La ruralidad que viene y lo urbano

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Z serii: Economía
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El rediseño de la ruralidad se acerca a la utopía de reconstrucción, es decir, a la eutopía, consistente en lo que Mumford define como:

[…] la visión de un entorno reconstituido que está mejor adaptado a la naturaleza y los objetivos de los seres humanos que lo habitan que al ambiente real; y no meramente mejor adaptado a su naturaleza real, sino mejor ajustado a sus posibles desarrollos. (Mumford, 2015, p. 33).

También agrega más adelante: “No tenemos que abandonar el mundo real para penetrar en esos otros mundos realizables, porque estos siempre surgen de aquel” (Ibídem, p. 37).

El autor no se queda solamente en proponer transformaciones materiales en el mundo que nos rodea (el entorno reconstruido), avanza cuando indica que se trata también de incorporar:

[…] nuevos hábitos, a una escala de valores inédita, a una red diferente de relaciones e instituciones y posiblemente —pues casi todas las utopías enfatizan el factor de la crianza— a una alteración de las características físicas y mentales de las personas elegidas, mediante la educación, la selección biológica, etc. (Ibídem, p. 33).

El autor deja abierta la discusión con una afirmación básica que se desarrolla más adelante y representa la esencia de cualquier eutopía o proceso de transformación reconstructivo:

Para poner fin a la desintegración de la civilización occidental y poner en marcha su reconstrucción, el primer paso consiste en la transformación de nuestro mundo interior, de forma que establezcamos un nuevo fundamento para nuestro conocimiento y nuestros proyectos. La realización del potencial de la comunidad —que es el problema fundamental de la reconstrucción eutópica— no es un simple asunto de economía, eugenesia o ética, como han remarcado diversos especialistas en la materia y sus seguidores políticos. (Ibídem, p. 250).

Así pues, soñar es construir y los sueños se construyen en compañía, aplicando el criterio de humanidad. Se estructuran mediante la edificación de propuestas y proyectos guiados hacia la configuración de un nuevo estado de la situación con fundamento en la ciencia y el examen de los ideales. No somos el sueño de muchos, somos utopías cumplidas, como dice el profesor Memo Ánjel en una de sus conferencias. Lo propuesto aquí es justamente un sueño, pues la eutopía es la esperanza que se percibe en la dinámica social y en las contradicciones y conflictos del orden existente y los ímpetus para llegar a un orden deseado.

El primer paso para la transformación consiste en cambiar nuestro mundo interior y realizar el potencial de la comunidad, reto principal de la reconstrucción eutópica. Esto coincide con los planteamientos sugeridos por Ervin Laszlo, que buscan implícitamente la humanización del mundo, sacando el hombre del torbellino del egocentrismo codicioso generado por el mal antropoceno.

Según Mumford, la ciencia debería centrarse en las comunidades locales y las regiones en particular y sus problemas, para introducir en ellas una jerarquía definida de valores humanos, porque allí es donde deben aplicarse los conocimientos. Esto significa que lo que requerimos no es la ciencia en sí, sino una ciencia instrumental al servicio de la comunidad y de los más necesitados; una eutopía fundamentada en la ciencia como un instrumento adaptado a las necesidades humanas.

La ciencia es valiosa si sus investigaciones pueden aplicarse en una comunidad en particular, en una determinada región, y se ocupan de lo real (la ciencia como sistema al servicio del hombre), no como un pasatiempo o como un idolum arbitrario, como señala ese autor. El tema persigue la humanización de la ciencia y sus resultados; el conocimiento, más como una herramienta que como un motor. Mumford nos recuerda también una directriz esencial: sin sueños, los avances de la ciencia pueden ser ingobernables.

No se trata de poner el deseo por encima de la realidad, como lo hicieron los utopistas clásicos, sino de construir sobre la realidad, reinventando lo que se ha construido consciente o inconscientemente. Esto implica promover una especie de reconstrucción creativa, concepto que puede asimilarse con el que usó Joseph Schumpeter de “destrucción creativa”, el cual aplicaba perfectamente al surgimiento del capitalismo donde la idea de la innovación era clave en los procesos disruptivos de transformación. Algunos han sugerido que el autor finalmente era pesimista con respecto a la sostenibilidad de un proceso de esa naturaleza, pues debilitaba los marcos mismos del desarrollo capitalista.

Conviene indicar que, en el caso colombiano, no existen textos claramente orientados hacia un idealismo utópico que consideren directamente lo rural. Sin embargo, puede mencionarse al respecto la propuesta de Julio Silva Colmenares (2013) sobre una utopía posible. Esta aborda la configuración de un mundo mejor que conduzca a la libertad y la felicidad. El autor propone un modo de desarrollo humano donde se generan acciones mancomunadas y complementarias entre el Estado y el mercado, y la solidaridad social. Esta idea es muy similar al lema “Más Estado en el mercado, menos mercado en el Estado, y más participación de la sociedad en el diseño de políticas públicas y su implementación”, incluido inicialmente en el Informe nacional de desarrollo humano, Colombia rural (2011) del PNUD.

Asumir una visión desde la eutopía significa regresar a la política y no sustentarse en una tecnocracia apolítica que decide buena parte de la suerte de los demás con base en un conocimiento técnico y una manera de formular políticas sin la participación de la comunidad o de los actores potenciales, sean beneficiarios o perdedores en la misma. Frecuentemente, los técnicos tienden a seguir modelos estilizados de políticas provenientes de países donde supuestamente se han resuelto los problemas y se han alcanzado mejores niveles de vida y donde el éxito se mide por los crecimientos del Producto Interno Bruto PIB, no por la felicidad y el alcance de un mundo sostenible, de una vida buena, donde todos puedan disfrutar de un mayor bienestar según su diversidad de pensamientos y proyectos de vida.

Nuestra propuesta se sitúa en el camino trazado por Mumford para la eutopía. Llega hasta la consideración de una conciencia más universal y ética de mayor alcance, como la sugerida por Laszlo en sus trabajos en el Club de Budapest, especialmente en sus libros: El cambio cuántico (2009), La naturaleza de la realidad (2017) y Reconnecting to the source (2020); si bien también se parte de las enseñanzas de los antiguos maestros védicos de la India como punto esencial de referencia.

Como indicó Mumford: “El objetivo del verdadero euto-piano es el cultivo de su entorno, y decididamente no el cultivo —ni mucho menos la explotación— del entorno de otra persona” (Mumford, 2015, p. 287). Aquí el autor recuerda el precepto final del Cándido de Voltaire: “hay que cultivar nuestro jardín” (Ibídem). No le debemos temer a una propuesta que surja de la realidad de nuestro entorno, pues será fácil sentarla sobre cimientos firmes. Como dice el papa Francisco, “cuidemos nuestra casa común”.

Muchos analistas se preguntan con justa razón: ¿por qué no imaginamos un mundo mejor del que tenemos? ¿Somos capaces de hacerlo? Es difícil renunciar a esa formulación, pues los seres humanos casi siempre están insatisfechos con lo que alcanzan en el mundo de la materialidad, donde se mide el éxito solo por la capacidad de acumular riqueza y poder. ¿Será que nos pasa lo que plantea Bregman: que “la verdadera crisis es que no se nos ocurre nada mejor” (2017, p 20) y, por lo tanto, caemos en el conformismo?

La ventana de la mente puede abrirse con la eutopía aquí adoptada, que para mentes cerradas y conservadoras es un sueño imposible de llevar a la realidad. Ese camino alternativo no es de fácil tránsito y requiere preparación, mente abierta y un nivel de conciencia mayor. En otro plano, esto coincide con las propuestas de Maharishi Mahesh Yogui en técnica de la meditación trascendental y La Ciencia del ser y el arte de vivir (1990), la cual se fundamenta en las ciencias védicas, practicadas por muchas personas en todo el mundo a través de la meditación, y que permiten desplegar distintos niveles de conciencia6.

4. Eutopía y rediseño de la ruralidad

Nos encontramos en el momento de seguir soñando con un mundo mejor, construir sobre lo ya construido, transformar a partir de la realidad y generar ideas conducentes para el alcance de ese propósito. Ese es el desafío, aquí y ahora, que se expresa en el rediseño de la ruralidad y de las relaciones rurales-urbanas como un foco inicial de atención. Ese proceso consiste en cambiar la realidad existente en la ruralidad, a partir de lo cual deben desatarse cambios y transformaciones que arrastren también lo urbano. Lo más profundo y prometedor es emprender cambios en ambas esferas (la rural y la urbana) simultáneamente, dada su interrelación y la mayor dinámica de una en relación con la otra.

Como se mencionó anteriormente, la ruralidad actual es el resultado de un diseño impuesto, que no cumple los requisitos necesarios para considerarla sostenible ni tiene la capacidad de brindar a sus habitantes el bienestar que requieren bajo los conceptos de equidad, progreso, justicia distributiva y dignidad. Por ello, una pregunta pertinente que surge de inmediato es: ¿qué es más fácil hoy, reformar lo urbano o lo rural, a sabiendas de que ambos requieren un cambio? O mejor, ¿A partir de dónde debe iniciarse un proceso que transforme efectivamente lo existente? No existe una respuesta precisa a ese interrogante, pues ambas son esferas muy complejas e interrelacionadas y lo ideal sería intervenirlas ambas al mismo tiempo. Por una parte, lo urbano tiene mayores capacidades de arrastrar lo rural por sus grandes ventajas en términos de desarrollo, conocimiento y diversidad; pero la dificultad reside en que desvaloriza lo rural y parte de una negatividad y un desinterés por considerar algo que percibe fuera de su ámbito. Por otra, lo rural, si bien no tiene esas mismas capacidades dinámicas, sabe que tiene grandes ventajas y poderes no desplegados, pero está mal organizado, desconfía de lo urbano y no genera la capacidad suficiente para convencer a los citadinos de que lo acompañen.

 

En esas condiciones, podría decirse que ni el uno ni el otro tendrían una iniciativa alentadora, atrayente y de alcance. Así pues, el camino consiste en partir de una asociación estratégica entre ambos para iniciar procesos conducentes a modificar lo que se considera insatisfactorio para el desarrollo mutuo. Si algunos de estos asocios son claves para empezar a cambiar las relaciones rurales-urbanas y la ruralidad toma algunas iniciativas al comienzo para abrir caminos, eso será muy apreciado cuando se vean los resultados.

También debe considerarse que las propuestas de rediseño de la ruralidad especificadas más adelante generan dinámicas y procesos que conducen inevitablemente al encuentro urbano-rural. Lo rural no puede transformarse sin contar con lo urbano, pues ambos son caras de una misma unidad y no se trata de generar conflictos entre ellos. Por el contrario, lograr coherencia y convergencia en sus desarrollos, en aras de mejorar de manera significativa las condiciones de vida de sus habitantes y encontrar caminos para hacerlos más sostenibles e incluyentes constituye un propósito nacional de largo alcance.

La conclusión es evidente, una actuación de los ruralitas solos no tiene como emprender un proceso de transformación que comprometa lo urbano. Esto ocurre en razón a que requieren de un reconocimiento del otro, de su inevitable socio, para que en la ciudad haya interlocutores dispuestos a hablar con la ruralidad y por ella, entendiéndola y reconociéndola como lo que es. Adicionalmente, puesto que existe de entrada una cierta apatía de los citadinos para comprometerse con apoyos para una reforma rural, la intervención del Estado puede ser indispensable si este también parte del reconocimiento de lo campesino y la ruralidad como algo estratégico para el desarrollo.

Todo esto se recoge en la idea central de este libro: si todos aumentan su nivel de conciencia para comprometerse con nuevos procesos en beneficio común, ahora y en el futuro, el camino estará abierto para visualizar la ruralidad que viene. Ella irá incorporando nuevas visiones y procesos evolutivos que se abrirán camino, siguiendo el ritmo de un proceso de transformación que ya está en marcha, pero que requiere de nuevos direccionamientos para abrir las vías a un orden deseado diferente al actual.

Resulta claro que la presión por el cambio de la ruralidad actual proviene actualmente más de ella que de la ciudad o que del Estado mismo. Los ruralitas no pueden lanzarse solos a una empresa de cambio estructural como la que aquí se propone. No obstante, pueden desplegar iniciativas que empiecen a contar con el apoyo de sectores sociales de las ciudades y que comprometan paulatinamente al Estado. Representa un gran reto lograr que estos tres actores se pongan de acuerdo y actúen al unísono, pero puede lograrse si existe la convicción y la conciencia de que es necesario y conveniente para toda la sociedad ahora y para labrar un futuro sostenible para todo el conglomerado. Aquí se aplica el principio derivado de la física cuántica: todo está relacionado con todo, todas las parte del organismo social constituyen una unidad, un todo.

capítulo II

el nuevo paradigma: la dimensión profunda

1. Una nueva visión

Como se señaló antes, lo rural y lo urbano se han considerado, desde la visión tradicional, en términos de una dicotomía, una dualidad, como si existieran dos realidades antagónicas con relaciones conflictivas, no convergentes. Bajo esta concepción, el subconjunto urbano explota al otro, le extrae excedentes y no le devuelve a cambio una justa retribución, lo considera una realidad atrasada y sin importancia dinámica para el crecimiento y el desarrollo. Al amparo de esa visión, la modernidad de la ciudad es el espejo que se le presenta a la ruralidad; allí debe verse y compararse. Las políticas públicas han sido coherentes con esa concepción, han privilegiado el desarrollo urbano y han buscado uniformar los modos de vida en general bajo el estilo moderno de las ciudades.

Esta no es una visión nueva que haya surgido con el avance del conocimiento, proviene desde antes de la Edad Media cuando empezaron a desarrollarse las ciudades como espacios diferentes de los rurales. Durante ese periodo, por ejemplo, lo rural y lo urbano tendían a confundirse. La ciudad hacía parte de lo rural, de su paisaje, como lo describe muy bien Mumford en sus libros La ciudad en la historia (2012) y Cultura de las ciudades (2018). El campo formaba parte de la ciudad, ambos se consideraban un mismo cuerpo con funciones claramente definidas. La dicotomía se manifestó y visibilizó cuando el desarrollo del capitalismo entró al campo y empezó a destruir todas las relaciones sociales y de poder existentes en la sociedad. Se abrió la brecha rural-urbana, donde lo primero representa el atraso y lo otro la modernidad, y se redefinieron sus relaciones, no en términos de comunidad como antes, sino de individualidades diferentes: la del campo, como aquella que debía incorporarse a una modernidad que únicamente era posible en las ciudades y lo urbano como aquello que debía imitarse.

El paradigma tradicional de la dicotomía rural-urbano es una concepción sin integralidad. Concibe el cuerpo social en el marco de una profunda división, conflictos y polarizaciones entre lo moderno y lo atrasado. Esa visión considera que lo rural debe explotarse, sin importar cuánto cueste, pues sus riquezas son esenciales para robustecer una concepción de modernidad donde la agricultura es funcional para el modelo urbano, industrial y financiero, al cual se le considera generador de crecimientos dinámicos y procesos de acumulación crecientes.

La concepción de la relación rural-urbano vigente genera un desarrollo incoherente, desarticulado, con notorios desequilibrios económicos, sociales, territoriales y ecológicos que destruyen la naturaleza y al hombre mismo por la acumulación sin límites, la cual desconoce los derechos elementales del ser humano como la vida. Constituye un modelo sin coherencia social y humana, de energías desperdiciadas, donde no existe una visión del universo y del planeta como algo que nos pertenece a todos. Solo hay un espacio local, territorial, donde se expresan poderes, una inhumanidad como dice Hannah Arendt (2016). La desarmonía social se desborda y la falta de coherencia en la actuación humana, expresada a través de las políticas públicas, se profundiza cada vez más con el proceso desordenado y caótico del desarrollo urbano.

Haciendo un símil con la división en dos hemisferios del cerebro humano, lo que existe hoy es un cerebro social sustentado por el paradigma tradicional donde el hemisferio izquierdo, llámese lo urbano, antagoniza con el derecho, lo rural. Sin embargo, ambos constituyen dos realidades que se han considerado separadas, pero la una vive de la otra, la necesita. Concebidas bajo la división, no se integran ni alcanzan convergencias, tampoco guardan coherencia y, por lo tanto, no generan energías transformadoras para perfeccionarse y producir un conjunto sostenible y sustentable. Esa es la peor visión derivada de una modernidad que solo se ha desarrollado en un lado de la esfera. Al amparo de la visión dicotómica, los mercados sin regulaciones suficientes, ni controles adecuados tienden a destruir parte de ese cuerpo o todo al mismo tiempo y la porción rural de ese conjunto, la más débil, no tiene como defenderse del acoso continuo proveniente de una supuesta modernidad originada en el espacio urbano. De ese modo, la nueva visión se fundamenta en una concepción diferente de la realidad.

Por eso, definimos el nuevo paradigma, que orienta y regula las relaciones rural-urbanas, como el de la unidad rural-urbana para superar esa dicotomía entre ambos sectores. La unidad en la diversidad existe en el fondo de esta discusión. Al concebir la realidad como una unidad cambian todas las consideraciones que han guiado a las políticas públicas y las visiones de los actores participantes. A la luz de ese nuevo paradigma, lo rural comienza a adquirir una valoración de la que carecía y sucede de la misma manera con lo urbano.

La superación de las concepciones tradicionales inicia por considerar lo rural y lo urbano como parte del mismo cuerpo social, expresado en un territorio y en relaciones socioeconómicas y culturales. Integran tejidos sociales en la unidad que requieren buscar coherencia; pese a las tensiones y conflictos existentes entre ellos. Especialmente por esa razón, la propuesta de transformación de la ruralidad y su rediseño pasa por asumir la existencia de una conciencia que induzca el cambio de nuestra visión del mundo y, por tanto, de las relaciones rurales-urbanas. Eso puede lograrse asumiendo la visión de la “dimensión profunda” que propone Laszlo y su equipo del Club de Budapest para poder entender de una manera diferente lo que concebimos en las relaciones mencionadas.

Así como Frecska (2017) indica que la visión materialista y neodarwiniana tradicional niega el papel fundamental de la conciencia en la evolución, el modelo dicotómico rural-urbano niega la existencia y la posibilidad de estructurar un cuerpo social único coherente; una visión unificada que ponga término a los desequilibrios y la explotación que realiza un lado del cerebro social sobre el otro. La “dimensión profunda” invita al desafío de asumir y desarrollar una conciencia más universal y planetaria en defensa de lo humano en el universo y que conciba el cuerpo social como una unidad sistémica para el desarrollo sostenible y humano, regido por la dignidad y la equidad.

Ese fundamento es de una gran profundidad y se sustenta en los aportes de la ciencia cuántica, la cual concibe una conciencia más allá del espacio-tiempo: la “dimensión profunda” —o lo que se ha denominado en la tradición védica el campo unificado de todas las leyes del universo7, super campo o campo universal de la conciencia y totalidad única indivisible. Igualmente, se le denomina ser puro o inteligencia pura; una abstracción de donde surge una oleada de vibraciones que dan lugar a todo lo que existe. Por eso, en la física cuántica se dice que nosotros y todas las manifestaciones materiales que vemos son una vibración de ese campo. Somos diferentes frecuencias vibratorias en el universo, como lo aclara bien el físico cuántico John Hagelin en sus Conferencias. Laszlo y la tradición védica lo han denominado también La Fuente, o el Akasa, un tipo de inteligencia transformadora.

El Akasha “es el elemento total que subyace a todas las cosas y se convierte en todas las cosas” (Laszlo, 2013, p. 80); es el elemento fundamental del cosmos. Montecucco dice que esta visión emergente de la ciencia “forma parte de un modo más ecológico, más humano, más sostenible de contemplar el mundo” (2017, p. 182).

Como se indicó anteriormente, el cambio puede empezar por la esfera de lo rural, con la ayuda de las conciencias originadas en lo urbano. No basta con que los habitantes rurales, alcancen un mayor nivel de conciencia para adquirir una nueva visión del mundo, se requiere que al tiempo lo hagan también los ciudadanos de las zonas urbanas. Si bien la transformación empieza con el rediseño de la ruralidad, en el camino de la evolución, ambas esferas o realidades terminarán reinventándose en una nueva visión.

Alcanzar la nueva conciencia es un proceso gradual y acumulativo a través de programas y proyectos específicos, locales y territoriales, dotados de nuevas visiones y maneras de ver y hacer las cosas, así como de relaciones y procesos que aglutinen voluntades de cambio en un campo de coherencia. El problema radica más en la voluntad expresada en decisiones, que en la inteligencia; pero si la inteligencia y la sabiduría acompañan esas voluntades, el proceso de transformación será más potente. El nuevo paradigma de las ciencias cuánticas considera que todo está interconectado e intercomunicado y existe una sola unidad donde se conjugan todas las diversidades posibles. En eso, difiere de la visión tiempo-espacio, sensorial, materialista, donde tiene sentido ver las realidades como separadas y antagónicas, como en el caso de lo rural y lo urbano.

 

Resulta por lo menos sorprendente, que la tradición indígena haya proclamado en diversas formas este criterio de la unidad que la física cuántica trata de expresar, desde hace tiempo, en fórmulas matemáticas. Al Jefe Seatle de la tribu Duwamish, se le atribuyen estas palabras:

Todas las cosas están conectadas entre sí […] Lo que sea que suceda a la tierra, recaerá sobre los hijos de la tierra. El hombre no tejió el tejido de la vida; él es simplemente uno de sus hilos. Todo lo que hiciera al tejido lo hará así mismo […] Todas las cosas están conectadas. (1854).

Estos procesos de cambio de conciencia están en marcha y se observan a través de múltiples indicadores. Los ejemplos son innumerables: el creciente surgimiento y activismo de todo tipo de organizaciones y movimientos que pregonan el combate contra los factores que generan el cambio climático, a través de acciones decididas sobre el manejo del medio ambiente con una visión ambientalmente compleja (Carrizosa, 2000); la conservación de la naturaleza, el freno a la deforestación; la defensa de las comunidades indígenas y campesinas; el combate al consumismo desaforado; las críticas a la creciente desigualdad; la necesidad de suprimir el uso del plástico y el consumo de alimentos ultra-procesados; la defensa de la agricultura agroecológica y la crítica al uso de insumos agroquímicos y energías fósiles, etc. También están los grupos de meditación y de coherencia creados por las escuelas de meditación del Oriente asiático.

En un libro reciente, Reconnecting to the source (2020), Laszlo ofrece una síntesis de las aproximaciones al nuevo paradigma de la ciencia. Allí, afirma que el mundo no es una estructura mecánica materialista, sino un holograma cuántico cuya información está en toda partícula, átomo y ser humano. El universo es un sistema cuántico integral, un dominio de coherencia que se debe a la conexión y comunicación de todas las partes, donde todas reciben información y responden a todas las otras partes. Esos sistemas coherentes son de integración sistémica.

Concebir de otra manera el campo, la ciudad y sus relaciones pasa por nuestra capacidad, voluntad y decisión de elevar nuestros niveles de conciencia. La búsqueda de esos nuevos escenarios de nuestra conciencia puede iniciarse a través de movimientos de solidaridad y compasión en áreas como la educación, la salud, los negocios y la política, como indica Hagelin en varias conferencias.

El nuevo paradigma del siglo XXI propone una concepción radicalmente nueva mediante la redefinición de la naturaleza de la realidad y de lo existente. Laszlo lo precisa de la siguiente manera: se ve el mundo “como un sistema integral en el que todas las cosas interaccionan y, juntas constituyen un sistema entrelazado, de tipo cuántico, cuyos componentes son elementos intrínsecos de una totalidad integral” (2017, pp. 39-40). Es un realismo global, no local, donde las cosas pueden estar a una distancia finita en el espacio y el tiempo, pero permanecen conectadas. Todo ello se fundamenta en la idea básica proveniente de la ciencia de que la realidad fundamental no es materia, sino una energía; y las leyes de la naturaleza no son normas de interacción mecánica, sino “instrucciones” o “algoritmos” que codifican “patrones de energía” (Ibídem, p. 41). Esta teoría se fundamenta en los enunciados de Max Planck de 1944, cuando expresó que la materia no existe y que detrás de esa fuerza hay una mente consciente e inteligente, que es la matriz de toda materia (Ibídem). Todas las cosas en el universo son grupos de vibración coordinada.

En este punto, no podemos prescindir de las afirmaciones de Montecucco para entender mejor el asunto:

El alineamiento con el concepto de realidad del nuevo paradigma se produce de forma natural en personas que viven en armonía con las dimensiones físicas de la naturaleza y son conscientes de ser parte de un delicado equilibrio social y ecológico. (2017, p. 185).

Esta nueva interpretación de la realidad ofrece una concepción unitaria del ser humano y la existencia, y es expresada por una persona consciente de su integridad psicosomática, que vive de una manera más natural y consciente.

2. La conciencia durante el “buen antropoceno”

El nuevo paradigma de la ciencia es la pauta que seguirán los individuos y grupos sociales en la era del “buen antropoceno”, el cual sustituye al “mal antropoceno” que ha tenido su gran desarrollo desde la Segunda Guerra Mundial, acentuado en la era de la globalización neoliberal. En este último, todo se ha puesto al servicio de la economía con el fin de satisfacer las necesidades de un ser egoísta y arrogante, quien considera que el planeta le pertenece y puede destruirlo para satisfacer sus necesidades individuales en medio de una desmesura, sin importar las necesidades presentes y futuras de los seres humanos y demás especies vivientes.

La nueva era del “buen antropoceno” empezó a visualizarse y perfilarse bajo diferentes manifestaciones. Se caracteriza, según Alejandro Gaviria8, por cinco factores, a saber:

1. Piensa en la libertad, restringiéndola si se presenta un daño sustancial a los demás (libertad acotada).

2. Considera la existencia de impuestos sostenibles para prohibir o limitar ciertas actividades humanas.

3. Es un antropoceno con dignidad.

4. Establece la práctica de la democracia, donde existe la libre circulación de las ideas.

5. Aplica una justicia climática.

Es un proceso que vela por el bien común global y donde todo se resuelve en el ámbito de la acción colectiva, como indica Juan Camilo Cárdenas9. En este “buen antropoceno”, se despliega con facilidad el desarrollo de la conciencia y alcanza niveles más altos que permiten cuidar la naturaleza y al hombre.

Las precisiones realizadas por Laszlo y sus colegas del Club de Budapest; las sugerencias de Lederach (2016); las ideas de Mumford; las enseñanzas de la meditación trascendental de Maharishi y de la Escuela de Magia del Amor liderada por Gerardo Schmedling son las principales orientadoras del intento por rediseñar y reinventar o deconstruir una realidad a todas luces insatisfactoria, que nos está conduciendo hacia una trayectoria catastrófica. El “buen antropoceno” podría ser una guía para la proyección de la ruralidad que viene y las nuevas relaciones del campo con la ciudad.

Consideramos estas raíces como las bases sobre las cuales sugerimos realizar la búsqueda de un camino diferente para superar los problemas del modelo de desarrollo actual. Se trata de un aprendizaje que nos permite encontrar los procesos relacionales conducentes a una innovación permanente de nuestras capacidades para transformar el entorno en el que vivimos y avanzar hacia un cambio social constructivo para un buen vivir, a través del cambio de nuestra propia conciencia; ese gran desafío del ahora.

El buen vivir es un concepto derivado de las palabras indígenas sumak Kawsay (en quechua) —suma qamaña (en aymará)— cuyo significado es vida en plenitud, en armonía, en equilibrio con la naturaleza y la comunidad, y también se le denomina buen convivir. Fue concebido en Ecuador y Bolivia, y su significado lo recoge también el papa Francisco en su Encíclica Laudato si. Este concepto se combina también con el de ecología integral (Carrizosa, 2018) y hace parte de las nuevas alternativas para buscar un estilo de desarrollo diferente donde las conciencias de las personas, los grupos y las sociedades evolucionen hacia niveles superiores de comprensión de lo que somos y nuestro destino.