Universidad y Sociedad: Historia y pervivencias

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Z serii: CINC SEGLES #39
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LA BIBLIOTECA DE JUAN NEGRÍN. UNA NOTA

SALVADOR ALBIÑANA

Universitat de València*

«Gran devorador de libros y periódicos, su silueta sería incompleta si no le viéramos cargado de material de lectura que adquiría a todas horas en kioskos y librerías». Así evocó Mariano Ansó a Juan Negrín a mediados de los años veinte. Una estampa similar ofreció el pintor Luis Quintanilla, otro amigo al que por entonces también trató a menudo. Quintanilla, a quien Negrín encargó algunos frescos para la Facultad de Medicina y el Pabellón de Gobierno de la nueva Ciudad Universitaria, le describió muy atento a actividades intelectuales y artísticas. Era corriente encontrarlo en algún café «leyendo libros y revistas en los intervalos de sus ocupaciones. De Alemania trajo su biblioteca que pasaría de diez mil obras, entre ellas bastantes de artes, las cuales me prestaba y motivaban nuestra conversación, pues estima mi criterio y creía en mis dotes artísticas». Esa inicial biblioteca no cesó de crecer, la pasión bibliográfica –iniciada en Leipzig en sus años de formación como fisiólogo– le acompañó toda su vida. En 1944 en una carta a Luis Araquistáin se calificó de «maniático e indiscriminador coleccionista de libros».1

Destacado miembro de la Generación del 14, la primera generación universitaria y europeísta, Juan Negrín (1892-1956) fue un lector atento, curioso y cosmopolita cuya biblioteca –pronto fragmentada y dispersa– apenas conocemos. Algo sabemos de la valiosa colección de libros y revistas científicas de su propiedad que acomodó en el Laboratorio de Fisiología de la Junta para Ampliación de Estudios, del que fue nombrado director en 1916. Algo sabemos también de la subasta de una parte de sus libros, decidida por sus hijos, Juan, Rómulo y Miguel, y por su viuda, Maria Mijailov, poco después de su fallecimiento. En 1958 la firma londinense Sotheby & Co. publicaba el Catalogue of a Library of Spanish Books, European Literature and Works on a variety of Learned Subjects, propiedad de un Spanish Private Collector que no era otro que don Juan Negrín. De lo que sucedió con sus libros entre ambas fechas, entre 1916 y 1958, las noticias escasean y están algo deshilvanadas. Este apunte aspira a paliar esa precariedad. Lo que aquí se ofrece es un vislumbre que aguarda la catalogación definitiva del archivo Negrín, depositado en la Fundación Juan Negrín, y sobre todo la precisa catalogación de los libros, revistas y folletos que con tanto esmero y esfuerzo han logrado conservar, en el que fue su domicilio en París, Feliciana López de Dom Pablo, la mujer que compartió su vida con Negrín desde 1925 y, fallecida ésta en 1987, su nieta Carmen Negrín.2

Entre Las Palmas de Gran Canaria, la ciudad que le vio nacer 1892, y París, donde falleció el 12 de noviembre de 1956, hubo muchas geografías en la vida de Negrín. Geografías elegidas, pero sobre todo dictadas por circunstancias políticas entre 1936 y 1946. Con él viajaron sus libros y documentos y cuando no fue posible, como sucedió al llegar exiliado a Francia y apenas un año después a Inglaterra –donde residió entre 1940 y 1947–, colmó su residencia de volúmenes recién adquiridos. Lo que llamamos biblioteca de Negrín es, sobre todo, la imposible reunión de dispersos fragmentos de bibliotecas.

ENTRE LEIPZIG Y MADRID (1911-1936)

No debieron ser diez mil los libros que trajo de Alemania, como pensaba Quintanilla, pero fue un número considerable, sin duda. Allí comenzó su pasión por los libros. Formado en Kiel y Leipzig, en el reconocido Instituto de Fisiología que dirigía Theodor von Brücke, Negrín obtuvo el doctorado en Medicina en 1912, iniciando una carrera académica que se vio interrumpida por el estallido de la Gran Guerra en julio de 1914. A comienzos de ese año había contraído matrimonio con Maria Mijailov Fiedelmann, una estudiante de música, perteneciente a una acomodada familia judía llegada de Ucrania, y a fines de 1914 nació su primer hijo, Juan Negrín Mijailov. Las circunstancias familiares y las dificultades creadas por la guerra aconsejaban el regresó a España. Fue entonces, señala Moradiellos, cuando aprovechando la caída del precio de los libros causada por el conflicto y con la ayuda económica de su padre comenzó a adquirir una amplía biblioteca de Fisiología y de Química Fisiológica. Leipzig que era el más importante centro editorial alemán, alentó el gusto por la bibliofilia y amplió sus intereses temáticos, dos rasgos que siempre conservó. La ciudad invitaba a la lectura, recordó Julio Álvarez del Vayo, estudiante por un tiempo, que bien pudo conocerle en 1913.3 En su biblioteca se conserva Neue Französische Malerei, una antología preparada por Hans Arp –el primer libro del artista–, impresa en Leipzig en 1913. Allí debió adquirir obras científicas como Biochemische Central-Blatt, Chemische Krystallographie, o Handbuch der Spectroscopie que aparecen en el catálogo londinense, también publicadas en la ciudad sajona.

La estancia de Negrín en Las Palmas, a donde llegó en octubre de 1915, fue breve. Un año después se instalaba en Madrid al serle ofrecida por Santiago Ramón y Cajal la dirección del recién creado Laboratorio de Fisiología de la Junta para Ampliación de Estudios. Los libros se habían quedado en Leipzig y tardarían en llegar, lo hicieron acabada la guerra al regularizarse las comunicaciones y los transportes. La biblioteca médica y científica se acomodó en el Laboratorio; en tanto los libros de artes, letras, historia o ensayo, debieron ir a su domicilio de la calle Serrano. Es conocida la fotografía que muestra la biblioteca del Laboratorio. Fue publicada en la revista Residencia, en febrero de 1934. «Solamente la Biblioteca era amplia y estaba muy bien surtida», escribió José María García Valdecasas en 1961, «subscrita a las principales revistas científicas, de algunas de ellas existía la colección completa a partir del primer número. Con sus estanterías hasta el techo, plenas de libros, ofrecía un ambiente agradable y acogedor». Un ambiente que describieron otros discípulos como Rafael Méndez, José Puche, Francisco Grande Covián o Severo Ochoa: «La sala contigua, a la izquierda del mismo según se entraba, contenía una magnífica biblioteca. Esta biblioteca, creación de Negrín, era sin duda en aquellos tiempos las más completa que en el área de la biología existía en el país». Allí leyó Ochoa la obra de Jacques Loeb, The Mechanistic Conception of Life, publicado la Universidad de Chicago en 1912.4 Esa edición, que hoy aparece entre los fondos de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense, bien pudo llegar desde el Laboratorio de la Residencia. Es, con toda probabilidad, uno de los libros olvidados de Negrín.

En marzo de 1922, tras convalidar sus títulos en España, obtuvo la cátedra de Fisiología de la Facultad de Medicina de la que no tardó en ser elegido secretario. Ese mismo año colaboró en el Libro en honor de D. S. Ramón y Cajal y fue uno de los firmantes de la convocatoria de la cena en homenaje a Valle-Inclán que organizó la revista España. También le encontraremos entre los muchos que fueron a la Estación de Atocha de Madrid a la despedida de Miguel de Unamuno, camino de su exilio en Fuerteventura en 1924.5 Las ciencias y las letras se confunden en su biblioteca porque se fueron confundiendo en su vida desde fechas muy tempranas. Junto a obras de Albert Einstein –la tercera edición ampliada de Über die spezielle und die allgemeine Relativitätstheorie (Braunschweig, 1918)–, de Max Planck o de su amigo y compañero de la Residencia de Estudiantes Blas Cabrera, primer divulgador de la relatividad eisensteniana, encontramos libros de Juan Ramón Jiménez, Marinetti, Julio Camba –Alemania (1916), publicado el año de la llegada de Negrín a Madrid–, Valentín Andrés Álvarez, Rufino Blanco-Fombona o Tomas Meabe. Las dedicatorias de muchos de ellos orientan sobre su cercanía a los ambientes literarios y artísticos. Teresa de la Cruz, pseudónimo de Teresa Wilms, le dedicó sus Cuentos para hombres que todavía son niños (Buenos Aires, 1919). «Muy afectuosamente al compañero de viaje. Thérèse de la † Julio 1919», escribió la bella y turbadora poeta chilena. También dedicados, en 1924, entraban en su biblioteca Crítica al margen (Primera Serie), de Juan de la Encina (Ricardo Gutiérrez Abascal), otro de sus amigos de tertulia, y el primer libro de Pedro Salinas, Presagios, con un cordial autógrafo: «A Juan Negrín, diminuto en nombre, positivo en ciencia, aumentativo en bondad corpórea, su doliente amigo Pedro Salinas. 29 de junio de 1924». Por entonces su nombre aparecía entre los de José Moreno Villa y Edgar Neville en la relación de suscriptores –suerte de breve compendio de la Edad de Plata– de la «plaquette» en homenaje al poeta ultraista José de Ciria y Escalante, fallecido ese año.6 A Moreno Villa lo trató en el Laboratorio de la Residencia –ocasión de una tertulia «después de las comidas a tomar café» a la que el pintor y escritor acudía a menudo. Allí fue donde Moreno Villa se interesó por el color de los reactivos y en 1931 comenzó a dibujar sobre los papeles ahumados –los llamados grafumos– que se utilizaban para los registros.7

A comienzos de 1926 su nombre aparecía junto a los de Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Manuel Azaña o Gregorio Marañón, entre otros, en el Manifiesto fundacional de «Alianza Republicana», clara muestra de su filiación progresista y del trato con los círculos intelectuales. Ese año significó un tournant en su biografía: publicó sus últimos trabajos de investigación –una versión mejorada de su estalagmógrafo, aparecida en el Boletín de la Sociedad Española de Biología– y se dedicó a la formación de un sobresaliente grupo de discípulos que lograron crear una escuela fisiológica de renombre internacional.8 También por entonces, la necesidad de aumentar sus ingresos le llevó a abrir un laboratorio de análisis clínicos –que pronto alcanzó reputación– y a editar un manual para estudiantes de medicina, tareas en las que contó con la ayuda económica de un familiar muy cercano, su tío Domingo López Marrero. A fines de 1927, con el sello Imprenta de Blass, apareció la obra Elementos de Bioquímica, escrita por sus discípulos José Hernández Guerra y Severo Ochoa de Albornoz, con una colaboración de Negrín, cuya autoría no consta, sobre «Enzimas». Era el primer libro español sobre la disciplina y no tardó en agotarse. La segunda edición, con ajustes en diferentes capítulos, apareció a fines de 1929 ahora ya con el crédito Editorial España. La tercera –Negrín no debió errar demasiado en el cálculo de sus ganancias– se acabó de imprimir en diciembre de 1932.9 Para entonces todavía atendía la cátedra –la Facultad de Medicina imprimió su programa del curso 1932-1933–, pero no tardó en solicitar la excedencia en la cátedra absorbido por las tareas políticas. Lo hizo en 1934.10

 

En 1927, al tiempo que se ocupaba de la docencia, los laboratorios y de la Secretaría de la Facultad de Medicina, se incorporó a la recién creada Junta Constructora de la Ciudad Universitaria, una iniciativa de la Monarquía que con la República cobró más aliento. Negrín trabajó como Secretario de la Junta con tanta eficacia como empeño.11 No sorprende que entre sus libros menudeen las monografías sobre arquitectura aparecidas en los años en que se levantaba el campus de la Moncloa. Atento al movimiento moderno, bien pudo escuchar a Walter Gropius que en 1930 habló de «Arquitectura funcional» invitado por la Residencia de Estudiantes y señaló como ejemplo el Pabellón de Laboratorios. En su biblioteca se reunían Internationale Architektur (1925), de Gropius; el influyente Glas im Bau und als Gebrauchsgegenstand (1929), de Arthur Korn, con un acopio de imágenes muy cercano a la Nueva Objetividad; Bauten der Volkserziehung und Volksgesundheit (1930), de Margold, y obras del editor Julius Hoffmann, promotor de los difundidos Baubücher.12 También una entrega de La Demeure Française sobre Charles Siclis, el arquitecto e interiorista que proyectó con Teodoro de Anasagasti la reforma del edificio Madrid-París en 1934; y Actar (París, 1931), libro-manifiesto del arquitecto, urbanista y paisajista Nicolau Maria Rubió i Tudurí que criticaba los excesos del movimiento funcionalista. De la singular figura de Rubió, quien durante la guerra civil fue delegado en Francia del Comissariat de Propaganda de Jaume Miratvilles y trabajó para la diplomacia paralela de Lluis Companys, también se encuentra Sahara-Niger (1932), el primero de sus libros de viajes por África, con fotografías de Vallés, Botey, Puig i Cufí.13

A través de Juan Negrín, la Facultad de Medicina y el Laboratorio de Fisiología fueron generosos clientes de la Librería de León Sánchez Cuesta; al llamado «librero del 27» también le compraba para su biblioteca, en particular libros alemanes. El apunte de títulos evoca de nuevo un variado registro de lecturas entre los Elementos de Histología Normal y de Técnica Micrográfica de Santiago Ramón y Cajal y de su discípulo José Francisco Tello y Muñoz, el Handbuch der Weltpresse 1931, Le Malade Imaginaire, de Molière, o los cuatro volúmenes de System der Soziologie, de Franz Oppenheimer, sociólogo y economista, defensor de un socialismo liberal al que Negrín debió sentirse cercano desde sus días de Leipzig.14 Hubo otros proveedores. Entre ellos, la Librería Nacional y Extranjera de Barcelona, cuyo sello aparece en portadas como Das Neue Gesicht der Herrschenden Klase. 60 Neue Zeichmumgen, de Georg Grosz, publicado por Malik en 1930, y en el anuario fotográfico Das Deutsche Lichtbild: Jahressschau 1934 (Berlín, 1933). El interés de Negrín por la fotografía y el diseño gráfico lo recuerda algunas entregas de Arts et Métiers Graphiques como el espléndido Paris de Nuit, de Paul Morand y Brassaï; el primer libro de Marcel Natkin, La photographie sur le petit format. Le Leica (París, 1933), que fue también el primer manual sobre la pronto celebrada cámara; y la revistas D’Aci i d’Allà o Europa, publicación de corta vida que promovía en Barcelona el psicoanalista húngaro Oliver-Brachfeld.15

En 1929, con sus amigos Luis Araquistáin y Julio Álvarez del Vayo, que ese año propiciaron su ingresó en el Partido Socialista, fundó la Editorial España, rótulo en el que resuena el semanario dirigida por Araquistáin entre 1916 y 1922. El primer libro fue Sin novedad en el frente, la exitosa novela antibelicista de Erich Maria Remarque, publicada en Alemania en enero de 1929. Al parecer, la elección fue sugerencia de Gertrudis Graa, periodista y esposa de Araquistáin, y de la traducción se ocuparon el periodista alemán Eduardo Foerstsch y el escritor Benjamín Jarnés. Impreso en junio de 1929, alcanzó nueve ediciones en un año y se llegaron a imprimir 110.000 ejemplares. La novela de Remarque –escribió mordaz Álvarez del Vayo– «estuvo a punto de hacernos ricos […] Nos hubiese hecho ricos a Araquistáin y a mí, puesto que Negrín ya lo era de familia».16 En línea con las llamadas editoriales de avanzada como Cenit, Oriente, Ulises o Zeus –cuyos títulos también menudean en la biblioteca de Negrín–, España publicó diferentes colecciones: novela, viajes y aventuras, biografías, ideas y hechos sociales, teatro y biología y medicina. Muy activa entre 1929 y 1935, en el catálogo encontramos: Mis peripecias en España (1929), de Trotski, traducido por Andreu Nin; Grandeza y servidumbre de la prensa (1930), de Alfonso Ungría, introductor en España de los análisis sobre prensa y opinión pública; Ocaso de un régimen (1930), reedición revisada del libro que Araquistáin –autor frecuente en el catálogo– había publicado como España en el crisol (Barcelona, Minerva, 1920); Cuestiones de dietética (1933), de Jaume Pi-Sunyer, iniciador de los estudios de nutrición, con prólogo de Negrín; El cáncer de útero (1931), trabajo pionero de Sebastián Recasens; Stalin (1932), del misterioso y antisoviético Essad Bey (Lev Nussimbaum); Rusia al día (1932), de Julián Zugazagoitia; Nosotros, los marxistas. Lenin contra Marx (1932), de Antonio Ramos Oliveira; ¡Écue-Yamba-O! novela afrocubana (1933), la primera obra de Alejo Carpentier, feliz en Madrid con las mil pesetas que le habían pagado por los derechos, o La educación y el orden social, de Bertrand Rusell (1934).17 España dio cobertura a Leviatán, mensual de orientación marxista dirigido por Araquistáin que apareció entre mayo de 1934 y julio de 1936. Vinculada a la revista, Ediciones Leviatán publicó en 1935 Las fábulas del errabundo, de Tomás Meabe –sobria figura que Juan Ramón Jiménez evocó en una de sus caricaturas–, con prólogo de Julián Zugazagoitia y cubierta de Mauricio Amster.

Esa primera biblioteca aunque sedentaria y madrileña debió estar repartida por diferentes lugares de la ciudad como su domicilio en la calle Serrano (número 85), el laboratorio particular –también en Serrano (número 73) y, más tarde, en la calle Ferraz–, el Laboratorio de la Residencia, la Facultad de Medicina o en la Casa de las Flores, el edificio de Secundino Zuazo, donde vivía Feli López, que debió ser para Negrín una frecuentada segunda residencia. Los libros, revistas y separatas que habían estado en la Residencia pasarían a la nueva Facultad de Medicina entre noviembre de 1934 y febrero de 1935. En la Biblioteca de la Facultad puede consultarse la obra del fisiólogo y pionero de la fotografía Jules-Étienne Marey, Physiologie du mouvement. Le vol des oiseaux (París 1890), un ejemplar con autógrafo de Juan Negrín. Otro de sus libros olvidados.

ENTRE MADRID, NÁQUERA Y BARCELONA (1936-1939)

Transcribo una carta recibida en Cultura Popular –escribió Arturo Serrano Plaja en diciembre de 1936– en la tarde de un día que por la mañana hubimos de visitar unos de nuestros frentes y en él hablar de la cultura con nuestros milicianos, dentro de las trincheras. «Estimados camaradas: […] en la mayoría de estos hoteles (hay que aclarar para la mejor comprensión de esta carta que se trata de hoteles deshabitados y situados en plena línea de fuego) existen bibliotecas con valiosas colecciones expuestas a ser destruidas por los obuses (y la incultura de algunos milicianos, los menos). ¿Por qué no nombráis una comisión que venga a rescatarlos? Espero que así lo haréis. Con saludos revolucionarios. Emeterio Orgaz, 4a Compañía de Asturias. 1a Brigada Internacional». No parece que la petición de éste oficial fuera atendida, pero algo pudo salvarse en esos devastados escenarios cercanos a Madrid. Debemos al esfuerzo de José María Corral, discípulo y amigo de Negrín, quien tras la guerra civil dirigió el Instituto Cajal, el rescate de una parte de los libros y revistas que se habían depositado un año antes en la recién creada Ciudad Universitaria. Una arriesgada intervención que le fue agradecida por la Junta para Ampliación de Estudios a fines de 1938. Convertida en frente de guerra, los libros de mayor tamaño sirvieron –como recordó el brigadista Bernard Knox y testimonia alguna foto de Robert Capa– en barricada y protección ante las balas enemigas.18

En 1936 llegarían las incautaciones oficiales que pretendían la salvaguarda del patrimonio bibliográfico y las requisas que aspiraban a socializar la lectura, pero prevalecieron la destrucción causada por las bombardeos franquistas y el hurto y la rapiña –que Gloria Fuertes ilustró con algún vivido recuerdo del Madrid de su juventud. Fueron muchas las bibliotecas desaparecidas entre 1936 y 1939.19 «No tengo un solo libro de mi biblioteca de Madrid», escribió en 1954 Alberto Jiménez Fraud, director de la Residencia de Estudiantes, que había dejado España en septiembre de 1936. En sus Caminos inversos, el fisiólogo Rafael Méndez –otro discípulo de Negrín de quien fue secretario cuando éste ocupó el ministerio de Hacienda–, agradeció que algún libro suyo rescatado por manos amigas le llegara a México, pero lamentó la pérdida de su ejemplar del Romancero Gitano que García Lorca, compañero de la Residencia, le había dedicado, adornando con dibujos algunos de los romances.20

Los libros de Negrín estuvieron en Madrid hasta que el Gobierno de la República se trasladó a Valencia. Fue entonces cuando la biblioteca inició un incierto éxodo que el final de la guerra y las circunstancias del exilio convirtieron en serpenteante y laberíntico. Feli López y Elías Delgado, técnico de laboratorio de Negrín y después secretario del Presidente, se ocuparon de trasladar la valiosa y amplia biblioteca a Náquera, una localidad cercana a Valencia en cuya urbanización La Carrasca se alojaron algunos ministros.21 Al parecer Negrín, ministro de Hacienda desde septiembre de 1936, ocupó una espaciosa casa conocida como «El Pinaret». Alguna huella dejó en sus anaqueles la estancia valenciana. Entre otras, Propaganda y cultura en los frentes de guerra, parte de cuya tirada se destinó a los asistentes al II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura reunido en Valencia en julio de 1937. Generoso arsenal de información gráfica y literaria, el libro, que debió coordinar Gabriel García Maroto, se imprimió en los talleres de La Semana Gráfica, de donde también salieron los romances de Emilio Prados, Llanto en la sangre, ilustrados por Miguel Prieto. También valenciano es el folleto Oficina de Adquisición de Libros. Memoria. Marzo-Noviembre 1937, preparado por María Moliner, entonces directora de la biblioteca de la Universidad de Valencia.22 A Valencia debió llegar otro de los libros para los agasajados congresistas de julio, la Crónica general de la Guerra Civil (1937), textos recopilados por María Teresa León con la ayuda de José Miñana, publicada por la Alianza de Intelectuales Antifascistas, que cierra el emocionado «Homenaje» de Luis Cernuda aparecido en El Mono Azul en febrero de ese año.

A fines de 1937 la biblioteca continuó su obligada errancia acompañando el repliegue republicano, ahora hacia Barcelona. Quedó instalada en la que fue residencia oficial de Negrín, una magnífica torre en Pedralbes que pertenecía a la familia Roviralta, donde el primero de mayo de 1938 se presentó el programa de gobierno, los conocidos 13 puntos. Por aquella Barcelona andaba Eduardo Zamacois quien relató en sus memorias, Un hombre que se va…, la peculiar protección que le ofreció Negrín cuando la novela El asedio de Madrid fue denunciada por derrotista. También en Barcelona estaba Luis Araquistáin, enfrentado a Negrín desde la caída de Francisco Largo Caballero en abril de 1937. Había logrado sacar su biblioteca de Madrid –le llegó por vía marítima desde Valencia–, y entretenía sus ocios con frecuentes compras en la librería de Antonio Palau Dulcet que fue –al decir del periodista y escritor– «origen de mi bibliofilia». Negrín no debió comprar tantos libros, pero alguno adquirió, a través de su hijo Juan, en subastas de bibliotecas clausuradas. Es el caso de Typografie als Kunst, de Paul Renner, y Duinesen Elegien, de Rilke, que procedían de la Biblioteca del grupo DAS (Deutsche Anarchosyndikalisten), que tanto había colaborado en la denuncia de las redes nazis en Barcelona y sería víctima del acoso comunista contra el POUM y los libertarios. En otro título, Der Arbeiter. Herrschatf und Gestalt (Hamburgo, 1932), de Ernst Jünger, aparece el sello del Centro de Estudios Alemanes y de Intercambio de Barcelona, fechado en 1938.23

 

La biblioteca de Negrín reúne una selecta muestra de la edición republicana, en particular de la propaganda en el exterior. Arthur Koestler figura en ella con Spanish Testament (Londres, Victor Gollancz, 1937) y con Menschenopfer Unerhört. Ein Schwarzbuch über Spanien, publicado en las parisinas Éditions du Carrefour, un sello que Pierre G. Levy, el editor de Bifour, había creado en 1928. A comienzos de los años treinta lo había cedido a Willi Münzerberger, quien con la ayuda financiera de la Komintern, para quien trabajaba, saneó sus decaídas cuentas.24 París fue un centro editorial muy relevante de la agitprop comunista. Allí se imprimió en 1938 Espionnage en Espagne (Dënoel, 1938), libelo contra el POUM que contó con un prólogo de José Bergamín y firmó un inexistente Max Rieger. Rieger, supuesto integrante de las Brigadas Internacionales, enmascaraba a un colectivo aunque la autoría determinante fue la de Wenceslao Roces –entonces subsecretario del ministerio de Instrucción Pública–, o bien, lo han apuntado Antonio Elorza y Marta Bizcarrondo, la de Georges Soria, periodista y militante del partido comunista francés. Panfleto bien fabricado por la inteligencia estalinista, plagado de equívocos, que pretendía justificar la represión contra los troskistas y la atrocidad cometida por los comunistas con Andreu Nin en junio de 1937. La edición francesa aparecía traducida –de una supuesta edición española– por Jean Cassou, en tanto la edición española, publicada ese mismo año en Ediciones Unidad, sello del partido comunista de España, acreditaba la traducción de Lucienne y Arturo Perucho, ambos de obediencia comunista, de un texto francés previo. También ha suscitado alguna controversia la colaboración de Bergamín, por entonces presidente de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, cuya firma avalaba la represión del POUM, calificada de caballo de Troya y de eficaz instrumento fascista en el territorio republicano. A juicio de Gonzalo Penalva, Bergamín aceptó escribir el prólogo –del que nunca abjuró– porque se lo había pedido Negrín y porque estaba convencido de la verdad de las acusaciones.25 Otros libros, también parisinos: La République espagnole lutte pour la défense de la démocratie (Imprimerie Coopérative Étoile, 1937), de Jean Cassou; La Guerre en Espagne (Imprimerie Coopérative Étoile, 1937), de Louis Fischer, periodista cercano a Negrín hacia el final de la guerra, muy involucrado en la difusión de propaganda republicana.26 La persécution religieuse en Espagne (Librairie Plon, 1937), con el poema de Paul Claudel y los textos reunidos por Joan Estelrich, traducidos por Francis de Miomandre; y Une jeune mère dans les prisons de Franco, de Pilar Fidalgo (1939), estremecedor relato de los días en la cárcel de Zamora al inicio de la guerra y del asesinato de Amparo Barayón, la esposa de Ramón J. Sender.27

La activa Embajada de Londres, a cuyo frente estaba Pablo de Azcárate, publicó dos importantes fotolibros de cuya edición se ocupó Antonio Ramos Oliveira, responsable de prensa: La lucha del pueblo español por su libertad (1937) y Work and War in Spain (1938). También en Londres, con Charles Duff como editor literario, se publicó Spain at War, revista mensual cuyo primer número apareció en abril de 1938. En la biblioteca de Negrín menudean folletos y discursos, entre ellos los referidos a los 13 puntos: aparecen en un folleto traducido al francés por André Malraux –Les 13 points pour lesquels combat l’Espagne– y en la carpeta Declaración de Principios del Gobierno de la República Española, impresa en Barcelona y editada por el Comisariado del Cuerpo de Ejércitos de la Región Central, con textos de Bibiano F. Osorio-Tafall y de Jesús Hernández. La atribución del diseño a Josep Renau ha sido discutida recientemente; la autoría artística resulta un tanto esquiva y en la composición de la portada con montaje fotográfico pudo intervenir Antonio Ballester, colaborador gráfico del Comisariado.28

La espléndida nómina de artistas gráficos republicanos la recuerdan la carpeta de litografías Madrid. Álbum de Homenaje a la gloriosa capital de España, con texto de Antonio Machado y portada de Enrique Climent, y varios libros y folletos. Entre otros, 7 de octubre. Una nueva era en el campo (1936), colaboración de José Renau y Mauricio Amster, con dibujo de Renau en la cubierta; el fotomontaje de Renau para El fruto del trabajo del labrador es tan sagrado para todos como el salario que recibe el obrero (1937), también editado por el Ministerio de Agricultura; Los caricaturistas y la guerra española (1937), repertorio de viñetas antifascistas reunidas por Gabriel García Maroto, responsable del Servicio de Propaganda del Ministerio de Instrucción Pública; y –también en Ediciones Españolas– los Dibujos de Guerra de Arturo Souto (1937). Merecen crédito dos folletos poco conocidos: Le Palais National (Madrid), con letras dibujadas de Ramón Gaya, cuaderno nº 6 de la Oficina Nacional de Turismo (1938); y L’affiche de guerre (1938), impreso en Barcelona en los talleres Llauger, con unas cubiertas que podrían haber salido del Estudi Fototècnic Publicitari de Pere Català Pic o de quienes colaboraban con el departamento fotográfico del Comissariat de Propaganda, como –valgan solo unos nombres– Agustí Centelles, Miquel Agulló, Gabriel Casas o Josep Sala.29 A modo de prólogo, un texto anónimo de título idéntico recuerda la exposición de carteles de la Gran Guerra –«leçon que la guerre européenne avait donné a la propagande publicitaire, leçon renouvelée par la révolution russe»–, presentada en Barcelona en 1929 y el ciclo de conferencias que la acompañó, abierto por el presidente del Publi-Club de Barcelona, Rafael Bori Llobet, que justamente habló de «El cartel de guerra».

En el apartado literario menudean títulos que merecen mención. Entre otros, la rara partitura Ay, ay ¡hui! Coplas del Fuerte de San Cristóbal, con texto de Emilio Prados y música de Rodolfo Halffter (1938). Y también con el sello Ediciones Españolas, Guerra Viva, poemario de José Herrera Petere, con litografías coloreadas de Manuel Ángeles Ortiz (1938). Ese mismo año, Hora de España –que, a juicio de Mainer, clausuraba, inadvertidamente y con brillantez la Edad de Plata, publicó Entre dos fuegos, narraciones de Antonio Sánchez Barbudo, y El hombre y el trabajo, de Arturo Serrano Plaja, con dibujos de Gaya, que Trapiello destaca como un primer intento de poesía social. También clausuraba la edición republicana ese prodigio de la imprenta errante que es España en el corazón, de Pablo Neruda. Al cuidado de Manuel Altolaguirre, se acabaron de imprimir los quinientos ejemplares –el de Negrín es el número 9– en el Monasterio de Montserrat el 7 de noviembre de 1938, conmemorando el segundo aniversario de la defensa de Madrid. Primera edición española del libro de Neruda que está documentada en muy escasas bibliotecas.30