La democracia de las emociones

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ENTENDIENDO NUESTRO COMPORTAMIENTO

«La vergüenza de aceptar que somos seres interesados nos impide ser conscientes de ello».

Qué difícil es no juzgar

Nos cuesta mucho comprender el mundo porque no somos capaces de mirarlo y observar lo que en él ocurre sin juzgar unos y otros fenómenos o comportamientos. En la mirada a lo que vemos que ocurre solemos poner el filtro de lo que está bien y lo que está mal, y ello no nos acerca a comprender las cosas sino a sentir nuestra simpatía o antipatía hacia ellas. Para comprender bien algo hay que observar las situaciones desde fuera, sin implicación personal, pues esta nos condiciona. Pensamos siempre que nuestra manera de ver las cosas es la forma correcta y no nos damos cuenta de que confundimos lo que es correcto o lo que pensamos que está bien con lo que nos conviene. Y esto nos lleva a sentir como legítima, razonable, equilibrada y correcta nuestra forma de pensar, juzgar y opinar pensando que ello lleva a un sistema social justo y ordenado. Y, en sentido contrario, solemos creer que la forma de actuar y pensar de otros, diferente a la nuestra, lleva a resultados poco deseables e injustos para el orden social. Además, a la mínima pensamos que las visiones y posiciones de otros no son legítimas, contrariamente a las nuestras, que sentimos que gozan de total legitimidad. En definitiva, no somos conscientes y nos negamos a reconocer que, de forma inconsciente, todo lo que pensamos y opinamos tiene un cierto condicionamiento o sesgo interesado o egoísta para proteger nuestros intereses, lo que nos gusta, aquello que conocemos y a lo que estamos acostumbrados. Se trata de condicionamientos o sesgos que nos impiden ver la realidad como es, limitando nuestra perspectiva a solo una parte de lo observable.

Sugiero por ello cambiar los significados asociados a lo que entendemos por normal y legítimo para incluir siempre el apellido «para nosotros», convirtiendo lo «normal y legítimo» en «normal y legítimo para nosotros».

El ser humano como centro, fuerza, motivación y dirección de la acción en sociedad

Si queremos entender el funcionamiento del mundo y de nuestra sociedad solo podremos hacerlo descomponiendo las conductas colectivas en la suma de conductas individuales y aplicando las reglas de funcionamiento y el sistema de motivación propio de los seres humanos. Sin embargo, nuestra sociedad occidental está poco trabajada en cuestiones emocionales y de autoconocimiento personal, lo que hace que nos resulte difícil entender o comprender las conductas de los demás. En general simplificamos la comprensión de los humanos, menospreciando el lado emocional, sentimental y espiritual, que es verdaderamente el centro de nuestras preferencias, decisiones y comportamientos. Creemos que es nuestra razón la que nos gobierna, cuando sin darnos cuenta nuestro mundo menos consciente es el que en gran medida lo hace. Estoy convencido de que será grande el rechazo de esta afirmación por parte de muchos lectores, pero me atrevo a decir que la neurociencia más consolidada y las teorías de la Economía del Comportamiento así lo confirman, incluso para las grandes decisiones en materia económica. El exitoso libro de Daniel Kahneman Pensar rápido, pensar despacio es elocuente en ese sentido. Lo que consideramos realidad depende de nuestra atención y mirada, lo que se encuentra condicionado de forma muy dominante por nuestros sentimientos, emociones, apegos y preferencias menos conscientes. Ello provoca que, sin darnos cuenta y aunque nos cueste admitirlo, sean nuestros procesos internos menos conscientes los que gobiernan nuestras decisiones y preferencias.

Sugiero la lectura de mi reciente libro Por fin me comprendo2, comprenderse bien para vivir mejor que presento como un pequeño manual para el conocimiento de lo que es un ser humano y su funcionamiento. En él se desarrollan, con detalle fácilmente comprensible, nuestros mecanismos de funcionamiento y el extraordinario poder de nuestro subconsciente, entendido este como nuestro sistema, no reflexivo y escasamente consciente, de preferencias, datos y experiencias registrados en nuestra memoria para la adopción de decisiones y comportamientos. La mayor parte de nuestras acciones, movimientos y decisiones se mueven en un mundo de automatismos o decisiones adoptadas sin reflexión o conciencia de ello. Conducimos de forma inconsciente, calculamos como coger una pelota que nos han lanzado de forma inconsciente, alguien nos cae bien o nos irrita por razones difíciles de explicitar, o nos gusta un restaurante y no otro por lo mismo. Son solo ejemplos gráficos de una infinita lista de preferencias en las que es nuestro subconsciente el que domina nuestras decisiones y posicionamientos determinando nuestra forma de ser y actuar.

Lo primero es satisfacer nuestras necesidades para sobrevivir

Todas las personas que conformamos la sociedad somos máquinas programadas para sobrevivir. En todo momento el vigilante de nuestra supervivencia está detrás de nuestros actos para orientar nuestra acciones y preferencias. A veces esa programación protectora de nuestra vida se guía por una protección de la vida a corto plazo, como ocurre cuando automáticamente huimos si se nos aproxima un animal peligroso o nos cubrimos la cabeza ante un gran estruendo. Pero otras veces nuestra inteligencia de supervivencia a medio y largo plazo actúa de forma sutil para fortalecernos física o socialmente. Tomemos por ejemplo la llamada interna que nos empuja a cuidar nuestra alimentación o a hacer ejercicio. En otro ámbito trabajamos también nuestra forma de ser tratando de ser agradables con el entorno y de cumplir nuestros compromisos, buscando con ello, de forma probablemente inconsciente, ser amables y de fiar para ser así más queridos y admitidos en nuestros grupos sociales, reforzando así nuestra capacidad de sobrevivir con éxito en la sociedad. La supervivencia ha sido y será siempre en última instancia la que, con mayor o menor conciencia de ello, guía nuestras actuaciones y hace que le dediquemos la atención, energía e inteligencia de la que disponemos. Se trata de una espontánea y natural inteligencia de supervivencia que, sin preocuparnos de ella, nos impregna, guía y protege, despertando igualmente nuestras reacciones como mecanismo de defensa ante lo que el sistema emocional considera peligroso. Cualquier actuación del ser humano se subordina a la reacción espontánea de defensa cuando en nuestro entorno algún estímulo, palabra, frase escuchada o situación observada nos parece peligrosa. Ante ello, la reacción defensiva se impone a otras siendo esto fuente de explicación de muchas de las dinámicas que podemos observar en la sociedad. Me refiero a prácticas y comportamientos poco admisibles, que violan los valores en los que socialmente creemos, haciéndonos perder las formas y el respeto a los demás o al propio planeta, etc. Cuanto más presionados, asustados o vulnerables nos sintamos mayores probabilidades hay de que nos saltemos nuestros propios principios.

De las necesidades biológicas a las necesidades sociales

Durante millones de años esa espontánea inteligencia orientada a la supervivencia se ha centrado principalmente en la satisfacción de las necesidades biológicas. Seguramente una inmensa parte de la población del mundo hasta hace solo unas decenas de años ha tenido como principal objetivo el conseguir llenar su estómago cada día, disponer de refugio para cuidarse de la dura intemperie, y por supuesto buscar protección frente al peligro de ataques de animales o de otros humanos. Y ello tanto individualmente como para proteger al grupo o al clan familiar. En el pasado, solo algunos privilegiados podían considerar que su alimentación estaba garantizada, y seguramente estos vivirían con la amenaza de su seguridad frente a traiciones, rebeliones, conquistas…

En tales circunstancias la mayor parte del tiempo y esfuerzo debía dedicarse a procurarse comida, refugio, ropa…, lo que consumía mucha energía. En definitiva, nuestra cabeza se mantenía entretenida en procurarnos el sustento biológico con poco espacio adicional para mayores exigencias.

Por el contrario, hoy en sociedades como la occidental, el alimento está garantizado, o al menos nuestro inconsciente tiene razones para pensar que no faltará. Creo que es una asunción acertada, pues cualquiera hoy, haciendo una pequeña cola para comer en un albergue o incluso pidiendo limosna, tiene asegurada la supervivencia alimenticia. Lo mismo puede decirse de la ropa, pues cualquiera puede vestirse estupendamente (más allá de las consideraciones de la moda del momento) acudiendo a los contenedores donde la gente deja la ropa que deshecha de la temporada anterior. Y en ciudades como las españolas, al menos en las fechas en que esto se escribe, poca energía hay que dedicar a proteger nuestra seguridad física, pues en general vivimos en entornos muy seguros en los que el Estado también vela por la educación y la salud de todos, e incluso nos ofrece posibilidades de ocio y deporte con iniciativas e instalaciones estatales o municipales.

Entonces, ¿qué más podemos pedir hoy? ¿A qué dedicamos nuestra energía e inquietudes mentales, que están siempre cuestionándolo todo precisamente para velar por nuestra supervivencia?

Es en la contestación a estas preguntas donde se manifiesta con claridad el cambio de peso en la balanza del consumo de nuestra energía en nuestra sociedad. Si hasta hace solo unas cuantas decenas de años en promedio el peso de la balanza se inclinaba sin duda hacia un mayor consumo de energía destinada a la supervivencia física o biológica, hoy el mayor peso lo situamos en cuidar otras variables de supervivencia. Se trata de variables mucho más sutiles y sofisticadas que podemos encuadrar dentro de lo que se llaman necesidades sociales o psicológicas.

 

No es el momento de definir o discutir el alcance del término necesidad ni la diferencia entre necesidad y deseo. A efectos de este libro consideraré como necesidad aquello físico o psíquico-intangible cuya carencia despierta en nosotros los mecanismos emocionales de protección, como se activan ante el ataque de un animal o ante quien quiere privarnos de agua para beber. Y a estos efectos podemos asimilar (como lo hace la neurociencia) el funcionamiento cerebral de nuestros mecanismos de reacción emocionales e inconscientes, ya sea ante la amenaza de nuestras necesidades fisiológicas o sociales. La reacción y los procesos neurológicos que se producen ante la falta de alimento son similares a los que se producen cuando alguien es excluido de su grupo de pertenencia o es privado de su estatus social o autonomía. Los miedos, bloqueos y agresividades en uno y otro caso (carencias fisiológicas y carencias sociales) responden a los mismos patrones en cuanto a funcionamiento y naturaleza. Por ello hoy una persona, ante la amenaza de ser excluido de un grupo, ninguneado o tratado indignamente, reacciona de la misma forma que lo hacía un animal o un humano cuando alguien le quería quitar el alimento o adentrarse en su territorio. Se trata de reacciones instintivas y emocionales que solo los barnices de la educación pueden modular y tratar de ocultar.

Ello ha provocado el que dediquemos mucha más energía cerebral a pensamientos y reivindicaciones propias de quien, teniendo sus necesidades fisiológicas cubiertas, ha saltado a preocuparse por su posicionamiento, fortaleza o hueco social. Y entender esto y tenerlo siempre presente es clave para comprender y diagnosticar los fenómenos sociales actuales.

Aunque existen distintos modelos que describen el concepto y las categorías de nuestras necesidades sociales, siempre me gusta, por su sencillez, el del psicólogo David Rock, fundador del Neuro Leadership Institute. En virtud de su denominado modelo SCARF (abreviatura de Status, Certainty, Autonomy, Relatedness y Fairness), las necesidades del ser humano en las sociedades modernas se definen o clasifican en esas cinco categorías:

Estatus: necesidad social de tener importancia relativa respecto a los demás, respeto, estima y significado dentro de un grupo.

Seguridad o certidumbre: necesidad de sentirnos seguros sabiendo que nuestro cerebro analiza patrones de forma constante y prefiere patrones familiares. Evalúa lo conocido como seguro y lo desconocido como peligroso. Vencer las resistencias al cambio pasa por gestionar bien este dominio.

Autonomía: necesitamos percibir que poseemos cierto control sobre los acontecimientos, así como la posibilidad de tomar decisiones propias.

Encaje social o relacional y sentido de pertenencia: necesitamos relacionarnos y pertenecer al grupo en el que nos sentimos seguros, para lo cual analizamos constantemente si las personas de nuestro entorno son amigos o extraños.

Justicia: necesitamos vivir en un entorno justo, pues la sensación de falta de equidad a nuestro alrededor desencadena respuestas negativas y provoca posturas defensivas.

¿Cuánto le cuesta y sufre alguien al perder estatus en su empresa? ¿Cuánta energía gastamos en defender ese estatus que hemos conseguido en la sociedad? ¿A quién le da igual dejar de poder hacer algo que siempre ha hecho, y especialmente dejar de hacerlo porque su nivel económico, en comparación con el de los demás, no se lo permite? ¿Quién tolera bien el sentirse sometido o privado de autonomía por decisión de los demás o por circunstancias sociales que lo impiden? ¿No es cierto que hoy la mayor parte de la gente que tiene su presente y futuro patrimonialmente asegurados mantiene a pesar de todo ciertas inquietudes que les hacen trabajar más en su seguridad presente y futura, y que esa seguridad la asocian con la acumulación de más dinero? ¿Quién no busca de una u otra forma ser querido en la sociedad y admitido para satisfacer su sentido de pertenencia? ¿Quién convive bien con situaciones que le parecen injustas y especialmente si le afectan? ¿Quién no se siente herido y salta cuando se siente atacado en su dignidad?

En el siglo XXI, en sociedades como las occidentales, el peso de estas necesidades sociales se hace mayor en la balanza que mide nuestra atención y el consumo de nuestra energía. Queremos ser respetados, y ser alguien entre los nuestros, sentirnos libres y que nadie nos maneje, y buscamos la seguridad a largo plazo, que en gran medida asociamos a esa acumulación de poder, conocimiento o dinero. Y todo esto nos inquieta o preocupa, porque los estómagos los tenemos llenos. Y si nuestros mecanismos cerebrales no se ocupan de la comida y de la seguridad física ¿de qué se ocupa nuestra máquina de energía, nuestro pensamiento, nuestro deambuleo o agitación mental? Sencillamente a buscar y hacerse un hueco para una buena supervivencia social satisfaciendo las necesidades sociales.

Sin duda uno de los mecanismos de mayor relevancia en la evolución del ser humano es el llamado wandering, deambuleo mental o pensamiento por defecto. En virtud del mismo, cuando no estamos con la atención en alguna tarea o entretenidos con algún estímulo, nuestro sistema de pensamiento por defecto se despierta, con mayor o menor intensidad, para preguntarse por cuestiones que le afectan y para analizar y plantearse alternativas de actuación futura, para someter a juicio a otros o a uno mismo, y en definitiva a aspectos relacionados con su acoplamiento en la sociedad y el sentido de sus actuaciones y existencia. Es probablemente una de las grandes diferencias que tenemos con un perro, pues cuando este está alimentado y no tiene nada que hacer sencillamente descansa o contempla lo que ocurre a su alrededor sin más preocupaciones. Los humanos sin embargo raramente nos permitimos estar con la cabeza parada, sin darle vueltas a algo o sin inquietarnos o torturarnos pensando cómo salir de un posible problema futuro o sencillamente en cómo mantener lo que tenemos. Es un sistema de pensamiento que seguramente crea muchas inquietudes y desasosiegos y dificulta la paz interior, pero constituye a su vez una maquinaria extraordinaria de supervivencia al estar permanentemente ocupada en idear nuevas soluciones para conseguir cosas, defenderse de peligros, mejorar nuestra vida…

Cada vez más nuestros psicólogos y sociólogos observan que, más allá de la satisfacción de las necesidades primarias o básicas, existen una serie de cosas (llamémosles necesidades o como queramos) que resultan más y más imprescindibles para garantizar nuestra sana supervivencia. ¿Por qué si no son las sociedades más ricas y avanzadas las que mayor índice tienen de suicidios, anorexias, enfermedades relacionadas con la ansiedad, depresiones…? Aun a riesgo de ser tachado de simplista, me atrevo a decir que quien inevitablemente está picando piedra o recogiendo fruta en el campo todo el día para comer no puede permitirse el lujo de dedicar el tiempo a hacerse pajas mentales sobre su propósito en la vida, el sentido de esta y dar vueltas a su nivel de encaje o aceptación social. Y es en este terreno, más allá de las ineludibles necesidades biológicas para evitar perder la vida en el corto plazo, donde comienza el mundo de lo relativo, de las apreciaciones de cada uno, de las distintas perspectivas, de las discusiones políticas e ideológicas sobre lo que es o no es una necesidad y sobre en qué principios se debe asentar la justicia en torno a ello. Es también el terreno en el que desarrollamos internamente las exigencias de autonomía personal, de un trato digno, de la aceptación en el grupo social al que deseamos pertenecer etc. y lleva a muchos a convertirse en creadores de causas y reivindicaciones, y a otros a hacerse seguidores suyos.

Mal de muchos, consuelo de listos

En Occidente vivimos muy instalados en un sistema que construye efímera y falsamente la satisfacción de sus individuos sobre bases comparativas. Es decir, estoy satisfecho con lo que tengo, con lo que soy, con el trato que recibo, con la libertad que tengo en la medida en que, comparándolo con los demás, me parezca que estoy en buen lugar, en el lugar que me corresponde. Por ello en nuestro fuero interno las cosas no son buenas ni malas o suficientes o insuficientes si no es en relación o por comparación con lo que hay en nuestro entorno. Esto resulta igualmente fundamental para entender el comportamiento humano y consecuentemente los fenómenos sociales que vivimos.

Mi coche no es bueno o malo de por sí sino en relación con el parque móvil de cada momento. Cuando solo los privilegiados podían practicar determinados deportes el hecho de no practicarlos no resultaba un problema o motivo de insatisfacción. Cuando nadie tenía coche nada pasaba por no tenerlo, pero cuando todos lo tienen, uno puede sentirse mal por el hecho de no tenerlo. Cuando solo los privilegiados podían hacer viajes fuera de España, nadie sentía la necesidad de hacer esos viajes de cuando en cuando. Ahora que se ha masificado la industria del viaje parece que sentimos la necesidad de hacerlo. Cuando todo el mundo a nuestro alrededor tiene dinero para ir a buenos restaurantes puede resultar un problema para quien no lo tiene el no poder seguir el plan de quienes le rodean, de sus amigos de siempre. Por ello también cuando una crisis azota de manera generalizada a toda la población la disminución de nuestro nivel de vida se hace mucho más llevadera al ser algo compartido con las personas que nos rodean. Parece todos que nos acoplamos a niveles inferiores de vida sin que se generen los problemas de las diferencias.

En definitiva, en general en nuestra sociedad la medición del nivel de satisfacción con lo que somos o tenemos o con nuestro ámbito de libertad está muy relacionada con lo que tienen los demás en nuestro entorno físico y también virtual, a través de lo que vemos en los medios de comunicación y las redes sociales. Lo que no se ve no se quiere, pero lo que nuestro vecino tiene se convierte en objeto de deseo.

Resulta particularmente interesante en este sentido observar cómo cuando a uno le suben el sueldo la felicidad se suele convertir en frustración si conocemos que nuestro compañero ha tenido una subida mayor. No es tanto la cantidad de dinero (o de bienes que puedo comprar con el incremento salarial) sino la percepción de la consideración que la empresa tiene de mí. Y por ello con las comparaciones nos vienen pensamientos del tipo «es injusto», «no hay derecho», «con todo lo que yo trabajo y aporto…» «que ahora venga fulanito y se lleve los mayores premios…».

También podemos observar la relevancia de lo relativo para la satisfacción en nuestra sociedad cuando presenciamos un reparto general de regalos. El día de Reyes, cuando reciben sus regalos, la atención de los niños tras un primer instante se fija más en escrutar los regalos de los demás que en disfrutar de los suyos. A veces o en alguna medida no es por tanto el regalo lo que les procura la felicidad sino la satisfacción de ver que los suyos son mejores.

Es también evidente que el valor de quien en un grupo recibe un reconocimiento o condecoración por algún logro extraordinario se perderá si para consolar a todos los demás miembros del grupo se les concede también un reconocimiento a ellos. El reconocimiento pierde su esencia.

Y siguiendo con los ejemplos, si preguntamos cómo de bueno es un coche, solo podremos contestar si lo relacionamos con los coches de la época y el entorno. Todos los coches de hoy, si los comparamos con los de hace cuarenta años, son una maravilla de la tecnología y la industria, y son realmente máquinas formidables, silenciosas, con gran potencia y velocidad, que aguantan kilómetros y kilómetros sin dar problemas, con todo tipo de ayudas y asistencias de confort y seguridad. Ahora bien, si los comparamos con otros coches de hoy habrá que empezar a ser más selectivos, y así, quien tiene un coche de gama media de hace ocho o diez años es posible que pueda pensar que su coche ya no es un buen coche, que está obsoleto o tiene un diseño que ya no es actual y no puede aparcar automáticamente como otros. Y ello puede suscitar la necesidad de cambiar de coche para no destacar por tener un vehículo viejo o poco atractivo, aun cuando nuestro nivel de satisfacción con las prescripciones objetivas del coche sea alto. Al fin y al cabo vivimos en gran medida sometidos a la tiranía de la renovación de los artículos socialmente visibles como son los coches, la ropa, las cafeteras en casa para ofrecer un café a los invitados, y cientos y cientos de cosas más.

 

¿Son eso necesidades? Y la respuesta solo puede ser depende, en función del rigor con que usemos el término, pero en gran medida podría decirse que lo son si uno quiere situarse o no descolgarse de un determinado entorno social al que está acostumbrado o al que se encuentra apegado. Quienes reprochan el que ver las cosas así es algo muy superficial y que solo aplica a personas poco profundas que viven para la imagen quizá tengan razón, pero la realidad es que en mayor o menor medida todos sufrimos un poco o mucho de esto y cada vez la presión para no descolgarse es mayor. Y este fenómeno de obsolescencia psicológica se produce cada vez a mayor velocidad, fruto, como veremos, de las dinámicas de nuestra sociedad de consumo.

Los fenómenos asociados a la desigualdad no son solo de nuestro tiempo pues son más bien propios de nuestra naturaleza animal. Vivimos en una sociedad crecientemente consumista en la que, para sobrevivir, se encuentra muy presente una cierta exigencia a destacar, de ser alguien o ser aceptado en la sociedad, buscando esa distinción a través de las muestras de un tipo u otro de consumo. Buscamos nuestra supervivencia o posición social a través de estar a la altura en el campo del consumo, de la moda, de la realización viajes y planes atractivos. Una buena muestra de ello es la extendida práctica de los selfis para demostrar al mundo lo atractivos que somos por las cosas que tenemos o por los originales y envidiables planes que hacemos. Todo ello tiene el riesgo de llevarnos a sentirnos permanentemente necesitados de estar a la altura para no ser o sentirnos excluidos y a vivir más un rol o personaje aparentemente atractivo que lo que verdaderamente somos. Y con estas actitudes tan propias de nuestro tiempo son más y más las ocasiones en las que podemos sentirnos restregados en las diferencias. Los medios de comunicación, la publicidad machacona y creadora de estímulos para mejorar nuestro estatus y hacernos distinguidos, sin duda van calando poco a poco en nuestra forma de pensar y sentir haciéndose más oprimente la presión psicológica del miedo a quedarse atrás.

Por ello, aunque estas reflexiones sobre las diferencias son atemporales, las consecuencias se hacen especialmente graves en sociedades muy materialistas como la occidental pues sin duda en otras con mayor cultivo del espíritu, la satisfacción de las personas está mucho menos relacionada con la mirada que unos y otros reciben de los demás. Lo que los demás tienen, la forma en la que nos miran o lo que piensan de nosotros resultará menos relevante cuanto mayor sea el cultivo de nuestro interior y del espíritu.

Seguro que muchos pensamos que a nosotros eso no nos ocurre y sentimos rechazo ante ello por considerar que el ser humano no puede tener como condición propia de él algo que suena tan contrario a los principios morales y religiosos con los que nos hemos criado. Pero, aunque nos cueste, resulta imprescindible comprender y aceptar nuestra forma profunda de preferencias si queremos entender por qué nos pasan las cosas que nos pasan en nuestra convivencia y en la sociedad. Se trata de realidades que conforman nuestro sistema de sentimientos y emociones a través de programaciones neuronales que traemos en los genes y que son muestra de la impresionante inteligencia espontánea de supervivencia, que solo se atenúan ligeramente en la superficie como fruto de la educación.

En relación a ello, especialmente en lo que se refiere a las exigencias de equidad, resulta especialmente interesante el experimento realizado por los doctores Frans de Waal y Sarah Brosnan con monos babuinos. En dicho experimento con dos monos se muestra como los dos están satisfechos recibiendo como premio un trozo de pepino cada vez que cumplen bien una tarea. Sin embargo, cuando el entrenador decide mejorarle el premio a uno de ellos entregándole una uva (el alimento preferido de los babuinos), el otro entra en cólera cuando ve que a él le siguen dando pepino por hacer la misma tarea3. ¿No es algo parecido a los que nos pasa cuando a nuestro compañero le suben más el sueldo que a nosotros? ¿No habrá también algo de esto en algunos movimientos sociales de activistas disconformes con la forma de reparto del bienestar? Iremos desgranando más estas ideas para tratar de comprender el porqué de nuestro mundo.