Activismo, diversidad y género

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El segundo eje analítico del libro lo hemos intitulado “Las disputas por la autorrepresentación política”, que tuvo como objetivo reunir una serie de trabajos que abordaran los retos y dilemas que conllevan las luchas de las mujeres por la autorrepresentación política y sus disputas para acceder a cargos de representación en los distintos niveles de gobierno, como son las estructuras municipales y en el Congreso de la Unión. Los textos están centrados en discutir y visualizar cómo las mujeres indígenas y no indígenas participan en la construcción del poder en los ámbitos locales, así como sobre la excepcionalidad de su participación en la Cámara de Diputados. Los tres estudios que integran este apartado muestran que independientemente del nivel de gobierno en el que las mujeres participen y sin importar las siglas partidarias con la que disputan un cargo de representación popular, su pertenencia étnica y de género son los ejes articuladores de su quehacer político.

Los tres capítulos que integran este eje temático reflexivo, parten de elaborar una síntesis del sinuoso camino recorrido en los marcos normativos nacionales para arribar al principio de la paridad electoral, recientemente reconocida y ejercida en el ámbito nacional en todos los niveles de gobierno en las pasadas elecciones realizadas en el año 2018. Las autoras están interesadas en documentar experiencias personales y evaluar gestiones de gobierno, para dar cuenta de los enormes retos que enfrentan, primero como sufragistas y después como autoridades o legisladoras. Las experiencias de estas mujeres políticas dan nítida cuenta de los techos de cristal que deben resquebrajar y las enormes violencias que deben enfrentar para ejercer su derecho a participar en la arena pública. Tarea compleja, pues conocemos de sobra las resistencias de las estructuras partidarias para incorporar a las mujeres en sus planillas de candidatos y la larga cauda de simulaciones, corruptelas y violencias que se ejercen para evitar compartir el poder con las mujeres. Siendo este último uno de los principales retos en la arena política; el remontar la cultura patriarcal que continúa colocando a las mujeres en el espacio privado, como reproductoras de la vida, cuidadoras del hogar y el honor, a pesar de que las cifras señalan que su participación en la vida económica es importante, pues más de 30% de la fuerza laboral está constituida por mujeres y de acuerdo con los datos oficiales 30% de los hogares están encabezados por mujeres (Conapo, 2015).

La participación de las mujeres en todos los niveles de la estructura de poder del Estado y en los espacios de toma de decisión son el resultado de un arduo y largo proceso de la lucha colectiva protagonizada por mujeres del país y de todo el mundo, por ello podemos afirmar que su presencia en el campo del poder y la política no es el efecto de una “voluntad política” o dádiva complaciente, es la consecuencia de décadas de disputar un lugar en la política y en la esfera pública. Destacan como actualmente, las mujeres indígenas toman la palabra en diversos escenarios de activismo político, pero al mismo tiempo este activismo las ha hecho objeto de violencias sin parangón. Es decir, son víctimas de la violencia por su activismo en la defensa de sus derechos como mujeres, en la defensa de sus territorios-cuerpo, lo que las coloca con “revoltosas”; esta violencia se ejerce también en el ámbito electoral, que se denomina “violencia política por razón de género”. Lo que significa que la paridad de género, como principio para garantizar “la igualdad” entre hombres y mujeres en el acceso a cargos de representación política no es la gran panacea, debido a que aún seguimos escuchando afirmaciones como “se toma en cuenta a la mujer porque es obligatorio”, “porque así está estipulado en la ley”. De estas problemáticas nos hablan las autoras Laura Valladares y Lizeth Pérez, quienes plasman que a pesar de los grandes avances en materia de paridad de género, esto no se traduce en una promoción y garantía de la igualdad entre los géneros; es decir, que en los cargos de representación pública las mujeres siguen siendo una minoría, por lo tanto, la voz de las mujeres indígenas en la toma de decisiones sigue quedando como un eco que se escucha al fondo de las tribunas del Congreso o de los municipios.

En este sentido, la problemática que expone Laura Valladares alude a que el principio de la paridad de género se ha acotado a normar el derecho a la paridad electoral, pero aún falta mucho para atender la falta de mecanismos jurídicos para hacer efectiva y real (no solamente formal) la representatividad indígena para la edificación de una democracia plural en México. Reflexiona sobre la violencia política contra las mujeres durante el periodo electoral de 2018, y selecciona dos casos paradigmáticos para analizar las resistencias y la oposición de los partidos políticos para pluralizar el poder político en términos de género y étnicos. El primer caso estudiado es la renuncia de 67 candidatas a distintos cargos en el estado de Chiapas, y el segundo corresponde a la elección de l@s 13 diputad@s indígenas en la LXIV Legislatura de la Cámara de Diputados para debatir la representación sustantiva en cuanto a la pertenencia étnica y la representación colectiva. La autora se centra principalmente en el perfil político de la diputada federal de origen mixteco, Irma Juan Carlos, electa en el distrito oaxaqueño de Teotitlán de Flores Magón, para dar cuenta del ensamblaje entre la defensa y compromiso con los derechos de los pueblos indígenas y los derechos de las mujeres indígenas. Para Valladares estos espacios de contienda electoral y de la participación de las mujeres indígenas, denotan, cuáles son los aportes, riesgos y retos, que significa ser minoría en el Congreso. Paralelamente, centrar la mirada en los cargos en el nivel municipal es relevante en el sentido de que son el orden de gobierno en donde el vínculo con los gobernantes o representantes se da cara a cara, existe una mayor cercanía y, en muchos casos, un mayor control y participación de los gobernados. En suma, los casos y seguimiento que nos presenta la autora acerca de la trayectoria de lucha y disputa de las mujeres para llegar a un cargo, dan cuenta de sus gestiones políticas, de algunos cambios muy positivos para la inclusión de las mujeres, pero también para mirar el techo de cristal que limita y entorpece sus gestiones.

Por su parte, Lizeth Pérez se cuestiona ¿por qué hoy que tenemos una legislatura paritaria, las mujeres indígenas no han alcanzado una representación cuantitativa acorde con el porcentaje de mujeres indígenas en el país? Y reflexiona sobre los dilemas que dos legisladoras zapotecas han enfrentado durante sus participaciones en la LXIII Legislatura de la Cámara de Diputados, que corresponde a los años 2015-2018. Las trayectorias políticas de las dos legisladoras demuestran que el hecho de ser mujer indígena no implica necesariamente defender una agenda de carácter étnico, sino implica también promover una agenda comprometida con el avance del reconocimiento y ejercicio de los derechos de los pueblos indígenas. En esta dirección, el reto se encuentra también, según Lizeth Pérez y Laura Valladares, en que la cultura machista hegemónica no se mueve o modifica, por ejemplo, solamente respetando las normas electorales que mandatan, desde 2018, la paridad horizontal y vertical en todos los cargos de representación en la estructura política nacional. Uno de los aportes de este trabajo es el documentar, a través de las iniciativas de ley que han presentado las legisladoras indígenas, cuáles son las temáticas que defienden, cuáles son sus contenidos, y en este sendero logra brindar una mirada cercana a los sentires e identidades de género y étnica que defienden las diputadas indígenas desde su espacio acotado y poco visible.

Finalmente, en este eje temático, Dalia Barrera hace un recuento de cuatro lustros de su experiencia de investigación-acción en torno al acceso y desempeño de mujeres en los cargos de elección en el cabildo (presidentas municipales, síndicas y regidoras) en diversas entidades de nuestro país. Dalia ha sido una de las pocas antropólogas que han dedicado sus esfuerzos analíticos a reflexionar sobre las condiciones que promueven y limitan la participación de las mujeres en el espacio municipal. Ha dado seguimiento tanto a experiencias exitosas de gestión municipal en distintos estados de la república, así como a aquellos casos que son lamentablemente la mayoría, en donde las mujeres que son autoridades deben enfrentar una enorme cantidad de situaciones en las que han debido enfrentar todo tipo de violencias, estigmas, dobles jornadas de trabajo, acoso, entre otras muchas situaciones cuando han ejercido cargos en la estructura municipal. La autora retoma diversos conceptos como “mecanismos de exclusión”, “discriminación y acoso” y “violencia política” en el análisis de los testimonios y experiencias de las mujeres indígenas y no indígenas con las que ha trabajado. Una de las particularidades de la trayectoria de investigación de Dalia Barrera ha sido su trabajo con mujeres en el Grupo Interdisciplinario Mujer, Trabajo y Pobreza (Gimtrap), una asociación civil que promueve el enfoque de género, ofrece asesorías e impulsa estudios e investigación-acción, con el fin de incidir en la construcción de políticas públicas con perspectiva de equidad, diversidad y multiculturalidad. Esta agenda denota el interés por apoyar los procesos de reivindicación que impulsan las mujeres en el ámbito local para impulsar sus agendas y derechos. Como parte de su labor académica y su participación en esta asociación civil ha promovido la realización de múltiples eventos de formación y capacitación, tales como los talleres de sensibilización en equidad de género con distintos gobiernos municipales, así como tres encuentros de presidentas municipales, síndicas y regidoras en tres entidades (Oaxaca, Guerrero y Veracruz); estas valiosas experiencias son el fundamento a partir del cual reflexiona en torno al reto civilizatorio que implica construir un México democrático, con equidad social, étnica y de género, en un contexto de múltiples obstáculos sociales y políticos y de agudización de las violencias estructurales.

 

En el tercer eje, denominado “Rostros y escenarios de la violencia y feminicidio en México”, se reflexiona sobre los escenarios en donde se presenta la cúspide de la violencia ejercida contra las mujeres que es el feminicidio. Dos son los artículos que se dedican a esta problemática.

El primero ha sido preparado por la antropóloga Perla Fragoso, quien parte de la afirmación de que el feminicidio es un problema público que el Estado mexicano debe urgentemente atender. Analiza, desde una mirada crítica, los dispositivos institucionales y legales existentes en el tratamiento de este grave delito que atenta contra la vida de las mujeres. Se trata de un abordaje muy sugerente que parte de un método genealógico para analizar los discursos y prácticas que reconocen en el asesinato de una mujer un crimen misógino. En otras palabras, el texto de Perla Fragoso constituye un ejercicio genealógico, en un sentido foucaultiano, sobre el feminicidio en Chiapas. Para esto, la autora reflexiona a partir de los discursos de dos actores clave: por un lado, las organizaciones de la sociedad civil y, por el otro, el Estado mexicano, representado por los órganos nacionales que emitieron la Declaratoria de Alerta de Violencia de Género contra las Mujeres en el Estado de Chiapas en el año 2016, y por la Fiscalía General de Chiapas, en el contexto de la solicitud de investigación para la Declaratoria de la Alerta de Violencia de Género contra las Mujeres en el año 2013. Si bien, Fragoso nos invita a pensar que en la actualidad algunas mujeres nos atrevemos a señalar y denunciar el horror de las violencias contemporáneas, no todas tenemos una red de mujeres para enfrentar los feminicidios que ocurren día a día en México. Según la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, la violencia contra las mujeres es “cualquier acción u omisión, basada en su género, que les cause daño o sufrimiento psicológico, físico, patrimonial, económico, sexual o la muerte tanto en el ámbito privado, como en el público”. Ahora bien, de acuerdo con el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), en México diez mujeres son asesinadas diariamente, así lo testimoniaron las madres de las víctimas de feminicidio durante la marcha del 8 de marzo de 2020, en el Día Internacional de la Mujer, y quienes como respuesta recibían una potente consigna que se escuchaba desde el sur hasta el norte: “No estás sola”. La declaración de las Alertas de Violencia de Género contra las Mujeres en la mayoría de los estados del país es una muestra de este espinoso y complejo escenario. Por ello, el debate sobre los discursos, normas y realidades cuantificables sobre la violencia feminicida se convierte en una reflexión no sólo pertinente desde nuestra disciplina antropológica, que busca visibilizar y confrontar discursos, así como incidir en la desaparición de este flagelo.

En el mismo eje temático, Susana Flores López desde su posición como feminista indígena, coloca sobre la mesa un tema que ha sido tabú tanto para el campo académico como en el campo político: mujeres indígenas en situación de prostitución. Flores parte desde una antropología feminista y retoma la categoría étnica que le permite explorar diversas vulnerabilidades educativas, económicas y de género a las que están expuestas las mujeres indígenas en el sur de Chiapas. Para la autora, la prostitución representa el espacio donde se expresa la mayor violación a la integridad de la mujer y se aleja de una definición reduccionista que entiende a la prostitución como “el intercambio de sexo por dinero”. Con sólo tres meses de trabajo de campo, Susana viajó a la zona periférica de San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, y logró crear relaciones y vínculos con mujeres indígenas en cuatro cantinas y dos esquinas de hoteles localizados en la “zona roja” de la ciudad. Susana Flores apuesta por un ejercicio etnográfico ético, y desde ahí, es que logra construir consensos con las mujeres en situación de prostitución sobre el uso de nombres ficticios y sobre los testimonios que le compartieron debido al “miedo a ser visibles”. Esta apuesta metodológica sacude las viejas y clásicas formas de hacer etnografía y nos invita a reflexionar: ¿cómo hacer trabajo de campo, desde una mirada de género y comprometida, con las mujeres en situación de prostitución en un corto periodo de campo?, ¿cómo registrar las vivencias de las mujeres tseltales y tsotsiles en situación de prostitución con las vivencias de la antropóloga? Sus pesquisas son el resultado de su trabajo de investigación de maestría en antropología. Este complejo tema abre nuevas líneas de investigación, propuestas por Susana Flores, que van desde mirar los procesos de migración y desplazamiento que llevan a las mujeres y a familias completas a buscar nuevas vidas en contextos extracomunitarios, y sus formas de incorporación en condiciones de marginalidad y exclusión. Por otro lado, centrar la mirada en los espacios citadinos empobrecidos y marginales que generan cinturones de miseria en las ciudades de atracción migratoria. Igualmente, una investigación como la realizada por Susana Flores nos permite mirar la forma en que los sistemas de exclusión y discriminación se reproducen sobre los nuevos habitantes de una ciudad como San Cristóbal de Las Casas. Sin duda es un tema novedoso y relevante que nos lleva a poner la mirada en una realidad que, generalmente, ha estado invisibilizada en los estudios antropológicos sobre los pueblos indígenas, las migraciones y las nuevas urbanidades.

Finalmente, en el último eje temático de este libro colectivo bajo el título de “Pueblos afromexicanos: activismos y reivindicaciones”, se presenta un tópico de suma relevancia que se refiere a la particular historia de los pueblos afrodescendientes en México, que ha sido invisibilizada y negada. Pues ha sido muy reciente, tan sólo hace unas décadas atrás que empieza a ser documentada por las propias mujeres afrodescendientes que, sin duda, nos remontan a la opresión durante el periodo de esclavitud, y hacen énfasis en cómo en este mismo periodo las mujeres sufrían de distintos modos porque no sólo eran vistas como instrumentos para garantizar el crecimiento de la fuerza de trabajo esclava, sino que también eran víctimas del abuso sexual y de otras formas de maltrato (Davis, 2019).

Aunque en este libro no presentamos estudios desde un enfoque histórico, sino más bien desde un enfoque antropológico contemporáneo, es menester mencionar que no se puede conocer un pueblo sin su propia historia y el racismo estructural que ha enfrentado los jóvenes y las mujeres. Es en este sentido que Martiza Urteaga y Alejandra Ramírez presentan cómo los jóvenes afromexicanos de la Costa Chica de Oaxaca se enfrentan a un panorama de múltiples violencias y cuyos efectos los interpelan, tensionan y cuestionan como sujetos de derecho. Las autoras proponen al cuerpo como una herramienta analítica para identificar y comprender los mecanismos y prácticas mediante las que estos jóvenes confrontan las dinámicas de invisibilización, discriminación y criminalización que configuran su experiencia juvenil; y nos demuestran cómo los jóvenes son los principales protagonistas en el proceso de resignificar sus cuerpos para construirlos como cuerpos visibles en espacios como las redes sociales, los bailes, las canchas y la escuela.

Cierra este libro un texto que también se refiere a la población afromexicana del estado de Oaxaca. Se trata de un ensayo escrito a dos manos en un ejercicio de reflexión intercultural y colaborativa en el proceso de investigación antropológica, pues ha sido redactado por María José Lucero Díaz, antropóloga chilena y recién egresada de la maestría en antropología, y por Yolanda Camacho, quien es presidenta de la Colectiva Ña’a Tunda, cuyas miradas y experiencias se conjugan para visibilizar el proceso organizativo de las mujeres afrodescendientes y su lucha por el reconocimiento de los derechos de uno de los pueblos constituyentes de la nación mexicana, y que no habían sido reconocidos como tales, sino hasta hace muy pocos años. En este marco de disputas por el reconocimiento como pueblos y la visibilización de esta diversidad cultural, las mujeres de estos pueblos han transitado por un proceso organizativo en donde han creado y fortalecido una plataforma reivindicativa como mujeres. Se trata de un texto interesante que nos invita a acercarnos el tema de los derechos de los pueblos afromexicanos y sus mujeres desde sus propias experiencias, cuyo proceso reivindicativo se ha consolidado a través del vínculo y la organización de diferentes eventos y espacios de debate en los pueblos y comunidades afromexicanas de la Costa Chica de Guerrero y las existentes en el estado de Oaxaca. Este texto nos ayuda a acercarnos a la forma en que dichos pueblos van transitando en su proceso de construirse como actores colectivos que demandan al Estado mexicano su reconocimiento como pueblos diferenciados cultural y socialmente del resto de las etnias que constituyen el mosaico étnico y cultural de la nación mexicana. Podemos constatar cómo el proceso organizativo que vive tiene su paralelo con los procesos de reivindicación étnica que aparecieron de forma vigorosa desde la década de 1990 entre los pueblos indígenas. En este mismo sentido, nos parece que los debates sobre autonomía, derechos y cultura arriban a los pueblos afromexicanos, ampliándose a los derechos de las propias minorías existentes en sus comunidades, como es el caso de los jóvenes descritos en el capítulo previo, mientras que en éste el lente analítico está colocado en los procesos organizativos de las mujeres, como actoras que si bien reivindican su pertenencia a un pueblo, cuestionan igualmente las desigualdades y violencias existentes. Finalmente, nos parece que este capítulo muestra también una expresión de la nuevas relaciones que se establecen entre antropólogos y actor@s sociales; relación o estrategia colaborativa que no es sencilla pues los tiempos, intereses y objetivos de los antropólog@s y los de las actor@s sociales no siempre coinciden, afortunadamente en este caso se alinearon los tiempos e intereses y nos brindan un texto muy sugerente para acercarnos a los procesos organizativos de las mujeres a través de la Colectiva Ña’a Tunda.

Después de más de una década de lucha colectiva protagonizada por pueblos afros, organizaciones civiles y académicas comprometidas, se logró que en agosto de 2019 se reformara el artículo 2º constitucional, en donde se reconoce a la población afromexicana como parte de la composición pluricultural de la nación, con el fin de garantizar su libre autodeterminación, autonomía, desarrollo e inclusión social. Yolanda Camacho, junto con la Colectiva, ha recorrido un arduo camino para exigir al Estado mexicano que tome en cuenta las demandas políticas y la agenda de las mujeres afromexicanas desde una perspectiva de género, en todas las políticas públicas que tienen como objetivo terminar con el racismo y las formas conexas de intolerancia. Asimismo, se ha dedicado por años junto con muchas mujeres a interpelar y hacer frente a las múltiples violencias que se viven en el país, particularmente en Oaxaca. Por esto, la Colectiva ha tenido gran importancia en el fortalecimiento de la identidad afromexicana. Recordemos que además de este gran paso en el reconocimiento constitucional, se logró que en el censo poblacional realizado por el INEGI en 2020 se considerara, por primera vez, a la población afromexicana; su antecedente se remonta al intercensal de 2015, en el que quedó incorporada una pregunta sobre la pertenencia a un pueblo afromexicano como un ejercicio piloto.

En definitiva, las autoras que aquí escribimos compartimos una ideología de justicia frente al contexto de violencia estructural que vivimos en el país. Ahora, las mujeres exponemos no sólo nuestro cuerpo, sino también nuestras vidas para hacer frente a las violencias contra las mujeres, pero como decían en el marco del #YoSoy132: “Nos quieren enterrar, pero se les olvida que somos semillas”, o como lo ha expresado Dolores Cacuango, “somos como la paja del páramo que se arranca y vuelve a crecer y de paja de páramo sembraremos el mundo”.

Laura R. Valladares de la Cruz

Gema Tabares Merino