Memorias de una época

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En consecuencia, la modernización de la universidad entrañaba el ajuste de sus contenidos y estructuras académicas y administrativas a las demandas de la economía. Este argumento explicaba el énfasis puesto en la formación técnica. Así fue como el rector Patiño logró conseguir el respaldo de varios sectores de la Universidad Nacional para adelantar los cambios necesarios para modernizar la universidad más importante del país. Sin una postura autocrática e incluyendo algunas demandas de los estudiantes, especialmente las relacionadas con la dependencia de Bienestar Universitario, Patiño alcanzó a sentar las bases para el desarrollo de la Universidad Nacional en las dos décadas siguientes. De su gestión es necesario destacar el aumento y mejoramiento de la planta docente y el fortalecimiento de la facultad como unidad académico-administrativa para el funcionamiento de la institución126. La dedicación de tiempo completo de profesores jóvenes de clase media urbana fue uno de los más importantes logros de la Reforma Patiño. Si bien este rector asumió los lineamientos generales de Atcon para una realidad muy distinta a la universidad norteamericana, logró acoplarlos de manera no muy traumática en el contexto de la ciudad blanca127.

Este primer paso sirvió de ejemplo para que en el resto de las universidades del país se aplicara un plan general. En efecto, entre 1966 y 1967 una misión de la Universidad de California asesoró al Fondo Universitario Nacional (FUN) y la Asociación Colombiana de Universidades (ACU) para la elaboración del Plan Básico de la Educación Superior de Colombia. La formulación de medidas y recomendaciones para la educación superior del país estuvo precedida del respectivo diagnóstico de la situación de las universidades, para lo cual se solicitó la colaboración de rectores, planificadores, decanos y profesores de varias partes del país. Los informes presentados y publicados desde 1969 implicaron el estudio de la historia, los objetivos y la orientación de la educación superior, al igual que la situación del personal docente, los métodos de enseñanza y la organización administrativa y financiera. Inspirados en el “sagrado” principio de la planeación, el Plan Básico tenía como objetivo principal: “proponer a las autoridades competentes y a los gestores de la educación superior una serie de medidas fundamentales para lograr un avance significativo en la prestación de este servicio, avance que debe traducirse en una mejor educación universitaria para un mayor número de colombianos”128.

Como era de esperar, el Plan Básico empleaba un lenguaje eminentemente tecnocrático. El jefe de la División de Planeación de la FUN señaló que los estudios constituirían un esfuerzo para “mejorar la productividad de las unidades prestatarias de este servicio educativo desde el punto de vista de su extensión como de su calidad”129. Para los promotores de los informes estaba claro que su trabajo se enfocaría hacia el mejoramiento en la preparación de la población universitaria como “capital apreciable en el desarrollo de un país”, concepción fundamental que guiaría toda la reestructuración del sistema universitario colombiano. Inicialmente en 1966, el objetivo era trazar las principales directrices para crear un sistema de educación postsecundaria, para que así las políticas parciales y concretas tuvieran un asidero en el análisis y estudio de la realidad presente.

Así se llevó a cabo lo que algunos analistas –como José Fernando Ocampo– han denominado la norteamericanización de la educación universitaria en Colombia. Y en efecto, el Plan Básico representó la concreción de las directrices generales que Atcon había impartido a principios de los años sesenta, y que Estados Unidos apoyaría a través de su programa de asistencia conocido como Alianza para el progreso130. Tal labor contó con el liderazgo del jefe de la misión de la Universidad de Carolina, George Feliz, quien junto con los directivos de la ACU y del FUN fueron los personajes más destacados en el diseño del Plan Básico. Luego de las disertaciones de 1966-1967, las acciones no demoraron en emprenderse en varios frentes. Uno de ellos muy importante dentro de los que se destacaron la separación de la ACU y el FUN para convertirse en dos nuevas instituciones: la Asociación Colombiana de Universidades (Ascún) y el Instituto Colombiano para el Fomento de la Educación Superior (Icfes), como parte de la reestructuración del Estado que trajo la reforma constitucional de 1968131.

Un ejemplo verdaderamente significativo de este proceso lo constituyó la Universidad Industrial de Santander (UIS). Aunque había sido fundada hacia 1948 con el anhelo modernizador y desarrollista presente ya en la época, no tuvo un verdadero impulso sino a finales de los años sesenta. La reciente instauración de la industria petrolera había obligado a los empresarios santandereanos de mediados de siglo a considerar la posibilidad de fomentar la explotación de la riqueza energética a través de la creación de una universidad “industrial”132. Pero solo a finales de los años sesenta, en la rectoría de Neftalí Puentes Centeno, esta institución pudo implementar un Plan de Desarrollo que le permitiría adelantar acciones en pro del desarrollo industrial de la región. Con aquel plan se lograría ampliar la planta física, dotar los laboratorios, crear nuevas carreras y expandir la cobertura llevando la institución a diferentes puntos de la geografía regional. Para ello las directivas universitarias decidieron contratar un empréstito con el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). El préstamo se firmó el 11 de diciembre de 1972 por un monto de U$5 900 000, unos $200 016 000 colombianos de la época. Con el crédito aprobado, aquel mismo mes se firmó el Plan de Desarrollo que puso en marcha el programa de fortalecimiento de esta institución educativa133.

Tanto el Plan de Desarrollo UIS-BID como la Reforma Patiño de la Universidad Nacional fueron dos de las experiencias colombianas más importantes de ese proceso de modernización de la formación universitaria del periodo 1958-1985. Ambos aplicaban a pie juntillas las tesis de Atcon, con lo cual la preparación de profesionales de alta calidad, el incremento de la productividad y la transformación de la relación entre estudiantes y docentes por intermedio de las consejerías y la introducción de métodos pedagógicos modernos constituyeron el fondo de aquellos programas de reforma. También fueron tenidos en cuenta asuntos como la ampliación de Bienestar Universitario, la promoción de la investigación, la articulación con los problemas regionales o la profundización en los estudios humanísticos o básicos. En consecuencia, inspirados en las propuestas de Atcon, los gobiernos del periodo se propusieron convertir a la universidad en un “instrumento de desarrollo útil, consciente y activo” para ampliar sus vínculos con la industria, el comercio y la comunidad. Convencidos de la necesidad de una “revolución institucional” que evitase un levantamiento social de irreversibles consecuencias como en Cuba, quienes pensaban como Rudolph Atcon reiteraban la idea de la invasión del organismo social por parte de la universidad. La reforma estructural a la universidad era el paso necesario para transformar la sociedad sobre las bases de la “eficacia y del servicio colectivo”, sobre todo en un contexto de explosión demográfica como el que vivió Colombia –en el marco de Latinoamérica, por supuesto– entre los años sesenta y ochenta.

Recapitulando, los hechos que caracterizaron el segundo periodo histórico del movimiento estudiantil colombiano fueron principalmente los siguientes:

 El fin de La Violencia bipartidista y el surgimiento del conflicto armado interno dieron al país un semblante mucho más sombrío, pues si bien el bandolerismo había sido derrotado, su mutación ideológica y más adelante militar y económica pondría a la población civil en medio del fuego cruzado.

 El arreglo bipartidista conocido como Frente Nacional y que se constituyó en un mecanismo que ayudó a superar las causas de la violencia política, se convertiría en la causa directa del surgimiento del mayor descontento social de la historia nacional, pues nunca permitió que otras opciones políticas –que defendían otros intereses grupales– pudieran acceder a los puestos de representación política. El conflicto armado interno fue incluso un resultado de la lucha que el Frente Nacional emprendió contra los reductos de autodefensa campesina. Hecho que se convertiría en el principio de toda la violencia que durante los años ochenta viviría Colombia por efecto del narcotráfico.

 Colombia, como muchos otros países occidentales, asistiría durante este periodo a dos hechos centrales. En primer lugar, el desarrollo económico, demográfico e institucional conformaría el marco de posibilidad para que los jóvenes se transformasen en un nuevo actor social. Al aumentar su capacidad adquisitiva, los jóvenes impusieron muchos de sus gustos en el mercado; su influencia afectó principalmente aquel dirigido hacia los bienes culturales. En segundo lugar, no cabe duda que la época estuvo marcada por la revolución cultural planetaria. La juventud universitaria colombiana como la de cualquier otro país hizo de los principios revolucionarios, anti-moralistas y libertarios de Mayo del 68 su filosofía de vida.

 El país experimentó un crecimiento nunca antes visto de la cobertura educativa. La estructura educativa de elite abrió sus compuertas, aunque sin constituir un sistema educativo de masas. La universidad estaba llamada a ser protagonista, pues según los lineamentos estadounidenses la reforma de la educación superior prometía dirigir y coronar el reino del progreso.

Movimiento estudiantil y proyecto revolucionario

El giro hacia la izquierda política fue sin duda la nota distintiva que caracterizó al movimiento estudiantil colombiano durante la segunda mitad del siglo XX. Ciertamente, durante su primera etapa la protesta estudiantil no solo había evitado a toda costa cualquier relación con la ideología de izquierda, sino que había sido absorbida por los partidos políticos tradicionales. A partir de 1958, como efecto de las acciones que el Frente Nacional había empleado para combatir al bandolerismo y ante la influencia de la Revolución cubana y la revolución cultural planetaria, el movimiento estudiantil adhirió la opción revolucionaria. Giro que caracteriza hasta el día de hoy a ciertas agrupaciones ideologizadas.

 

Entre 1958 y 1984 fue prioridad del movimiento estudiantil crear una organización sólida que representara sus intereses gremiales. La Federación Universitaria Nacional (FUN), creada en 1963, fue la organización más fuerte que constituyera el movimiento estudiantil colombiano. La Federación de Universitarios Colombianos (FUC), la Federación de Estudiantes Colombianos (FEC) y la Unión Nacional de Estudiantes Colombianos (Unec) fueron sus antecedentes inmediatos. A partir de la Unec –fundada en 1958–, la protesta daría al movimiento estudiantil el rasgo de fuerza antimilitarista, anti-estatal y en general de tendencia izquierdista que lo caracterizaría. La primera organización, es decir, la FUC, no fue más que una organización pro-gobiernista creada en 1953 por la Iglesia Católica con el ánimo de alejar a los estudiantes de los peligros del “anarquismo”. Por su parte, la FEC –fundada a finales de 1954– constituyó una reacción del estudiantado a la influencia que el gobierno ejercía sobre el movimiento por intermedio de la FUC. En general, las organizaciones estudiantiles anteriores a la FUN defendieron una reforma liberal para la universidad en los términos de la reforma de Córdoba de 1918134.

La FUN tenía su origen en las organizaciones estudiantiles nacidas en medio de la efervescencia juvenil que fortalecieron las protestas sociales que el 10 de mayo de 1957 pusieron punto final a la dictadura de Rojas Pinilla, y que le mostraban al movimiento estudiantil un panorama político mucho más beligerante que el que habían visto las generaciones estudiantiles anteriores. Indudablemente, la masacre estudiantil de los días 8 y 9 de junio de 1954 en Bogotá; la golpiza que las fuerzas armadas les propinaron a algunos de los asistentes a la Plaza de Toros La Santamaría en enero de 1956, como reprimenda por abuchear a María Eugenia Rojas –la hija del dictador–; el enfrentamiento permanente del régimen con la prensa, y el posterior cierre de algunos medios como El Tiempo, El Espectador, el Diario Gráfico y El Siglo, terminaron por agudizar el descontento social. Así que los estudiantes, aunque ya antes habían actuado, tendrían en esta ocasión una oportunidad de demostrar que podían organizarse mejor para actuar consecuentemente.

Tal como propone Manuel Ruíz Montealegre, los hechos políticos de finales de la década del cincuenta proporcionaron el marco necesario para que las nuevas generaciones desarrollaran concepciones acerca del papel que deberían representar en la sociedad. En medio de la efervescencia social que vivía el país, los jóvenes estudiantes fueron elevados a la categoría de héroes nacionales y la caída de Rojas Pinilla leída como una victoria estudiantil135. En razón de la caída de Rojas Pinilla los estudiantes consideraron la “situación propicia para plantearse la tarea de promover cambios gremiales”136 sin olvidar sus implicaciones políticas137. El congreso estudiantil que dio origen a la Unec –realizado en Bogotá el 27 de junio de 1957– determinó que la unión estudiantil nacía para buscar soluciones democráticas a sus problemas gremiales, y que la organización era independiente de los partidos políticos. Además reconocía como principios y fines:

Art. 4° […condenar] la militarización de la juventud, la violencia en todos sus órdenes, y los imperialismos políticos, económicos y coloniales opuestos a la libre determinación de los pueblos.

Art. 5° […]. Luchar por el mejoramiento intelectual, material y moral de sus afiliados y contribuir a la solución de los problemas nacionales138.

Como bien lo señalaba el artículo cuarto de los estatutos de la Unec, el movimiento estudiantil condenaba los “imperialismos políticos”, es decir, la intromisión de los partidos tradicionales. Aunque no se tienen datos precisos ni estudios concluyentes, se sabe en estudios aproximativos realizados en 1968, 1976 y 1983 por Mario Latorre y Gabriel Murillo, Rodrigo Losada y Eduardo Vélez, y por Ricardo Santamaría, Eduardo Vélez y Gabriel Silva, respectivamente, que durante todo este periodo la apatía que despertaban los partidos políticos entre los jóvenes era elevada. Entre 1958 y 1968 los estudiantes universitarios colombianos manifestaron su inconformismo no solo con los partidos políticos tradicionales sino con el sistema político mismo.

Este inconformismo y la popularización de la ideología izquierdista terminaron por radicalizar al estudiantado. Si bien una minoría de estudiantes ingresó a los grupos armados revolucionarios surgidos en los años sesenta, la mayoría hizo de la abstención un arma de lucha, negando así cualquier relación con los partidos políticos tradicionales139. El estudio de Losada y Vélez señaló que hacia 1976 por lo menos el 52% de los jóvenes encuestados indicó que no simpatizaba con ninguno de los partidos políticos colombianos140. El estudio de Santamaría y otros, finalmente, reveló que en las elecciones presidenciales de 1982, el 54.2% de los jóvenes decidió no votar141. En consecuencia, y aunque entre 1957 y 1976 hay un arco de tiempo muy amplio, estos datos indican que para las generaciones de jóvenes que se sumaron al movimiento estudiantil después de 1958 los partidos políticos ya no tenían la misma importancia ni el mismo sentido de respeto e incluso veneración que durante la primera mitad del siglo XX.

Los artículos 4° y 5° de los estatutos de la Unec anunciaban ya el proceso de politización hacia la izquierda que emprendería el movimiento estudiantil a partir de la década del sesenta. Ese proceso tuvo tres momentos principales: 1958-1962, cuando se presentó la ruptura con el modus operandi del movimiento estudiantil anterior; 1962-1977, cuando el movimiento estudiantil expresó de manera más clara sus intenciones revolucionarias; y 1978-1985, cuando fue evidente un declive de la movilización política y una ruptura con las luchas precedentes.

a. La ruptura: 1958-1962

El trasfondo de la politización hacia la izquierda del movimiento estudiantil es posible ubicarlo entre finales de la década del cincuenta y principios de la década del sesenta, momento en el cual surgían en mayor número sectores urbanos de clase media, por efecto de las transformaciones socioeconómicas y políticas del país. Ante un país abierto al capitalismo que le apostaba al desarrollo económico y que acogía las reglas del juego democrático pero que no ampliaba el espacio de participación política a los nuevos sectores sociales, la juventud tuvo que buscar nuevas opciones. Ante tal situación y tras largas disputas surgiría la Unec como organismo oficial de un movimiento estudiantil y el cual consideraba ya muy en serio alejarse de las prácticas políticas tradicionales142.

Aunque en 1958 la Unec reproducía en su interior las mismas divisiones partidistas del país entre liberales, conservadores y comunistas, poco a poco la organización derivó en una entidad cabalmente de izquierda. Los grupos estudiantiles más dinámicos en este proceso fueron el Movimiento Obrero Estudiantil Campesino (Moec) –fundado incluso por uno de los dirigentes de la Unec, Antonio Larrota– y el grupo autodenominado Unión de Juventudes Comunistas. “Se inició así –escribe Leal Buitrago– un proceso de disgregación entre un núcleo universitario que continuaba dentro de la órbita tradicional del bipartidismo y segmentos estudiantiles que se fueron separando de esta, en razón de sus críticas al sistema político imperante”143. Ante tal situación, los grupos que controlaban la política nacional no hallaron una mejor respuesta que censurar las actuaciones de este sector de la juventud colombiana. La primera acción real en este sentido la emprendió Lleras Camargo cuando decidió vetar el auxilio económico que la Asamblea de Barranquilla le brindaría a la Unec para que se realizara el congreso estudiantil de 1959 en aquella ciudad. “La reacción universitaria no se hizo esperar: se atacó al gobierno por primera vez en forma abierta, calificando el 10 de mayo de fraude histórico”.

De aquí en adelante el divorcio entre estudiantes y partidos políticos estaba firmado. Atrás quedaban los años en que el movimiento estudiantil constituía el primer escalón para una carrera política en ascenso, como lo hicieron Eduardo Santos, Laureano Gómez, López Pumarejo o Guillermo Valencia, por nombrar solo algunos. 1960 fue el año que marcó el nacimiento de un nuevo movimiento estudiantil. Uno que haría de la huelga su principal arma de lucha, que contaría con Consejos Estudiantiles en cada universidad pública del país y que no solo exigiría cambios de orden gremial sino políticos. En este sentido cabe destacar las incidencias de esta primera huelga de ruptura con los partidos políticos tradicionales.

Tal como lo documenta Ciro Quiroz Otero, entre abril y septiembre de 1960 los estudiantes demostraron la fortaleza que podría alcanzar el movimiento. En aquella primera ocasión, y al parecer en razón también de los intríngulis de la política frentenacionalista, por intermedio de la huelga general los estudiantes de la Universidad Nacional lograron que Mario Laserna Pinzón renunciara al rectorado que dos años atrás le había concedido Lleras Camargo. El hecho encerraba un enmarañado cúmulo de disputas anecdóticas que involucraba a decanos y profesores, secretarios y ministros, periodistas y estudiantes. Todo comenzó con el error político que cometiera Laserna al no identificar la filiación política de uno de los decanos que nombraría en pleno Frente Nacional. Aquel decano y otros dejarían sus puestos, sumiendo a la universidad en una acefalia grave. Las cosas empeorarían cuando Laserna, sin que la situación de la universidad volviera a la normalidad, decidió viajar a Estados Unidos a conocer el programa que aquel país estaba estructurando para recuperar su dominio sobre la región (Programa Alianza para el progreso). Este segundo error político fue capitalizado por el movimiento estudiantil. Tan pronto como el rector Laserna descendió del avión que lo traía de regreso al país, el estudiantado coreó su renuncia144.


Chacón Soto. Jorge Olaya pidiendo la renuncia del rector de la UIS. Archivo Vanguardia Liberal. 21 de junio de 1964 . Bucaramanga

Los logros de esta primera acción no terminaron ahí. La más sentida victoria consistió en haber obtenido del Gobierno Nacional el reconocimiento de una comisión tripartita –en la que por supuesto estaban incluidos los estudiantes– para negociar una reforma que diera autonomía a la universidad para gobernarse. Estos logros dejaban entrever que la actividad subsiguiente del movimiento estudiantil sería intensa, tal como aconteció en enero de 1961, cuando cerca de dieciocho mil estudiantes salieron a la huelga. Esta fue la primera huelga que realizaba el movimiento estudiantil en pro de una verdadera autonomía universitaria en Colombia; la primera huelga, también, con la cual se luchaba por evitar recortes financieros que lesionaban la estabilidad de las universidades públicas, y la primera en demostrar que el movimiento había tomado rumbos políticos distintos –como lo señala Quiroz–, ya que la autonomía que exigían los estudiantes contemplaba la marginación casi total del Estado de la universidad, pues únicamente se reconocía al primero como organismo encargado de la financiación del sistema universitario145.

Desde puntos de vista ideológico y estratégico, el año de 1961 fue en consecuencia un año de fortalecimiento del movimiento estudiantil. Por una parte, las posiciones gremialistas alrededor de la autonomía universitaria se constituyeron en soporte ideológico del movimiento. De otro lado, la huelga adquiría visos de convertirse en la principal estrategia de presión. A partir de este año se harían habituales los enfrentamientos del estudiantado con la fuerza pública, las barricadas, las manifestaciones callejeras y los bloqueos viales en la mayoría de las ciudades más importantes del país: Cali, Barranquilla, Bucaramanga, Tunja y, por supuesto, Bogotá, el epicentro del movimiento. Si bien la Unec no controlaba a cabalidad todas las acciones, por lo menos las estimulaba y organizaba a través de sus comunicados146.

 

La Revolución cubana fue el acontecimiento mundial que incentivó la aproximación del movimiento estudiantil hacia la izquierda revolucionaria y las vías de hecho. El 1 de enero de 1959 Fidel Castro, líder del Movimiento 26 de Julio, llegó triunfante a La Habana mientras el General Fulgencio Batista huía. Con su acción Castro le abría paso en la región al primer régimen socialista. “Así, la idea del comunismo y la revolución como horizonte ideal hacia donde debía dirigirse la sociedad –escribió Ruíz Montealegre–147, empezaba a consolidarse en el imaginario de un sector del estudiantado”. Incluso ya en el Segundo Congreso Estudiantil de la Unec desarrollado en Bogotá en 1958, uno de los puntos que la mesa directiva sometió a consideración de los asistentes se relacionaba con problemas de orden ideológico. En aquella ocasión muchos jóvenes solo pensaban en las reivindicaciones gremiales y denunciaron de izquierdistas ciertas posiciones críticas de la mesa directiva. No obstante, como lo aclara Ruíz Montealegre, “prevalecería en términos históricos la aparición y el pronunciamiento de sectores estudiantiles que decididamente contemplaban la ideología y las políticas revolucionarias como un elemento definitorio dentro del movimiento estudiantil, lo cual se haría cada vez más evidente a lo largo de la década del 60”148.

En las universidades colombianas –tal como aconteció en otros países de la región149– la Revolución cubana fue fervorosamente acogida. Cuando Cuba efectuó su transición hacia el socialismo, los universitarios de América Latina aclamaron la medida. En 1962 afirma Medina Gallego: “un grupo de aproximadamente sesenta jóvenes colombianos viajaron a Cuba, haciendo uso de las becas ofrecidas por el gobierno de la isla, con el fin de continuar o cursar estudios universitarios y conocer de cerca la experiencia revolucionaria”150. Mientras tanto los gobiernos colombianos, empeñados en fortalecer su sistema, aceptaron con gusto el plan norteamericano para combatir al comunismo. Elección que se convirtió en el acicate ideal para que los universitarios se empeñaran en rechazar el sistema. Fue a partir de este momento que palabras como burgués, reaccionario, retardatario o imperialista, por un lado, compañero, progresista y consecuente, por otro, se convirtieron en términos muy importantes del argot revolucionario. Los universitarios contaban ya con su propia ideología. Como informa Quiroz Otero, nunca “antes se había leído tanto y en forma tan colectiva pero selectiva sobre unas temáticas que se oponían al régimen”151. De Marx y Engels se pasó rápidamente a Mao Tse Tung, el Che y Debray, lo que equivalía a decir que de la “utopía política se saltó a la realidad del socialismo que iba estructurándose en Cuba”152. Y si en el periodo anterior los líderes estudiantiles llegaban muy pronto al poder legislativo, tal opción en ese momento era despreciada. Los estudiantes entendían que “el Congreso de la República no jugaba al cambio”, y que el quid del asunto ya no consistía en “fundar hipótesis humanísticas y teóricas de un socialismo lejano, sino de imitar una realidad hecha a la manera latina por los cubanos de la Sierra Maestra”153.

b. (Casi) estalla la revolución: 1963-1977

A la nueva generación de estudiantes, los líderes políticos tradicionales se les antojaban frustrantes. “Ahora los repudiaban por sus métodos y estilo”154, acota Quiroz. De los antiguos héroes de la República ni siquiera se acordaban, y cuando los traían a la memoria era para repudiarlos o cuestionar sus actuaciones con cierta arrogancia. A partir de 1961 la Universidad Nacional constituía para los estudiantes un “Territorio Libre de América”; una Cuba intramuros con sus propios héroes y apóstoles –El Che, Fidel, Camilo Cienfuegos, Mao, Marx y Lenin–; con sus propios ritos –La Internacional Proletaria– y con sus propios símbolos –la hoz y el martillo sobre el rojo y negro de la bandera revolucionaria–.

Varios eventos de impacto nacional demostrarían la radicalización del movimiento estudiantil durante las décadas del sesenta y setenta: la participación del movimiento estudiantil en la huelga de 1962 que la Unión Sindical Obrera (USO) había iniciado con el propósito de exigir la nacionalización del petróleo; la creación de la Federación Universitaria Nacional en 1963; la marcha universitaria de 1964, protagonizada por los estudiantes de la Universidad Industrial de Santander; las violentas protestas de 1971 y 1977.

En 1962 el tratamiento político del tema del petróleo era un tema vedado para la mayoría de los colombianos. La USO era una voz solista y sus luchas casi a nadie importaban. Sin embargo, en la Universidad Nacional había un profesor que haría famosas las tesis sobre de la nacionalización de hidrocarburos. Ese personaje era el profesor y político Diego Montaña Cuéllar. Uno de los primeros abogados de izquierda que, en su función de asesor, intentaría defender los derechos de los trabajadores colombianos al servicio de las empresas extranjeras de hidrocarburos. Fue Montaña Cuéllar quien acompañó a los obreros a conseguir avanzadas reivindicaciones colectivas. Tan pronto como inició la huelga obrera, los estudiantes de la Universidad Nacional decidieron solidarizarse con los trabajadores petroleros no solo acompañándolos en las tomas de las vías públicas sino con numerosas actividades complementarias como la consecución de fondos para financiar y resistir la lucha155.


Caminantes de la UIS. Archivo El Tiempo. 25 de julio de 1964. Bogotá

En medio de un ambiente convulsivo y teniendo en cuenta que tanto la Unec como la FEC se habían quedado cortas en su función directiva, una buena parte de la dirigencia estudiantil decidió “crear un organismo de dirección nacional” que lograra concentrar todo el apoyo de la base universitaria. Aquella tarea –señala Ruíz Montealegre156– no fue nada fácil, si se tiene en cuenta que “los voceros estudiantiles ya estaban impregnados de una dosis de alto contenido político”, y que “antes de pensar en comunión intentaban imponer su concepción política”. No obstante, en el Tercer Congreso Nacional Estudiantil celebrado en Bogotá en noviembre de 1963, ese nuevo organismo –la Federación Universitaria Nacional– pudo ser creado157. La nueva federación lograba unir al estudiantado en torno a una sola línea ideológica: la izquierda revolucionaria. Esto es lo que puede observarse en la exposición de sus principios estatutarios:

El logro de una verdadera universidad popular implica no solamente que sus puertas estén abiertas a todas las capas de la sociedad y que se incremente el número de residencias, becas, etc. (bienestar universitario) para estudiantes carentes de recursos económicos, sino también que su orientación esté al servicio de los intereses de nuestro pueblo. Esto significa que la universidad se convierta en la avanzada intelectual y cultural de las clases trabajadoras158.

Para el movimiento estudiantil era un error flagrante creer, tal como lo postulaba Atcon, que para superar el subdesarrollo el papel de los estudiantes latinoamericanos consistía simple y llanamente en adquirir competencias técnicas y profesionales:

Si se tiene en cuenta –decían los estudiantes– que toda la problemática nacional, y por consiguiente la universitaria, es consecuencia de una situación de subdesarrollo económico que resulta y se mantiene por la dependencia económica de los intereses extranjeros, especialmente de los grandes monopolios internacionales, que tienen a estos países como proveedores de materias primas baratas y como mercado de artículos elaborados caros, la lucha de los universitarios debe estar dirigida contra tales cadenas: buscar la independencia económica y política como única manera de afirmar la auténtica soberanía nacional –y de abrir con ello verdaderos cauces a la realización personal y generacional–, constituye misión ineludible para los universitarios colombianos159.