El giro visual en Bibliotecología

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Bibliografía

Benjamin, Walter y Alicia Entel. La obra de arte en la era de su reproductibilidad técnica y otros textos. Buenos Aires: Godot, 2015.

Burke, Peter. Visto y no visto: el uso de la imagen como documento histórico. Barcelona: Crítica, 2005.

Galeno, De l’utilité des parties du corps, II.3, en: Charles Daremberg (ed.). Oeuvres anatomiques, physiologiques et médicales de Galien, t. I. París: Bailliêres, 1854.

Lara Rallo, Carmen. Las voces y los ecos: perspectivas sobre la intertextualidad. Málaga: Universidad de Málaga, 2007.

Mandressi, Rafael. La mirada del anatomista: disecciones e invención del cuerpo en Occidente. México: Universidad Iberoamericana, 2012.

Ortiz Casillas, Samantha O. “Gubernamentalidad y política pública: estudio alternativo del programa Prospera”, Revista Mexicana de Sociología, vol.79, núm. 3 (2017: 543-570. Disponible en: <http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext &pid=S01882503201700030054&lng=es&nrm=iso>. ISSN 0188-2503.

Warburg, Aby; Martin Warnke, Claudia Brink y Fernando Checa Cremades. Atlas Mnemosyne. Madrid: Akal, 2010.

II. Repensar la imagen desde la Bibliotecología

La imagen: una herramienta para pensar la biblioteca

Alejandro José Unfried González

La teoría es algo que no se ve.

Hans Nlumenberg

Considera la siguiente imagen: varios niños, una niña y una mujer adulta están sentados en el suelo, uno al lado del otro, sobre una manta de color azul, entre libros de diversos tamaños, algunos de los cuales se encuentran en sus manos. La niña y uno de los niños leen. Los demás parecen buscar algo entre los libros dispersos. La mujer adulta los acompaña. Con esta imagen iniciaremos nuestra reflexión. Será nuestro instrumento, nuestra herramienta para pensar la biblioteca; es decir, nuestra herramienta para suscitar preguntas en torno a ella. Hablaré de esta imagen como si estuviera frente a nosotros y consideraré, en particular, una pregunta: ¿qué es la biblioteca? ¿O unos libros sobre esa manta? ¿O un grupo de niños y niñas que se ha encontrado con esos libros? Yo creo que la biblioteca es todo eso. Creo que es un espacio en el que los lectores se encuentran con los libros. Pero creo que la biblioteca también es otra cosa. Creo que es un producto humano y que diversas personas participan en su producción. Aquella imagen me sugiere todo esto. Entonces ¿qué es la biblioteca? La biblioteca es un espacio en el cual los lectores pueden encontrarse con los libros, y es producto de las acciones específicas de muchas personas que conforman, en conjunto, una especie de entramado. Consideremos esta doble definición con mayor detalle.

La biblioteca es un espacio

La biblioteca es un espacio, un sitio que alberga diversos objetos. Podemos ubicarlo y acceder a él. Piensa en las bibliotecas que conoces. Te has desplazado hasta ellas, de un modo u otro, o has indicado a alguien más el camino que conduce hasta allí. Tú puedes decir, por ejemplo: “La biblioteca está ubicada frente al parque, a dos calles de la estación del tren. Se accede a ella por una puerta muy grande, tras subir unas escaleras”. O bien puedes decir: “La biblioteca está ubicada en el servidor de la universidad. Se accede a ella al escribir una cadena de caracteres en un navegador web”. Hemos de precisar, entonces: la biblioteca es un espacio físico o virtual. Pero un espacio, a fin de cuentas.

Ahora veamos la imagen. Recuerda: hablaré de ella como si la estuviéramos viendo. Lo que vemos es un espacio físico bien delimitado y un grupo de personas que han ingresado en él. Diríamos, incluso: “A ese espacio, ubicado a la sombra de un muro, se ingresa al colocar un pie sobre la manta azul”. Me inclino a creer que cualquier persona podría ubicarlo y acceder a él; solo requeriría unas indicaciones adecuadas y encontrar un sitio en dónde sentarse entre los libros y las demás personas que han llegado primero a la manta.

Ahora bien, no se trata de un espacio vacío. Consideremos la imagen nuevamente. En ella podemos ver una variedad de objetos, algunos sobre la manta, otros en las manos de los niños, y pertenecen a una misma clase. Son libros, objetos cuya forma característica exhibe aquí diversos tamaños y diversos colores. Este espacio (es decir, esta manta a la sombra de aquel muro) alberga libros y podemos verlo. Y podemos ver cómo las personas reunidas los han tomado para hacer uso de ellos: para leer o para recorrer sus páginas mirando los dibujos.

Podemos plantear una relación elemental entre el espacio, las personas y los objetos que vemos en la imagen: la manta es un espacio y quienes acceden a ella acceden, a su vez, a los objetos que alberga (libros de distintos tamaños y colores). Siguiendo a Svenonius (2000), esta clase de acceso puede ser llamada "acceso material”. Denota la obtención de un documento, un objeto que contiene información, —es decir, que contiene un mensaje (Martínez Comeche 1995) — y que le proporciona un soporte. Según esto, las personas acceden a información al acceder a documentos, como si se tratase de un paso previo (o condición) que es posible, únicamente, si esos objetos han sido colocados en un sitio ubicable y accesible que permita disponer de ellos. En suma otras palabras: para acceder a un libro es necesario acceder al espacio que lo alberga, como han hecho los niños que vemos en la imagen.

La biblioteca es producto de acciones

Lo esencial, entonces, parece ser esto: alguien ha de colocar documentos en determinados sitios para que las personas puedan obtenerlos. Al hacerlo, crea un espacio que denominamos biblioteca. Sus acciones la crean y recrean. Sin ellas, la biblioteca no existe. Lo sugiere también nuestra imagen: al colocar unos libros sobre una manta y definir así un espacio de encuentro con esos objetos, alguien ha creado una biblioteca en la calle de una comunidad. De hecho, como lo hace la organización ATD Cuarto Mundo (2018, 2015), podríamos llamarla biblioteca de calle.

Porque el espacio que vemos en la imagen no ha existido siempre, como si se tratara de una biblioteca eterna (piensa, por ejemplo, en la biblioteca de Babel y su origen incierto). Por el contrario, se trata de un espacio creado por seres humanos en algún punto del tiempo que podemos determinar con mayor o menor precisión. Podemos decir, por ejemplo, “la manta fue colocada hace varias horas, pero no fue sino hasta hoy, lunes, que todo estuvo listo”. A su vez, podemos postular que la creación de un espacio de esta clase constituye un proceso, ya que es poco probable que surja de un único acto en un único punto del tiempo, como si al levantar una mano esa biblioteca de calle surgiera de la nada. Diríamos, más bien, que ese espacio es creado progresivamente y como producto de numerosas acciones.

En efecto, la producción de un espacio como éste implica determinadas y múltiples acciones. Considera esto: el espacio que alberga a los niños, la niña, la mujer adulta y los libros no estuvo ahí antes de colocar la manta sobre el suelo, de extenderla cuidadosamente o de elegir el sitio adecuado (digamos a la sombra del muro para que el sol no desaliente a los lectores). No estuvo ahí antes de colocar los libros sobre la manta, ni antes de disponerlos de cierto modo. Todas esas acciones (y sin duda otras más) fueron necesarias para producir el espacio que llamamos biblioteca de calle. Decimos que la biblioteca es producida porque es el resultado de la praxis; es decir, el resultado de una acción transformadora de la realidad material, externa al sujeto, que permite atender determinadas necesidades humanas (Sánchez Vázquez 2003). No es, exclusivamente, un producto de la imaginación o del pensar. Al producir una biblioteca, algo ha cambiado en el mundo.

De este modo, la biblioteca es creada cuando determinadas personas llevan a cabo determinadas acciones. Esas acciones consisten en disponer determinados objetos en determinados sitios. Esos objetos son objetos que contienen información, son registros materiales de mensajes creados intencionalmente a los que denominamos documentos, y esos sitios facilitan su obtención. Al obtener documentos, las personas están en condición de acceder a la información que contienen o, lo que es lo mismo, están en condición de informarse. Así, al crear espacios como la biblioteca, los seres humanos creamos condiciones para acceder a la información, y no solamente a unos objetos específicos. A los lectores les interesan los mensajes que contienen esos objetos y la biblioteca –como espacio que propone las condiciones necesarias para satisfacer las necesidades del lector (Rendón Rojas 2005) – contribuye a reunirlos. Lectores e información son reunidos en el espacio que llamamos biblioteca, gracias a las acciones de muchas personas.

Las acciones que producen la biblioteca conforman un entramado invisible

Ahora bien, en la imagen sólo vemos la manta extendida y su color azul; sólo vemos los libros, sus dimensiones, sus colores, y a los niños que se han encontrado con esos objetos, y a la niña que lee, y a la mujer adulta que los acompaña. No podemos ver todas las acciones que se realizaron para que ese estado de cosas tuviera lugar, ni a las personas detrás de esas acciones. Muchas personas, no una. Nada nos garantiza que sea una sola persona la que colocó los libros ahí, la que llamó a los niños o la que puso la manta. Es cierto: podrían ser la misma persona, pero también podrían ser personas distintas; esto lo hace más interesante y, quizá, más preciso. La participación de varias personas en el proceso sugiere, a su vez, una especie de red que va siendo trazada por las acciones (e interacciones) de todas esas personas. Llamemos a esta red un entramado.

 

Imagina esto: B decidió instalar una biblioteca junto a ese muro que puede ver todos los días cuando camina hacia su trabajo. Pide ayuda a C para llevar una manta azul hasta ese punto. Mientras tanto, D trae en una caja los libros que ha reunido. Los obtuvo de E y F, quienes los donaron generosamente. G también donó algunos, pero cuando B revisó estos libros, un día antes de que D partiera con la caja, decidió no incluirlos al considerar que su contenido no sería de interés para los lectores que espera recibir. Colocada la manta y llegada la caja, H se suma a B (C y D han partido ya) y le propone organizar los libros de determinado modo. B acepta, los libros son organizados según H, y la biblioteca empieza a surgir. J y K traerán a los niños porque los conocen y saben cómo tratar con ellos y, junto con B y C (que ha regresado), se encargarán de cuidarlos mientras permanezcan en la manta. J estará más cerca porque sabe que muchos niños no leen y esperan que alguien les ayude. Por cierto, J es la mujer adulta que está junto a la niña.

Es claro que puedes imaginar otro estado de cosas; lo importante es mostrarte cómo puede armarse un entramado. En particular, quiero hacerte notar un detalle: el entramado que produce el espacio que llamamos biblioteca no se desarrolla, exclusivamente, dentro de los límites de ese espacio, y esto quiere decir que las acciones que producen la biblioteca no son, exclusivamente, las acciones de los agentes que denominamos bibliotecarios. Hay más personas involucradas en su producción e, incluso, podría no haber un solo bibliotecario involucrado.

Regresemos a la imagen y a lo que considero el punto más importante de todo lo expuesto. En esa imagen faltan esas acciones y faltan esas personas (las letras B, C, D, E, F, G, H, K). No podemos verlas. Era de esperarse porque, como ha dicho Pascal Quignard, "hay, en toda imagen, una imagen que falta" (Quignard 2014, 8). Nuestra imagen no ha sido ninguna excepción. Podemos ver aquel espacio, aquellos objetos y aquel encuentro, pero no podemos ver el entramado que le da origen. Una imagen falta en esta imagen: la de ese entramado de acciones y personas que producen (y mantienen y transforman) la biblioteca. Esto sugiere que un lector, al acceder a ese espacio, no puede, en principio, ver ninguna de las acciones que se realizaron para que la biblioteca estuviera ahí. Esas acciones parecen situarse en un plano distinto, que interesa al investigador pero, quizá, no al visitante que desea hacer uso de sus recursos. Llamaré a ese plano un plano teórico. Al igual que la imagen que falta, no podemos verlo.

Pero eso es, precisamente, lo que necesitas para teorizar en el campo bibliotecológico: imaginar lo que falta. Te corresponde, como teórico, imaginar aquello que explica lo que ves y que ayuda a comprenderlo. En este sentido, tu mirada ha de ser una que mira lo invisible en lo visible. Pienso que si construimos teóricamente el entramado de acciones y personas que da origen a la biblioteca, podremos estudiarla sistemáticamente para comprenderla mejor y, con ello, estaremos en condiciones de ofrecer insumos significativos a todos aquellos vinculados a su desarrollo y gestión. Queremos determinar y comprender todas esas acciones e integrarlas en un esquema explicativo capaz de dar cuenta de un fenómeno específico. Acaso esto esboza un programa de investigación. Yo lo llamaría: hacia una teoría del encuentro entre el libro y el lector.

El primer paso, claro está, es la construcción de los objetos de aquel plano y esto equivale, en nuestro caso, a construir teóricamente a la biblioteca. Sigamos con la comparación. Construir teóricamente la biblioteca es como construir un objeto invisible que, sin embargo, acompaña al objeto visible, como la imagen que falta acompaña a toda imagen. Si la imagen visible es la que evoca la imagen que falta y la palabra que quiere dar cuenta de ella, el objeto visible es el que suscita a la teoría. Porque hay en toda biblioteca algo que podemos ver, pero también algo que no, y para construir una teoría de la biblioteca, hemos de considerar aquello que, en ella, no podemos ver.

En el marco de dicha construcción, no podemos perder de vista el objeto visible porque, si lo hacemos, perderemos de vista el encuentro entre el libro y el lector —siempre concreto y susceptible de problematizar— y, con ello, la labor teórica pierde significado para el campo bibliotecológico. Dicho de otro modo, perder de vista el encuentro entre el libro y el lector es perder de vista el fenómeno a estudiar. Si se acusa al teórico de andar en las nubes y de tropezar, es porque ha olvidado el objeto visible, el objeto original, y acaba construyendo una “teoría” que no explica nada porque no tiene nada que explicar.

La biblioteca es un espacio de encuentro

Falta una cosa más. La biblioteca es un espacio de encuentro entre el libro y el lector. Regresemos, por última vez, a la imagen. Considera esto: en la imagen vemos algunos libros sobre la manta, pero ese estado de cosas no parece suficiente a quienes han producido ese espacio y, entonces, alguien ha llamado a los niños para que vinieran. ¿Acaso no era suficiente con disponer aquellos libros ordenadamente en un espacio? La respuesta es no. Eso no era suficiente. Si no vienen los niños no puede haber un encuentro. Si no toman los libros, tampoco. La manta azul no es cualquier espacio, es uno donde los libros se encuentran al alcance de las manos de quienes ingresan. ¿Recuerdas? La niña ya ha tomado uno, y lee. Nada, en principio, impide a los niños tomar los libros una vez que han accedido a ese espacio, el cual ha sido producido para eso. Por ello, el acceso material puede ser considerado un tipo de encuentro. Si se accede materialmente a un libro, lo llamaremos encuentro con el libro. Si la persona que se encuentra con el libro es alguien que desea leer, lo llamaremos encuentro entre el libro y el lector. Y puesto que el acceso material no se relaciona exclusivamente con libros, siempre será posible imaginar otra clase de encuentros en la biblioteca. Lo importante es definir un ámbito de indagación.

Por último, consideremos rápidamente algunas objeciones. La primera: ¿Acaso no se estropean los libros en el suelo? Probablemente. Pero hay aquí una especie de norma que permite poner en un segundo plano de importancia el cuidado del objeto, justo por debajo de su utilización efectiva, y recordamos, de inmediato, la primera ley de la Bibliotecología, formulada por Ranganathan (1931): los libros son para ser usados. Podemos suponer que aquellas personas que crearon aquella biblioteca de calle pusieron en práctica esa ley. Colocados en el suelo son más fáciles de tomar y, quizás, más atractivos. ¿Te imaginas un estante muy alto y unos niños pequeños? Segunda objeción: ¿Se trata de un encuentro con cualquier libro? No, los niños y las niñas se encuentran en la biblioteca con aquellos libros que pueden interesarles. Los libros de una biblioteca son dispuestos atendiendo a su posible lector, no al libro como objeto con valor en sí mismo. Dos leyes de la Bibliotecología expresan este modo de proceder: a cada lector su libro y a cada libro su lector (Ranganathan 1931). Tercera objeción: ¿Un encuentro con libros nada más? Es cierto, solo vemos libros en nuestra imagen. Pero quizá sea por ahora, hasta que lleguen otros objetos, otros documentos, porque la biblioteca es un organismo en expansión (Ranganathan 1931). La manta azul albergará nuevos objetos o, de otro modo, terminará por volverse innecesaria.

Ese encuentro es importante para la Bibliotecología. Jesse Shera (1990), al referirse a eso que denominaba el paso del libro a las manos del lector, sostuvo que "si esto sucede frecuente y fructuosamente, puede decirse que la biblioteca es exitosa; pero si nunca toma lugar, nada de lo que la biblioteca pueda ser o hacer justificará su existencia" (1990, 203). Como profesión, a la Bibliotecología le interesa facilitar dicho encuentro. El ejercicio profesional bibliotecario es una actividad facilitadora porque quien dispone documentos en sitios cercanos a las personas que tienen interés en ellos parece hacer más sencilla su obtención. Se diría que ese ejercicio sigue un principio: ahorra tiempo al lector (Ranganathan 1931). La niña, los niños, la mujer adulta, ninguno de ellos tiene tiempo que perder.

Bibliografía

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“La Biblioteca de Calle, una herramienta para una educación para todos”, ATD Cuarto Mundo, 2015. Disponible el 6 de septiembre de 2018 en http://www.atd-cuartomundo.org/la-biblioteca-de-calle-una-herramienta-para-una-educacion-para-todos/.

Martínez Comeche, Juan Antonio. Teoría de la información documental y de las instituciones documentales. Madrid: Síntesis, 1995.

Quignard, Pascal. La imagen que nos falta. Alain-Paul Mallard (trad.). México: Ediciones Ve, 2014.

Ranganathan, S. R. The Five Laws of Library Science. Madras: Madras Library Association, 1931.

Rendón Rojas, Miguel Ángel. Bases teóricas y filosóficas de la bibliotecología. México: Centro Universitario de Investigaciones Bibliotecológicas, 2005.

Sánchez Vázquez, Adolfo, Filosofía de la praxis. México: Siglo Veintiuno, 2003.

Shera, Jesse H. Los fundamentos de la educación bibliotecológica. de Sánchez Macgregor y F. González (trads.). México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1990.

Strauss, Anselm, y Juliet Corbin. Bases de la investigación cualitativa: técnicas y procedimientos para desarrollar la teoría fundamentada. Medellín, Colombia: Editorial Universidad de Antioquia, 2002.

Svenonius, Elaine. The intellectual foundation of information organization. Cambridge, Mass.: MIT Press, 2000.

Identidad e imagen, la representación del bibliotecólogo

Salette Aguilar González

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