Isla en negro

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Z serii: NitroNoir #22
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Eusebio no tenía tiempo para ocuparse del estilo, pero el estilo es circunstancial. María fue un texto circunstancial. Eusebio tenía que dejar un mensaje. Escribió el nombre del destinatario. En estos tiempos es muy común sustituir las palabras por signos más rudimentarios: Eusebio podía haber dibujado en la pared un corazón en lugar del nombre de María. No lo hizo, sabemos que ése no era su mensaje. También pudo haber dibujado otra cosa, escrito otra cosa. Pudo no haber escrito nada y hubiese sido lo más normal. Pero Eusebio quería dejar un mensaje escrito, nunca pensó en dejar un enigma. De haberlo pensado entonces hubiese escrito: MARÍA... (con esos tres puntos). Por lo tanto es evidente que Eusebio iba a continuar escribiendo, pero... ¿No cree usted, profe, que ya es bastante?

La filóloga sonrió mientras apagaba el cigarrillo en el cenicero. El tocadiscos sonaba con música brasileña; ella había regresado unos meses antes de Río Grande do Sul donde trabajara como cooperante. Garabateó un cinco en la portada de mi cuadernillo y comenzó a cantar con el tocadiscos Mañana de carnaval.

—¿Y entonces, qué era lo que iba a escribir Eusebio? —me preguntó Alexis.

—Ustedes los policías no saben nada de análisis de texto, negro —le contesté.



UN CASO DE RODRÍGUEZ
– EDUARDO DEL LLANO –

Vinieron a buscarlo al tercer día. Una señora del CDR lo había visto entrar y avisó a las autoridades. No lo denunció antes porque primero tenía que resolver unos trámites en la embajada de España.

Lo atendió el mayor Rodríguez, un tipo alto y achinado con cara de buena gente que lo miró diez largos minutos en mudo reproche.

—Que no seas revolucionario, va y pase —dijo al fin—, pero ¿tú no eres patriota?

—Me considero bastante patriota, sí.

—Entonces explícame por qué hiciste lo que hiciste.

Nicanor suspiró.

—Creo que se explica por sí solo.

—No, no se explica para nada —gruñó el oficial—. Si el porqué de robarse una pieza del camión de Fast Delivery que usaron los estudiantes el 13 de marzo del 57 para asaltar el Palacio Presidencial es algo tan obvio y no está en abierta contradicción con el patriotismo, entonces yo debo ser un imbécil. ¿Me estás llamando imbécil?

—No —dijo Nicanor con suavidad.

El mayor hizo una mueca y siguió mirándolo sin hablar. El detenido le sostuvo la mirada hasta que se aburrió. El otro sonrió, satisfecho de su victoria.

—Tengo que admitir que tienes cojones. Ni siquiera te esfuerzas en negarlo.

—¿Y por qué lo negaría? Me vio Georgina, la del CDR. Es una señora seria. La conozco bien, incluso he estado en su casa. El nieto me vendió langosta un par de veces.

Rodríguez tomó nota. Mental.

—¿Y para qué lo hiciste?

—Tengo un Ford del 54. Se me rompió hace dos semanas. Con una pequeña adaptación, el alternador que me robé le sirve.

—O sea, que antepones los intereses personales a la salvaguarda de la honra y la gloria de la nación.

—No sé si hago eso. Pero el carro apenas lo uso para mí. Vaya, en los últimos cinco años sólo lo he usado para llevar a la vieja al médico. Tiene el sistema inmunológico muy bajo y coge infecciones de na. Como está la gasolina, no puedo permitirme sacar el carro pa otra cosa.

—No sabía lo de tu madre.

—Pues sí, es por la vieja. Muy amiga de Georgina.

Rodríguez desvió la mirada. Creía conocer la ciudad y sabérsela toda. Creía conocer a los seres humanos, delincuentes o no. Pero mentira, siempre encontraba situaciones que lo sorprendían.

Este Nicanor era de poca monta, eso se veía. Un ladrón curtido tendría mejor montado su número. Como Angelito, aquel hijo de puta al que se la tenía jurada y que llevaba años tratando de agarrar, pero el muy tarrú siempre se escabullía. Angelito era el Lupin local.

—A nivel humano puedo hasta solidarizarme contigo, vaya —confesó—; por otra parte, soy un mayor de la policía, y tú has robado propiedad estatal que, además, tiene valor añadido por ser parte del patrimonio histórico. Tenías que haber pensado en eso antes de cometer el delito.

—No, si yo lo pensé —dijo Nicanor—, pero no tenía opción. No tenía.

—No me jodas con eso. La gente les adapta partes de Lada a los carros americanos, canibalea vehículos estatales, revende piezas. Aquí mismo en la estación, tenemos… pero bueno, eso no te importa. No me digas que tu carro necesita un alternador tan específico.

—Necesita un alternador muy específico. El único carro que conozco que tenía uno igualito era el camión de los héroes, así que era ése o nada. Y aunque hubiera aparecido por la izquierda, no tengo dinero para comprarlo.

—Claro —bufó el policía—, no hay dinero, y qué rico, a robar.

—Bueno, por eso es precisamente que se roba.

Rodríguez decidió cambiar de táctica.

—Lo que trato de explicarte es que hay toda una gradación de robos posibles, incluyendo algunos frente a los cuales podría hacerme de la vista gorda. También soy un ser humano. Y mi vieja también está jodida.

—¿De la circulación?

—No. Vive en Niquero. Pero es que coño, tú has ido a lo más grave. Ese camión ya no es un camión, sino un símbolo. Y nos pertenece a todos.

—Bueno, pues yo fui y cogí mi pedacito.

—¡Es que ese alternador no era tuyo, nadie te dijo que te tocaba! Todo el camión es de todos. Representa la rebeldía nacional.

—Y la sigue representando sin alternador. Nadie se va a fijar en eso. Si me hubiera llevado, qué se yo, el chasis, la carrocería, las ruedas, incluso el timón, bueno. Pero sigue teniendo el aspecto de un camión bueno para asaltar palacios presidenciales.

—Contigo no se puede discutir —dijo Rodríguez, y salió. En realidad fue al baño, pero no explicó lo que hacía para que el otro se pusiera nervioso. El dominio de sí mismo que mostraba Nicanor resultaba casi obsceno.

Bien mirado, no es autoconfianza, sino resignación, se dijo el mayor mientras orinaba, virilidad en mano, cuidando de no rozar el inodoro. Resignación. La gente como Nicanor delinque hoy día no porque tenga alma criminal, sino porque los hemos llevado a ver el delito como una opción normal, práctica, una estrategia de supervivencia cotidiana. Nadie subsiste en este país sin comprar carne en el mercado negro, sin revender el café, sin cemento robado. Yo mismo azulejeé el baño de Xiomara con lo que me vendió Estrada, el prieto del Barrio Obrero. Me dijo que los azulejos se los dejó en herencia un tío de Nueva Gerona, así que tenían valor sentimental, y me clavó con el precio. Qué hemos hecho, concluyó Rodríguez, sacudiéndose el miembro para escurrir las postreras gotas, y por qué empleo el plural si en definitiva yo no hago más que cumplir órdenes.

Nicanor seguía sentadito en la silla, mirando a la pared.

—Eres periodista.

—Trabajo para un periódico. Soy fotógrafo, aunque he escrito alguna que otra cosita.

—O sea, que eres una persona instruida. Un profesional. Y, por lo que veo, también un profesional del robo. ¿Cómo te las arreglaste para sacarle el alternador al camión, a la vista de todos?

—Me disfracé de fumigador contra el mosquito, y dije que se había detectado un foco dentro del camión.

Un buen truco, admitió Rodríguez para sí. Y volvió a pensar en Angelito. Su archienemigo no tendría ese refinamiento, pero es que en primer lugar no se robaría el alternador del camión. Resultaba mucho más probable que se robara el camión entero para venderlo por piezas, o a algún millonario de afuera, coleccionista y excéntrico.

—¿Qué hago contigo, Nicanor O’Donnell? —se preguntó Rodríguez, histriónico—. Mira, devuelve el alternador y vamos a hacer como que no pasó nada. Eres un buen tipo, no tienes antecedentes, y al hombre que se equivoca hay que darle una oportunidad…

—Sí, pero si me hace devolver la pieza, volveré a robármela —advirtió O’Donnell lealmente—, tengo que garantizar los turnos de la vieja con el médico…

Rodríguez pestañeó con incredulidad, y soltó una risa que parecía un jadeo.

—No seas bruto, coño. Si te meto preso, igual te quitaría el alternador, y ahí sí que no podrías hacer nada por tu señora madre.

—Es que no hay nada que hacer. El único alternador que me sirve es ése, ya le dije. Si me ayuda a encontrar otro en La Habana, le prometo que no vuelvo a tocar el camión de José Antonio Echeverría.

—Pero ¿tú te piensas que yo no tengo nada mejor que hacer que resolverte un alternador? —rugió el mayor, elevándose ante el detenido como un genio encabronado ante Aladino—. ¿Qué carajo tú te piensas que soy yo, chico, un negociante, un merolico, uno que trafica con la propiedad del Estado? Mira, alégrate…

Asomó Bolaños, el sargento de guardia. Cuadrado. Es decir, se cuadró militarmente al entrar.

—Permiso, mayor. Hay información urgente, que…

—Hable.

—Le traigo una noticia buena y una mala —clasificó Bolaños, con cierta satisfacción—, usted me dirá…

—Primero la buena.

—Hemos localizado a Angelito. El agente Montero lo encontró en Arroyo Arenas, en casa de una querida, una tal Xiomara.

Rodríguez palideció. Xiomara. Arroyo Arenas. No podía ser. Esa mulata no podía ser tan singá… Claro, con razón Angelito no aparecía. Es lo jodío de la quinta columna, viene a ser como un parásito que te come por dentro. No se te puede olvidar proponer a Montero para un ascenso, se dijo.

 

—Vamos ahora mismo.

—Y ahí cae la mala noticia —continuó el sargento—. El capitán Artiles se llevó todo el parque automotriz de la unidad, para otra operación en gran escala. Órdenes superiores.

Rodríguez soltó un gemido. Era demasiado bueno para ser cierto. Angelito y Xiomara no podían caer junticos, el mismo día. Podía cazarles la pelea, claro, pero lo rico era cogerlos ahora, mansitos, y partirles los cojones. A los dos.

—Yo tengo mi Ford parqueao afuera —dijo Nicanor.



FANTASMA
– EMERIO MEDINA –
I

La fiesta en la facultad, el título nuevecito con mi nombre en letras doradas, José Ignacio Villafruela Villavicencio, licenciado en Derecho. Todo el mundo sonriente, música, bailes, algo de alcohol, el mejor amigo del hombre en cualquiera de sus formas, aunque hay quien dice que es el perro, Eso es porque nunca se han emborrachado bien, doscientos pesos reunidos, las mujeres contentas, se aprietan sin prejuicios, se dejan manosear, las tetas moviéndose, nosotros sin pena ninguna, que agarro aquí, aprieto allá, todos somos licenciados, abogados, entiéndase, doctores en Leyes, las nalgas se mueven delante, los cuerpos sudados, sin ajustadores, el decano también se ha puesto a bailar, alguien pide rumba y le dan rumba, dicen hasta abajo y hasta abajo todo el mundo, todos abogados, último día del curso. Último día, una rubia se me pega, yo borracho, es Ninette, la del Vedado, la verdadera rubia, toda sudada, Arnoldo la está halando y ella que no, se despega y viene hacia mí, Hasta abajo, dice, y yo hasta abajo, después no puedo subir, ella me hala, sin ajustadores, estamos en verano, pulóveres blancos, me besa en la boca, empiezo a ver claro, Mañana hay una fiesta en mi casa, Mañana entonces, Mañana, están llamando a los graduados. El decano va a decir unas palabras, todo el mundo borracho, Ninette borracha en el descansillo de la escalera, pero no tanto, No tanto. El decano terminó de hablar, llaman para la guagua, Los albergados tienen que irse ya, se va la guagua, Ninette me da un beso, Mañana, me dice. La guagua coge por Línea, el albergue, mi cama está ahí mismo, el título lo pongo en cualquier parte, dormir, dormir, dormir.

Hubiera dormido toda la noche, toda la noche y el día siguiente, pero no puede ser, algo me despierta, una claridad al lado de la cama, los contornos del cubículo delineándose, los ronquidos de los orientales suenan lejos, y esa luz en el cuarto, miro al piso. No lo puedo creer, me pellizco tres veces, cierro los ojos y los abro despacio, está allí, un hombre, un muerto, porque se ve que está muerto, tirado en un charco de sangre, en esa claridad que deja ver cada detalle, las botas con hebillas brillantes, nunca las he visto así, los pantalones con tirantes, la camisa blanca manchada de sangre, mangas largas con ribetes de encaje en los puños, un hombre joven, el pelo negro y lacio, el rostro vuelto hacia mí, los ojos cerrados. Tengo que asustarme, y me asusto, pero no tanto como yo mismo quisiera, me levanto de la cama, despacio, hacia el interruptor, el muerto está ahí, el clic tan fuerte, como un chasquido de carne abriéndose, de sangre brotando a chorros, las lámparas tardan en encenderse, parpadean y se hace la luz. El muerto ha desaparecido, ni gota de sangre en el piso, pero hay algo, un pergamino, letras doradas, algo conocido, Qué hace mi título aquí, qué broma es ésta, mi título en el lugar del muerto, no recuerdo bien dónde lo puse, se me cayó tal vez cuando entré. El muerto era otra cosa, un fantasma, el alcohol se sube a la cabeza, Juro no tomar más.

Alguien despierta, Qué haces, Ignacio, qué le voy a decir, Vi un fantasma, Estás borracho, acuéstate, Lo vi de verdad, estaba aquí, Un muerto dices, Bien muerto, Por dónde se fue, No lo sé, encendí la luz y desapareció, Tenías que haber visto por dónde, Qué tiene que ver, Ya es tarde, las cuatro, acuéstate que mañana vemos lo del muerto, tienes que recordar por dónde se fue, Te digo que lo vi, estaba aquí mismo, Apaga la luz y no jodas más, para eso tomas. Qué puedo hacer, apago la luz y me siento en la cama con el título apretado sobre el pecho, Un fantasma, quién lo hubiera creído, el primer fantasma de mi vida, dicen que el primero nunca es malo, quién sabe si éste se traía algo entre manos.

Todo el mundo sabe del fantasma. Viene mucha gente a ver el cuarto, Un fantasma en el albergue cinco, empiezan a hacer cuentos de cuando la escuela al campo, Vieron un ahorcado en una mata de jobo, una vieja que salía vestida de blanco, una mujer con un gato negro, tantas cosas, toda la mañana en eso, Se ve que son de Holguín, aquí en La Habana no se ven esas cosas. Cómo explicar todo, Yo lo vi, estoy seguro, Estabas borracho, la resaca da eso, Por dónde se fue, Otra vez con lo mismo, qué sé yo por dónde, se fue y ya, me voy a almorzar.

El arroz está duro, y yo pensando en el fantasma, Mucha sal el picadillo, por dónde se iría, Ninette me dijo que la fiesta iba a ser por la tarde, Ir o no ir, si se entera de lo del muerto, Vamos, Ignacio, hay una fiesta en la casa de la rubia, para orientales también, ella no está en eso, Entonces invitó a más gente, no voy a quedarme solo en el cuarto, Espérenme que me voy.

Una fiesta es una fiesta. Los padres de Ninette hicieron bien las cosas, comida abundante, gente sencilla, Éste es Ignacio, el marqués de Aguas Claras, Por qué marqués, No ven que tiene un nombre de ésos, don José Ignacio Villafruela y Villavicencio, grande de Holguín, sangre directa de los reyes de España, Este muchacho va a ser alguien en oriente, ya lo verán en los periódicos. Los padres de Ninette son de Santiago, empiezan a preguntar, hace tiempo que no van a oriente, gente buena de la tierra, han tenido suerte, Ninette nunca lo había dicho, Te lo tenías callado, Mejor dime tú cómo fue eso del fantasma, Qué fantasma, ya alguien te vino con el cuento, Anda, chico, dime, No fue nada, estaba tirado allí, desapareció cuando encendí la luz, Por dónde se fue, No sé, todo el mundo pregunta lo mismo, Ay, chico, olvídate de eso, vamos para el balcón. Ella me besó en la boca, dijo que era muestra de afecto, Tú siempre me has gustado, Ignacio, Lo dices ahora, ya mañana me voy, No importa, bésame.

En casos así la vida puede cambiar de pronto. No es que no quiera volver a Holguín, pero con una muestra de afecto como ésa cualquiera puede tambalearse, Si quieres me quedo, Qué vas a hacer aquí, ni siquiera tienes casa. Ah, claro, la casa, las veinte razones del alquiler, los cuartos estrechísimos, Yo pudiera vivir en un solar de ésos, hay unos cuarticos baratos, yo pudiera vivir ahí, Pero yo no, dice Ninette, y con eso queda todo claro.

Hay otras muestras de afecto esta noche, gente llorando y cosas así, Se nos van los orientales, cinco años juntos, regresan a la tierra, todos graduados, Perdóname por decirte guajiro, No importa, eso es lo mejor que tengo, Vuelvan un día por acá, Se van en tren o en avión, Holguín está tan lejos, Vuelvan por acá un día. Ninette está llorando, Te vas mañana, Ignacio, Me voy. Los padres nos despiden en la calle, Ninette triste, yo triste, Adiós, Ignacio, Adiós, Ninette. Quién sabe, a lo mejor un día nos vemos.

II

El primer día de trabajo nunca se olvida. Es septiembre y llovizna, el director del bufete dice unas palabras de bienvenida, Un nuevo profesional asume su responsabilidad ante la sociedad y se incorpora a trabajar con nosotros, le deseamos éxitos en el trabajo futuro, le garantizamos todo el apoyo necesario, aquí se va a sentir como en su casa. Por primera vez me dicen “licenciado”, me tratan bien, Ésta va a ser tu mesa. La oficina no está mal, una ventana con vista al patio, Te gustó La Habana, Me gustó, pero Holguín es mejor, es más limpio, Más limpio, sí, y menos bulla, Más limpio, la bulla es la misma, Vamos a almorzar, Vamos. Dulce felicidad la del que empieza, suerte de principiante dicen cuando Mayelín me sonríe en el comedor, ella que no se ríe con nadie, Le has caído bien, Ignacio.

Mayelín se pasa todo el almuerzo mirándome, habla con alguien y me mira. Eso es tuyo, Ignacio, te lo digo yo, suerte que tienes, muchacho. Hay que ver cómo la gente se preocupa, todo el mundo sabe lo de Mayelín, Viste cómo miraba al nuevo. Ella no está nada mal, mulatica clara de Mayarí, yo con acento habanero, Ignacio, verdad, Ignacio, Te gusta esto, Me gusta, me gusta, me gustas tú, Mayelín sonríe, Todos los hombres son iguales, no pierden el tiempo, Todos los hombres sí, de Mayarí dijiste, De Mayarí, Todas las mujeres son lindas allá, Todas no.

Duermo temprano, demasiadas cosas para un solo día. Una claridad conocida me despierta como a las doce, Será posible, miro al piso y lo veo, mi fantasma conocido, la misma pose, la misma sangre, tan muerto como la primera vez, primero el susto, el corazón latiendo, No te vas a escapar. Valiente Ignacio, nombre de marqués, sangre directa de los reyes, no han visto a un hombre abalanzarse sobre algo, Te tengo, pero nada, el esfuerzo ha sido en vano, se esfumó en el aire. Me pregunto por dónde se fue, debe tener un plan B, eso no falla. Mi madre se asoma, Qué pasa, Ignacio, Nada, vieja, Qué haces en el piso, si está oscuro, muchacho, Nada, vieja, un baile nuevo, Acuéstate, Sí, vieja, hasta mañana.

No se ve dos veces el mismo fantasma, éste quiere algo. Mayelín también quiere algo, está esperándome en la entrada del bufete, Hola, Ignacio, Hola. Me besa en la boca y yo como un poste, así de fácil, En Mayarí todas las mujeres son así, Todas no.

No le digo nada del fantasma, va y se asusta y se echa todo a perder, no todas las mujeres te aguantan eso. Un mes saliendo, Ésta es mi mamá, Hola, cómo está, Esta es Mayelín, De dónde, De Mayarí, va a vivir aquí conmigo, Pero…, Ignacio, mijo, Ya lo decidí. Qué puede hacer una madre, qué puede hacer.

Un año exacto viviendo juntos, el amor es una bendición, Estoy embarazada, dice Mayelín cuando estamos sentados a la mesa. Yo contento, mi madre también contenta, Bien, niño o niña, Vamos a ver mañana, vamos a ver.

Esta noche ha vuelto el fantasma, Despierta, Mayelín, Déjame dormir, Que hay un muerto aquí, Déjame dormir que tengo turno en el policlínico, Un muerto te digo, No me fastidies. Tengo que enfrentar el problema solo, qué se hace en estos casos, sólo puedo mirar, Qué quieres, como si los muertos hablaran, una hora mirándolo, él allí, bien muerto, Debo hacer algo, enciendo la luz y desaparece.

Vienen noches iguales, Como si no tuviera nada que hacer, se ve que allá el tiempo sobra, las cosas con Mayelín se han puesto agrias, Te pasas la noche dando vueltas por el cuarto, en qué estás tú, Yo sin poder explicar, Un fantasma, digo, El único fantasma eres tú, me voy. Mayelín se va de la casa y del bufete, A Mayarí, le dice a la gente, empiezan a mirarme raro, yo sin poder defenderme, a quién le importa mi fantasma, Ella no es para ti, Ignacio, olvídala, Lleva un hijo mío adentro, coño.

Qué te pasa, te veo mal, me dice Jorge en El Níkel, Mi buen amigo Jorge, así que dejaste la universidad, Sí, chico, eso no da nada, En qué estás, Hago lo que puedo, qué tienes, te veo nervioso. Tengo que decirle todo a Jorge. No me jodas, chico, así que te inventaste un fantasma para mortificar a tu mujer, Lo mismo dice mi mamá, pero te juro que es verdad, Conozco a una gente, dice Jorge, aquí mismo en Frexes, número tal, dile que vas de parte mía, Yo soy un abogado, coño, yo no puedo, Claro que puedes, o ve a la policía.

Jorge tiene razón, no pierdo nada, cinco pesos, un tabaco y una vela. De parte de quién, dice el hombre, De Jorge, Qué Jorge, El de Nuevo Llano, Ah, Jorge, sí, claro, pasa. Sobre la mesita gira un ventilador, una silla frente a la otra, la vela arde a cubierto del aire pesado y caliente, no es septiembre por gusto, Tú vienes por lo del muerto, Cómo lo supo, Yo lo sé todo, no debes tener miedo, no es un muerto malo, Ah, los hay malos y buenos, qué importa eso si están muertos, qué pueden hacer, qué es lo que quiere de mí, Tu mujer se fue, Eso quería él, Eso, te necesita a ti solo, no a tu mujer, A mí entonces, para qué, Quiere que lo ayudes, Por qué no me lo dijo, Ellos no hablan mucho, no hablan nunca, Hubiera escrito en la pared, No seas bobo, eso sólo pasa en los cuentos, ellos sólo pueden aparecerse, el resto depende de ti, Qué debo hacer, Eso yo no lo sé, Dijiste que lo sabes todo, Eso no, hay cosas que nadie las sabe, ni siquiera alguien como yo, Estamos en las mismas, No digas eso, tienes que dejarte llevar, Eso qué quiere decir, Los muertos trabajan así, te ponen cosas delante, te ayudan a decidir, deciden por ti a veces, sólo debes hacer lo que él te diga, Cómo me lo va a decir, Ya te lo dije, déjate llevar, las cosas van a ir pasando solas, como accidentes, o como casualidades más bien, tienes que seguir el ritmo, como en un baile, más o menos un baile con un muerto, observa bien los lugares, los escenarios que aparezcan, habrá siempre algún mensaje para ti, Dices que no es malo, No lo es, te lo aseguro, Por qué me escogió a mí, Eso yo no lo sé, lo descubrirás tú mismo.

 

La conversación me ha abierto la curiosidad. Si es cierto lo que el hombre dice, el fantasma no me dejará tranquilo. Estoy obligado a ayudar, cualquier cosa que sea lo que el muerto quiere de mí.

Hay que ver la forma que tienen los muertos de hacer las cosas, para algo están muertos, y eso de trabajar con las mentes de la gente es algo que merece estudiarse, Cualquier día abren un curso de Muertología, cinco años en la universidad, diplomas diferenciados, muertólogo brillante, pero yo aprendí mi lección en cinco minutos, No sé cómo he venido a dar a la estación de ferrocarriles, El último para La Habana, la lista de espera es de eso, de espera. Un hombre me sacude por el brazo, dice que es el administrador, Usted es el pasajero número tal, ha ganado un pasaje gratis, cortesía de la empresa, promociones que se hacen, un nuevo estilo de trabajo, interesar al público, brindar un mejor servicio, hacer más con menos, todo por el cliente, autoplanificación económica, dirección por objetivos, normas isonuevemil aplicadas al transporte ferroviario, no hay que ir al extranjero para aprender, aquí lo tiene, destino Habana, salida a las ocho pe eme, totalmente gratis. La gente aplaude, Los cubanos aplauden por cualquier cosa, me pongo colorado, voy colorado por Aricochea, son las diez, no puedo irme para La Habana así como así, yo tengo un trabajo, eso significa responsabilidad, hay un jefe por el medio, El director al teléfono, Soy yo, Ignacio, Sí, dime, Ignacito, te oigo, Es que tengo que ir a La Habana, es urgente, No te preocupes, si te hace falta dinero, No, dinero no hace falta. Debe haber otro mundo bajo el nuestro, o al lado, Un submundo, diría alguien, líneas paralelas, un espejo invisible donde nuestras acciones encuentran otras acciones en respuesta, leyes metafísicas inimaginables, casas y tiendas iguales a las nuestras, Falta saber si los precios son los mismos, el amor, el dolor, la esperanza, todo tiene allí su lugar adecuado, basta pegar el rostro a los cristales y cerrar los ojos, no es el cristal lo que importa, sino ese cuerpo gaseiforme del que hablan los poetas, los locos y los curanderos, el resplandor y la llovizna puestos a prueba dentro del maletín que ha comprado mi madre, Para qué, vieja, Por si te hace falta viajar de pronto, tú eres un profesional, no vas a ir por ahí hecho un desastre. Entiendo, demasiadas coincidencias, el pasaje gratis, el director tan atento, el maletín, podría escribir un cuento sobre eso. Permiso, al hombre le toca el asiento de la ventanilla, media hora sin hablar, después se presenta, o me presento yo, hablamos, el sueño me vence, aquí cada uno encuentra su propio ritmo, su rostro y su cristal, a mí lo mío, mi fantasma vuelve, hasta en el tren se me aparece, pero no viene solo, hay otra imagen, o la misma imagen en un close up abierto, el cuerpo es el mismo, y la sangre, pero al lado hay algo nuevo, un gran cuadro de dos por uno, un hombre viejo vestido a la moda de la colonia, un caballero español, barbilla prominente, bigote de Cervantes, peluca de Fernando de Aragón, todo en joyas, la espada guarnecida con diamantes, los ojos azules, la mirada terrible, asusta, despierto.