Obsesión de un anónimo

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Por otro lado, la mente de Paola estaba aún llena de dudas y grandes expectativas, no tenía ni la menor idea de cómo ordenarlas en su mente. ¿Qué tendrá que decir cuando esté frente al jefe del departamento? ¿Cómo la presentarán en el grupo al que llegará? ¿Quién o quiénes serán sus primeras amigas? Antes de que todas esas dudas fueran aclaradas, una duda más se anexó en su mente desde que Erik le ayudó a identificar el departamento de la carrera de turismo en el mapa universitario y quería que se le aclarara antes que las demás.

—Entiendo bien que apenas tengo unos minutos de conocerte Erik, pero hay algo extraño en ti que me gustaría que me aclares —Paola rompió el silencio con entonación de incertidumbre.

Erik se sorprendió y sacudió la cabeza con ese comentario y su expresión reflejó síntomas de duda.

—¿Algo extraño? —frunció el ceño—. ¿A qué te refieres?

—¿Para qué te acercaste al mapa? —Ella hizo esa curiosa pregunta—. A lo que me di cuenta, parece que ya conoces todos los lugares de toda la universidad y no veo la necesidad de analizar un mapa cuando ya conoces el lugar como la palma de tu mano.

Erik tuvo la sensación de que ambos jugaban a que el policía entrevistaba al ladrón o el detective al presunto asesino hasta obtener la culpabilidad. No tuvo palabras que le llegaran a la mente ni mucho menos que saliera de su boca para dar la justificación más creíble. Él disimuló un poco al ver su reloj de color negro que portaba en su muñeca, que además de reloj también era calculadora. Anteriormente la utilizaba mucho para cualquier cálculo que requería en constantes ocasiones. Los usos más comunes los hacía al ir de compras y querer saber el costo más barato de un mismo producto pero de diferentes marcas. La regla de tres era su favorita; la aprendió tan eficientemente en secundaria que en la actualidad le sigue dando un funcional uso. O también la utilizaba en clases, era el lugar en el que más uso le había dado; sin embargo, en la actualidad el celular ha sustituido a tantos dispositivos que el reloj ya no es tan fundamental.

—Pues mira… La verdad… Mmm… No es muy común que a casi mitad del semestre te encuentres a una alumna analizando el mapa porque todavía no conoce la universidad sabiendo que ésta no es muy grande —fue un comentario muy sincero y acertado de parte de Erik—. Por lo tanto, inferí que eras nueva o que tenías muy poco en la universidad.

—Para ser exactos, hoy es mi primer día.

—¿Hoy?

—Sí.

—¡Pero ya estamos casi a mitad del semestre!

—Lo sé. Pero así es esto de los intercambios.

—¿O sea que estás de intercambio?

—Efectivamente, y hoy me integraré a la carrera de turismo.

—¡Espera! —El rostro de Erik se alegró por completo—. Yo también estoy en esa carrera.

—¿En serio? —se admiró Paola—. ¿En qué semestre estás?

—En séptimo.

—¡Wow! Coincidencias de la vida. Es justo al que me integraré.

—Espera, espera… Hay dos grupos de séptimo semestre. ¿A cuál vas tú?

—Eh, mmm… No tengo respuesta para eso. Precisamente para eso necesito pasar con el… —Paola olvidó el puesto de la persona que buscaba.

—…Jefe de departamento —Erik concluyó la idea.

—Eso.

—Estaría genial que te integraras a mi grupo —Erik lo dijo con entonación muy noble y sincera.

—¡Me agradaría mucho!

Ambos llegaron precisamente a los alrededores de la oficina del jefe de departamento. Erik le reveló que la oficina se encontraba en la planta alta justo a la izquierda después de subir las escaleras.

—Allá verás una puerta de color café marrón —enfatizó Erik—. Después de esa puerta encontrarás a la persona que buscas; su nombre es Javier.

—Muchas gracias. No tengo cómo agradecerte, pero no me despido, al rato te veo en tu aula. Espero no equivocarme, claro. —Paola se encogió de hombros.

—Allá te espero —Erik suspiró detenidamente—. Es momento de irme a mi clase.

—Mucha suerte en tu día.

Paola se dirigió a las escaleras hasta llegar a la planta alta. Al ir subiendo, recorrió su mano izquierda por el pasamanos y sintió lo frío que estaba por la fresca mañana de ese día. Giró a su izquierda e identificó la puerta tal como la describió Erik. Además del color café marrón, tenía características muy sobresalientes como su chapa con su brilloso color dorado. Era un poco más ancha de lo tradicional. Había otras dos puertas, una de cada lado de la puerta principal. Las demás eran aproximadamente de noventa centímetros y la de la oficina del jefe de departamento era aproximadamente de un metro y veinte centímetros. Un escritorio solitario y una computadora estaban afuera de las tres puertas. Seguramente Paola llegó más temprano que la persona que ocupaba ese lugar.

Al acercarse se percató de que la puerta estaba entreabierta. No pudo ver a nadie por la pequeña ranura de alrededor de diez centímetros de espacio que había entre la puerta de la oficina y el marco donde se encontraba el cerrojo. No había tiempo para tanta espera y Paola decidió tocar la puerta tres veces con sus pequeños y delgados nudillos. No hubo respuesta alguna que le diera pauta o permiso para entrar. Lo intentó nuevamente al pasar un pequeño tiempo. Su corazón latía a mil revoluciones por hora al sentirse como un delincuente antes de entrar a hacer un atraco domiciliario. Giró la cabeza a ambos lados para ver si alguien se acercaba a orientarla tal como le sucedió frente al mapa pero la suerte no estuvo de su lado en esta ocasión.

—No tengo otra alternativa —Paola dijo esto en su pensamiento—, abriré la puerta yo misma.

Ella la fue recorriendo perezosamente como el telón de un teatro a punto de dar inicio con el show de la noche. No esperaba la presencia de alguien dentro de la oficina, pues no hubo respuesta de su llamado. Se quedó perpleja y apenada al ver a una persona sentada en el sillón del escritorio quien miraba fijamente el monitor de su laptop y quien seguramente no escuchó el tocar de la puerta debido a los audífonos que tenía puestos y que sin duda escuchaba algunas melodías de su preferencia.

Se quitó inmediatamente los audífonos para ponerlos sobre el cristal de su escritorio y posteriormente se puso de pie.

—Discúlpeme, señorita —dijo muy apenado, pues él sabía que debería de estar atento al llamado de cualquier persona en busca de su apoyo—. Sea usted bienvenida. ¿En qué puedo ayudarle?

—Buenos días. Estoy buscando al jefe del departamento de la carrera de turismo y me dijeron que aquí era la oficina, ¿es cierto?

—Buen día. Está usted en el lugar correcto y con la persona correcta —confirmó a la indagación de Paola—. Yo soy el maestro Javier, el jefe de departamento, efectivamente. Todos me dicen el profe Javier.

Era una persona con un físico imponente por su tamaño y su personalidad, fornido, muy corpulento, pero en ocasiones se apreciaba embarnecido por su vientre tan abultado aunque en temporada de frío no sobresalía tanto por las capas y capas de ropa que se ponía; las chamarras o sudaderas le hacían el favor de ocultar su lado comelón. Su barba dorada y tupida, pero no larga, le daba un estilo de la época medieval de los grandes y valientes caballeros que peleaban hasta la muerte con sus escudos y espadas, o en mejores ocasiones hasta triunfar con el resto de sus hermanos de pelea.

—Ah, mmm… Yo soy Paola, la estudiante que viene de intercambio —lo dijo con modulación nerviosa y apenada al mismo tiempo. Era muy común que ella usara las mismas muecas de siempre cuando se encontraba en situaciones que la hacían sentir tímida, observada, nerviosa, etc.

—¡Excelente! —se admiró el profesor—. Toma asiento por favor, siéntete como en casa.

Sin pensarlos dos veces, Paola caminó y se sentó en una de las dos sillas confortables que estaban en el escritorio del lado opuesto del maestro. Esos lugares eran muy concurridos por infinidad de alumnos, compañeros maestros de varias carreras y en mínimas ocasiones hasta por padres de familia que comúnmente iban a platicar y dialogar acerca de los problemas en que sus hijos se metían y que generalmente les perjudicaba en su calificación y en últimas instancias hasta en la permanencia de la carrera. Esos lugares han tenido mucha historia, también han tenido buenas pláticas, muchos agradecimientos y felicitaciones por buen desempeño de estudiantes y las muy esperadas visitas de sobresalientes docentes que vienen de otras universidades del país o del extranjero a dar conferencias al alumnado.

—Estoy muy enterado de tu ansiada visita a nuestra universidad —continuó el profe Javier—. Hace unos días me enviaron un correo electrónico de parte de tu universidad de origen y pude leer tu gran expediente. Quiero felicitarte por tu enorme desempeño como alumna de muy buenas calificaciones y también como la ágil deportista que eres. Creo que por alguna razón fuiste la elegida para honrarnos con tu presencia.

La piel se le erizó a Paola por tan buena referencia que tenían de ella. Sonrió alegremente y quiso decir algún comentario al respecto cuando fue interrumpida por el profe.

—¿Sabes a qué grupo vas?

—No. Es lo que me interesa saber porque ya es casi la hora de inicio de la primera clase y no quiero llegar tarde en mi primer día.

—Me sorprende tu responsabilidad, no te preocupes. Dame un minuto.

Hurgó un momento en la laptop nuevamente para saber el grupo asignado de la chica extranjera.

—¿Tendrás alguna identificación que me puedas proporcionar, por favor? —preguntó Javier.

—Claro que sí. —Paola la sacó inmediatamente del bolsillo de sus jeans y se la entregó al profesor. Allí la puso después de que el guardia de la entrada se la regresó.

 

—Muy amable —la analizó unos segundos y la comparó con alguna información que miraba en su laptop.

Paola tuvo el tiempo suficiente para escanear la pequeña pero cómoda oficina. El escritorio era de fina caoba con un delgado vidrio biselado que lo hacía ver más lujoso. Cierto material no organizado en el escritorio como folders, hojas membretadas con el logotipo de la universidad, plumas de varios colores, entre otras cosas más, daban la impresión de que su espacio para trabajar era reducido; sin embargo, su mala organización le restaba visibilidad a la amplitud de su área de trabajo. En la pared había una cantidad presumible de diplomas y reconocimientos a nombre del profesor Javier. Detrás de la silla principal del escritorio había un estante muy bonito de fina madera que al parecer también era de caoba, o por lo menos el color así daba la impresión de la fina madera. Infinidad de libros organizados del más grande al más pequeño de izquierda a derecha que simplemente con girar la silla del profesor Javier ya los tenía a su alcance.

—¿Habrá leído todos estos libros? —pensó Paola sin hacer expresión alguna—. ¿O solo los tiene allí para hacer creer a los demás que es muy dedicado a la docencia y al estudio como muchos jefes engañan a los que entran y salen de sus oficinas? Seguramente no tiene ni idea de los conocimientos que están escritos en ellos.

Encima del estante de madera donde él tenía los libros había tres trofeos de tamaños similares y cada uno de ellos contenía una pequeña placa metálica indicando la razón por haber recibido cada trofeo. Ella hizo un esfuerzo por leer la leyenda escrita en las placas pero la letra era demasiado pequeña como para leerla desde donde ella estaba sentada. Ella continuó mirando cada detalle de la oficina mientras que el sonido del motor de un dispensador de agua fría y caliente era lo único que se escuchaba mientras Paola esperaba su instrucción. Varios miembros del área administrativa de la carrera solían entrar y salir para llenar sus tazas y preparase su típico café calientito o uno que otro té de manzanilla o limón durante el transcurso de las mañanas más frescas.

Por encima del dispensador de agua, empotrados en la pared, se encontraban dos cabezas de animales: un hermoso venado con su pelaje tan pulcro que daba la ilusión de creer que aún estaba con vida y junto al hermoso venado estaba la cabeza de un jabalí con sus largos y feroces dientes que surgían desde la parte inferior de su boca hasta sobrepasar la parte superior de su hocico. Con su boca abierta el animal presumía su sedienta lengua que la mantenía inmóvil por la eternidad. A Paola le dio pánico solo con imaginarse el estar parada frente a un animal con esas ganas de devorar a cualquier ser vivo. Mientras que el venado irradiaba ternura y serenidad, el jabalí inspiraba miedo y fiereza.

—¡Listo!

El profesor analizó una vez más la identificación antes de regresársela y luego la miró directamente a los ojos.

—Eres más guapa en persona que en fotografía —piropeó el jefe.

—Gracias. —Paola sonrió incómodamente.

—Estarás en el grupo A. Acompáñame, yo te llevaré y te presentaré personalmente con el permiso del profesor de la clase.

—Ok. —Paola quiso recordar en qué grupo estaba Erik pero él nunca se lo mencionó, así que sería una gran expectativa al entrar al aula y saber si Erik iba a estar en ese grupo.

—Vamos. —El profesor vio su reloj para saber la hora exacta—. Estamos a solo dos minutos de que inicie la clase.

Ambos se pusieron de pie para dirigirse a la salida de la oficina. Caballerosamente él abrió la puerta e indicó a Paola que las damas van primero. Salieron y cerró la puerta bajo llave. Ambos se dirigieron al grupo A de séptimo semestre.

3

Ya faltaba muy poco para oficialmente dar inicio con la clase de las ocho de la mañana. La mayoría de los alumnos ya estaban en el aula, algunos sentados en sus lugares y con la cabeza reposada en la paleta del pupitre con muchas ganas de seguir dormidos. Coincidentemente los alumnos que anhelaban estar dormidos más rato eran los que todos los días llegaban en autobús y venían de una parte de la ciudad muy lejana a la universidad. Es un tiempo muy considerable el que invierten en prepararse desde casa para luego, quien sí lo haga, por lo menos desayunar algo ligero que les ayude a mantener el estómago ocupado durante el tiempo de clase. Además de eso, tienen que estar a tiempo en la estación de autobús para no perderlo, de lo contrario tendrían que esperar al siguiente que ordinariamente ya viene muy retacado de gente, principalmente estudiantes universitarios. En las peores situaciones y para mala suerte de los que esperan el autobús, el chofer ya no se detiene por la razón de que el cupo ya no es suficiente para seguir subiendo a más pasajeros. Una de las reglas que cualquier chofer de autobús debe de respetar es que no deben de llevar más pasajeros de lo que permite la ley; no obstante, esa ley no se ha respetado por años a pesar de que los agentes de la seguridad vial se den cuenta de la violación del reglamento.

Un pequeño grupo de cinco varones tomaron sus pupitres respectivamente y los giraron de tal manera que entre los cinco estudiantes formaron un círculo para poder verse la cara entre sí como si estuvieran trabajando en una mesa redonda para debatir sobre un tema en común. Dialogaban con risas y comentarios aleatorios de temas comunes entre ellos mismos.

La otra parte de los alumnos se encontraban al exterior del aula, algunos de ellos estaban fumando desde temprano sin importarles que aún no hubieran desayunado; el cigarro les daba tranquilidad y les calmaba el hambre indebidamente. Hombres y mujeres eran adictos a este común vicio, quizá se les podía olvidar su desayuno, su suéter o incluso su tarea, pero el cigarro no les faltaba nunca. Entre ellos mismos se ponían de acuerdo para cooperarse y comprar una o varias cajetillas para la jornada universitaria. Era sorprendente y alarmante identificar tanta colilla de cigarro tirada por doquier. A pesar de que existían muchos letreros en cada aula, en cada esquina y en cada rincón de la zona universitaria con la leyenda de “esta zona es libre de humo de tabaco”, los alumnos rara vez respetaban tal reglamento. Se habían realizado muchas campañas por parte del departamento de ecología para crear conciencia entre los alumnos, pero la respuesta no fue tan exitosa como se la esperaban los responsables de esas sanas campañas a favor de la salud de la sociedad estudiantil. Ese departamento estuvo en busca de nuevas estrategias para corregir el mal hábito que los universitarios, y en muchas ocasiones el mismísimo personal docente, no paraban de hacer por lo menos dentro de la casa de estudios.

—¡Alerta, alerta, un ruco gruñón se aproxima a nuestra zona! —Con tono de “alarma en peligro”, Oziel alertó a los compañeros que estaban fumando para que estos cesaran de hacerlo.

—¡Lizeth, esconde la cajetilla de cigarros antes de que sea confiscada por el profe Javier! —ordenó su amigo Oziel.

Lizeth y el resto de los compañeros dirigieron la mirada hacia donde Oziel tenía su vista clavada como un águila que está en las alturas acechando a su siguiente víctima roedora. Sigilosamente Lizeth fue guardando la cajetilla en la mochila que estaba colgando de su hombro. Sincrónicamente los fumadores lanzaron al suelo lo poco o mucho que les quedaba de cigarrillo para después ser cruelmente demolido por la suela de sus zapatos. A pesar de eso, el olor a tabaco quemado era la principal evidencia para delatarlos.

—¿Ahora a qué viene? ¿Que no sabe que la clase comenzará en unos pocos minutos más y que por cierto no es con él? —preguntó Lizeth.

—De seguro viene a traernos a una de esas falsas vendedoras que él normalmente acostumbra a traernos para interrumpir las clases —infirió Frank como posible respuesta a las preguntas de Lizeth—. ¿Ya se dieron cuenta de que viene acompañado por una chica guapa?

—Tú nomás te estás fijando en las mujeres y en su apariencia física —dijo Lizeth aparentemente celosa—. Eres un fijado. Deberías de tomar en cuenta la amabilidad y la parte sentimental de las personas.

—¿Pues qué quieres que haga, Lizeth? Date cuenta de que las mujeres son lo más hermoso de este planeta —piropeó Frank—, aunque a veces hay excepciones como tú.

La mayoría de ellos rieron y miraron a Lizeth para disfrutar de su reacción al comentario.

—Eres un animal asqueroso. Ya me quisieras a tu lado, pero no te daré el gusto.

Ambos tenían un estilo de amistad algo rara ante los demás, siempre estaban peleando y atacándose con comentarios groseros y altaneros pero su amistad nunca se separaba. Su forjada amistad ya era un símbolo en cualquier lado, eran los amigos inseparables que siempre se la pasaban discutiendo entre sí pero tolerándose mucho más que cualquier otro tipo de amistad.

—¡Basta, ya cálmense! —interrumpió un compañero del mismo grupito con un grito regañón—. Van a dar apenas las ocho de la mañana y ya están discutiendo otra vez. ¿Cuándo será el día en que no discutan ni un solo momento?

—¡Buuu! Ya apareció el amarguras de mi papi. Mejor ya no hablo —replicó Frank mientras miraba venir al profesor Javier.

El profe Javier y Paola llegaron juntos a la puerta del salón de clase y se detuvieron justo antes de entrar. Paola se percató de que la mayoría de los alumnos la miraban fijamente como a una desconocida y una rara rechazada, o por lo menos así lo presentía Ella.

—Muy buenos días jóvenes —inició el saludo el profe Javier—. Háganme el favor de ir pasando a sus lugares. —Él estiró su brazo con dirección al interior del aula y con su mano incitó e invitó a que todos pasen a su lugar de costumbre. Con una gran sonrisa de buenos amigos vio pasar a cada uno de los alumnos al ingresar. Algunos de ellos decían los buenos días casi susurrando y haciendo un ligero movimiento con la cabeza de arriba abajo como insignia de decir hola.

—Buenos días, profe —saludó Frank—. ¿A qué se debe su valiosa visita? ¿Qué lo inspiró para venir a visitar a un grupo de unos cuantos alumnos corrientes y mortales como nosotros?

—Buen día, Frank. En unos momentos más les platicaré el motivo de la visita con el permiso de su profesor Walter.

—Ok, pero no ha llegado el profe Walter. Yo creo que se le hizo tarde.

—Ese no será un problema —respondió Javier—. Yo estaré un rato con ustedes mientras él llega. Pasa a tu lugar por favor.

Después de que todos los alumnos pasaron al aula, el profesor Javier cedió nuevamente el paso a Paola para pasar al frente de todos. Ambos subieron a un estribo de unos veinticinco centímetros de altura y con un área suficiente para caminar por toda la sección del pizarrón; era donde los profesores se posicionaban al dar las sesiones para estar más visibles ante todos los alumnos. Él no dijo ninguna palabra mientras ya estaba parado al frente de los alumnos, solo les dejó la mirada en ellos hasta esperar a que todos quedaran en silencio absoluto, incluso no fue necesario pedirles que guardaran silencio. Era un método que muchos maestros o profesores solían usar antes de iniciar su discurso.

Estando arriba del peldaño se podía identificar claramente los pupitres que aún estaban vacantes o desocupados. Era muy probablemente que ese día hubo alumnos a los que se les hizo tarde y que aún no llegaban, o quizá también hubo alumnos que renunciaron al largo camino de su carrera estudiantil y la abandonaron incorrecta o inocentemente con la creencia de que una carrera profesional ya no era necesaria para su futura vida laboral y estabilidad económica.

Paola solo estaba mirando a sus nuevos compañeros y escuchando el diálogo establecido entre el jefe del departamento y los alumnos. Escaneó detenidamente cada uno de los lugares siguiendo un orden de fila en fila con la esperanza de identificar a Erik. Al llegar a la última fila, sus esperanzas estaban en plena agonía las cuales murieron justo al identificar solamente caras desconocidas. Era obvio que Erik estaba en el grupo B y que únicamente lo podría frecuentar durante los tiempos muertos que suelen haber entre clase y clase mientras los profesores tardan en llegar para inicia una clase nueva. A pesar de eso, Paola tenía toda la intención de ser amiga de todos sus nuevos compañeros para no tener ningún problema. La amistad había sido su hobby favorito, tenía tantas amistades que ella podría pasar un día completo con cada uno de ellos y sin repetirlos durante casi medio año. En esta nueva experiencia fuera de su país, ella estaba segura de que su lista de amigos iba a crecer infinitamente. De hecho, en sus primeros minutos dentro de la universidad ya estaba agregado a la lista un amigo nuevo que por cuestiones del destino él estaba en el grupo vecino de Paola.

 

—Bien, jóvenes, muchas gracias por guardar silencio y escucharme un momento —inició el profe Javier su perorata—. No tardaré mucho para no robarle tantos minutos de su clase al profesor Walter que seguramente hace el mayor de sus esfuerzos para compartir de su conocimiento acerca de la materia. El objetivo principal de mi visita es poder presentarles a ustedes a esta joven señorita que se acaba de integrar hace unos minutos a la carrera de turismo —el profesor Javier la señaló con un ligero movimiento de su mano derecha—. No es nueva en la carrera ni mucho menos viene con conocimientos nulos, ella viene desde una universidad muy prestigiada localizada al otro lado del planeta, del viejo continente; de un país donde sus antepasados vinieron a las tierras de los nuestros y poco a poco se fueron mezclando las razas hasta ser lo que actualmente somos; mestizos. ¿Alguien sabe a dónde me refiero?

—España —se escuchó el murmullo de varios alumnos al unísono.

—Efectivamente —él continuó con la presentación—. Su nombre es Paola y viene de la Universidad de Barcelona. Esta prestigiada universidad está categorizada como la número uno de todo España, y esto es de acuerdo a un ranking mundial publicado no hace mucho tiempo. En pocas palabras, no tenemos a cualquier alumna y compañera sino a una gran líder que seguramente aprenderemos de ella y ella de nosotros. Cabe mencionar que ella fue, de entre un grupo superior a las cincuenta solicitudes en dicha universidad, la afortunada elegida para venir de intercambio. Su alto promedio en desempeño y aprovechamiento le ayudaron lo suficiente para estar aquí además de su alto rendimiento en deportes, principalmente en atletismo y basquetbol. Así que, por favor, démosle la cordial bienvenida como se lo merece con un fuerte aplauso.

Todo el grupo aplaudió de manera respetuosa y efusiva para demostrarle la confianza que tendrá en su tiempo de estancia en la universidad. Frank se puso de pie para aplaudir más fuerte y sobresalir al resto de sus compañeros.

—Bienvenida, Paola, has sido muy afortunada por haber llegado al mejor grupo de la universidad, no te arrepentirás. Mi nombre es Frank, pero me puedes llamar Frankie, yo estoy a tus órdenes para cualquier duda.

Risas burlonas hicieron eco en el salón sin saber si iban dirigidas a Frank con su comentario o a Paola. Lizeth quiso devorar a Frank con la pura mirada por lo que acababa de hacer. Si hubiese tenido el poder de medusa, Frank ya estuviera petrificado en su silla desde hace bastante tiempo.

—Muchas gracias a todos —respondió Paola tímidamente—. Muchas gracias, Frank, sé que será una gran experiencia para mí, cuenten conmigo como una gran amiga y compañera. Mi aventura apenas comienza y ya la estoy disfrutando desde el primer momento. —Respiró hondo varias veces hasta retomar más ideas para compartir—. Y pues… Mmm… No tengo más palabras que decir para demostrar mi agradecimiento. Soy una chica de pocas palabras, pero las pocas que digo son muy sinceras y de todo corazón; ya se darán cuenta.

Nuevamente se escuchó la risa entre los compañeros, pero esta vez no tenía apariencia burlona sino todo lo contrario, risa de alegría por lo que acaba de decir.

—Perfecto, jóvenes —retomó nuevamente la palabra el profesor Javier—, les encargo mucho a su nueva compañera porque solo estará unos meses con nosotros y ella debe de regresar completamente sana y salva a su país, es una de mis grandes responsabilidades cuando llegan estudiantes de intercambio a esta carrera en nuestra universidad. Tomen su experiencia como un claro ejemplo de que ustedes también se pueden ir de intercambio a alguna otra universidad del extranjero. La universidad de Barcelona no es la única universidad con la que tenemos intercambio de alumnos, existe una variedad de muy buenas opciones, por tal motivo los exhorto a que hagan su mayor esfuerzo en el desempeño estudiantil, de esta manera podrán tener más posibilidades de ser alumnos idóneos e irse a otra universidad de nivel internacional durante unos cuantos meses a manera de intercambio. Obviamente su currículo será más extenso y esa experiencia les asegurará un mejor futuro laboral. —Todos los alumnos se quedaron muy sorprendidos y unos cuantos ilusionados por lo que acababa de mencionar el profesor Javier—. Sin más por el momento yo me despido, ya saben en donde localizarme para cualquier situación, sea buena o mala.

Una vez más el profesor Javier estiró su brazo y lo recorrió en forma de un abanico abierto para ofrecerle algún lugar disponible.

—El grupo es tuyo, escoge cualquier lugar. Hay varios lugares vacantes.

—Gracias, profesor, ha sido muy amable de su parte. No esperé que la bienvenida fuera tan evidente y cordial. —Paola echó una mirada a los lugares disponibles para escoger el que más le interesara.

—Acá hay un buen lugar amiga. —Frank se ofreció a acomodar o enfilar correctamente un pupitre libre que estaba cerca de él. Hubo algo en él que desde que vio a la extranjera se comportó más amable y participativo. Eso fue muy evidente para el resto del grupo, pues ellos ya lo conocían perfectamente, pero Paola no tenía antecedentes de ninguno de ellos y no sabía identificar su cambio de comportamiento o trato a los demás.

—Hoy estarás completamente en tus clases para que conozcas a algunos de tus maestros y a tus compañeros. Al terminar la jornada de hoy pasas, por favor, nuevamente a mi oficina para darte información fundamental para tu estancia, yo estaré en mi lugar y esta vez sí escucharé cuando llegues. —Sonrió apenadamente el jefe de departamento al concluir la instrucción.

—Ok, gracias. Allá nos vemos más tardecito.

Terminó de conversar con el profesor Javier y se giró para recorrer un pasillo de las filas y dirigirse al lugar que Frank le había sugerido. Al ir caminando entre algunos de sus nuevos compañeros escuchó varias veces la palabra bienvenida. Le conmovió el tener ese recibimiento. Tenía la sensación de que todo iba a estar mucho mejor de lo que ella misma esperaba.

—Perdón —interrumpió nuevamente el profesor Víctor—, necesito que todos me hagan un favor. Pónganse de pie alrededor de su nueva compañera y posen para una fotografía de bienvenida. Es para evidenciar que ella ya está en nuestra universidad.

Todos acataron la instrucción con gusto y posaron como si estuvieran festejándole su fiesta de cumpleaños. El profesor sacó su celular de su bolsillo, lo desbloqueó con una contraseña y accedió a la opción para tomar fotografías. Levantó el dispositivo y después de contar hasta tres, la luz led se encendió para iluminar más el inmortalizado recuerdo. Javier hizo lo mismo en tres ocasiones más y concluyó con un agradecimiento después de obtener las evidencias necesarias.

—Muchas gracias, con el permiso de ustedes yo me retiro para seguir en mis deberes y ustedes en los suyos, que por cierto ya es tarde y el profesor Walter aún no llega. No ha de tardar, seguramente tuvo un percance porque él no acostumbra a llegar tarde, es una persona muy responsable, lo conozco perfectamente. Por favor ya no salgan del aula para que no distraigan a sus compañeros vecinos del grupo B.

Ondeó su mano para decir adiós y se dirigió a la salida del salón después de haber bajado el peldaño. Al salir, tomó la puerta del picaporte y la jaló hasta dejarla casi cerrada tal como Paola encontró la puerta de su oficina cuando ella llegó en busca de él. Tal vez era su estilo o su costumbre de dejar las puertas así.