Memorias de una época

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Varias son las obras de innegable valor histórico que han sido elaboradas con base en la fuente oral, sobre todo en testimonios. La guerra de Vietnam: una historia oral de Christian G. Appy232, fundada en entrevistas a excombatientes de ambos bandos233, es significativa, no solo por el tema escogido o la calidad de los testimonios logrados (350), sino por la manera en que logra determinar el valor de aquel evento histórico en la tradición oral de cada una de las naciones involucradas. El otro ejemplo importante es, sin duda, Un mundo en guerra, historia oral de la Segunda Guerra Mundial del ya desaparecido historiador y exmilitar Richard Holmes, un texto que recopila, después de un trabajo concienzudo de “limpieza” y crítica histórica, doscientas sesenta transcripciones de entrevistas sobre la guerra en cuestión, no sin antes ubicar los testimonios en su contexto histórico234. No obstante, donde mejor actúa la historia oral es en el marco de la historia regional y local. En estos pequeños ámbitos es donde mejor se conservan y trasmiten –tal como sucede en el interior de una familia– los acontecimientos que dan identidad a la comunidad, y donde tienen mayor resonancia las actuaciones de sus gentes.

Estas discusiones académicas sobre la memoria social son muy útiles y provechosas para la historiografía nacional, máxime ahora que en casi todos los países se está haciendo énfasis en el estudio de las historias regionales, aceptando que las historias nacionales son el resultado de la integración de aquellas, tal como las partes constituyen e integran el todo, y no propiamente a la inversa. Refiriéndose a esta tendencia de la historiografía contemporánea, Manuel Tuñón de Lara escribe en Porqué la Historia lo siguiente:

En otros tiempos se creía que las evocaciones del pasado de una ciudad o de una comarca eran cosa del erudito local, sin mayor relevancia. Hoy no; ya no se escriben generalidades, sino verdaderas síntesis históricas. Y una síntesis no es posible sin apoyarse en una previa elaboración monográfica con base documental. De no ser así, la historia se reduce a la del poder central en cada uno de los niveles. Un especialista en historia regional, el aragonés Eloy Fernández Clemente, me decía, y con razón: “la historia global que pretendemos hacer no es posible hasta que no se hayan realizado suficientes monografías de historia regional”235.

Y las obras que al respecto han puesto la pauta son las que la historiografía francesa y sobre todo Annales hicieran famosas: Los campesinos del norte durante la Revolución francesa, de Georges Lefebvre; Felipe II y el Franco-Condado, de Lucien Febvre, y sin duda Montaillou, aldea occitana de 1294 a 1324, de Emmanuel Le Roy Ladurie. La microhistoria italiana también ha sentado precedentes: El queso y los gusanos, el cosmos según un molinero del siglo XVI, de Carlo Ginzburg, o El regreso de Martin Guerre, de Natalie Zemon Davis.

No hay que desconocer que la tradición oral y los testimonios pueden convertirse en fuentes históricas de difícil manejo, pues en un breve acercamiento se percibe que los hechos transmitidos por estos medios son a veces deformados o magnificados por la sociedad, la cultura y los individuos; una razón para tomarlos con prudencia, para aplicarles todos los principios de la crítica histórica y así establecer sus niveles de veracidad, sus defectos y, en fin, su valor histórico. Quien desee emprender una aventura investigativa a través de fuentes orales puede seguir las siguientes recomendaciones, adecuadamente resumidas por Eduardo Santa:

1 Para que un hecho histórico sea trasmitido por tradición oral, y esta se tome como fuente en su investigación se requiere que haya tenido origen en la oralidad de un protagonista del mismo o, al menos, en uno o varios testigos presenciales, cuyos nombres se deben registrar en el escrito, al igual que las circunstancias de lugar, tiempo y modo en que sus versiones fueron emitidas.

2 Cuando la versión del suceso histórico haya sido del conocimiento público, sin que se pueda precisar quiénes fueron testigos del mismo, ni se conozca su origen, siendo por lo consiguiente parte de ese anonimato colectivo que hace su presencia en expresiones tales como “se dice”, “se comenta”, etc., hay que ser en extremo cautelosos y confrontar con rigor la versión popular con otras pruebas o indicios, y hacerlo constar como mera hipótesis o como simple rumor sin ninguna comprobación ni respaldo probatorio.

3 Se requiere, además, que el acontecimiento o su versión histórica haya sido trasmitido por lo menos durante la vigencia de dos generaciones. Se considera que en ese tiempo, los hechos trasmitidos en forma oral han podido ser desmentidos válidamente por otros testimonios de mayor peso o por el descubrimiento o aporte de nuevas pruebas de mayor validez.

4 Los hechos trasmitidos oralmente, en la forma antes señalada, deben tener plena credibilidad y, de ser posible, haber sido confrontados con otras fuentes primarias y secundarias y con el contexto general del problema planteado.

5 En todo caso, la tradición oral, en cualquier momento, así hayan pasado muchos años de haber sido consignada en algún escrito o investigación, está sujeta a su examen y análisis, siempre dispuesta al cotejo con las nuevas versiones o pruebas que vayan apareciendo con el trascurso del tiempo. La estabilidad de la tradición oral siempre es relativa y su validez siempre está condicionada a otras pruebas de mayor credibilidad, especialmente de carácter documental236.

Los especialistas en memoria social recomiendan que a la hora de utilizar tradiciones orales y testimonios individuales sobre eventos puntuales de la historia es posible recurrir a los argumentos que los fundadores de la historiografía ya habían señalado: no utilizar ningún dato que no supere la crítica de fuentes más severa y juiciosa, tal como lo dijera Tucídides: “en cuanto al relato de los acontecimientos de la guerra, para escribirlo no me he creído obligado a fiarme ni de los datos del primer llegado ni de mis conjeturas personales; hablo únicamente como testigo ocular o después de haber hecho una crítica lo más cuidadosa y completa de mis informaciones”.

En esta investigación conviene advertirle al lector que preste atención a la naturaleza peculiar de la fuente oral. Indudablemente, el uso de los testimonios orales ha traído al mundo de la historiografía tanto beneficios como dificultades. Hacer visibles a aquellos sectores sociales y comunidades relegadas por la historiografía –ya porque carecen o porque no usan con mucho esmero la comunicación escrita– es el beneficio más importante del uso de los testimonios orales. Las dificultades metodológicas que su empleo suscita y las disputas ideológicas que evidencia son, por su parte, algunas de las principales dificultades. Mercedes Vilanova señala que, en efecto, “las fuentes orales [...] contribuyen a equilibrar la balanza entre el tiempo largo y corto, entre las estructuras y quienes les dan vida, porque a las grandes síntesis oponen lo único y contradictorio; porque a la historia entendida según un planteamiento cronológico lineal oponen emoción, sentimiento y superposición de recuerdos [...]”237.

Parafraseando a Ranahit Guha, el especialista hindú en el estudio de la historia de los grupos subalternos, Mauricio Archila señala que:

[…] el problema de las voces silenciadas por la Historia es triple: ante todo, hay un problema de conocimiento, por la exclusión de gentes de carne y hueso que nos niega una relación más adecuada entre presente y pasado. En segunda instancia, esto tiene consecuencias metodológicas, pues ese silenciamiento no es solo un asunto de escogencia por parte de los sectores dominantes, es también responsabilidad de los historiadores a la hora de investigar sobre el pasado. Y tercero, y muy importante, hay implicaciones políticas y éticas en las narraciones históricas238.

El uso del testimonio oral está muy ligado a las disputas historiográficas e ideológicas que se empezaron a vivir con el surgimiento de la “historia desde abajo”, esa modalidad de la historiografía que se preocupó, desde Edward Palmer Thompson, por escribir la historia de las clases que hasta ese entonces no tenían cabida en la historia. La preocupación por “los de abajo” no era nueva, pues el marxismo y las demás corrientes filosófico-políticas radicales del siglo XIX ya la habían manifestado. No obstante, los estudios de los marxistas británicos, entre los cuales Thompson era figura señera, pusieron el tema a la vanguardia. El aspecto más importante de esta nueva mirada de la historia social era, sin embargo, que abría nuevas posibilidades investigativas, y sobre todo, nuevas maneras de comprender las fuentes. A partir de entonces los testimonios orales y la historia del tiempo presente empezaron a gozar del merecido reconocimiento historiográfico.

El testimonio oral se convirtió en “[…] una forma de acercamiento al mundo popular contemporáneo” que “pluralizaba la realidad al incorporar más voces” en el coro de la historia: la de los subalternos239. Abierta ya esta nueva veta de investigaciones, nuevas y viejas temáticas, nuevos y viejos problemas encontraron en el testimonio oral una fuente indispensable. La historia de los movimientos sociales, en general, y del movimiento estudiantil, en particular, que en principio venían siendo abordadas mediante fuentes periodísticas y de archivo, tras el giro que fomentaran los defensores de la historia de las clases y grupos subalternos, hicieron del estudio de los testimonios orales una tarea ineludible240.

Los trabajos que se proponen rescatar el testimonio oral de los actores históricos han de tener presente las siguientes precauciones con respecto a los problemas que suscitan los conceptos de imaginario histórico, memoria individual y memoria colectiva. Sin ellas no lograrán entender qué papel juegan los testimonios en la construcción de representaciones históricas e identitarias.

 

Saúl Meza. Donde hay memoria y hombres, no hay fantasmas. Archivo personal Saúl Meza. 2003. Bucaramanga

La primera precaución se relaciona con la memoria. Toda investigación cuyo mayor soporte proviene de la fuente oral debe reconocer, tal como lo enseñó Halbwachs, que las imágenes que un individuo pueda tener de su pasado personal y social forman parte de un marco de referencia no determinado por él, sino por la sociedad a la que pertenece: “los marcos sociales de la memoria son el resultado, la suma, la combinación de los recuerdos individuales de muchos miembros de una sociedad” –escribió Halbwachs–. El investigador debe entender también que la memoria es selectiva241.

Pese a que la memoria social suele ser selectiva, distorsionada e imprecisa, su relevancia está en que el recuerdo social es determinante en las representaciones de un grupo social. No es la exactitud de la memoria lo que interesa a los grupos, sino la verosimilitud de esta. Así pues, cuán verdadera puede ser para el individuo la memoria que se trasmite generacionalmente, y en este sentido, qué tanto de esta memoria logra identificar a un colectivo, son preguntas fundamentales para todo investigador.

La memoria no es apolítica ni aséptica, de hecho es manipulable y convenida generacionalmente para coincidir con las justificaciones de la existencia grupal o para ajustarse con las reivindicaciones colectivas. En un mismo tiempo coexisten memorias diferentes e incluso divergentes; aun estando en el mismo espacio y tiempo, la memoria no remite a un hecho objetivo: el sujeto reconstruye la memoria según las interpretaciones de su propia vitalidad.

Paul Ricoeur ha analizado esta selectividad de la memoria. Es indiscutible que hay una relación constante entre los abusos de la memoria y el exceso de olvido, y estos tienen tanto una representación fenomenológica como una política. Las conmemoraciones del Estado pueden considerarse como abusos de la memoria; el perdón de los crímenes de Estado son, a su vez, excesos de olvido. La memoria es política, entonces, no tanto por sus intenciones ideológicas sino por su propio carácter selectivo. Todo lo que la memoria escoja como recuerdo no es más que una acción creadora de sentido. La memoria social cumple una función importantísima como mecanismo de recuperación del sentido de un suceso. Si en este proceso la memoria hace que un suceso pueda pervivir hasta el día de hoy con la vista puesta en sus mitos originales, y de cierta manera con una visión de futuro arraigada en el pasado, no por ello es anacrónica y sí necesariamente histórica242.

En su obra La memoria, la historia y el olvido el filósofo Paul Ricoeur intenta develar el papel de la memoria y la imaginación en la filosofía occidental. En palabras del autor: “no tenemos nada mejor que la memoria para significar que algo tuvo lugar, sucedió, ocurrió antes que declaremos que nos acordamos de ello”243. Por su parte, Pierre Nora observa que cuando la memoria se asociaba a los individuos había una delimitación clara entre memoria e Historia: los individuos tenían su memoria, las colectividades su Historia. No obstante, la colectivización de la memoria ha invalidado este criterio cuando se afirma que la memoria ha tomado un sentido tan general e invasivo que tiende a reemplazar pura y simplemente el término “historia”, y a poner la práctica de la historia al servicio de la memoria. Para este autor, la memoria es fundamental en el sentido que comporta un carácter liberador a través de los testimonios de los grupos sociales, testimonios que les permiten a las comunidades alcanzar una identidad, una memoria y una historia que se puede recuperar. La memoria colectiva cobra desde esta perspectiva, una dimensión especial porque devela las condiciones de los pueblos, busca la reconstrucción de la Historia, de lo vivido y de lo recordado: recuerdo del dolor, de la opresión, de la humillación, del olvido, de la segregación, de las luchas, de los triunfos y las derrotas244.

Una segunda precaución se relaciona con la naturaleza de la lengua. Somos lo que hablamos, ha dicho Juan Ignacio Alonso245. Y en efecto, en la recopilación de testimonios orales, el investigador puede ver que el entrevistado es, mientras habla, lo que recuerda. Pero el arte de hablar es también el arte de persuadir, decía Manuel Seco y también lo afirman autores como Chaim Perelman y Habermas, entre otros. La claridad en la expresión es un recurso poderoso capaz de mover el mundo. La lengua y el habla no son únicamente un vehículo de comunicación, son el medio para configurar y estructurar las ideas, los pensamientos y estados de ánimo, lo cual significa que estos no existen separados del lenguaje. Tal como lo señalara Unamuno, “[...] la lengua no es la envoltura del pensamiento, sino el pensamiento mismo: no es que se piense con palabras [...], sino que se piensan palabras”246. La lengua no es pasiva, no es la expresión llana de la realidad; el lenguaje produce y construye realidades en las significaciones, acuerdos, figuras –como lo señala Roger Chartier–. El lenguaje no es una simple herramienta ni un dispositivo para expresar el pensamiento; las representaciones sociales, que es la manera como cada cultura o pueblo se asume y comprende en el mundo, no son estáticas, sino que son productoras de lo social; el lenguaje y el habla, que son su materia prima, son también creadores de lo social y en tanto productos, son la expresión de condiciones materiales de relaciones de poder247.

Será necesario que el lector mantenga vivas estas precauciones con el fin de ubicar en su justo lugar los testimonios orales aquí presentados para que su imbricación en la historia general del movimiento estudiantil cumpla con su fin último: vivificar su historia. Las páginas que siguen procuran dar cuenta de otro ángulo en la necesaria pero olvidada construcción sobre el movimiento estudiantil en Colombia entre los años sesenta y ochenta del siglo pasado. Para ello, se decidió organizar en ocho capítulos una serie de entrevistas recogidas a lo largo de más de tres lustros de investigación, a partir de la recurrencia temática de experiencias de los entrevistados como líderes estudiantiles o en su condición de testigos de una época vertiginosa, como se trató de argumentar páginas atrás. Desde la vida en la educación secundaria en los años cincuenta, pasando por las acciones de protesta, los vínculos con las agrupaciones de izquierda e incluso la lucha armada, hasta llegar a rescatar voces sobre las autoridades universitarias, algunos líderes estudiantiles y las organizaciones gremiales, este trabajo intenta compartir con el lector un coro vívido de una época que para algunos representó la flor de la edad; para otros, un bache en sus vidas por haber creído en la utopía de la revolución para luego desencantarse con la aplastante realidad.

En cualquier caso, se invita al lector de estas páginas a que se sumerja en estas instantáneas de algunas décadas atrás, cuya entrada no obliga a seguir ningún orden riguroso. Guardando todas las diferencias del caso y el debido respeto y admiración por una de las obras más importantes de la literatura latinoamericana precisamente de estos años –Rayuela, de Cortázar–, la ruta la construye cada quien, con sus expectativas, temores, ansiedades y certezas de un acontecer que está muy presente en los diálogos de paz, en las protestas de la universidad, en las elites académicas y políticas y en el devenir de la nación y de muchos ciudadanos.

1 Estas nociones han sido trabajadas desde muchas orillas teóricas; luego un abordaje exhaustivo de estas rebasa los objetivos de este capítulo introductorio. Ahora bien, los postulados de Sidney Tarrow, Alain Touraine y Alberto Melucci sobre los movimientos sociales permiten pensar en la posibilidad de reflexionar más ampliamente sobre este agente social.

2 RESTREPO, Luis Alberto. El potencial democrático de los movimientos sociales y de la sociedad civil en Colombia. Bogotá: Corporación Viva la Ciudadanía, 1993. pp. 15-32.

3 RESTREPO, Luis Alberto. “Relación entre la Sociedad Civil y el Estado”. En: Análisis Político, No. 9 (ene.-abr. 1990); pp. 53-80.

4 Ibíd., pp. 53-80.

5 Ibíd., pp. 53-80

6 VILLAFUERTE VALDÉS, Luis Fernando. Participación política y democracias defectuosas: El Barzón, un caso de estudio. Veracruz 1993-1998. Veracruz: Universidad Veracruzana, 2008, pp. 99-116.

7 Ibíd., pp. 99-116.

8 Ibíd., pp. 99-116.

9 Para una síntesis de los principales planteamientos de estas corrientes se pueden consultar: TANAKA, Martín. “Elementos para un análisis de los movimientos sociales: individualismo metodológico, elección racional y movilización de recursos”. En: Análisis Político, No. 25 (may.-ago. 1995), pp. 557-579.

10 ARCHILA, Mauricio. Idas y venidas. Vueltas y revueltas. Protesta social en Colombia 1958-1990. Bogotá: Icanh/Cinep, 2005, pp. 38-56.

11 Ibíd., pp. 99-116.

12 RESTREPO, Luis Alberto. El potencial democrático de los movimientos sociales…, Op. cit., pp. 33-35.

13 ACEVEDO TARAZONA, Álvaro. Modernización, conflicto y violencia en la universidad en Colombia: Audesa, 1953-1984. Bucaramanga: Ediciones UIS, 2004, p. 33.

14 RESTREPO, Luis Alberto. El potencial democrático de los movimientos sociales…, Op. cit., pp. 33-35.

15 ARCHILA, Mauricio. “Historiografía sobre los movimientos sociales en Colombia. Siglo XX”. En: TOVAR ZAMBRANO, Bernardo. La historia al final del milenio: ensayos de historiografía colombiana. Bogotá: Universidad Nacional, 1994, pp. 313-314.

16 Ibíd., pp. 313-314.

17 Ibíd., pp. 313-314.

18 Ibíd., pp. 313-314.

19 HENDERSON, James. La modernización en Colombia: los años de Laureano Gómez, 1889-1965. Medellín: Universidad de Antioquia, 2006, p. 116.

20 MELO, Jorge Orlando. “Algunas consideraciones globales sobre «modernidad» y «modernización»”. En: VIRVIESCAS, Fernando y GIRALDO ISAZA, Fabio. Colombia: el despertar de la modernidad. 4ª edición. Bogotá: Foro Nacional por Colombia, 2000, p. 233.

21 PALACIOS, Marco y SAFFORD, Frank. Colombia: país fragmentado, sociedad dividida, su historia. Bogotá: Norma, 2002, p. 32.

22 MELO, Jorge Orlando. Op. cit., pp. 229-330.

23 GONZÁLEZ, Fernán. Para leer la política: ensayos de historia política colombiana. Tomo II. Bogotá: Cinep, 1997, pp. 7-270.

24 ARRUBLA, Mario. “Síntesis de historia política contemporánea”. En: MELO, Jorge Orlando. Colombia hoy. Bogotá: Siglo XXI, 1981, pp. 187-188.

25 OCAMPO, José Antonio. “Crisis mundial y cambio estructural (1929-1945)”. En: OCAMPO, José Antonio. Historia económica de Colombia. Bogotá: Fedesarrollo/Siglo XXI, 1991, pp. 209-242.

26 MELO, Jorge Orlando. “La república conservadora (1880-1930)”. En: MELO, Jorge Orlando. Colombia hoy…, Op. cit., p. 99; PALACIOS, Marco y SAFFORD, Frank. Op. cit., pp. 493-547.

 

27 Para una visión panorámica sobre la educación en el país es necesario remitirse a la ya clásica obra de Aline Helg. Ver: HELG, Aline. La educación en Colombia: 1918-1957. Bogotá: Universidad Pedagógica Nacional, 2001, pp. 38-334.

28 SÁNCHEZ BOTERO, Clara Helena. “Ciencia y educación superior en la República Liberal”. En: SIERRA MEJÍA, Rubén. República Liberal: sociedad y cultura. Bogotá: Universidad Nacional/Facultad de Ciencias Humanas, 2009, pp. 545-546. Para la historia de la Escuela Normal Superior, ver: HERRERA, Martha y LOW, Carlos. Los intelectuales y el despertar cultural del siglo: el caso de la Escuela Normal Superior, una historia reciente y olvidada. Bogotá: UPN, 1994, pp. 12-136.

29 Ibíd., p. 524.

30 SUESCÚN, Eduardo. Universidad: proceso histórico y jurídico. Bogotá: Grijalbo, 1994, p. 69.

31 HERRERA, Martha Cecilia. “Historia de la educación en Colombia, la república liberal y la modernización de la educación: 1930-1946”. En: Revista Colombiana de Educación, No. 26, (1993), p. 107.

32 MOLINA RODRÍGUEZ, Carlos Alberto. FUN-Ascún en la historia del sistema universitario colombiano: 1958-1968. Tunja: Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. Doctorado en Ciencias de la Educación, Rudecolombia, 2012, pp. 37-41.

33 HENDERSON, James. Op. cit., p. 48.

34 MEJÍA GUTIÉRREZ, Jaime. La universidad en los procesos de construcción de nación y en la educación en asuntos públicos. Bogotá: Esap, 2009, pp. 56-58.

35 BERGEL, Martín y MARTÍNEZ MAZZOLA, Ricardo. “América Latina como práctica: modos de sociabilidad intelectual de los reformistas universitarios (1918-1930)”. En: ALTAMIRANO, Carlos. Historia de los intelectuales en América Latina II. Buenos Aires: Katz Editores, 2010, pp. 119-145.

36 OCAMPO LÓPEZ, Javier. “Maestro Germán Arciniegas, el educador, ensayista, culturólogo e ideólogo de los movimientos estudiantiles en Colombia”. En: Revista de Historia de la Educación Latinoamericana. [en línea]. Vol. 11, 2008, p. 23. [Consultado 26 dic. 2012]. Disponible en: http://www.rhela.rudecolombia.edu.co/index.php/rhela/article/view/140/140.

37 MARTÍNEZ PAZ, Enrique. “Estudios para universitarios”. En: Revista de la Universidad Nacional de Córdoba. Año 1, No. 5 (dic. 1914), p. 158.

38 ACEVEDO TARAZONA, Álvaro. “A cien años de la reforma de Córdoba, 1918-2018: la época, los acontecimientos, el legado”. En: Historia y Espacio, No. 36 (2011), pp. 2-4.

39 CIRIA, Alberto y SANGUINETTI, Horacio. La reforma universitaria (1918-1983). Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1987, pp. 23-25.

40 CANTÓN, Darío; MORENO, José L. y CIRIA, Alberto. Argentina: la democracia constitucional y su crisis. Buenos Aires: Paidós, 2005, p. 78; BUCHBINDER, Pablo. Historia de las universidades argentinas. Buenos Aires: Sudamericana, 2005, p. 95.

41 Manifiesto liminar de la reforma universitaria. [en línea]. [Consultado 18 nov. 2009]. Disponible en: http://es.wikisource.org/wiki/Manifiesto_Liminar.

42 SCOTTO, Silvia Carolina, et al. La Gaceta Universitaria 1918-1919. Una mirada sobre el movimiento reformista en las universidades nacionales. Buenos Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires, 2009, pp. 93, 143, 148,155-159.

43 Ibíd., p. 69.

44 Ibíd., p. 69.

45 SALGADO PABÓN, Sergio Andrés. “Aportes para una historia de los movimientos estudiantiles en Colombia a través de sus publicaciones periódicas, 1910-1929”. En: Memorias del I Congreso de Historia Intelectual de América Latina. [CD-ROM], Medellín: (12-14 sep. 2012); p. 3.

46 Ibíd., p. 3.

47 URIBE, Carlos. “Luis López de Mesa”. En: CASTRO GÓMEZ, Santiago, et. al. Pensamiento colombiano del siglo XX. Bogotá: Universidad Javeriana/Instituto Pensar, 2007, p. 375.

48 ACEVEDO TARAZONA, Álvaro. “El primer centenario de Colombia (20 de julio de 1910): unidad nacional, iconografías y retóricas de una conmemoración”. En: Revista Credencial Historia. [en línea]. No. 271 (2012). [Consultado 17 ene. 2013]. Disponible en la página web de la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República: http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/revistas/credencial/julio2012/indice.

49 SALGADO PABÓN, Sergio Andrés. Op. cit., pp. 4-5.

50 Ibíd., pp. 4-5

51 PULIDO GARCÍA, David Antonio. “Vanguardia juvenil o elitismo estudiantil: (el lugar de la intelectualidad universitaria colombiana en América Latina durante los años veinte), apuntes para una aproximación comparada”. En: Memorias del I Congreso de Historia Intelectual de América Latina. [CD-ROM], Medellín: (12-14 sep. 2012); p. 10.

52 DÍAZ JARAMILLO, José Abelardo. “Las batallas por la memoria: el 8 de junio y las disputas por su significado. 1929-1954”. En: Memorias del IV Seminario Taller Internacional Vendimia 2010: “Construcción de nación: la universidad del futuro en Iberoamérica”. Villa de Leyva, 2010.

53 HENDERSON, James. Op. cit., pp. 245-246.

54 QUIROZ OTERO, Ciro. La Universidad Nacional de Colombia en sus pasillos. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia/Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales, 2002, pp. 93-96.

55 Ibíd., pp. 93-96.

56 DÍAZ JARAMILLO, José Abelardo. “El 8 de junio y las disputas por la memoria, 1929-1954”. En: Historia y Sociedad, No. 22. Medellín: (ene.-jun. 2012); p. 162.

57 CAMACHO CARREÑO, José. El leopardo mártir. Bogotá: Todoamérica, s.f., p.16.

58 ARCHILA, Mauricio. “Entre la academia y la política: el movimiento estudiantil y Colombia, 1920-1974”. En: MARSISKE, Renate. Movimientos estudiantiles en la historia de América Latina I. México: Universidad Nacional Autónoma de México/Centro de Estudios sobre la Universidad/Plaza y Valdés, 1999, p. 163.

59 Ibíd., p. 163.

60 QUIROZ OTERO, Ciro. Op. cit., p. 101.

61 Ibíd., p. 101.

62 AYALA DIAGO, César Augusto. El porvenir del pasado: Gilberto Alzate Avendaño, sensibilidad leoparda y democracia. La derecha colombiana de los años treinta. Bogotá: Fundación Gilberto Alzate Avendaño/Gobernación de Caldas/Universidad Nacional de Colombia, 2007, p. 82.

63 Ibíd., pp. 74-76.

64 Ibíd., pp. 74-76.

65 MORENO MARTÍNEZ, Orlando. “El paro estudiantil de mayo de 1938”. En: Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, Vol. 36, No. 2, Bogotá: (2009), p. 47.

66 Ibíd., p. 47.

67 ARIAS TRUJILLO, Ricardo. Op. cit., p. 57.

68 RODRÍGUEZ, G. J. “Por los estudiantes”. En: El Gráfico, No. 535 (22, ene. 1921). Citado por: ARIAS TRUJILLO, Ricardo. Los Leopardos…, p. 56.

69 ARIAS TRUJILLO, Ricardo. Op. cit., p. 57.

70 OCAMPO LÓPEZ, Javier. Op. cit., p. 20.

71 ARCINIEGAS, Germán. El estudiante de la mesa redonda. Bogotá: Planeta, 1992, p. 9.

72 OCAMPO LÓPEZ, Javier. Op. cit., p. 25.

73 Estados Unidos reafirmó la política de intervención en el continente latinoamericano mediante la Doctrina del Destino Manifiesto proclamada por Theodore Roosevelt en 1904. Esta doctrina era una especie de carta blanca para la intervención de Estados Unidos en América Latina y el Caribe si cualquier nación bajo influencia de la órbita estadounidense dejaba en peligro los derechos o propiedades de sus empresas.

74 SALGADO PABÓN, Sergio Andrés. Op. cit., pp. 2, 11-12.

75 QUIROZ OTERO, Ciro. Op. cit., pp. 112-114.

76 PALACIOS, Marco. Violencia pública en Colombia, 1958-2010. Bogotá: Fondo de Cultura Económica, 2012, p. 41.

77 Ibíd., p. 41.

78 ARCHILA, Mauricio. Entre la academia y la política…, Op. cit., p. 165.

79 ARCHILA, Mauricio. “Protestas sociales en Colombia, 1946-1958”. En: Historia Crítica, No. 11 (jul.-dic. 1995); p. 75.

80 Ibíd., p. 75

81 QUIROZ OTERO, Ciro. Op. cit., pp. 124-138.

82 DÍAZ JARAMILLO, José Abelardo. Op. cit., pp. 184-186.

83 Ibíd., pp. 184-186.

84 RUÍZ MONTEALEGRE, Manuel. Sueños y realidades, procesos de organización estudiantil, 1954-1966. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2002, pp. 65-66.

85 Ibíd., pp. 65-66.

86 DÍAZ JARAMILLO, José Abelardo. Op. cit., p. 186.

87 LEAL BUITRAGO, Francisco. “La participación política de la juventud universitaria como expresión de clase”. En: CÁRDENAS, Martha y DÍAZ URIBE, Alberto. Juventud y política en Colombia. Bogotá: Fescol/SER, 1984, p. 167.

88 PALACIOS, Marco. Op. cit., pp. 42-52. Se sigue la periodización sugerida por Marco Palacios para entender la violencia política que ha vivido Colombia en la segunda mitad del siglo XX.

89 KURLANSKY, Mark. 1968: el año que conmocionó al mundo. Barcelona: Destino, 2004, pp. 25-556.

90 Los especialistas han denominado a este fenómeno democracia restringida.

91 PÉCAUT, Daniel. Crónica de cuatro décadas de política colombiana. Bogotá: Norma, 2006, pp. 22, 42.

92 HENDERSON, James. Op. cit., pp. 557-605.

93 PÉCAUT, Daniel. Op. cit., pp. 50-53.

94 Ibíd., pp. 88-98.

95 ARCHILA, Mauricio y COTE, Jorge. “Auge, crisis y reconstrucción de las izquierdas colombianas (1958-2006)”. En: ARCHILA, Mauricio et. al. Una historia inconclusa: izquierdas políticas y sociales en Colombia. Bogotá: Cinep/Colciencias/Programa por la paz, 2009, p. 69.

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