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Perspectivas Críticas de la Contabilidad Contemporánea

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Como suele suceder con la emergencia y consolidación de un nuevo enfoque en el campo de las disciplinas, es que este se ordene a partir de las visiones más ortodoxas (corriente principal-mainstream) a expensas de las miradas más heterodoxas, tal como lo evidencia Rodríguez (2001). En la primera visión, el pensamiento económico neoclásico se torna dominante, en particular, por la importancia atribuida a dos de sus asunciones básicas. En una se subraya que “el agente económico es un individuo racional que persigue su interés individual, lo que técnicamente lo convierte en un maximizador de la utilidad o la ganancia”; en la otra se advierte que “el mercado es la interacción social que hace posible que estas decisiones sean mutuamente compatibles” (Orléan, citado en Rodríguez, 2001, p. 54).

Es gracias a los aportes de Ronald Coase que la economía institucional logra desanudar la complejidad de las relaciones de negociación involucradas en los procesos de intercambio. Coase señala que las fricciones cuya ocurrencia se torna frecuente tiene en los contratos un mecanismo de coordinación que facilita se reduzcan los costos de transacción. A diferencia de la mirada neoclásica, estos costos no son de valor cero. En tal sentido, Coase avanza en considerar a la empresa como un mecanismo alternativo al mercado; si este último implica una organización descentralizada, la empresa, por su parte, está centralizada mediante la intervención y actuación de estructuras jerárquicas (Rodríguez, 2001).

Por otra parte, existen aportes en la economía institucional que favorecen una concepción interdisciplinar, al interior de la corriente principal del pensamiento económico. En este caso, los trabajos de Kenneth Arrow aportan al tratamiento de los problemas de información e incertidumbre; aspectos que eran ignorados por los modelos de equilibrio en sobre los cuales se basa el análisis neoclásico. Asimismo, Oliver Williamson (1989) provee al enfoque institucional con una comprensión más sustantiva del papel de los costos de transacción, en particular, porque las instituciones afectan la dinámica ex post de los contratos. Por último, Douglas North avanza en dotar al análisis institucional con la adecuación de la economía al factor tiempo, a saber, de la historia y su imbricación con el desarrollo económico. En este caso, North indica cómo el factor tiempo actúa sobre las instituciones y sobre una dimensión ausente en la mirada neoclásica: el cambio institucional. Aunque el enfoque institucional no se reduce a estos autores, sus aportes teórico-metodológicos resultan sustantivos a la corriente principal del pensamiento económico (Rodríguez, 2001).

En el caso de aproximaciones heterodoxas que se ocupan de comprender el rol asumido por las instituciones en los procesos de intercambio, el énfasis es puesto sobre los agentes y/o actores sociales, quienes son los que desarrollan la dinámica económica, intervienen en los procesos de intercambio y, como tal, son los que propician las tensiones y conflictos derivados de sus encuentros. Según tales enfoques, sus intervenciones analíticas son el resultado de diversas articulaciones entre “la teoría de las convenciones, la escuela de la regulación y los recientes desarrollos de la sociología económica asociados a Mark Granovetter y Pierre Bourdieu” (Rodríguez, 2001, p. 63). Lo anterior permite que se puedan diferenciar la visión ortodoxa de la heterodoxa sobre las instituciones, pues si en las primeras estas existen en tanto que favorecen y hacen posible la eficiencia de los mercados; en las segundas, el papel de las instituciones se lo enmarca como parte sustantiva de las estructuras sociales. Así pues, son construcciones sociales que dinamizan el funcionamiento de las sociedades, con lo cual su origen es el resultado de procesos de larga duración y, en el caso de aquellas que emergieran con y desde la época moderna, resultan “[…] modeladas por el régimen de acumulación” (Rodríguez, 2001, p. 66).

En el marco de una comprensión heterodoxa del papel desempeñado por las instituciones, algunos autores, entre ellos, Caballero (2004), García (2005), Rivas (2003), Urbano et al. (2005; 2007), y Valle (2001), han insistido en que el enfoque institucional en economía ha mutado, como consecuencia de la diversidad de escuelas que lo desarrollan, en especial, por el énfasis diferenciado acerca de la significación de las instituciones y de las organizaciones que, en su interacción e iteración, dan forma a los procesos de intercambio. Por ello, el interés que aquí subyace no es solo de reconstruir los elementos primordiales de las corrientes ortodoxa y heterodoxa que se han ocupado de la mirada institucional en economía; más bien, lo crucial se devela en el acento puesto a la existencia misma de las instituciones. Es decir, en las concepciones que, aunque diferenciadas en la forma de sus aproximaciones, son convergentes en la idea según la cual las organizaciones mantienen una relación de codependencia con las instituciones. En términos de su función antropológica, el sentido constituido de las organizaciones es el resultado de la acción instituyente de las instituciones.

Sin embargo, es importante que se puedan indicar algunas diferencias al interior de la mirada económica de las instituciones. En el caso de Urbano et al. (2005, 2007), por ejemplo, proponen ubicar estas diferencias por intermedio de una taxonomía generacional. En la primera generación, caracterizada por su variedad de enfoques y de autores, contando incluso con entrecruzamientos disciplinares (como es el caso de la antropología de Thorstein Veblen y la estadística de Wesley Mitchell, cuya incorporación resignifica el núcleo duro de la economía) propician así las bases para una aproximación interdisciplinar. En el caso del trabajo de Veblen, este conceptúa a las instituciones como “pautas comunes y predecibles del comportamiento en sociedad, incluyendo los hábitos de pensamiento y de acción generalmente compartidos” (Veblen citado por Urbano et al., 2007, p. 185). Tal consideración resulta estratégica, porque es aquí en donde se cuecen las bases para que el pensamiento económico, según su aproximación institucional, se provea de unas nuevas categorías conceptuales que amplían la comprensión de la realidad social, en términos económicos. Mejor aún, gracias a dichos entrecruzacimientos, la economía ya no es más vista según la concepción estática y sin fricciones propia de la concepción neoclásica. En efecto, esta primera generación, que se destaca por su encuentro y atravesamiento con los cuerpos conceptuales de disciplinas como la antropología cultural, como sucedió con los aportes de Veblen, avanza en la comprensión de la dimensión estrictamente cultural en la que se encuentra entramado el cambio institucional, y con los trabajos de Mitchell, alcanza la emergencia de la econometría. Así, Urbano et al. (2007) destacan sobre esta generación:

La primera generación de institucionalistas compartió el interés por el análisis de las instituciones, su evolución y el cambio institucional, así como la preocupación por el estudio de los problemas sociales y económicos desde una perspectiva crítica y con vistas a una propuesta de reforma social. (p. 187).

El aparecimiento de la segunda generación, entre quienes se destacan Clarence Ayres, Gunnar Mydal y John Galbraith, ha sido designada como economía neoinstitucional e introduce cambios significativos con respecto a la primera. En este momento, los trabajos se orientan al campo político y cómo este interviene, en términos institucionales, la dinámica económica, es decir, en lo que en esta corriente también empezó a ser considerado como “el capitalismo dirigido” (Urbano et al., 2007, p. 187). Los autores de esta perspectiva se decantaron por resignificar algunas categorías centrales del análisis institucional, a partir de su intercepción con el campo de las humanidades, contribuyendo así a contar con una comprensión más amplia de la realidad social y del conflicto y tensiones que les son constitutivos. En efecto, la relevancia atribuida a la identificación de tales dimensiones de lo social, se traducen, según su impacto, en el desempeño de la dinámica económica. Por esta razón, también se puede indicar que esa nueva generación es una prolongación de la primera generación. Sin embargo, ofreció un marco analítico para hacerle frente a los problemas sociales de su época (Urbano et al., 2007).

Por último, a la tercera generación se la ha identificado como nueva economía institucional. Al respecto, Urbano et al. (2005; 2007) sostienen que dicha generación está conformada, a su vez, por dos perspectivas: la economía del derecho y la nueva historia económica. Ambas cuentan con dos economistas laureados: Oliver Williamson y Douglas North. En el caso de los aportes de Williamson, que tienen como punto de partida continuar el trabajo iniciado por Coase, este pone en el centro del análisis institucional la cuestión de los costos de transacción y sus efectos sobre las formas contractuales en que se coordinan los intercambios. En dichas contribuciones se enfatiza, al igual que sucedieran con los aportes de la segunda generación, la articulación del análisis económico con otras disciplinas, en particular con el derecho contractual y la teoría de las organizaciones (García, 2005; Urbano et al. 2007). Por otro lado, el trabajo de North se orienta hacia la comprensión y análisis del cambio institucional. Así, este enfoque le confiere un papel central a la dimensión histórica sobre la dinámica económica, lo que ocasiona se deban reformular aquellas tesis neoclásicas que forcluyen la dimensión diacrónica y que impiden se advierta que lo social, en modo alguno, supone un mundo sin fricciones y estático, en donde se imposibilita localizar qué cambia y por qué (North, 1998; Urbano et al., 2005). En definitiva, la tercera generación “respeta los elementos esenciales de la economía ortodoxa, pero incorpora los costes de transacción además de las restricciones de los derechos de propiedad” (Urbano et al., 2007, p. 191).

 

Este recorrido por el pensamiento económico que se ha ocupado por establecer el vínculo entre las instituciones y las organizaciones permite colegir una cuestión central: las organizaciones no emergen ni pueden sostenerse por sí mismas, dependen de su sujeción al ámbito institucional en el que surgen y donde tienen lugar sus prácticas y modos de ser. Dicho en otros términos, las organizaciones en modo alguno emergen de forma ex nihilo; más bien, requieren de condiciones de posibilidad que el ámbito institucional instituye para que, allí, se produzca su advenimiento6. Sin embargo, el límite entre lo organizacional y lo institucional no siempre se advierte con facilidad, y esta consideración suele perderse de vista por el análisis económico. Las instituciones, sean formales e informales (North, 1998), no solo instituyen las condiciones de posibilidad para que emerjan las organizaciones, sino que, una vez estas son instituidas, las instituciones penetran el ámbito organizacional, actúan desde dentro y no solo como un afuera que ejerce presión. Asimismo, las prácticas organizacionales pueden forzar y tornarse agentes que dislocan, primero, y modifican, después, al ámbito institucional, toda vez que las reglas que son las instituciones se deben a su carácter histórico y contingente. Con esto, la posibilidad de cambio queda inscrita en la capacidad de agencia de los agentes sociales, para producir nuevas formas del contrato social7.

Si bien North (1998) considera que el cambio en las instituciones se desarrolla de manera diferenciada, a saber, el cambio en las instituciones formales tiene mayor posibilidad de ocurrencia que en el caso de las instituciones informales, en particular porque estas últimas se hayan integradas no como parte del ordenamiento jurídico, sino como reglas reprimidas a nivel cultural. Esta cuestión es central para comenzar a elucidar en qué planos se sitúa la contabilidad, según su doble naturaleza como práctica social y práctica institucional. Teniendo en cuenta estos términos, los modos en que se construye la representación acerca de la idea y el sentido de la contabilidad, además de haber sido impactados por los planteamientos de la economía institucional, han tenido una influencia significativa del campo de la sociología económica que estableció algunos elementos sustantivos que dieron lugar a la conceptualización diferenciadora entre la cuestión macrosocial (maso), la contabilidad como una práctica institucional, y la cuestión microsocial (meso), la contabilidad como una práctica social8.

Establecer este vínculo genealógico con el pensamiento económico hace posible, en parte, indicar que uno de los aportes más notorios que se deriva de las tradiciones institucionales para conceptualizar a la contabilidad en su comprensión relacional, es decir, situarla como un elemento más que deriva su identidad del sistema de relaciones al que se encuentra sujetada. En este sentido, lo que es o no contabilidad se define al interior de un esquema de relaciones sociales; que, en modo alguno, alcanza su significación por sí misma y por fuera de un orden institucional, para fijar las coordenadas para pensar, decir y hacer contabilidad9.

La articulación contabilidad, organizaciones e instituciones

Se ha insistido en la necesidad de advertir a la contabilidad como un fenómeno social más, y menos como una disciplina. Esto implica considerar una distancia con aquellas conceptualizaciones que se han ocupado, más bien, de conceptuar a la contabilidad al margen de su constitución en y por lo social. Planteado en estos términos, se apunta en la dirección de asumir a la contabilidad como un problema, lo que implica reconocer dos cuestiones centrales. En primer lugar, no se trata de lo que es, sino de lo que está siendo o está llegando a ser aquello designado mediante el uso del significante contabilidad; con lo cual se la desplaza del terreno de los hechos al problema del sentido. Y, en segundo lugar, la problematización de su sentido permanece abierta a la cuestión de su institucionalización, con lo que la significación de la contabilidad depende del sistema de relaciones sociales al cual se la sujeta y del proceso político —su naturaleza institucional— que hegemoniza su significación.

Para esclarecer las implicaciones del pasaje de una conceptualización diádica a una comprensión triádica de la contabilidad, se presentan dos abordajes cuyas asunciones ontológicas diferenciadas introducen conceptualizaciones de la “contabilidad”, las cuales discrepan la una de la otra, pero que ilustran la cuestión de asumir a la contabilidad como un fenómeno social sintetizado en la idea de “la contabilidad como una práctica social e institucional”.

El primer abordaje sobre la contabilidad se inscribe en la corriente epistemológica dominante, y ha ejercido influencia notoria sobre los marcos conceptuales de diversos enfoques normativos a escala global. Se propone su uso, no por su contenido de verdad, sino por el reconocimiento del que goza en el campo del pensamiento dominante en contabilidad:

La contabilidad es una disciplina que se ocupa de la descripción cuantitativa y de la proyección de la circulación de ingresos y de los agregados de riqueza a través de un método basado en el siguiente conjunto de supuestos básicos (después de haber comprobado minuciosamente estos supuestos, podría considerárselos como condiciones necesarias y suficientes):

1. Valores monetarios

2. Intervalos de tiempo

3. Estructura

4. Dualidad

5. Agregabilidad

6. Objetos económicos

7. Inequidad de las acreencias monetarias

8. Agentes económicos

9. Entes

10. Transacciones económicas

11. Valuación

12. Realización

13. Clasificación

14. Ingreso de datos

15. Duración

16. Extensión

17. Materialidad

18. Asignación.»

(Mattessich, 2002, p. 18).

En este caso, se propone asumir a la contabilidad a través de su designación como “disciplina”, para así demarcar un campo de la realidad social sobre el cual esta se propone predicar. Como se advierte en la referencia, tal categorización exige se devele la analítica que debe seguir, para que se acepte elevar a la contabilidad a la dignidad que, en este campo, reviste el estatus de disciplina científica. En ese sentido, la conceptualización ofrecida por Richard Mattessich (2002) es, en términos generales, una conceptualización consistente en torno al interés de establecer una noción de contabilidad que la dilucide como disciplina de carácter científico.

Dicha conceptualización es compartida, con algunas variaciones y matices, por autores de la talla del mismo Mattessich (1973), García (1972), Requena (1972), Montesinos (1978), por mencionar algunos ejemplos destacados. Sin embargo, esta visión postula dos a priori que no deben eludirse por sus implicaciones fenoménicas. Por un lado, la neutralidad derivaba de su ausencia de mundo10 y, por el otro, la realidad económica como la dimensión en que hace eje el sentido de la disciplina contable. En efecto, esta perspectiva introduce una concepción epistemológica (neutralidad axiológica) y ontológica (realidad económica), basadas en una relación dual, en donde el campo social, con las fricciones —tal como las denominan los economistas institucionales— que le son inherentes, es forcluido.

Por otra parte, el segundo enfoque sobre la contabilidad conjuga su origen en la concepción social y organizacional de la contabilidad. Por ende, aquí no se reduce la función de la contabilidad al campo de la empresa, sino que se la ubica en los intersticios de lo organizacional y lo institucional. De acuerdo con esta perspectiva, la conceptualización que se postula sobre la contabilidad le atribuye una doble naturaleza y, a diferencia de la anterior, no la reduce a su determinación económica: “la contabilidad como una práctica social e institucional” (Miller, 1999).

La contabilidad ya no es más concebida como una disciplina científica, sino que se la acepta como una práctica social e institucional, lo que implica reconocer su estar imbricada en y con los agentes sociales, sus modos de hacer, de pensar y de decir. En efecto, dicha aproximación desplaza al campo de la heterogeneidad de lo social a la contabilidad, evitando que esta sea reducida a un fenómeno exclusivamente organizacional (Chapman et al., 2009).

Siguiendo la tradición iniciada por Hopwood (1978) y de Burchell et al. (1985), la contabilidad no puede ser abordada por fuera de los contextos en que sus prácticas sociales e institucionales tienen ocurrencia; de esta manera, la contabilidad como categoría universal se resitúa en función de los contextos en donde adviene a/en el entrecruzamiento de tensiones políticas, económicas, sociales y culturales propias de los territorios y sus contextualizaciones. Así pues, resituar a la contabilidad en función del contexto en donde emerge como prácticas (el uso del plural invoca la diversidad de lo contable), por un lado, conlleva a que sea reformulada la asunción de la neutralidad axiológica propia de las ciencias positivas que influye a buena parte del mainstream contable. Por el otro, pone en duda la centralidad de la realidad económica como eje en torno al cual gira el saber que produce o es capaz de producir la contabilidad.

Las corrientes heterodoxas de la economía institucional que evitan establecer un límite fijo entre lo organizacional y lo institucional, influyen en esa perspectiva que conceptúa a la contabilidad no como una disciplina, sino como una práctica social e institucional. En particular, en los aportes de Anthony Hopwood se puede intuir esta cuestión:

He has (Hopwood) also argued that we should attend to the ‘external’ origins of ‘internal’ accounts, that we should not see ‘context’ as something external to organizations, but as something that passes through them, and that we should see accounting as both shaped by, and shaping, wider social processes. (Chapman et al., 2009, p. 2).

Dicho de otro modo, el uso del significante contabilidad implica, sin lugar a duda, identificar otros significantes con los cuales establece una relación co-constitutiva:

[…] that accounting, organizations and institutions should be viewed as fundamentally interrelated and interdependent, that the links among them should be viewed as mutually constitutive. Accounting, one might say, is simultaneously social and technical. Put differently, the roles of accounting co---emerge with the social relations that it helps make possible. (Chapman et al., 2009, p. 2).

Siguiendo esta perspectiva, resulta problemático concebir/reducir a la contabilidad a la dimensión de una disciplina volcada a la tarea de representar la realidad económica inscrita en el campo empresarial. Mientras que, como consecuencia directa de aceptar su doble condición como práctica social e institucional, captar los sentidos que constituyen a la contabilidad reclama se avance en la comprensión de sus mecanismos institucionales y organizacionales en donde se entrama. Esta tarea se constituye en una orientación programática que ya reconociera como necesaria Hopwood (1996) y que, en todo caso, se debe asumir con el propósito de poder ampliar los marcos en que se sostienen las conceptualizaciones que dominan el campo del pensamiento sobre la contabilidad.

Para establecer el esquema relacional donde la contabilidad se articula con las organizaciones y las instituciones, y del cual cada término deriva su sentido constitutivo, es necesario fijar algunas consideraciones surgidas como consecuencia de desplazar la cuestión de la contabilidad como disciplina científica a la contabilidad como un fenómeno social, en este caso, como una práctica social e institucional. Como ya se indicó, cuando se trata de los fenómenos sociales, más que del hecho como tal, la cuestión que se pone en juego es su sentido, a saber, la producción social de su significación. Esto conlleva a subrayar la pregunta por el sentido de la contabilidad, con lo cual se deben advertir las asunciones que operan para hacerla inteligible como práctica social. En este caso, el desplazamiento del problema de la demarcación científica en la que estuvo ocupada la reflexión epistemológica de la contabilidad a la discusión por su articulación en la “construcción de la realidad social”, involucra la problematización de los fundamentos en los que se integra al campo contable como tal. Este señalamiento conduce a distinguir en la contabilidad no una episteme, sino una ontología, una vez se la advierte como un rasgo constitutivo, una dimensión de la que la realidad social está forjada (Archel, 2007).

 

Si la pregunta por el modo de ser de la contabilidad conduce al campo de las ontologías, resulta estratégico poder diferenciar el momento instituyente del momento instituido. Es decir, establecer la diferencia entre lo ontológico y lo óntico en la que la contabilidad se juega la constitución de su sentido. Por un lado, su nivel ontológico, se refiere a su capacidad instituyente del espacio social, en donde se emplazan organizaciones (tanto en su versión económica moderna como en sus versiones situadas en los márgenes de lo económico) e individuos; este nivel puede ser denominado lo contable. Por otro lado, el nivel óntico, afinca su papel en el establecimiento de un orden para la administración de las cosas (en tanto que determina y fija la praxis de individuos y organizaciones), mediante la instauración e implementación de reglas técnicas y tecnológicas; dicho nivel puede ser denominado la contabilidad 11.

Asumir a la contabilidad, según doble condición como práctica social e institucional, está en dependencia de los momentos en que esta adviene a la realidad social. En primer lugar, en su momento instituyente, porque produce y hace inteligible la realidad social; y, en segundo lugar, en su momento instituido, pues se ha sedimentado como marco y esquema naturalizado, a partir del cual las prácticas sociales se ordenan, se coordinan y se dirigen. Acentuar la preocupación por la ontología en la que la contabilidad está imbricada, deriva en que se insista en el orden metafórico que rodea al significante contabilidad. En tal sentido, y para poner en consideración el problema de la perspectiva que rodea al significante contabilidad, Morgan (1988) sintetiza algunas de las metáforas que han emergido con mayor fuerza al interior de las diversas tradiciones del pensamiento contable:

Accounting as history: the view that accounting is concerned with providing a faithful record of the transactions of an enterprise, and with reporting such transactions in a manner suited to the needs of users (e.g. Paton & Littleton, 1940; Littleton, 1953).

Accounting as economics: the view that accounting should try to mirror current economic realities and reflect basic economic principles (see, for example, Davis et al, 1982).

Accounting as information: the view that accounting should form part of a wider MIS framework (e.g. Prakash & Rappaport, 1977; Snowball, 1980).

Accounting as a language: the view that accounting provides concepts and frameworks which structure thought, conversation, perceptions and decision-making (e.g. Belkaoui, 1978), especially to support capitalism.

Accounting as rhetoric: the view that accounting, and the debate about different accounting systems, is largely a question of argument and discourse where various proponents attempt to convince others of the superiority of one principle over another (e.g. Arrington, 1987).

Accounting as politics: the view that accounting and accounting systems reflect and support the values and needs of special interest groups, and that accounting information is constructed and used as a resource in shaping corporate politics, especially in decision-making and impression management (e.g. Burchell et al, 1980).

Accounting as mythology: the view that accounting systems provide a societal resource to be used in sustaining myths of rationality, and as a means of justifying, rationalizing and legitimizing decisions that ultimately serve other individual and social ends (e.g. Boland, 1982).

Accounting as magic: the view that underneath the veneer of rationality, accounting and the use of accounting information forms part of a societal “rite” serving the same functions for modern decision-makers as the entrails of chickens served for old witch doctors (e.g. Gambling. 1977).

Accounting as disciplined control: the view that one of the primary functions of accounting is to exercise surveillance by creating “visibility”: just as prisons are often designed to maximize the visibility and scrutiny of inmates, accounting systems are often designed to increase the visibility and scrutiny exercised over employees, even those working in remote locations without direct forms of supervision (e.g. Burchell et al, 1980).

Accounting as ideology: the view that accounting systems form part of the ideological apparatus that sustains the ability of a society to produce and reproduce itself in accordance with clearly defined principles. (E.g. Merino & Neimark, 1982; Tinker et al, 1982).

Accounting as domination and exploitation: the view that accounting provides techniques for the extraction of wealth in support of elite interest groups, both at the expense of Mother Nature (in terms of natural resources and the ecological balance of the planet), and of the people employed in the service of others (e.g. Tinker, 1985). (citados en Morgan, 1988, p. 481).

Por tal motivo, estas diversas formas “como” se ha procurado comprender a la contabilidad (“la contabilidad como…”) dejan entrever que esta es un fenómeno social complejo, multidimensional y paradójico (Morgan, 1988). En efecto, más que asignarle una significación unívoca como consecuencia del reconocimiento de su heterogeneidad constitutiva, la contabilidad es asumible como un significante vacío12. Más que por su significación universal, lo que apenas queda es la potencia de la circulación y alcance global de su significante, lo cual permite advertir que, en su carácter de particularidad, la contabilidad puede asumir la representación de un campo social, una vez se la vacía de significación y se la pone al servicio de la representación de dicho campo. Por esta razón, y en tanto que significante vacío, la contabilidad está determinada por otros significantes con los que se articula (por ejemplo: información, control, medición13). A partir de dicha articulación, la contabilidad posibilita instituir un espacio social14, en donde vienen a confluir, como resultado de un forzamiento hegemónico, una serie de prácticas socialmente instituidas.

Así pues, comprender a la contabilidad como una práctica social e institucional implica aceptar que esta no es reducible a una técnica neutra al margen del sistema de relaciones establecidas en y por la sociedad. La contabilidad, como una práctica social e institucional, deviene entonces bajo la forma material15 de las relaciones sociales. Esto exige vislumbrar a la contabilidad como espejo/eco de las instituciones sociales, por un lado, al tiempo de advertirla como una forma material de emplazamiento de prácticas socialmente instituidas en el contexto de las organizaciones, por el otro.

Con el fin de acotar la comprensión que aquí se ofrece de la contabilidad, debe señalarse que su importancia es contextual16. En este sentido, cuando se hace referencia al significante contabilidad, según su modo de ser práctica social e institucional, en la actualidad, se lo circunscribe a un ámbito organizacional institucionalmente determinado. Así, la importancia en la forma de comprender a la contabilidad consiste en que esta hace inteligible, en el campo de las representaciones sociales, una idea de amplia aceptación: la organización económica moderna (Cuevas, 2015; Hines, 1988). Esto no quiere decir que la contabilidad sea la organización, sino que esta última es un producto de la institución de un régimen de visibilidad, como consecuencia de la práctica articulatoria forjada al interior del discurso contable17.