Revistas para la democracia. El papel de la prensa no diaria durante la Transición

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Mientras tanto, desde la sección de «Internacional», La Calle empezaba a configurar un actualizado mapa del internacionalismo al gusto y conveniencia del que iba a salir del IX Congreso del PCE en abril de 1978.47 En este congreso, con el respaldo mayoritario de los asistentes, el Partido Comunista abandonó el marxismo-leninismo como doctrina oficial del partido para adoptar en su lugar el eurocomunismo y con él una nueva identidad, la de «partido marxista, revolucionario y democrático». El nuevo internacionalismo comunista dejaba atrás definitivamente la influencia del comunismo prosoviético para incluir a todas aquellas fuerzas revolucionarias y de izquierdas que pudieran contribuir a configurar «un frente anti-imperialista mundial» (Treglia, 2011: 27). En lógica consecuencia, La Calle amplió su agenda internacional más allá de Europa, donde le interesaban la socialdemocracia alemana, el socialismo en Italia o Francia y el movimiento sindical minero en Gran Bretaña. En América Latina prestó especial atención a las guerrillas centroamericanas y a la actualidad cubana, y en África a sus movimientos armados. Como contrapunto, se publicó una sección titulada, con evidente sarcasmo, «Las Cosas del Imperio», dedicada por supuesto a Estados Unidos. Todo ello dio como resultado una revista crítica de izquierdas, muy conectada con las aspiraciones de secularización y modernización radical del país compartidas por un colectivo de lectores instruidos y de arraigada conciencia política.

La deriva ideológica y estratégica del PCE, que había condicionado la fractura en Triunfo, influía ahora tanto en la línea editorial como en la agenda de La Calle y, con toda seguridad, en la cohesión del propio equipo de redacción. En el citado IX Congreso de abril de 1978, el PSUC, partido hermano en Cataluña, votó en contra del eurocomunismo y ello acabó abriendo una primera grieta entre los periodistas de La Calle afiliados al PCE y los afiliados al PSUC, como Manuel Vázquez Montalbán y Julia Luzán. Tras su legalización en 1977, el PCE había puesto de manifiesto su plural y a veces contradictoria composición interna, que incluía militantes prosoviéticos, activistas y una masa de afiliados que habían entrado en el partido no por firmes convicciones comunistas, sino por tratarse del partido más comprometido en la lucha antifranquista. Una vez caída la dictadura y cuando los resultados obtenidos en las elecciones de 1977 quedaron muy por debajo de las expectativas, esta pluralidad se tradujo en profundos conflictos políticos, ideológicos y de poder (Andrade Blanco, 2010: 439). Al final, las fricciones acabaron por traspasar la redacción y llegaron a los propios lectores. El 20 de enero de 1981, La Vanguardia anunciaba la querella de dos militantes de CC. OO. de Barcelona contra La Calle en la que acusaban al director, César Alonso de los Ríos, y al subdirector, Carlos Elordi, de tergiversar interesadamente la información en contra del PSUC.

CRISIS Y DECLIVE

El abandono de algunos de los nombres más significativos de su plantilla en 1978 había obligado a Triunfo a recomponer el elenco de firmas con algunas otras muy notables, pero ya sin el sello político de los que compartían dentro de la revista la experiencia vivida durante los difíciles años de la dictadura. Desde comienzos de 1978, su agenda volvió a sufrir una importante alteración, repartiendo su interés entre el proceso constituyente en España y la atención recuperada sobre el panorama internacional. Sin abandonar su posición de revista acostumbrada a enjuiciar estrategias políticas, Triunfo empezó a valorar muy positivamente el proceso de democratización entendiendo que la negociación con las fuerzas políticas de la derecha reformista procedentes de la dictadura estaba conduciendo a la «ruptura pactada».48

La gran preocupación de la revista era la fragmentación de la izquierda y, por ello, no dudó en advertir de que la responsabilidad de los partidos de izquierda era recuperar la unidad que había impulsado el cambio democrático en forma de plataformas unitarias.49 En efecto, la unidad de la izquierda había funcionado desde los años sesenta como un poderoso incentivo para lograr objetivos democráticos y había hecho de Triunfo una referencia ideológica insustituible. Avanzada la década de los setenta, la situación del país era otra muy distinta. La competencia electoral había disuelto toda posibilidad de estrategia conjunta y los esfuerzos de Triunfo por llamar a la unidad de la izquierda y recuperar ella misma el papel político que había desempeñado resultaban desesperados.

Ahora bien, si la política nacional no parecía prestarse a tácticas unitaristas, la agenda internacional quizá sí ayudara a ello. Después de dos años en los que había desatendido en su agenda periodística el panorama internacional, recuperó su atención sobre él en un intento de trazar el mapa de un nuevo internacionalismo ideológicamente funcional en el contexto de la Guerra Fría. La izquierda en Francia o en Italia, los movimientos insurreccionales en el Magreb o las guerrillas latinoamericanas ocupaban de nuevo las páginas y las portadas de Triunfo al igual que lo estaban haciendo en La Calle. El viejo antiamericanismo de la izquierda española ahora aparecía renovado en medio de la controversia política en torno a la OTAN. Tras dos años centrados en la actualidad interna española, en Triunfo se debió de percibir que la recuperación de un cierto internacionalismo antiimperialista podía atraer de nuevo el interés de los lectores hacia la revista y recuperar para ella el papel de liderazgo que había desempeñado en los años sesenta. Sin embargo, ninguna de estas estrategias funcionó y las cifras de tirada se desplomaban.

Su director, José Ángel Ezcurra, reconstruyó la memoria de aquel tiempo aludiendo a los intentos del PSOE por ejercer un control indirecto sobre la revista a partir de la compra de un abultado número de suscripciones. Ante semejante oferta, replicó Ezcurra que Triunfo «no podía ni merecía terminar en la condición de publicación subvencionada» (Alted y Aubert, 1995: 656). Mientras tanto, las reuniones en la redacción ponían de manifiesto lo que para los periodistas constituía una incomprensible deserción de los lectores, mientras los costes de producción de la revista no dejaban de aumentar a causa de la inflación y el descenso de ingresos por publicidad no encontraba freno. Desde esta posición de debilidad, el director de Triunfo recibió una nueva oferta, esta vez del círculo empresarial más próximo al presidente del Gobierno, que propuso a Ezcurra a través de Garrigues Walker efectuar una importante inyección de capital a cambio de que la redacción de Triunfo considerara «intocable» a Adolfo Suárez (Alted y Aubert, 1995: 657). No hubo respuesta al ofrecimiento. Sacrificar la esencia crítica e izquierdista de Triunfo en aras de la supervivencia debió de parecer un precio demasiado alto para su director y el resto de la redacción.

Tampoco Cuadernos para el Diálogo lograba remontar las dificultades económicas, que habían conducido al semanario a una situación crítica y hacían casi imposible su continuidad. Cada número semanal costaba entre tres y cinco millones de pesetas, con unas pérdidas que llegaron a los dos millones, con una redacción y plantilla que, en el último número, sumaban un director, dieciocho redactores, cinco administradores y más de ochenta colaboradores. En julio de 1976, Altares ya había explicado ante la Junta de Accionistas aquel «proceso lento, pero inexorable» que llevaba a la revista a perder lectores como resultado, apuntaba, de «la pérdida del papel protagonista que hasta entonces habíamos tenido como revista política de carácter democrático».50

En su caso, la vinculación directa al PSOE sí se contempló como una tabla de salvación y así, en el verano de 1977, Altares solicitó ayuda financiera a la socialdemocracia alemana a través de la Fundación Ebert (la misma que unos años después se convertiría en el centro de una intensa polémica sobre la financiación ilegal del partido). Envió para ello un informe en el que explicitaba las relaciones personales e ideológicas de la revista con el PSOE: «A lo largo de estos casi dos años últimos de periodicidad semanal, Cuadernos para el Diálogo ha logrado acreditar una imagen muy concreta de revista política de información y opinión cuya orientación ideológica es netamente socialista y próxima a las posiciones que mantiene el PSOE, aunque, como es evidente, defienda y sostenga su carácter independiente y pluralista».51

Esta gestión no tuvo éxito y el último paso fue dirigirse directamente al PSOE. La Comisión Ejecutiva trató el tema y acogió favorablemente la idea, pero bastante menos positivo debió de ser el juicio de la Comisión Económica ante las dificultades de inserir Cuadernos entre la restante prensa del partido, pues el proyecto tampoco salió adelante.52 Fue entonces cuando Enrique Sarasola, Carlos Zayas y otros accionistas de Cambio 16 ligados al PSOE abandonaron esa revista y decidieron invertir la cantidad abonada por sus acciones en Cuadernos, con el visto bueno de Felipe González. En una reunión con la dirección de Edicusa suscribieron el capital necesario, pero nunca llegaron a desembolsarlo en su totalidad.53 Altares intentó todavía una última gestión ante el presidente del Gobierno, Adolfo Suárez:

 

He llamado a todas las puertas: gobierno, partidos, personalidades. En todas la misma respuesta alentadora: Cuadernos no puede morir porque es una institución que ha defendido y defiende valores que son imprescindibles en la España de hoy y de mañana, el futuro necesitará todavía más a la prensa libre... Pero las promesas no han encontrado cauce.54

Como afirmaba Altares en una entrevista, «sólo pedíamos dos semanas de lo que al Estado le está costando el diario Pueblo, cuya ayuda anual supera los 700 millones de pesetas».55 Tampoco los accionistas respondieron a la llamada de Altares para suscribir la ampliación de capital –35 millones– necesaria para no cerrar la revista. Al final la única ayuda llegó del Gobierno, al menos para amortizar parte de los gastos de liquidación del personal. El último número de la revista apareció en los quioscos en octubre de 1978.

Varios factores contribuyeron a este declive; algunos ya los hemos apuntado. Ahora los lectores podían elegir entre una oferta más amplia porque los viejos diarios habían recobrado sus funciones informativas y aparecieron otros nuevos, como El País y Diario 16 en 1976 y El Periódico de Catalunya en 1978. En particular, El País supo atraer a muchos lectores habituales de Triunfo o Cuadernos para el Diálogo con un lenguaje y unos contenidos que mantenían ciertas líneas de continuidad, como la altura intelectual y cierto didactismo de los artículos (Vázquez Montalbán, 1995: 171-179). Además, el mercado de revistas estaba saturado cuando, en cambio, el número de lectores no había crecido proporcionalmente.56 Las revistas de información general alcanzaron en 1978 la cifra récord de 69.378.885 ejemplares de difusión conjunta, con un incremento para la década de los setenta del 84,87 %, pero, a partir de ese momento, su difusión iba a bajar hasta los 48.386.272 ejemplares en 1980 y a estabilizarse en una media de 45 millones durante la década de los ochenta (Cabello, 1999).

También se produjo un transvase de lectores hacia las revistas especializadas y los suplementos de la prensa diaria, así como a la radio y la televisión, que habían mejorado notablemente la calidad de sus programas de actualidad. Es verdad que en los últimos años las revistas críticas habían ganado en credibilidad, pero llegaban solo a una minoría lectora. «El cambio político no ha comportado un interés creciente por la prensa. Los desheredados de la cultura, en este caso de la información, no han sido recuperados para la lectura», escribía César Alonso de los Ríos en La Calle a propósito de la desaparición de Cuadernos.57

La consolidación institucional de la democracia supuso el final de la oleada de movilización de la sociedad civil producida durante los últimos años del franquismo y los primeros de la Transición. En toda Europa, la resaca del 68 trajo consigo la desaparición de una parte de la prensa de izquierdas, y los medios que sobrevivieron tuvieron que aligerar sus contenidos políticos, haciéndose más moderados y sumándose al prestigio posmoderno de lo cultural (Van Noortwijk, 1995: 497). Si en algo se diferenció España fue en la intensidad del proceso, fruto de unas circunstancias excepcionales, de manera que al auge de la prensa progresista siguió en pocos años su crisis, con la desaparición de revistas semanales tan significativas como La Actualidad Española, Mundo, Doblón, Opinión o Posible. El propio Altares admitía entonces que «el desfase entre Cuadernos para el Diálogo, Triunfo, La Calle y todas las revistas y la realidad es inmenso».58 Se empezaba a hablar de «desencanto». Cuando dos años después Triunfo cambió su periodicidad para intentar superar la crisis, El País escribía:

La forzada transformación de Triunfo de semanario en mensual no sólo es un acta de acusación contra la política informativa gubernamental y contra ese estado de libertad amenazada, vigilada, de la España de 1980 [...] También plantea, al igual que lo hizo la desaparición de Cuadernos para el Diálogo, un serio interrogante acerca de la capacidad de la vida española, al margen de las estructuras estatales, para alimentar y reforzar ese tejido social de instituciones y centros de poder autónomos del que tanto habla, pero al que tanto teme la clase política (Alted y Aubert, 1995: 669).

Triunfo, al igual que Cuadernos, se había dedicado durante el franquismo a la exploración posibilista de nuevos espacios expresivos, desplazando unos límites casi siempre implícitos y subjetivos, con abundante recurso a las metáforas y elipsis. Ese «semioperiodismo», como lo definió Ezcurra, explica en parte su desaparición tras el restablecimiento de la democracia, cuando el lenguaje recuperó su función denotativa y la política, la cultura o el periodismo parecían volver a ocupar su lugar. El psiquiatra Castilla del Pino lo explicaba para el caso de Triunfo: ese «criptolenguaje» se basaba en que el discurso no fuera explícito y el lector tuviera que descodificarlo gracias a la complicidad con el autor (o autores), pero eso «cesa cuando en España, inmediatamente después de la muerte de Franco, es posible un discurso político explícito, y se vuelve a hacer política por unos y por otros de la única manera que la política ha de hacerse: explícitamente» (Alted y Aubert, 1995: 72).

Es posible que los lectores de Triunfo ya no estuvieran interesados, ni necesitados de una revista que les proporcionara doctrina ideológica. Los tiempos de la doctrina habían pasado y los niveles de compromiso político con un partido o con una revista política estaban cayendo a velocidad de vértigo en la sociedad española. La situación económica dentro de la empresa empezaba a resultar dramática y la primera decisión que se abordó fue la de reducir su número de páginas para rebajar con ellas los costes de producción, pero no resultó suficiente. El 12 de julio de 1980 la edición de Triunfo se interrumpía para reaparecer renovada en noviembre del mismo año como revista mensual con una nueva numeración. El cambio de periodicidad traía aparejado un cambio radical en su concepción como revista de información general y una reestructuración de su plantilla de colaboradores, entre los que destacaban Montserrat Roig, de vuelta tres años después de su marcha de Triunfo, Fernando Savater, Rosa Montero, Cristina Peri Rossi, Manuel Vicent o Ignacio Ramonet. En noviembre de 1980, Triunfo abandonaba la condición política que le había acompañado desde 1962 y aparecía ante sus lectores reconvertida en una revista literaria con colaboraciones de carácter ensayístico y creativo desligados de la actualidad.59

Reconvertida en una nueva revista, Triunfo se las arregló para sobrevivir hasta agosto de 1982, dos meses antes de la victoria socialista. Para muchos, la Transición, con mayúscula, acaba aquí, y con ella la historia de Triunfo. La ruptura y el conflicto emprendieron su propio proceso de institucionalización, la soñada unidad de la izquierda no encontró forma de materializarse ni en el ámbito político ni en el sindical, los sucesivos procesos electorales acabaron marcando y estrechando los límites del escenario político y, finalmente, la propia dinámica del mercado acabó delimitando también sus propios márgenes en el ámbito periodístico. El País lamentaba, entonces, la desaparición de Triunfo, tras la de Cuadernos para el Diálogo:

... dos publicaciones periódicas que tan decisivamente contribuyeron, en el parlamento de papel de la última etapa del franquismo, a difundir los valores democráticos, los principios de la libertad y el compromiso con los derechos humanos no han podido mantenerse en esa España constitucional por cuyo advenimiento combatieron durante los tiempos difíciles (Alted y Aubert, 1995: 679).

Mientras tanto, la situación económica y laboral en La Calle empeoró muy significativamente desde 1980, apenas dos años después de salir al mercado. De acuerdo con lo publicado en El País, las oficinas de La Calle fueron embargadas en septiembre de 1980 y un año más tarde, en julio de 1981, de nuevo el diario El País anunciaba la «subasta de la cabecera La Calle» para sufragar la deuda contraída con Joaquín Francés, jefe de la sección de «Internacional», por despido improcedente. En la misma situación se encontraban otros seis trabajadores de la revista.

Finalmente, la cabecera no fue subastada.60 Se llegó a decir que estaba sufriendo un boicot publicitario, que explicaría el descenso brusco de publicidad en sus páginas, especialmente desde 1980.

Pero lo cierto es que La Calle estaba acusando el mismo declive que el PCE y por causas similares.61 Tras el fracaso electoral de 1977, este dejó de ser el eje en torno al que había girado el discurso de la izquierda durante décadas. De pronto, la sacudida electoral le colocó en los márgenes del arco parlamentario. A partir de ahí y reformando su discurso intentó recuperar posiciones institucionales pactando con el Gobierno y renunciando al leninismo en el Congreso de 1978. Esto provocó un verdadero terremoto dentro del partido, que lo fragmentó en, al menos, cuatro corrientes irreconciliables.62 Las luchas internas, la fuga de intelectuales y el descenso en la cifra de militantes acabaron por privarle de crédito político (Treglia, 2011: 34; Andrade Blanco, 2015). Mientras tanto, la revista La Calle, vinculada al sector reformista del PCE, asistía a la descomposición del partido y a la crisis de la cultura de izquierdas que lo inspiraba.63

Desde finales de los setenta y en el contexto de la Guerra Fría, la influencia del comunismo estaba retrocediendo y el marxismo como aparato teórico estaba siendo cuestionado. No es extraño que la cultura de izquierdas que se había respaldado en ambos y que se había consolidado en Europa al abrigo de los movimientos sociales entrara en crisis. En España, la revista La Calle se estaba quedando sin discurso, sin un proyecto político sólido que defender y sin unos lectores que, recién iniciada la década de los ochenta, desatendían su lectura, como también la de Triunfo, al mismo ritmo que abandonaban la vieja lealtad ideológica con el marxismo.

1. «Juicio crítico a Cuadernos para el Diálogo», Cuadernos para el Diálogo, enero de 1972, pp. 19-32.

2. Revista Española de la Opinión Pública, julio-diciembre de 1970, pp. 297-347.

3. J. Ruiz-Giménez: «Los deberes del tránsito», Cuadernos para el Diálogo, noviembre de 1975.

4. «España quiere democracia», Cuadernos para el Diálogo, diciembre de 1975.

5. «Marcha atrás: los límites del reformismo», Cuadernos para el Diálogo, 10-16 de abril de 1976; «La reforma que no reforma», Cuadernos para el Diálogo, 8-14 de mayo de 1976; «Fraga, giro hacia el búnker», Cuadernos para el Diálogo, 8-14 de mayo de 1976.

6. «El pueblo pide voz y voto» e «Iglesia: ¿con o sin el poder?», Cuadernos para el Diálogo, diciembre de 1975.

7. «Ruptura o reforma», Cuadernos para el Diálogo, enero de 1976.

8. R. Arias-Salgado: «En busca de una legitimidad democrática», Cuadernos para el Diálogo, 27 de marzo - 2 de abril de 1976.

9. «Otro gobierno para las promesas del Rey», 12-18 de junio de 1976 y «Franquistas: acoso al Rey», Cuadernos para el Diálogo, 22-28 de junio de 1976.

 

10. «El apagón», Cuadernos para el Diálogo, 10-16 de julio de 1976; R. Arias-Salgado: «Un apunte sobre Cuadernos y la transición democrática», en Las raíces de la democracia. 25 aniversario de «Cuadernos para el Diálogo», Madrid, Asociación de la Prensa, 1988, p. 33, y «Cuadernos, semilla de la transición democrática», en La fuerza del diálogo. Homenaje a Ruiz-Giménez, Madrid, Alianza, 1997, pp. 209-217.

11. J. Ruiz-Giménez: «España en la encrucijada. Segunda meditación», Cuadernos para el Diálogo, 20-26 de marzo de 1976.

12. «Una reforma para reformar», Cuadernos para el Diálogo, 18-24 de septiembre de 1976.

13. «Mayoría y proporción» y «Todavía no tenemos democracia», Cuadernos para el Diálogo, 6-12 de noviembre de 1976 y 27 de noviembre - 3 de diciembre de 1976.

14. «Un referéndum sin libertad no es válido» y Joaquín Estefanía: «Votar o abstenerse, esa es la cuestión», Cuadernos para el Diálogo, 4-10 de diciembre de 1976.

15. «Deben ser negociadas las reglas del juego», Cuadernos para el Diálogo, 11 al 17 de diciembre de 1976.

16. «Una reforma para reformar», Cuadernos para el Diálogo, 18-24 de septiembre de 1976.

17. P. Altares: «A mis amigos políticos» y F. Abascal, S. Gallego y J. L. Martínez: «El gran escándalo. Cómo conseguimos la Constitución», Cuadernos para el Diálogo, 3-9 de diciembre de 1977; «La Constitución y los políticos» y «Airadas reacciones por la publicación del borrador constitucional», El País, 24 de noviembre de 1977; «Cuadernos para el Diálogo comenta las declaraciones de Alfonso Guerra», El País, 11 de diciembre de 1977.

18. J. de Esteban y L. López Guerra: «Radiografía de la constitución», L. Carandell: «El borrador contra la gramática» y M. D. V.: «Los obispos, al ataque», Cuadernos para el Diálogo, 3 al 9 de diciembre de 1977.

19. P. Altares: «Una revista para la democracia», Cuadernos para el Diálogo, febrero-marzo de 1976.

20. Memoria 1975 para la Junta Ordinaria de Accionistas (1 de julio de 1976), Archivo Histórico de la Universidad de Navarra (AHUN), Fondo José M. Riaza.

21. Europa Press y Pueblo, 6 de julio de 1974.

22. Miembro de la clandestina Unión Militar Democrática.

23. Layus: Eduardo Martínez de Pisón (Valladolid, 1937). Caín: Firma tras la que dibujan Felipe Hernández Cava (Madrid, 1953), guionista, y Federico Vicente del Barrio Jiménez (Madrid, 1959), dibujante e ilustrador.

24. «Publicaciones clandestinas», 20 de febrero de 1977, Archivo General de la Administración (AGA), Sección Cultura, caja 590; P. Altares: «Una revista para la democracia», Cuadernos para el Diálogo, febrero-marzo de 1976, y «Entrevista a Pedro Altares», Arriba, 16 de enero de 1976.

25. P. Altares: «Ya no hay dictador», El País, 13 de septiembre de 1978; V. Martínez Conde: «La diacronía del compañero Altares», El País, 3 de octubre de 1978.

26. P. J. Ramírez: «Salvar Cuadernos», La Actualidad Española, 16 de octubre de 1978.

27. Agencia Europa Press, 1 de mayo de 1976.

28. Entrevista personal a R. Martínez Alés, 2 de marzo de 2001.

29. Agencia Europa Press, 26 de agosto de 1976.

30. «Cita italiana en Madrid» y «Amenazas a Cuadernos», Cuadernos para el Diálogo, 14-20 de agosto de 1976.

31. E. Castro: «Granada: los “paseados” de Fonelas. Muertos sin sepultura», Cuadernos para el Diálogo, 6-12 de noviembre de 1976.

32. Los reportajes sobre movimientos sociales son muchos en Triunfo desde 1976, entre ellos Jaime Millás: «El movimiento reivindicativo de los PNN», 4 de febrero de 1976; Nicolás Sartorius: «El movimiento de la construcción», 21 de febrero de 1976; Carlos Elordi: «El nuevo movimiento obrero español», 27 de marzo de 1976; Francisco Almazán Marcos: «Los movimientos campesinos», 23 de julio de 1977; Julia Luzán: «Hacia la unidad del movimiento feminista», 13 de agosto de 1977; Tomás Bragado: «Los objetores españoles», 12 de marzo de 1977; o Gloria Otero: «Silencio y prohibiciones para los vecinos», 6 de marzo de 1976.

33. Montserrat Roig: «La poesía y su pueblo», Triunfo, 14 de febrero de 1976; José Monleón: «El teatro furioso de Nieva», Triunfo, 8 de mayo de 1976; Eduardo Haro Ibars: «Pi de la Serra y Ribalta en Madrid. La poesía catalana», Triunfo, 11 de diciembre de 1976; Julia Luzán: «Canet, de la política a la música», Triunfo, 30 de julio de 1977; o César Alonso de los Ríos: «Música, pero no celestial», Triunfo, 8 de octubre de 1977.

34. Eduardo Haro Tecglen: «El año Suárez», Triunfo, 9 de julio de 1977; Fernando López Agudín: «Adolfo Suárez, entre el quién de los fascistas y el qué de los demócratas», Triunfo, 9 de junio de 1979.

35. Eduardo Haro Tecglen: «La querella del eurocomunismo», Triunfo, 753, 2 de julio de 1977.

36. Eduardo Haro Tecglen: «El miedo al golpe», Triunfo, 10 de septiembre de 1977; Pablo Berbén: «La ultraderecha se explica», Triunfo, 23 de julio de 1977.

37. Informe de P. Altares al Consejo de Administración; 6 de junio de 1975; Archivo personal Pedro Altares (APA), Torrecaballeros.

38. Eduardo Haro Tecglen: «El Pacto de la necesidad», Triunfo, 15 de octubre de 1977; «El hurto de la democracia», Triunfo, 22 de octubre de 1977; o «Después del pacto, qué», Triunfo, 5 de noviembre de 1977.

39. Eduardo Haro Tecglen: «El pacto y el riesgo», Triunfo, 29 de octubre de 1977.

40. «La Calle, nueva revista de información general», El País, 15 de febrero de 1978.

41. César Alonso de los Ríos: «Punto de partida», La Calle, 15 de marzo de 1978.

42. Jaime Aznar: «El mayo de la unidad», La Calle, 2 de mayo de 1978.

43. «España se vertebra», La Calle, 18 de abril de 1978.

44. Andreu Claret: «Tarradellas en Madrid: Allí mando yo», La Calle, 28 de marzo de 1978.

45. «Feria de Abril», La Calle, 18 de abril de 1978.

46. «Un cero a la izquierda. Teatro de ultraderecha», La Calle, 18 de abril de 1978.

47. Miguel Salabert: «PCE. IX Congreso. I eurocomunista. Adiós a los dogmas», La Calle, 18 de abril de 1978.

48. Javier García Fernández: «La Constitución, expresión de la ruptura pactada», Triunfo, 7 de enero de 1978.

49. «La izquierda española. Los caminos de la libertad», Triunfo, 21 de enero de 1978.

50. Memoria 1975 para la Junta Ordinaria de Accionistas, 1 de julio de 1976; AHUN, Fondo José M. Riaza.

51. Proyecto de ayuda económica para impulsar la expansión de la revista semanal «Cuadernos para el Diálogo», anexo a una carta de Pedro Altares a Dieter Koniecki del 30 de agosto de 1977, APA, Torrecaballeros.

52. Carta de Javier Solana a Pedro Altares del 2 de mayo de 1978, APA, Torrecaballeros.

53. Entrevista personal a Pedro Altares, 11 de julio de 2000. Castellano acusa en sus memorias a Felipe González, con la ayuda de los exaccionistas de Cambio 16 Sarasola, Zayas y Rivera de la desaparición de la revista, después de hacerse con ella para «salvarla» (Castellano, 1994: 141).

54. Carta de Pedro Altares a Adolfo Suárez, s/f (otoño 1978), APA, Torrecaballeros.

55. «Se acabó el diálogo», Cambio 16, 29 de octubre de 1978; P. Altares: «Que nadie lamente nuestra suerte», El País, 11 de noviembre de 1978.

56. «España no lee», El País, 18 de octubre de 1978.

57. C. A. de los Ríos: «Del rojo al amarillo», La Calle, 10-16 de octubre de 1978. También el editorial «España no lee», El País, 18 de octubre de 1978.

58. Entrevista personal a P. Altares, 11 de julio de 2000; P. Altares: «Es triste desaparecer a las puertas de la democracia», El País, 13 de octubre de 1978.

59. Cristina Peri Rossi: «Del apocalipsis que no sobrevendrá», Triunfo, 12 de enero de 1980; Manuel Vicent: «La última forma de amar», Triunfo, 1 de febrero de 1981; Ignacio Ramonet: «La era de la telemática», Triunfo, 1 de diciembre de 1980; Fernando Savater: «El escepticismo como nueva fe», Triunfo, 1 de diciembre de 1981.

60. «Embargo preventivo de las oficinas de la revista La Calle», El País, 24 de septiembre de 1980; «Próxima subasta de la cabecera de La Calle», El País, 22 de julio de 1981.

61. «Viaje al interior de los partidos. El PCE por dentro», La Calle, 15-21 de enero de 1980.

62. Los oficialistas, los renovadores, los federalistas y los «duros», según Carlos Elordi: «X Congreso del PCE. Renovación, pero menos», La Calle, 4 de agosto de 1981.

63. Manuel Azcárate: «¿Qué tipo de partido?», La Calle, 15 de junio de 1981; «El PCE, campo de batalla», La Calle, 24 de noviembre de 1981; Manuel Vázquez Montalbán: «Entre la purga y la disciplina», La Calle, 23 de noviembre de 1981.