El poder de la universidad en América Latina

Tekst
0
Recenzje
Przeczytaj fragment
Oznacz jako przeczytane
Czcionka:Mniejsze АаWiększe Aa

INTRODUCCIÓN

Las primeras universidades latinoamericanas surgieron hace casi 500 años, primero como implantes de modelos europeos –principalmente españoles y, tardíamente, lusitanos–, sometidas a la autoridad de grupos de poder locales (órdenes religiosas, gobiernos locales) o remotas (la Corona, el papa), y luego como instituciones crecientemente autónomas influidas por los cambios en sus entornos sociales y políticos. A lo largo de sus diversas trayectorias, las universidades experimentaron ciclos de expansión y de crisis, rupturas, estancamientos, conflictos y épocas de esplendor, algunas sobrevivieron, otras desaparecieron. ¿Cuáles son esos ciclos? ¿Cómo pueden distinguirse? ¿Qué factores intervienen para producir las “eras” de las universidades de la región? ¿Qué tipo de cambios ocurren durante esa extendida, confusa y complicada historia?

Esas cuestiones han sido abordadas por diversos estudios historiográficos y sociológicos sobre las universidades en la región. En el contexto latinoamericano, las primeras instituciones de educación superior surgieron en entornos particularmente complejos que, en términos generales, se caracterizaron por el proceso de construcción de un nuevo orden social en los territorios y poblaciones americanas. La lógica de la conquista y de la colonización que se desarrolló en los siglos XVI y XVII impuso la organización de prácticas institucionales, políticas y culturales centradas en la evangelización de los indios, la promoción de un imaginario social asociado a nuevas formas y códigos simbólicos de representación del poder, de lealtad y obediencia de las comunidades hacia los conquistadores, hacia la Corona y la Iglesia católica. Esa misma lógica estimuló la formación del funcionariado eclesiástico y civil local, indispensable para la evangelización “homogénea” de comunidades conquistadas mediante la cruz y la espada, pero también para la administración más o menos eficaz de los nuevos territorios. En ese contexto, las órdenes religiosas (principalmente dominicos, franciscanos, agustinos, jesuitas) se convirtieron en los gestores de la creación de nuevas instituciones de “estudios generales”, que cristalizaron de manera polimorfa en las 31 universidades coloniales creadas desde 1538, con la fundación de la Universidad de Santo Domingo, hasta 1812, con la apertura de la Universidad de León en Nicaragua, la última universidad colonial de la región.1

Las implicaciones que tuvo la creación de las nuevas instituciones fueron múltiples y diversas. En el ámbito político, significaron el reconocimiento de los universitarios como una élite de poder con intereses propios, que demandaron recursos, instrumentos y condiciones para su permanencia y expansión en los diversos territorios. Asimismo, las universidades se convirtieron en el núcleo de la formación de un funcionariado eclesiástico y civil apropiado para la administración monárquica de poblaciones y territorios. En términos sociológicos, las universidades se consolidaron como espacios de reconocimiento de estatus y prestigio para clases y estratos sociales específicos, lo que permitió a algunos afianzar posiciones de poder y, a otros, oportunidades de movilidad social ascendente. En el ámbito cultural, la organización de los saberes y disciplinas, la creación de bibliotecas y la circulación de libros, la discusión política e intelectual dentro y fuera de las aulas universitarias contribuyeron de manera destacada a la conformación de élites intelectuales, ilustradas, empeñadas en construir la “República de la Letras” en los nuevos territorios.

El análisis de esas implicaciones puede ser visto como parte de una larga, complicada y conflictiva tarea de legitimación de las universidades en el orden colonial latinoamericano. Las tensiones clásicas entre la lógica del saber y la lógica del poder que caracterizan –casi desde su fundación– a las universidades europeas se reprodujeron más o menos puntualmente en la historia de las universidades de la región. Las órdenes religiosas, la burocracia eclesiástica, el poder papal y el poder monárquico, la expansión del mestizaje y de la evangelización, las crecientes tensiones entre los intereses de los españoles peninsulares y de los criollos, el papel de las autoridades locales municipales y de grupos específicos de poder en los diversos territorios, la conformación de las primeras universidades y colegios como corporaciones de estudiantes y profesores fueron parte de la configuración de diversos “mapas” de actores sociales involucrados en los procesos de legitimación –y, en no pocas ocasiones, de acelerada deslegitimación– de las instituciones universitarias entre los siglos XVI al XVIII.

Esos procesos pueden ser analizados tanto a través de las prácticas cotidianas como de los discursos y relatos que los propios universitarios (profesores y estudiantes), las autoridades monárquicas, la jerarquía católica y las órdenes religiosas se encargaron de producir durante la etapa colonial, y que se extendieron con otras voces, actores y climas intelectuales, ideológicos y políticos en los siglos XIX y XX. Ello, no obstante las diversas transiciones entre los modelos universitarios en la región, obedeció a una lógica complicada de cambios contextuales, orientaciones políticas y adaptaciones institucionales. Las universidades coloniales prácticamente desaparecieron de los escenarios socioeducativos en el transcurso de las guerras de independencia, con la constitución de las primeras repúblicas liberales y, con ellas, de los primeros Estados Nacionales en el accidentado siglo XIX. Desde los primeros años del siglo XX, en el contexto de la edificación de los regímenes nacional-populares latinoamericanos, las viejas universidades coloniales fueron definitivamente canceladas, reinventadas o refundadas como instituciones públicas, nacionales y autónomas, dotadas de recursos normativos, organizativos y, en la mayor parte de los casos financieros, para convertirse en órganos estatales pero no gubernamentales.

Por ello, las universidades en América Latina suelen acompañar su legitimidad intelectual, social y política con aquélla histórica, nutrida en muchas ocasiones de sus antecedentes coloniales o europeos. Sus respectivas “historias oficiales”, o los relatos políticos de las élites republicanas, modernizadoras o contemporáneas, suelen representar con alguna frecuencia a las universidades como el “lazo de unión” entre el pasado y el presente, y aun como parte de un largo proceso civilizatorio, como la continuidad institucional de aspiraciones nacionales y locales que fortalecen su identidad, sus misiones y funciones en la vida social, económica, política y cultural.2 En la retórica oficial, institucional y política, se suele afirmar con frecuencia que antes de la formación de los países modernos (vale decir, de las repúblicas y los modernos Estados nacionales, formados entre los siglos XVIII y XIX), muchas universidades ya estaban ahí, en formas primarias, participando en la configuración de las propias sociedades locales. ¿Es posible sostener esa afirmación de continuidad? ¿Qué papel juegan los “mitos fundacionales” en la construcción histórica de las universidades? ¿Cuáles son los momentos de ruptura y de “reinvención” de la universidad? ¿Cómo se adaptan las universidades a los cambiantes contextos sociales? ¿Cómo y por qué se convierten en “objetos” de la acción de los gobiernos?

DIMENSIONES Y PERSPECTIVAS DE UNA INSTITUCIÓN COMPLEJA

Es común que, en la bibliografía especializada acerca del tema, se distingan dos formas de abordaje de la sociología histórica de las universidades (Collins, 1996; Clark y Neave, 1992). Una afirma la tesis de que la historia institucional de las universidades consiste básicamente en la historia de las disciplinas, las profesiones y las escuelas que le dieron origen, identidad y trayectoria. La otra perspectiva afirma que la “invención” de la universidad significó la transformación sustancial de las formas de organización, legitimación y representación de los saberes técnicos, humanistas y científicos, lo que imprimió a la autonomía intelectual y académica de las disciplinas una autonomía ampliada de carácter institucional. Esta historia de tensiones autonómicas entre la institución y las disciplinas, entre legos, sabios y eruditos, fue formulada con toda claridad por Kant en su célebre texto “El conflicto de las Facultades”, publicado originalmente en 1794.

Estas dos perspectivas, sin embargo, bien vistas, son complementarias. La sociología histórica de las universidades es deudora de la sociología histórica de las disciplinas y de las profesiones. Así como la figura de la universidad no se reduce a la historia de sus funcionarios y burocracias ni a sus relaciones con el poder eclesiástico, monárquico o estatal, la historia de las disciplinas tampoco ocurre en entornos socioinstitucionales vacíos o en ausencia de tensiones y conflictos con nuevos saberes y con otras disciplinas. Aunque la medicina, la jurisprudencia, la astronomía o la filosofía son disciplinas cuyos orígenes son anteriores a la universidad, es cuando surge esta nueva institución en el siglo XII que esas mismas disciplinas se reorganizan con nuevas reglas, actores y relaciones de poder.

Así, es pertinente reconocer que las relaciones de las universidades con sus entornos socioinstitucionales son histórica y sociológicamente complejas. En el caso hispanoamericano, lo fueron tanto en la época colonial como en la era de la independencia y la constitución de las repúblicas latinoamericanas, y lo son en la época moderna y contemporánea. Esa complejidad puede ser analizada en tres grandes dimensiones: la histórica, la política y la sociológica. La primera implica un esfuerzo de reconstrucción de la peculiar configuración de las universidades, al atender sus orígenes, contextos, relatos y trayectorias. En particular, implica un análisis diacrónico que permita distinguir los distintos periodos, ciclos o etapas, sus rupturas y continuidades, sus tradiciones, símbolos, principios articuladores, momentos de cambio, ambigüedades y tensiones. La dimensión política tiene que ver con las relaciones de poder que establece la universidad con sus entornos, un vínculo “interno” y otro “externo”, que permite apreciar el papel de la universidad como un espacio donde confluyen de manera conflictiva la lógica del saber y la del poder. Finalmente, la dimensión sociológica supone el análisis de las representaciones sociales de la universidad en los entornos locales y nacionales, su importancia en la generalización de las prácticas académicas y en la formación de las creencias, los deseos, los imaginarios y las expectativas sociales de los grupos y estratos que se relacionan con la universidad, como un mecanismo de acceso legítimo a la distribución de los capitales simbólicos (grados, títulos, reconocimientos) que provee la propia universidad a sus miembros.

 

Estas preguntas, dimensiones y perspectivas de análisis acerca de las universidades latinoamericanas tienen que ver con comportamientos sociales e institucionales que no surgieron en el vacío histórico, social o político. Son la expresión de intereses, prácticas, ideas y valores fuertemente arraigados en los diferentes contextos nacionales, que proveen de cierto sentido de continuidad y de cambio, a veces de ruptura, a la propia figura de la universidad. ¿Cómo se forman esos valores, ideas e intereses? ¿De qué manera articulan el “sentido” institucional universitario? ¿Qué tipo de comportamientos socioinstitucionales se derivan de las formas y estructuras organizativas en que se expresan los valores e intereses de las universidades latinoamericanas?

El argumento general de este ensayo pretende explorar algunas explicaciones, ofrecer respuestas y nuevas hipótesis a estas cuestiones. Se sostendrá que, en el caso latinoamericano, el poder institucional universitario significa el poder autónomo de la universidad, lo que constituye el eje de las historias institucionales y sociales universitarias. El “poder autónomo” es la expresión de las relaciones de tensión y conflicto que guardan la legitimidad política y la representación social de las universidades en distintos contextos nacionales y locales. Esos dos elementos socioinstitucionales (legitimidad y representación) explican la autoridad de la universidad en el campo intelectual, político y cultural, así como la configuración de las representaciones colectivas (esencialmente de carácter simbólico), que se construyen dentro y fuera de la universidad.

Para explorar estas cuestiones, el texto está organizado en dos partes. En la primera, se describen los objetivos, alcances y límites del estudio general, además de los que corresponden a los tres grandes periodos de análisis (colonial, republicano y moderno), se presentan los antecedentes y la perspectiva analítica general del ensayo, que descansa fundamentalmente en el uso del enfoque de la sociología histórica. También se desarrollan las conjeturas e hipótesis que sirven como punto de arranque del estudio y una síntesis del esquema metodológico del proyecto, al considerar el foco analítico del estudio (el análisis del poder autónomo de las universidades en el contexto latinoamericano), así como sus limitaciones y potencialidades.

En la segunda parte del ensayo se ofrecen algunos resultados relacionados con los tres casos institucionales a estudiar (las universidades de Santo Domingo, San Marcos y de México), en cada uno de los tres periodos seleccionados. Asimismo, se incluye, a manera de conclusiones, una breve nota final sobre la era contemporánea de las universidades latinoamericanas (1980-2015), donde se enlazan los procesos de reforma y, en algún sentido, de reconstrucción del poder autónomo universitario a finales del siglo XX y comienzos del XXI, de sus dispositivos de legitimación político-institucional y de representación social, en el marco de las políticas de incentivos, de calidad y de evaluación que predominan en el contexto político y de políticas que caracteriza las relaciones de las universidades con sus entornos públicos y privados en los años recientes.

Finalmente, cierra el texto con un epílogo a manera de recuentos de las limitaciones del ensayo, pero también de un balance y perspectivas generales respecto a la noción del tiempo en las ciencias sociales y sus implicaciones acerca de las relaciones entre el largo plazo y la construcción de una sociología histórica de las universidades en América Latina y el Caribe.

Para concluir esta introducción, es importante señalar que entre 2018 y 2019 fueron publicados dos avances de la investigación que dio origen a este libro. Ambos textos son, por supuesto, de mi autoría. Uno fue el artículo “100 años después. Autonomía y poder universitario en América Latina”, publicado en la Revista Latinoamericana de Educación Comparada (2018, vol. 9, núm.13, pp. 77-92). El otro es “El poder universitario en América Latina”, publicado en la Revista Mexicana de Sociología (2019, vol. 81, núm. 1, 117-144). Esto explica que algunos pasajes del libro retomen elementos de ambas publicaciones.

1 La cifra y la relación de las 31 universidades hispánicas aparece en el texto clásico de Rodríguez (1973). Sin embargo, estudios posteriores señalan inconsistencias en la enumeración de esas universidades y proponen ajustarlas, en realidad, a 27. Al respecto, cf. el monumental texto de González (2017).

2 Estos relatos lineales o “continuistas” de la historia de la universidad fueron criticados tempranamente en los procesos de constitución de las repúblicas latinoamericanas, cuando se señaló su carácter mitológico/ideológico más que histórico. Para el caso de Perú, por ejemplo, José Carlos Mariátegui determina con agudeza, en los primeros años veinte del siglo XX, cómo el pasado colonial de las universidades peruanas era contradictorio con los procesos liberales de reforma de esas instituciones a lo largo del siglo XIX. Para él, como para otros intelectuales marxistas de la época, la historia de la universidad no era una de prolongación, sino de ruptura (Mariátegui, 1979: 86-88).

PRIMERA PARTE

APUNTES SOBRE LA SOCIOLOGÍA HISTÓRICA DE LAS UNIVERSIDADES EN AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE

Es evidente que la “civilización”, como laracionalización, no es un producto de la ratiohumana, no es el resultado de una planificaciónque prevea a largo término […] De hecho, nada enla historia demuestra que esta transformación sehaya llevado a cabo de modo “racional”, porejemplo, por medio de la educación adecuada depersonas concretas o de grupos de personas. En suconjunto, la transformación se produce sin un planprevio, aunque, sin embargo, sigue un ordenpeculiar.

NORBERT ELIAS, El proceso de la civilización

Soportaban los años bravamente y conservabanen su interior, incorrupta e intacta, la semillabenigna del conocimiento.

FLANN O’BRIEN, En Nadar-dos-pájaros

Como se planteó en el prólogo de este libro, el objetivo general es comparar, desde una perspectiva de sociología histórica, las trayectorias socioinstitucionales de las universidades latinoamericanas durante la etapa colonial (siglos XVI al XVIII), que anticipa tanto la era republicana (siglo XIX) como la moderna (siglo XX) y contemporánea (la transición del último tercio del siglo XX y los primeros lustros del XXI). Este ejercicio se concentra en las trayectorias sociohistóricas de las tres universidades más antiguas del continente (Santo Domingo, San Marcos y México), tratando de identificar los procesos de construcción de su poder social e institucional, el perfil y los contenidos de los diversos grados de autonomía y heteronomía que se ejercen en distintos periodos de sus trayectorias, y examinando los discursos, creencias, imágenes y representaciones sociales que se forman dentro y fuera de los espacios universitarios en América Latina y el Caribe.

La selección de las tres universidades mencionadas obedece a un criterio amplio de representatividad, esto significa que, al reconocer la enorme diversidad de las trayectorias sociohistóricas de las distintas universidades hispanoamericanas y lusoamericanas que se fundaron en los diversos territorios coloniales, el análisis de las tres más antiguas universidades latinoamericanas permite identificar y comparar por lo menos tres tipos de trayectorias socioinstitucionales de la educación superior universitaria en la región. Con esta consideración, se ensayará un esquema interpretativo que concentra la atención en las diversas fuentes del poder de las universidades y las relaciones entre legitimidad política y representación social que caracteriza cada una de las trayectorias durante el periodo colonial.

ANTECEDENTES Y PERSPECTIVA ANALÍTICA

La universidad como objeto de investigación es un campo de estudio reciente de las ciencias sociales en América Latina. Aunque existe una importante bibliografía respecto a los orígenes históricos y a la evolución de la universidades latinoamericanas –particularmente las universidades públicas–, así como una producción importante en términos del estudio sociológico de sus actores universitarios contemporáneos –estudiantes, profesores, directivos–, o de las formas de organización académica y del gobierno universitario, existe relativamente poca investigación comparada en torno a la construcción de las imágenes y representaciones sociales de las instituciones universitarias en sus diversos contextos históricos y contemporáneos específicos.

¿Qué son las universidades? ¿Qué representan? ¿Cómo son representadas? ¿Qué son y cómo se explican los alcances y limitaciones, las ambigüedades, contradicciones y logros del poder institucional universitario en las distintas sociedades locales y nacionales? Desde sus orígenes medievales europeos, las universidades se constituyeron como espacios de acumulación y reproducción del saber, formando esencialmente funcionarios, clérigos y letrados. Esta función las colocó desde el principio en una posición de prestigio, de legitimidad social y política, una función monopolizada, regulada, dominada por la Iglesia católica, así como por los poderes reales durante casi siete siglos, desde mediados del XII hasta los inicios del XIX. Pero ya en el siglo XV dos fuerzas poderosas alterarían para siempre el papel monopólico tanto de la Iglesia católica como de las universidades sobre la formación de las élites y los patrones de legitimación del poder político, social e intelectual de las sociedades europeas: la invención de la imprenta y la Reforma protestante.1

Estas dos fuerzas significarían el cuestionamiento del propio poder institucional de la Iglesia a través de las prácticas de los clérigos y de la formación de los doctos, de las élites (Bottomore, 1993). El monopolio del saber fue cuestionado al circular de manera masiva libros o manuscritos que sólo estaban al alcance de los letrados y de los clérigos. La reforma luterana significó también una ruptura intelectual y política en el seno de la Iglesia católica, que cuestionó las estructuras verticales de centralización, dominación, control por parte de la jerarquía eclesiástica de Roma, que se asoció como parte del “espíritu del capitalismo” que, a partir del siglo XVII, revolucionaría para siempre el mundo de las ideas, así como de la organización y prácticas tanto económicas como políticas de la Europa posmedieval (Weber, 1972).

Sin embargo, con el surgimiento del capitalismo y de los modernos Estados nacionales europeos desde el siglo XVIII, las exigencias de la burocratización, la profesionalización de la vida pública, implicaron cambios sustanciales en el funcionamiento y la organización de las universidades medievales. El surgimiento del profesorado académico, la producción, la generalización de los grados y certificados educacionales (licencias, títulos, diplomas), supervisados y regulados por los emergentes Estados nacionales en los siglos XIX y XX, las exigencias de formación de profesionales capaces de articular nuevas prácticas económicas con la adquisición de estatus social y prestigios individuales, implicaron una transformación radical (traumática, conflictiva, inestable) de las viejas universidades medievales y coloniales.

El vínculo entre el sistema educativo y el sistema social se desplegó con toda su fuerza en los inicios del capitalismo europeo. Como señaló Marx (1966: 86), el “bautizo burocrático del saber”, que comenzó con la época de las monarquías absolutas, se consolidó con el surgimiento del capitalismo y la edificación de los modernos Estados nacionales entre los siglos XVIII y XIX. En ese largo proceso, las universidades experimentaron nuevas tensiones y contradicciones socioinstitucionales. En principio, su carácter corporativo, después elitista y aristocrático, cedió el paso a nuevas exigencias, funciones y actores. El fenómeno de la “burocratización de todo dominio”, que señalaba Weber como uno de los rasgos de la racionalización, modernización e intelectualización del capitalismo, implicó para la universidad nuevas estructuras de organización y de gestión de los asuntos académicos, lo que dio lugar a la formación de técnicos y especialistas, que a la vez harían surgir un fenómeno completamente nuevo: los mercados de las profesiones (Brunner y Flisfich, 2014).

 

Las transformaciones de fondo en este extenso desarrollo tendrían que ver con una nueva forma de relación entre el Estado, la sociedad y las universidades; en específico, tendrían en las universidades el espacio institucional adecuado para reformar las relaciones entre el saber y el poder (Ben-David y Zloczower, 1966). El resultado de las tensiones y contradicciones que surgieron desde el inicio de las instituciones universitarias europeas, sin embargo, se resolvió con el surgimiento de la universidad moderna a mediados del siglo XX, una institución de masas, una “multiversidad” en palabras de Kerr (1996), en que la producción masiva e institucionalizada de los certificados universitarios se consolidó como la representación social más importante de construcción de legitimidad, riqueza, movilidad social y estatus para clases, grupos y estratos sociales. Como señalan Brunner y Flisfich (2014: 270), “los certificados […] definen una frontera que no es más que mágica; se sostienen sobre la creencia colectiva de su valor como indicador reconocido del capital cultural adquirido y probado a lo largo de una carrera educacional”.

Para el caso latinoamericano, este tipo de creencias respecto a la importancia simbólica y práctica de la universidad están en la base del imaginario social que se construye de dichas instituciones, las “representaciones colectivas” acerca de su importancia, su papel y sus funciones.2 A partir de la segunda mitad del siglo XX, la expansión sin precedentes de la demanda y la oferta de instituciones de educación superior en todo el mundo, la diversificación de las ofertas, la multiplicación de carreras y ciclos cortos y largos de formación profesional de pregrado y de posgrado, además de las exigencias de cualificación que exigen los mercados laborales, constituyen parte de los fenómenos asociados con la legitimación y el fortalecimiento del poder institucional de las universidades y de la educación superior en términos más amplios (Altbatch, 2009; Albornoz, 1979; Brunner, 2012).

En anteriores proyectos y estudios en México y América Latina (Acosta 2000, 2006, 2010, 2012, 2014, 2015, 2016), se han explorado diversas dimensiones del poder institucional de las universidades públicas en la región. Los hallazgos principales se pueden resumir en las seis tesis siguientes:

1] Las universidades son una invención europea. El nacimiento de la universidad como institución social fue producto de la interacción entre contextos, ideas, intereses y poderes locales, construidos durante la Edad Media europea. Antecedidas por la expansión de colegios, seminarios, monasterios, escuelas y facultades concentradas en la formación de élites técnicas, civiles y religiosas, las primeras universidades europeas (Bolonia, París, Salamanca, Berlín, Oxford, Cambridge) se constituyeron en espacios de legitimación del poder eclesiástico, de la burguesía o de la realeza, a la vez que fuente de influencia, poder y prestigio para profesores y estudiantes (Bonvecchio, 1991; Haskins, 1965; Le Goff, 2016). Como ha señalado Walter Rüegg (2013: xix), la universidad “realmente… es la institución europea por excelencia”.3

2] Las universidades representan instituciones de poder. Históricamente han jugado un papel relevante en la formación de las élites dirigentes, políticas y científicas de las sociedades nacionales. Casi desde su origen, se establecieron como instituciones que reciben y distribuyen prestigio, reconocimientos y estatus a sus miembros, espacios que actúan como redes organizadas de poder, que configuran parte de los esquemas de legitimación de las monarquías, de los gobiernos y de los Estados nacionales. La influencia de la Universidad de Salamanca fue clave en la creación de las primeras universidades coloniales en Hispanoamérica, particularmente en las tres primeras universidades fundadas: Santo Domingo (1538), San Marcos (1551) y la Universidad de México (1551) (Rodríguez, 1977, 2005; Brunner, 1987; Peset, 2015; González, 2015). Sin embargo, gracias a los contextos locales de la creación de dichas instituciones, sus funciones, representaciones e imágenes configuraron “la originalidad de la copia” de las universidades coloniales y sus posteriores trayectorias institucionales.

3] El poder institucional de las universidades se expresa en una dimensión social, una simbólica y una práctica. La primera tiene que ver con el acceso, tránsito y egreso de los estudiantes a las universidades, su origen social, características y perfiles; asimismo, se relaciona con el perfil del profesorado universitario y de sus autoridades institucionales. La dimensión simbólica está vinculada con las influencias ideológicas que dominan el clima intelectual de cada época, que imprimen sentido a las relaciones entre las prácticas académicas cotidianas y las imágenes y representaciones sociales de la universidad entre sus comunidades y sociedades. Finalmente, la dimensión práctica se refiere a las formas de organización académica y administrativa que asume cada universidad (Acosta, 2016). Los escudos, los sellos, los colores, banderas e himnos que cada universidad hace suyos forman parte de los rituales y procedimientos que fortalecen no sólo la legalidad, sino también la legitimidad del poder universitario en las sociedades locales.4

4] Las universidades guardan estrechas relaciones políticas con los poderes públicos constituidos en territorios y poblaciones específicas. Como instituciones que relacionaban, como ninguna otra, el saber con el poder, las universidades latinoamericanas formaron a las élites científicas, políticas y civiles que contribuyeron a asegurar el viejo orden colonial y, posteriormente, a construir los nuevos Estados nacionales en la región (Altamirano, 20013; Myers, 2013).

5] El núcleo analítico de las universidades como instituciones de poder se concentra en la esfera de la autoridad, la política y el gobierno universitario. La configuración de las estructuras de la autoridad universitaria y sus órganos gubernativos más relevantes (claustros, consejos, rectores, decanos, catedráticos), la distribución de la autoridad, y las prácticas y tradiciones del gobierno compartido formaron parte de los entornos políticos y de políticas que explican las trayectorias socioinstitucionales de las diversas universidades (Bowen y Tobin, 2015; Clark, 1992; Rodríguez, 2004).

6] La legitimidad institucional de las universidades latinoamericanas se origina en una cuádruple vertiente: la legitimidad política, otorgada por el poder político constituido; la legitimidad intelectual, construida por el prestigio en el cumplimiento de sus funciones sustantivas; la legitimidad social, derivada de las representaciones colectivas que se construyen sobre sus alcances y potencialidades entre individuos, grupos, clases sociales, así como la legitimidad histórica, derivada de sus contextos, orígenes y trayectorias socioinstitucionales. Estos cuatro tipos de legitimidades son “tipos ideales” que, de acuerdo con la conocida tradición metodológica weberiana, operan como dispositivos analíticos para comprender y comparar las distintas trayectorias institucionales universitarias. Como todos los tipos ideales, son el resultado de la abstracción y generalización de ciertos rasgos de la acción social, que difícilmente se encuentran empíricamente en estado “puro”. Como se tratará de mostrar más adelante, esos tipos de legitimidad configuran híbridos empíricos al analizar casos específicos que dependen de historias, contextos y trayectorias diferentes pero comparables (Bernasconi y Clasing, 2015).