Interculturalidad, arte y saberes tradicionales

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Formación de las tradiciones

Todos los componentes de la vida social tienen un origen y un contenido histórico. Algunos de ellos se distinguen por su paso efímero en el medio colectivo; otros, por el contrario, perduran y desbordan a la generación que los formó, convirtiéndose en legado que puede consolidarse en el futuro. La permanencia de objetos y actos heredados implica tanto una aceptación como un hábito respecto de los mismos. Cuando la vida de varias generaciones sociales sucede en el entorno de la aceptación y el hábito de esos objetos y actos heredados, estamos ante la formación de una tradición. Un punto de vista sensato en este sentido es considerar al menos tres a cuatro generaciones de vigencia de tales experiencias sociales para suponer que constituyen una tradición y no solamente un aprendizaje ligado a usos domésticos o circunstanciales. La socialidad y perduración caracterizan el orbe de lo tradicional, puesto que la tradición acontece mediante el traslado histórico de elementos que han sido creados en un contexto distinto al que los recibe y mantiene. Es un proceso de apropiación de lo que no se ha creado en el presente.

En tanto es pervivencia de lo previo, la tradición es también una imposición de los ancestros, así sea de modo no deliberado o incluso inconsciente. Eso desde el punto de vista de las intenciones. Desde el lado de la estructura social, la tradición pasa a formar parte de la institucionalidad, tanto respecto de las relaciones entre personas y grupos como en las instancias mismas de gobierno y de poder. Tal sería el caso de las religiones, que implican una intención salvífica a la vez que norman las relaciones y constituyen una institucionalidad.

Para convertirse en tradición, los componentes culturales tienen como fundamento la significación, es decir, contienen elementos que le parecen significativos en algún respecto a la generación que los crea y a las sucesivas generaciones que los mantienen vigentes, así sea por razones distintas. En todo caso, la conformación de tradiciones implica la continuidad no sólo del componente cultural en cuestión sino, además, de su significado en el orden temporal.

Un modelo de análisis

A la vista de la perduración de las significaciones, los diversos estratos de la vida social presentan una desigualdad importante en cuanto a la antigüedad de sus tradiciones y la extensión poblacional de las mismas. Esa diferenciación implica desplazamientos de lo tradicional en términos de tiempo y de público. Por ello, notamos que todo contenido cultural tuvo un origen en cierto momento y ha permanecido vigente a lo largo de un lapso determinado; a su vez, ese origen y permanencia se deben a un organismo social específico y a una cierta cantidad de partidarios en subsecuentes momentos.

Si cruzamos las variables de tiempo y población con el alcance de las significaciones, podemos aventurar un modelo de análisis que delimite las convivencias de distintas órbitas culturales dentro de una misma circunstancia social.54

Antes de proceder al asunto de los desplazamientos de las significaciones, convendrá esquematizar las relaciones entre los puntos que intervienen cuando se pretende un panorama general de las condiciones en las que sucede el proceso de significar. Como caso de aplicación se hace referencia al arte, puesto que las artes se presentan como elementos culturales de alta significación y sus dinámicas son bastante ejemplares dentro del cuerpo social. En ese entendido, con vistas a su posible aplicación a todos los órdenes culturales, suponemos la manifestación artística como un proceso de significación en cuyo esquema general convergen dos esferas en tres niveles: contexto de origen/contexto de destino, creador/público y plasmación/recepción; todo eso enmarcado en coordenadas específicas entre un eje histórico o diacrónico y uno social o sincrónico.

Solamente hay que añadir que la relación entre ambos contextos dentro de las coordenadas sociohistóricas se entiende en parámetros de tiempo y significación, pues las identificaciones de las comunidades con los signos culturales varían conforme a su proyectividad temporal. En ese entendido, la significación (s) se acumularía en una sumatoria (S) cuyos factores son los distintos tiempos (T) de pervivencia y asimilación del significado. Siendo el momento de la creación del significado originario un tiempo cero (T0), el resto de los tiempos de significación histórica acumulados (T1 T2 T3 ... Tn) nos conducirían al rango actual de significación del correspondiente aspecto cultural. La formulación de esta relación puede ser útil, pues la significación del componente tradicional se consideraría como la sumatoria de las variaciones temporales acumuladas en el desplazamiento del contexto de origen hacia el de destino así:

σ = Σ T0 ... Tn

Un sencillo diagrama lo presentaría en conjunto del siguiente modo:


Gráfico 1. Esquema general del proceso del arte.

Como se dijo previamente, el arte sería un caso óptimo para la aplicación del esquema precedente. Tomemos como ejemplo la novela clásica de Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha. El tiempo cero es el de la creación de la obra, o si se quiere mayor objetividad, el momento de la primera edición. Esto es claro porque las sucesivas ediciones o correcciones se plantean de frente a aquella inicial. La ubicación del contexto en que se constituye la obra nos brinda la precisión de las condiciones más generales en que es posible su surgimiento. En este punto se consideran cosas como el humanismo, el barroco, la Contrarreforma y la lucha por la hegemonía católica ante el islam, la geopolítica y su flanco militar, entre otras que sobredeterminan al autor.

El segundo nivel corresponde al proceso vital del creador de la obra, Miguel de Cervantes, conformado a partir de su biografía, sus aspiraciones literarias y laborales, su tiempo en las prisiones, su pertenencia al ejército, etcétera.

El nivel más básico es el de la plasmación de la novela como acto y como objeto, pues tuvo que ser escrita para darle sitio entre las manifestaciones de la cultura. Además, dicha escritura sucedió conforme a una técnica que es apreciable en el estado de cosa de la novela.

En correspondencia, la otra esfera muestra el contexto de destino, el cual puede ser, digamos, nuestro tiempo. En la actualidad habría que considerar elementos como la cultura digital y los dispositivos informáticos, la hegemonía de la sociedad democrática, el lugar del arte ante el capitalismo trasnacional, entre otros componentes que sobredeterminan a quienes leen actualmente El Quijote. Quienes leen esa novela hoy constituyen su público y son, dentro del cuerpo social, depositarios de una tradición de siglos. Por eso mismo, en la base de la segunda esfera se deberá comprender todo aquello relativo a la recepción de la novela: su disponibilidad en la circulación cultural, el conocimiento del idioma, la persistencia en el universo imaginario propio del relato que presenta, y así sucesivamente.

Dado que las coordenadas de lo histórico y lo social enmarcan la diacronía y sincronía del acontecimiento en cuestión, vemos la relevancia de la acumulación temporal de sus variaciones de significación. En el caso de la novela que mencionamos, el tiempo cero, en tanto corte vertical de su contexto, su creador y su plasmación técnica, corresponde a un momento en que la novela, antes inexistente, surge en la disponibilidad social de significaciones estéticas. El autor es un soldado con ciertas vinculaciones en el medio literario. La obra es una novela bufa en torno a la ubicación real de un personaje que quiere ser análogo a los increíbles caballeros andantes. Los sucesivos tiempos de lectura consignados en subsecuentes ediciones, estudios, ensayos o traducciones nos demuestran un ascenso social e histórico de la significación de la novela respecto del contexto original: la mofa escrita por un soldado se ha convertido en la obra maestra creada por el genio de Cervantes, es decir, si se lee esa novela en nuestro tiempo es porque ha ganado valor de significación cultural como un texto clásico, y no, desde luego, sólo por ser una historia cómica inventada por un soldado de otro siglo. Lo que representa en términos culturales esa novela se explica por la sumatoria de las muchas variaciones que la sucesiva recepción ha incorporado, de tal modo que el valor que tenía en su tiempo de origen ha quedado imbuido en el actual tiempo enésimo en el que leemos la novela como un corpus complejamente imbricado, a pesar de que la configuren exactamente las mismas palabras que en el instante de su escritura.

Pues bien, esas coordenadas y esferas nos conducen a tres órdenes de significación, que es lo que nos interesa al final. Continuando la aplicación a las artes, diríamos que el primero de ellos se compone de actos y objetos cuyo significado pervive dentro de la comunidad, y en ella se reproduce y mantiene en un tiempo de larga duración. Por lo mismo, su origen es difuso y tiende a conservarse anónimo en cada instancia que lo actualiza. Su significación persiste en procura de cambiar lo menos posible. Las artes folclóricas son representantes adecuadas de este tipo de significación cultural: las coreografías autóctonas, por ejemplo, siguen presentándose en festividades religiosas o conmemorativas con las mismas figuras y grupos con que lo hicieron hace muchas décadas o incluso siglos, transmitidos de una generación a otra, sin que alguien en particular se arrogue el mérito de esa creación.

 

El segundo orden, en cambio, tiene un origen definido y cercano. Lejos de ser anónimo, insiste en vincular esa creación a un autor específico. Aunque no es producido en el seno de la comunidad, sí es consumida ampliamente por ésta. De ahí que la significación cultural de esos actos u objetos aumente de forma drástica en un lapso breve. Sin embargo, debido a la ausencia de arraigo en la comunidad –a la que ha llegado como formulación externa– esa significación desciende igualmente rápido, de modo que en poco tiempo llega a minimizarse o desaparecer. Ejemplo de esto podría ser la música popular, que se escucha en diversos medios con un posicionamiento creciente hasta verterse en una moda o, al menos, en una referencia social amplia. Así, las canciones de un cierto compositor popular se ven aumentadas en su significado cultural, potenciado por los medios, escuchadas y reiteradas en vastos grupos sociales; pero aun antes de morir la persona, el significado de aquellas composiciones deja de subsistir en la masa que le había dado rango y expansión. De allí que la canción folclórica “Las mañanitas” se siga cantando en cada cumpleaños, mientras las canciones de Agustín Lara, que fueron imprescindibles en la sentimentalidad social de su momento, disminuyen en su frecuencia presencial con tendencia a desaparecer.

El tercer orden de significación compete a aquellos actos y objetos que son apropiados por una élite ilustrada para el cultivo de su propio estatus. Allí se encuentran las invenciones más vanguardistas de cada época a la par que las supervivencias más exóticas de las culturas del pasado. En su ámbito permite la inserción de cosas tanto anónimas como nominales, o bien procedentes de la tradición ancestral o de la moda más presente. Lo importante en este tercer orden es que la élite se vea reflejada en su propia elección de lo distintivo, de lo que se sustrae a la creación originada por las comunidades o al consumo masivo de lo efímero. Ese distintivo adquiere un carácter de perdurabilidad muy distinto del folclórico, puesto que la significación no tiende a permanecer sino a incrementarse. El ejemplo de ello serían las bellas artes –que se denominan también arte culto–, pues en ellas a los objetos de la invención se añaden invenciones interpretativas de nuevo sentido. En este caso, una composición musical del Barroco o un jarrón Ming mantienen para esa élite un significado cultural muy superior al del contexto en el cual se originaron dichas obras, puesto que al acontecimiento creador del sentido se le dispone un aparato de agregaciones que lo fortalece y amplifica, aunque para un grupo socialmente reducido de receptores.

La esquematización y el apretado ejemplo novelesco que hemos ofrecido, así como la consideración de los órdenes de la significación, serían útiles para entender la formación de las tradiciones y, para lo que nos ocupa aquí, el lugar de los significados culturales que denominamos bajo el término de folclor.

Lo que es el folclor

El folclor, desde luego, es la parte más honda de la tradición, sólo superada por las tendencias pesadas de carácter civilizatorio, las cuales provienen de milenios y son, en el sentido más puntual, el limo que alimenta al folclor. Se podría aducir que el folclor es el sustrato de la cultura y la manifestación particular de la absorción comunitaria de los ejes de la civilización.

Pongamos por caso, entre los elementos de larga duración que fundan la formulación civilizada, el lenguaje: la expresión y la comunicación idiomáticas se encuentran desarrolladas en todos los sitios y épocas en que se asienta la humanidad, y así como la lengua se extiende y universaliza, el habla confiere el tinte propio a los usos de la lengua según lo aprenden las comunidades, en esa tensión entre preservar las modalidades del decir y acuñarle giros nuevos que responden a experiencias no heredadas. El lenguaje es una tendencia pesada de la civilización; el habla peculiar de regiones o grupos expresa en forma particular cómo han absorbido el eje del lenguaje. Si esa formación peculiar se transmite y perdura a través de varias generaciones, tendremos un auténtico caso de habla folclórica.

Situemos dos ejemplos al respecto de lo dicho. Uno tiene que ver con canciones, poemas y otras verbalizaciones rituales que hemos podido constatar, y el otro apunta hacia la crisis de la verbalización en comunidades mermadas. En el primero de ellos, es notoria una supervivencia de composiciones literarias en lengua ladina, probablemente de origen y transmisión sefardita, utilizadas todavía en ceremonias judías conducidas en inglés (excepto por esas partes en ladino), así como textos escritos por poetas europeos contemporáneos que rescatan las palabras que escucharon de sus ancestros. El otro caso es el de los lenguajes en vías de extinción debido a que no se han transmitido a los jóvenes del grupo, que no asignan valor al lenguaje previo de la comunidad o desisten de permanecer en el entorno en que esa lengua tiene sentido práctico. En el extremo de este segundo ejemplo, en un pueblo nórdico hace unos pocos años sólo quedaban vivos dos ancianos que conocían y usaban el dialecto de su localidad, con el agravante de que llevaban bastante tiempo sin hablarse entre ellos debido a rencillas locales. En este sentido, el habla folclórica se mantiene entre un resurgimiento de hablar lo que no se habla más y un declinar a causa de que los hablantes no utilizan más su lengua.55

Si bien atendimos al aspecto del lenguaje gracias a su carácter paradigmático y evidente, la proyección de la tradición sobre el presente acontece también en los demás ámbitos del espectro cultural. En un apartado previo se justificó un criterio de significación para ubicar al folclor, ejemplificado con las artes. De lo presentado se desprende que el folclor tiene una raíz comunitaria y anónima con un sentido persistente y reiterativo durante un tiempo extenso.

En esa dirección, se podría caracterizar al folclor como aquel conjunto de objetos, actos y significaciones culturales anónimas que tienden a permanecer como patrimonio comunitario durante múltiples generaciones y repetirse en sus rasgos más distintivos, procurando la mayor continuidad de su sentido y la menor variación de sus componentes.

Elitismo del significado de las manifestaciones folclóricas

Por definición, el folclor es excluyente. No pertenece en principio a todas las comunidades sino a la que sustenta su significación. Tampoco puede basarse en lo individual, puesto que nadie puede otorgarse a sí mismo en su actualidad una tradición. Así, lo que es exclusivo de una comunidad se cierra para las demás. En tanto es una configuración distintiva, el folclor distingue a su comunidad depositaria tanto como a las élites de la sensibilidad las distingue la apropiación de la invención continua del sentido. Entonces, una paradoja se hace visible en el folclor: es necesariamente elitista, es decir, sólo puede darse con autenticidad en el interior de la comunidad que lo ha creado o adoptado con todas sus implicaciones de anonimato y pervivencia. Las manifestaciones folclóricas sólo pertenecen a ciertas comunidades, en las demás es notoria la exterioridad y el desarraigo, o incluso la imposición de aquello que no le confiere identidad a su tradición. Sin embargo, no obsta para que en el futuro esa exterioridad se interiorice, constituyendo una fórmula válida del folclor propio de esa comunidad; pero en cualquier actualidad, la calidad de algo folclórico se opone al resto de condiciones folclóricas de otras comunidades y, en términos generales, se opone también a la cultura de masas. Aducimos como ejemplos las músicas centenarias en cada país: la música abajeña mexicana difiere de la música tradicional yucateca, o las fórmulas de la marinera en la costa de Perú se distinguen de la música folclórica de las comunidades andinas. La identidad creada por esa diferencia señala hacia la comunidad que la crea o mantiene para sí, actitud que niega la autenticidad de toda expresión fuera de la comunidad. Esa exclusividad de la identidad apunta hacia un elitismo, cifrado inicialmente en la cantidad de usuarios del significado en cuestión.

Y es que las comunidades cuentan con sus expresiones autóctonas como una riqueza. Propiamente, se produce la creación de un capital cultural folclórico del cual las comunidades disponen para varios efectos, tales como la cohesión intergeneracional, la unidad ante el relato del pasado, el lazo social o el resguardo frente a manifestaciones culturales externas, entre otros. Por su carácter, el folclor es un capital que únicamente sirve para fines internos de cada comunidad; al expresarse hacia afuera de ellas, diverge su potencial y se devalúa en autenticidad cultural y en uso social. En otras palabras, quien expresa su tradición folclórica fuera de la comunidad de usuarios originales no establece con su nuevo público nexos como los que suceden al efectuarse la manifestación cultural dentro del grupo originario. Tintes de falsedad cultural acompañan la exteriorización folclórica. De allí su rasgo elitista, excluyente y privado a pesar de tratarse de un indudable valor colectivo.

El ascenso de la cultura de masas

El folclor, por su ser mismo, resiste los intentos de exportación y niega la patente de origen a quienes pretendan extraerlo de las comunidades que lo resguardan, eso garantiza la base de capital cultural que representa. No obstante, el último siglo ha visto nacer en toda su expansión la cultura de masas, fórmula de manifestación privilegiada por la sociedad mundializada, la cual, como se estableció en un apartado previo, impulsa en particular a ciertos actores sociales nominales para producir significados a ser consumidos por el resto del grupo, ascendiendo en importancia durante un lapso breve y desapareciendo del panorama general en un tiempo igualmente fugaz. Este significado popular, que está vinculado a la moda y a la transnacionalización, tiene sus propios recursos de imposición, contrapuestos a los del folclor.

Como se señaló anteriormente, el folclor resiste ser llevado hacia ámbitos extracomunitarios, lo cual garantiza la supervivencia dentro de su núcleo: ese capital cultural no corre riesgos al salir, pues su riqueza está garantizada por la gente que se identifica como perteneciente al grupo. Sin embargo, la cultura de masas, que por eso mismo no se opone directamente al folclor, produce un efecto de fondo operante en contra de éste.

El procedimiento –que bien podemos llamar disolución del capital cultural folclórico– resuelve los significados sin combatir el sentido de las comunidades originarias, lo hace otorgando valores diversos a los individuos que las componen. En ese entendido, el folclor sigue garantizado por quienes se identifican con esa comunidad; el fenómeno acontecido es que los individuos dejan de identificarse con esa comunidad y, por lo tanto, dejan de aportarle la indispensable pertenencia. El resultado es un debilitamiento del folclor causado por el debilitamiento del lazo comunitario, esto es, la cultura de masas no ataca directamente al folclor sino que socava la base comunitaria dentro de la que obligadamente éste había vivido y la cual necesita para subsistir. Al resquebrajarse las comunidades tradicionales, el folclor deja de tener el suministro de usuarios que mantenían su sentido a lo largo del tiempo.

Nuevas modas y usos comienzan dividiendo las identidades comunitarias hasta desfigurarlas, y junto con ello las integran en una comunidad mundializada de consumo de significados efímeros. Hemos sido testigos de comunidades rurales de raigambre autóctona invadidas por el retorno de quienes migraron hacia Estados Unidos. Allí las mujeres, que permanecieron en espera de los hombres que fueron a buscar fortuna “al norte”, mantienen una indumentaria ancestral, con faldas sedosas de colores muy intensos, significando los colores y cintas un estatus específico (vida, soltera, casada, casadera, etcétera); en cambio los hombres portan indumentarias de estilo marginal urbano de California, así como tatuajes, corte de pelo, lentes, aparatos de música y otros apósitos culturales que muestran con claridad la escisión de las identidades dentro del grupo. Como notamos, la cultura de masas no ataca al folclor específico de esa comunidad, sino que atrae individuos para que dejen de pertenecer a su núcleo originario y se integren a una comunidad internacional de consumidores de lo mismo en lapsos de transformación dirigidos y muy breves. Tal como sucede en la economía, la descapitalización de los pueblos hace insostenible su modo de vida tradicional. Entonces, el significado folclórico culmina su presencia histórica al disolverse su capital cultural por falta de partícipes sociales que lo sustenten.