Cinco: La Gran Profecía

Tekst
0
Recenzje
Przeczytaj fragment
Oznacz jako przeczytane
Czcionka:Mniejsze АаWiększe Aa

—Por supuesto, alteza —se disculpó mi amigo.

—Gracias por entenderlo. Volvamos con el resto y degustemos el refrigerio que nos han preparado —le agarré por el antebrazo y juntos nos dirigimos hacia la arboleda.

Transcurrieron unos minutos cuando los sabuesos comenzaron a ladrar enérgicamente. Los caballos se asustaron y comenzaron a relinchar. Los hombres se incorporaron con rapidez y cogieron sus armas, colocándose a la defensiva y organizando un gran revuelo que nos sobresaltó.

—¡Es allí, en la entrada de la Gran Gruta! Alteza, ¡hay algo tirado en el suelo! —vociferó uno de ellos.

—¡Deteneos! No os acerquéis ninguno. El duque y yo echaremos un vistazo —ordené.

Los dos nos dirigimos lentamente hacia el bulto con mucha cautela y espada en mano. Para sorpresa de Gejor, me adelanté a él agachándome. Era una mujer con un aspecto muy extraño y no parecía estar muerta pero sí malherida.

—¡Nicco! —suplicó—. Podría ser una trampa. ¡No lo hagáis! —Pero ya era demasiado tarde. No me lo pensé dos veces y comencé a mover mis brazos hacia ella.

No tuve problemas para recogerla del suelo, ya que era ligera como una pluma. Todo en ella era extraordinario: su vestimenta, su calzado, su aspecto en general. El cabello oscuro y rizado lo llevaba recogido, pero las exquisitas redondeces de su maltrecho cuerpo no dejaban lugar a dudas, era una mujer bastante joven como se adivinaba a pesar de la mugre que la cubría. Una de las manos la tenía muy hinchada y manchada de sangre; en la otra, un objeto negro de forma rectangular y de un material desconocido le rodeaba la muñeca. Lo observé curioso, y el baile constante de números e imágenes extrañas que desfilaron me dejaron más perplejo aún. Estaba malherida, completamente mojada, sucia de sangre y barro, se había golpeado en la cara y un ojo comenzaba a amoratársele. Sin dudarlo dos veces, la subimos en mi caballo y a galope rápido nos encaminamos en dirección al castillo, en donde rápidamente los sirvientes, con mi madre al frente, se hicieron cargo de ella. No me dejaron verla, pero recordaba esa mirada aterrada proyectada desde el único ojo que fue capaz de abrir antes de volver a quedar inconsciente. Un ojo de un verde esmeralda como no había visto nunca.

—La Gran Profecía se va a cumplir —sentenció ansiosa la gruesa mujer de cabello rojizo sentada en un gran sillón enfrente de la chimenea apagada, mientras mis tres hermanos y yo giramos las cabezas al oírle decir eso.

Esas siete palabras que acababa de pronunciar nuestra madre cayeron como una pesada losa. Disfrutábamos de una calurosa noche de verano mientras cenábamos en torno a una imponente mesa de roble, aunque en el salón el bochorno era llevadero debido a sus gruesos muros de piedra.

—Debemos obrar con cautela, sin aventurar nuestras palabras, querida, pero os otorgo toda la razón —contestó tajantemente Jaunma, nuestro padre, entrando a grandes zancadas en la estancia. Gruesas perlas de sudor iban descendiendo por su frente y, cogiendo un pañito humedecido que le ofreció un sirviente, se las secó con resolución. Amma le miró de soslayo al tiempo que una sonrisa triunfal torció su gesto, dando a entender a su esposo que ella tenía razón. Resultaba curioso el carácter contradictorio de mi padre. Era un aguerrido caballero, rey de un gran reino, pero cuando estaba con su esposa su alma de lobo se volvía de dócil cordero. Todos sabían que en lo referente a los asuntos internos del castillo quien daba las órdenes era ella y Jaunma le dejaba hacer. Mi madre era una vigorosa dama que nunca se quedaba para ella lo que pensaba y que siempre meditaba en profundidad lo que iba a decir. Todos la consideraban una mujer sabia, justa y con mucha intuición, no bien era hermana de lady Ulcaí, ambas descendientes de un antiquísimo linaje de magos.

—Hemos recibido la primera señal que aventura lo que está por llegar. El hallazgo en el día de ayer de esta doncella con ropajes tan extraños y ese artilugio en su muñeca no presagian nada bueno —auguró resueltamente—. Nicco y el duque Gejor la encontraron en la entrada de la Gran Gruta. Intuyo que de allí debió salir y por suerte para ella se encuentra reponiéndose en uno de nuestros aposentos.

—Madre —interrumpí—, nunca nos habéis hablado de la Gran Profecía ni a mis hermanos ni a mí. ¿No creéis que ha llegado el momento idóneo para ello? Desde niños sentimos curiosidad por conocerla y que me caiga aquí muerto si no hemos intentado abrir la caja donde reposa escrita más de una vez.

—¡Ups! Momento confesión —saltó Susje para romper el hielo, ya que nuestros progenitores, tras mirarse el uno al otro al escuchar mi revelación, guardaron un silencio sepulcral. Amma torció el gesto, debatiéndose entre si reprendernos por nuestras aventuras infantiles o desvelar de una vez por todas el secreto que afectaba a la familia. Padre se sentó algo inquieto junto a ella en el otro sillón y permaneció en silencio, frotándose la barba como hacía siempre que meditaba. Sus mejillas rugosas como la corteza de una vieja encina comenzaban a teñirse de rojo por el efecto del vino. Temiendo que mi madre hiciera caso omiso a mi pregunta, me sorprendí cuando comenzó a hablar. Todos nos sentamos dirigiendo nuestra vista hacia ella.

—Hace muchos cientos de años —empezó a decir lentamente—, un profeta errante vino a parar a estas tierras proveniente de otras mucho más lejanas. Fue muy bien recibido por nuestros antepasados y se estableció entre ellos, en una pequeña aldea que ya no existe, hasta el momento en que la muerte por fin le encontró. Con pequeñas visiones guiaba y ayudaba a sus vecinos sin pedirles nada a cambio. Muchas personas venían desde lejos a verle. —Se tomó unos segundos de reflexión y prosiguió narrando—. En sus últimos días empezó a desvariar, al mismo tiempo que comenzaron a originarse una serie de sucesos inexplicables que iban sobreviniendo y que tenían a la población aterrorizada: tinieblas al mediodía, oscuras y densas nubes que cubrían todo el cielo dejándolo literalmente a oscuras como una densa medianoche; dos soles que brillaban al unísono en un mismo amanecer teñido de sangre; columnas de luz que bajaban del cielo, grandes tormentas con granizos inmensos, días de calor extremo y noches de granizo y ventisca… —detuvo su relato para beber un poco de agua y prosiguió hablando mientras todos la escuchábamos intrigados—. Fue el último día de ese fatídico año —continuó Amma— cuando la muerte llamó a la puerta del profeta, quien la esperaba anhelante, y fue en su postrero aliento cuando anunció la Gran Profecía tal como hoy la conocemos y los guardianes de Ávialer la recogieron en un manuscrito ilustrado al que pusieron el nombre de Hud, que significa «mágico» en galés, en honor a uno de los primeros hechiceros que poblaron la Fortaleza de Ávialer en tiempos remotos. Procedía de una lejana isla cruzando los mares y fue quien inició la colección de libros que reposa en nuestra biblioteca. ¿A qué eso tampoco lo sabíais? —En ese instante dirigió su mirada hacia mí, noté que me ponía tenso y percibí lo mismo en mis hermanos. Lo que nos estaba revelando nuestra madre constituía un enorme misterio para nosotros y estábamos ansiosos por conocerlo—. Nicco —se dirigió a mí—, ¿os importaría acompañar a Aleurio a la biblioteca para traer la caja donde se encuentra custodiado el manuscrito? Lo mejor será leerlo palabra por palabra. Procurad que no os vea nadie.

—Sí, madre —respondimos ambos, saliendo del salón bajo la atenta mirada del resto de la familia.

—¿Alguna vez habéis visto el Hud? —pregunté a mi hermano mientras nos dirigíamos a la biblioteca. Me fijé en él. Su redonda cara poblada de pecas mostraba un semblante ansioso. Me miró y me sonrió, dejando al descubierto el hueco de un diente que perdió en una batalla de palos contra Jusés cuando eran niños. Para poder desarrollar más a gusto su trabajo en la biblioteca, llevaba el cabello más corto de lo habitual. Aún era imberbe, pese a la altura que tenía ya.

—No, es algo que tengo totalmente prohibido. Veo la preciosa caja dorada a diario, pero jamás me he atrevido a abrirla aun sabiendo dónde se encuentra la llave. Estáis tan impaciente como yo por conocer su contenido, imagino —afirmó mientras nos acercábamos a la enorme puerta que custodiaba el ejército de libros.

—Hermano, no os podéis hacer idea. Desde el día de ayer no hago más que ir de sorpresa en sorpresa, y no me refiero precisamente al regalo que me hicieron nuestros padres anoche. Lo que está sucediendo es algo tan inusual que me produce casi más curiosidad que miedo. Hallar a esa extraña joven en la Gran Gruta ha despertado la caja de los truenos.

Regresamos al salón cargando la caja no sin cierta dificultad, porque, a pesar de que no era muy grande, estaba fabricada de un metal bastante pesado. Resoplando por el esfuerzo, la depositamos en el suelo de piedra. Aleurio le dio a Amma la llave que llevaba colgada de una cadenita de oro en su cuello. Con ese simple gesto pareció que se estaba quitando un gran peso de encima. Diligentemente, Amma abrió la cerradura y levantó la tapa al tiempo que todos alrededor de ella mirábamos su interior.

—Esposo, quizá queráis tener el honor de leerlo vos —interpeló a mi padre.

—Querida mía, gentilmente lo declino en vuestro favor.

La mujer sonrió haciéndole una leve inclinación de cabeza y se frotó las manos para sacar el libro. Quitó con sumo cuidado una vieja bolsa de arpillera que lo cubría y lo colocó con celo sobre la mesa, que ya se encontraba limpia de los restos de la cena. Teníamos ante nosotros la respuesta a muchas preguntas que habían surgido con la narración de nuestra madre. Siglos de historia y secretos se encontraban allí guardados. Amma lo sacó de la bolsa y dejó ante nuestra vista otra funda, esta otra hecha de viejo cuero remachado con diminutos cristales de vivos colores. Desenvolvió el misterioso ejemplar, que por fin apareció resplandeciente ante nuestros ojos. La cubierta estaba revestida de papel de oro y presentaba un dibujo descolorido por el tiempo, minuciosamente realizado en la portada.

 

—Por fin llegó el momento de que conozcáis la Gran Profecía —manifestó Jaunma con tono solemne. Era un hombre parco en palabras y todos dirigimos la vista hacia él—. Vuestra madre os ha relatado la primera parte de la historia y ahora vais a descubrir la segunda y más importante.

A continuación, se dirigió a Amma con la mirada, en tanto que cerrando y abriendo los ojos en un leve parpadeo le indicó que procediera. El libro tenía un grosor medio, ni muy grueso ni muy fino, no más de unas cuarenta hojas amarillentas y acartonadas. Pasó las ocho primeras con suavidad e inició su lectura.

—Pasarán siglos durante los cuales Horcet permanecerá dormido, soñando con su regreso a nuestro mundo y esperando el día de su glorioso despertar. Su temible ejército de errantes le será fiel y se mantendrá aletargado esperando su señal. La humanidad olvidará su existencia y dejará de prepararse contra él, desprotegida. La maldad irá acrecentándose, furiosa por el paso de los años de obligada hibernación hasta llegar a ser insoportable. Las tinieblas gobernarán los días, las aguas tornarán de sangre, los animales agonizarán, los campos se secarán y los bosques arderán. Terribles plagas devastarán nuestras ciudades e incluso las aldeas más pequeñas. Los niños fenecerán en el regazo de sus progenitoras. El mal asolará nuestras tierras para gobernar implacable sobre ellas con su ejército oscuro. Nada ni nadie podrá impedir su vuelta —Amma realizó una breve pausa, mientras su semblante reflejaba la preocupación que le invadía al observar nuestros rostros.

—Madre, ¿esto es algún tipo de historia mitológica? —preguntó con sorna Jusés—. Lo que estáis leyendo es un sinsentido. ¿Pretendéis que creamos que existe un ser maligno que va a asolar nuestro reino? ¿Quién es ese Horcet al que tanto teméis? ¿Con un ejército de errantes? Por favor… —soltó en un tono despectivo que a ninguno se nos pasó por alto.

—Hijo mío, como bien sabéis todos, este libro es un tesoro para nuestro pueblo. Mas su existencia fue olvidada por nuestros súbditos, pues, generación tras generación, su contenido, que pasaba de padres a hijos, se perdió. Solo lady Ulcaí, el Gran Maestro Mago Serca, vuestro padre y yo sabemos de su existencia. Dejadme que prosiga la lectura y lo comprenderéis todo —intentaba disculparse mi madre.

Ya era de noche cerrada y a Amma, cuya vista ya no era como antaño, le costaba descifrar las letras. Titubeó antes de seguir leyendo y se dirigió de nuevo a mí.

—Nicco, haced el favor de continuar vos, pues mis pobres ojos ya no están acostumbrados a la tenue luz de las velas como antes.

—Como gustéis, madre —asentí. Me acerqué hasta donde estaba sentada y recogí el libro de sus manos. Por su aspecto creí que iba a resultar ligero, pero ciertamente su peso distaba mucho de serlo. Retorné a mi silla bastante nervioso, ojeé la página donde madre me había indicado, pero las letras bailaban burlonas en una caligrafía harto enrevesada. Cerré los ojos para concentrarme, inspiré y expiré aire profundamente antes de comenzar—. Hocert el Destructor es la estrella negra de un abismo sin fondo que cabalga sobre un monstruo alado encadenado al mal de por vida. Secretos habrá que él desconocerá y ellos lucharán porque así siga siendo. Mil años de diferencia los separarán. Cuando el doce siga al once y sea el mismo día, sus vidas se cruzarán. Su inevitable encuentro será el detonante que despierte a la fiera que todo lo asolará, mas ambos serán la luz que ilumine el camino hacia un nuevo futuro para la humanidad.

Con estas palabras finalizaba el escrito, dando paso a un pequeño grabado que podría ser un símbolo o un sello que representaba una figura semejante a un número ocho. La parte superior era un cuadrado y la inferior un círculo, las dos realizadas asemejando hojas diminutas de enredadera bellamente trazadas. Mis hermanos se acercaron para verlo y comencé a pasar las páginas. Una escalofriante colección de grabados nos ofreció imágenes de seres infernales acompañados de una pequeña descripción de cada uno. Quien hubiera realizado tal trabajo se había tomado muchas molestias en detallarlo escrupulosamente. Parecían tal cual moradores del infierno.

—Madre, con vuestro permiso, permitidme que os manifieste mi total incredulidad y desconcierto —rompió el silencio Aleurio—. No entiendo absolutamente nada de lo que he escuchado.

—Coincido con mi hermano —confesó irritado Jusés—, parece una broma de mal gusto. Alguien que murió hace siglos quiere hacernos creer que una fuerza del mal viene a por nosotros. Ja, ja —continuó con su molesta risita de niño malcriado. —Aún no habéis contestado a mi pregunta, ¿quién o qué es Horcet?

Gídeo y yo asentimos con la cabeza otorgando la razón a ambos. Todo resultaba incomprensible. Mi hermano aún no había abierto la boca y eso era mala señal. Sus ojos, abiertos como platos, insinuaban el miedo que lo estaba atenazando, motivo por el que probablemente esa noche tendría pesadillas.

—Horcet, llamado desde tiempos remotos El Destructor, es un príncipe del inframundo, una estrella caída de un abismo sin fondo y encadenado al mal de por vida —contestó al requerimiento de Jusés—. Hijos míos, permitidme que os lo explique con detenimiento, tal y como desde tiempos remotos mis antepasados lo han entendido. —Se levantó y se acercó a la chimenea, donde apoyó la mano en la repisa de madera. Se tomó un minuto de respiro mientras la observábamos impacientes, hasta que prosiguió hablando—: Inicié mi narración refiriéndome a la joven que halló Nicco en el día de ayer mientras cazaba. Aún permanece inconsciente y no he tenido la oportunidad de hablar con ella, pero todo me cuadra. Por su aspecto, su vestimenta y el extraño brazalete negro que ostenta en su muñeca, necesito confirmar el año del que proviene. Si tal como sospecho ese año es dos mil diecinueve… —comenzamos a murmurar y nos chistó ordenándonos callar—, si viene del año dos mil diecinueve, la profecía se cumplirá para nuestra desgracia, pero aún tenemos la oportunidad de salvarnos gracias a ella y a la persona elegida para compartir su destino.

—¡Madre! ¡Es imposible, totalmente imposible que esa mujer venga del futuro! —exclamó Jusés, levantándose exasperado y lanzando la silla hacia atrás con fuerza—. Tiene que haber una explicación razonable a todo esto. La gente no viaja por el tiempo como quien pasea por el bosque. Está fuera de todas las leyes de la lógica y del sentido común, ni los niños se creerían este cuento. Un príncipe de los infiernos, ¿estamos locos o qué?

Comenzamos a farfullar entre nosotros, subiendo el tono de nuestras voces hasta que un sonoro golpe nos hizo callar y dirigir nuestras miradas hacia la entrada de la estancia.

—Lo que os ha revelado vuestra madre es tan cierto como que cada día sale el sol al alba y se pone al atardecer —bramó con contundencia una voz conocida.

Era lady Ulcaí, nuestra tía, hermana de nuestra madre, considerada la maga más poderosa de Ávialer y quien dirigía, junto al Maestro Serca, la Fortaleza. Con su cayado había dado un fuerte bastonazo en el suelo que aún me retumbaba en los oídos. Su voz era imponente e infundía tal respeto que de inmediato nos levantamos para saludarle, como hacíamos siempre que la veíamos. Su entrada en el salón fue casi teatral.

—Horcet El destructor es una fuerza maligna muy poderosa. Todo lo que cuenta la Gran Profecía es sagrado, tan sagrado como nuestros linajes y no debemos menospreciarlo. Ese ser endiabladamente perverso ya estuvo una vez en la Tierra, aniquilando casi por completo a nuestra especie. En Ávialer encontramos refugio y siglo a siglo hemos ido lamiendo nuestras heridas mientras nos hacíamos cada vez más fuertes. Ahora, con la aparición de esa joven, el mecanismo se ha puesto de nuevo a funcionar y debemos estar preparados. Cuando el doce siga al once... —prosiguió hablando para de súbito interrumpirse—. Venid y sentémonos alrededor de la mesa para verlo mejor. Traedme algo para escribir —ordenó a un sirviente, quien rápidamente salió y regresó con lo que Ulcaí había pedido—. Prosigamos. Cuando el doce siga al once significa que al sumar las cifras del año mil diecinueve veréis que se obtiene el número once, y a su vez, sumando las de dos mil diecinueve, el resultado es doce —lo plasmaba todo en un pergamino, de forma que podíamos ir viendo lo que explicaba—. Si a once le sumamos doce, sale el número treinta y dos. Si volvemos a sumar, tres más dos resultan cinco. Además, sumando una a una las cifras de once y doce, el resultado también es cinco. Esto siempre lo hemos tenido claro en Ávialer. El número cinco, por el motivo que sea, desempeñará un papel crucial en todo este asunto. Lo que no acierto a entender es cuando se refiere a que sea el mismo día… —murmuró pensativa—. Por cierto, Jusés, lo que está por llegar no solo asolará nuestro reino si lo consigue, sino el mundo tal como lo conocemos. La intención de Horcet es reducir a la humanidad a la condición de esclavos.

—Gracias, querida tía, por esta magistral clase de matemáticas que nos habéis dado —se enfadó Jusés de nuevo, aplaudiendo lentamente en modo de sorna—. ¡Un auténtico galimatías que continúa sin tener sentido!

—¡Jusés, por favor! —amonestó mi padre con severidad—. Ya es suficiente. Buen rompecabezas tenemos ya como para que vos andéis poniendo trabas y perdiendo el respeto hacia los demás.

No era ni la primera ni la última vez que recibía una reprimenda por parte de nuestros padres, pero su carácter complicado y su negativismo siempre le hacían caer en lo mismo, así que las regañinas por un oído le entraban y por otro le salían. Si nuestros progenitores supieran de las andanzas de Jusés por las tabernas y sus actividades ilícitas, otro gallo cantaría. Necesitaba que le parasen un poco los pies.

—Amadísima hermana —saludó efusiva Amma, fundiéndose en un abrazo con ella con el fin de que la discusión no llegara a más—. ¿A qué debemos este honor?

—Aparte de realizar una visita a mi familia y contaros cómo va evolucionando el pequeño Nebran, quien os envía su saludo, hasta las gruesas murallas de Ávialer ha llegado la noticia sobre el hallazgo de una joven malherida en la Gran Gruta. Como es lógico, el maestro Serca me ha pedido que acuda a castillo a confirmarlo. Creo que ha sido un descubrimiento… inusual —Pronunció esta última palabra casi siseándola.

—Así es, lady Ulcaí, querida —intervino Jaunma, incorporándose del sillón para saludarla—. Como siempre, es un placer recibiros en la corte y disfrutar de vuestra compañía. Me alegra saber que Nebran saca provecho de su estancia en la Fortaleza.

—Majestad —respondió—, gracias por vuestra hospitalidad. Como comprenderéis, mi presencia aquí era muy necesaria.

—Por supuesto —afirmó Jaunma—. Nos enfrentamos a algo desconocido y todos estamos desconcertados. Yo el primero, por cierto. Resulta inverosímil pensar que justo sobre nuestras cabezas reposa una muchacha mil años mayor que nosotros.

Justo en ese momento, oímos un fuerte golpe en las escaleras y unos pasos que subían con rapidez hacia arriba. Me asomé y acerté a ver parte de un camisón blanco. Nuestra invitada había despertado.

CAPÍTULO 3

Lía

Me habían oído y uno de ellos me vio subiendo las escaleras. Regresé a la enorme habitación y me metí de nuevo en la cama. Estaba dolorida y un fuerte vendaje me sujetaba el brazo con algo duro que, con toda seguridad, era una tabla de madera. Me habían aseado y vestido con un camisón largo confeccionado con alguna tela que me provocaba picor en el cuello, algo realmente incómodo. La estancia, aparte de ser muy grande, estaba vagamente amueblada. La cama ocupaba gran parte del espacio y, además de ser amplia, era alta. De hecho, había un pequeño banquito de madera para poder subir y bajar de ella. Junto a un gran ventanal con vistas al patio, un tocador con una banqueta y una especie de espejo bastante rayado completaban el mobiliario. Sabía que era un tocador porque sobre él alguien había posado un cepillo para el cabello con las púas demasiado gruesas y el mango parecía confeccionado con hueso pulido.

—Querida —una voz femenina se dirigió a mí—, gracias sean dadas porque al fin habéis despertado. Hemos estado muy preocupados. Uno de mis hijos os halló muy grave. en el bosque, os trajo al castillo y aquí hemos curado vuestras heridas. Pero si estabais prácticamente muerta.

 

Me incorporé para poder verla y la visión me dejó descolocada. Me encontraba ante una mujer de mediana edad vestida de forma muy extraña, de época medieval, con una pequeñísima corona en su cabeza como si de una reina se tratase. Y este lugar, ¿qué era, un castillo? ¿Me habría golpeado la cabeza tan fuerte que estaba desvariando? Había oído toda su conversación sin poder dar crédito, pero no llegué a verles. ¿Entendí bien y me encontraba en otra época mil años atrás? Resultaba imposible. Lo último que recordaba era la caída por el agujero y que conseguí salir de la cueva. No me acordaba de nada más. Bueno, sí, de unos preciosos ojos azules que me inyectaron una dosis de tranquilidad con la que me dejé transportar al mundo de los sueños.

—Gracias, señora —atiné a decir con timidez—, han sido muy amables conmigo. Ahora, si no le importa, debo regresar a mi casa —dije levantándome de la cama, de la que por cierto me costó bajar—. ¿Cuándo y cómo he llegado a este lugar?

—Estáis en el Castillo de Rávola, capital de nuestro reino, Briatacán —me interrumpió—. Os encontraron ayer y habéis permanecido inconsciente hasta ahora. Permitid que las doncellas os vistan para poder acompañarme al salón y conocer a la familia. Por suerte, os puede valer alguna prenda de mi sobrina Rolca, sois más o menos de la misma talla. Vuestra ropa ha quedado inservible, rota, manchada de sangre y barro.

Cada vez estaba más sorprendida. Su forma de hablar y dirigirse a mí, su manera de andar, su carisma en general… Entre dos doncellas me quitaron con mucho cuidado el camisón y me colocaron un vestido largo de mangas amplias y transparentes. Me calzaron una especie de zuecos de cuero y madera y peinaron mis rizos suavemente con el cepillo que había visto sobre el tocador. Aparte de sentirme incómoda del todo, la imagen que me devolvió el espejo frente al que me colocaron para que pudiera verme no me gustó nada. Estaba ridícula y tenía la sensación de que estaba disfrazada para una obra de teatro. Cuando finalizaron, me presentaron ante la mujer, quien con un leve gesto de cabeza dio su aprobación. Estaba completamente limpia, así que intuí que debían haberme aseado a conciencia mientras estaba inconsciente.

—Venid, querida, nos están esperando.

Bajé con cautela las empinadas escaleras por miedo a rodar por ellas. Al fondo se oía un murmullo de voces. Nos aproximamos a una puerta y al cruzarla me encontré de frente con un grupo de personas que de inmediato me estudiaron detenidamente. Un hombre mayor, probablemente el cabeza de familia, tres muchachos, una mujer que me observaba con ojos de tigresa y estaba ataviada de forma aún más estrafalaria que el resto y tres hombres que permanecían al fondo, casi a oscuras.

—Qué descortés he sido, perdonadme, no pregunté vuestro nombre para las presentaciones —dijo la mujer regordeta que me acompañaba.

—Lía —acerté a decir—. Mi nombre es Lía.

—Un nombre precioso para una joven tan bella —elogió el hombre mayor con voz ronca.

—Permitid que os presente a su majestad —dijo la mujer que me acompañaba, señalándole educadamente con la mano extendida—. Mi esposo, el rey Jaunma de Briatacán, señor de Narf y de Acurma, protector de la fortaleza de Ávialer.

Me quedé impresionada al saber que estaba delante de un rey. Ni siquiera sabía si estaba soñando o desvariando, pero parecía todo tan real.

—Encantada, señor —contesté aturdida, sin saber si tenía que inclinarme ante él o no.

—El resto de la familia —intervino la mujer—. Mis hijos, los príncipes Gídeo, Jusés, Aleurio y al fondo su alteza Nicco, que fue quien os halló al borde de la muerte. Falta otro vástago, Nebran, pero no se encuentra en castillo en estos momentos. Ella es lady Ulcaí, hechicera del reino y hermana mía. Yo soy la reina Amma, con eso es suficiente.

Vaya, pensé, ella no necesitaba de la misma presentación que su marido. Les miré uno por uno a modo de saludo pero sin mediar palabra. Me encontraba inmersa en un espectáculo medieval, como si estuviera actuando. El recinto en el que nos encontrábamos era una estancia bastante amplia, una sala rectangular entre una y media y tres veces más larga que ancha y también más alta que ancha. Una enorme chimenea, con un elaborado sobremanto con tallas de piedra que podría contener el escudo de armas de la familia, constituía la pieza fundamental. Todo estaba iluminado por velas, largos tapices de seda colorida colgaban de las paredes, un par de armaduras vigilaban otra puerta que permanecía cerrada. Ellos vestían túnicas cortas con un cinturón de cuero en el que portaban la funda de un puñal, mallas y calzaban botas altas. Las mujeres llevaban un tocado provisto de un velo diminuto, el cabello recogido y coloridos vestidos largos como el que yo llevaba puesto.

—Si todo lo que les escuché hablar cuando estaba en la escalera es cierto, ¿entiendo que ahora estamos en 1019? —me atreví a preguntar con palabras entrecortadas—. Yo vivo en el año 2019, respondiendo a su pregunta, señora.

—¡Tal y como sospechaba! —exclamó Amma triunfante, realizando al unísono un gesto con su brazo—. ¡He aquí el encuentro de mil años de diferencia!

—Sigo sin encontrar el sentido a esto. ¿Qué habéis venido, galopando a través del tiempo o a través de algún poderoso hechizo? —me increpó el joven llamado Jusés en tono de mofa acercándose a mí.

—No. Paseaba por el bosque cuando me sorprendió una violenta tormenta. Tropecé y me lastimé el brazo y la cara. Pude seguir a duras penas y acabé cayendo en un agujero de considerable altura. Aterricé en el suelo de la cueva donde parece ser que me encontraron.

—¿Qué bosque, querida? ¿Cuál es su nombre? —preguntó el rey.

—El bosque de Narf.

—¡Increíble! ¿El mismo bosque dentro de mil años? —volvió a intervenir Jusés. Sus hermanos escuchaban atentos sin hablar—. Ahora nos diréis también que conocéis la playa de Acurma, ¿cierto?

—Pues sí. Es allí donde vivo, en una casa junto a la playa —contesté en tono cortante ante su ataque.

—¡Me rindo! No puedo con esto —espetó enojado de nuevo. Bastante enfadado, giró sobre sí mismo, levantó la cabeza y salió del salón sin más.

—Perdonad, querida —le disculpó Amma—, Jusés es muy incrédulo e impaciente. Se le pasará, ya veréis. En realidad no está enfadado con vos, faltaría más. Le sobrepasa esta situación porque se ve incapaz de controlarla. Tiene un carácter harto complicado.

Pues sí que…, pensé. Al menos él se encontraba en su hogar y en su tiempo, en tanto que yo estaba perdida y alucinando. No me gustó en absoluto esa primera impresión de él. Mi sexto sentido me estaba previniendo contra ese joven y no presagiaba nada bueno. En contraposición a sus hermanos, era bajo y regordete. Tenía el pelo de color castaño y lo llevaba largo, pero con un aspecto grasiento y casposo. Sus dientes superiores eran similares a los de un conejo, echados hacia adelante. Los ojos azules, demasiado juntos, le daban un aspecto bobalicón. No me gustó nada su aspecto en general.

—Bien, considero que lo más apropiado será dejar que nuestra invitada siga reponiéndose. Mañana alguno podríais mostrarle el castillo y los alrededores mientras pensamos en lo que vamos a hacer. Si lo consideráis oportuno, majestad. —Esta vez era la otra mujer la que hablaba, Ulcaí, dirigiéndose al rey Jaunma.

—Gracias por vuestra sugerencia —contestó este—, me parece muy acertada. Nicco —dijo dirigiéndose al joven del fondo, a quien aún no había logrado ver con claridad—, ya que vos fuisteis quien encontró a la dama, seréis vos quien se encargue de acompañarle durante su estancia con nosotros.

To koniec darmowego fragmentu. Czy chcesz czytać dalej?