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ADÁN 4:45

Me da pena, pero.

Me estoy quedando dormido.

AITANA 4:48

No quería decirlo.

Pero yo también tengo sueño.

¿Hablamos mañana?

ADÁN 4:49

Dalo por hecho.

Que duermas bien.

Han pasado casi siete horas seguidas hablando. Ha dado tiempo para que se conozcan bastante. Es evidente que hay química entre los dos y lo saben. Mariposas revolotean en sus estómagos y no lo pueden evitar. Ya no. ¿Estarán hechos el uno para el otro? El tiempo lo dirá. Por ahora han dado un paso más y antes de irse a dormir han intercambiado sus números personales de móvil para poder hablar más cómodos desde una aplicación de mensajería instantánea.

Amanece un nuevo día. Ambos se despiertan tarde después de haber trasnochado juntos; han acumulado demasiado cansancio. El sol entra por la ventana y golpea en el rostro de Adán, quien duerme con la persiana subida un palmo para que la habitación no esté completamente a oscuras. Al abrir los ojos, lo primero que ve es el hocico húmedo de Tronca a escasos centímetros de su cara con las orejas hacia abajo y la lengua afuera. Si se descuida un minuto más, habría sido despertado a lametones. Es una perra y no puede hablar, pero sabe perfectamente lo que le está pidiendo, y no es otra cosa que un paseo. No tiene más remedio que levantarse, la pobre lleva muchas horas seguidas sin salir a la calle.

Después de asearse, vestirse y desayunar algo rápido, repite las palabras mágicas.

—Tronca, ¿vamos a pasear?

En casa de Aitana suena el timbre. Ante la insistencia se ve obligada a descolgar el portero automático para ver quién es, ya que no espera ninguna visita. Camina hacia él con los ojos cerrados deseando seguir durmiendo. La luz que entra por la ventana le molesta mucho y eso que es una casa muy sombría.

—¿Quién?¡¿Quién?! —repite, pero no hay respuesta.

Deambula hasta el sofá y se deja caer. Mira fijamente el techo, total, ya le han cortado el sueño. Pero en cuanto piensa en todo lo que pasó anoche, y en Adán, se levanta de un salto y va corriendo a por su móvil que está cargando en la mesita de su habitación. Lo desconecta del cable y se vuelve al comedor de nuevo. La cara se le ilumina cuando ve lo que aparece en la pantalla: «Tienes un mensaje sin leer».

ADÁN 12:34

¡Buenos días!

Dormilona.

Estoy paseando a Tronca.

Sonríe de oreja a oreja y se apresura a contestar.

AITANA 13:17

¡Buenos díaaaas!

Soy una marmota.

Ay, ¡quiero conocerla!

ADÁN 13:24

Habrá que preguntarle a ella.

Si quiere conocerte.

¿No?

AITANA 13:26

Tonto.

ADÁN 13:27

Has tenido suerte.

Dice que ella también.

Adán es un vacilón, pero a Aitana le encanta. Le gusta ese juego de tipo duro, pero entrañable. Le hace reír, se relaja, se siente cómoda hablando con él y así va a ser durante todo el día y gran parte de la noche, aunque no hasta tan tarde como la anterior.

ADÁN 2:57

Es tardísimo.

Me queda una última pregunta.

Y nos vamos a dormir, ¿vale?

¿Cuál es tu sueño en la vida?

AITANA 2:58

Mi sueño…

Me encantaría ser madre joven.

ADÁN 3:00

¡A mí también!

No me gustaría que me confundieran.

Con su abuelo.

Cuando me vean jugando con mi hijo.

AITANA 3:01

Serías un abuelo sexy.

ADÁN 3:01

Jajaja.

Estamos desvariando.

Mejor seguimos mañana.

¡Buenas noches!

AITANA 3:03

¡Dulces sueñooos!

Ambos ponen sus móviles a cargar. Necesitarán la batería al cien por cien mañana para continuar hablando. Apenas en dos noches y un día pueden decir que saben muchas más cosas de las que sus propios amigos conocen de ellos. La atracción está resultando evidente para los dos y lo saben.

Sábado, 13 de octubre de 2018

Para Adán la rutina matinal es la misma de siempre: despertarse y pasear a Tronca, que además ahora incluye dar los buenos días a Aitana. Cuando anoche se despidieron, aún se quedó dándole vueltas en su cabeza: «¿Será ella el flechazo?», no dejaba de repetirse. Como si de telepatía se tratase, Aitana pensaba lo mismo.

ADÁN 10:26

¡Hola, guapa!

¿Cómo has dormido?

AITANA 10:45

¡Buenos días!

Estoy cansada.

Pero luego haré siesta.

ADÁN 10:50

Ah, sí. Es verdad.

Que hoy sales de fiesta.

No podremos hablar.

AITANA 10:52

Nooo.

Jolín.

¡Qué pena!

Así podrás dormir.

ADÁN 10:54

Prefiero hablar contigo.

Pero ten cuidado por ahí.

«¡Ten cuidado!». ¡Cuánto tiempo hace que a Aitana no le dicen algo así! Sabe de sobra cuidarse sola, pero le gusta que Adán se preocupe por ella. Están empezando a ser importantes en la vida del otro, aunque todavía es pronto para adelantar acontecimientos.

Como era de esperar, pasan el día pegados a sus móviles. Llevan horas y horas hablando. Parece mentira que aún tengan cosas que contarse, pero en sus conversaciones apenas hay pausas, nada más que las obligadas.

Es sábado noche y Aitana está invitada al cumpleaños de un amigo. Van a salir por los pubs de la playa de Gandía. Se viste sexy con un pantalón vaquero ajustado, tacones de color rojo a juego con su pintalabios y un body de encaje negro semitransparente. «Si Adán me viera, se le caería la baba», no puede dejar de pensar en él. Va demasiado guapa para no enviarle una foto.

AITANA 23:10

Foto enviada.

ADÁN 23:16

Simplemente.

Es-pec-ta-cu-lar.

Es hora de irse. Aitana coge la cartera, las llaves y el móvil y sale por la puerta de casa. Menos mal que esta vez sí funciona el ascensor. De no ser así, habría tenido que descalzarse para bajar andando. Sale con el tiempo justo, pero si no apura, no es ella. Es puntual, por eso nadie le puede echar nada en cara.

Le apasiona bailar y bebe el alcohol justo para llegar al punto de diversión, pero sin pasarse. Por suerte, hoy no tiene que conducir. Es joven, pero lo suficiente responsable como para saber lo que está bien y lo que está mal. Se ha educado a base de hostias que le ha dado la vida, pero lo importante es aprender. Su madurez es una de las cosas que más valora Adán de ella.

Pero un día es un día y tras unos cuantos chupitos, Aitana comienza a encontrarse un poco mareada. A pesar de eso, no consigue sacarlo de su mente.

De repente, la habitación de Adán se ilumina. Su móvil empieza a vibrar y la luz cegadora de la pantalla no le deja ver lo que está pasando: «Llamada entrante. Aitana».

Capítulo III

Domingo, 14 de octubre de 2018

Adán se sobresalta al ver de quién es la llamada. Le da un vuelco el corazón al recordar cuando le dijo que tuviera cuidado. «Espero que no le haya pasado nada», piensa. Falla un par de veces al deslizar el dedo por la pantalla para descolgar el móvil por lo nervioso y adormilado que está. Se le hace un nudo en la garganta al darse cuenta de que solo ha oído su voz en notas de audio y todavía no ha hablado con ella a través de llamada telefónica.

—¿Hola?¿Aitana?

—Hola, Adán. ¿Qué haces?

—¿Qué pasa?¿Estás bien?

—Sí, sí. Estoy bien.

—Ah, vale. Me has asustado. Pensaba que te habría ocurrido algo.

—No, no. Qué va.

Adán respira más sosegado al saber que Aitana está sana y salva. Se tranquiliza al escucharla, aunque percibe cierta embriaguez en su voz. Tampoco le da importancia ya que es normal, está de fiesta. Él apenas bebe alcohol cuando sale. No necesita consumirlo para bailar, porque no le gusta ni sabe moverse, pero tampoco es un aguafiestas. Se lo pasa igual o mejor que el resto de sus amigos y además lo recuerda todo al día siguiente.

—¿Estabas durmiendo? —pregunta Aitana.

—Son las tres de la madrugada. ¿Tú qué crees?

—Lo siento, perdóname. Lo siento, de verdad. Perdón…

«Confirmado, va borracha», dice Adán para sí mismo. Le da vergüenza ajena cuando algún amigo suyo llega a tal punto de embriaguez. No ve necesario tener que ponerse así para pasárselo bien, aunque no puede pretender que todos sean como él.

—Tranquila. Bueno, al menos tendrás una buena razón para haberme despertado, ¿no?

—Sí… Es que… Es que…

—¿Qué pasa, Aitana? Arranca.

—Es que no sé qué me pasa contigo, pero…

—¿Pero qué?

—Pues que no puedo dejar de pensar en ti, Adán, me encantas.

No puede creer lo que está oyendo. ¡Aitana acaba de «declararse»! «Dicen que los niños y los borrachos nunca mienten», piensa él.

—¿Sigues ahí? Di algo.

Adán está anonadado y se hace varias preguntas.«¿Lo dice porque de verdad lo siente? ¿Lo dice porque va borracha?» Pero no se le ocurre ninguna respuesta.

—Sí, sí. Aquí estoy.

—Me encantas. Me encantas mucho.

Hace rato que le habría colgado de no ser porque Aitana realmente le gusta, pero aguanta al otro lado de la línea y, aunque con dudas, decide seguirle el juego pensando que al día siguiente ella no se acordará de nada y para él quedará todo en una anécdota.

—Y tú a mí, Aitana.

—¿En serio? ¿Lo dices en serio?

—Sí, claro.

—¿Cuándo nos vamos a conocer en persona?

De pronto, Adán siente una palpitación muy fuerte. La pregunta lo coge por sorpresa, pero lo que Aitana le dice un instante después lo acaba de rematar.

 

—Mañana cojo un tren y me planto en tu casa.

—¿Qué dices? ¿Estás loca?

—No, no estoy loca, lo digo de verdad. Adán, me encantas. Necesito conocerte ya. Cojo un tren por la tarde y voy a Valencia.

La verdad es que la idea no le disgusta, pero no cree que sea un buen plan.

—Aitana, me sabe mal que vengas para un rato. Al venir por la tarde tendríamos poco tiempo si luego tienes que volverte a Gandía.

—Necesito conocerte, por favor. Me encantas.

—Sí, te encanto —qué pesada, pero va borracha—, y tú a mí. Lo único que se me ocurre es que pases aquí la noche, aunque el lunes empiezo otra vez a trabajar.

—Mañana cojo el tren y voy. Yo aún tengo vacaciones hasta el viernes.

—¿Hasta el viernes? Puedes quedarte el tiempo que quieras en mi casa.

—¿Sí? ¿Seguro? ¿Y si no te gusto?

—¿Si no me gustas? Eso no va a pasar.

—Me encantas —insiste, por si no ha quedado claro.

—Tú vienes, te recojo en la estación, nos conocemos en persona y pasas la noche del domingo en mi casa. Si no nos gustamos o no estás a gusto, puedes volverte cuando quieras.

—Por la mañana me hago la maleta. Después he quedado con mi amiga Noelia para merendar. En cuanto acabe con ella me subo al primer tren que vaya a Valencia y voy.

—Vale, quedamos así. Ahora, ¿me dejas seguir durmiendo?

—Sí, sí. Hablamos por la mañana. ¡Buenas noches!

—Buenas noches, ten cuidado —le repite.

Adán no termina de asimilar la conversación que acaban de tener. «¿Se acordará ella cuando despierte de todo lo que le ha dicho?», piensa. Unos pocos minutos le bastan para volver a quedarse dormido a pesar del intenso día que le espera.

El reloj marca más de las siete y cuarto de la mañana. Hace varias horas que Aitana llamó a Adán; tiempo suficiente para que a ella se le pase la borrachera y la fiesta haya terminado. Llega a su casa ya descalza, lanza los tacones sin importar donde caigan y va directa a su habitación. Sin quitarse la ropa, se tumba en la cama y saca su móvil del bolsillo trasero de sus ajustadísimos vaqueros.

Tronca, hecha un ovillo en su camita, levanta la cabeza porque vuelve a vibrar e iluminarse la habitación entera. «Llamada entrante. Aitana», lee Adán en la pantalla del móvil.

—¿Aitana?

—Hola. Estabas dormido, ¿verdad? Lo siento.

—Sí, claro. No te preocupes. ¿Ha pasado algo?

—No. Era para decirte que ya estoy en casa.

—Ah, vale. Gracias. ¿Te lo has pasado bien?

—Sí, muy bien. Lo siento por despertarte anoche.

«¡Se acuerda!», piensa Adán para sorpresa suya. Empieza a creer que lo que dijo cuando iba borracha era en serio.

—No te preocupes. Entonces, ¿vendrás a la tarde?

—Sí. Cuando termine con Noelia te avisaré y cogeré el tren.

—Vale. Te recogeré a la salida de la estación. Gira a la izquierda al salir. Mi coche es de color rojo, estaré aparcado en doble fila.

—Perfecto. Venga, te dejo dormir.

—No creo que pueda seguir durmiendo.

—Lo siento.

—Tranquila, ha sido un buen despertar.

Se despiden hasta la tarde, cuando se verán en persona por primera vez.

Ya que Aitana le ha hecho madrugar, Adán va a aprovechar para recoger y limpiar toda la casa. Nunca la tiene excesivamente desordenada ni sucia, pero cuando espera visita tiene que estar perfecta. Sobre todo por la cantidad de pelo que suelta Tronca hasta el punto de haber puesto alguna vez nombre y apellidos a bolas de pelusa debido a su gran tamaño. Aitana también está muy ilusionada, pero necesita dormir antes de empezar a preparar la maleta, ya que no puede con su alma. No quiere despertarse hasta que sea casi la hora de quedar con Noelia.

Para ella amanece pasado el medio día. «Cepillo de dientes, calcetines, sujetadores… Creo que está todo», dice Aitana para sí misma. Maleta hecha. La deja en la entrada y le toca ponerse guapa. Ya lo es, pero necesita a alguien que se lo diga porque es muy insegura. Va a la habitación y abre el armario. Después de varios minutos pasando perchas y abriendo cajones decide ponerse los mismos vaqueros ajustados de anoche que tanto gustaron a Adán, pero esta vez combinados con unos botines negros, una camiseta interior blanca y una chaqueta de cuero granate. Se maquilla, se plancha el pelo y se pone perfume a cada lado del cuello. Está lista, aunque antes de poner rumbo a Valencia, ha quedado para tomar algo con Noelia en la cafetería de la estación de Gandía. Así, en cuanto terminen, no perderá el tiempo teniendo que buscar un taxi para llegar hasta allí. Eso sí, nada de alcohol, anoche ya tuvo suficiente.

Noelia llega a la hora pactada. Le sorprende que Aitana no esté allí con lo puntual que es ella y preocupada le envía un mensaje al móvil.

NOELIA 17:04

Tía, ¿dónde estás?

Justo cuando le aparece en la pantalla el doble check de que Aitana lo ha recibido, esta aparece cruzando el semáforo con la maleta arrastras con una sonrisa nerviosa de oreja a oreja.

—¿Y esa maleta? ¿Dónde vas? ¡Qué contenta! ¿No?

—Noelia, tengo que decirte algo.

Su amiga no sabe nada. No ha tenido tiempo de hablar antes con ella y tampoco está segura de lo que opinará. Se sientan en la terraza de la cafetería. Piden un café con leche cada una, tostadas con tomate para compartir, y le explica todo.

—¡¿Qué me estás contando?!¡Tú estás segura de lo que vas a hacer? ¡No lo conoces de nada! ¡¿Y si es un violador?! ¡¿Y si es un asesino en serie?!

—¡Ay, Noelia! ¡Qué dramática eres! Sabía que lo dirías, por eso te lo he querido contar, para que supieras dónde voy a estar estos días. Solo te pido que no le digas nada a mi hermana.

—No le contaré nada, pero por favor te lo ruego, llámame si necesitas cualquier cosa. ¿Entendido?

—Estaré bien, no te preocupes. Te iré hablando.

—Vale, tía. Pues no sé qué sigues haciendo aquí conmigo. Son las siete menos diez y a menos cinco pasa un tren.

—¡No me jodas! ¡No llego! —Se levanta de un salto, coge la maleta, se despide con un beso y sale corriendo.

—Venga. ¡Vete! Yo invito. Avisa cuando llegues. ¡Y no dudes en llamarme! ¡Te quiero!

—¡Gracias, tía! ¡Te quiero!

Aitana desaparece en cuanto gira la esquina de las taquillas de la estación. Valida su abono y las puertas se abren delante de ella. Maleta en mano, baja las escaleras a pie; mientras no se caiga, es más rápido que usar las escaleras mecánicas, y justo cuando llega al andén, ve a lo lejos como llega su tren.

No es hora punta y puede elegir asiento sin problemas. Se sienta al lado de la ventanilla en el sentido de la marcha; le gusta mirar el paisaje aunque esté empezando a anochecer. Saca su móvil del bolsillo exterior de la maleta y le envía un mensaje a Adán.

AITANA 19:02

Acabo de subir al tren.

Llegaré en una hora.

Aproximadamente.

ADÁN 19:04

Tiempo de sobra.

Ahora nos vemos.

Aitana se pone cómoda en el asiento. Saca los auriculares y elige un álbum de música relajante para escuchar. Su nerviosismo va en aumento según se van sucediendo las paradas. No tiene dudas de la locura que está llevando a cabo. Le preocupa más no gustarle a pesar de que él le dijera que eso no iba a pasar.

Adán decide hablar con su mejor amiga Brenda y se lleva el móvil al cuarto de baño. Necesita contárselo a alguien.

ADÁN 19:08

¡Ya viene!

BRENDA 19:08

¿Estás nervioso?

ADÁN 19:10

Un poco.

Voy a ducharme.

Ya te contaré.

Entra en la ducha, apoya las dos manos en la pared y deja que el agua caliente caiga por su cuerpo.

Ya duchado, peina su flequillo de lado y se seca el pelo al aire. Se viste con unos vaqueros y una sudadera. Casi se le olvida ponerse colonia, y hay que causar una buena impresión. Se despide de Tronca, que se queda en la chaise longue mirando cómo su dueño coge la cartera y las llaves del coche y se marcha por el pasillo.

Cuando sube al coche, envía un mensaje al móvil de Aitana advirtiendo que ya sale hacia la estación.

Adán llega bastante antes que el tren y, tal y como había avisado, aparca en doble fila. Ella es puntual, pero él más. No tiene más remedio que esperar y pone las luces de emergencia. Apaga incluso la radio. Solo quedan unos pocos minutos, pero la espera se le hace eterna. Ya no puede ocultar sus temblores y es entonces cuando la ve aparecer, sin duda es Aitana.

Capítulo IV

Ahora sí que está nervioso. Adán abre la puerta del coche y de manera disimulada saca de la boca y arroja al suelo el chicle con sabor a melocotón que está masticando. Se dirige a la parte trasera y abre el portón del maletero.

Aitana mira a ambos lados de la calle, ya que no conoce la dirección del tráfico en esa zona; es la primera vez en su vida que está ahí y él tiene la culpa. Espera a que termine de pasar un autobús y cruza. Ha llegado el momento. Están frente a frente y Adán queda hipnotizado por los ojos de Aitana. Se dan dos tímidos besos, uno a cada lado de sus mejillas. Hace el amago de levantar la maleta para meterla en el coche, pero Adán la detiene.

—Espera que te ayude. —Levanta todo el peso con una sola mano—. Madre mía. ¿Traes piedras?

Aitana esboza una sonrisa y le agradece el gesto. Lo cierto es que es muy pesada para subirla por sí sola. El coche está en doble fila y deben irse cuanto antes si no quiere que le pongan una multa. Adán no le abre la puerta del acompañante porque, aunque es caballeroso, lo ve exagerado. ¿Acaso no sabe abrirla ella sola? Suben al coche y cierran las puertas casi al mismo tiempo.

—Qué frío hace, ¿no? —dice Aitana tiritando.

—¿Quieres que te caliente el culo?

Aitana gira la cabeza de inmediato y le clava la mirada.

—Los asientos son calefactables —aclara él.

Ambos ríen a carcajadas. Quizás ella ha pensado un doble sentido a lo que Adán ha dicho y él ha caído en la cuenta de la mala interpretación que Aitana ha podido dar a sus palabras. Pulsa el botón y arranca el coche. El pie del embrague le tiembla como cuando se examinó del carné de conducir. Ella no puede dejar de sonreír de lo feliz e ilusionada que está. Continúa nerviosa, pero esa sensación va disminuyendo según pasan los minutos.

Por el camino, mientras conduce, él va contando anécdotas y señalando los sitios donde estas han tenido lugar: el barrio de su infancia, su antiguo colegio, la casa de sus padres… Adán ahora está a nueve kilómetros, a las afueras de Valencia, pero vivió allí desde su nacimiento hasta que se independizó. Sus batallitas sirven para romper el hielo, para que ambos se relajen y que se sientan más cómodos.

Apenas quedan unos segundos para llegar a Torrente y Aitana ya vislumbra las tres altas torres blancas y modernas de la entrada a la ciudad y su característica fachada iluminada con una franja de luz. Cuando entran a la rotonda y las puede ver de cerca, queda embobada mirándolas mientras levanta la mirada a través de la ventanilla.

Enseguida llegan a la entrada del garaje y Adán saca un mando escondido en el porta gafas. Aprieta un botón de este y la enorme puerta comienza a abrirse muy despacio.

—¿Te gusta lo que ves?

—¿Lo que veo? —pregunta Aitana pensando que se refiere a él.

—Sí, la zona donde vivo. ¿Te gusta?

—Ah, sí. Parece buena.

—En cuanto subamos a casa hay que sacar a pasear a Tronca, podemos dar una vuelta y lo ves todo mejor.

A Aitana se le ilumina la cara. Con los nervios ha olvidado por completo que va a conocer a su perrita.

—¡Qué ilusión! ¡Voy a ver a Tronca! —exclama ella.

La puerta del garaje se abre por completo. El coche desciende por la rampa y lo conduce hasta su plaza. Adán descarga la maleta, que pesa como si llevara ladrillos en su interior. Cierra el coche y caminan hacia el ascensor. Aitana se adelanta unos pocos metros y él no puede evitar mirarla por detrás de arriba abajo.

Pulsa el tercer piso. Están muy cerca el uno del otro y Adán queda de nuevo perplejo por el color de sus ojos.

—¡Ay! ¡No me mires así! —Se sonroja.

—¿Por qué? —pregunta él.

—Me da mucha vergüenza.

—Tienes unos ojos muy bonitos. Son azules por fuera y verdosos por el centro.

 

—¡No me mires! —dice Aitana con la cara como un tomate.

El ascensor se detiene. Adán deja que ella salga primero para después adelantarla y abrir la puerta de casa. Saca el llavero del bolsillo y busca la llave que es. Entre los nervios y la cantidad de llaves que tiene, le cuesta unos segundos encontrar la correcta. Cuando da con ella, la introduce en la cerradura. Gira dos vueltas a la derecha y cuando la puerta se empieza a abrir y como si fuera una vaquilla saliendo al ruedo, Tronca aparece moviendo el rabo, sacudiéndose y llorando como si llevara días sin ver a su dueño. Cuando termina de saludar a Adán es el turno de Aitana, a quien se dirige con algo más de cautela, ya que es la primera vez que se ven. Ella se pone de cuclillas, Tronca la huele, apoya sus patas delanteras en sus rodillas y comienza a lamerle la cara.

—Me parece que le gustas.

Aitana no responde, pero el brillo en su mirada lo dice todo. Se pone en pie y Adán la invita a pasar. Deja la maleta en el recibidor y le enseña estancia por estancia todo el piso.

«No es posible, esta casa no puede ser suya. Debe tratarse de una broma, es de sus padres», piensa ella. No puede creer que una casa tan grande, nueva y bien decorada sea de él. Además, está impoluta. Se ha llevado una grata sorpresa. Ambos vuelven al recibidor. Adán abre el armario de la entrada y saca las cosas de paseo. Tronca levanta una pata y después la otra para ponerse el arnés. Aitana coge la correa y se va con su nueva amiga a llamar al ascensor mientras él cierra la puerta con llave.

Al cabo de veinte minutos han dado la vuelta completa al parque. Tronca ha hecho sus necesidades y se disponen a volver a casa. Es hora de cenar, tienen hambre y los rugidos de sus estómagos los delatan.

—¿Qué quieres que haga para cenar? —pregunta Adán.

—Lo que hagas, bien está.

—Tortilla de patatas. ¿Con o sin cebolla?

—Me da lo mismo.

—Sin cebolla, porque no hay…

Aitana se ríe. Se encuentra muy cómoda con él. Es recíproco, como si se conocieran de toda la vida. Los nervios han desaparecido y los dos están más relajados. Tanto, que se hacen un selfie que Adán envía a su amiga Brenda.

ADÁN 21:12

Foto enviada.

¡Ya está aquí!

BRENDA 21:18

¡Cuenta!

ADÁN 21:20

Tiene unos ojazos…

Ya en casa, al mismo tiempo que Aitana deshace la maleta y empieza a invadir el armario vacío que él le ha asignado, Adán prepara la mesa y acaba de hacer la tortilla.

—¡A cenar! —grita.

—¡Voy! —Al instante entra Aitana en la cocina ya con el pijama puesto.

—¡Cómo huele! ¡Qué pinta! ¿Te ayudo? —pregunta ella, pero ya está todo listo.

Mientras cenan, hablan de las muchas cosas que harán los próximos días. Ella apenas ha pisado la capital. Adán promete que le hará un tour por Valencia y los sitios más bonitos que conoce. Mañana él empieza a trabajar, así que no tiene más remedio que confiar su casa y su perra a Aitana, ya que se quedará sola hasta la hora de comer, que será cuando él regrese. Tendrán las tardes libres para llevar a cabo todos esos planes.

«La cena estaba buenísima, este chico es un partidazo», piensa Aitana. Recogen la mesa y meten los platos y cubiertos sucios en el lavavajillas. Una vez está todo recogido, encienden la televisión y van al sofá. Adán se acomoda en la chaise longue y Aitana se tumba a lo largo del resto de asientos con su cabeza apoyada en las piernas de él.

—Antes estaba supernerviosa —confiesa ella sin mirarle a la cara.

—Pero ya no. ¿No?

—No, ya no. Estoy muy a gusto.

—Entonces, ¿no quieres volverte a casa?

—¡No!

Adán toma aire y comienza a palpitar más rápido.

—Bueno, y… ¿Qué te he parecido? —pregunta él.

—Muy guapo —dice ella avergonzada.

Ahora es Aitana la que bombea más fuerte.

—Y yo, ¿te he gustado?

—Pues, verás…

Adán hace una breve pausa que casi detiene el corazón de Aitana.

—Hace tiempo —continúa él—, estando una tarde con Héctor, hablábamos de si me veía preparado para conocer a alguien pensando en si podría llegar a algo más o comenzar una relación seria…

—¿Y qué le dijiste? —pregunta ella impaciente.

—Le dije que solo sería capaz de hacer algo así si esa persona me provoca un «flechazo».

Por si acaso, ella se prepara para lo peor.

—Y yo… ¿Soy ese «flechazo»? —pregunta evitando mirarle por vergüenza.

—¿Tú qué crees?

Aitana se da por respondida y no puede ocultar su felicidad. Dejan de mirar la televisión para hacerlo directamente a los ojos. Ella se muerde el labio y le mira la boca. Él se da cuenta y desea lo mismo. El tiempo se detiene y de pronto comienzan a besarse. Unos besos que se vuelven cada vez más húmedos. Sus lenguas se entrelazan. La respiración se acelera. Adán le acaricia la cara, el cuello y acaba recorriendo cada centímetro de su cadera. Aitana gime imaginando todo lo que quiere que haga con ella y toca su torso a través de la camiseta que poco tiempo va a durar puesta. Adán continúa explorando cada parte de su cuerpo, pero necesita más. Mete su mano en el pantalón de Aitana quien para sorpresa suya no lleva ropa interior.

—Madre mía cómo estás, ¿no? —le susurra él al oído.

Aitana no recuerda haber estado nunca tan mojada. La excitación se encuentra por las nubes. Adán se levanta del sofá y la sube en brazos rodeando con cada pierna su cintura. Es inevitable que ella no sienta su erección. La lleva hasta la habitación y cuando están al borde de la cama la deja caer acompañándola con su propio cuerpo. Los besos no tienen pausa y la temperatura sigue subiendo. Se quitan a la vez la parte de arriba del pijama el uno al otro. Aitana con iniciativa lo voltea para colocarse encima de él. Aitana mueve su cadera hacia delante y hacia atrás gimiendo mientras él la agarra de cada nalga. El ritmo de sus movimientos va en aumento, igual que el placer que están experimentando. Tanto es así, que ambos acaban fundidos al unísono en un orgasmo que sabe a mucho y a la vez se les queda corto. Ella cae sobre su pecho y ambos se abrazan, pero solo van a reponer fuerzas. Esta va a ser una noche donde el sexo es el protagonista.

Capítulo V

Lunes, 15 de octubre de 2018

La alarma está avisando de que es hora de despertarse. Hoy vuelve a trabajar después de disfrutar casi de una semana de vacaciones. La deja sonar, pero la apaga rápido cuando recuerda que tiene a Aitana a su lado dormida. No está acostumbrado a compartir cama. Se queda unos segundos tumbado mirando el techo, aunque no vea nada porque ni siquiera ha amanecido. Piensa en todo lo que pasó anoche y ni en sus mejores sueños habría imaginado algo así. Se pone en pie y comienza su día todavía envuelto en una nube.

De vuelta a la rutina, llega al puesto de trabajo y saluda uno a uno a todo el grupo. Adán es el team leader y una de sus muchas funciones es crear un espíritu de equipo principalmente porque trabaja con personas. Le gusta entablar conversación con los operarios antes de comenzar la jornada laboral. Después de varios días sin verse, cuentan qué tal les ha venido este tiempo de desconexión y Adán no puede ocultar su felicidad, algo que se le nota enseguida, ya que de normal no es demasiado expresivo.

Durante las pausas de trabajo, en las cuales pueden hablar, comer algo o simplemente tomar aire fresco entre otras cosas, él decide apartarse del grupo para conversar con Aitana. No puede dejar de pensar en ella y en que está sola a cargo de su casa y su perra.

ADÁN 8:01

Buenos días, bella durmiente.

¿Qué tal has dormido?

Pero aún no se ha despertado. Al contrario que él, sigue de vacaciones y no tiene ninguna prisa en salir de la cama.

Pasadas unas horas, Aitana da señales de vida. Aunque Adán no puede comunicarse con ella hasta la siguiente pausa, ya que el trabajo es lo primero.

AITANA 10:47

Buenos díaaas.

He dormido genial.

Tu cama es muy cómoda.

ADÁN 12:50

¡Hola!

Me alegro.

Normal, es mi cama.

Aitana se ríe. «Tan gracioso como siempre», piensa ella, pero es algo que le encanta. Sí, lo mismo que repitió mil veces la noche de borrachera. Le gusta ese humor y le atrae que sea así de vacilón. Adán no es un chico «malote», simplemente es su forma de ser y su manera de expresarse. Hay quien piensa que es un borde o que es muy serio, pero eso es porque no lo conocen en realidad.

ADÁN 12:52

¿Cómo está Tronca?

¿Cómo se está portando?

¿Habéis paseado?

AITANA 12:54

Es una perrita superbuena.

Estamos en ello.

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