La democracia de las emociones

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¿VIVIMOS EN UN MUNDO DISTINTO?

A lo largo de la historia, las personas que tratan de entender la sociedad en que viven tienden a pensar que lo que le ocurre a su generación es algo muy singular o único. Consideran, por ello, que enfrentan situaciones o problemas novedosos, únicos y difíciles que parecen justificar el derecho a lamentarse de cómo está el mundo, tendiendo en general a hacer crítica a los jóvenes, por su supuesta relajación de valores, superficialidad etc. como clase causante de los males que afectan a la sociedad. Debo confesar que, si me dejo llevar por mi inconsciente, mis emociones y sentimientos este es un pensamiento también recurrente en mí. Podría confesar que, sin reflexión, sin pensar, lo que siento a menudo es que la gente de hoy es la leche, que ha perdido los principios, que es muy superficial y que por este camino mal va el mundo. Solo cuando me convierto en un observador externo disociado de mis vivencias, de mi historia personal de sentimientos, apegos, emociones y creencias puedo constatar que en gran medida esas cosas tan especiales y negativas no son realmente tan especiales de nuestra época. Por supuesto que el desarrollo de las tecnologías, la riqueza y las costumbres son diferentes, pero el juicio que merece a las sucesivas generaciones su propio tiempo o época mantiene muchos patrones comunes a lo largo de la historia, al menos en los últimos siglos. Basta leer libros de distintas épocas para constatar un patrón común en lo que se refiere a la valoración que merece la evolución respecto de la moral, los valores etc. La lectura pone de manifiesto en general la dificultad o resistencia a la absorción del cambio propio de la evolución de las sociedades. Leyendo cosas escritas hace doscientos años relacionadas con la evolución de la sociedad de aquel tiempo uno puede pensar que podrían estar escritas en el presente.

Nuestro miedo y resistencia al cambio nos hace mirar y vivir con resquemor todo lo nuevo, y en definitiva todo aquello que pueda suponer una amenaza a la cómoda inercia en la que cada uno vive sumido en un hábitat social que domina para desenvolverse en él sin esfuerzo. Por ello, ante las cosas, tendencias o fenómenos nuevos, tendemos, especialmente a partir de ciertas edades, a pensar que son una amenaza al deber ser social, es decir algo negativo para lo sociedad. Me atrevo a decir que en gran medida asociamos lo bueno a lo conocido y a lo habitual, lo que nos hace sentir legitimidad para ser críticos con lo nuevo o lo distinto.

La evolución social es un continuo en el que cada generación se siente única pensando que los fenómenos que en ella se dan son tan singulares que convierten la situación en algo extraordinario. Y yo mismo, siendo quizá víctima de ese fenómeno, me dispongo a continuación a señalar algunos aspectos de nuestra sociedad occidental pensando que son de tan singular naturaleza que nos colocan ante un cambio de era. Ello me lleva, quizá en una búsqueda de refuerzo de la importancia del momento, a hablar de que estamos saliendo de un larguísimo periodo de escasez y pasando a una novedosa, desconocida y desconcertante era de la abundancia. Durante siglos y milenios la sociedad ha vivido con escasez de bienes para atender nuestras necesidades más básicas, lo que ha condicionado toda la vida y el funcionamiento social. Hoy continúa la búsqueda, pero, siendo los bienes excedentarios, el objeto de esa búsqueda es diferente y se centra en la satisfacción de más y más necesidades sociales y psicológicas que modelan un mundo y una forma social muy diferentes que todavía no sabemos manejar, convirtiéndose la creación de nuevas necesidades en el fin primordial de nuestra maquinaria socioeconómica para poder sostenerse.

Bien podría obedecer la reflexión anterior al arraigado vicio de sentirnos especiales como sociedad pensando que lo que nos viene es peor que lo pasado, al menos en términos morales. Pero, en la compleja sociedad de hoy se dan unos factores que muestran un cambio de tendencia o punto de inflexión en relación con ciertos aspectos de nuestro modelo de sociedad y contrato social.

Estos elementos considero que conforman en las sociedades occidentales una situación diferencial de cambio de tendencia o de era y constituyen la base de muchas de las observaciones y reflexiones que desarrollo en este libro. Identifico en este sentido cuatro factores:

1. Tenemos los estómagos llenos: por primera vez en nuestra historia en Occidente puede afirmarse que cualquiera tiene acceso a la cobertura de sus necesidades básicas para sobrevivir: comida, ropa, refugio y en algunos países incluso servicio médico. Y no solo es que exista este acceso a todo ello, sino que, sin darnos cuenta, en lo más profundo de nuestras cabezas y casi de forma inconsciente, nuestro instinto de supervivencia tiene aquietado cualquier desasosiego relacionado con el miedo a carecer de ello en el futuro. Esto es especialmente visible en las nuevas generaciones y tiene un impacto enorme, pues por primera vez la energía y el pensamiento de las personas se llena con inquietudes mucho más relacionadas con aspectos psicológicos o sociales tales como la búsqueda de dignidad, estatus, justicia, sentido etc., lo que genera nuevas voces y gritos en nuestra sociedad por parte de personas que antes debían de mantenerse en docilidad y sometidas a la ortodoxia de un contrato social si querían poder conseguir alimento para ellos y sus hijos.

2. La sociedad occidental construida sobre el liberalismo económico ha sido una extraordinaria maquinaria de creación de riqueza que sin duda ha supuesto una gran mejora de la calidad de vida de las personas. Como parte de ello nuestro sistema económico ha sido desde su nacimiento una máquina de creación de clases medias. El número de personas encuadrables en la llamada clase media ha sido siempre creciente, dando lugar a la base de nuestro estado de bienestar, extendido a una gran mayoría de personas. Sin embargo, por primera vez en la historia Occidente se está convirtiendo en una máquina de creación de clases bajas, o sentimientos de clase baja. Las estadísticas muestran cómo los empleos de baja calidad son cada vez más, produciéndose un trasvase de personas de la clase media a la baja. Sin duda este fenómeno es apreciado con distinto juicio por unas y otras personas en nuestra sociedad, pues son muchas las voces que dicen (posiblemente con razón) que es una clase baja más rica que la clase media de hace cincuenta años. No pretende este libro entrar en el debate de la justicia o del utilitarismo asociado a las desigualdades, aunque resulta un tema de gran interés. Pero sí es relevante saber que la posición en relación con este tema desde la que se escribe este libro es la de quien piensa que los niveles de satisfacción psicológica de las personas están indisolublemente ligados a los factores del entorno, pues solo con la comparación se puede tener criterio: ningún coche es bueno o malo, grande o pequeño, nuevo o viejo si no es en relación con otros, como tampoco nadie se siente encajado o desencajado en la sociedad si no es por comparación con las circunstancias del entorno, que constituyen una referencia para originar los sentimientos de satisfacción o insatisfacción. La relevancia de este factor se ve especialmente ensalzada por el hecho de algo también novedoso en nuestra sociedad: la información y la transparencia, que hacen que las informaciones puedan ser fácilmente conocidas por todos.

3. El mundo se nos ha quedado pequeño. Ya no hay territorios que conquistar como los hubo hasta hace poco tiempo. Ni siquiera las influencias excesivas sobre otros países o territorios son demasiado bien vistas. Y cuando no hay territorio fuera de nuestros límites, las conquistas hay que hacerlas dentro de ellos, lo que provoca un mundo encerrado en sus luchas y competencias internas que provocan una constante polarización y la creación permanente de relatos legitimadores para las acciones que unos y otros acometen. Consecuencia de este factor es que ya no tenemos enemigos externos claros como factor de unión y cohesión de la sociedad y por ello los enemigos los tenemos que crear dentro de casa, lo que en combinación con los otros factores de este apartado, provoca una población que busca sus adhesiones a grupos construyéndolas sobre la creación más o menos artificial de miedos, enemigos y odios. Nada une más que compartir un enemigo común y nada dificulta más el entendimiento entre las personas y los grupos sociales que la vivencia de una relación con una emocionalidad propia de los enemigos. Seguro que si la Tierra sufriera una seria amenaza de invasión por parte de una sociedad de extraterrestres nuestra disposición a cohesionarnos y dar forma a un contrato social global con principios y autoridades claros sería mucho más factible.

4. Las sociedades se han hecho muy permeables. La información no tiene fronteras, y las culturas y sentimientos ya no se encuentran en compartimentos estancos dentro de las fronteras de unos y otros países. Los grupos sociales son una amalgama de personas de distinta procedencias, formas de pensar, sentimientos, culturas, religiones etc. haciéndose mucho más difícil el saber quién pertenece al grupo de «nosotros» y quiénes son de «los otros», pues ello dependerá de en qué ámbitos y aspectos. Los sistemas y las culturas son cada vez más líquidos y formados por elementos entremezclados de distintos orígenes o procedencias. Cada vez más se dan personas que son difícilmente encuadrables por tener y vivir con rasgos, historias, procedencias y sentimientos diversos. Es el caso de un ciudadano que es español, pero hijo de un ecuatoriano casado con una rumana y que ha vivido veinte años en Estados Unidos... O un inglés afincado y con gran cariño a España casado en primeras nupcias con una española con dos hijos españoles de ella y casado en segundas nupcias con una rusa. ¿A qué grupo de pertenencia corresponden? ¡¡Qué lío!!

 

Estoy seguro de que muchos pensarán que hay muchos otros rasgos o factores en nuestra actual sociedad de mayor importancia para determinar lo que la hace singular y para explicar sus dinámicas y funcionamiento. Podríamos hablar de la tecnología, Internet y el universo virtual, la inteligencia artificial, los populismos, las fake news, la problemática medioambiental... Sin duda son rasgos importantísimos de nuestra sociedad, y probablemente sean los de mayor peso cuando lo que se observa es la sociedad en su superficie. Pero si lo que se pretende es comprender el porqué de muchos de los fenómenos, dinámicas o tendencias, resulta importante bucear en aquello más allá de lo observable con una primera mirada para encontrar los verdaderos factores o causas que constituyen las palancas motivacionales de todo lo que nos ocurre. Es decir, bucear por debajo de la superficie para comprender lo que ocurre realmente dentro, en la profundidad y realidad existente como vivencia colectiva resultante de la suma de vivencias individuales. Por ello, sin despreciar en absoluto los anteriores rasgos o características fácilmente observables de nuestra sociedad, mi pensamiento de que estamos ante un cambio de era y de paradigmas proviene de destilar todos ellos. Y en esa línea es imprescindible buscar las fuerzas o motivaciones que son causa de lo que ocurre, y que están determinadas y dirigidas por nuestros instintos y mecanismos de supervivencia individuales y colectivos. Y tras sumergirme en esas profundidades yo me quedo con los cuatro factores expuestos como base para explicar el porqué de nuestra complejidad social, que nos cuesta comprender por las razones que seguidamente desarrollo.

Nada puede comprenderse sin entender y aceptar los sistemas internos atemporales y universales que mueven al ser humano hacia la búsqueda de amor, de ser querido, de poder, de placer, de seguridad… Estas programaciones genéticas o neuronales de todo ser humano, junto con los cuatro factores o hechos diferenciales analizados, son los que provocan la forma y fenómenos actuales de nuestra sociedad.

Y es precisamente el hecho de que dichas programaciones y motivaciones humanas sean muy poco visibles por encontrarse enterradas u ocultas lo que hace difícil comprender la complejidad del funcionamiento de nuestra sociedad y las distintas relaciones de causa-efecto y correlaciones que se dan en ella.

Es por ello por lo que seguidamente trataré de exponer las razones que pueden explicar nuestra dificultad para comprender con naturalidad lo que está pasando en la sociedad. Y para ello divido el trabajo en tres distintos ámbitos de distorsión de la mirada social causada por nuestros bajos niveles sociales de conciencia. Pues son precisamente nuestra ceguera y falta de conciencia las que nos impiden integrar y aceptar lo que está pasando como algo natural en el comportamiento y la evolución de una sociedad que se encuentra en un punto de inflexión, habiendo pasado de vivir en una escasez real a vivir en la abundancia, pero manteniendo la percepción de escasez. Un punto de inflexión en la sociedad, que nos lleva, sin ser conscientes de ello, a encontrarnos negociando un nuevo contrato social para cuya comprensión en necesario superar nuestra ceguera en relación a:

• Los extendidos bajos niveles de conciencia y autoconocimiento personal que desarrollaré en el apartado de «Entendiendo nuestro comportamiento».

• El fundamentalismo económico financiero y el escaso conocimiento de lo que hoy significa el dinero, que será abordado en el apartado de «Qué lío es esto del dinero y las finanzas».

• Y, por último, la comprensión de la democracia emocional y caótica, y la degeneración del utilitarismo, que será desarrollado en el apartado de «Perdidos en la democracia del caos».

Trataré enseguida de avanzar punto por punto para exponer detalladamente lo que no es sino mi convencida opinión sobre ello. Pero antes hablemos un poco de la complejidad en la que está envuelta nuestra sociedad, pues solo desde su comprensión podremos entender los fenómenos propios de nuestro mundo.

Simplicidad versus complejidad

En gran medida seguimos pensando que podemos entender el mundo con un pensamiento lineal basado en previsibles reglas de causa-efecto como forma de explicar los fenómenos que se dan en nuestra sociedad. Sin duda las relaciones de causa efecto siguen existiendo, pero para entender hoy nuestro complejo mundo es necesario vivir con la cabeza abierta a la comprensión de múltiples relaciones de causas y efectos que se entrecruzan dando forma y movimiento a lo que llamamos nuestra sociedad, o mejor dicho, nuestro sistema o nuestras dinámicas sociales. Son muchas las causas o concausas de todo lo que ocurre, precisamente por esa interacción múltiple y permanente de fuerzas de unos y otros, y las reivindicaciones y pretensiones de los distintos grupos de interés. A ello hay que añadir los cambios en nuestro medioambiente, que sin duda condicionan nuestro desarrollo e influyen de forma decisiva en nuestra visión de cómo deben hacerse las cosas para cuidar el planeta y sus pobladores.

Algunos dicen que se trata de un sistema caótico en el que nada es predecible ni pueden comprenderse las fuerzas y dinámicas que lo orientan o gobiernan. Otros, compartiendo bastante esa teoría del caos, pensamos que no obstante existen determinados patrones y dinámicas en el funcionamiento de nuestro sistema que pueden dar pistas para su comprensión y para realizar cierta predicción de tendencias, o más bien de megatendencias, de nuestra sociedad. Quienes creemos en la existencia de ciertos patrones ordenadores del caos podemos usar el concepto de orden «caórdico», que es el vocablo resultante de fusionar caos y orden, y que bien podría representarse con el fenómeno de los grandes bandos de estorninos que se encuentran en permanente evolución, aparentemente desordenada y caótica pero siempre sujeta a ciertos patrones que determinan su unión y movimiento. Pero aun creyendo en alguna medida en estos patrones, debemos admitir que los niveles de imprevisibilidad son altísimos, como siempre ha sido todo lo relativo a las predicciones del futuro1.

Este fenómeno de la imprevisibilidad y la «caórdica» evolución de las cosas puede verse cada vez más en nuestra sociedad ante decisiones de un Gobierno o ante la ocurrencia de hechos. El juego cruzado de intereses e interacciones determina la interdependencia de todo dentro de nuestro sistema social. Unas fuerzas y hechos con más peso que otros, pero sin que nada sea despreciable, pues cada vez más observamos cómo anécdotas menores pueden ser generadoras de movimientos o causas con gran influencia en los destinos de la sociedad. Me viene a la cabeza el fenómeno creado en torno a Greta Thunberg.

Juguemos a poner un ejemplo e imaginemos hace unos años el anuncio por parte de un Gobierno de unas inminentes limitaciones para fumar en los restaurantes junto con el anuncio de la aprobación de un marco de ayudas públicas para los restaurantes que inviertan en la separación de zonas de no fumadores. Ello generará la reacción de muchos ensalzando la libertad porque se oponen a las prohibiciones y limitaciones, y el apoyo de otros que por el contrario lo defienden por dar prioridad a la salud. A ello se sumarán las quejas y reproches de la hostelería, que hablará del impacto negativo en el sector, con cierto apoyo de los sindicatos de trabajadores de hostelería para proteger los empleos. Mientras tanto, las grandes compañías de tabaco empezarán a vislumbrar un negro futuro del sector del tabaco y la necesidad de ir ampliando sus actividades previendo mayores restricciones de su negocio principal. Esto empujará a estas grandes empresas a desarrollar importantes campañas de comunicación para limpiar su mala imagen y evitar acabar no siendo queridas por nadie (non gratas), aun cuando hasta hace poco tiempo eran muy admiradas como grandes compañías. Pero en paralelo surge cierto movimiento de reacción social ante la prohibición de fumar que se hace muy importante por la gran creatividad y capacidad de llamar la atención y montar numeritos de los que luchan contra la medida, que se hacen muy efectivos y consiguen meter gran presión al Gobierno, aunque esta no resulta por sí sola suficiente para echar atrás la medida. Mientras salta a los medios un nuevo caso de corrupción de miembros del Gobierno que provoca nuevas repulsas sociales que, acumuladas a las relacionadas con las prohibiciones de tabaco, se hacen insostenibles. Durante el desarrollo de todo este fenómeno crece también la lucha de los activistas antitabaco, que coinciden en gran medida con los contrarios a lo americano o antiamericanos. Una parte importante de esos movimientos son también contrarios a ante la gran empresa americana y al imperialismo empresarial, si bien otros antitabaco nada tienen en contra de ello.

En la coyuntura de este ejemplo supongamos que ha tomado más fuerza la facción que pone mucho peso en la defensa de los intereses empresariales, ejerciendo influencia en esa dirección, lo que unido a las presiones citadas que sufre el Gobierno lleva a este a retirar los planes de prohibición para no deteriorar la economía del sector hostelero. La retirada de la medida produce la agitación de los activistas y populistas de izquierdas, que aprovechan la coyuntura para denunciar que el Gobierno, está vendido a los intereses de las grandes corporaciones americanas. En paralelo se crea la asociación de restaurantes perjudicados, que agrupa a quienes ya han hecho inversiones para separar las zonas de no fumadores ante el anuncio de las medidas de prohibición y critican la quiebra del compromiso de ayudas públicas, llevándolos a promover acciones judiciales que pelean hasta el Tribunal Constitucional. Este alto tribunal, en una de sus reprochables excursiones al ámbito político, inventa una brillante argumentación que legitima la inseguridad jurídica generada poniéndose al servicio de la causa política del Gobierno. Unos años después, un empresario de hostelería que consiguió sobrevivir a los daños que le produjo la actuación del Gobierno y tras su lucha judicial sin haber obtenido compensación alguna, decide no declarar una parte de sus ingresos para reducir la carga fiscal aun sabiendo que se exponía a graves sanciones. Conforme a su reflexión, adopta, sin dolores de conciencia, una pauta de actuación propia de una selva social en la que cada uno hace lo que sea para su supervivencia en la medida que le funcione. Y así, una vez tras otra por unos y otros, cada uno con mayor o menor retorcimiento de sus razones y legitimidades internas para sobrevivir, se va conformando una sociedad en la que parece que todo vale.

Todo parece un enorme lío, pero a su vez podría decirse que, paso a paso, es fácilmente comprensible cuando se entienden las fuerzas y motivaciones que mueven al ser humano (individualmente y como miembro de un grupo) en una sociedad con las necesidades biológicas básicas cubiertas y en la que se han reconocido y sacralizado muchos derechos con poca contrapartida de obligaciones o exigencia de responsabilidad y ética.

Resulta muy difícil efectuar predicciones en la sociedad cuando todo se produce en un contexto de enorme actividad de información y medios de comunicación con agentes que argumentan en un sentido u otro como parte del juego en función de sus intereses, diluyéndose (o haciéndose muy discutible) la capacidad de determinar lo que está bien y lo que no. Y ello con un pueblo cuya opinión es utilizada por políticos y otros líderes de unas y otras causas mediante una comunicación expresa y con actuaciones que explotan inteligentemente las emociones, lo que en general se consigue con actos efectistas.

No obstante, el futuro de la evolución social difícilmente resulta predecible más allá de lo que pueda derivarse de determinados patrones observables, que son precisamente los cimientos sobre los que este libro pretende construirse. En general las predicciones sobre el futuro de nuestra sociedad serán escasamente acertadas por más desarrollo que se produzca de nuestra capacidad y calidad de procesamiento de datos e información. Nuestra condición humana, como seres vivos con capacidad de entender y procesar inteligentemente la información, provoca un fenómeno circular por el cual, en lo que se refiere al comportamiento social, cualquier predicción condiciona el cumplimiento de la predicción. A diferencia de las previsiones de fenómenos naturales como la meteorología, en las que las mismas no alteran el clima, en las predicciones sociales, el conocimiento condiciona y altera los escenarios previstos por provocar la modificación de las conductas humanas. Baste con observar cómo la predicción de que se va a producir una burbuja inmobiliaria lleva muchas veces a la prudencia de los inversores, o la previsión de que un partido político obtendrá un cierto resultado en las elecciones lleva al cambio de voto de muchos ciudadanos. Se trata de un fenómeno asociado a nuestro instinto de supervivencia y adaptación que nos conduce a adoptar comportamientos considerando las predicciones que conocemos de las cosas.

 

Todo este complejo escenario o campo de juego se produce en una sociedad en la que practicamos poco la reflexión y el pensamiento, lo que nos lleva a seguir viendo y pensando las cosas como siempre las hemos percibido e interpretado, rehuyendo el esfuerzo que exige comprender la complejidad y resolver o conciliar los dilemas a los que nos enfrentamos.

El ser humano corriente parece preferir la simplicidad y se deja arrastrar por mensajes y eslóganes dirigidos mucho más a despertar y mover adhesiones basadas en las emociones, el odio, el miedo y el amor que por el análisis más frío y calculado que se deriva de la reflexión, pues esta exige un esfuerzo que muchas veces preferimos evitar. Y de alguna forma este hecho dificulta mucho la comprensión individualizada o aislada de hechos, actos o fenómenos concretos, pues ellos siempre traen su causa de otros fenómenos sociales y son causa de otros, con una marcadísima interrelación, que no es tanto lineal sino más bien circular y multidireccional.


1 Sugiero al lector que busque en YouTube «Vuelo de estorninos» y se recree con algunos de los múltiples vídeos que muestran los maravillosos bailes sociales o grupales de estos pájaros en vuelo. Quizá en algo y con cierta imaginación puedan encontrar paralelismos con el baile y los vaivenes de nuestra sociedad