Naciones y estado

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Z serii: Historia #164
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Responder con un eppur si muove podría bastar, si no fuera porque estas opiniones sirven para alimentar tanto al único nacionalismo presumiblemente responsable, el español, incitándolo a incidir en la baja calidad del sistema democrático, como a alentar las tendencias centrífugas que aceptarán de buen grado el argumento: si no se es parte copropietaria de, al menos, una nación de naciones, mejor conformar una nación propia; si la alternativa es asimilación o independencia, algunos elegirán independencia.70

La posición comentada, cada vez expresada con más desparpajo, entronca con antiguas visiones del nacionalismo de Estado y del Estadonación, a menudo dado por muerto pero tan proclive a las más reiteradas resurrecciones. Como se ha recordado,71 a la unidad nacional de España le sigue la negación ontológica de un nacionalismo español, «toda vez que el nacionalismo es por definición un hecho negativo y uno no suele tener una imagen de sí mismo. Los nacionalistas son siempre, en otras palabras, los otros, y su condición aparece contrapuesta a la de quienes dicen o creen defender valores saludables». Por eso hemos visto, tantas veces, autocalificarse a los que se oponen a la plurinacionalidad del Estado como «demócratas» y «constitucionalistas», y si a veces esto ha sido cierto –pienso en algunas posiciones firmes frente a ETA–, en otros casos era un abuso semántico manifiesto y una paradójica muestra de nacionalismo excluyente.

Béjar a puesto de relieve esta cuestión al distinguir: «En primer lugar, el discurso del nacionalismo español, que llamé españolismo tradicional, que tiene a “España” como referente principal explícito y sostiene un nacionalismo de raíces conservadoras y un concepto cultural de nación. Dicho discurso acepta el término patriotismo y un sentido de pertenencia prioritariamente español, así como la crítica al Estado de las autonomías, sobre todo a su profundización. En segundo lugar, el discurso que llamo neoespañolismo, que entiende a España más como un Estado que como una nación y se engarza con un nacionalismo español de raigambre liberal» y que acepta el estado autonómico.72 En cualquier caso, la suma de ambos modelos cubre un amplio espectro de la ciudadanía y de la opinión pública articulada; posiblemente la crisis y las demandas independentistas catalanas estén alterando la composición interna de esta tendencia, ampliando la base integrista y consiguiendo lo que no obtuvo el terrorismo nacionalista etarra, al que siempre se respondió, desde muchos frentes, que en ausencia de violencia todo era posible, argumento que definía las corrientes más abiertas del españolismo.

En todo caso esas alteraciones semánticas no pueden considerarse mero fruto aleatorio de coyunturas políticas cambiantes, sino necesarias para el rescate de un nacionalismo español creíble por parte de las derechas políticas, intelectuales y mediáticas:73 es una reconducción hecha de fragmentos, no pocas veces contradictorios, que transita desde la superación de la vergüenza por la herencia franquista –y que explica la ausencia de mensajes renovados en los primeros años de democracia, por temor a ser confundidos con la ultraderecha– hasta los intentos de inserción de los mensajes conservadores en una nación dada por descontada, auténtica en la trivialidad de sus expresiones cotidianas; pasando, queda dicho, por los intentos de apropiación en exclusiva del patriotismo constitucional.

En todos los casos se aprecia como mecanismo principal, tácito, la existencia de los nacionalismos periféricos pero la negación de un nacionalismo español, central. Y en no pocas ocasiones en estas posiciones se constata una relativa concomitancia con la negativa de la derecha española a asumir políticas públicas de la memoria que situaran en una mejor perspectiva los procesos de nacionalismo franquista y el papel del antifranquismo, también en estos asuntos. Igualmente es digno de resaltar el papel de los discursos sobre las víctimas de ETA, que ha desbordado a los propios aparatos políticos de la derecha y que incluye, seguramente a pesar de muchas de esas víctimas supervivientes, trazas de pensamiento que van más allá de las reivindicaciones concretas para ponerse al servicio de un pensamiento que tiende a imaginar las cuestiones nacionales abiertas en blanco y negro, con buenos y malos, sin matices. En todo ese proceso, los episodios de hegemonía conservadora han tenido también como resultado la asunción de estos discursos por parte de la izquierda, y la asunción por muchos progresistas de un ambiguo jacobinismo, que no deja de denotar, en ocasiones, una profunda ignorancia de la historia, así como una falta de comprensión de movimientos estratégicos de la Transición,74 que, sin embargo, se sigue reivindicando acríticamente en otros aspectos.

También en esto la crisis socioeconómica explica muchas cosas: la centralización de las mentalidades y su correlato jurídico-político es una reacción ante las incertidumbres capilarmente difundidas.75 Igualmente contribuye a explicar el énfasis independentista76 en Cataluña. Obsérvese que aludo a incertidumbre y no a rechazo, como el que generaba, con toda razón, el terrorismo de raíz nacionalista de ETA. Porque ahora las fuentes de la incertidumbre son otras, externas en gran medida a la propia dialéctica nacionalitaria, aunque con repercusiones innegables en ella: al fin y al cabo, en mitad de todas las tempestades, para los nacionalistas de cualquier estirpe, lo único fijo, lo único a lo que amarrarse, porque es lo único que sobrevivirá, es la nación,77 su nación.

En esa búsqueda de certidumbre el nacionalismo dominante, esto es, el que mejor puede banalizarse hasta la invisibilidad, es el español, pues es el que mejor dispone de fórmulas supuestamente sencillas para poner orden donde hay desorden, para traer claridad donde todo parece confuso. Y es que, como apunta Juliana: «La sociedad de bajo coste (y de bajos salarios) desdibuja los viejos sentimientos de pertenencia, sin eliminarlos, sin liquidarlos, ni anularlos. Les resta agudeza política. Los exagera en forma de melodrama. Los convierte en un relato más de los muchos que cohabitan en el nuevo entramado social. Los caricaturiza, incluso».78 Es decir: los pone en disposición de ser más triviales. Y en esa deriva el nacionalismo español está especialmente preparado. Sin embargo la aparente simplificación del problema, en realidad, inaugura un nuevo nivel de complejidad, de resultados y horizontes muy inciertos. Ese componente ideológico será esencial para aventurar el futuro del Estado autonómico.79

Y es que la crisis agota el big bang que supuso la Transición e interpela al conjunto del sistema,80 en especial porque pone en almoneda el pacto social, que, como planteé, tiene un reflejo directo en el espejo de las CC. AA. Ello es también una medida de su éxito: los ciudadanos, cuando más lo necesitan, se dirigen al prestatario habitual, a las instituciones responsables de la salud, la educación o los servicios sociales… para encontrar ahora sus arcas vacías, sus estructuras arruinadas y su imaginación política convertida en escombros, profundamente heridos por unos recortes impuestos por un Estado central contaminado de neoliberalismo y apremiado por el mismo virus instalado en las corrientes de aire de la UE. La preguntas son obvias: ¿cuánto tiempo podrán mantenerse las superestructuras estatutarias si la realidad las vacía de contenido?, ¿podrán resistir al papel de pararrayos que el Estado central les ha impuesto?, ¿cómo afectará esto al precario sistema de lealtades identitarias compartidas que había funcionado relativamente bien en muchos lugares?, ¿cómo será metabolizado por las ideologías conservadores o progresistas en presencia?

LAS POSIBILIDADES DEL CAMBIO

La reforma de la Constitución se presenta como la última esperanza de poder reordenar democráticamente este embrollo. Sobre todo si partimos de una consideración fuerte del constitucionalismo, y no de la mera debilidad del oportunismo constitucional. Ruipérez81 ha recordado, siguiendo en parte a Pedro de Vega, que se está operando un fenómeno más que preocupante: los gobernantes apelan al Derecho Constitucional como «criterio legitimador» de la vida pública, pero es una Constitución alejada de los presupuestos históricos y de las bases sociales en las que debería encontrar su fundamento; ello se debe al debilitamiento del principio democrático, que permite eludir el buscar en la democracia el fundamento de las constituciones, para ir a buscarlo en sí mismas y en su condición de grandes programas políticos. De esta manera se sustituye la ideología del constitucionalismo por la ideología de la Constitución: en vez de defender los principios que inspiraron una época histórica marcada por valores de igualdad, libertad y racionalidad, se cambian por la defensa numantina de un texto. Este neodoctrinarismo constitucional se estaría verificando con preocupante exactitud en España y, en concreto, en la materia que nos ocupa.

Pero esto también requiere matices. Creo que solo será factible una reforma que sea el fruto del consenso más amplio posible. Y no por repetir una mitificación del consenso constituyente de la Transición sino porque solo así se conseguirá que la CE sea un factor de cohesión social –su principal función cultural–y arraigue popularmente –sea cual sea la definición de pueblo/s que elijamos–. Por lo tanto descreo de abrir un proceso constituyente formal y total, o sea, de hacer una nueva Constitución, porque me parece que tal reivindicación pertenece más al ámbito de lo ideológico que de lo político. La conclusión es que prefiero acuerdos sobre puntos –paquetes temáticos– concretos que usar el cambio de la CE como un señuelo imposible de agitación que acabe por provocar mayor desesperanza.

 

En ese esquema la única respuesta técnica que se me ocurre es avanzar a un sistema federal que aporte transparencia, equilibrio, suficiencia financiera y participación de los Estados federados en la conformación de la voluntad del Estado federal. Sistema federal que incluya elementos confederales acotados desde el mismo texto constitucional y que exprese la plurinacionalidad intrínseca de España.82 El pacto constituyente, desde este punto de vista, tendría dos momentos: uno del demos, del pueblo español en su conjunto, y otro del demoi, de los pueblos preconstituidos nacionalmente. Para avanzar en esta línea, por cierto, habría que desterrar, de una vez por todas, el mito, tan infundado, que defiende que España es como si fuera ya un Estado federal, cuando las diferencias, en el orden competencial y en la contribución de las partes a la conformación del Estado general compuesto, son más que notables.83

En definitiva, se trataría de recomponer el juego de pactos de la Transición aunque desde distintas posiciones:

–Un pacto democrático que profundizara la democracia también en los ámbitos autonómicos –y locales–, con mayores dosis de deliberación, respeto institucional a derechos, transparencia y cautela contra la corrupción y fórmulas de democracia directa y semidirecta.

–Un pacto social con nueva fiscalidad, sistemas impositivos más progresivos y mecanismos de refuerzo de servicios públicos básicos a cargo de las CC. AA.

–Un pacto nacional y autonómico plural en el sentido apuntado.

Si se me pregunta si soy optimista no podré decir que sí. Muñoz Machado84 ha indicado que hubiera sido sencillo reconocer en la Constitución «hechos diferenciales» de los que se hubieran derivado consecuencias jurídicas, pero la negativa a hacerlo trajo como consecuencia que «durante más de treinta años todas las Comunidades Autónomas han tenido los mismos poderes, sin perjuicio de la posibilidad de ejercerlos de modo diferente de acuerdo con las propias opciones políticas, las tradiciones o la cultura de cada territorio», y concluye: «romper ahora esta igualdad es una opción posible, pero muy difícilmente realizable». En efecto, la dificultad es mucha,85 el enconamiento de algunas posturas y las desconfianzas mutuas, manifiestos. Y emerge otro factor clave: los sectores socioeconómicos hegemónicos están dispuestos a alcanzar los últimos objetivos en el desprestigio y desguace del Estado del bienestar: en las disputas cruzadas entre identidades esta cuestión, que se suele obviar, es la principal. Ya se encargan de ello los poderosos, los que no necesitan las pequeñas identidades para dotar de sentido a sus vivencias pues se pueden permitir ser cosmopolitas del euro. Es la visión que tantos imitadores encuentra en las declinantes clases medias, a la vez debilitadas en lo económico y a la busca de ascenso de estatus en lo simbólico; y en esa tesitura que desprecian las identidades colectivas sólidas, para cambiarlas por un relativismo líquido que, paradójicamente, se siente infinitamente más cómodo con las renacidas virtudes del Estadonación, en el que se pueden conjugar esas veleidades con la seguridad de las fronteras impenetrables. Esto es clave en la difusión de la ideología neouniformista.

No es rechazable el augurio de Álvarez Junco86 al prever «el mantenimiento de la confusa situación actual durante algún tiempo, con una evolución progresiva hacia una nación progresivamente plural, multiétnica, con diversos niveles de poder y soberanía difusa, cada vez más integrada en una Europa política, quizá con especiales lazos con Iberoamérica», en definitiva: «se inventaría una fórmula nueva, experimental, distinta a los modelos consagrados». En otro lugar –y en otro momento– defendí87 la idea de una España plural, interesante aportación semántica originada en las necesidades tácticas del PSOE, que nunca pasó de las musas al teatro. Y mantuve que la eficiencia de esa pluralidad pasaba por que aprendiera a desprenderse de un doble rasero de medir la realidad, según el que hay:

fuentes de normalidad –la prensa nacional, la fiesta nacional, las selecciones deportivas nacionales, los partidos nacionales, etc., entendiendo en todo caso lo nacional como español–; y

fuentes de perplejidad –todo lo periférico que entra en contradicción con lo nacionalespañol o que se exaspera contra la folclorización de sus expresiones políticas o/y culturales.

Desde ese punto de vista planteaba tres hipótesis:

1.Modelo de nacionalismo dominante: España más autonomías, con una tendencia a lo jerárquico uniformista en un marco imaginado como único.

2.Modelo de nacionalismos coexistentes, cercano a la conllevancia orteguiana: una España plural débil, condenada al conflicto y a la negociación intensa permanente que obliga, de facto, a la mayoría de la población a ir definiéndose en torno a parámetros nacionalistas.

3.Modelo postnacionalista: una España con voluntad de integración, en el sentido de aspirar a ser el fruto de repensarse globalmente y de reconstruirse institucionalmente, en busca de una visión fuerte de la España plural, con una tendencia a lo reticular en los imaginarios colectivos.88

Me parece que, como estructura de análisis, esta sinopsis sigue siendo válida. Pero hay una variante demasiado potente como para no ser apreciada y que atraviesa, en sentido estricto, toda idea reformista: la propia crisis, destructora de mundos de certezas, aunque fueran certidumbres radicadas en los terrenos sísmicos de la política. La crisis golpea el mundo constitucional conocido y favorece la centralización, pero pocos estarán en condiciones de establecer vínculos entre ambos hechos. Sin embargo, en el horizonte también hay signos de esperanza, siquiera sean débiles y contradictorios: los movimientos de resistencia, las lecciones aprendidas –si no se olvidan–, las aportaciones técnicas serias y formuladas honestamente, aunque sea desde la urgencia, pueden abrir expectativas. Pretender que el Derecho, per se, dé las respuestas significativas será inútil: es en el terreno de la política pura donde se va a jugar la partida. Donde ya se está jugando.

1C. Fuertes Muñoz: «La nación vivida. Balance y propuestas para una historia social de la identidad nacional española bajo el franquismo», en I. Saz, F. Archilés (eds.): La nación de los españoles. Discursos y prácticas del nacionalismo español en la época contemporánea, Valencia, Publicacions de la Universitat de València, 2012, p. 282.

2I. Saz: «Políticas de nación y naciones de la política», en F. Archilés, M. García Carrión, I. Saz (eds.): Nación y nacionalización. Una perspectiva europea comparada, Valencia, Publicacions de la Universitat de València, 2013, p. 273, p. 82.

3J. M. Castellet: Nueve novísimos poetas españoles, Barcelona, Península, 2.ª ed., 2006, p. 43.

4Saz ha mostrado cómo dentro del franquismo coexistieron dos visiones del nacionalismo español, básicamente nucleadas en torno al falangismo y al tradicionalismo católico. Considero que tales distinciones eran menos operativas en la etapa final del Régimen y, a la vez, no desdicen, aunque matizan, el argumento concreto que indico. I. Saz: España contra España. Los nacionalismos franquistas, Madrid, Marcial Pons, 2003, pássim.

5Z. Box: «El nacionalismo durante el franquismo (1939-1975)», en A. Morales Moya, J. P. Fusi Aizpurúa, A. de Blas Guerrero (dirs.): Historia de la nación y del nacionalismo español, Madrid, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores/Fundación Ortega y Gasset, 2013, pp. 916 y ss.

6I. Saz: «Visiones de patria entre la dictadura y la democracia», en I. Saz, F. Archilés (eds.): La nación de los españoles. Discursos y prácticas del nacionalismo español en la época contemporánea, Valencia, Publicacions de la Universitat de València, 2012.

7E. de Diego: «Al fin cosmopolitas. (La aparente internacionalización del arte español en las últimas décadas)», Revista de Occidente, 122-123, Madrid, 1991, p. 202.

8J.-C. Mainer, S. Julià: El aprendizaje de la libertad. 1973-1986, Madrid, Alianza, 2000, pp. 164 y ss. (El texto aludido es de J.-C. Mainer).

9A. de Blas Guerrero: «Cuestión nacional, transición política y Estado de las Autonomías», en A. Morales Moya, J. P. Fusi Aizpurúa, A. de Blas Guerrero (dirs.): Historia de la nación y del nacionalismo español, Madrid, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores/Fundación Ortega y Gasset, 2013, p. 939.

10A. de Blas Guerrero: Tradición republicana y nacionalismo español, Madrid, Tecnos, 1991. J. Cuesta Bustillo: La odisea de la memoria. Historia de la memoria en España, siglo XX, Madrid, Alianza, 2009, pp. 289 y ss. A. Duarte: «La República, o España liberada de sí misma», en J. Moreno Luzón, X. M. Núñez Seixas: Ser españoles. Imaginarios nacionalistas en el siglo XX, Barcelona, RBA, 2013, pp. 115 y ss. X. M. Núñez Seixas: «La patria de los soldados de la República (1936-1939): una aproximación», en J. Moreno Luzón (ed.): Construir España. Nacionalismo español y procesos de nacionalización, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2007. M. P. Salomón Chéliz: «Republicanizar la patria o españolizar la República: cómo construir la nación española desde la izquierda republicana (1931-1936)», en F. Archilés, M. García Carrión, I. Saz (eds.): op. cit.

11M. Alcaraz Ramos: «La Transición democrática en España: una interpretación general», en V. Cremades Arlandís, J. E. Alonso i López (coords.): La Transició democrática: mirades i testimonis, La Safor, Ed. Riu Blanc, 2013, pp. 21 y ss.

12C. Taibo: «Nacionalismo español, silencioso pero ubicuo», Pasajes de pensamiento contemporáneo, 26, Universitat de València, 2008, p. 29. Se ha señalado que el constituyente deseaba dejar claro, con el redactado de los artículos que aquí citaremos, tres cosas: a) continuidad histórica del sujeto político español; b) situar en ese sujeto la soberanía, con exclusión de cualquier otra posibilidad; c) dejar claro que el resto de las entidades –nacionalidades, regiones, CC. AA.– citadas en la Carta Magna no son naciones. E. Vírgala Foruria: «Nación y nacionalidades en la Constitución», en J. M. Vidal Beltrán, M. A. García Herrera (coords.): El Estado autonómico: integración, solidaridad, diversidad, Madrid, Colex-INAP, 2005, vol. 2, p. 156.

13A. Pérez Calvo: Nación, nacionalidades y pueblo en el Derecho español. (Al hilo de la Propuesta de Reforma de Estatuto de Autonomía de Cataluña), Madrid, Biblioteca Nueva, 2005, pp. 21, 54 y ss. Para los aspectos relacionados con el pluralismo cultural en la CE, J. Prieto de Pedro: Cultura, culturas y Constitución, Madrid, Congreso de los Diputados-Centro de Estudios Constitucionales, 1993, pp. 101 y ss.

14J. García Álvarez: Provincias, regiones y Comunidades Autónomas. La formación del mapa político de España, Madrid, Senado, 2002, p. 470.

15J. Corcuera Atienza: «El Título Preliminar de la Constitución de 1978», Corts. Anuario de Derecho Parlamentario, 15 (extraordinario), Corts Valencianes, Valencia, 2004, pp. 51 y 52.

16J. J. Solozábal: «Las naciones de España», en A. Morales Moya, J. P. Fusi Aizpurúa, A. de Blas Guerrero (dirs.): Historia de la nación y del nacionalismo español, Madrid, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores/Fundación Ortega y Gasset, 2013, pp. 922 y ss. Las cursivas son del autor citado.

17Este texto, muy temprano, ya incidía en la idea de desconstitucionalización del Estado autonómico a la que luego me referiré. J. A. González Casanova: «Cataluña en la gestación constituyente del Estado de las Comunidades Autónomas», Revista de Política Comparada, 4, Universidad Internacional Menéndez Pelayo, Madrid, 1981, pp. 47 y ss.

18En una interesante puntualización, que comento, Saz continúa recordando la debilidad de la traslación a España del concepto de «patriotismo constitucional», acuñado por el politólogo Dolf Sternberger al finalizar la Segunda Guerra Mundial y teorizado con más detalle por Habermas en el marco de la «querella de los historiadores». En ambos casos el marco de referencia hace inevitable las referencias a la reconstrucción de un patriotismo que «no entrase en contradicción con el imperativo ético de la memoria de los crímenes cometidos en nombre de Alemania», algo imposible en España por la debilidad de las políticas públicas de la memoria y, en definitiva, por la anulación de la memoria como base de nuestro sistema democrático-constitucional. Por eso, en España, las ideas de Sternberger y Habermas, basadas en proclamar un orgullo patriótico basado en los valores cívicos, humanísticos, integradores de la Constitución, en cuanto que superación, devinieron en triviales por el uso que se ha hecho habitualmente –por Aznar, por ejemplo, o en las definiciones del XIV Congreso del PP–, al usarlo casi exclusivamente como arma arrojadiza contra nacionalismos periféricos y, en última instancia, contra los que discreparan de su interpretación de la CE y de su visión de España: ese carácter excluyente será la fuente de muchos problemas ideológicos ulteriores. I. Saz: «Visiones de patria entre la dictadura y la democracia», pp. 275 y ss. Véase D. Sternberger: Patriotismo constitucional, Bogotá, Universidad Externado de Colombia, 2001. M. G. Specter: Habermas: Una biografía constitucional, Avarigani ed., 2013, pp. 221 y ss. Desde otro punto de vista, más matizado, Solozábal ha llegado a hablar de «deber de patriotismo», entendido como la debida vinculación de los ciudadanos al orden democrático y miembros de la «patria común e indivisible»; aunque reconoce que el TC (SSTC 10/1983, de 21 de febrero, y 55/1996, de 28 de marzo) ha rehuido reconocer una democracia militante en la que sea obligatorio adherirse ideológicamente al sistema político-constitucional manifestando una obediencia generalizada a este, bastando con que el comportamiento contrario a la Constitución no sea violento y se ajuste al mismo procedimiento constitucional de reforma, afirma: «sin embargo, desde un punto de vista político e institucional, la Constitución es más que la regla de procedimiento, si bien en los supuestos concretos a una actuación pública le baste para salvar su licitud el no ser constitucionalmente incompatible, aunque pueda haber otras conductas más congruentes o conformes con la Constitución. Pero el orden constitucional efectivo perecerá si la actitud predominante en la sociedad es la de mero acatamiento y no verdadero respeto constitucional». J. J. Solozábal: op. cit., pp. 924 y 925. La cursiva es del autor citado. Para un análisis de las repercusiones sociológicas de la cuestión, J. Muñoz Mendoza: La construcción política de la identidad española: ¿del nacionalcatolicismo al patriotismo democrático?, Madrid, CIS, 2012.

 

19S. Juliá: «Nación, nacionalidades y regiones en la transición política a la democracia», en A. Morales Moya, J. P. Fusi Aizpurúa, A. de Blas Guerrero (dirs.): Historia de la nación y del nacionalismo español, Madrid, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores/Fundación Ortega y Gasset, 2013, pp. 901 y 902.

20El texto ha sido publicado en numerosas obras sobre la Transición. Las cursivas son del autor. Circunstancialmente obsérvese la relación que se establece entre unidad de la patria y defensa de la Monarquía, que será una clave importante para entender algunos comportamientos de los partidos de izquierda.

21M. Gutiérrez Mellado: Un soldado de España. Conversaciones con Jesús Picatoste, Barcelona, Argos Vergara, 2.ª ed., 1983, p. 72.

22J. Álvarez Junco: «La idea de España en el sistema autonómico», en A. Morales Moya, J. P. Fusi Aizpurúa, A. de Blas Guerrero (dirs.): Historia de la nación y del nacionalismo español, Madrid, Galaxia Gútenberg-Círculo de Lectores/Fundación Ortega y Gasset, 2013, pp. 822 y 823. La fuente que sigue es X. Bastida: La nación española y el nacionalismo constitucional, Barcelona, Ariel, 1998. Ver nota en p. 1355.

23M. Alcaraz Ramos: «25 años de política, ideología y derecho en el Estado Autonómico», en M. Balado Ruiz-Gallegos (dir.): La España de las Autonomías. Reflexiones 25 años después, Barcelona, Institut International des Sciences Politiques IICP-IISP/Bosch, 2005, p. 752.

24Sobre esta duplicidad de conceptos ha aludido Rubio Llorente: «Es un esquema inevitablemente lleno de ambigüedades: en el artículo segundo se habla de nacionalidades y regiones, pero después, en el título octavo, las nacionalidades y las regiones han desaparecido y las únicas diferencias que se establecen están limitadas en el tiempo y además no están determinadas por la distinción “ontológica” entre nacionalidad y región, sino por referencia a un hecho histórico». J. M. de Areilza Carvajal: «Francisco Rubio Llorente: la Constitución vivida e interpretada», Revista de Occidente, 211, Madrid, 1998, p. 72.

25Muy interesante la recopilación de análisis y comentarios sobre la cuestión en J. Prieto de Pedro: op. cit., pp. 156 y ss.

26J. J. Solozábal: op. cit., p. 926.

27E. Vírgala Foruria: op. cit., pp. 155 y ss., y 163 y ss.

28La bibliografía sobre la materia es amplia; me limito a indicar, como obras generales: M. Siguán: España plurilingüe, Madrid, Alianza, 1992. J. Prieto de Pedro: Lenguas, lenguaje y derecho, Madrid, UNED-Cívitas, 1993. M. Alcaraz Ramos: El pluralismo lingüístico en la Constitución Española, Madrid, Congreso de los Diputados, 1999. J. C. Moreno Cabrera: La dignidad e igualdad de las lenguas. Crítica de la discriminación lingüística, Madrid, Alianza, 2000. J. Vernet (coord.), A. Pou, J. R. Solé, A. M. Pla: Dret lingüístic, Valls, Cossetània eds., 2003. J. Vernet, R. Punset: Lenguas y Constitución, Madrid, Iustel, 2007.

29Sobre las preautonomías, L. Vandelli: El ordenamiento español de las Comunidades Autónomas, Madrid, Instituto de Estudios de Administración Local, 1982, pp. 91 y ss. R. Martín Mateo: Manual de Derecho Autonómico, Madrid, Instituto de Estudios de Administración Local, 1984, pp. 45 y ss.

30J. L. Aranguren: «Naciones, Estados, nacionalismos, internacionalidad», Revista de Occidente, 122-123, Madrid, 1991, p. 22.

31L. Vandelli: op. cit., pp. 170 y 171.

32J. García Álvarez: op. cit., pp. 474 y ss.

33E. Aja: El estado autonómico. Federalismo y hechos diferenciales, Madrid, Alianza, 2.ª ed, 2003, pp. 60 y ss.

34Todo ello no se hizo sin contradicciones más o menos evidentes, a menudo relacionadas con otros aspectos ideológicos o coyunturales. Véase J. L. Martín Ramos: «La izquierda obrera y la cuestión nacional durante la dictadura» y V. Rodríguez-Flores Parra: «PSOE, PCE e identidad nacional en la construcción democrática», ambos en I. Saz, F. Archilés (eds.): La nación de los españoles. Discursos y prácticas del nacionalismo español en la época contemporánea, Valencia, Publicacions de la Universitat de València, 2012. J. A. Andrade Blanco: El PCE y el PSOE en (la) transición. La evolución ideológica durante el proceso de cacmbio político, Madrid, Siglo XXI, 2012, pp. 55 y ss. F. Archilés: «El “olvido” de España. Izquierda y nacionalismo español en la Transición democrática: el caso del PCE», Historia del presente, 14, II época, 2009.

35E. Juliana: Modesta España. Paisaje después de la austeridad, Barcelona, RBA, 2012, p. 129.

36C. Taibo Arias: «Sobre el nacionalismo español», en C. Taibo (dir.): Nacionalismo español. Esencias, memoria e instituciones, Madrid, Libros de la Catarata, 2007, pp. 27 y 28.

37J. García Álvarez: op. cit., pp. 414 y ss. y 428.

38A. Cañellas Mas: Laureano López Rodó. Biografía política de un Ministro de Franco (1920-2000), Madrid, Biblioteca Nueva, 2011, pp. 323, 325 y 345.

39A. Lasa López: «Derechos sociales y Estado autonómico: el Estatuto de Autonomía como instrumento normativo de garantía de los Derechos sociales», en J. M. Vidal Beltrán, M. A. García Herrera (coords.): El Estado autonómico: integración, solidaridad, diversidad, Madrid, Colex-INAP, 2005, vol. 2, pássim.

40C. de Cabo Martín: «La solidaridad como principio constitucional en el actual horizonte reformista», en J. M. Vidal Beltrán, M. A. García Herrera (coords.): El Estado autonómico: integración, solidaridad, diversidad, Madrid, Colex-INAP, 2005, vol. I, pp. 385 y 386.