Damnare silentium

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Era una noche como cualquiera; como de costumbre, después de terminar mi turno, echaba al último borracho del bar y cerraba la puerta principal. Daba la vuelta a las ultimas sillas sobre las mesas, terminaba de lavar el suelo y salía por la puerta trasera. Tenía que cerrar la puerta y desaparecer en la penumbra de la zona industrial. Aquella noche, sin embargo, mientras cerraba, vi una sombra mirándome desde la oscuridad. Estaba a unos pasos del único farol de la esquina del café, pero de tal manera que no fuera reconocido. Me asusté tanto que quise abrir la puerta y volver a entrar. La sombra notó mi agitación y salió rápidamente a la luz. «Emma, no te asustes, por favor, soy yo, David Stein, el hijo de Jacob». Me habló la sombra, la cual, en la luz recuperó su esplendor humano. «Disculpa mi atrevimiento, normalmente no hago esto, pero no puedo resistir sin verte. Tu mirada cambió mi vida más rápido que las leyes de Nuremberg. Si tienes miedo de hablar conmigo, o quieres denunciarme por mi proceder, sabiendo muy bien quién soy, hazlo sin el menor remordimiento. Pero antes de responder algo, escucha mi siguiente pregunta: ¿me permites acompañarte a casa?».

Le contesté asintiendo con la cabeza y casi corrí hacia la oscuridad. No quería que él viera que me sonrojé y que tenía los zapatos muy gastados y viejos; pertenecían a mi madre. Mi falda estaba llena de manchas de café, empezando desde donde terminaba el delantal de trabajo. Ya ni siquiera digo nada sobre mi cabello, era un desastre total. Así que no estaba en la situación en la que quería que me viera el hombre al que amaba.

Las noches en las cuales estaba sola, iba por la ciudad, luego entraba por la calle que conducía hacia fuera, hacia nuestra casa. Daba un gran rodeo, pero me sentía más segura. Tanto nuestra casa como el café estaban en las afueras de la ciudad; en línea recta hacía unos 3 kilómetros a través de la oscuridad, por la ciudad unos 5, pero a la luz. Con David, por supuesto, elegimos el camino recto, oscuro y lo más alejado posible de la gente. Las razones son más que conocidas: allí, ambos nos sentimos más seguros. De qué hablamos los dos aquella noche, no podría decirlo exactamente. Sé a ciencia cierta que habló más él, y que yo me reí como por todos los años anteriores. También sé con certeza, que no tocó el tema de la política, de la que se hablaba en aquellos momentos incluso en los sueños. No se quejó en absoluto de la situación en la que se encontraba. Aún recuerdo que no quería que se acabara el camino, que me pareció tan corto. Cuando lo pasaba sola, el camino parecía no tener fin, me asustaba por cada sonido de la noche y había muchos. Aquella noche, sin embargo, había alcanzado otro nivel existencial, otro lado del tiempo, del cual se dice que es el mismo siempre. ¡No es verdad! Al ser un invento humano, la velocidad del tiempo es directamente proporcional al estado de ánimo de la persona que lo mide.

Dios, qué feliz me sentía; por primera vez en tantos años era libre, me había olvidado de todo lo que nos rodeaba. Solo después de despedirnos, cuando estaba acostada en la cama y soñando con los ojos abiertos, volví a la realidad, con la ayuda del reloj, claro. Esta herramienta inventada tiene una extraña autoridad sobre mí. Inmediatamente me di cuenta de que David estaba solo, en la peligrosa oscuridad, con casi todo un país odiándolo. Estaba en peligro a cada paso. Giré mi rostro hacia la almohada, para que mi familia no me escuchara y lloré muy fuerte, hasta que me quedé dormida.

Desde siempre supe que era judío, porque ni él ni Jacob nos lo ocultaban. Desde pequeños nos enseñan a evitarlos como leprosos y también nos enseñan cómo distinguirlos en la sociedad, si de alguna manera intentan esconderse. En este «deber» hay que tener mucho cuidado a: la forma de la nariz, el pelo e incluso el olor. Aunque todo es una imposición oficial, esta disciplina es un mancha vergonzosa más sobre nuestra historia. David no es rubio con ojos azules y siempre es tomado por alemán, por quienes no lo conocen. Nos meten en la cabeza, por todos los medios posibles, que son los parásitos de nuestra sociedad, que quieren destruir nuestro país, que la raza aria sufre mucho por su culpa; bla, bla, bla. Mi David no es así en absoluto y creo que la mayoría de sus correligionarios igual. Correligionarios es mucho decir, él ni siquiera es un practicante. Una vez que lleguemos a Holanda, nos casaremos en la religión que realmente ame al hombre tal como es, si es que la encontraremos, por supuesto. La primera religión que realmente respete el Sermón de la Montaña, será la nuestra. (Mateo 5-7, si no lo sabes) Los nuestros lo han olvidado...

Gracias a mi padre, nunca odié a los judíos y en general, a nadie. «En el frente todos son iguales. La sangre de todos tiene el mismo color, independientemente del color de la piel, nacionalidad o religión y quien dice lo contrario es un tonto. He visto rubios con ojos azules cobardes, judíos valientes y viceversa. Mi mejor amigo en el frente era judío y me salvó la vida a costa de la suya. Me cubrió de una granada; él se hizo trizas, y a mí me hirieron en la pierna que luego cortaron. Esta estrategia política, que utiliza nuestro fanatismo y nuestra ignorancia como armas para arrodillarnos, primero a nosotros mismos y luego a los demás, nos costará muy caro». Eso es lo que solía decir mi padre a todos los que afirmaban lo contrario. A mí me explicaba de manera más simple: «Todos somos iguales, independientemente de la religión, el idioma o el color del cabello. No hay raza mejor ni peor, hay un hombre bueno o un hombre malo. Todos nacemos buenos, pero con el tiempo, especialmente si nacemos en circunstancias como las nuestras, bajo la presión de fracasados espirituales, nos convertimos en malos. Eso es todo».

Las horas pasaban como los días y los días como las semanas. Sufría muchísimo cuando no estaba con él. Cuando acababa el día, terminaban y mis sufrimientos secretos. Cerraba la puerta, a mucho tiempo de que saliera el ultimo cliente, y de la sombra aparecía él. Si las parejas «normales» podían estar en los bancos de los parques, en los cines, en los teatros, en las iglesias, en los autobuses, etc., nosotros estábamos privados de estos privilegios. Nos perdíamos en la noche, por senderos marginales ocultos a los ojos acusadores. Es por eso por lo que a cada momento que pasamos juntos ganaba encanto, era algo increíblemente hermoso y puro. Cuanto más sensacional nos sentíamos juntos, más arriesgada era nuestra relación. Nosotros lo sabíamos muy bien, nuestro amor era más puro y fuerte que el de Tristán e Isolda. No nos habríamos aburrido, el uno del otro, ni en mil años. Queríamos estar juntos todo el tiempo, y cuando estábamos lejos, ambos sufríamos. Entonces comprendí que la verdadera felicidad estaba en cosas pequeñas: una mirada, una palabra dulce, un toque, una flor en el pelo, un beso en la mejilla...

Después de medio año en la sombra, viendo que las restricciones se multiplicaban, llegamos a la conclusión de que en el país en el que estamos, simplemente estamos condenados a la muerte. Tarde o temprano, la verdad saldrá a la superficie, y en nuestro caso... Así nació la idea de emigrar; ambos elegimos Holanda.

¿Por qué estoy tan feliz esta noche? Porque hace unas horas, en la noche del 8 al 9 de noviembre de 1938, David me pidió la mano. Me regaló un anillo y me dijo que ya tenía todos los papeles, «en orden», para salir de aquí. El 10 de noviembre, a las 6:30, tenemos el tren hacia la felicidad. Hoy ya no nos veremos, nos encontraremos mañana en la estación de tren. (¡Yo, por supuesto, respondí un SÍ).

Un día más, Señor, un día más...

Cerró con cuidado el diario y lo escondió debajo de la almohada. Apagó la luz de noche y poco a poco se dejó llevar robada por el sueño. Se durmió con una sonrisa que solo los verdaderamente felices podían esbozar. Pero el subconsciente tenía otros planes. Inmediatamente después del pasaje completo, decidió mostrarle quién gobernaba realmente el reino de Morfeo.

Empezó a soñar. Parecía estar en algún lugar junto al mar. Un banco rocoso y muy empinado desde el que se extendía un puente de piedra hasta una roca clavada en el mar. Parecía un monstruo con escamas, petrificado por algún hechizo y dejado allí en mitad de las olas. Este dragón de piedra conectaba la empinada orilla con la roca que parecía rota, hace mucho tiempo, justo fuera de ella. Parecía que quiso huir de su cuna original, pero la gente la pillaron y la ataron allí. El monstruo de piedra servía de esposas al islote rebelde y de paso para quienes lo subyugaron. En su cuerpo rebelde cortaron cientos de escalones que conducían a la cima, y allí arriba, construyeron una pequeña iglesia, símbolo de la obediencia.

Mientras tanto, dos jóvenes aparecieron en el puente. No podía ver sus caras, pero estaba segura de que eran jóvenes y muy felices. Él, un moreno alto con traje negro, y ella, una rubia un poco más baja que él, con un vestido blanco y larguísimo. En su mano llevaba un hermoso ramo de flores, y su cabello envuelto alrededor de la cabeza en una especie de corona, estaba adornado con las mismas flores. El final del vestido serpenteaba detrás de ellos cogiendo la forma de las escaleras, mientras ellos subían felices hacia la cima. En un momento dado, el vestido se aferró a una piedra y ambos se volvieron para levantarlo. Cuando les vio las caras, se sobresaltó asustada, había dos manchas garabateadas como la lágrima del diario. El hombre tomó la parte de abajo del vestido en sus manos y siguieron su camino hasta la parte de arriba. Emma los miraba como un testigo oculto. A sí misma no se veía, pero sentía que estaba ahí, que era parte de la historia.

Al llegar a la cima de la montaña, los jóvenes se arrodillaron ante un clérigo que los esperaba humildemente junto a la puerta. Desde dentro de la iglesia se escuchaba una música de fondo, Emma se dio cuenta que era el Fausto de Wagner y no entendía qué tenía que ver con lo que sucedía. Trató de adivinar a qué religión pertenecía el pastor, pero fue en vano, el subconsciente no se lo permitía. Trató de escuchar lo que estaba diciendo, porque estaba de pie al final del vestido que se había vuelto aún más largo; pero el mismo resultado. Cuando el pastor le preguntó a la mujer de blanco si estaba de acuerdo en casarse con el hombre presente, ella escuchó todo menos sus nombres. Y cuando estaba a punto de preguntarle lo mismo al hombre, se dio cuenta que se encontraba en el cuerpo de la novia, y su compañero era David.

 

—Y tú, David —prosiguió el pastor su discurso—, ¿estás de acuerdo en casarte con Emma... —Se detuvo, frunció el ceño confundido y dijo con dureza—: ¡David!? ¿Cómo David? Ah, perro judío que eres, ¿cómo te atreves a contaminar la sangre aria? ¿Te estás burlando de mí y de nuestro pueblo? ¡Sacadlo de aquí ahora mismo y enseñadle lo que hacemos con parásitos como él!

En la iglesia se detuvo la música y cuatro hombres con uniformes de la Gestapo salieron del interior. Estos agarraron a David y empujándole se lo llevaron a algún lugar detrás de la iglesia. Emma quería gritar, llorar, golpearlos, morderlos, al fin y al cabo, pero estaba paralizada. De sus gestos salía solo un impotente ummm...

—No olvidéis de volver y a por esa traidora de su nación —gritó el pastor tras los cuatro que le arrastraban a David—. No os preocupéis, no tiene a dónde escapar. De aquí no escapa nadie sin nuestra aprobación. Después de todo, estamos en una isla.

—¿Por qué, padre? —gritó Emma y se despertó sudada. Se dio cuenta de que fue un sueño y que había gritado lo suficientemente fuerte como para despertar a sus padres. Escuchó con atención si alguien se movía por la casa y sin escuchar a nadie, puso su rostro en la almohada y estalló en un lloro histérico, repitiendo continuamente: «¿por qué, padre, por qué?...».

LA PARTIDA

Tarde tarde tarde, tardía hora, tarde demasiado tarde y podrido año; viento enemigo, mar amargo, cielo gris, triste triste triste6...

T. S. Eliot - ***

El 9 de noviembre de 1938 pasaba muy lento y opresivamente. Emma, sin ningún deseo, tuvo que ir a trabajar. Allí, al cabo de unas horas, bajo el pretexto de que se sentía mal, pidió permiso para irse a casa. Dijo que tenía temperatura y que se quedaría en la cama unos días; seguía los planes preestablecidos. Se pusieron de acuerdo con David en no decírselo a nadie, simplemente desaparecer. En aquellos tiempos de delatores fanáticos, este plan parecía el más seguro. No podían deshacerse de la sensación de que la gente ya no controlaba sus acciones, se habían vuelto completamente locos: se denunciaban entre personas desconocidas, se denunciaban vecinos, esposas, parientes, se denunciaban hasta los perros, por eso eran muy cautelosos. Una atmósfera incomprensible y extraña flotaba en el aire, intensificándose continuamente por todos los lados. Tanto Emma como David se enfocaban en la partida secreta y no querían observar nada más de todo lo que sucedía a sus alrededores.

El 7 de noviembre, en París, se produjo un atentado muy conveniente para los nacionalsocialistas. El joven judío Herschel atacó al diplomático alemán Ernst von Rath, que murió dos días después, a «causa de sus heridas». La máquina de propaganda nazi se alimentaba y ganaba fuerzas de tales iniciativas. Aclamaban por lo alto que fue un ataque organizado por parte de los judíos internacionales contra el pueblo alemán. Este último se tragaba toda esta basura propagandística, aumentando progresivamente su odio hacia el pueblo elegido como chivo expiatorio. La situación de los judíos en la nueva Alemania se estaba volviendo cada vez más difusa. Sin embargo, nuestros jóvenes, aunque estaban involucrados directamente en este ataque informativo, quedaban lejos de la actualidad del momento. Vivían en un mundo paralelo e imaginario; estaban enamorados y contaban las horas hasta el gran éxodo personal.

Los padres de David tampoco se quedaron con los brazos cruzados; esperaban que se les llamara desde Hamburgo, para actualizar sus visas para ir a Chile. Por supuesto, ellos no sabían nada acerca de los planes de su hijo y planeaban la emigración para la familia completa. David tenía la intención de dejarles una carta, deseándoles buen viaje y pidiéndoles que partieran sin él. Las explicaciones iban a impresionar por una ausencia casi total. En lo que puso más énfasis fue en que no lo buscaran y que no se preocuparan; sabía hacia dónde se dirigían y más tarde, cuando fuera un hombre libre y pudiese, los encontraría y daría cualquier explicación que ellos necesitaran. Los padres de Emma, al ser arios, no corrían peligro directo. Ella iba a dejarles una carta en la que les iba explicar, en la medida de lo posible, todo lo sucedido. Las nubes de la política nazi amenazaban con desatar una tormenta sin precedentes, y los jóvenes enamorados contaban las horas hasta la partida.

Se esperaba que el día previo a la salida fuera largo y sofocante. Emma no quería ver a nadie, por eso inventó una simple enfermedad y se evaporó del trabajo. Al entrar en casa, rápidamente besó a su madre que estaba dando forma a algo en el salón, también besó al padre que estaba leyendo un periódico no muy alejado y con el pretexto de una migraña se fue a su habitación. Después de acostarse en la cama, comenzó a soñar con los ojos abiertos, mirando al techo. Se imaginaba su vida feliz en Holanda. Veía a David, la cabeza de su nueva familia, regresando a casa del trabajo por la noche. Inmediatamente estaba rodeado por tres niños: uno más hermoso que otro, y él, aunque estaba muy cansado, se veía feliz y jugaba con ellos. «Dejad a vuestro padre en paz, traviesos», les decía ella con una sonrisa en su rostro, besándolos uno a uno. «Jugad fuera, vuestro padre está cansado y hambriento». Los niños salían ruidosamente, después de que David los besara y ella ponía sobre la mesa los platos preparados con tanto amor y cariño. «¿Vosotros comisteis?» preguntaba David, y solo después de que ella respondiera asintiendo con la cabeza, comenzaba a comer. Mientras él cenaba con ganas, Emma le contaba cómo habían pasado el día, tanto ella como los niños. En un momento dado, entraban los tres en casa, con la pequeña llorando y agarrándose de las rodillas. David se levantaba de la mesa, la cogía en su brazos y le besaba la rodilla. Emma se acercaba y seguía su ejemplo, después de que la pequeña dejaba de llorar. Estaban tan felices todos...

Soñando así con los ojos abiertos, ni siquiera se dio cuenta de cómo se quedó dormida. Eran las dos y media y ella dormía enamorada, vestida y sin ninguna preocupación. Se hundió directamente en un letargo profundo y sin sueños del que se despertó asustada, sin saber dónde estaba, qué hora era ni cuánto tiempo había dormido. Afuera era de noche, así que saltó de la cama, miró rápidamente su reloj para ver si no llegaba tarde al tren y exhaló un suspiro de alivio. Eran las nueve y cuarto y le quedaban algunas largas horas. Se calmó lo más que pudo y comenzó a ordenar sus pensamientos; qué tenía que hacer y en qué orden. «Antes que nada, tengo que escribir la carta para los míos y que no se preocupen después de mi desaparición», pensó Emma. La hoja de papel y el sobre estaban preparados sobre el escritorio desde hacía varios días. Mientras Emma comenzaba su carta, la calamidad racista del país adquiría proporciones inimaginables.

Queridos padres:

Si encontráis y leéis la carta, significa que ya me estáis buscando. Primero, sentaos. Papá, dale a mamá un vaso de agua y no os preocupéis. La carta léela tú, porque veo a mamá temblando seguramente por el cúmulo de emociones.

Intentaré explicaros brevemente lo que pasó. Sin demasiados detalles para no poneros en peligro. Aun así, cuando terminéis de leerla, tirarla al fuego, por favor, por vuestro bien. Si veis que tenéis problemas debido a mi desaparición, renunciar a mí por escrito. Firmar que soy moralmente decaída, una ramera y me escapé con un chico a Polonia. Sé que os será muy difícil hacer tal cosa, pero por el bien de todos, renunciar a vuestra hija y os dejarán en paz...

Hace bastante tiempo, me enamoré. Un amor puro y recíproco. Un amor magnético al que le es indiferente de la forma de la nariz, del color de la piel, del pelo o de los ojos, un amor que no hace política, por lo que no puede estar sujeto a las leyes externas. Nos amamos locamente y una persona normal preguntaría: «¿Cuál es el problema? ¿Por qué no os casáis y no vivís felices hasta que la muerte os separe?».

El problema es este país con todas sus normas absurdas y sus falsos ciudadanos. Aquí la muerte nos separaría de antemano y nosotros queremos vivir un poco más, queremos amar y ser felices, eso es todo. Aquí, donde ya no puedes confiar en nadie, porque todos se están delatando, nuestro amor está prohibido. Parece molestar a los que no saben amar, a los que tienen el corazón lleno de odio.

En un mundo artificial, el amor puro no es bienvenido y se sofoca. Está quemado de todos los lados. Su pureza y transparencia llenan las almas negras de odio y envidia.

Por lo tanto, queridos míos, estamos seguros de que aquí no tenemos futuro. Hay muchas razones y espero que algún día os enteréis de todo y así, estaréis de acuerdo con nosotros. Hemos decidido huir de aquí. Que sepáis que ambos oramos para que algún día podamos regresar y estar cerca de vosotros.

Por mí, no os preocupéis, cuando pueda, os haré saber más. Aun así, espero que no os traiga problemas. Os pido por favor que nos perdonéis y que nos bendigáis. Realmente lo necesitaremos mucho. En vuestras oraciones recordarnos a nosotros, vuestros hijos. Os queremos mucho...

Vuestros: Emma y ... su otra mitad.

Metió la carta en el sobre, la dejó sobre la mesa y se quedó como congelada, mirando hacía el infinito; pensaba en cómo terminaría su atrevida aventura. Si hasta entonces la había visto en color rosa, sin ningún obstáculo, en aquel momento se apoderaba de ella una especie de pánico, un miedo a lo desconocido. Cuando despertó, después de unos minutos, miró asustada su reloj. Tenía una sensación que estaba saliendo fuera del tiempo y solo el reloj la traía cada vez de regreso a la vida de la que quería deshacerse. Lo odiaba y por eso en el momento en que lo miraba, su subconsciente empujaba a la superficie una respiración dolorosa, después de lo cual continuaba su meditación.

La escrupulosidad alemana hizo que la ciudad de Emma tenga dos estaciones de tren. Para la comodidad de los pasajeros, una se construyó en la ciudad y otra en la zona industrial. El tren de los enamorados partía de la primera a las 6:15 y de la segunda a las 6:30. La estación de la ciudad, y la primera por donde pasaba el tren, no estaba lejos de la casa de Emma, a unos diez minutos a pie. Sin embargo, la segunda, la del polígono industrial, estaba cerca del bar donde trabajaba. David, del otro lado de la ciudad, tenía que viajar unos 30 minutos hacia las dos. Como lugar de encuentro, eligieron la de la zona industrial por dos motivos: porque estaba fuera del pueblo, así que podían llegar por caminos ocultos a las malas miradas. La segunda razón y las más importante: la mayoría de los trabajadores eran extranjeros. Los vendedores de billetes no eran originarios y no los conocían. Si iba buscarlos la policía, esto sería un pequeño obstáculo. Hasta Dusseldorf querían ir con los documentos reales, pero separados. Allí se reunirían, cambiarían los documentos y viajarían a Eindhoven, como Niklas y Aliz Gensler.

Emma no encontraba su lugar. Parecía el lobo de la jaula del zoológico que camina de un lado a otro con la mirada difusa y soñando con la libertad. Como el animal que no entendía cómo su mundo ilimitado se redujo al tamaño de la jaula, ella se sentía prisionera del sistema y del tiempo en que se encontraba, sin poder comprender qué había hecho mal. La pureza de su amor prohibido redujo su espacio vital al tamaño de una jaula. Al no ser libres de expresar sus sentimientos, de vivir como quisieran, eran los esclavos del sistema. Comenzó a llorar esperando que todo terminara lo antes posible. Sintió que se sofocaba, le faltaba el oxígeno. Abrió rápidamente la ventana y llenó su pecho con el aire frío y húmedo de la noche. Se secó las lágrimas y se quedó en silencio ante la oscura extrañeza. Desde muy lejos le llegaban sonidos extraños: una especie de mezcla de canciones, gritos de entusiasmo y desesperación. Filtrándose a través de la confusa y angustiosa oscuridad, la alcanzaban como unos sonidos extraños de otros mundos; algo raro y nada más. Sin saber la fuente de aquel retruécano de sonidos, rápidamente cambió su atención a otra parte. Cerró la ventana y continuó su caótico ir y venir por la casa. No sabía por dónde empezar ni qué hacer para que el tiempo pasara más rápido.

 

Después de aproximadamente media hora de deambular sin rumbo por la habitación y de abrir la ventana unas cuantas veces más, se detuvo y miró su reloj. Eran casi las 00:00. Hasta las cinco tenía un largo camino por recorrer; lo que no tenía en absoluto: eran paciencia y sueño. Estaba segura de que no iba a poder cerrar los ojos en toda la noche. La impaciencia, el miedo a lo desconocido y la tensión que aumentaba la consumían por dentro. Recordó el diario que había empezado la noche anterior y rápidamente lo sacó del cajón. Se sentó como de costumbre en la cama y se dejó llevar por su musa personal:

¡Dios, qué emocionada estoy! Todavía me quedan cinco horas hasta que salga el tren y me estoy volviendo loca. Por mi cabeza pasan muchos pensamientos que son cada vez más terribles; no los controlo más. Ya no son aquellas fantasías mías, llenas de optimismo. El miedo al desconocido me consume, siento que me estoy volviendo loca. ¡Me gustaría poder quedarme tranquila aquí donde nací y amar a quien quiero! ¿Por qué tengo que huir? ¿Qué tienen que ver ellos con mi sangre? Todos se volvieron locos, de pequeños a grandes. Si un adulto, que ha visto la vida, todavía se puede dar cuenta dónde están las fronteras de la locura, y aun así sigue el camino establecido por los de arriba, ¿qué puedo decir sobre los niños que crecen en esta demencia absurda? Lo natural, para ellos, se ha vuelto todo lo que se les mete en la cabeza, por todos los medios posibles. Esta generación me hace temblar; su séquito normal es el odio. Los pobres están tan mareados que no pueden pensar por sí mismos, el Führer y su malvada compañía piensa por ellos.

Mi primo, de solo diez años, delató a sus padres en la escuela. Los escuchó saludar a su vecino judío. Los padres fueron llevados a las oficinas de la Gestapo, de donde salieron obedientes y correctos. Han aceptado llevar sus máscaras y ya no saludan a sus vecinos, y siempre que tienen la oportunidad hablan sobre los temas de la propaganda nazi, por supuesto, totalmente a su favor. El pequeño recibió un premio y un diploma de agradecimiento por parte de la escuela, los padres tuvieron que colgarla en la pared. Los líderes saben que mientras estemos solos, nos pueden reeducar por los gabinetes subterráneos de la Gestapo.

¿Quién es el Führer para prohibirnos amar? ¿Un monstruo con rostro humano, sediento de sangre? ¿Un pobre hombre que no se ama ni a sí mismo, y su corazón negro se alimenta de nuestros sufrimientos?

¿Por qué el pueblo alemán guarda silencio? ¿Por qué se deja esclavizar? ¿Por qué convierte su sufrimiento en aversión, subyugando a su vez a otros? ¿De dónde viene tanto odio y enemistad en los corazones humanos? Algunas preguntas de las cuales no tengo respuestas. Quizás algún día entenderé mejor lo que está pasando en el alma humana y podré responder. Hasta entonces, te dejo con un montón de preguntas y espero, de todo corazón, que nuestro pueblo se recupere de este entumecimiento indiferente.

Cerró el diario y lo colocó, con cuidado, en su bolsa de viaje, pero lo sacó de inmediato. Pensó que, si tuviera un control más serio en el camino, se metería en problemas. Si alguien le abriera el diario, terminaría el viaje antes de que comience. Tenía que ser arrojado al fuego, cosa que no quería hacer, o camuflado con algo para que no parezca en absoluto lo que era. Recordó el montón de papeles con todo tipo de citas nazis, acumulados a lo largo de los años y lo sacó rápidamente del cajón. La primera hoja de papel era de un periódico que citaba a Hitler del Mein Kampf. Esto le dio una idea; irrumpió en el salón, sacó de la biblioteca el libro del ciudadano número uno y volvió a su habitación. Tan pronto como abrió el libro, recortó muy bien la foto del Führer. Hubiera querido cortarlo en pedazos, pero lo necesitaba para otra cosa. Abrió el diario y la pegó ligeramente en la portada. En la parte inferior de la página pegó la siguiente cita:

«Nosotros, los nacionalsocialistas, creemos que Adolf Hitler es el emisario de una nueva Alemania. Creemos que Dios lo ha enviado para liberar el pueblo alemán de la judería chupa sangre y todopoderosa»7.

Julius Streicher Der Sturmer ,1932.

En cuestión de minutos, las pocas páginas que había escrito se llenaron de las citas de los nazis que odiaba con todo su corazón:

«No se combate a las ratas con una pistola, sino con veneno y gas»8.

Reinhard Heydrich, 1934.

«Los alemanes, especialmente los jóvenes, saben apreciar de nuevo la valía de la raza; se han liberado de las teorías cristianas que han gobernado en Alemania durante más de mil años y han provocado la decadencia de la Volk alemana, y casi han provocado su muerte»9.

Himmler, 1936.

«Ninguna nación de la Tierra posee un solo metro cuadrado de territorio concedido por el cielo. Las fronteras se trazan y modifican conforme a la voluntad humana solamente»10.

A. Hitler. Mein Kampf, 1925.

«El diablo es el padre de los judíos. Cuando Dios creo el mundo, invento las razas; los indios, los negros, los chinos, y también una perversa criatura llamada judío».

Poesía en un libro infantil 1936.

Cuando terminó de leer la última cita, sus ojos se empañaron: «Libro infantil», pensó Emma y las lágrimas escaparon de su control bajando por el rostro. «¿Cómo manchar unas almas tan puras con semejantes tonterías? El niño cree todo lo que se le dice, porque confía en quienes le enseñan, ¿y qué hacemos nosotros? Le llenamos el cerebro de tonterías y lo criamos como un monstruo. Este pecado nos va a costar muy caro», pensaba Emma mientras camuflaba las últimas letras que podrían haberla traicionado. Después de terminar el maquillaje de su diario con frases y fotos políticamente correctas, lo cerró y lo tiró a un lado sobre la cama. Este cayó cerca de Mein Kampf. Emma lo miró con los ojos todavía húmedos, miró el libro del Führer y su rostro cambió instantáneamente. Se llenó de un odio abrumador. Agarró el libro y lo arrojó en dirección de la chimenea. No tuvo éxito, tuvo que ir y levantarlo del suelo. Esta vez lo puso, incluso con su mano, sobre las brasas adormecidas. Las reavivó un rato con el libro y luego, estas, ya despiertas, comenzaron a devorarlo. Ogro desalmado que eres, mi madre pensará que te llevé conmigo, pero yo te envío a casa, en el fuego del infierno. Mientras trataba de controlar su cuerpo perturbado por la adrenalina del crimen, se le ocurrió otra idea. Escribió en la cubierta de cuero del diario, con letras grandes y hermosas: «MI LUCHA». «Aun si alguien lo abriera, encontrará lo que hace falta», pensó Emma un poco más calmada.

Las pocas horas que le quedaba hasta ir al tren, pasaron como amargos tormentos. Estaba consumida por pensamientos cada vez más pesimistas y no podía ahuyentarlos de ninguna manera. Seguía caminando de un lado a otro de la habitación sin ningún sentido. No sabía qué hacer y tampoco podía quedarse quieta. Equipaje no tenía que preparar; acordaron que no llevarían nada más que una pequeña maleta con ropa. David le iba poner algunas joyas, para que no llamara demasiado la atención. Las necesitaban como el aire, las iban a vender en Holanda para empezar su nueva vida libre. También él, como era de una familia bastante adinerada, escondió algunas piedras preciosas en las suelas de sus zapatos. El dinero estaba escondido en varios bolsillos secretos de la ropa y de las bolsas de viaje. En la billetera iba dejar para las necesidades del camino.