La trinidad del tiempo

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Regresó del patio y entró velozmente a la casa por la puerta de la cocina. Ahí se topó con el resto de la familia, que tomaba el desayuno y se alistaba a salir para cumplir con sus respectivas actividades.

Delante de ellos y con rostro de preocupación, Ibrahím les hizo un anuncio alarmante:

—Se escapó Peralta.

—¿Quién carajo es Peralta? —respondió Fabián a su hermano.

—El escorpión macho que tenía en el segundo terrario.

—¡Esto es el colmo! Y lo vienes a decir así, como si se tratara de un morrocoy. Aunque estés de reposo médico, te ordeno a que busques a ese alacrán ahorita mismo, por todas partes. Yo no quiero ver a ese tal Perdomo dentro de la casa —exclamó Emilio.

—El nombre es Peralta —corrigió Ibrahím.

—No me importa cómo coño se llama el escorpión. Encuentra a esa sabandija —gritó muy enojado Emilio, sacudiendo con un golpe sobre la mesa a los cubiertos y platos.

En medio del regaño, el sector femenino exteriorizaba su asombro mostrando sus bocas abiertas y los ojos saltones.

Posterior a la descarga de Emilio, Andreina tomó aire para añadir otro comentario agravante con respecto a la presencia de ese laboratorio y refugio de especies extrañas.

—Desde que Ibrahím puso ese criadero, yo no he ido más al jardín del fondo. Llevo tres años que ni me acerco al patio detrás de esta cocina —indicó la hermana.

Las molestias y las quejas sobre los terrarios se fueron multiplicando hasta que Elisa lanzó un salvavidas a su hijo.

—Paremos esta inquisición ya. Lo que hay que hacer es encontrar a ese escorpión. De eso se encarga el dueño del asunto. Así que acabemos con la reprimenda. Además, tampoco hay que eliminar a esa mie…

Elisa hizo un paréntesis para evitar la pronunciación de algo despectivo y escatológico. Luego completó su intervención, escogiendo un concepto más suave:

—… A esa cosa que simula a un zoológico primitivo.

Para concluir el impasse, ella se apiadó de Ibrahím y agregó un veredicto que le devolvió una sonrisa al menor de sus herederos.

—No lo van a creer, pero después de tantos años, confieso que me resulta interesante lo que he aprendido sobre el comportamiento y naturaleza de esos bichos salvajes —reveló Elisa, dirigiéndole una mirada cómplice a su hijo.

A partir de esa hora, y hasta las dos de la tarde, Ibrahím no cesó de rastrear cada metro cuadrado en la parcela del fondo, en los rincones dentro de la casa e, incluso, se aventuró a revisar hasta el jardín delantero. Sin embargo, con todo el empeño que puso el responsable de los terrarios en su búsqueda, las acciones resultaron infructuosas. El escorpión sencillamente se había desvanecido.

Agotado y todavía preocupado por el riesgo de toparse con ese alacrán dentro de la vivienda o haciendo alguna labor en el jardín, Ibrahím se tomó el tiempo para, primero comer, y luego cumplir con su descanso médico.

Por tal motivo, decidió ir a la biblioteca a recostarse en el sofá y encender la televisión para ver los programas regulares de esa hora.

Cuatro minutos después de sintonizar el Canal Nacional, el espectáculo vespertino que se transmitía en ese momento fue suspendido para dar un extra noticioso. Se trataba de un reporte urgente y sorpresivo que dejaría perplejo a Ibrahím.

Las imágenes de un concurso de trivias sufrieron un corte fulminante y, con cambio repentino de plano, apareció uno de los locutores élites de esa emisora, quien dio curso al siguiente anuncio:

—Interrumpimos este programa para informar que, desde hace unas pocas horas, los componentes de todas las ramas de las Fuerzas Armadas de Chile se han sublevado contra el gobierno del presidente Salvador Allende. Asimismo, indicamos que se ha conformado una junta militar dirigida por los jefes de las Comandancias del Ejército, Marina, Aviación y Carabineros, la cual exige al poder ejecutivo nacional el cese inmediato de sus funciones y la entrega del gobierno a los integrantes de dicha junta.

En ese instante, el narrador detiene su alocución cuando, en vivo y directo, un personal de apoyo de la trasmisión le entrega una hoja de papel. Al analizar el documento fugazmente, el locutor da lectura de su contenido:

—Tres agencias internacionales de prensa confirman el ataque al Palacio Presidencial de La Moneda por parte de aviones militares y de unidades terrestres blindadas. Una de esas fuentes también indica el posible fallecimiento del mandatario Allende durante el asedio a la sede del gobierno. Desde varios puntos cercanos al palacio, corresponsales de casi todas las cadenas noticiosas, igualmente, reportan densas columnas de humo que salen del edificio presidencial.

Luego de agregar un par de referencias más sobre el caos y la violencia desatada en la ciudad de Santiago, el narrador cerró su intervención anunciando que, en pocos minutos, volverían a dar otros avances sobre la situación en Chile y la transmisión de las primeras filmaciones mostrando el bombardeo sobre el Palacio de Gobierno.

Ibrahím se levantó del sofá y estuvo en silencio hasta el final del reportaje. Su estupor lo llevaba de un vértice de impresión a otro. Desde el fuerte presentimiento que él había tenido hacía nueve meses, hasta las conversaciones recientes con su papá y su padrino.

Fue tal la sorpresa, que el trabajo asignado por Emilio quedó borrado de su agenda de prioridades. Era como si la orden dada por su progenitor, desde muy temprano en la mañana, se hubiese extraviado en el repertorio de tareas de Ibrahím. Tan extraviado como lo estaba el paradero de Peralta, el alacrán.

Parte 13. DE UN EXTREMO A OTRO.

Finalizando la tarde de ese martes, los noticieros de las televisoras y radios no cesaron en transmitir informaciones y reportajes sobre el asalto al Palacio de La Moneda o las detenciones contra las personas sospechosas de haber sido parte del gobierno de Allende. Los avances también incluían arrestos de aquellos quienes estuvieran en contra de las medidas impuestas por la Junta Militar.

El sangriento derrocamiento de la autoridad civil, el bombardeo e incendio del edificio presidencial, los allanamientos, las ejecuciones sumarias de ciudadanos locales y extranjeros, la quema de libros en las calles y el arribo de centenares de refugiados a embajadas de países opuestos al golpe de estado fueron los temas obligados a tratar en todos los estratos sociales de una nación apacible como Venezuela, pero muy ligada cultural y afectivamente a Chile.

Si bien es cierto que el benjamín de los Jordán era apenas un muchacho que iba a comenzar su cuarto año de bachillerato, la comprensión y angustia de lo que estaba ocurriendo en ese remoto país suramericano parecía que lo había sacado de esa indiferencia propia de los adolescentes.

La sensibilidad manifiesta no era el resultado de un brote aleatorio. De hecho, Ibrahím ya venía demostrando empatía sobre circunstancias fuera de su entorno inmediato. Por ejemplo, lo sucedido con los deportistas perdidos en los Andes o la misma devoción evidenciada desde niño por esos animales que son la repulsa de la mayoría de la gente.

—Ustedes tienen que sentirse abrumados por lo que sucede en Santiago y en otras ciudades de Chile —comentó Ibrahím, mientras él y la familia veían el noticiero de la televisión.

Los hermanos mayores voltearon a mirarlo, pero mantuvieron un silencio apático.

Ibrahím echó una ojeada a su papá para ver si él «salía al ruedo», pero Emilio no se dio por enterado. Estaba tan concentrado en las crudas imágenes de los avances que, quizás, ni siquiera escuchó lo apuntado por su hijo.

Para nadie era un secreto que Emilio no simpatizaba con los partidos de izquierda que formaban parte del extinto gobierno de Allende. En varias ocasiones hizo saber que el propio presidente de Chile se había convertido en una víctima de esas agrupaciones anarquistas aliadas de Cuba y la Unión Soviética. Sin embargo, no emitió juicios a favor de la Junta Militar. Su lenguaje corporal indicaba un total rechazo a la brutalidad ejercida por el nuevo régimen.

Elisa evitó que el comentario de su hijo quedara suspendido en el aire y le dijo:

—Esa barbarie es el resultado trágico de lo que ocurre al llevar a los habitantes de una nación a posiciones ideológicas extremas. En España, hace casi cuarenta años, la intolerancia política llevó a ese país a una guerra civil.

A los pocos segundos, la madre agregó:

—Los españoles se mataron entre ellos. Entre familias y vecinos. Lo peor de todo es que esos conflictos de posturas radicales dentro de una nación terminan siempre en lo mismo. En unas largas dictaduras.

Andreina, Fabián y Emilio comenzaron a poner atención a la conversación entre madre e hijo, por lo que pudieron oír el siguiente argumento del más joven de la sala:

—Cuando algo o alguien siembra esas diferencias políticas, entonces los grupos opuestos se atacan unos a los otros y, quien resulta ganador, finalmente esclaviza al otro —indicó Ibrahím.

—Hijo, eso no solo pasa en política, también sucede con asuntos raciales, étnicos, religiosos o sociales. La historia está llena de esos enfrentamientos interminables.

Con vehemencia Ibrahím le replicó:

—Es una espiral de agresiones y crímenes entre cada uno de ellos que con frecuencia lo resuelven a punta de venganzas.

Elisa recogió la frase de su hijo para devolverle una respuesta contundente:

—Mi amor, la venganza no es justicia. Ese es el problema por el cual muchos conflictos siguen siendo ancestrales. Las agresiones y crímenes se resuelven con justicia, no con venganza. Una persona extremista no puede ser juez, porque siempre va a estar parcializada. Ahora que menciono eso, es bueno que recuerdes que el símbolo de la justicia es una balanza y no un péndulo —enfatizó la educadora.

 

—Mamá, lo que acabas de decir confirma una cosa que para mí es una regla. Todas las dictaduras son organizaciones criminales, así sean de izquierda o de derecha —concluyó Ibrahím.

Casi a las diez de la noche de ese martes, el convaleciente decidió desobedecer la orden de reposo domiciliario e ir a casa de su padrino. Tuvo esperando a Jesús Rafael hasta que él llegó de su guardia médica. Su intención no era molestarlo. Fue a conversar brevemente con él porque sentía que debía darle un mensaje de consideración por lo sucedido a su amigo presidente y colega chileno. Tan solo eso y nada más.

Ibrahím estaba persuadido de que vendrían otras ocasiones para analizar, junto con él y otros familiares mayores, las implicaciones políticas y sociales que un sacudón tan doloroso iba a significar para la región.

Desde la ventana del cuarto principal, Emilio observó cuando su hijo iniciaba la marcha para la casa de su compadre. Sabía bien el propósito de la visita, puesto que Ibrahím le había anunciado la intención de ese encuentro. Para ser exacto, anunciado era el término correcto, debido a que el joven no pidió permiso. Sólo le informó a su papá la razón que le asistía.

Sin retirar la mirada a través del vidrio, Emilio comentó a Elisa, quien se alistaba para dormir:

—Ese muchacho ya es un adulto.

Elisa se aproximó a la ventana y le dio tiempo para ver a Jesús Rafael dándole la entrada al ahijado para conversar dentro de la casa.

—Tienes razón. Ha cambiado mucho en estos meses —confirmó la mamá.

Ambos permanecieron un rato viendo la noche desde ese ángulo. De repente, Emilio cambió de tema.

—Por cierto, dime si encontraron al alacrán.

—¿Estás refiriéndote a Peralta? —indagó Elisa.

—Por supuesto, estoy hablando del escorpión que se escapó hoy del terrario —ratificó el marido.

Su mujer indicó:

—Parece que ya sabemos dónde está.

—¿Cómo es eso de «parece»?… ¿Se sabe o no se sabe dónde está? —preguntó sorprendido el esposo.

Elisa se acercó a él aún más. Con suavidad puso un par de sus dedos en los labios de Emilio, para así conminarlo a guardar silencio.

Mirándolo fijamente, respondió:

—Sí sabemos. Está en Santiago de Chile y es el jefe de la Junta Militar que hoy dio un golpe de estado.

Parte 14. UN TESTIGO DE ALLÁ.

El lunes 24 de septiembre, Emilio entregó a su compadre el resumen que le hicieron llegar de la Embajada de Venezuela, en Santiago de Chile. El contenido era escueto, pero aterrador.

«Las acciones militares destinadas a llevar a cabo el derrocamiento del gobierno civil se pusieron en marcha a partir de la madrugada del 11 de septiembre de 1973. Comenzaron en Valparaíso y Concepción, luego se diseminaron por la capital y otras ciudades principales del país.

La operación inicial ocurrió cuando unidades comando de la Marina tomaron y aislaron Viña del Mar y el puerto de Valparaíso, en tanto que, desde la base aérea de Concepción, localizada al sur de la capital, despegaron los aviones responsables del bombardeo del Palacio de La Moneda y de la residencia presidencial.

La casi totalidad de las irrupciones a los edificios públicos y las universidades fueron realizadas por carros blindados y brigadas del Ejército o de los Carabineros. Estos dos últimos cuerpos armados tuvieron la mayor participación en las redadas, detenciones e, incluso, ejecuciones de personas sospechosas de ser simpatizantes o colaboradoras del gobierno depuesto.

Con la intervención militar en todos los servicios del Estado se alteraron los procedimientos normales en las instituciones forenses. Entre esas dependencias estaba el Servicio Médico Legal, SML, y las misiones de anatomopatología para la región capital.

Desde el 11 hasta el 20 de septiembre se estima que hubo el mayor número de allanamientos y represión contra la población civil. Las fiscalías militares in pectore se constituyeron en un verdadero circuito burocrático, las que sirvieron para encubrir o tergiversar la realidad sobre las ejecuciones.

A la fecha de la elaboración de este resumen, aún se mantiene el toque de queda nocturno en el territorio de Chile.

La información recopilada por la Embajada de Venezuela, en Chile, se convalida con otras fuentes similares de varias sedes diplomáticas de gobiernos “amigos”. Todas revelan que, durante la primera semana después del golpe de estado, se produjeron alrededor de doscientas ejecuciones. Esa cifra no está exenta a su incremento, en la medida que haya la oportunidad de hacer más investigación.

En las páginas siguientes se muestran los nombres completos, nacionalidades y otros datos de las personas que se encuentran en nuestra sede, en calidad de refugiados:

…….……»

Luego de leer el reporte de la embajada, Jesús Rafael apuntó:

—Qué barbaridad todo esto.

De inmediato, se esmeró en escrutar la parte final del informe y, con desconsuelo, comentó:

—En esta lista de refugiados no se encuentra el nombre de mi sobrino.

—Estaba al tanto de eso, pero no me correspondía decírtelo. De verdad que lo lamento —contestó su compadre.

En seguida, Emilio agregó algo que pudiera traer esperanzas a su vecino:

—La gente de la Cancillería de Venezuela sigue averiguando por tu sobrino y por decenas de paisanos quienes están desaparecidos. Sobre todo, jóvenes venezolanos que estaban estudiando en la Universidad Técnica del Estado y en la Universidad de Chile. En particular esas dos academias, ya que son públicas y muy liberales. No se descarta que, por apremio, algunos de esos estudiantes hayan entrado, posteriormente, a otras embajadas.

—Me conformo con que esté vivo. Así se encuentre detenido en el Estadio Nacional —señaló Jesús Rafael.

—Tú debes saber que ese recinto deportivo es un campo de concentración y torturas. No es necesario que te alerte eso —expresó Emilio en un bajo tono de voz para que nadie más escuchara.

Ambos compadres se movieron a un sitio retirado. La concurrida sala principal en la casa de la familia Salazar era un lugar inadecuado para las averiguaciones que necesitaba hacer el doctor Jordán.

—Jesús, aclárame una cosa. ¿Qué hacía tu sobrino estudiando en Chile? Aquí en Venezuela las universidades públicas son excelentes y las matrículas son casi un regalo.

Emilio cerró su indagatoria con un comentario lapidario.

—Carajo, irse a estudiar a un país con tantos desabastecimientos y conflictos políticos como los que hay en Chile me hace pensar que ese muchacho tiene el sentido del juicio en el ombligo.

—Compadre, para serte franco, ese sobrino mío es un tarambana y, además, un fanático de la extrema izquierda. A él lo expulsaron de la Universidad Central de Venezuela después que el presidente Caldera interviniera esa academia, a finales de 1969. Hasta estuvo preso dos meses en el retén de Puerto Cabello, acusado de actos de violencia y subversión —confesó Jesús Rafael.

—Con lo que me dices, ahora supongo que ese joven se fue a Chile con ese gusano socialista en la cabeza apenas Allende formó gobierno —argumentó Emilio.

—Aun cuando eso de «gusano socialista en la cabeza» es una descalificación, te confirmo que su ida a Santiago se debió a ese motivo. Apenas llegó a ese país se unió a los partidos de izquierda que apoyaban al gobierno de la Unidad Popular, mientras él también estudiaba en la Universidad Técnica del Estado.

—Compadre, así ese sobrino tuyo sea anarquista, monje, comunista, pitiyankee, blanco o negro, hay que traerlo de vuelta. Ese es su derecho como venezolano. Hoy mismo llamo al ministro de Relaciones Exteriores… Y si él no puede, soy capaz de hablar con el propio presidente de la República para que nos ayude a encontrarlo y trasladarlo a Venezuela. No te preocupes. Déjalo en mis manos —aseguró el odontólogo.

—Gracias, Emilio. Lo más insólito de este drama es que mi sobrino se fue, porque estaba en contra del gobierno de Caldera y, ahora, todos apostamos a que él esté vivo y que sea la propia cancillería de su gobierno que lo traiga de vuelta… Qué ironía.

—En política es frecuente cometer el error de escupir para arriba —finalizó diciendo Emilio.

Parte 15. UN TESTIGO DE ACÁ.

Dos países tuvieron que gestionar el salvoconducto ante la Junta Militar para traer a Agustín Vicente Salazar Bermúdez a Venezuela, debido a que, por un hecho milagroso, el sobrino de Jesús Rafael terminó como protegido en la Embajada de Suecia.

La sede diplomática de ese país escandinavo dio seguridad a más de doscientos cincuenta refugiados de nacionalidad chilena y a una significativa cantidad de forasteros, quienes por varias semanas acamparon en los jardines y la residencia del representante sueco, Harald Edelstam.

Fuera de la sede, el embajador Edelstam también se aventuró a rescatar a ciudadanos locales y de otros países. Fue él mismo quien, a través de gestiones in situ que hizo ante la sección de presos extranjeros retenidos en el Estadio Nacional, logró conseguir la liberación y traslado de varios de esos confinados a su embajada.

El 16 de octubre de 1973, el diplomático obtuvo la excarcelación de sesenta foráneos. Dicho auxilio salvó la vida de esos prisioneros de una ejecución innegable dentro de la propia instalación deportiva, convertida en esos días en una gigantesca cárcel sin ley.

Ellos serían la última concesión en grupo que el tenaz diplomático pudo socorrer, debido a que luego de esa entrega de reos, el militar a cargo de esa sección fue asesinado en unas circunstancias extrañas y con la sospecha de que ese crimen había sido ordenado por la Junta Militar como respuesta a esa autorización humanitaria otorgada sin el permiso del régimen.

Ese día 16, en la tarde, apenas salieron del estadio, el máximo representante del gobierno sueco en Chile, hizo trasladar con rapidez a esas seis decenas de harapientos excarcelados hasta su residencia.

A pocas cuadras antes de llegar a su destino y, sin motivo aparente, el primer transporte de la caravana con bandera sueca se detuvo en una esquina. En ese instante, un funcionario escandinavo ordenó al chofer de ese microbús abrir la puerta trasera. De la nada, surgió un joven que entró como una centella entre las hojas batientes del postigo del vehículo.

Dos microbuses y un Mercedes Benz color negro ingresaron raudos al estacionamiento del amplio jardín frente a la casa que fungía como sede de la representación diplomática sueca. Un suspiro colectivo de alivio se escuchó dentro de cada una de esas unidades móviles. De ellas se apearon todos y fueron recibidos por centenares de refugiados, quienes se mezclaban apretujadamente con la intención de abrazarlos y darles la bienvenida a su segunda vida. Entre esos últimos redimidos estaba Agustín, el ágil joven que se filtró por la puerta posterior del microbús.

Luego de gestionar su salvoconducto, el 9 de diciembre de ese año, el embajador de Venezuela, Orlando Tovar Tamayo, y el de Suecia, acompañaron a Agustín hasta la misma puerta del avión que lo traería de regreso a su país. Esa liberación se llevó a cabo en un ambiente de extrema tensión, considerando que poco después, el representante sueco, Harald Edelstam, abandonaría Chile al ser declarado persona non grata por la Junta Militar.

El segundo sábado de enero de 1974, casi terminando la cena, sonó el timbre de la puerta en la casa de los Jordán Zamora. Elisa se levantó de su puesto y se ausentó del conjunto familiar para averiguar acerca de la identidad y propósito de «el», «la», «los» o «las» visitantes en esa postrimería de la noche.

Con placer, ella hizo saber al resto del grupo que se mantenía charlando en la mesa, la afortunada presencia de Jesús Rafael con su sobrino Agustín.

Los primeros quince minutos de reunión se fueron en palabras de agradecimiento en todos los calibres. Agustín y Jesús Rafael expresaron, con voz quebrada, un rosario de reconocimientos y aclamaciones, tanto para Emilio, como para sus contactos de la Cancillería de Venezuela. Luego vinieron los momentos cuando el sobrino expuso los relatos y vivencias de su dramático escondite, el plan para su rescate al paso de la caravana, las semanas de refugio en la embajada sueca y hasta el angustiante día en el cual logró salir de Chile.

 

La concentración puesta por los asistentes ante cada historia hizo que la madrugada del domingo los sorprendiera a todos, sin la menor intención de querer ir a dormir, pero la prudencia para evitar un mayor desvelo obligó a los presentes a establecer un punto de cierre.

El médico y su sobrino se despidieron e Ibrahím los acompañó caminando hasta la casa de su padrino. El adolescente pidió a Agustín unos minutos más para conversar con él. No fue necesario indicar que lo quería hacer solamente con el exrefugiado, puesto que Jesús Rafael se retiró a su cuarto.

—Antes de preguntarte y decirte algunas cosas, te pido, por favor, que el tema que vayamos a hablar se quede entre tú y yo —exhortó Ibrahím.

A pesar de que la brecha de tiempo entre un liceísta como el benjamín de los Jordán y un adulto como Agustín era de diez años, el diálogo y el interés sobre el asunto de lo que a continuación departieron ellos se elevó por encima de lo esperado.

En la medida que Ibrahím iba indicando las imágenes que él percibió en su revelación de diciembre de 1972, sobre lo que estaría por suceder nueve meses y medio después, Agustín no salía de su estupor. De la docena de eventos aislados y sin nexos cronológicos que narró el adolescente, diez de ellos concordaron con los acontecimientos vividos por el sobrino de Jesús Rafael. Los detalles fugaces de las visiones de su interlocutor le hacían pensar que Ibrahím fue un testigo astral, de excepción y atemporal de ese infortunio.

En varias de las preguntas que hizo el liceísta para confirmar sus clarividencias, insistió, hasta el cansancio, que sus imágenes se presentaron en tonos grises. Es decir, sin colores.

La interrogante final, la décimo tercera, dejó a Agustín en un largo mutis de asombro.

—Lo que menos entendí de esas señales fue la existencia de una circunferencia negra frente a un grupo de muchas personas. Sentí que esa silueta oscura se tragaba a la gente y representaba un terror para todos. ¿Tendrás tú alguna idea del significado de eso?

El hijo de Emilio se refería al terrible disco negro del Estadio Nacional, en donde estuvieron detenidos más de treinta mil personas sospechosas de ser simpatizantes del gobierno derrocado. Según lo que confesaron los refugiados extranjeros rescatados de ese recinto deportivo, el círculo negro era un cartel grande instalado en el terreno del estadio y que lo utilizaban los militares carceleros para congregar a los presos que iban a ser torturados. Esa espantosa figura representaba una antecámara de martirio a la vista de los reos presentes en las gradas para así aterrorizarlos en masa.

Aun cuando Agustín supo eso por otros detenidos y nunca estuvo presente en el Estadio Nacional de Santiago de Chile, el sobrino de Jesús Rafael convalidó, sin ninguna duda, lo que en conclusión le dijo Ibrahím antes de despedirse:

—En ese sitio, el sufrimiento y la muerte andaban por todas partes.

CAPÍTULO 4.

LOS CONTEMPORÁNEOS

Parte 16. IMPRUDENCIA Y VENTURA.

Jazmín no podía contener la risa. Al sentarse en la butaca, entre sus dos amigas, los ataques de carcajadas se volvieron incontenibles.

Cuando comenzó la proyección de la cinta, ella alcanzó a mantener un grado de tranquilidad, pero eso duró apenas veinte minutos. Los embates de risotadas volvieron a agitarla, en tanto que, el público de la sala de cine le ordenaba callar con la clásica interjección de «chito». Llegó a pellizcarse los muslos, torcerse las orejas y, hasta a pincharse la punta de la lengua, pero todo eso fue infructuoso. Sencillamente no conseguía parar de reír.

Atribuir su estado excedido debido al guion de la película que estaba viendo tampoco era creíble, puesto que la trama del rodaje no justificaba su jolgorio. El argumento del filme Orca, la ballena asesina, trataba de la venganza de un gigantesco cetáceo en contra de un capitán de barco arponero. En otras palabras, un tema de drama y ficción, en donde la comicidad estaba ausente.

La única solución que le quedó a Jazmín para serenarse fue la de abandonar, por un rato, la sala de cine. Por fortuna, esa escogencia sí le permitió conquistar su objetivo.

El ínterin también lo aprovechó para buscar el papel en donde ella había anotado el número telefónico de la residencia estudiantil en la cual vivía el causante de la incontrolable risa. Luego de hallar la referencia, pasó esa información a su libreta de contactos personales.

—Listo. Ahora ese número lo tengo mejor guardado aquí que en este papelito desperdigado en mi cartera —musitó ella.

Una vez calmada, tomó una soda y regresó a la sala para ver los tres cuartos faltantes de la película.

Las muchachas cerraron su noche de diversión yendo a una conocida y bulliciosa arepera de Caracas, en donde volvieron a tocar el tema del encuentro inesperado con el amigo de Jazmín y su destemplado comentario ante la presencia de tanta gente.

—El tipo alto, a quien saludaste en el pasillo, se robó el espectáculo de hoy —dijo una de las dos amigas.

—Qué pena con la gente del cine, pero es que no podía parar de reír —interrumpió Jazmín—. Además, me alegró mucho verlo. Les aseguro que cuando termine mi audiencia, lo llamo para salir juntos. Confieso que me gustaría «caerle otra vez» —reveló ella.

—¿Cómo que otra vez? —exclamaron a dúo y sorprendidas las acompañantes.

—Ese chamo y yo tuvimos nuestro «pase de corriente» hace cuatro años.

—Mijita, tú comenzaste temprano —respondió una de las amigas.

—La verdad que esa inocentada de… «es la primera vez que te veo completamente vestida», resultó ser muy graciosa para ti y para todos —agregó la otra.

—Muy cierto. Una distracción así era lo que yo necesitaba luego de estudiar tanto. Pero para serles franca, todavía me siento como un perro en bicicleta. Solo me queda una semana para presentar el concurso y, aunque he practicado muchísimo estos últimos días, sigo nerviosa —manifestó Jazmín.

Las acompañantes escucharon toda la historia, desde cuando Jazmín comenzó a instruirse en el violín, a los diez años, hasta el presente, al ella tomar la decisión de acudir como candidata para optar por una de las plazas disponibles en la fila de los primeros violines que había anunciado la Orquesta de la Juventud Venezolana Simón Bolívar.

El gusto y entusiasmo por la música arribaron a la vida de Jazmín para quedarse y coexistir con ella desde el mismo día que le dieron la primera clase con ese instrumento. Incluso, siendo alumna de liceo, usaba su tiempo libre para desafiar los retos y conocer las virtudes de esa pieza de madera y cuerdas.

Ya graduada de bachiller, sus padres le permitieron continuar con las tutorías para mejorar la ejecución de técnicas avanzadas, siempre que ella también cursara una de esas carreras universitarias que son «formales y serias». Por ese motivo y, por presión de la madre, Jazmín se vio obligada a comenzar a estudiar Contaduría Pública, algo que resultaba ser un completo bodrio para la joven violinista. De hecho, cada vez que se despedía para ir al instituto académico, decía a sus familiares:

—Llegó la hora para que la perla de la casa vaya a tomar sus clases de ostra.

Visto de una manera fría, negociada y mercantil, cursar contaduría era el alto precio que Jazmín tenía que pagar por continuar progresando con las prácticas de violín, su verdadera y auténtica pasión de lo que quería como profesión.