Activismo, diversidad y género

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Además, se debe enfatizar que

[...] las mujeres enfrentan barreras para lograr acceso a la justicia en todo el mundo, existen retos particulares para las mujeres indígenas, la mayor parte de quienes enfrentan una triple discriminación sobre la base de su etnicidad, su género y su clase (Sieder y Sierra, 2011:2).

Retomo el método diacrónico para continuar la reflexión situando estos conflictos culturales y sus resultados en un marco histórico más amplio, donde la influencia del pensamiento occidental, en el largo periodo de su expansión imperial, tiene además un proceso de intercambio económico desigual:

[...] mediante la transnacionalización de la economía y la cultura, se tiende a anular toda organización social que le resulte disfuncional, [tanto] el de las naciones, así como de las clases y etnias oprimidas que sólo pueden liberarse mediante una autoafirmación enérgica de su soberanía económica y su identidad cultural (García Canclini, 1986:40).

Estas consideraciones tienen sus matices en el caso de los grupos indígenas mexicanos. No se puede decir en absoluto que la autoafirmación no ha tenido sus frutos, pero en las más de las veces la batalla por la apropiación de los medios de producción ha dejado serios rezagos, siendo el más difícil el de la erradicación de la pobreza. Estos medios de producción se encuentran más restringidos para las mujeres al condicionarse su acceso a la tierra, aunque son ellas las que pasan mayor tiempo en los espacios productivos, ya sea en las tierras para cultivo fuera del espacio del hogar o en las milpas de traspatio:

No sé a qué se deba que se siga dando eso de que nada más la opinión de los hombres cuenta, ahí todavía sigue. El hombre manda todavía, en el pueblo son los señores los que mandan, casi no se presenta la igualdad ahí todavía, ahí lo que dice el hombre eso es lo que se hace y así como le digo que en comunidades se presentan muchos problemas en cuestión de terrenos, de cómo se van a trabajar los terrenos para sembrar, porque ahí se ve que no existe la igualdad, que el hombre es el que manda porque es su terreno y si tú eres mujer no protestes porque eres mujer y tu opinión no cuenta, no vale (Lucy, mujer mè’phàà, madre y profesora de educación inicial, 41 años, Malinaltepec, agosto de 2017).

En el caso de la milpa de traspatio mè’phàà, por su pequeña extensión el trabajo lo llevan a cabo la mayoría de las veces las mujeres y los niños de cada familia que son los responsables de cuidarla y mantenerla como un espacio productivo, que es de vital importancia para la transmisión y reproducción de los conocimientos. Es el espacio donde las mujeres comienzan a establecer un vínculo entre la tierra y los hijos. De este modo, desde que los niños son muy pequeños, son cargados en las espaldas de sus madres e incursionan tempranamente en la observación de las labores de la milpa; además, de acuerdo con su capacidad se incorporan al trabajo y van adquiriendo conocimientos sobre la siembra del maíz, que en mè’phàà se denomina mi’dú’ ixí: “[...] aprenderán a dominar paulatinamente la tecnología utilizada, que comprende el conocimiento de los calendarios agrícolas y rituales locales, las características de las plantas cultivadas, las prácticas de manejo necesarias y el uso de herramientas para realizarlas” (Mariaca et al., 2007:66). El papel que desempeñan las mujeres como transmisoras del conocimiento sobre el agrosistema milpa es esencial, pero también se ve opacado:

Mientras que sus obligaciones y su horario de trabajo se han ampliado, sus condiciones de vida no han mejorado y continúan sin tener acceso [como titulares] a recursos productivos básicos como la tierra, el crédito, ni a servicios adecuados de educación o capacitación. Por lo tanto, las condiciones en que desarrollan sus actividades productivas y reproductivas continúan siendo precarias […] Las mujeres indígenas realizan diversas labores en el hogar, el traspatio y la parcela que no son remuneradas pero que constituyen un apoyo indispensable a la economía familiar (Canabal, 2004:427-428).

La pobreza se encuentra relacionada con la exclusión. Es un fenómeno estructural que expresa una situación de injusticia social; es decir, de negación de los beneficios que se establecen para que los ciudadanos gocen de derechos como el trabajo, la salud, la educación, la protección y (de manera relevante para este análisis) de los derechos culturales.6 Como parte del origen de estas condiciones, se consideran los modelos de producción y distribución donde unas minorías acumulan grandes riquezas y “se condena a grandes masas de personas a vivir con el mínimo indispensable o por debajo de este mínimo, que les impone carencias materiales y espirituales determinantes […]” (Rodríguez, 2011:13).

Los procesos que han conducido al creciente estado de exclusión se han explicado en un inicio a través de trabajos eminentemente descriptivos, con la caracterización de las “masas empobrecidas”; pasando por estudios que percibieron a la pobreza como un estado originado por los mismos grupos debido a su poca cultura, para reforzar con esto la idea de que los pobres eran pobres por su propia responsabilidad. Posteriormente, ya en la década de 1970, se buscó profundizar en el fenómeno social en sí mismo y se problematizó sobre la dinámica social excluyente a través de las reflexiones teóricas del marxismo, donde se entiende a dicho fenómeno a partir de la esencia de los modos de producción capitalistas: “[...] los productores generan un plusvalor del cual no se llegan a apropiar, lo que constituye la causa de la explotación, la desigualdad y la pobreza” (Rodríguez, 2011:15). Aun cuando el enfoque marxista se aplica para dar una explicación de la pobreza con base en modelos socioeconómicos, el concepto de producción que desarrolla implica aspectos ecológicos, sociales, políticos y psicosociales; de este modo, después de los primeros acercamientos sobre el análisis de la pobreza, esta teoría fue considerada como una opción a los enfoques que presentaban a la pobreza como expresión de una determinada cultura.

La pobreza es parte integral del fenómeno de exclusión social y, por lo tanto, de la discriminación, porque coloca a los individuos en una relación de poder donde entra en juego la jerarquía y la subordinación. Para las mujeres de la Montaña, la pobreza es un factor determinante que las obliga a migrar hacia las ciudades o municipios cercanos más grandes, como Tlapa o Huamuxtitlán e incluso hasta la Ciudad de México o Estados Unidos. Generalmente se emplean como trabajadoras domésticas y se conjugan entonces todos los factores que las colocan en una situación de violencia que en su momento no logran identificar. Muchas de ellas creen que las extenuantes horas de trabajo quedan compensadas por un techo y comida, como es el caso de las mujeres estudiantes que no reciben un salario por su trabajo doméstico en las casas que las alojan, en las que tienen horarios y actividades que rebasan por mucho lo que pueden hacer en un día:

Yo me siento mejor cuando hablo en mi lengua. Bueno, aquí en la casa lo hablamos nosotros, porque pues somos mè’phàà. Con mi pareja y la familia también hablamos. Pero cuando salgo tengo que hablar el español, aunque no quiera, porque pues igual mi lengua hablo desde que nací y se me hace más fácil expresarme así, pero es un problema porque a la gente de la ciudad a fuerza tengo que hablarle en español y pues así está difícil, porque como no lo hablas bien, en casi todos los lugares la gente sufre de discriminación, más si no se defiende uno.

Sufrimos de discriminación, por ejemplo, la gente que somos de aquí, de la Montaña. Vamos a la ciudad y más te discriminan. Si apenas llegamos a la ciudad y nos da miedo de participar o decir algo, porque pues no hablas al cien por ciento el español y de ahí se agarran para maltratarte y la gente si no hablas ni te defiendes, más te discriminan.

Cuando yo salí de mi pueblo para estudiar, tuve que trabajar también. Llegué primero aquí en Tlapa, pero no estuve mucho tiempo, nada más como 15 días de vacaciones que nos dieron. Vine a trabajar aquí porque mi papá también estaba trabajando aquí de policía, entonces yo me quedaba con él. Trabajé un tiempo en una zapatería y de ahí me fui a estudiar. Mi papá ya me buscó un lugar allá en Huamuxtitlán para estar viviendo con una maestra. Yo le pagaba mi hospedaje y mi comida con trabajo en la casa y atendiendo un negocio que tenía.

Ese día que me dejó mi papá en esa casa, yo lloré mucho, porque a mí ni me dijo nada. Sólo me dijo: “Aquí te vas a quedar si quieres seguir con la escuela”. Me quedé tres años estudiando el bachillerato y la verdad para mí fue muy pesado. La maestra y su familia no me trataban mal, pero yo siento que sí me cargaban la mano. Ahora que yo me pongo a pensar en todo lo que hacía... ¡era mucho!, porque lavaba y planchaba la ropa de todos. Bueno, era ella, su esposo y sus dos hijos. Me levantaba muy temprano a poner el nixtamal y hacer las tortillas y el desayuno, limpiaba los baños, recogía toda la casa y barría y trapeaba... ¡pero la casa era bien grande! Todos los trastes que salían, tenía yo que lavarlos y ayudarle aparte en el negocio. Tenía una cocina y ahí también ayudaba a preparar la comida. Había noches que yo sola en mi cuarto me sentía tan cansada que me ponía a llorar, me dolían mucho mis manos, como que me ardían. Y pues así con todo y cansancio y dolor, también tenía que estudiar (Ely, mujer mè’phàà, madre y ama de casa, 32 años, Malinaltepec, agosto de 2017).

Aquellas sociedades o grupos que están forzados a permanecer privados de los bienes económicos y sociales básicos padecen una condición de pobreza que, a su vez, genera también diversos tipos de carencias; por esto, no se puede afirmar que es un modelo de explicación único y absoluto. Aunque cambiante en el tiempo y moldeada por los diferentes modos de vida, la pobreza

 

[...] no es un término unívoco, no es separable de la cultura donde se inscribe, ni de la estructura social y el desarrollo de cada país o región haya alcanzado […] por ello conlleva un problema social y político tan amplio que abarca todo el sistema social (Checa, 1995:4).

Es en las estructuras sociales donde se reproduce el deterioro de las condiciones materiales de vida. Así, la pobreza implica también, de acuerdo con Pablo Rodríguez, un acceso diferenciado a la producción de bienes y servicios generados por la sociedad, donde se hace referencia a la exclusión social que representa un nivel todavía más inferior porque “[...] se limita la capacidad de generar ingresos en sus lugares de origen, lo que expone a las personas a sufrir una creciente escasez de bienes y servicios que satisfagan sus necesidades” (Rodríguez, 2011:45).

La pobreza se convierte para las mujeres indígenas en una limitante para el reconocimiento de sus problemáticas intracomunitarias e invisibiliza las situaciones que enfrentan en los ámbitos familiar, comunitario o regional. Aunque esto podría generalizarse, se debe aclarar que las situaciones de discriminación que padecen las mujeres no se desvinculan de los contextos en que viven. Así, una de las principales barreras de acceso a la justicia tiene que ver con la negación del ejercicio de sus derechos por la discriminación de género. En la vida cotidiana las mujeres no pueden garantizar su reconocimiento como agentes con libre determinación, un caso emblemático lo representa el propio sistema educativo. Aunque se ha revertido de manera significativa la matrícula en extremo escasa de la asistencia escolar femenina, esto no asegura que las mujeres podrán continuar su educación secundaria o media superior. Una de las condicionantes es que, ante la situación económica precaria, se apoye a los hijos varones, porque ellos “llevan el sustento familiar”:

La primera vez quise ser contadora, pero no se pudo seguir con mis estudios por cuestiones de dinero. Faltó empleo, no había para eso que yo quería ser. Entonces por eso me fui y presente el examen para maestra en educación inicial, lo pasé y ahora de eso trabajo (Lucy, mujer mè’phàà y profesora de educación inicial, 41 años, Mali nal tepec, agosto de 2017).

Además de las carencias económicas, que son permanentes, también existen restricciones en el ámbito social, relacionados con los roles que se espera que la mujer desempeñe:

Pues todavía está arraigado el machismo. No tan fácilmente se puede creer de que las ideologías deben de ser la par; o sea, deben de entenderse como iguales, pues. Sabemos que el hombre y la mujer somos diferentes, pero ya para que tú opines, pues no, como que no. Es que primero es la opinión del hombre y ya si se puede pues aceptamos opinión y si no pues espérate tantito. Te escuchan, pero como que no aprueban todavía tu opinión como mujer.

Sí, sí sigue pasando que las mujeres no continúen con sus estudios, porque llegan a cierto nivel académico y no tan fácilmente permiten que trabaje la mujer, porque se tiene [le digo] muy arraigado todavía el machismo de que pues tú como mujer tienes que cuidar de los hijos, tienes que cuidar del hogar y tener pendiente la alimentación.

Entonces sí, todavía como que es un poquito difícil pues. Son pocas las mujeres que sí logran desempeñar la profesión que ellas elijan. Pero también ya al ejercer se vuelven a topar con lo mismo de que, que es que estás más al frente de tu trabajo que de tu hogar, cuando sabemos que las responsabilidades y las actividades del hogar posiblemente pueden ser compartidos, pero no se logra.

Difícilmente se logra con algunos cuantos, pero no con la mayoría, como se quisiera para que la mujer pueda también sentirse que... pues no sentirse más que el hombre, sino sentirse que puede ser útil también, tanto en el hogar como emplearse en cualquier dependencia (Félix, mujer mè’phàà, madre y profesora de educación secundaria, 51 años, Tlapa de Comonfort, agosto de 2017).

Si se consideran los contextos actuales de crecimiento de las diferencias entre los que han acumulado un exagerado nivel de riqueza y los que son cada vez más pobres, debe tenerse en cuenta que no son los únicos elementos determinantes. Se visualizan nuevas formas de segregación que han sido significativas para reconocer que existen otros mecanismos más allá de los ingresos para explicar las desigualdades sociales. Así, éstos se reflejan o se piensan mediante el estudio de la exclusión social que permite tener en cuenta los derechos y las libertades básicas de las personas, sea cual sea su origen y su nacionalidad:

Desde esta óptica, la pobreza, a pesar de ser una constante en muchas situaciones de exclusión, puede tomarse como un factor importante de vulnerabilidad social que, unido a otras dificultades como por ejemplo la mala salud, la sobrecarga doméstica y familiar o el desempleo de larga duración, puede conducir a las personas hacia una situación de exclusión social de difícil solución. Así pues, con el concepto de exclusión social queremos abarcar y recoger aspectos de desigualdad propios de la esfera económica, pero también muchos otros como la precariedad laboral, los déficits de formación, la falta de vivienda digna o de acceso a la misma, las precarias condiciones de salud, la falta de relaciones sociales estables y solidarias, la ruptura de lazos y vínculos familiares, etc. (Subirats et al., 2004:11-12).

Cuando la pobreza se combina con la exclusión y la discriminación, se produce un contexto de violencia. Las mujeres de la Montaña sufren maltrato, tanto en sus relaciones de pareja como en las instituciones comunitarias, educativas, de salud y de justicia. Esta violencia empieza con su participación restringida en la toma de decisiones comunitarias, continúa con el maltrato verbal, pasa por la violencia física y llega al feminicidio. Una de las definiciones hacia/contra las mujeres que retoma Sonia Frías de la Declaración sobre Violencia en contra de las Mujeres (1993, artículo 1), expone que el concepto es

[…] cualquier acto [basado] en el género que resulta en, o que es probable que resulte en, daño físico, sexual o psicológico o sufrimiento de la mujer, incluyendo las amenazas de llevar a cabo esos actos, la coerción o privación de la libertad que pueden ocurrir tanto en el ámbito público como en el privado […] (Frías, 2017:6).

La autora también señala que en las formas de violencia suelen estar involucradas las construcciones sociales del ser hombre y del ser mujer, los roles que se establecen según el sexo con un marcado sentido de estratificación, y que por ello algunas formas de violencia contra las mujeres

[...] están asociadas al sexismo o [al] deseo de dominación de las mujeres, éste es el caso, por ejemplo, de la violación, acoso sexual, tráfico de mujeres, esterilización en contra de la voluntad o sin mediar un consentimiento efectivo, imposición de métodos anticonceptivos, feminicidio, así como gran parte de la violencia de pareja (Frías, 2017:6).

Es primordial agregar que en la Montaña se observa, además de la esterilización, los embarazos forzados. Este tipo de situaciones escasamente se reportan o se visibilizan por la misma vergüenza e intimidación que sienten ellas no sólo de su pareja. Se incluye aquí también el autoritarismo de la familia política, ya que es común que las mujeres tengan una residencia patrilocal. Los hombres casados creen que es necesario que sus esposas jóvenes tengan hijos cuanto antes y, de ser posible, mantenerlas embarazadas para asegurar su fidelidad:

Cuando yo me fui a vivir con mi esposo, escuché cómo mi suegra le decía que si yo no me embarazaba pronto, muy seguramente lo iba a estar engañando. Le decía que las mujeres jóvenes somos como las zorras, que buscamos oportunidades para salir de la casa, que debía de estar conmigo, aunque yo no quisiera. Decía muy feo. Así tuve un hijo tras otro. Cuando yo le decía a mi esposo que podían operarme para ya no tener más hijos, la primera vez que le dije me pegó, me dijo muchos insultos, que lo que yo quería era irme a revolcar con cualquier hombre. Yo lloraba mucho, porque se batalla con los hijos. Así me llené de hijos, tuve nueve en total. Pero yo ya no volví a decirle de la operación porque seguro se iba a enojar y pues aparte de no darme permiso, pues me pega otra vez (anónima, mujer mè’phàà, madre y ama de casa, 49 años, Malinaltepec, agosto de 2017).

La violencia que viven las mujeres en el ámbito sexual tiene distintas secuelas que agravan su condición —que de sí es precaria— porque no cuentan con el apoyo necesario para enfrentar ese tipo de eventos. Cuando se habla de violación por parte de los esposos, entonces el problema se agudiza y se minimiza; así, el sufrimiento silencioso se instaura en sus vidas, porque es imposible denunciar ese tipo de actos con las autoridades comunitarias y entonces se debe de recurrir a instancias municipales o estatales donde la discriminación se impone como una barrera infranqueable, cuyo elemento más evidente e imponente es la discriminación lingüística y de género:

Yo, aunque soy hombre, acompañé a mi familiar a denunciar a su esposo, porque ya era muy seguido que le pegaba. Fuimos ahí a Tlapa y de verdad que no podía creer como la trataron ahí las autoridades. Cuando ella trataba de explicar lo que vivía ahí en su casa, pues le decían: “A ver señora, habla bien, que no te entiendo. Si tú vienes a denunciar, primero enséñate a hablar”. Eso le decían y pues como ella no sabe bien hablar el español, yo trataba de ayudarla, pero fue muy difícil. Yo siento que para ella más cuando tuvo que decir que su esposo la obligaba a tener relaciones con él y cuando por más ella decía que no, pues él abusaba de ella. Entonces le dijeron ahí donde según le estaban levantando la denuncia: “¿A poco tu esposo te viola? No señora, eso no puede ser, porque él es tu esposo, no puede violarte” (anónimo, hombre mè’phàà, 37 años, Malinaltepec, agosto de 2017).

La violencia sexual dentro del matrimonio es común, pero de ello se habla muy poco. Abordar ese tema es muy difícil y sólo teniendo un grado muy alto de confianza las mujeres logran compartir sus experiencias; la narrativa sin duda evoca momentos de dolor, vergüenza, angustia, miedo y coraje; llegando incluso a conductas de resignación porque “es lo que les tocó vivir por ser mujer”. La violencia sexual es aún más difícil de identificar cuando existen patrones socioculturales que contribuyen para que guarden silencio sobre las agresiones que sufren, uno de ellos es la residencia patrilocal; al estar rodeadas de la familia del esposo es prácticamente imposible encontrar apoyo o alianzas para revertir la situación de violencia. Las que lo hacen se enfrentan a la humillación pública y el maltrato de la familia del esposo. Para muchas también es difícil hacerlo porque en su formación como persona les han arrebatado su derecho a verse a sí mismas como seres y cuerpos autónomos: “La violencia contra las mujeres es entonces usada como un mecanismo para mantener a las mujeres en su lugar, limitar sus oportunidades de vivir, aprender, trabajar y querer como seres humanos completos, dificultar sus capacidades para organizarse y reclamar sus derechos” (O’Connell, 1993, citado en Lena y Restrepo 2016:138-139).

Pues yo pienso que no nada más por ser una mujer indígena vamos a ser maltratadas por el hombre. Ahí sí me percaté que hay muchas diferencias, hay más que nada en Totoltepec, porque tienen todavía esa cultura de que los hombres son los que llevan el mando de la casa, y pues quizá es por el mismo rezago —siento yo— o la misma cultura que nos conlleva eso, o la misma educación que ellos también recibieron cuando estaban pequeños. Así ha sido siempre de que el mandato siempre lo lleva el hombre y no la mujer, en todo momento. Bueno, yo así lo veo de que ellas tienen que aguantarse de todo o de todas las cosas que les hacen sus maridos y estar ahí con ellos, y no tienen como que otra salida, no tienen otra opción.

[…]

Desgraciadamente las mujeres indígenas quizás desconocen de las leyes, desconocen qué derechos tienen, también que hay instancias adonde ellas pueden acudir y ayudarlas, quizás en pláticas de cómo llevar mejor las relaciones de hombres y mujeres, o quizás hasta en terapias familiares. Allá en Totoltepec sí hay, me han comentado que sí han ido unos psicólogos por parte del ayuntamiento, pero no le dan seguimiento. Hay uno que sí se metió en problemas, porque le dijo a una señora que definitivamente, bueno, el psicólogo le dijo a la señora que dejara a su esposo y el esposo de la señora se fue y le dijo al psicólogo que por qué se anda metiendo en su vida; y bueno, ya dejó de ir el psicólogo por el temor a que pues cumpla sus amenazas el señor.

 

Hay ocasiones que muchas de las mujeres no hablamos de lo que nos pase en casa o no hablamos por el temor de que nos puede ir peor. Yo tengo un familiar que sí sufre esta situación, sufre de violencia, más sin embargo ella se lo calla, se lo guarda (Lety, mujer na savi, madre y profesora de primaria, 36 años, Tlapa de Comonfort, agosto de 2017).

En el contexto de la Montaña es complicado hablar de las situaciones de violencia cotidiana y las condiciones multifactoriales que coadyuban para que las mujeres se encuentren en condiciones de vulnerabilidad y riesgo. Ellas experimentan el miedo a ser lastimadas de maneras diversas: al interior de su familia (de procedencia o de formación), por sus esposos, por las personas que ofrecen servicios educativos, de salud o de justicia. Por ello, su derecho a una vida debien estar y con más derechos significa una lucha constante y de costos elevados.

En los hospitales así es. Tienes que estar esperando más si no sabes hablar bien el español o no dices nada, porque la gente [que trabaja en los servicios de salud] también si no dices nada mejor para ellos; aunque ahí estés, nada más están dando vueltas de aquí para allá y nomás no te atienden. Tienes que estar muy enfermo para que puedas pasar a urgencias, así casi estarse muriendo, más que las embarazadas son las que dicen ellos que atienden más rápido en los hospitales y pasan más rápido a las que van a dar a luz.

Aunque ya adentro yo siento que no te atienden, nada más te dejan en la camilla y ahí estás esperando, porque yo sufrí mucho con mi niño. Ahí me dejaron en la camilla muchas horas. Yo ya no aguantaba los dolores y ni un doctor se acercaba, y todavía los doctores ahí te insultan si no le echas ganas o no sé cómo lo ven, para ellos es muy fácil. Por ejemplo, cuando yo estaba ya en el parto, yo sentía que no podía, como que se me fue el dolor del parto y ya no sé si estaba con la cabeza del bebé pues, porque me dijo el doctor: “¡Ay pendeja, vas a ma tar a tu hijo!”. Así me dijo el doctor, el cirujano, creo que es. Y en ese momento ni siquiera me dolió lo que me dijo, porque yo estaba mal. Me dijo: “¡Échale ganas pendeja, vas a matar a tu hijo!”. Así me dijo, y ya mejor me ayudaron otros doctores, uno de cada lado, y me apretaba la panza para que saliera el bebé. Yo tenía miedo ahí en el hospital de contestarles mal, pensaba que si les contestaba mal me iban a dejar ahí y yo tenía miedo de morirme. Yo decía prefiero primero hablarles bien, porque si les hablo mal me vayan a atender mal. Todo eso por miedo. Uno no puede hablar a veces, aunque ganas no nos faltan de decir las cosas que queremos, pero por miedo nos quedamos calladas (Ely, mujer mè’phàà, madre y ama de casa, 32 años, Malinaltepec, agosto de 2017).

La violencia obstétrica en la Montaña se eleva cuando, además de los malos tratos por la discriminación, las condiciones de salud de las mujeres se desenvuelven en instituciones con rezago en los servicios médicos y sanitarios, que son también escasos o inexistentes en sus comunidades de origen. Esto las obliga a tener que trasladarse por caminos de terracería con malas condiciones que retrasan la llegada al único hospital general, ubicado en Tlapa de Comonfort. Por ello, “[...] el hecho de recurrir a una institución del sector salud no garantiza la salud ni la vida, porque muchas de las clínicas y hospitales son ‘elefantes blancos’ sin medicamentos, ni equipo y con personal médico insuficiente” (Canabal, 2004:443). A las mujeres se les dificulta todavía más exigir un trato respetuoso y adecuado en los servicios de salud por uno de los elementos estructurales de la discriminación: el idioma; que mengua su rango de acción ante situaciones de maltrato porque nunca se les ha permitido ejercer con normalidad su opción lingüística y son obligadas a hablar en español para acceder a los servicios que por derecho les corresponden.

La pobreza extrema y el analfabetismo se conjugan con el largo proceso de subordinación de su cultura. Este proceso incluye políticas lingüísticas etnocidas, como la castellanización. El escuchar: “tu lengua no sirve” de manera repetida y constante, sin lugar a duda modifica la conducta de los hablantes frente a sí mismos y en sus relaciones con los otros, por la percepción negativa sobre la utilidad de su idioma, lo que los excluye del ámbito público, no así del privado. Por estas condiciones, tratar de eliminar la diversidad lingüística de los espacios públicos ha dado como resultado, entre otras cosas, a una mala atención que se transforma en violencia cuando las mujeres, que generalmente son las encargadas de la salud familiar, son objeto de discriminación y exclusión de los beneficios que les corresponden. La exclusión se agrava cuando ellas no pueden exigir un servicio, un trato justo y respetuoso, o aclarar sus dudas ante procedimientos médicos o legales, porque el idioma no se los permite:

Esa discriminación te marca y te marca muy feo, porque no es lo mismo que a mí me regañe el comisario porque yo no quise cumplir con una cooperación o con un servicio comunitario a que me regañe un médico. Porque yo con el comisario yo me defiendo, yo puedo decir y expresar en el idioma mi parecer o también puedo alegar, porque tienes esa herramienta para defenderte. Una se puede defender con el idioma. Pero que me discrimine un médico gritándome o insultándome y diciéndome que soy floja, que no hago la limpieza y que mis hijos o yo estoy enferma porque soy sucia, o cosas de ese tipo de higiene, es bien complicado. Porque yo no tengo esa herramienta [de la lengua] para defenderme y a veces ni siquiera entiendo el lenguaje con el que me está hablando, y no sé con qué intención me lo dice y ahí está el punto de cómo para la mujer es mucho más difícil acceder a un trato respetuoso (Martha Ramírez, Tlachinollan-Centro de Derechos Humanos de la Montaña, octubre de 2017).

[…]

El lenguaje es primordial en el acceso y la garantía efectiva de los derechos de la mujer. Es básico, pero también crucial, porque en los casos que Tlachinollan ha acompañado a víctimas de violencia, si hay una diferencia entre que a una mujer le tomen su declaración en español o el ministerio público le diga: “No, pues si tú hablas en español, háblame en español, aunque sea poquito”. Es diferente a que ella hable en la lengua y que además cuente con un buen traductor, que eso también es importantísimo, porque un traductor debe conocer la cultura. No pueden ponerte a cualquier traductor. Y ya pasando a ese punto, pues hay varias aristas: no sólo nada más es un traductor, sino es un traductor que conozca tu cultura, que conozca el contexto y que conozca toda esta cuestión de violencia de género.

Sí hemos visto cual es la diferencia: la lengua marca la diferencia entre poder acceder bien a la justicia o no, porque una mujer en su lengua puede expresar claramente lo que pasó, cómo se siente. Pero también ahí hace falta autoridades sensibles, que también eso es algo que no tenemos en nuestra región y es crucial, porque de los casos que hemos acompañado, nos hemos dado cuenta que cuando una mujer cuenta con un traductor, incluso uno que no exactamente conozca bien su cultura, sí ha cambiado mucho lo que declara en el ministerio público a lo que declara en el juzgado (Maribel Pedro, Tlachinollan-Centro de Derechos Humanos de la Montaña, octubre de 2017).

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