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Ferias: vanidades, imposturas, soledades9

Como sucede cada año desde hace ya más de tres décadas, la Feria Internacional del Libro de Guadalajara vuelve a celebrarse entre los pasillos, comedores, auditorios y estands de la Expo-Guadalajara. A pesar del tráfico insufrible, de las largas colas para el ingreso, de las multitudes que todos los días invaden el espacio de la feria, el evento es más que una exhibición de libros, autores y públicos. Es también una fiesta de la mercadotecnia editorial, un espectáculo, una hoguera de vanidades de escritores más o menos famosos, un momento donde glorias municipales, estrellas nacionales o internacionales de la literatura y la academia se codean con escritores o profesores novatos en búsqueda del santo grial de la fama, la fortuna y la virtud. Libros de cocina, poesía, novela, ciencias sociales; libros de medicina, de contaduría, de derecho; libros infantiles, juveniles, de ciencia ficción, de cómics; novela negra, novela rosa, novela histórica, novelas a secas: clásicos de la literatura, algunas (cada vez menos) enciclopedias, libros de fotografía, de arte, de arquitectura y urbanismo. Todos se amontonan en grandes pilas de papel, coloridas pirámides y mesas que exhiben millones de libros al público de ocasión.

El espectáculo, como todos, tiene su encanto. Voyeristas librescos y bibliófilos de bajo perfil conviviendo con adolescentes y adultos indiferentes a la lectura, pero atentos a los personajes y personajillos que deambulan por la feria. Niños corriendo, jugando entre los estands, junto a observadores ensimismados que ojean cuidadosamente las páginas de un nuevo libro. Edecanes guapas atendiendo a individuos despistados, ofreciendo pases para la presentación de algún libro escrito por el autor o autora de la editorial que contrata sus servicios. Funcionarios públicos o universitarios paseando frente a académicos y académicas que buscan libros para sus clases. El olor a papel nuevo, a tinta, a plástico, que se confunde con el olor de las multitudes, de la comida, de las alfombras perfumadas de los pabellones, del cemento fresco de los pasillos.

Las ferias de libros son no sólo ferias de vanidades, sino también de imposturas intelectuales, literarias y académicas. El prefijo “pseudo” acompaña inevitablemente la presentación de muchos libros, conferencias y talleres. Los libros de autoayuda, de superación personal, profecías y horóscopos, instructivos para dibujar mandalas, textos de esoterismo y metafísica, biografías de personajes famosos, de grandes escándalos de la historia, semblanzas y memorias de cantantes y grupos, forman parte de las imágenes dominantes que se amontonan en los miles de metros cuadrados de la Expo Guadalajara. Títulos como “Las grandes mentiras de…”, “La verdadera historia de…”, “Lo que Usted no sabía de…”, “La única y verdadera historia de…”, “Mitos y leyendas sobre…”, “Los mil” (o cien, o cincuenta) “libros” (discos, películas) “que Usted tiene que” (leer, escuchar, ver) “antes de morir”, dominan en modo imperativo la oferta masiva de publicaciones que uno puede encontrar en esta o cualquier otra feria.

El ritmo frenético de presentaciones de libros se sucede durante los nueve días que dura el espectáculo. Uno tras otro se llenan y vacían los espacios dedicados a las presentaciones, donde el autor o la autora, los comentaristas de rigor, los paneles y coloquios que dan formato a las sesiones, tienen el tiempo medido y contado (y supervisado) por los organizadores. La gestión del tiempo es vital para el desarrollo del evento, un recurso siempre escaso y valioso que determinan los relojes que gobiernan la acción de autores y presentadores.

La curiosidad intelectual, la paciencia lectora, la voluntad de leer, son hábitos extraños, raros en estos y otros tiempos. Sin embargo, es posible identificarlos entre los asistentes en el enorme pero ambiguo territorio de la feria. Suelen pasar desapercibidos entre el ruido y la furia comercial del entorno que cobija dichas prácticas, pero, sin duda, existen. Como ejercicio de soledad, individual e intransferible, la experiencia lectora constituye la posibilidad de una transformación súbita, una conversión de un “hombre gris” a un “don Quijote”, como escribiera Borges en La trama.

Las ferias como experiencias colectivas nunca eliminan el silencio y la soledad de las lecturas individuales. Siempre recuerdan las fotografías de André Kertész, que registran en sobriedad blanco/negro escenas de lectores y libros en pueblos y ciudades, en casas, en calles, en azoteas y bibliotecas. Una postal iluminadora: un hombre tirado boca abajo, sobre una estrecha banca de madera, leyendo absorto las páginas de un libro, bajo un montón de disfraces de lentejuelas, de payasos, magos y bailarinas, que cuelgan sobre las paredes, suspendidas silenciosamente sobre el hombre y su libro. La fotografía se titula Circus, y está fechada en Nueva York el 4 de mayo de 1969 (A. Kertész, Leer, Periférica & Errata Naturae, España, 2016, p. 20). El poder de esa imagen, su contexto, sus protagonistas, sus evocaciones, relatan una historia que bien puede ocurrir dentro y fuera de los recintos atestados, enloquecidos, multitudinarios, de una feria como la de Guadalajara.

9 Campus Milenio, 30 de noviembre de 2017.

Ética académica y libertad de cátedra10

La semana pasada un episodio escandaloso circuló por las venas abiertas de las redes sociales. Un profesor universitario aparecía impartiendo clase frente a un grupo de estudiantes de una escuela preparatoria de la Universidad de Guadalajara, hablando de manera “soez y poco apropiada” (según lo calificó la directora de dicha escuela) sobre la violencia contra las mujeres. En pleno Día Internacional de la Mujer, el escándalo se volvió “viral” y el profesor fue exhibido como misógino, machista e ignorante. Aunque luego se supo que el video había sido filmado y editado por los propios estudiantes, y fue “descontextualizado” de la clase completa del citado profesor (clase que tiene el paradójico título de “Habilidades del aprendizaje”), el daño ya estaba hecho. Las autoridades universitarias anunciaron rápidamente un procedimiento administrativo y posibles sanciones al profesor. No se sabe en qué terminará este drama minúsculo de la vida universitaria.

La nota llama la atención porque retorna al primer plano una discusión clásica: el de los límites entre la libertad de cátedra, la ética académica y la corrección política. Más allá del linchamiento mediático al profesor, del clima de indignación moral que suscitó en las redes el video, y de la confirmación de los efectos indeseables del poder de la información que circula en las redes sociales, lo que resulta relevante es la confirmación de la ambigüedad de los límites entre los imperativos éticos, la responsabilidad intelectual y las prácticas académicas universitarias. ¿Hasta dónde un profesor o profesora puede ejercer la libertad de cátedra en el ejercicio cotidiano de su labor frente a los estudiantes? ¿Es legítimo que los estudiantes utilicen las nuevas tecnologías para realizar labores de espionaje y denuncia sobre sus profesores? ¿Cómo actúan las autoridades universitarias frente a este tipo de actos, más comunes y cotidianos de lo que se piensa? Las lecturas del asunto son diversas debido precisamente a la naturaleza pantanosa de las relaciones entre estos componentes. Atribuir a las redes sociales la culpa de las deformaciones de una información pública, al profesor el uso de un lenguaje no apropiado, o a la pureza de las normas burocráticas universitarias el cumplimiento de las labores académicas, significa eludir la complejidad del asunto.

Que un profesor exprese una opinión, ofrezca un ejemplo, o recurra a cierta dramatización de algún tema o situación, es cosa de todos los días. Son usos y costumbres que intentan llamar la atención de los estudiantes sobre temas o problemas de algún tipo. De alguna manera, son herramientas retóricas que dependen del criterio, la experiencia o la capacidad intelectual del profesor o profesora, del tipo de materia que se trate, del programa que corresponda. La libertad de enseñanza supone justamente eso: que el profesor tenga la autoridad académica y la libertad para expresar sus conocimientos u opiniones, así sean polémicas o políticamente incorrectas, bajo el supuesto de que ello es un recurso pedagógico propio del ámbito académico universitario.

Que un maestro utilice ejemplos que no van al caso, con un lenguaje donde la grosería y la vulgaridad colorean sus ejemplos, son muestra de las limitaciones académicas e intelectuales del profesor, no problemas de la libertad de cátedra. Pero si a eso se agrega el clima de resentimiento que puede existir en ciertas comunidades, y la probada capacidad de escándalo que las imágenes y palabras tienen entre los usuarios adictos a las redes sociales, que conquistan el éxito y la atención pública por unos minutos o por unas horas, la actividad académica universitaria se vuelve el producto de las aguas revueltas y en ocasiones empantanadas de la corrección política, el linchamiento moral y la precariedad intelectual de profesores, estudiantes o autoridades universitarias.

La ubicuidad de los teléfonos inteligentes y de las redes sociales los ha convertido en instrumentos de denigración y chismes que antes se refugiaban discretamente en las paredes de los baños escolares, o que circulaban como anécdotas en las fiestas de profesores o estudiantes. Las tendencias a la moderación y la prudencia pública —ese “viejo arte de saber quedarse callado en público”, como le denomina Enzesberger en Reflexiones del Señor Z— parecen desvanecerse entre profesores y estudiantes universitarios. En organizaciones como la universidad, que legitiman su función justamente por el ejercicio de la libertad de reflexión, debate y discusión que teóricamente caracterizan su vida intelectual y académica, la instalación en el subsuelo institucional de prácticas de enseñanza en climas de temor, de venganza y búsqueda deliberada del escándalo y la humillación, muestran el lado oscuro, incivilizado, de las nuevas redes sociales y las prácticas académicas habituales.

 

Junto con las prácticas de plagio, de simulación académica, de acoso escolar de algunos profesores y estudiantes, o la debilidad de las autoridades universitarias públicas o privadas para actuar ante comportamientos “inapropiados” de unos u otros, y frente al poder de las redes sociales para denunciar, chantajear o exhibir personas y reputaciones, las lecciones del pequeño escándalo de una de nuestras repúblicas universitarias apuntan hacia la confirmación de las paradojas y sinsentidos que en ocasiones habitan la vida escolar cotidiana en aulas y planteles.

10 Nexos en línea, noviembre de 2016.

Clavos de ataúd11

¿Ves aquel Señor Graduado

roja borla, blanco guante,

que nemine discrepante

fue en Salamanca aprobado?

Pues con su borla, su grado,

cátedra, renta y dinero,

es un grande majadero.

J. Iglesias de la Casa, 1820

barcelona, españa. La expansión de los escándalos de plagio académico no sólo son polvos de viejos lodos mexicanos. También en Alemania, Hungría, Perú, España, Estados Unidos, soplan esos vientos con los mismos lodos en algunos pantanos locales. Una revisión somera de casos recientes muestra que el “Síndrome Alzati” también ocurre, ha ocurrido y seguramente ocurrirá en otras denominaciones y contextos de manera más frecuente de lo que se cree. Presidentes, políticos, ministros, funcionarios de alto y bajo rango, académicos con cierta trayectoria, han protagonizado recientemente historias de falsedad, espejismos y pasados académicos que nunca existieron. A continuación, un listado rápido y, desde luego, nada exhaustivo del Billboard del plagio académico en distintas comarcas del mundo. El listado es producto de una consulta a las noticias publicadas por el diario El País, de España, en su página web, entre los años 2012 y 2016.

“Expresidente de Hungría anuncia su dimisión tras ser acusado de plagio”. Según la nota, la Universidad Semmelis de Budapest le retiró el título al político Pàl Schmitt “al copiar gran parte de su tesis doctoral”. La había presentado en 1992 (04/04/2012).

“Consejo académico rumano dictamina que el Primer Ministro rumano plagió su tesis”. Se trata de Victor Porta, político local que ve arruinada su carrera profesional por el escándalo (29/06/2012).

“La Ministra de Educación alemana pierde su título de doctor por plagio”. Se trata de Anette Shavan, quien obtuvo su título de doctora en 1980, otorgado por la Universidad de Dusseldorf. Una política que era miembro del gabinete de Angela Merkel y militante destacada de las filas del Partido Unión Demócrata Cristiana de Alemania (CDU), (06/02/2013).

“El precio de tener un doctorado”. Norbert Lammert, presidente del Bundestag (el parlamento alemán), y también político democristiano, fue acusado de plagio en la elaboración de su tesis doctoral. Luego se supo que tampoco tenía título de licenciatura. Unos años antes del escándalo, en 2011, cuando se hace público un escándalo similar de un opositor político, el entonces diputado Lammer, con buen sentido de la retórica y de la oportunidad política había sentenciado: “El plagio es un clavo de ataúd para la confianza en la democracia” (31/07/2013).

“Acusada de plagiar su tesis la ministra de defensa de Alemania”. Se trata de Ursula Von del Leyen, también miembro de la CDU y del gabinete de Merkel. Era ministra de Defensa y obtuvo su título de doctora en Medicina unos años antes (26/09/2015).

Marc Guerrero, político español, miembro del Consejo Ejecutivo de Convergencia (CDC) y exvicepresidente del Partido Alianza de los Liberales y Demócratas por Europa (ALDE), “plagió parte de su tesis doctoral en Ciencias Sociales”, presentada en la Universidad de Barcelona, quien le concedió el título Cum Laude en 2007 (30/11/2015).

“Candidato presidencial de Perú cometió plagio en su tesis doctoral”. César Acuña, dueño de un consorcio de universidades privadas y competidor en las actuales elecciones presidenciales peruanas, “obtuvo su título de Doctor por la Facultad de Educación de la Universidad Complutense de Madrid en el 2009” (16/03/2016).

Frente a los escándalos se han hecho varios intentos para tratar de inhibir, penalizar o evitar prácticas de plagio entre investigadores, profesores y estudiantes universitarios. Dos ejemplos recientes: el 18 de sepiembre de 2013, ante la expansión de casos de plagio entre los estudiantes de licenciatura, la Universidad de Navarra, en España, elaboró un código de ética académica que castiga las prácticas fraudulentas en la elaboración y publicación de trabajos académicos. En México, en julio del año pasado, un grupo de 22 académicos pertenecientes a 12 instituciones de educación superior, publicó un documento en el cual se enuncian ocho propuestas para tratar de evitar prácticas de plagio en el ámbito académico mexicano.

El problema es que los comportamientos plagiarios son el efecto perverso de la combinación de decisiones individuales y de contextos sistémicos (o de factores “subjetivos” y “objetivos”, según la conocida formulilla sociológica). En el ámbito de los individuos, las decisiones de plagiar son actos de cinismo, pero también producto de la ansiedad, la angustia y la desesperación —el famoso “síndrome Los Tecolines” al que solía referirse José María Pérez Gay— por obtener de algún modo un título, un reconocimiento, un diploma. Hay en estos comportamientos ciertas connotaciones mágicas asociadas a los títulos de posgrado: formas de acreditar saberes, de mostrar evidencias de capital escolar relacionados a la posesión de capital cultural y estatus social. En el caso de los funcionarios y políticos que desean obtener a cualquier precio maestrías y doctorados, las ilusiones son más extrañas. Ser doctor para exhibir poder, para acrecentar la reputación y prestigio en las diversas arenas de la política, el título como una cosa que, bien usada, ayuda a competir con mejores recursos en la encarnizada disputa por puestos y posiciones. El doctorado como parte del currículum político, y no como evidencia de una trayectoria escolar y académica centrada en las rutinas humildes y clásicas del homo academicus: leer, investigar, organizar seminarios y conversatorios, dirigir tesis, publicar artículos, libros, ensayos.

Pero es la dimensión contextual la que también ayuda a comprender las decisiones individuales. Cuando lo que está en juego son el prestigio y el dinero, los mecanismos meritocráticos se confunden con los burocráticos (tabuladores universitarios, puestos directivos, programas de estímulos, becas), que operan como referentes para alcanzar fines sin tener muchos escrúpulos con los medios. En este escenario, cultivado pacientemente por políticas, por instituciones, por grupos académicos y por individuos, el plagio académico encuentra explicación y sentido. Es inmoral, debilita el ethos académico en las universidades, corrompe comportamientos, destruye carreras, debilita la confianza, causa indignación y escándalo. El problema es que la cosa existe, permanece y se reproduce, y no se vislumbran en el horizonte académico muchas posibilidades de que desaparezca.

11 Campus Milenio, 2 de julio de 2016.

Cabeza de turco12

barcelona, españa. Los hechos son conocidos: la tarde del pasado 15 de julio se puso en marcha un golpe de Estado contra el gobierno del presidente de Turquía, Recep Tayyp Erdogan, que movilizó al ejército turco y a miles de ciudadanos de ese país. En medio de la confusión, se supo que una facción del ejército, apoyada por altos funcionarios y policías, se había levantado en armas contra Erdogan, su gobierno y su partido (Partido de la Justicia y el Desarrollo, AKP, por sus siglas en turco), por considerar que es un régimen corrupto, despótico y autoritario. Esa misma noche, el propio presidente anunciaba la captura de los culpables y el restablecimiento del orden institucional. El intento golpista había fallado.

En medio de ese restablecimiento, el gobierno ordenó inmediatamente apresar y destituir en masa a miles de dirigentes, funcionarios y políticos, acusados de participar en la revuelta. Nunca como ahora la expresión “cabeza de turco” (el equivalente a la de “chivo expiatorio”) tuvo tanta aplicación política, simbólica y práctica para focalizar la venganza presidencial en individuos y comunidades específicas. Y entre esos miles se encuentran rectores, académicos y funcionarios de las universidades públicas y privadas del país. Según fue dado a conocer por distintos medios, una de las acciones inmediatas fue la “purga” de más de 15 mil maestros del sistema educativo básico, además del despido de “todos los rectores y decanos de facultades (1,577 académicos)”, por orden directa del presidente turco (La Vanguardia, Barcelona, 20/07/2016). Además, “a los profesores y empleados de las universidades se les prohibió salir al extranjero y se exigió a los que participan de intercambios que regresen” (El País, 21/07/2016). Se decretó también “el cierre de 15 universidades y de 1,043 escuelas privadas y residencias de estudiantes” (El País, 24/07/2016).

Estos acontecimientos ocurren en uno de los países de la zona euroasiática que más rápidamente se han occidentalizado en una región dominada por el islamismo. Con más de 180 instituciones de educación superior públicas y privadas (de las cuales 104 son universidades públicas sostenidas por el Estado), que tienen una población de más de un millón de estudiantes, el sector educativo superior es un conglomerado de universidades tradicionales y modernas que investigan, imparten cursos de pregrado y posgrado, y cada vez más realizan intercambios con numerosas universidades europeas y norteamericanas.

Las dos principales universidades turcas son la de Estambul —fundada en 1453 y transformada en 1933 como universidad pública, en el contexto de la constitución de la actual República de Turquía— y la de Ankara —fundada en 1946, y que se presenta como la “primera universidad de la República”—. Según aparece en sus sitios web, la primera tiene 90 mil estudiantes de pregrado y posgrado, y la segunda, 40 mil con 1,639 profesores. Ambas instituciones reflejan en buena medida el perfil de la educación universitaria turca contemporánea, como espacios académicos dominados por el interés científico y profesional propio de las repúblicas laicas, coexistiendo con una cultura cotidiana dominada abrumadoramente por el islamismo.

Pero esas universidades reflejan también la accidentada historia política de su país, una historia de tensiones entre un régimen democrático semipresidencialista, liberal y laico, impulsado por el Partido Republicano del Pueblo (CHP) —constituido por Mustafá Kemal Atatürk, un liberal de filiación centro-izquierda, y considerado como el fundador de la Turquía moderna en los años treinta—, y un régimen democrático teóricamente laico, pero prácticamente protoislamista, representado por el gobernante AKP. En ese contexto se formaron liderazgos como los del expresidente Abdullah Güll (2007-2014), antecesor del actual presidente Erdogan. Güll fue rector de la Universidad de Estambul antes de ser nombrado primer ministro (2003-2007) y de fundar, junto con Erdogan, el Partido de la Justicia y el Desarrollo. Pero esas instituciones fueron también parte de la trayectoria política de Fetullá Güllen, el intelectual, teólogo, empresario y predicador que fue mentor del actual presidente turco y que ahora vive exiliado en Estados Unidos, y al que Erdogan acusa de la autoría intelectual y organizativa del fallido golpe de Estado. Esa historia política, de alianzas frágiles y de pleitos sólidos, es la historia de la constitución de un sector universitario ligado a los intereses de las élites del poder gubernamental turco.

Pero las universidades turcas son instituciones que, en sentido estricto, no tienen autonomía política. Ese es el hecho que explica el acontecimiento de la purga universitaria. Sus rectores son propuestos por académicos y un Consejo Nacional de Educación Superior (dominado por el gobierno), pero son nombrados por el propio presidente de la república. Es decir, aquellos órganos proponen, pero el presidente dispone. Eso asegura al ejecutivo turco un enorme poder para decidir los máximos puestos de responsabilidad universitaria, pero también para remover o nombrar a los profesores. Ello explica la celeridad de las acciones de destitución y despido de rectores y académicos. Las primeras reacciones frente a los hechos, acaso inspiradas por el temor, han sido de pasividad. Hasta ahora, ni los estudiantes universitarios, ni los académicos, ni los propios rectores, han manifestado su posición frente a las acciones presidenciales, y la comunidad académica internacional ha permanecido en silencio frente a una acción que, de haberse producido en América Latina o en Europa, por ejemplo, habría provocado muy probablemente movilizaciones por la violación de la autonomía universitaria.

 

La historia de las rebeliones y de los reordenamientos políticos coloca a las universidades en posiciones muy complicadas, y Turquía no es la excepción. Hoy, los rectores y muchos profesores e investigadores cumplen el papel de “cabeza de turco” para el gobierno de ese país, empeñado en destruir cualquier rastro del intento golpista. Los colocan como aliados de los golpistas y como parte de las redes de influencia del imán Güllen. Atrapadas y arrastradas por la vorágine de violencia y política de la coyuntura, es claro que no corren buenos tiempos para las universidades de la hermosa y convulsiva República de Turquía.

12 Campus Milenio, 4 de agosto de 2016.