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La transformación de las razas en América

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EVOLUCIÓN INTELECTUAL DE LAS SOCIEDADES 11

SUMARIO: —La barbarie.Cómo se realiza el progreso.Las civilizaciones antiguas.Las civilizaciones medioevales.La civilización moderna.Evolución de la moral

Cuando la expedición al desierto las barrió definitivamente por la superioridad del rémington sobre la lanza, – en 1879, el mismo año en que Edison descubría la luz eléctrica por incandescencia en el vacío, – las tribus de pastores seminómades que poblaban la Pampa como ocupantes de territorios en común no conocían el derecho de propiedad individual sobre la tierra, pero sí sobre la choza y los enseres domésticos. Cada tribu tenía un jefe: el cacique y varios hechiceros para expulsar del cuerpo de los enfermos a los malos espíritus; cada grupo de hombres de lanza un capitanejo, éstos y aquél vitalicios y electivos en razón del prestigio adquirido. Su alimento predilecto era la carne de caballo, y en más de tres siglos de contacto no siempre hostil, con los pobladores europeos circunstantes, sólo habían asimilado de ellos el caballo, la vaca, la oveja, la lanza y el cuchillo. Aunque había mediado un considerable cruzamiento con los cautivos de origen europeo, los prisioneros que fueron incorporados al ejército como soldados tardaban en aprender la instrucción del recluta doble tiempo que los más rudos campesinos, atrasados éstos de diez siglos y aquéllos de veinte en la evolución mental que culmina en el Mago de Menlo Pak.

Todavía más primitiva es la situación de las tribus del Chaco, que subsisten de la caza, la pesca y los frutos silvestres, con dioses rudimentarios, pero sin ganados, porque el mal de cadera no ha permitido la aclimatación del caballo.

En la época de César, y según sus referencias, la Inglaterra estaba poblada por tribus pastoras, que vivían principalmente de leche, queso y carne, de expediciones predatorias sobre sus vecinos, emprendidas por guerreros voluntarios bajo la dirección de jefes accidentales, por aquéllos elegidos o aceptados, y considerando como su mayor gloria la amplitud del desierto intermediario con las otras tribus que les garantía contra ataques repentinos.

Es decir, que los indígenas del Chaco se encuentran hoy, aproximadamente, en la misma situación en que se encontraron los de la Gran Bretaña y los de la Antigua Grecia 2.000 y 4.000 años atrás, respectivamente.

El proceso de evolución cerebral que asciende en los vertebrados desde el pez sin las células de la memoria, y para el que todo es imprevisto aunque ocurra por la milésima vez, hasta el hombre con las células del raciocinio, se prolonga en el segundo desde el salvaje primitivo, con inteligencia rudimentaria, hasta el inventor, el filósofo, el artista y el astrónomo de nuestros días, que puede predecir para millares de años los inofensivos eclipses que aterrorizaban a nuestros ignorantes antepasados.

La continuidad del trabajo cerebral en unas mismas sencillas operaciones, lo hace rutinario, automático, casi instintivo. Si ningún cambio interviene por las complicaciones ulteriores de la existencia para extender el campo de las operaciones mentales, éstas continúan en el mismo grado de actividad o de inacción en las generaciones sucesivas, por los siglos de los siglos, con la cooperación reducida al estado rudimentario de la crianza de los hijos y la procuración de alimentos sobre la producción espontánea del suelo, apenas más desenvuelta en lo segundo que las de los rebaños de ganado o las bandadas de pájaros sociables. Tal es el caso de los indios del Chaco que aun andan en cueros.

Las células del pensamiento tienen, sin duda, más trascendencia, pero están sometidas a las mismas leyes de crecimiento que las de la locomoción o de la digestión. La extensión de su desarrollo, depende también, de la del campo, del tiempo y del grado de ejercitación en el individuo y en la familia o el grupo, correspondiendo muy probablemente, una variedad particular de células a cada variedad particular de aptitudes y pudiendo algunas suplirse recíprocamente.

La ejercitación de las células psíquicas de la corteza cerebral en las generaciones sucesivas, produce un aumento subjetivo del número y un ensanche del manto que las contiene, por medio de repliegues o circunvoluciones, generalmente transmisibles en germen de posibilidades a la descendencia, y un ensanche objetivo en las construcciones, los instrumentos, los métodos, las ideas, las leyes y las costumbres, que constituyen el medio ambiente y punto de partida, igual o diferente, en que se desenvuelven los individuos y las generaciones posteriores, forma en que la inteligencia humana es exportable y en gran parte accesible a los ignorantes y a los pobres de espíritu, siendo, además la propiedad colectiva de las ideas el paliativo principal de la propiedad individual de las cosas.

El progreso, que vale para todos, pues los mismos que excomulgan o maldicen a la ciencia que lo ha producido, se aprovechan de sus resultados, disfrutando, desde luego, su parte de los quince años en que ha alargado la duración media de la vida, el progreso, por lo tanto, depende de las posibilidades mentales transmitidas y del ambiente que las desenvuelve, pues, la aptitud heredada sin la ocasión para manifestarse, es como si no existiera, y la ocasión tampoco puede despertar aptitudes que no existen. Sin incentivos, sin alicientes, la capacidad de inventar no pasará de la condición pasiva a la condición activa, del estado latente al estado patente, o pasará sólo en el género y en la medida en que los haya. Es por esto que han preparado la arquitectura y la credulidad, y no se han desarrollado la música, la escultura, la pintura y el espíritu crítico entre los musulmanes; es por esto que la capacidad de inventar se ha desenvuelto entre los cristianos en todos los órdenes de las necesidades presentes, desde que la filosofía moderna rompió las barreras eclesiásticas que la tenían confinada en el orden de las necesidades futuras. Carlos Aldao ha dicho que "los de origen español no hemos inventado un clavo para aumentar el bienestar del hombre". Pero no fue porque nos faltaran aptitudes sino porque las teníamos ocupadas en sacar ánimas del purgatorio.

Porque el desenvolvimiento de las aptitudes individuales depende de las oportunidades generales y éstas dependen uniformemente de las condiciones comunes de la vida y particularmente de las instituciones sociales que, siendo diferentes en especie o en grado, de una nación a otra, despiertan principalmente un orden particular de aptitudes, o de inclinaciones que la caracterizan. Y lo que llamamos "el genio de un pueblo", es el conjunto de las aptitudes suscitadas preferentemente por los ideales en él predominantes. Alentadas las que concuerdan con ellos, desalentadas las que difieren, y prolongado en las generaciones sucesivas este doble proceso de selección y de exclusión combinadas, se llega a la uniformidad de los móviles de la conducta sobre las pautas establecidas, y del mismo modo que en los ganados, sacrificando a los que no salen del color preferido, se consigue uniformar en este a todo el rebaño, así, quedando sin aplicación las aptitudes que no tienen oportunidad en las agrupaciones humanas, éstas se uniforman sobre las que la tienen, y el carácter nacional queda determinado por las oportunidades nacionales.

Definiéndolos por sus características, Swift dijo que "el inglés es un animal político y el francés un animal social", y así era en esa época en que los poderes políticos estaban universalmente insumidos en los militares, y sólo en Inglaterra las instituciones comunales y la vida parlamentaria habían preservado la oportunidad política, que suscita las aptitudes políticas, al lado de la oportunidad religiosa, que había desalojado a las de la civilización grecorromana, de tal modo que la energía mental, encauzada en esos dos canales, sólo produjo caudillos y santos, castillos y conventos, la literatura caballeresca y eclesiástica. Y no existiendo la vida política en Francia, no había más posibilidades de aplicación para las aptitudes personales que la guerra, la devoción y la galantería, por lo que, a ellos como a nosotros, a la caída del viejo régimen, les faltaron las aptitudes para el nuevo, que no eran improvisables, porque se necesitan años, por lo menos, para deshacer o rehacer en el espíritu la obra de los siglos.

Viceversa, creando nuevas oportunidades para el pensamiento y la acción, se despiertan nuevas aptitudes, y la serie correspondiente de capacidades sin aplicación, encontrando abierta su vía, entra en actividad. Es lo que ha hecho la civilización liberal, aumentando progresivamente las profesiones instruidas, que eran sólo tres en la civilización cristiana: predicador, abogado y médico, y que hoy llegan a cincuenta y siete, según el cómputo de Hubbard.

Pero el caso más gracioso es el del Japón, al que los misioneros europeos trataban de convertir al cristianismo, pretendiendo que de él procedía la superioridad de las naciones occidentales, y que, en vez de eso, se convirtió él solo, en cuarenta años al liberalismo, declinando el ofrecimiento gratuito de las ciencias sagradas y de los instrumentos mágicos del Occidente, las biblias, los catecismos y las vidas de santos, las imágenes, las reliquias y los escapularios milagrosos para llevarse, en lugar de ellos, las ciencias profanas y los instrumentos mecánicos, y sobre la higiene y la despreocupación de la muerte, que ya tenía, implantó las escuelas, los laboratorios, los ferrocarriles, los vapores, los correos y telégrafos, compró acorazados, fabricó sabios, pólvora, cañones y fusiles a la europea, y derrotó a la santa Rusia por agua y por tierra, con milagros y todo.

 

Ni objetiva ni subjetivamente puede haber mejoramiento sin cambio del estado precedente. Y, en efecto, la circunstancia que más ha contribuido al adelanto de las sociedades antiguas, es la misma que determina en primer término el progreso de las modernas: lo que John M. Robertson, completando el concepto de Buckle, llama "la variación intelectual".

Los dos focos de la civilización americana, originados por la fertilidad del suelo en las dos regiones tropicales, con dos cosechas por año, aunque habían alcanzado a elaborar algunas construcciones permanentes, en templos, por supuesto, y a cierto desarrollo político y social, no habían llegado a ponerse en contacto, ni a difundirse mayormente, hasta la época del descubrimiento, por la falta del caballo, del buey, del elefante y del camello, que tanto contribuyeron en el viejo mundo a facilitar la circulación de los productos y de las ideas, y las invasiones que desempeñaron para la inteligencia humana el oficio destructor y fecundante a la vez, de las tormentas atmosféricas sobre el suelo.

Hallándose lejos y aisladas de todas las corrientes de la civilización antigua, y hasta que fueron puestas en contacto con ellas por la conquista romana, no entraron en la vía del progreso las poblaciones autóctonas de la Gran Bretaña, y hallándose las tribus helénicas en contacto con los egipcios y fenicios, y al mismo tiempo en aislamiento relativo por el Mediterráneo, que les permitía importar su cultura para implantarla y cultivarla en el propio suelo, bajo las propias instituciones políticas, tan semejantes a las teutónicas, en opinión de Freeman, como si procedieran de un origen común; en una situación excepcionalmente ventajosa para defenderse de los extraños y apropiarse sus adelantos, los griegos espigaron en los dominios ajenos, seleccionando los materiales existentes, para formar una nueva cultura superior a todas las concurrentes, que sus proscriptos, sus mercaderes y sus colonos llevaron al Archipiélago, a Italia, a Cartago y a Marsella, al Epiro y a la Macedonia, y los soldados de Alejandro al Asia y al Egipto.

Empezando con una organización política, social y militar que superaba en mucho a las ventajas de la situación geográfica de la Grecia, y beneficiados con sus progresos intelectuales, los romanos la subyugaron porque les había cedido su superioridad sin adquirir la de ellos, y adueñada de las más altas conquistas del entendimiento humano, Roma conquista en seguida todos los países circundantes, y se queda señora del mundo antiguo, colindando con la plena barbarie en todos los rumbos.

Se ha dicho que "ser el mejor entre los presentes es la manera más segura de empeorar", y, en efecto, el individuo se encuentra entonces en la situación de un cuerpo de elevada temperatura en medio de otros que la tienen baja. Cediéndole calor o cultura, y no recibiendo de ellos sino lo inverso, el enfriamiento o la incultura, no hace más que levantar la ajena, si acaso, y rebajar la propia. Es la conocida influencia del ambiente, particularmente notoria en el individuo de la ciudad que se hace campechano residiendo en el campo, y la del campesino que se urbaniza residiendo en la ciudad, la del maestro de escuela que, dando y no recibiendo instrucción, se embrutece en la noble y fecunda tarea de "desasnar a las gentes", pues, como el domador de bestias a quien algo se le pega siempre de las bestias, como el barrendero que se ensucia limpiando las calles, a fuerza de transmitir saber a los que no lo tienen, suele agotarse hasta quedar "ignorant comme un maître d'école", a menos de reponerse constantemente por el libro, las revistas y los periódicos, que desempeñan en nuestros días el oficio de las vestales antiguas, manteniendo inextinguible la actividad mental, que es el fuego sagrado de la civilización liberal.

La cultura moral depende, también, del ejercicio de la generosidad, el amor, la simpatía, la benevolencia, la ecuanimidad, la dulzura, la consideración para los padecimientos de los otros; que hacen el cultivo de las células o de las conexiones correspondientes en los órganos respectivos, y en la propagación del Evangelio por el sable, sin lástima para los sufrimientos de los herejes, los españoles la perdieron también para los de los fieles, y así nació la famosa crueldad, que conocieron y aprendieron los Países Bajos, la Italia y la América en ocasión de la conquista, la colonización y la emancipación. El trato de la ruda, y grosera tropa de antaño, en la vida de frontera y en la guerra contra los salvajes, rebajaba visiblemente la cultura de los oficiales, es del negro trato de los negros que proceden las peores grietas o depresiones morales de los norteamericanos, y ninguna profesión, ni la de carnicero, ha llegado nunca a degradar tan monstruosamente el carácter humano, como el Santo Oficio de la Inquisición.

Es que las agrupaciones humanas sacan su cultura del comercio intelectual, como los individuos educándose recíprocamente, y así cuando los romanos no tuvieron de dónde sacar o de quién adquirir nuevos instrumentos de cultura, teniendo de sobra en quienes degradar la propia, con los sesenta millones de bárbaros, incorporados a la sociedad romana como esclavos, y que, por lo pronto, redujeron a la mayoría de los hombres libres a la miserable condición de siervos o de clientes de los ricos, gobernando a los peores que ellos rebajaron su capacidad de gobernarse, en las circunstancias mismas en que una variación intelectual, de origen interno, empezaba a cambiar la orientación política que subordinaba el individuo al "servicio del Estado", por la ordenación teológica que lo subordinó al "servicio de Dios", sobre el mismo o a un mayor desconocimiento de lo que hoy llamamos los "derechos del hombre", más particularmente acentuado sobre esa vasta provincia de jurisdicción eclesiástica, que ha costado tanta sangre, lágrimas, atraso y miseria, y que, por ello precisamente, nuestra constitución declara "reservada a Dios y exenta de la autoridad de los magistrados".

Con la transferencia operada por Constantino, de la protección oficial y de las rentas y bienes del antiguo culto al nuevo, el cristianismo, cuya más genuina y completa forma es la perfecta esterilidad del misticismo, desaloja al helenismo y al filosofismo, y determina, efectivamente, una nueva actividad intelectual, de carácter especial, inhibitoria de toda otra, como el islamismo, que surge, más tarde, de la misma cepa judía, y también para secar o esterilizar como ésta y aquélla la fuente de que han brotado, a fin de quedar en la situación privilegiada del hijo único del entendimiento, monopolizando todas las facultades y las afecciones, heredero universal de los bienes, los mimos y los honores en la persona de sus tanto más celosos guardianes y adherentes; unicato intelectual que la revelación cristiana conserva hasta los tiempos modernos y la musulmana hasta el presente.

La uniformidad intelectual que estancó la actividad mental de los árabes en el apogeo de su grandeza, por la reducción a un común denominador, resultante de la circunscripción del pensamiento a una revelación inampleable, pesó también sobre los cristianos durante los diez siglos en que estuvieron obligados a la pasividad del creyente forzoso en otra revelación infranqueable, y que se caracterizaron por la más desesperante esterilidad, en todos los terrenos en que ha realizado adelantos portentosos el entendimiento moderno que pasó las fronteras del entendimiento antiguo; no franqueadas aún por los abisinios, los maronitas, los armenios, la inmensa mayoría de los rusos, más de la mitad de los españoles y los tres cuartos de los sudamericanos, todavía encerrados por la credulidad en el redil de la fe, mientras fuera de ella, el espíritu crítico ha logrado ya crear una fuente de renovación intelectual inagotable, cuya superioridad proviene, precisamente, de la circunstancia a que Brunetière atribuía su supuesta bancarrota: de su incapacidad para cerrar en ninguna dirección los horizontes del espíritu humano con una explicación definitiva e infranqueable.

Justamente, el impulso de la variación intelectual introducida por Mahoma, sacó a los árabes de las supersticiones del tiempo de Abraham, en las que estaban enquistados, y los llevó aún más arriba que los mismos cristianos que, en cierta época, tenían que ir a las universidades de Córdoba, Fez y Bagdad, para aprender lo que todavía se ignoraba en las suyas.

Pero, una vez pasados los efectos de la novedad, como decimos hoy, agotado y aquietado el sacudimiento intelectual producido por la nueva doctrina, con la conversión de los infieles a la nueva fe, en la que volvieron a enquistarse, sintiendo, pensando y obrando todos de la misma manera, a impulso de las mismas pasiones y las mismas esperanzas, siendo todos iguales por los componentes del espíritu, aunque diferentes por la condición social, como los diferentes ejemplares de un mismo libro en distinta encuadernación, rústica, media pasta, tela, pasta o cuero, con o sin cantos dorados, el comercio intelectual en el trato mutuo, quedó reducido a la confirmación recíproca de las supersticiones comunes, que así recalentadas se conservan en la tensión de fanatismo indurado, efecto que alcanzan en nuestros días los sacerdotes católicos con las misiones, las cofradías y las hermandades, y los protestantes con sus revivals.

En el fondo, fue una reedición sobre el Corán, de lo que los judíos habían realizado sobre el Talmud y los cristianos sobre la Biblia, crucificando a todos los que se atrevían a mirar el mundo sin las anteojeras confeccionadas por los respectivos profetas, para suprimir la originalidad, que es la fuente de diferenciación que origina el progreso. Y así, cuando Newton, viendo caer una manzana madura, vio en ello un motivo diferente de la voluntad de Dios, "se le acusó, dice White, de haber quitado a Dios la acción directa sobre su obra que le atribuye la Escritura, para transferirla a un mecanismo material y substituir la gravitación a la Providencia."

Como el Maestro había dicho: "buscad primeramente el amor de Dios y todo lo demás vendrá de yapa" el procedimiento cristiano del progreso consistía en llegar a la ciencia por la vía de la inocencia, haciendo la extirpación del pecado y la absoluta sumisión al Todopoderoso, para que, cesando el trabajo impuesto como pena a la desobediencia del primer hombre, y degradante por ello, el pan viniera del cielo, como el maná, y la sensatez bajara de las nubes, en forma de bendiciones del Altísimo. Con la idea de la redención de los pecados de los hombres por el sacrificio de un Dios, y de la expiación de la maldad por el sufrimiento y la oración, junto con la suposición de que los muertos están en mayores necesidades que los vivos, mereciendo, por lo tanto, más atenciones, la Iglesia buscaba en el cielo todo lo que la inteligencia humana viene encontrando en el suelo, por medio del pensamiento rehabilitado y del trabajo ennoblecido.

Y sobre ese plan, la maestra universal de cultura religiosa para las poblaciones semibárbaras de la Europa, a la caída del imperio romano, cegando todas las fuentes de nuevo pensamiento y los manantiales del antiguo, negándose a aprender nada en la ciega convicción de saberlo todo, confinada en el aislamiento intelectual de su propia doctrina, estancó en el culto de los muertos la cultura europea, y al influjo persistente del remanente de ignorancia y de barbarie correspondiente a la ausencia de las demás formas de cultura que ella misma había impedido, llevando en el pecado la penitencia, llegó a ser el más bárbaro de los poderes de Europa.

Y como la cultura musulmana no se había detenido aún en el choque de estas dos civilizaciones unilaterales, por la disputa del Santo Sepulcro, pudo verse que, en ferocidad y crueldad inútiles, los caudillos cristianos eclipsaron a los mahometanos, como los rusos a los japoneses en nuestros días.

Finalmente, en cuatro o cinco siglos más de suministrar alimento intelectual de una sola especie y sin permitir el cultivo de las otras especies, flagelando por piedad a la impiedad, al sobrevenir las incidencias intestinas de la Reforma, la maestra de cultura que durante diez siglos había enseñado mucho y no aprendido nada, aparece en un grado de barbarie intrínseca, no alcanzado en los tiempos antiguos y que empieza a ser motivo de asombro para las generaciones posteriores, que no pueden ya explicarse o entender a los vicarios del Redentor haciendo quemar vivos a los hombres y a las mujeres más virtuosos, desde Bruno hasta Juana de Arco, y abriendo de antemano y de par en par la Porta Coelum a los que se alistasen en las bandas de forajidos devotos para torturar hombres, mujeres y niños cristianos de distintas cofradías ad mayorem Dey gloriam.

 

La caridad y la crueldad, la piedad y la inhumanidad son hermanos gemelos en el Talmud, en la Biblia y en el Corán. La moral cristiana, orientada sobre el servicio de Dios, sólo podía mejorar a los hombres de ese lado, empeorándolos necesariamente del otro. Imponiéndoles el amor a Dios, a sus ministros y a sus partidarios y el odio a sus enemigos, era una fuente de bondad y de maldad a la vez, y, naturalmente más eficaz en lo segundo que en lo primero, perfeccionó los métodos y los instrumentos de martirio, creó el purgatorio y el infierno para torturar a los muertos y afligir a los vivos, y derramó a torrentes la sangre judía, la mahometana y la cristiana también, por meras diferencias en la interpretación de los textos o en la práctica de los ritos sagrados. Y el humanismo, que había tenido tan altos exponentes en Epicteto y Marco Aurelio, restringido a los correligionarios, vino a ser substituido por el sectarismo.

Como sus beneficios debían realizarse en el reino de los cielos, el objetivo de la moral cristiana era el mejoramiento de los hombres para la vida futura, y con la sumisión de los reyes, los nobles, los villanos, los siervos y los esclavos, los malvados y los locos, a la ley de Dios y a los mandamientos de la Iglesia, quedaba cumplida su misión sobrenatural aquí abajo.

Y reducida la ciencia cristiana a la explicación de los hechos y de las cosas del mundo, por los textos sagrados y por la voluntad de Dios, ningún progreso era posible a menos de ocurrir un cambio, y ningún cambio era posible a menos de salir de ese callejón espiritual. Los primeros que lo intentaron fueron obligados a volver a la Escritura, como Galileo, o excluidos de la sociedad cristiana, terrible cosa en un principio, porque importaba la pérdida de todos los beneficios sociales, y que se ha vuelto innocua desde que ha llegado a ser más apetecible la sociedad de los excomulgados que la de los comulgados.

De todos modos, una nueva levadura de pensamiento se había incorporado al espíritu humano y el proceso de expansión mental, por ella iniciado tuvo que dirigirse a ensanchar la casa espiritual para alojar en ella a la nueva prole porque, fuera de ella, la vida era imposible. A esta necesidad respondió la secesión del protestantismo, rebelado contra la venta de indulgencias y la tiranía papal, y a la misma responde actualmente el modernismo católico, que encuentra en el Syllabus y en el Index un corset demasiado estrecho para su corpulencia, y que Pío X ha condenado, felizmente, pues, como el protestantismo, valdría sólo para retardar la emancipación de los que, no cabiendo ya con su bagaje mental dentro de los credos tradicionales, emigran del estrecho, obscuro y terrorífico hogar materno hacia los vastos, fecundos y luminosos dominios del libre pensamiento, como el ave que, una vez completadas sus alas, deja el nido y se lanza al espacio y al sol.

Y desde mucho antes de que estuviera construido el racionalismo – la nueva casa espiritual de la humanidad – se había venido diseñando una nueva moral, tendiente a poner las capacidades del hombre "al servicio del hombre", para la vida presente. No al servicio de "Dios y la Patria", como en las monarquías europeas; no al de "Dio e Popolo", como en el programa semirreaccionario de Mazzini, sino "con el objeto de formar una unión más perfecta, establecer la justicia, consolidar la paz doméstica, proveer a la defensa común y asegurar los beneficios de la libertad para todos", como lo expresa por primera vez el preámbulo de la constitución de la libre América, sin invocar la protección de nadie, para no quedarle obligado.

Y al creciente influjo de la moral para este mundo, los deberes del creyente contra los enemigos de Dios empezaron a enfriarse y a ser cada vez más impracticables, cayendo en desuso, progresivamente, la hoguera para quemar brujas y purificar herejes, la cámara de tortura para arrancar confesiones y delaciones, la condenación sin pruebas en los delitos contra Dios, los in pace, las galeras y las lettres de cachet, hasta llegar a la tolerancia impuesta por los poderes humanos a los divinos, y continuar después con la libertad de conciencia, por la supresión de la censura eclesiástica, la secularización de los cementerios, del nacimiento, del matrimonio y de la enseñanza.

El progreso social, indiferente a la moral revelada que se propone el bienestar en el otro mundo por la abstinencia del bienestar en este mundo, es particularmente interesante a la moral humana, que se propone casi exactamente lo contrario, por cuya razón viene haciendo cesar progresivamente las iniquidades que aquélla había consentido o creado: la esclavitud, la servidumbre, los fueros, los diezmos y primicias, los privilegios hereditarios, el despotismo sacerdotal y el derecho divino, y levantando en su lugar el derecho y la justicia humanos que han obligado a los reyes a complementar la fórmula cristiana del poder: "por la gracia de Dios", con la fórmula racionalista: "por la voluntad del pueblo" y a las iglesias cristianas a ensanchar con un poco de ese "bienestar material", que el fundador consideraba incompatible con la "dicha celestial", el viejo programa de "bienestar espiritual", que es por lo menos igual en todas las religiones, desde que proviene de creerse, por la posesión de la verdad, en el camino de la salvación, mientras los demás están por la del error en la vía de la perdición, motivo de que todos los creyentes se sientan impulsados por la piedad a propagar sus propias creencias y a suprimir las ajenas, aunque sea matando, si pueden, a los que las profesan, pues lo propio de las religiones, dice Hubbard, es que "todos las consideran absurdas, salvo el que las cree"; seudo bienestar que por tantos siglos fue igualmente suficiente para cristianos, judíos y musulmanes, y que se torna insuficiente para los primeros en la medida en que el ejercicio creciente de la razón disminuye la credulidad y ensancha la sensatez humana.

Y cuando en el curso de la lucha secular del pueblo inglés para resguardar las personas y los bienes contra los abusos y las usurpaciones de los reyes, se llegó a establecer que "la casa del hombre es sagrada pudiendo entrar en ella el viento y la lluvia pero nunca el rey", empezó a destacarse una nueva inteligencia de las cosas, distinta de la que había creado ese carácter exclusivamente para "la casa de Dios" y para sus ministros y sus bienes, exentos de la jurisdicción y de las cargas comunes; tan distinta que viene precisamente subordinando la casa, los bienes y los ministros del Señor a la ley común, por la supresión de los derechos de asilo, de justicia propia, y de exención de impuestos y de cargas públicas, hasta someter a las mismas personas sagradas al servicio militar obligatorio; la inteligencia de la cosas humanas que, prescindiendo de las cosas divinas, ha hecho la inviolabilidad del domicilio, de la persona y de los bienes para todos los hombres, aunque sean herejes, incrédulos o extranjeros, y transferido las inmunidades personales de los representantes de Dios a los representantes del pueblo; y gracias a la cual "se ha vuelto repugnante a la humanidad el dogma de los castigos eternos que fue predicado por cerca de 2.000 años".

Donde el nuevo factor de capacidad humana y de amortización de las restantes formas de barbarie no pudo surgir o prosperar, no fueron éstas disminuidas por las formas correlativas de cultura, ni aquélla fue acrecentada, y el siglo de la libertad y de las luces, encontró sin ellas a la Rusia, el Austria, la España y la América española, rezagadas en la cultura y en la barbarie específicas de la Edad Media.

11A propósito del congreso católico. – 1907.