Infierno - Divina comedia de Dante Alighieri

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11 Por su honda significación y el eco que suscitó en la historia, causa emoción leer estos versos en su lengua original:

Per me si va ne la cittá dolente,

Per me si va ne l´eterno dolore,

Per me si va tra la perduta gente.

(…) Dinanzi a me non fur cose create

Se non eterne, e io eterna duro:

Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate

(Canto 3, 1-9).

12 En el texto se escribe «venis» (vienes), cuando en el evangelio de san Mateo 21, 9 y en la Liturgia se escribe «venit» (viene) en la frase: «Benedictus qui venit in nomine Domini» (Bendito el que viene en nombre del Señor).

13 Muy bella y cortésmente, Dante introduce aquí un verso de la Eneida del gran Virgilio, que hasta ahora le ha servido de guía. En el paraíso, será la bienaventurada Beatriz la que asuma ese altísimo papel.

14 Aluden a las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad.

15 Dada la importancia que juegan en la Divina comedia los conceptos de ver, mirar y contemplar, me permito aconsejar al lector que ahonde en el concepto de «mirada profunda» que expongo en la obra El arte de leer creativamente (Stella Maris, Barcelona 2014), pp. 41-77.

16 Recuérdese que el término caridad —hoy día casi identificado con el vocablo beneficencia— significaba originariamente el amor de ágape —amor oblativo, generoso— que define el ser de Dios, según la primera epístola de san Juan, cap. 4, vv. 7-8, 16-17.

17 El poeta utiliza el término embriagado en sentido de «henchido» o «colmado». Conviene notarlo, porque, en sentido estricto, la embriaguez anula la libertad personal, que en esta obra está siempre respetada.

18 En su libro Paisaje de eternidad (Monte Carmelo, Burgos 2011), pp. 43-61, Romano Guardini expone el significado de esta imagen. Versión original: Landschaft der Ewigkeit, Kösel, Múnich 1958.

19 Disfrutemos con la lectura de la versión original:

A l’alta fantasia qui mancò possa;

Ma già volgeva il mio disio e’l velle,

Sì come rota ch’igualmente è mossa,

l´Amor que move il sole e l´altre stelle)

(ibid., 143-145).

NOTA EDITORIAL

Todas las referencias en español de las obras de Dante, salvo que se indique lo contrario, están tomadas de Obras completas de Dante Alighieri, versión castellana de Nicolás González Ruiz, BAC, quinta edición, Madrid, octubre de 2002.

Para las referencias bíblicas, se ha usado la Versión Oficial de la Conferencia Episcopal Española de la Sagrada Biblia, BAC, Madrid 2011.

INFIERNO

A la mitad del camino de nuestra vida me encontré en una selva oscura, porque había perdido la buena senda. (I, vv. 1-3)


Entonces, ¿es acaso el nuestro un siglo de misión religiosa? Lo es. ¿Acaso podría no ser así con tanto sufrimiento a nuestro alrededor, en nosotros? Lo es. En verdad, esta ha sido siempre la misión de la poesía. Pero a partir de Petrarca, y de una manera que se fue agravando a lo largo de los siglos, la poesía quería darse otros propósitos, consiguiendo, cuando era poesía, ser religiosa en contra de su intención. Hoy el poeta sabe y afirma resueltamente que la poesía es un testimonio de Dios, incluso cuando es una blasfemia. Hoy el poeta ha vuelto a saber y a tener los ojos para ver y, deliberadamente, ve y quiere ver lo invisible en lo visible. No trata de romper el secreto de los corazones. Sabe que leer incansablemente en el abismo de los individuos y saber verdaderamente el pasado, el presente y el futuro le corresponde solo a Dios. También sabe que el corazón humano no es el agujero que los libertinos creen lleno de inmundicia. Sabe que en el corazón del hombre solo encontraría debilidad y ansiedad —y miedo, pobre corazón, de ser descubierto—. Como en el sueño de Miguel Ángel donde el Padre, para darle vida, rozó con el dedo la tierra, el poeta nuevo quisiera oír en sus pobres palabras que vuelve al mundo la voz de aquella gracia. Por esto ha gritado. Por esto también ha llorado.1

1 Giuseppe Ungaretti, «Ragioni di una poesia (1949)», en Vita d’un uomo. Saggi e interventi, Mondadori, Milán, 1974, pp. 760-761; traducción nuestra.

TODA UNA VIDA CON DANTE

Esta no es una lectura de la Divina comedia para especialistas académicos o eruditos. Me considero experto en Dante solo en el sentido estrictamente literal del término: «experto», es decir, una persona que ha tenido experiencia de lo que dice. Les he leído Dante a decenas y decenas de clases, a miles de chicos; y, así, mi pasión a la hora de leerle ha ido creciendo continuamente, ya que la obra de Dante es una obra viva, que como todas las grandes obras de arte dialoga con el lector de forma tan profunda que, de alguna manera, este la reescribe.

Por lo tanto, le debo en buena parte al trabajo en el aula que la comprensión que tengo hoy de este texto sea mucho más profunda, más rica y articulada que la que tenía hace treinta o cuarenta años: hay ciertos versos, ciertos tercetos que para mí tienen el nombre o la cara del alumno que levantó la mano y dijo: «Profesor, pero entonces Dante aquí quiere decir esto, aquí hay tal señal, nos podemos quedar con esto…». Durante todos estos años, hemos entrado en el texto y el texto siempre nos ha dicho algo nuevo.

Llegados a este punto, considero indispensable hacer una alusión autobiográfica. Soy el cuarto de diez hijos y mi padre enfermó pronto de esclerosis múltiple, por lo que, en cuanto podíamos, empezábamos a trabajar para ayudar en casa. Así, al terminar el primer año de secundaria, me mandaron de ayudante a una tienda de alimentación en Bérgamo. Por comodidad y gracias a la hospitalidad de la familia propietaria de la tienda, me quedaba con ellos de lunes por la mañana a sábado por la noche: me daban comida y alojamiento, y mis padres se ahorraban el gasto del autobús y los riesgos del viaje, así que les venía muy bien. Sin embargo, yo lo sufría muchísimo: con doce años, estaba por primera vez lejos de casa, trabajando duro y cuando me sentaba a escribirle una carta a mi madre para hablarle un poco de mis dificultades, de mi nostalgia, me salían siempre cuatro frases insignificantes y las acababa tirando a la basura.

En esta situación, me acuerdo como si fuera ayer de una noche —a las diez, tras una dura jornada de trabajo— en la que me pidieron que descargara un furgón de cajas de agua y de vino. Realmente no podía más, mientras subía y bajaba por la empinada escalera que llevaba al almacén con esas cajas tan pesadas, lloraba. Y, entonces, hubo un instante en el que me detuve con una caja en las manos, porque, de repente, afloró en mi memoria un terceto del Paraíso en el que Cacciaguida le predice el exilio a Dante con estas palabras:

Tú probarás cómo sabe de amargo el pan ajeno y qué duro es el bajar y subir por las escaleras de los demás.1

¡Eso era exactamente lo que me estaba ocurriendo!: «subía y bajaba por las escaleras de los demás». Me quedé paralizado, literalmente fulminado por esta expresión, preguntándome: «Pero ¿cómo es posible? Me rompo la cabeza intentando encontrar las palabras adecuadas para expresar lo que me está pasando y en un terceto de hace setecientos años encuentro descrita la experiencia que estoy haciendo. Esto quiere decir que Dante habla de mí, que tiene algo que decirme».

Así descubrí qué significa sentir interés por algo. Inter-esse, «estar dentro». Descubrí que yo estaba dentro de la Divina comedia. Por eso, cuando volví a casa, me devoré la obra; y, después, tardé poco en comprender que este descubrimiento valía también para Los novios de Manzoni, para los poemas de Leopardi, para toda la gran literatura… Poco a poco, descubriría que valía para todo el gran arte: de alguna manera, todo hablaba de mí, todo era interesante. Interesante, inter-esse, en esa obra estaba yo. La Divina comedia era mi historia y toda la gran literatura y todo lo que los grandes autores habían escrito hablaba de mí, me interrogaba, tenía algo que decirme. Esto nunca se me ha olvidado. Es más, fue el primer impulso de mi pasión por la literatura, empezando por Dante, pero siguiendo, más adelante, con todos los demás. Creo que no exagero si remonto a aquel día, a aquel episodio, no solo mi pasión por Dante y por la literatura, sino también mi pasión por la enseñanza, porque, cuando uno realiza un descubrimiento así, le entran ganas de contárselo a todo el mundo, ¿no creéis?

Por eso, siempre les decía a mis alumnos: «Chicos, ¿por qué merece la pena hacer el esfuerzo que supone leer a Dante? Merece la pena si se habla con Dante», es decir, si entras en la lectura con tus propias preguntas, con tus propios dramas, con tu propio interés por la vida. Entonces, de repente, Dante hablará. Le hablará a nuestro corazón, a nuestra inteligencia, a nuestro deseo; y es un diálogo que, una vez comenzado, ya no termina.

Para aclarar este punto, siempre utilizaba en clase un fragmento de Nicolás Maquiavelo, sacado de la Carta a Francesco Vettori.

 

Llegada la noche, me vuelvo a casa y entro en mi escritorio; en el umbral me quito la ropa de cada día, llena de barro y de lodo, y me pongo paños reales y curiales. Vestido decentemente entro en las antiguas cortes de los antiguos hombres, donde —recibido por ellos amistosamente— me nutro con aquel alimento que solum es mío y para el cual nací: no me avergüenzo de hablar con ellos y de preguntarles por la razón de sus acciones, y ellos con su humanidad me responden; durante cuatro horas no siento pesar alguno, me olvido de toda preocupación, no temo a la pobreza, no me da miedo la muerte: me transfiero enteramente a ellos.2

Maquiavelo también está en el exilio y tiene una vida que no le satisface porque se pasa el día, según dice él, «empantanándose», viviendo como un patán, como un desgraciado, pasando el día de forma miserable. Sin embargo, hay algo que cada día le saca de esa bajeza.

¡Eso es lo que hay que hacer! Hay que tener algo en la vida que nos permita dejar —es decir, quitarnos de encima— la «ropa de cada día, llena de barro y de lodo», es decir, la vida cotidiana arrastrada por bajezas, deseos mezquinos, pequeñas traiciones. Y vestirnos con «paños reales». «Paños reales» quiere decir prendas de rey, porque todos somos reyes, todos tenemos un valor absoluto como personas.

Sigamos con Maquiavelo: «Entro en las antiguas cortes de los antiguos hombres, donde —recibido por ellos amistosamente— me nutro con aquel alimento que solum es mío y para el cual nací». «Recibido por ellos amistosamente»: Dante te acoge con amor, te espera para darte todo lo que ha aprendido de la vida. Y ahí por fin puedes alimentarte «con aquel alimento que solum es mío», con el único alimento a la altura del hombre: la sabiduría, la verdad.

Lo que nos diferencia de nuestro perro o nuestro gato es que tenemos un alimento a la altura del corazón humano, el alimento de la verdad, la pasión por caminar hacia el propio destino, la pasión por disfrutar de las cosas. Démosle un nombre que volverá a salir leyendo a Dante, la felicidad. El «alimento que solum es mío», el acto propio de un hombre, es caminar hacia el propio destino de plenitud. «Y ellos con su humanidad me responden»: Dante responde, Manzoni responde, Leopardi responde, ¡todos responden! Solo se trata de hacer las preguntas adecuadas, es decir, de empezar a desear de verdad.

Después, también les decía a mis alumnos: «Yo no vengo a clase para daros de antemano respuestas o para convenceros de mis ideas; vengo para acompañaros “en las antiguas cortes de los antiguos hombres”, de manera que podáis hacer vuestras preguntas y recibir sus respuestas que serán solo vuestras, jamás serán iguales que las mías. Yo ya he estado con ellos, ya conozco el camino y vuelvo para acompañaros; pero no tengo ni idea de lo que sucederá en el personalísimo diálogo entre ellos y vosotros. ¡Ya me lo contaréis!». Porque la enseñanza no consiste en dar respuestas pensadas de antemano, sino en ayudar a formular las preguntas que uno tiene.

¿Es legítima una lectura así? ¿Es legítima una presentación de Dante, de Manzoni, de Leopardi, hecha por alguien que habla con ellos y que, por tanto, de ellos ha aprendido muchas cosas que no son las mismas que las de otro lector? Ciertamente, otros en mi lugar dirían cosas distintas, ya que las mismas palabras pueden iluminar su vida que es distinta de la mía. Yo digo que sí, que es legítimo. Basta saber distinguir entre lo que un autor quería decir y lo que esto suscita en el corazón del lector. Si no fuera porque suscita algo en mi vida, ¿qué interés tendría leer? Lo que hace realmente interesante la literatura es experimentar lo que es entrar «en las antiguas cortes de los antiguos hombres», lo que es pedirles explicaciones de sus acciones y llevarte a casa una sugerencia, una hipótesis de trabajo, un juicio o un consuelo.

Así que la lectura que os propongo es legítima, y con mayor razón cuando quien lo dice es el propio Dante. En efecto, cuando escribe la Comedia, Dante es plenamente consciente de la tarea que asume. Lo repite varias veces: escribo estas cosas «en pro del mundo que vive mal».3 En un fragmento de la carta a Cangrande della Scala le dice: «La finalidad del todo y de la parte es la misma —es decir, de cada canto, de cada verso—: apartar a los mortales, mientras que viven aquí abajo, del estado de miseria y llevarlos al estado de felicidad»,4 ayudarles a ser felices. Yo escribo la Divina comedia —cuántas veces lo volveremos a ver, cuántas páginas encontraremos con este sentimiento de fraternidad por el mundo entero y esta toma de responsabilidad— para ayudar a mis hermanos los hombres a caminar hacia la felicidad, es decir, hacia su destino.

Por otro lado, como también observaba Pablo VI en la carta Altissimi cantus, citando precisamente la carta a Cangrande: «El fin de la Comedia es, en primer lugar, práctico y transformador. Su propósito no es solo ser poéticamente hermosa y moralmente buena, sino que, en buena parte, es cambiar radicalmente al hombre y llevarle del desorden a la sabiduría, del pecado a la santidad, de la miseria a la felicidad, de la contemplación aterradora del infierno a la contemplación beatificante del paraíso».5

En resumen, la condición que pone Dante para entrar en su obra es que seamos leales con nosotros mismos, con el deseo de felicidad y de bien que mueve la vida de cada uno. Es como si nos dijese: «Estáis hechos así, ¡sed leales! Sed leales con vosotros mismos. Yo os echo una mano, estoy encantado de acompañaros, porque ya he realizado este recorrido y he vuelto para atrás para cogeros de la mano y ayudaros a caminar».

Mi aventura con Dante dio un giro de forma totalmente imprevisible en 2001, cuando uno de mis hijos, debido a que tenía una evaluación sobre la Comedia, me reprochó amablemente: «Papá, tu les enseñas Dante a tus alumnos, hablas sobre él con un montón de gente, pero a nosotros no nos cuentas nada». Así que el domingo me senté con mis hijos y un par de amigos suyos alrededor de una mesa para hablarles de Dante. El domingo siguiente, vinieron el doble de participantes, el siguiente, otra vez el doble: gradualmente, el círculo se fue ampliando hasta superar las doscientas personas. En un momento determinado, se unieron algunas madres, con cierta curiosidad y puede que un poco incrédulas de que sus hijos fuesen realmente a un encuentro sobre Dante; y fueron estas madres las que me pidieron que también leyera con ellas la Divina comedia. De esta manera, nació un ciclo de encuentros bajo el lema «Dante para las amas de casa», cuyos textos se convirtieron en un libro, Alla ricerca dell’io perduto (En busca del yo perdido, ndt.), que tuvo una difusión mucho mayor de la esperada; y, entonces, me empezaron a invitar a que hablara sobre Dante por toda Italia y, más adelante, también en el extranjero.

Entre tanto, en algunos de esos doscientos chicos había crecido la pasión, algunos de ellos habían empezado a estudiar Humanidades en la universidad y, en 2005, dieron vida a Centocanti, una asociación de jóvenes, algunos estudiantes y otros no, que compartían el amor por la Comedia. Al principio, el estatuto de la asociación preveía simplemente que cada uno de los socios se supiera un canto de memoria, de manera que la asociación misma fuese una especie de Divina comedia viviente; con el tiempo, les pedí a algunos de ellos que fueran en mi lugar a los encuentros a los que me invitaban, que eran demasiado numerosos para responder a todos yo solo. Y, de esta manera, empezaron a ir a colegios, centros culturales y plazas a proponer esa nueva forma de leer a Dante que habíamos aprendido juntos. Además, nació la exigencia de quedar regularmente para realizar un trabajo más sistemático, en el que participaron también algunos estudiosos ilustres —quiero remarcar de forma especial la atención y el afecto con los que nos ha acompañado el profesor Umberto Motta, actualmente profesor de Literatura italiana en la universidad de Friburgo (Suiza)—, de los que evidentemente aprendí muchísimo.

Como es natural, con el tiempo, los chicos han crecido, muchos de ellos son profesores, padres de familia, sus obligaciones se han multiplicado y la asociación se ha disuelto. Sin embargo, con algunos sigo manteniendo una amistad profunda, mientras que en la enseñanza su pasión por Dante ha seguido desarrollándose y, por lo tanto, acrecentando también su competencia.

Finalmente, en 2014, quedé con Gabriele Dell’Otto, ilustrador de fama internacional, autor, entre otras cosas, de distintas portadas de Marvel, que, tras asistir a un par de encuentros, me enseñó una ilustración que representaba a Dante en la «selva oscura». Enseguida nos hicimos amigos y, en un momento dado, Gabriele me dijo: «¿Por qué no hacemos una edición completa de la Comedia? Tú la comentas y yo la ilustro». Me parecía una locura, pero a él no. Así que reuní a algunos de los chicos de Centocanti, les propuse la idea y su respuesta fue unánime: «Si lo haces, nosotros te apoyamos».

Es una tarea que hace «palpitar las venas y el pulso».6 Pero lo intentamos. Empezamos a vernos regularmente, formulamos hipótesis y nos repartimos las tareas. Cada uno asumía el riesgo de sugerir la clave de lectura de un canto, después, lo volvíamos a mirar juntos; del diálogo nacían nuevas claves, nuevas sugestiones, y, poco a poco, el comentario se fue haciendo más profundo y rico. En este trabajo también participó Dell’Otto, dentro de lo que sus compromisos le permitían, y sus ilustraciones salían del encuentro de su genio con la lectura que estábamos desarrollando; juntos decidimos que los dibujos tenían que ayudar al lector a ensimismarse con lo que Dante ve, no a ilustrar los relatos que escucha. De esta manera, la obra que ha ido tomando forma poco a poco es el fruto de una amistad, de un trabajo común, de una compañía para la vida que va más allá del objetivo de escribir una introducción a la Comedia. Y precisamente por eso me atrevo a esperar que estos textos e imágenes, nacidos de la vida, puedan hablarle a la vida de cada lector.

Volviendo al principio, esta edición de la Comedia, al igual que toda mi historia con Dante, es un intento claro y simple: el de restituir el corazón de su mensaje al lector común, a la gente sencilla.

Con la humilde ambición de insertarme en la tradición inaugurada en 1373 por los florentinos, cuando presentaron una petición a los priores de la ciudad pidiendo que:

A favor de la mayor parte de los ciudadanos de Florencia que para sí, para los demás ciudadanos deseosos de aspirar a las virtudes y también para sus hijos y descendientes que quisieran ser instruidos en el libro de Dante, a través del que incluso quien no ha estudiado también puede ser educado para huir de los vicios y adquirir las virtudes y una bonita elocuencia, con suma reverencia se os suplica a vosotros, reverendos priores [etcétera, sigue la enumeración entera de los notables del concejo] que os ocupéis de proveer y de hacer aprobar solemnemente que se escoja a un hombre de valía y sabio [no es mi caso], bien docto en la ciencia de esta clase de poesía, por el tiempo que deseéis, si bien no mayor de un año, para que lea el libro vulgarmente conocido como «El Dante» en la ciudad de Florencia para todos los que lo deseen escuchar todos los días no festivos en un ciclo de lecciones continuo, como se suele hacer en estos asuntos.7

Nótese que se trata de una solicitud realizada por el pueblo, no por los profesores de la época: son los ciudadanos comunes que, «deseosos de aspirar a las virtudes» —como si dijeran: «queremos que nos ayudéis a ser mejores, más hombres, más verdaderos»—, piden «ser instruidos en el libro de Dante, a través del que incluso quien no ha estudiado también puede ser educado para huir de los vicios y adquirir las virtudes». La solicitud fue aprobada y el encargo se le confió a Giovanni Boccaccio, que durante esas lecturas dio a la obra de Dante el nombre que la consagra para siempre: Divina comedia.

Recientemente, durante un viaje a América Latina, me pasó una cosa que sirve como confirmación impresionante de hasta qué punto es verdad que Dante también habla para los que no han estudiado. En Venezuela conocí a una mujer, casi analfabeta, que para conseguir un título de estudios había tenido que hacer, entre otras cosas, un trabajo sobre Dante. Nunca había oído su nombre, pero empezó a leerlo y se apasionó. Ahora va siempre con una edición baratísima de la Divina comedia en el bolsillo.

La Venezuela de ahora es un país al borde del abismo, desde el amanecer, fuera de las tiendas se forman largas filas de mujeres que esperan encontrar algo de pan, patatas, algo para alimentar a sus hijos. También esa mujer se pone en la cola y, durante la espera interminable, saca su Comedia y empieza a leerla y a explicársela a las personas que tiene a su alrededor. Cuando le pregunté por qué, me respondió más o menos esto: «Es necesario el alimento del cuerpo, pero también lo es el alimento del alma». En esta tradición que va desde Boccaccio hasta hoy también se sitúa mi intento: que Dante vuelva al pueblo, a quien no lo ha estudiado, para que cada uno pueda «ser educado para huir de los vicios y adquirir las virtudes», es decir, para ser ayudado a vivir feliz. A mis chicos y a mí nos ha hecho mucho bien tratar de compartir estos años de lectura y de amistad. ¡Espero que también lo sea para otros! Los lectores dirán si lo hemos conseguido.

 

1 Paraíso XVII, vv. 58-60.

2 «Carta de Maquiavelo a Vettori», 10 de diciembre de 1513, en Nicolás Maquiavelo, Antología, Península, Barcelona, 2009, p. 396.

3 Purgatorio XXXII, v. 103.

4 Cartas XIII, 39, 15, p. 816.

5 Pablo VI, Carta apostólica Altissimi cantus, n. 17; traducción nuestra.

6 Infierno I, v. 90.

7 «Pro parte quam plurium civium civitatis Florentie desiderantium, tam pro se ipsis quam pro aliis civibus aspirare desiderantibus ad virtutes, quam etiam pro eorum posteris et descendentibus, instrui in libro Dantis, ex quo tam in fuga vitiorum quam in acquisitione virtutum quam in ornate eloquentie possunt etiam non gramatici informari, reverenter supplicatur vobis, dominis Prioribus Artium et Vexillifero Iustitie Populi et Comunis Florentie, quatenus dignemini opportune providere et facere solempniter reformari, quod vos, domini Priores Artium et Vexillifer Iustitie, possitis eligere unum valentem et sapientem virum, in huiusmodi poesie scientia bene doctum, pro eo tempore quo voletis, non maiore unius anni, ad legendum librum qui vulgariter appellatur El Dante, in civitate Florentie, omnibus audire volentibus, continuatis diebus non feriatis et per continuatas lectiones, ut in similibus fieri solet; et cum eo salario quo voletis non maiore centum florenorum auri pro anno predicto; et cum modis, formis, articulis et tenoribus de quibus vobis dominis Prioribus et Vexillifero videbitur convenire» (Archivo de Estado de Florencia, Provvisioni, LXII, cc. 95-99, transcrito en Dell’esilio di Dante. Discorso commemorativo del 27 gennaio 1302 letto al Circolo Filologico di Firenze il 17 gennaio 1881 da Isidoro del Lungo. Con documenti, Le Monnier, Florencia, 1881, pp. 164-165; traducción nuestra).