Memorias de una época

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Metámonos en la taberna de la historia. Que vengan aquí, a la mesa redonda, y a conversar con el estudiante de América, estudiantes de todos los tiempos. Nadie se escandalice: nunca tuvimos sitio más decoroso para platicar: siempre en los bodegones, en los desvanes, en las tabernas nos sorprendieron la muerte o la alborada cuando más henchido teníamos el ánimo de empresas generosas y la emoción vibraba en las palabras. Hemos sido conspiradores tradicionales. De todos los tiempos. Llevamos la revolución en el alma. No medimos el dolor ni el sacrificio. El gesto que más seduce a nuestras juventudes es verter la vida sobre una bella ilusión71.

Germán Arciniegas al comando de la Federación de Estudiantes y junto a otras futuras personalidades de la nación como Carlos y Alberto Lleras, Enrique Caballero, Jorge Zalamea, Rafael Maya, León de Greiff o José Camacho Carreño –miembros de los grupos intelectuales Los nuevos y Los leopardos– organizó en mayo de 1921 la primera huelga de la Universidad Nacional. En aquella ocasión el movimiento se opuso al nombramiento de Alejandro Motta, aun cuando una serie de decisiones políticas del presidente Marco Fidel Suárez, que influyeron en la renuncia del rector nombrado, evitó una confrontación directa entre el estudiantado y el gobierno72.

Como Arciniegas, otros estudiantes de la época se ejercitaban en habilidades que más adelante les darían renombre en la política nacional, la literatura, las artes o el periodismo. Se trató de los primeros estudiantes en Colombia que propenderían por la autonomía universitaria, la cátedra libre, la enseñanza científica y la obligación de la universidad de influir en la sociedad. Todos ellos estudiantes que recogieron el legado del Grito de Córdoba. Sin embargo, no se debe perder de vista que si bien estos jóvenes lucharon por reformas educativas importantes, no es posible definirlos como revolucionarios, ya que ninguno –o muy pocos, en realidad– compaginaron con ideas socialistas o comunistas y menos propusieron cambiar el orden establecido para sugerir o imponer uno nuevo.

Estas primeras movilizaciones le debían mucho a los sucesos de Córdoba de 1918. La importancia de la universidad argentina y su papel como organizadora política y social de las clases sociales nunca fue desconocida. Pero en Colombia, a diferencia de otras naciones latinoamericanas, las doctrinas de la izquierda revolucionaria encontraron en la Iglesia, la escuela y los partidos, contradictores tan feroces que su influencia no caló en la sociedad. Al finalizar la Primera Guerra Mundial nuevas corrientes de pensamiento influían en una generación que veía cómo las potencias no solo se repartían entre ellas los mercados mundiales sino también sus triunfos militares. En esta repartición fueron más que evidentes las intenciones expansionistas de Estados Unidos sobre América Latina. Voces de políticos e intelectuales en el continente denunciaron este “imperialismo yanqui” con su reafirmación de la Doctrina Monroe de “América para los americanos”73. En este mismo contexto, la Revolución soviética mostraba que era posible el alzamiento de las masas obreras para promover en el corto plazo los cambios que las sociedades tradicionales demandaban. Y no obstante, los principales combates del movimiento estudiantil de esta época en Colombia apenas cumplían con reivindicar a un sector pequeño de la sociedad: el estudiantado universitario.

Tal como lo ha señalado Sergio Salgado, durante esta primera época es posible identificar un movimiento estudiantil conformado por dos ciclos generacionales: el de la Generación del Centenario y el de la Generación de Los nuevos. Ambos ciclos estuvieron enmarcados en las políticas educativas de la República Conservadora (1880-1930) y buscaron reformar este sistema educativo. La Generación del Centenario se destacó porque logró vincular sus reivindicaciones con las luchas de estudiantes de diferentes países latinoamericanos por la modernización de los sistemas educativos de sus respectivas naciones. La Generación de Los nuevos, por su parte, logró integrar las reivindicaciones hacia “una mayor cantidad y variedad de elementos [de] lucha”74, pues no solo le otorgó a la prensa autónoma un mayor valor, sino que enriqueció la protesta con la creación de distintos espacios de acción política y cultural como la Asamblea, la Federación, el Carnaval, la Fiesta, los Reinados y la Casa de Estudiantes.

En la siguiente etapa de este primer periodo del movimiento estudiantil, desarrollada principalmente entre 1946 y 1957, es posible identificar cambios aun cuando no sustanciales tanto en la manera de proceder del movimiento como en sus motivaciones. Lo primero por señalar es que entre 1938 y 1945 no hubo acciones estudiantiles importantes. Y en segundo lugar, a partir de 1946 –tal como lo muestra Ciro Quiroz75– el movimiento adquirió un elemento que si bien no generaba una ruptura radical con su anterior etapa, si lo prepararía para lo que vendría después de la dictadura de Rojas Pinilla: la aparición de enfrentamientos campales del estudiantado y las fuerzas del orden. Estas batallas campales surgieron en el denominado periodo de La Violencia política. Para Marco Palacios, hacia 1946, al finalizar el periodo liberal y retornar al poder el régimen conservador, se abrió una “temporada de vendavales que arrasó los sistemas de valores, los códigos morales sobre el empleo de la violencia pública y privada y los derechos humanos”76 que se conoce como La Violencia77.


Luisé. Precoces. Archivo El Tiempo. 9 de junio de 1975. Bogotá

El recrudecimiento de los odios bipartidistas en el seno de la sociedad rural colombiana se tradujo en un aumento del pie de fuerza en las ciudades. A esto se sumó un serio recorte de las garantías democráticas: tras el asesinato en 1948 del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán sobrevino en 1949 la clausura del parlamento y en 1953 la dictadura militar –si bien esta contó con el apoyo de miembros de la sociedad civil–. En general, este periodo se caracterizó por una disminución de la protesta debido al fortalecimiento de la fuerza militar. De otro lado, la violencia bipartidista y la violencia estatal generaron una reacción de las mismas características por parte de algunos sectores sociales. Señala Mauricio Archila que durante este periodo no solo los estudiantes sino todos los sectores sociales salieron a las calles a protestar. En total, en estos once años hubo 257 protestas78. Lo que da poco menos de dos protestas por mes. Cincuenta y seis de ellas estuvieron protagonizadas por los estudiantes, lo cual indica que este sector social fue el más activo del periodo79.

En las calles los estudiantes fueron los voceros de las capas medias en ascenso y de los representantes de la intelectualidad. Por ende, se constituyó en el sector más sensible al recorte de los derechos democráticos80. Los años de mayor actividad para el movimiento estudiantil fueron los años de la dictadura, entre 1953 y 1957. Recordada fue la lucha que emprendieron en las jornadas del 8 y 9 de junio de 1954, cuando con motivo de conmemorar veinticinco años del asesinato de Gonzalo Bravo Pérez los universitarios se lanzaron a la calle a pedir el retorno de las garantías democráticas. En la mañana del 9 de junio, como se hacía desde 1929, los estudiantes de la Universidad Nacional marcharon hasta la tumba de Gonzalo Bravo. Salieron de la ciudad universitaria hacia el Cementerio Central.

Al aproximarse la marcha al cementerio, un oficial de la policía informó a los manifestantes que las puertas se encontraban cerradas por orden del alcalde. El estado de sitio no permitía manifestaciones. Los estudiantes mostraron su inconformidad, pero minutos después las puertas del cementerio se abrieron por orden del gobierno. Se realizó una misa y algunos estudiantes, pese a la prohibición, exclamaron arengas.

El evento terminó bien. En silencio y con paso lento, la comitiva regresó a la universidad. Pasado el mediodía, sin embargo, los sucesos se complicarían. Las autoridades habían decretado la toma militar del establecimiento educativo. Hacia las tres de la tarde un bus con policías se estacionó frente a la universidad, listos a hacer cumplir la orden de desalojo del campus. Los policías abrieron fuego, obligando a los estudiantes que se hallaban presentes a resguardarse en el primer sitio que encontraron. Un manifestante fue alcanzado por las balas: se trataba del estudiante de Medicina y Filosofía Uriel Gutiérrez Restrepo. Tenía veinticuatro años de edad y escribía un artículo semanal para el periódico universitario. El día de su muerte, paradójicamente, se había mantenido al margen de las protestas porque se encontraba preparando un examen inaplazable81.


Casasbuenas. Soldado a punto de dispararle a un policia en medio de una manifestación estudiantil. Archivo El Tiempo. 9 de junio de 1954. Bogotá

Al día siguiente, tras el sepelio del estudiante asesinado, una comitiva de manifestantes se dirigió a la casa presidencial a exigir justicia. Temprano en la mañana de aquel día, procedentes de diversas universidades capitalinas, miles de estudiantes habían arribado a la Universidad Nacional con la intención de rendir un sentido homenaje a Uriel Gutiérrez Restrepo. La oportunidad no fue desaprovechada por los dirigentes universitarios para encender aún más con sus arengas la rabia y el dolor del estudiantado, tal como lo asegura José Abelardo Díaz Jaramillo. Serían poco más de las diez de la mañana cuando la multitud decidió marchar por la calle 26 hacia el Palacio de San Carlos. En medio de gritos la agitada multitud fue interceptada al llegar a la calle trece con carrera séptima por un destacamento de soldados adscrito al Batallón Colombia, el mismo que había participado en la Guerra de Corea. “Los estudiantes decidieron entonces sentarse en aquel lugar y oír los discursos que sus colegas empezaban a pronunciar. Transcurrido un tiempo, un disparo rompió la tranquilidad del acto, dando motivo para que en seguida los militares descargaran sus fusiles contra los estudiantes, produciendo una tragedia de grandes proporciones”82. En aquella jornada perdieron la vida ocho estudiantes más:

 

Jaime Moore Ramírez, Hernando Morales Sánchez, Hugo León Velásquez, Carlos J. Grisales, Álvaro Gutiérrez Góngora, Elmo Gómez Lucich, Rafael Sánchez Matallana y Hernando Ospina83.

La masacre del 9 de junio de 1954 obligó al movimiento estudiantil a buscar nuevas y más eficaces estrategias de movilización. A finales de aquel mismo año los estudiantes crearon un organismo que dotaba a la lucha estudiantil de una organización. Nació la Federación de Estudiantes Colombianos (FEC). En efecto, según relata Carlos Romero –representante estudiantil por la Universidad Libre en aquellos años– en una entrevista, la FEC fue el resultado de aquellos luctuosos acontecimientos:

En 1954 cuando se produce la masacre estudiantil, se genera un agrupamiento estudiantil de sectores liberales radicalizados en contra de la dictadura. Por eso yo sostengo que se trató de un movimiento estudiantil coyuntural, es decir, se produjo exclusivamente para enfrentar la dictadura de Rojas Pinilla en su etapa más desarrollada. La motivación política de la FEC se limita a la lucha contra la dictadura […], desde luego es una lucha supremamente importante.

La muerte de los universitarios partió en dos la historia del movimiento estudiantil colombiano. En primer lugar, dio pie para que el estudiantado creara una organización con propósitos de unificar la fuerza del estudiantado. Hasta ese momento el movimiento contaba únicamente con la Federación de Universitarios Colombianos (FUC), organización creada en abril de 1953 pero auspiciada tanto por el gobierno como por la Iglesia, hecho que, indudablemente, restringía el campo de acción estudiantil. Con la FEC, por el contrario, el movimiento contaba por primera vez en su historia con una organización que apoyaba, organizaba y dirigía una resistencia franca a la dictadura. El “creciente sentimiento antimilitarista y el rechazo a los sistemas políticos dictatoriales”84 que los estudiantes e intelectuales de algunos países latinoamericanos como Cuba, Guatemala o Argentina hacían populares, motivó a los miembros de la FEC a repudiar la dictadura de Rojas Pinilla y a movilizarse de manera organizada hasta propiciar el cambio de régimen, tal como sucedería en mayo de 1957, cuando el dictador abandonó el poder85. La muerte de los estudiantes el 8 y 9 de junio significó también un cambio en la representación del movimiento estudiantil. A partir de 1954 ya no se conmemoraría más el Día del Estudiante a secas, tal como se hacía desde 1929, sino que se empezaría a hablar –hasta convertir aquel día en representación de la memoria universitaria– del Día del Estudiante Caído86.


Chapete. Fechas que acusan. Archivo El Tiempo. 9 de junio de 1965. Bogotá

Se iniciaba una nueva etapa en esta historia del movimiento estudiantil colombiano. Una etapa en la cual la memoria resignificaba a sus propios héroes y episodios históricos. Una etapa, en fin, en la que el movimiento tomaba conciencia de que su papel político era mucho más influyente de lo que creía. Un hecho corrobora esta idea. Como bien lo ha señalado Francisco Leal Buitrago, la participación del movimiento estudiantil en los eventos que confluyeron en el derrocamiento de Gustavo Rojas Pinilla fue importante solo en la medida que actuó como punta de lanza del descontento civil general, y no debido a la fuerza de su propia organización política. Ni la FEC ni la FUC se habían puesto de acuerdo para dirigir acciones de protesta que motivaran la caída del dictador, pero sus disputas sentarían las bases para que en el periodo siguiente el movimiento estudiantil se radicalizara hasta convertirse en los años sesenta y setenta en una fuerza social y política que pretendió cabalgar en el lomo de la historia y tomar por asalto la utopía en pos de crear un mundo y un hombre nuevos87.

Movimiento estudiantil, ideología y revolución: 1958-1984

El fin de la dictadura militar de Rojas Pinilla no significó el fin de la violencia política. El acuerdo entre los Partidos Liberal y Conservador, conocido como Frente Nacional, ayudó a mitigar la intensidad del conflicto que se experimentaba en el campo. De otro lado, la modernización del Estado y de la sociedad colombiana había cambiado radicalmente el panorama nacional. El periodo que va de 1958 hasta finales de los años setenta y comienzos del siguiente decenio se caracterizó por el recrudecimiento de la violencia política. El hecho más importante lo constituyó sin lugar a dudas el surgimiento de nuevos actores armados, es decir, los diferentes grupos de autodefensa campesina que con el tiempo devendrían en guerrillas revolucionarias de izquierda. Como lo ha señalado Marco Palacios, los principales hitos de este periodo fueron la tregua bipartidista que va de 1958 a 1962 y el recrudecimiento de la guerra marginal contra las guerrillas entre 1962 y 198588.


Chapete. Revoltijos que matan. Archivo El Tiempo. 23 de marzo de 1965. Bogotá

En este periodo el país también experimentó, tal como lo hizo buena parte del mundo occidental, profundos cambios en sus estructuras demográfica, educativa, urbana y laboral. De igual modo, aspectos idiosincráticos, sobre todo en aquellos que estaban relacionados con la tradicional manera de entender la sexualidad o los principios morales y la manera de percibir las relaciones intergeneracionales y sociales. En suma, se asistió durante estos años de la segunda mitad del siglo XX a una alteración en las formas de ver y concebir la vida. El principal suceso, aquel que le daría su tono distintivo al periodo, lo constituyó la revolución cultural planetaria, es decir, un macroacontecimiento que sobre cambios económicos y sociales tras la Segunda Guerra Mundial dio un nuevo orden al mundo: apogeo de la economía capitalista en el bloque occidental y desarrollo de las economías internas en los países del mundo socialista89. En este contexto y arco temporal (1958-1985) el movimiento estudiantil experimentaría una segunda fase en su acontecer.

De la violencia al conflicto armado

Tras la caída de Gustavo Rojas Pinilla, el régimen de transición, auspiciado, entre otros, por políticos de renombre como Alfonso López Pumarejo y Laureano Gómez, propuso reconciliar a los partidos tradicionales otorgándoles por mandato legal y legítimo el acceso paritario a los cargos del Estado. Del mismo modo, entregándole a los dos partidos la alternancia del poder ejecutivo. A este sistema se le dio el nombre de régimen del Frente Nacional. Si bien a su sombra la sociedad colombiana vio por fin languidecer los años de La Violencia bipartidista, nuevos conflictos emergieron con fuerza, ya que el sistema mismo dejaba por fuera a nuevos actores políticos: campesinos, obreros y estudiantes de nuevo cuño –es decir, sectores pertenecientes a la clase media emergente–. En consecuencia, es necesario reafirmar, siguiendo a Daniel Pécaut, que el Frente Nacional no solo debió generar descontento en “buena parte de la población”, sino que ayudó a engendrar sus propios problemas de legitimidad, ya que cerraba el camino hacia la democracia90 con medidas como el estado de sitio. Un recurso utilizado para combatir al bandolerismo y acallar a sectores sociales que veían menguados sus derechos de representación política91.

En términos descriptivos el Frente Nacional se caracterizó por los siguientes aspectos: en la primera presidencia, Alberto Lleras Camargo se encargó de bajar la intensidad de la violencia bipartidista. Para ello ordenó, por una parte, mantener la amnistía para los grupos armados, tal como la Junta Militar de transición lo había decretado tras el retiro de Rojas Pinilla; y por otra, poner en marcha una reforma agraria que procurara no tanto alcanzar la igualdad social, sino contener el avance del comunismo, ideología que la Revolución cubana había puesto a la orden del día en Latinoamérica. La reforma recibió el apoyo del gobierno norteamericano por intermedio del programa de asistencia Alianza para el progreso en América Latina, y pese a que no cumplió con las expectativas sociales que había despertado, ayudó a fortalecer el mercado de tierras al reconocer la legalidad de las pequeñas propiedades.


Mendoza. En estado de alerta. Archivo Vanguardia Liberal. 5 de marzo de 1971. Bucaramanga

La Violencia bipartidista llegó a su fin en la presidencia del conservador Guillermo Valencia, pero no sin dar paso al conflicto armado. En efecto, a partir de 1963, y debido al Plan Laso, un plan militar y político, el gobierno pudo desarticular y extinguir a los grupos de bandoleros que merodeaban principalmente en el departamento del Tolima. El plan seguía las técnicas de lucha contrainsurgente que Estados Unidos aplicó en Centroamérica después de la Revolución cubana. El plan fue un éxito a medias, pues solo venció al bandolerismo de origen bipartidista, y pese a que quiso evitar que las primeras organizaciones guerrilleras de izquierda lograran posicionarse, lo único que consiguió fue transformar La Violencia en conflicto armado. Este hecho tuvo su origen en los ataques del Ejército en Marquetalia, un enclave de autodefensa campesino de ideología liberal del sur del Tolima, al que Álvaro Gómez Hurtado llamó república independiente92.

En las dos últimas administraciones del Frente Nacional se produjeron tres cambios políticos sustanciales. Lleras Restrepo adelantó, en primer lugar, una reforma constitucional que, entre otras cosas, eliminaba la regla que establecía que para aprobar una ley se requería del consentimiento de las dos terceras partes del poder legislativo, tal como lo ordenaba el plebiscito que creó el Frente Nacional. Con esta reforma el Ejecutivo alcanzaría un mayor rango de acción. El segundo cambio, por su parte, consistió en levantar el estado de sitio, medida con la cual se controlaba al bandolerismo desde la época de la dictadura, pero que durante el Frente Nacional había sido utilizada para contrarrestar las manifestaciones y los paros cívicos que realizaban algunos sectores sociales como los obreros, los campesinos y los estudiantes93. Misael Pastrana, finalmente, volvió a la política represiva del estado de sitio, argumentando que los desórdenes civiles, las acciones de las guerrillas y la aplicación in extremis de la reforma agraria –a través de algunas expropiaciones– atentaban contra la legalidad y legitimidad del gobierno94.

En síntesis, este conjunto de acciones políticas represivas llevadas a cabo durante el Frente Nacional coadyuvaron para que surgieran sectores civiles y armados de oposición. Entre 1958 y 1970, en la órbita civil, aparecieron grupos políticos como el Movimiento Revolucionario Liberal (MRL), la Alianza Nacional Popular (Anapo), el Partido Comunista Colombiano-Marxista Leninista (PCC-ML), el Frente Unido del Pueblo (FUP) y el Movimiento Obrero Estudiantil Campesino (Moec) y el Movimiento Obrero Independiente Revolucionario (Moir). En la órbita armada, la lista incluía grupos como las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), el Ejército de Liberación Nacional (ELN), el Ejército Popular de Liberación (EPL) y el Frente Unido de Acción Revolucionaria (Fuar)95. Después de 1970 todas las fuerzas civiles –dice Pécaut– se multiplicaron; aparecieron diferentes organizaciones políticas radicales, movimientos de opinión y grupos de oposición cultural. Con ello, los conflictos sociales, los paros cívicos y la violencia se generalizaron96. En las zonas de colonización, por su parte, los grupos guerrilleros lograron consolidarse, mientras que en el sector urbano aparecía el primer grupo guerrillero de carácter nacionalista: el Movimiento 19 de Abril (M-19).

Finalizado el Frente Nacional y durante el primer quinquenio de los años ochenta, al tiempo que la Guerra Fría entraba en su etapa final, el país empezaba a vivir una de sus peores experiencias: la guerra de múltiples actores con población civil de por medio. Varias fueron las causas que favorecieron el surgimiento de tal violencia. Entre ellas habría que ubicar, en primer lugar, el debilitamiento del estado de bienestar, hecho que le abrió las puertas al modelo de la economía neoliberal; en segundo lugar, la consolidación de las prácticas políticas desarrolladas y aprendidas durante el Frente Nacional, bajo la clásica fórmula de clientelismo-corrupción; y en tercer lugar, la lucha contra la producción de drogas ilícitas, la cual hizo rentable el negocio y ayudó a organizar todo un aparato productivo que incluía la creación de verdaderos ejércitos de mercenarios para su defensa y custodia (guerrillas, carteles y autodefensas de todos los matices y colores)97

 

Época de cambios: modernización y revolución cultural

En los años sesenta el país experimentaba ya los principales fenómenos de la modernización: el crecimiento no planificado de su población y, por tanto, de sus urbes, el incremento paulatino del mercado interno y la ampliación de los aparatos del Estado. El proceso de urbanización había comenzado a mediados de siglo, y absorbía lenta y desordenadamente una población que huía del campo y que luchaba por mejorar su situación de vida. Por lo menos la mitad de esa población estaba conformada por jóvenes menores de quince años de edad. En el mercado interno, los consumidores podían encontrar ahora una amplia gama de productos (nacionales e importados) que prometían una mejora sustancial de la vida cotidiana, entre ellos electrodomésticos, vehículos y los productos culturales. Ante este nuevo panorama el Estado tuvo que ampliar su margen de acción, acrecentando y mejorando principalmente la cobertura en el sector educativo. El crecimiento demográfico y la ampliación del mercado interno requerían de una masa de individuos formados para enfrentar los nuevos retos de la modernización.

Estos tres elementos generaron –argumenta Henderson– transformaciones sociales y culturales radicales puesto que aceleraron “el ataque contra las costumbres y convenciones tradicionales”, esto es, aquellas que provenían del campo. Esta nueva situación tornó más compleja la sociedad colombiana: adultos y jóvenes se convirtieron en consumidores de la cultura mediática que recibían a través de los radios de transistor o de los televisores del mercado. De manera acelerada, el mercado global de consumo entraba a la nación colombiana98.

La revolución cultural planetaria se había instalado en Colombia. ¿En qué consistió este acontecimiento? Si bien para una producción académica ortodoxa las revoluciones se refieren a los cambios bruscos efectuados en la esfera del poder, para una amplia gama de investigaciones, no cabe duda que los cambios sociales y culturales que experimentó el mundo occidental en los años sesenta fueron revolucionarios porque modificaron para siempre la manera de percibir y concebir el rumbo de la vida social misma, pese a que no alteraron las lógicas del poder político. Esto precisamente sucedió en Francia durante las jornadas de mayo de 1968, donde luego de tres semanas de protestas estudiantiles el gobierno de Charles de Gaulle estuvo a punto de caer. No obstante, por esta misma razón, para otros analistas la revolución cultural planetaria de los años sesenta y setenta no fue más que una revolución eurocéntrica perceptible solo en la moda, la música, la cultura visual y la sexualidad.

Otros enfoques sostienen no solo que las rupturas culturales de este periodo incidieron de manera directa en las profundas transformaciones políticas y sociales experimentadas en la época, sino que también impactaron otras regiones del mundo, entre ellas, América Latina. Tan contundentes fueron los efectos que la familia, una de las estructuras sociales que más se había resistido a los cambios, se transformó radicalmente en varios lugares del orbe. Los jóvenes adquirieron por primera vez un estatus como categoría sociocultural y sus realizaciones se constituyeron en una etapa importante para afirmarse en la sociedad y no en una fase preparatoria para la vida adulta, tal como había sido a lo largo de los últimos siglos. Estos dos cambios demuestran que si se mira este evento desde la perspectiva de la longue durée sugerida por Fernand Braudel, hacia los años sesenta del siglo XX el mundo occidental había experimentado una coyuntura en la que se modificó de manera radical algunas de las más antiguas y tradicionales estructuras sociales históricas99.

Otra de las características de esta revolución tiene que ver con el tipo de individuos que la pusieron en marcha. Tal como lo ha mostrado Eric Hobsbawm en su ya clásica Historia del siglo XX, hasta entonces ningún movimiento revolucionario había tenido en sus filas a tantas personas alfabetizadas que no solo leían libros sino que también los escribían. Sin duda, esto se debió al crecimiento y fortalecimiento de los sistemas educativos estatales que, después de la Segunda Guerra Mundial, hicieron asequible para la mayoría de la población no solo la formación básica sino incluso la universitaria. Con una base social intelectualmente formada, los bienes simbólicos que se producían en los saberes de la filosofía, la ciencia o las artes ganaban un mayor reconocimiento en la sociedad100.

Todas estas variables se conjugaron para posibilitar la más violenta agitación juvenil de toda la historia occidental. La juventud, totalmente politizada, consideraba que su papel histórico era liderar la lucha revolucionaria que las masas adelantaban desde mediados del siglo XIX. Se leía, en consecuencia y con fruición, a todos los filósofos que criticaban tanto al sistema capitalista como al totalitarismo socialista; se ponía en tela de juicio cualquier símbolo de autoridad, cualquier sistema de valores, toda moral. Así pues, imbuidos por una convicción total sobre la existencia de una situación de opresión generalizada, durante el mes de marzo de 1968, jóvenes e intelectuales de la Francia de Charles de Gaulle se levantaron en contra del sistema. La ola de protestas que condujeron al estado de conmoción general del país inició en Nanterre, específicamente por el descontento de los estudiantes por la no apertura de residencias mixtas en esta universidad a las afueras de París y por los procedimientos de evaluación. La figura más visible de la protestas de mayo de 1968 fue Daniel Cohn-Bendit, más conocido como Danny El Rojo quien provenía de una familia radical con trayectoria en la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos.


Lozano. La Ley Concha. Archivo Vanguardia Liberal. 12 de marzo de 1971. Bucaramanga

De las reivindicaciones por las residencias en Nanterre y del enfrentamiento verbal de Bendit con un ministro, se derivó la creación del movimiento 22 de marzo, grupo que auguró las mutaciones en las formas de organización de la juventud universitaria en Francia. Las relaciones que sostenían agrupaciones como la Juventud Comunista Revolucionaria y su líder Alain Kirvine, con personajes como Ruddi Dutschke, llevaron al Ministro de Educación a expresar el miedo de toda la generación adulta ante una posible “conspiración internacional” de fuerzas desestabilizadoras. Sin embargo, una de las principales novedades de esta nueva generación de jóvenes radicó en el distanciamiento de las fuerzas políticas existentes para manifestar su descontento. En la base de estos activistas estaba un sentimiento de antiautoritarismo que rechazaba toda estructura jerárquica; por ende, más que liderazgos verticales predominaba la espontaneidad y el carisma101.

Como era de esperarse, el gobierno francés respondió con la fuerza. A principios del mes de mayo el General de Gaulle obsesionado con el orden decidió militarizar todo el país y ordenó el cierre de la Universidad de Nanterre. Con esta medida lo único que consiguió fue desplazar el movimiento hacia la misma Sorbona. La justificación del gobierno para acometer el cierre e imponer la presencia de la policía se basaba en un argumento endeble: la condición de estudiantes de regular rendimiento académico que veían en el “desorden” el camino expedito para evitar los exámenes. Aunado a esto, de Gaulle consideraba que los hechos similares acaecidos en otras partes de Europa se debían a un complot comunista internacional calculado para arrodillar las democracias occidentales. Pese a la debilidad de sus argumentos y a que un grupo de intelectuales de la talla de Sartre apoyaban la protesta de los estudiantes, el gobierno no comprendió que la movilización no correspondía con las típicas manifestaciones organizadas por estructuras jerárquicas como la comunista.