuando correctamente cuando decidí decirle la verdad de lo que me había pasado a mi tía Ana María.

Cuando le dije la verdad, mi tía se puso perpleja y no podía creer en lo que yo le había dicho. Pero después de escuchar mis explicaciones, me creyó. Sin embargo, cuando empecé a narrarle lo sucedido, me di cuenta de que sus expresiones faciales mostraban miedo y duda, y como pude ver la angustia plasmada en su rostro, esto me causó más inquietud. Y en un acto de mi propio instinto, porque aún tenía miedo, erróneamente le pedí que no le dijera nada a nadie, para poderme sentir protegida nuevamente en mí misma. Mentalmente, yo tenía la esperanza de que mi tía Ana María mantuviera mis palabras en secreto. Por un momento de incontrolable miedo, me arrepentí de la acción de confrontar la verdad. Y en contra de lo que estaba deseando escuchar de mi tía Ana María, ella me dijo que no podía mantener estas palabras en secreto, porque lo que me había pasado estaba mal. Ella me dijo que lo que había cometido el perpetrador era incorrecto y que ella tenía la responsabilidad de decirle la verdad a mi madre, su hermana. Estas palabras me llenaron de angustia, porque yo no sabía cómo controlar la situación para evitar que ella hablara y así evadir la ansiedad y el miedo que sentía por mi vida. Me sentía atemorizada con tan solo pensar lo que el perpetrador pudiera hacer conmigo, o con otros, si yo actuaba en contra de su voluntad. Tenía miedo, y solamente sabía adentro de mí que no quería experimentar ese miedo nuevamente.

Debido a que observé cómo mi tío Marcos había creído en todas las razones que el perpetrador le había dado, usando mi lógica, yo pensé que nadie me iba a creer. Y comencé a pensar en lo que me podía pasar si el perpetrador cambiaba mi versión a su favor. Ya había pensado y dado por verdadero en mí que él era más inteligente que yo por ser un adulto. Su actuación me había sometido automáticamente a pensar de esta manera en mí misma.

Minutos después de haberle dicho a mi tía Ana María todo lo acontecido, pude ver cómo ella se dirigió al teléfono y comenzó a hablar con mi madre para decirle que viniera por mí porque tenía algo importante que comunicarle. Esta acción me hizo experimentar miedo y confusión nuevamente. Empecé a pensar que lo que estaba sintiendo y diciendo al decir la verdad era un error. En mi mente comencé a dudar de mi acción porque pensé que, actuando así, me pondría en peligro ante el perpetrador nuevamente. El instinto de mi mente me empezó a decir con pensamientos que yo era una tonta por haberle dicho la verdad a mi tía.

Poco después de que mi tía había terminado de hablar con mi madre por teléfono, escuché que mi madre llegaba a la casa de mis tíos. Entonces, comencé nuevamente a experimentar más angustia, porque no sabía cómo explicarle a mi madre lo que me había pasado. Aún me encontraba mentalmente aturdida, físicamente alterada y sentía un miedo incontrolable que me impedía repetir nuevamente lo que me sucedió. Pero como mi tía Ana María había observado en mi persona el estado traumático en que me encontraba, ella decidió decirle a mi madre lo que me aconteció, sin preguntarme o explicarme su actuación en mi alterada presencia. En mi estado traumático, yo únicamente estaba atenta a lo que veía y escuchaba de ellas, no a lo que yo sentía internamente con mis emociones o a lo que sucedía físicamente a mi alrededor.

Las reacciones de mi madre ante las explicaciones de mi tía Ana María fueron de dolor emocional primero, y de ira después.

Mi reacción mental ante estos actos me produjo un intenso dolor emocional y angustia que no podía controlar por el miedo que tenía ante los pensamientos de lo que podía sucederme. El estado de alerta y de confusión en mi mente no se habían atenuado o resuelto por la turbulencia de estos pensamientos, y por los hechos que mis ojos y mis oídos percibían ante la actuación de los demás.

En ese momento, pude ver a mi madre llorar ante mí y ante mi tía Ana María, y después, observé cómo mi madre se enfureció, al mismo tiempo que ella salía de la recámara para confrontar al perpetrador.

Todos estos eventos físicos —visuales/auditivos— me ocasionaron otro trauma a nivel mental y fisiológico. El hecho de ver a mi madre llorando primero, y enojándose después, me indujo automáticamente a otro nivel más profundo de trauma mental y generó en mí más pensamientos de miedo y ansiedad de una manera consciente. Físicamente, yo me encontraba temblando del miedo. Mentalmente, yo quería escaparme de ahí en ese momento. Yo quería huir y desaparecer de ese lugar. Mi paz interna se quebrantó totalmente.

No me di cuenta conscientemente de que la reacción de mi madre al salir de la recámara, llena de ira hacia donde se encontraba la recámara del perpetrador, era en realidad una reacción natural de protección hacia mí. En ese momento no podía entender por qué mi madre no me había preguntado lo que me había pasado con exactitud. No me di cuenta de que ella me vio aterrorizada, y esto fue suficiente para que ella reaccionara en contra del perpetrador. Mi madre estaba actuando por instinto pues ella también se encontraba lastimada emocionalmente por este acto de abuso sexual en contra mía.

Entonces, mi madre llegó a la recámara del perpetrador, pero la única persona que se encontraba ahí era su hermana, mi tía Teresa, la esposa del perpetrador. El perpetrador había desaparecido fugazmente de la recámara, porque había escuchado que mi madre se encontraba con mi tía Ana María y también había escuchado la conmoción que estaba ocurriendo por lo que él había hecho. Y por esta razón, él se fue a ocultar a uno de los baños de la casa. En su mente, él pensó que de esta manera se iba a liberar de la responsabilidad de sus actos momentáneamente, para así poder planear con tiempo su actuación ante mi madre y también ante su esposa.

La realidad era que, con esta acción, el perpetrador demostraba ser irresponsable de sus actos y ajeno a los sentimientos de otras personas. Él estaba actuando sin humanidad. La verdad fue que él huyó y se escondió para evitar sentirse castigado por sus acciones y para poder planear la explicación de su incontrolable conducta ante los demás y así poder «salvarse». Él también se comportó de una manera insensata, obstinada; él estaba actuando bajo el poder del instinto, para poder salvarse de las repercusiones de sus incontrolables actos sexuales ante los demás. Él no estaba actuando por sentimientos humanos de cognición entre lo que era el actuar bien o mal.

Entonces, mi madre, al encontrarse con mi tía Teresa, le contó lo que su esposo me había hecho. Mi tía Teresa, por lógica, empezó a negarlo todo. Después lloró cuando pensó que mi madre no tenía razón para mentirle de esta manera. Bajo su dolor emocional, y al ver a mi madre llorando, mi tía Teresa empezó a demostrar enojo ante la acción de su esposo. Ella le dijo a mi madre que ella tenía que decir la verdad de lo ocurrido a sus hijos. Mi madre permaneció callada ante esta frase, porque pensó que esta acción era un acto de justicia, pues iba a hablar con la verdad. Sin embargo, debido al trauma emocional que mi tía Teresa experimentó por la traición de confianza de su marido, su mente comenzó a generar pensamientos de vergüenza y culpabilidad que, finalmente, se transformaron en acciones equivocadas hacia ella y hacia los demás.

Por vergüenza y culpabilidad, mi tía Teresa empezó a pedirle, equivocadamente, perdón a mi madre por la acción que el perpetrador —su esposo— había cometido en contra mía. Y después, por instinto de conservación emocional, porque se encontraba decepcionada, confundida, y lastimada sentimentalmente por esta acción, mi tía Teresa le suplicó a mi madre, equivocadamente, que no le dijera nada a mi padre José Luis. Es decir, le pidió que le ocultara la verdad de lo sucedido conmigo a mi padre, para ocultar el acto original que a ella le ocasionaba miedo, dolor emocional, culpabilidad, rechazo y vergüenza.

También mi tía Teresa empezó a pensar que mi padre con seguridad iba a matar al perpetrador —su esposo— al enterarse de lo que me había hecho. Por vergüenza, ignorancia y por miedo, ella no pudo pensar que la mejor solución para su esposo era que él tenía que confrontar su crimen por él mismo, para poder ser corregido y no caer en el mismo hábito con otros menores de edad. La realidad era que, por causa del miedo que ella sentía, mi tía Teresa le había pedido a mi madre de esconder la verdad. Mi tía estaba actuando equivocadamente y le estaba pidiendo a mi madre que le mintiera a mi padre.

 

La verdad era que, en ese momento, mi tía Teresa era incapaz de usar el corazón para pensar en otros. El dolor emocional que experimentó con el acto de su esposo había roto la fe en sus sentimientos, y únicamente, la razón dominaba sus actos a través de los pensamientos de vergüenza, miedo y culpabilidad que se habían originado por la acción de su marido.

Mi madre comenzó a preocuparse por las palabras que le había dicho mi tía Teresa. Mi madre empezó a pensar con lógica cómo sería la reacción de mi padre ante la verdad de lo ocurrido. Mi madre pensó en la posibilidad de que, si esto fuese cierto, mi padre con seguridad mataría al perpetrador e iría a la cárcel por este acto. Entonces, la mente de mi madre generó más pensamientos de pánico, ante esta posibilidad, sin saber con certeza la reacción de mi padre ante este hecho. Mi madre, bajo el efecto de estos temores en su mente y sin darse cuenta conscientemente de sus actos, empezó a ignorar la realidad de lo que estaba pasando enfrente de ella. Por miedo y confusión, mi madre no pudo distinguir entre el actuar bien o mal tampoco. Mi madre no sabía qué hacer después de todo lo que ella había pensado podía ser realidad o no. La duda la asaltó.

La verdad era que mi madre estaba tratando de resolver este problema por sí sola, sin preguntar la opinión de mi padre o sin preguntarme a mí. Mi madre estaba transformando un problema familiar, social, a uno individual, cuando empezó a pensar con razones sin usar sus emociones. Este comportamiento reflejaba la manera de lo mucho que mi madre quería resolver el problema por sí sola, sin consultar a mi padre, por el poder del miedo que ella sentía ante su reacción. Y sin tomar en cuenta sus emociones, mi madre actuó equivocadamente ante mí después.

En la casa de mis tíos y después en nuestra casa, ella me pidió ocultarle la verdad de lo que me había pasado a mi padre. Me había pedido que yo le mintiera también, cuando aún me encontraba bajo el poder del miedo y del estado traumático por el asalto sexual que había experimentado.

Una vez que el perpetrador observó que mi madre y yo nos habíamos ido de su casa, salió del baño en donde él se había escondido, y se dirigió a la recámara adonde se encontraba mi tía Teresa. Después de presentarse ante ella, con lágrimas en los ojos, comenzó a actuar como una víctima infantil, en lugar de actuar como un hombre responsable y adulto ante sus reclamos. Mi tía Teresa le advirtió que ella estaba dispuesta a decirles la verdad de lo sucedido a sus hijos. Ella no quería ocultar la verdad en un principio. Pero fue entonces cuando el perpetrador comenzó a rogarle que no lo hiciera. La razón de su pedimento radicaba en el hecho original de que la verdad provocaría a mis primos dolor emocional por los mismos pensamientos de vergüenza y culpabilidad que él mismo sentía. Con esta acción, el perpetrador demostraba que había reconocido que sus acciones conmigo habían sido incorrectas delante de su esposa, pero, aun así, él se negaba a aceptar las consecuencias de sus actos como un adulto ante los demás, con responsabilidad.

La verdad era que él ya no podía diferenciar o recordar su función humana ante otros debido a que los pensamientos de vergüenza, rechazo y culpa que su mente poseía lo obligaban a huir de la verdad, de sí mismo y de los demás. Bajo su acondicionado instinto de perpetrador, él no podía entender el real significado de los sentimientos de arrepentimiento. Como un perpetrador adulto, solamente los pensamientos de vergüenza, rechazo y de culpa estaban rigiendo todos sus actos mentales y físicos.

La verdad era que el instinto del perpetrador, a través de sus palabras, estaba manipulando los sentimientos de mi tía Teresa a su favor para poder liberarse del acoso de los pensamientos de destrucción que lo atormentaban en su mente. La realidad era que él tenía miedo de ir a la cárcel. Él no quería aceptar las consecuencias de sus acciones frente a la justicia de los hombres porque esta admisión le produciría más vergüenza, rechazo y culpabilidad. Los pensamientos de bajeza, suciedad y maldad que ya existían en él se amplificarían con este acto. El perpetrador ya estaba actuando por vergüenza y culpabilidad, y no por arrepentimiento. El perpetrador solamente estaba pensando en el juicio de los hombres, y no en el juicio radicado en sus emociones: en su conciencia humana. El perpetrador sabía perfectamente que lo que había hecho era un delito, porque yo era una niña y él un adulto. Y la verdad era que él no estaba pensando en otros, sino en él mismo. Él ya no estaba actuando de una manera humana, sino instintiva. Él estaba actuando sin desear sentir la diferencia de lo bueno y de lo malo, por no mostrar buena voluntad hacia los demás, sino hacia sí mismo. El perpetrador estaba actuando bajo pensamientos egoístas, y al mismo tiempo y de manera automática, estaba actuando con ignorancia ante sus sentimientos humanos. Él estaba actuando bajo pensamientos regidos por el instinto físico, y no tutelados bajo el sentimiento interno, emocional. Él estaba actuando bajo sus propias razones de protección y sobrevivencia y no por humanidad. Esa era la verdad, la realidad.

Ante todas las palabras del perpetrador, mi tía Teresa pensó equivocadamente que lo que ella estaba escuchando era real, porque todavía sentía amor y esperanza en su esposo, a pesar del acto ofensivo que el perpetrador había cometido en contra suya, con su acción. Por esta razón, mi tía Teresa empezó a actuar diferente con él. Ella pensó momentáneamente que lo que el perpetrador le había dicho era verdad, y ella poseía la voluntad de creerle. Ella tenía la ilusión de creer que su esposo estaba arrepentido, sin tomar en cuenta o darle importancia al hecho de que él nunca pidió perdón por sí mismo. Teresa no conocía que el perpetrador se encontraba actuando únicamente bajo el control de los pensamientos de vergüenza, culpabilidad, rechazo y miedo.

El perpetrador no estaba actuando bajo el control de los sentimientos humanos de arrepentimiento, pues era el instinto el que estaba hablando por medio de él.

En realidad, él le estaba mintiendo otra vez para salvarse a sí mismo. Sin embargo, la realidad en ese momento era que la vida del perpetrador ya se encontraba cegada y gobernada más por la razón, que por el corazón. Para entonces, el acto de perdón para el perpetrador era una admisión de culpabilidad en sí mismo y no de arrepentimiento. Una culpabilidad que le ocasionaba confusión, miedo y vergüenza de los cuales él necesitaba huir a toda costa para poder «salvarse».

Los argumentos del perpetrador provenían de su intelecto y no de su alma —voluntad propia/consciencia—. Su mente estaba llena de razones lógicas y explicaciones dadas por conveniencia y comodidad temporal. Sus argumentos no provenían del corazón humano, regido bajo la sabiduría de los sentimientos permanentes establecidos en su voluntad desde un principio, sino de las razones establecidas a la fuerza por otros y en contra de su libre albedrío.