La ruralidad que viene y lo urbano

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En la medida en que los procesos encausados por estas visiones encuentren un punto de inflexión mediante nuevos campos relacionales, una conciencia diferente, actitudes y comportamientos renovados y una manera diferente de vivir y valorar; se abrirán nuevos campos, concepciones de las políticas públicas y una visión diferente de la realidad y sus relacionamientos, más allá de lo aparente. Aplicar el arte de crear lo que hoy no existe pero es posible, como indica Lederach (2016), es la eutopía que aquí proponemos.

Esto conduce a la pregunta: ¿cómo encontrar ese camino? Algunas de las posibles respuestas son:

1. Aceptar la realidad como es, como algo que nos concierne a todos, y autorreconocernos como parte del problema. La cuestión no es solo un asunto de los pobladores rurales, también lo es de los urbanos. Si ambos actúan como un solo cuerpo social y buscan coherencia, el camino se abrirá más rápido de lo que pensamos.

2. Buscar mejorar y elevar el nivel de nuestras propias conciencias, es decir, lograr una transformación interior.

3. Encontrar una respuesta a la pregunta: ¿qué es lo que puede mantener unido como un cuerpo único a lo rural y lo urbano, considerando que ambos tienen visiones, comportamientos, actitudes, expectativas y niveles de conciencia diferentes?

4. Tener el convencimiento de que se puede crear algo nuevo y posible; una eutopía como resultado de la imaginación creativa y nuestra propia transformación.

capítulo III

el sentido del rediseño de la ruralidad

“Para cambiar, una persona debe encarar al dragón de sus apetitos con otro dragón, la energía vital del alma”.

—Rumi.

1. Objetivos y alcances

Esta propuesta busca modificar los desequilibrios rurales-urbanos actuales para llevarlos a un estado de ruralidad sostenible, incluyente y humana, siguiendo una senda de prosperidad que se fundamente en el despliegue de la conciencia, la dignidad y la ética en el universo donde vivimos. En otros términos, persigue recrear la ruralidad y lo urbano como una unidad integrada y única, donde se abren espacios a la dignidad humana. El ser humano es la prioridad y la unidad campo-ciudad constituye el objetivo del desarrollo. Los propósitos de vida son la dignificación de lo humano y el trabajo, así como la comunión con la naturaleza y sus leyes.

Todo ese proceso termina siendo un acto de amor, una apuesta que activa y despliega nuestra concepción del mundo y de nosotros mismos. Como bien lo dice Laszlo, nos encontramos aquí con el fin de evolucionar la conciencia del cosmos haciendo evolucionar nuestra propia conciencia. Este proceso parte de acciones individuales que se aúnan en grupos específicos y derivan en un acto colectivo. Consiste en un proceso para la transformación de nuestras visiones, comportamientos, percepciones y valoraciones a partir de una mirada integral de lo que nos rodea y de los espacios donde actuamos. Es una innovación de la manera como vemos al otro y una necesidad de transformarnos a nosotros mismos como actores del cambio con nuestra capacidad creativa. Rediseñar la ruralidad es enamorarse de ella, comprenderla como es, quererla y defenderla, sentir disfrute con ella, acompañarla en su ser y totalidad, en su unidad.

En otros términos, y siguiendo los postulados de Lederach, lo que se pretende es aplicar la imaginación moral a la ruralidad y sus relaciones con lo urbano; elevarnos más allá de lo aparente y visible; trascender el límite de lo existente hoy y realizar un acto creativo, pues la imaginación moral “desarrolla una capacidad de percibir cosas más allá y a un nivel más profundo, de lo que salta a la vista” (Lederach, 2016, p. 70). El autor define la imaginación moral como “la capacidad de imaginar algo anclado en los retos del mundo real pero a la vez capaz de dar a la luz aquello que todavía no existe” (Ibídem, p. 73-74).

En el Epílogo al libro La naturaleza de la realidad de Laszlo, Shamik Desai señala que:

[…] La orientación predominante de la realidad —consumismo, objetivos a corto plazo, maximización de lo cuantitativo— representa solo un nivel adolescente de la conciencia. Ha llevado a desequilibrios peligrosos e insostenibles en el nivel individual, social y planetario y, por tanto, debe ser reconsiderada y revisada urgentemente de forma colectiva. (2017, p. 293).

Por eso, hacer que las relaciones campo-ciudad evolucionen de otra manera es una apuesta posible que puede fundamentarse en una evolución colectiva de la conciencia.

La apuesta es por un tránsito a un modelo de desarrollo cuyo centro sea el ser humano, no el mercado ni el dinero, que son instrumentos, mas no fines. Ese proceso inicia con la transformación de la ruralidad existente y de sus relaciones con lo urbano, mediante la implementación de una política de distribución de la población en el territorio, combinada con una redistribución de los recursos del territorio entre la población, especialmente la tierra y las capacidades. Para ello, busca el alcance de equilibrios territoriales para un desarrollo sostenible social y ambientalmente.

En ese sentido, se trata de abrir espacios para un modelo diferente de desarrollo rural y urbano, donde la agricultura campesina y familiar coexista con el modelo empresarial en las áreas rurales y que se valore debidamente. Consideramos que los pequeños productores sí pueden estar en los mercados y ser eficientes en el uso de los recursos que poseen, mantener la biodiversidad y ser un factor estratégico para el desarrollo y los equilibrios sociales. Es decir, el campesinado como tal integra un proceso evolutivo que la sociedad debe aceptar tal cual es, valorarlo y respetarlo.

La ciudad y el campo no son un problema en sí, ambos han sido y serán necesarios en el desarrollo de la humanidad, el uno necesita del otro. Ambos son más bien un proceso articulado de vida, actividades, angustias, emociones, éxitos, fracasos y búsqueda de la felicidad. El problema ha consistido más en la manera divergente e incoherente como se han articulado a través del mercado y el papel que las sociedades y sus ideales les han fijado, lo cual ha conducido a grandes desigualdades y conflictos.

Lo que se requiere hoy y en el futuro es revertir esa desigualdad en el desarrollo y los niveles de vida a partir de la valoración adecuada del uno y el otro, pero especialmente de lo rural. Eso implica que las ciudades entreguen más de lo que han otorgado hasta ahora a la ruralidad, mediante la reinvención de sus relaciones y que continúen desarrollando ventajas y prosperidad a través del asocio por encima de la dirección del mercado, para darle más espacio al desarrollo rural. De este modo, se configuraría un proceso diferente para garantizar el éxito de la ciudad.

2. Ruralizar lo urbano y reinventar la urbanización de la ruralidad

En tres artículos publicados en el diario El Espectador, el escritor William Ospina (2018a, b y c) expresa la idea de concebir una ruralidad imaginada y por qué es necesario asumir un cambio en las tendencias actuales. Según él, no se debe seguir urbanizando lo rural tal como ocurre en la actualidad, sino ruralizar lo urbano. Al respecto, indica que:

[…] No se trata de despoblar las ciudades y repoblar los campos sino de impedir que la mancha urbana avance sobre los campos como una enfermedad, y que para ello son más bien los campos los que deben avanzar sobre la ciudad, porque el principal desafío de la especie es reconstruir el bosque planetario, reconciliar la ciudad con el mundo. (Ospina, 2018b, párr. 10).

Ospina también propone que nos declaremos agrodescendientes, apropiándonos de enunciados hechos por grupos de jóvenes solidarios con los movimientos campesinos. Además puede agregarse que también se trata de rescatar valores culturales existentes en la ruralidad y preservarlos en las conciencias ciudadanas.

Actualmente, el tipo de urbanización de la ruralidad llena de cemento las áreas rurales aledañas a los principales centros urbanos, con lo cual se obedece solamente a la dinámica de las fuerzas de un mercado inmobiliario y especulativo, y a la necesidad de los grupos de mayores recursos de poseer fincas de recreo y escaparse por momentos de la congestión y contaminación de las grandes ciudades. Esa invasión es perversa, caótica y sin planeación por la forma como se realiza y los objetivos que persigue. La urbanización no es un error, se deben reconocer sus valiosos aportes al desarrollo y a la humanidad, pero el rumbo que ha tomado en la civilización contemporánea sí lo es, como muestra Ospina.

La ruralización de lo urbano se concreta cuando la visión de la vida rural apacible, el paisaje, el disfrute y el contacto con la naturaleza, el aire más puro y los grandes beneficios de contar con un medio ambiente sano y una naturaleza activa y dinámica, que conserva sus cualidades, etc., se incrustan como una necesidad vital en la conciencia de todos los habitantes urbanos y especialmente entre las clases medias y quienes poseen mayores ingresos pues tienden a alejarse más de lo rural por sus patrones de consumo. Configura un avance de la ruralidad sobre la ciudad y no al contrario como sucede hoy. Eso se obtiene particularmente por medio de asociaciones estratégicas y el aumento del nivel de conciencia de los urbanitas sobre el valor de la ruralidad.

En esta propuesta, ruralizar las ciudades y grandes centros urbanos alberga un significado diferente al de trasladar los habitantes rurales a las ciudades en búsqueda de sus ventajas. No se trata de ponerle límites a la expansión urbana y su misión civilizadora, por el hecho de que el modelo de urbanización actual se haya convertido más en una amenaza para el planeta, que en un factor para el mejoramiento de las condiciones de vida de su población. En esta propuesta, la consigna de ruralizar lo urbano tiene un significado especial que apunta a:

 

1. Crear una conciencia urbana sobre lo rural para valorarlo y verlo de una manera diferente. En consecuencia, construir relaciones más cercanas y equilibradas entre los dos, como realidades que hoy tienden a ser indistinguibles, principalmente en los bordes de las ciudades, las áreas de conurbación y periurbanas.

2. Que los urbanitas recuperen el valor de lo rural y decidan disfrutar de ello como parte de su calidad de vida; así como que los ruralitas adquieran una visión diferente de lo urbano y lo utilicen para su desarrollo y crecimiento. Ruralizar lo urbano es también hermanar ambas realidades, establecer entre ellos relaciones de comunidad, de coherencia, apoyo mutuo y solidaridad sin esperar siempre contraprestaciones monetarias, pero sí mejoramientos en la calidad de vida, el bienestar y el reconocimiento del otro.

3. Que los urbanitas decidan apoyar las iniciativas de desarrollo rural propias de las áreas rurales o que provienen del Estado. Así pues, los citadinos le exigirán al Estado esas políticas porque los benefician directamente, aunque vivan fuera de la ruralidad. Así, los planes de desarrollo urbano contendrán políticas de desarrollo rural con el apoyo de los habitantes de las ciudades.

4. Que los ruralitas y citadinos acepten y respeten los Planes de Ordenamiento Territorial (POT), participen en su elaboración, ejecución y veeduría mediante el establecimiento de acuerdos para el desarrollo. Que los ciudadanos hagan respetar el cumplimiento de los POT y les exijan a las autoridades el cumplimiento de los acuerdos y las disposiciones que protegen los intereses rurales y urbanos.

5. Que aparezca una nueva cultura de consumo y de producción de alimentos. Así, los habitantes de zonas urbanas le darán preferencia a la adquisición de los bienes y servicios ofrecidos por las áreas rurales circundantes, consumirán primero lo propio antes que lo extranjero o lo ultraprocesado; y los ruralitas producirán alimentos frescos, sanos y saludables con base en una agricultura más ecológica, orgánica y regenerativa.

El mayor error que se ha cometido ha sido considerar que el ciudadano del campo debe asimilarse al urbano para ser considerado moderno. No obstante, también debe ser claro que valorar el modo de vida rural no significa volver a un pasado bucólico. Se trata, a fin de cuentas, de introducir la ruralidad en una modernidad humanizada y sostenible, sin pretender igualar las condiciones de vida de ambos ámbitos en un territorio. Ambos merecen valorarse y respetarse, tanto en las políticas públicas como en la mente de todos los ciudadanos. Es un error pretender homogenizar las condiciones de vida rural y urbana, la diversidad es la norma.

Por otra parte, reinventar la urbanización de la vida rural significa repensar el tipo y modelo de desarrollo urbano impuesto en las áreas rurales, cuya expresión clara se encuentra en lo que denominamos pueblos tradicionales y conglomerados urbanos intermedios, existentes en los territorios rurales y rurales-urbanos, y los conjuntos residenciales usados como segundas viviendas o fincas de recreo de ciudadanos urbanos. Con ello, se busca inducir un proceso mediante el cual se produzcan adaptaciones, renovaciones, cambios y mejoramientos en los desarrollos urbanos de esos espacios, para alcanzar una vida urbana sostenible, amable, sociable, saludable, incluyente y con dimensión humana. Parte de ese proceso es el establecimiento de ciudades de la ruralidad propuesto en este libro.

El desarrollo urbano en las áreas rurales, que ha sido impulsado por el capital financiero y especulativo, y manipulado además por políticos y negociantes corruptos interesados solo en el dinero de fácil consecución, no satisface los postulados de los ODS y de otros enunciados sobre una modernidad basada en el ser humano. No se fundamenta en la planeación y el ordenamiento territorial, ni considera las relaciones rurales-urbanas. Es un atentado al buen gusto y a la estética, y se construye sobre el ofrecimiento de vivienda de mala calidad y espacios reducidos para las familias, especialmente en los denominados pueblos tradicionales de nuestra geografía y ciudades intermedias. Además, se expande sin considerar las capacidades municipales de ofrecer los servicios mínimos a sus habitantes y los espacios públicos requeridos para ejercer la ciudadanía. Más que un fracaso, es una disolución de la idea de ciudad.

Como se afirmó antes, aquello que se debe cambiar no es la ciudad ni el campo en sí; sino la mentalidad, las concepciones, las visiones, los propósitos y la conciencia de las personas involucradas en el desarrollo urbano y rural en general. Solo así podrá realizarse una transformación innovadora de la realidad con sentido y proyección para mejorar el bienestar de todos. Esto cobra sentido cuando se realiza a partir del rediseño del sistema, es decir, cuando se adquiere una visión holística y sistémica de las relaciones rurales-urbanas y se consideran el campo y la ciudad como una totalidad, una unidad inseparable integrada en un territorio.

El rediseño de la ruralidad y de las relaciones rurales-urbanas constituye también un llamado a la reconciliación e integración del país, a fin de cuentas termina por representar un proyecto de reconstrucción del Estado y la sociedad a largo plazo, con una visión territorial y holística que supera las nociones de lo sectorial.

3. ¿Qué es la ruralidad que viene?

Antes de precisar esta noción, conviene hacer un acercamiento a los conceptos de ruralidad y urbanidad. El Informe nacional de desarrollo humano, Colombia rural (2011) del PNUD tomó como referente de lo rural la noción propuesta por Edel-mira Pérez (2001). A la luz de esa propuesta, lo rural se considera como una complejidad resultante de las relaciones entre el territorio, la población, los asentamientos y las instituciones públicas y privadas. Así mismo, como se especifica más adelante, la Misión para la Transformación del Campo (2015) y otros analistas asumieron la construcción de un índice de ruralidad con el propósito de distinguir lo urbano de lo rural más allá de los indicadores demográficos. De manera que, a lo largo de todo este libro unas veces nos referimos a lo rural y otras a la ruralidad.

Podemos aceptar que lo rural es la materialidad expresada en la realidad que vemos: un territorio, una población, unos asentamientos, una actividad productiva y una organización social; y que todas ellas actúan de una manera interrelacionada y constituyen una unidad en sí. Sin embargo, esto no es suficiente para entender el sentido de esta propuesta, basada en el nuevo paradigma de la dimensión profunda. Para ello, y en sentido estricto, el concepto de ruralidad resulta más apropiado debido a que trasciende la materialidad rural que vemos. Se trata de una realidad que expresa al tiempo una cultura, unas visiones, unas maneras de actuar, unos ideales, unos sueños, unas virtudes y valores. Bajo una concepción holística, la ruralidad incluye, tanto lo material como lo inmaterial, unas conciencias presentes en sus habitantes que tienen expresiones determinadas.

Lo mismo puede decirse de lo urbano, tiene unas bases materiales, una esfera inmaterial y unas conciencias ubicadas en ese medio. No es que exista una conciencia rural y otra urbana que puedan diferenciarse fácilmente, la conciencia es una sola, pero se expresa y tiene manifestaciones diferentes en la vida real y en el proceso evolutivo, por lo cual alcanza grados diferentes de perfección.

Esta es una discusión de profundo calado, que nos saca de los conceptos más socorridos de lo rural y lo urbano, y no es el propósito desarrollar aquí este tema, pues caeríamos en el problemático y dinámico campo de las definiciones taxativas. Por eso, cuando nos referimos unas veces a lo rural y lo urbano, y otras a la ruralidad, si bien se puede hacer la distinción anotada antes, siempre entendemos el término en un sentido holístico y comprehensivo. Nuestra apuesta es por la ruralidad más allá de los aspectos materiales.

En ese sentido, la ruralidad que viene constituye la nueva realidad hacia donde evolucionará la actual, después de un proceso de cambios y transformaciones en las estructuras agrarias, poblacionales y territoriales, en las relaciones rurales-urbanas y en los niveles de conciencia de sus habitantes. Representa el fruto de la valoración social y política de sus habitantes, y el establecimiento de alianzas rurales-urbanas que le dan vida a la actividad social a través de nuevas relaciones coherentes, cuyo fin es la construcción de un relacionamiento más solidario y comprometido con el desarrollo sostenible e incluyente. Es la realización del orden deseado por las nuevas generaciones, quienes buscan un modo de vida diferente y equilibrado donde la realidad exprese una coherencia que catapulte las energías y capacidades de todos al unísono. En ese nuevo estado, la ruralidad en lugar de desaparecer se fortalece y se considera una parte fundamental de la existencia humana.

En lo que vendrá con los cambios que se indican en este libro, la codependencia ciudad-campo se fortalece con nuevas visiones dentro de la era del “buen antropoceno”. Esto implica el desarrollo de capacidades y visiones en todos los habitantes del territorio para posicionar lo humano, la dignidad, la mesura y el respeto por la naturaleza y sus leyes en la geografía nacional.

Así pues, los componentes de la ruralidad que viene pueden organizarse en cuatro bloques, como se muestra en la figura 1. El primero lo conforman una serie de elementos y procesos vinculados con la estructura agraria, el segundo se refiere a las ciudades, el tercero a las relaciones rural-urbanas y el cuarto comprende aspectos comunes muy vinculados a temas institucionales y ambientales.

De ese modo, podría decirse que la ruralidad que viene es el resultado de una vía diferente de desarrollo, con más Estado en el mercado, menos mercado en el Estado y más participación de las comunidades en las alianzas y asociaciones rural-urbanas, tanto en el diseño como en la ejecución y evaluación de programas y proyectos, que obedecen a estrategias concertadas. Esa vía se encuentra en línea con los ODS actuales, los cuales se han ido ajustando a los contextos nacionales e internacionales para alcanzar una mayor resiliencia de los sistemas productivos y de las sociedades.

FIGURA 1.

Procesos y elementos del rediseño rural


FUENTE: elaboración propia.

Por lo tanto, la ruralidad que viene pasa a ser un nuevo ámbito de la vida económica, social e institucional, pues expresa tejidos territoriales y sociales a través de los cuales se nutre todo el sistema. Cuenta con una migración evolutiva y reparativa como la descrita en el capítulo VIII, con flujos de población regulados por las asociaciones rural-urbanas y las autoridades provinciales y municipales. A su amparo, existe la libertad de movimiento con normas respetadas y acordadas; y se conforman flujos poblacionales, desplazamientos y ubicaciones, a través de una migración responsable y funcional para el territorio.

4. La transformación de la estructura agraria

El rediseño de la estructura de la propiedad rural es quizás el proceso más estratégico y complejo para configurar la ruralidad por venir. Como se indica en los capítulos XI y XII, esta propuesta contiene varias estrategias e instrumentos que conforman un conjunto articulado. Constituye un desafío enorme para la sociedad que tendrá que asumirlo con seriedad si quiere avanzar en una modernidad que cubra el territorio nacional. Como lo indica la figura 1, es una actividad que incide en todos y cada uno de los demás elementos característicos del rediseño rural.

 

Uno de los resultados fundamentales de esa apuesta consiste en la superación y desaparición de la estructura minifundista y de pobreza en el campo. Como consecuencia de su aplicación, el minifundio de infrasubsistencia desaparece al final del proceso y se fortalecen la agricultura de tipo familiar, la mediana empresa rural y la urbana. Ningún productor se sitúa por debajo del nivel de subsistencia, sea urbano o rural y opera una renta básica para los pobladores más vulnerables. También desaparecen el latifundio y la gran propiedad con tierras fértiles mal utilizadas. Se mantienen únicamente las empresas altamente productivas que cumplen las normas ambientales y la generación de alimentos sanos. La disminución del grado de desigualdad en el acceso a oportunidades e ingresos es notoria, los conflictos por la tierra se habrán disipado al realizarse un ordenamiento social y productivo del uso del suelo y se fortalecerán los derechos de propiedad.

La agricultura campesina y familiar puede ser la base de la formación de un estrato socioeconómico medio10 en la ruralidad que viene para fortalecer la democracia, introducir la modernidad y contribuir al logro de un equilibrio económico, social y político en el campo, y en toda la sociedad. Para abrir espacio al surgimiento de ese estrato, se requiere la redistribución de la propiedad rural y sus recursos con el fin de poner término al minifundio sin capacidad para mejorar las condiciones de vida de sus poseedores y propietarios. Además, debe fortalecerse la diversificación de actividades económicas, sociales y culturales para que las familias puedan mejorar sus niveles de ingresos y bienestar y permitir su ascenso en la escala social. Pasar de la condición de pobreza a ser parte de un estrato medio rural siempre implica un proceso que requiere tiempo y desarrollo de capacidades, entre otras condiciones. El rediseño propuesto requiere ser siempre un proceso que redistribuya y cree nuevas oportunidades y alternativas para la dignidad humana.

Además de los productores campesinos no minifundistas, los medianos productores y las microempresas, que prestan servicios en el campo y desarrollan procesos agroindustriales, engrosarán ese estrato socioeconómico. Esto implica que el campesino minifundista sin esperanzas y capacidades para superar las trampas de la pobreza desaparecerá y el paisaje social será diferente. En consecuencia, habrá un nuevo campesinado del siglo XXI, uno incorporado a una modernidad hecha a su medida.

Bajo esa perspectiva, los productores, quienes sostienen el sistema agroalimentario nacional y provincial, serán principalmente pequeños y medianos y se complementarán con el recurso de explotaciones mayores. No usarán toda la tecnología disponible en el mercado y seleccionarán solo aquella funcional para fortalecer los lazos con lo urbano y no afectar los empleos y la calidad de los productos en una economía diversa. Los instrumentos esenciales para elaborar esa selección tecnológica serán las organizaciones de tipo cooperativo y de productores, así como las alianzas productores-consumidores y organizaciones parecidas que hayan realizado procesos de capacitación y especialización de algunos de sus miembros.

En la ruralidad que viene, se reducirán y regularán mejor los cultivos altamente intensivos en el uso del agua, que actualmente se apropian de la que necesitan los pobladores de los territorios circundantes. Por medio de esto, se establecería un equilibrio entre las necesidades económicas y sociales. Para ello, se implementarán tecnologías que aprovechen los diferentes ecosistemas y recursos a fin de generar alimentos por medio de una agricultura más ecológica, orgánica y regenerativa.

En la labor de filtración de las tecnologías ofrecidas a los productores, los comités de expertos en las provincias cumplirán un papel significativo. En ellos, los académicos, los productores y consumidores participarán activamente. Se preferirán tecnologías que garanticen la biodiversidad y las que sean más compatibles con las asociaciones de productos (en lugar de los monocultivos no orgánicos) y con las necesidades de generar empleo.

5. Ciudades y pueblos en la ruralidad que viene

La reinvención de la urbanización de la ruralidad no implica frenar el desarrollo urbano en esos espacios, sino contener el actual modelo de invasión urbana en las áreas rurales para sustituirlo por otro, a través de la creación de ciudades o centros urbanos de un nuevo tipo que se integren en lo rural. Esto es lo que, en este libro, denominamos ciudades de la ruralidad o centros urbanos integrados a ella. Estos forman parte estratégica de una política de población para acercar los habitantes rurales a buena parte de los beneficios que brinda una urbanización equilibrada y sostenible.

Las ciudades de la ruralidad consisten particularmente en reubicar en centros urbanos, situados dentro de la ruralidad, los excedentes de pobladores rurales provenientes de explotaciones pequeñas (minifundios) y medianas. Se integran por pobladores que se mueven de una habitabilidad en el campo a otra en lo urbano debido a cambios productivos (por ejemplo: la tecnología o el cambio climático), por razones de edad y dignidad o por la redistribución de la tenencia de la tierra, como se expone en los dos capítulos finales de este libro.

Un propósito fundamental de esta reubicación persigue frenar la migración caótica hacia los grandes centros urbanos y las zonas de colonización. No se trata de seguir multiplicando y sobredimensionando el tipo de pueblos actuales, cuya mayoría representan desastres arquitectónicos, estéticos, medioambientales y sociales debido a que se han construido al azar, sin ninguna planeación ni criterios de dignidad. Con las ciudades de la ruralidad, se apunta a configurar una urbanización de estilo rural, hecha a la medida de las necesidades y expectativas de los ruralitas y de una vida planetaria sostenible.

Las ciudades de la ruralidad representan un intento por llevar algunos de los beneficios de la urbanización y la modernidad a los habitantes rurales, mediante una planeación participativa y regulada por las autoridades competentes. Como se indica en el capítulo VI, las ciudades ofrecen una serie de atributos de la modernidad ausentes en las áreas rurales. Más allá, las ciudades de la ruralidad conforman pequeños y medianos conglomerados humanos que siguen los criterios que Jan Gehl identificó en Cities for people (2010) para las ciudades de la modernidad en un mundo sostenible y más humano; y algunos de los que la conferencia Hábitat III (Organización de las Naciones Unidas [ONU], 2016) propuso para las urbes de hoy y mañana, y que también han sugerido Richard Sennet, Peter Hall y otros.

Como se ha mencionado antes, el proceso de invasión del campo por lo urbano, que expulsa habitantes hacia las ciudades, es un proceso guiado por un mercado imperfecto de bienes raíces, por intereses particulares de grupos de la sociedad que no se sustentan en los de los pobladores rurales y es el resultado de no aplicar un ordenamiento social y territorial apropiado.

Contrario a esto, las ciudades de la ruralidad configuran la expresión de la integración entre los ciudadanos urbanos y los rurales en el territorio de la ruralidad y sus nuevos relacionamientos. Esas ciudades conforman un campo social relacional que comparte el territorio con unas reglas de juego definidas por las mismas comunidades y que cuentan con la participación de lo público. Constituyen una unidad que vive y convive con la naturaleza, mientras disfruta de elementos y procesos de la modernidad reflejados en lo urbano, pero filtrados por la comunidad. Ese espacio urbano-rural, que es al tiempo un tejido social, representa un remanso en medio del agite modernizante actual.

Allí se resuelven las contradicciones y antagonismos creados por el viejo paradigma del desarrollo. De esta manera, se abren espacios para una construcción social innovadora o como sostiene Lederach (2016), procesos de construcción social creativos. Así pues, representa el lugar apropiado para generar una conciencia diferente sobre la realidad. En las ciudades de la ruralidad, los ciudadanos no son urbanos ni rurales, sino ciudadanos plenos con una nueva conciencia.

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