La historia cultural

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INTRODUCCIÓN

POR UNA HISTORIA COMPARADA

DE LA HISTORIA CULTURAL

Desde hace dos o tres décadas la historia cultural ocupa un lugar preferente en la escena historiográfica, con desfases cronológicos y distintas modalidades dependiendo de las circunstancias nacionales. Las obras y los artículos programáticos publicados en los años ochenta1 han dejado el terreno dispuesto para hacer balance en Alemania,2 España,3 Francia,4 Italia,5 el Reino Unido6 y Estados Unidos.7 Además, las comprobaciones empíricas han ido reafirmando cada vez más las meras proposiciones teóricas.8

Igualmente, la creación de la International Society for Cultural History, cuya conferencia fundacional se desarrolló en la Universidad de Gante en agosto de 2008, y el lanzamiento de una revista -Journal of Historyvinculada orgánicamente a esta asociación confirman el reconocimiento international. quizá incluso mundial, de la historia cultural. La iniciativa es británica, pero se ha expandido rápidamente a la Europa continental y a Norteamérica.9

Parece innegable el carácter international de esta configuración historiográfica. La noción de New Cultural History, propuesta por Lynn Hunt, constituía ya desde finales de los años ochenta un indicio importante. En realidad, la New Cultural History no puede, sin duda, ser considerada una verdadera escuela cuyas prácticas estarían unificadas. Roger Chartier lo reconoce abiertamente en la síntesis que en 2004 propone sobre el tema, en Kompas der Geschichtswissenschaft:

La coherencia en la New Cultural History, ¿es tan fuerte como proclamaba Lynn Hunt? La diversidad de objetos de investigación, de perspectivas metodológicas y de referencias teóricas que ha tratado en estos diez últimos años la historia cultural, cualquiera que sea su definición, permiten dudarlo. Sería muy arriesgado reunir en una misma categoría los trabajos que menciona este breve ensayo. Lo que permanece, sin embargo, es un conjunto de cuestiones y de exigencias compartidas más allá de las fronteras. En este sentido, la New Cultural History no se define, o ya no se define, por la unidad de su enfoque, sino por el espacio de intercambios y de debates construido entre los historiadores que tienen como seña de identidad su negativa a reducir los fenómenos históricos a una sola de sus dimensiones y que se han alejado tanto de las ilusiones del giro lingüístico como de las herencias determinantes que tenían como postulado la primacía de lo político o la omnipotencia de lo social.10

Con el mismo espíritu, Justo Serna y Anaclet Pons apelan a la existencia de un verdadero «colegio invisible», que reúne a una generación de historiadores de la Europa moderna (Robert Darnton, Natalie Zemon Davis, Peter Burke, Carlo Ginsburg, Roger Chartier...) y que desde los años setenta, desde París (École des hautes études en sciences sociales) a Princeton, ha contribuido a la construcción de una forma transnational de historia cultural.11

Si bien hay numerosas aportaciones que ofrecen la información recíproca, las diferencias nacionales de las historiografías siguen siendo, sin embargo, importantes.12 En este sentido, la historia comparativa está a la orden del día.13 El presente volumen pretende inscribirse en esta perspectiva preguntándose por la realidad de un «giro cultural» en la historiografía mundial. Catorce colaboradores han aceptado responder a un plan de trabajo en el que, partiendo de situaciones historiográficas nacionales, se analicen las modalidades de surgimiento y de estructuración de la historia cultural. La meta buscada no es normativa y contempla un planteamiento que combina el análisis de las obras, las singularidades de las coyunturas historiográficas y la organización de los mercados universitarios. Igualmente, se desea subrayar la importancia de las transferencias culturales con el fin de comprender la circulación, difusión y asimilación de los modelos historiográficos.

Roger Chartier propone, a modo de epílogo, una lectura transversal de estos doce ensayos. Subraya especialmente hasta qué punto cada una de las tradiciones nacionales ha asimilado, con desfases cronológicos y siguiendo diversas formas, las proposiciones procedentes de otras historiografías. Los dos grandes modelos historiográficos que identifica –los Annales y sus desarrollos sucesivos, por una parte, y una historiografía anglosajona procedente de un marxismo heterodoxo, por otra– forman a la vez dos grandes familias de historia cultural, que han fructificado en determinados autores. Añadamos que el exilio de profesores universitarios, de Weimar a Suiza y posteriormente al Reino Unido y a Estados Unidos, favoreció las asimilaciones, con algunos desfases en el tiempo, de la historia cultural germánica (Kulturgeschichte), antigua tradición cuya filiación se remonta a la construcción del sistema hegeliano14 por parte de los historiadores y los historiadores del arte.

La cuestión de la lengua sigue siendo esencial, más allá de las crecientes relaciones entre investigadores a escala mundial. Las formas de historia cultural identificables en los países en los que existe un plurilingüismo, como Canadá, Bélgica y Suiza, por ejemplo, confirman la importancia de esta cuestión. Por ello, como nueva lingua franca de los mundos científicos, el inglés es un potente vector del modelo anglosajón. Esta nueva lengua académica debería ser a la larga un factor de desnacionalización de la disciplina histórica.

Más allá de la lengua, existen algunas conexiones que facilitan las transferencias culturales de una historiografía a otra. El ejemplo de los historiadores americanos especializados en la historia de Francia, analizado en este volumen por Edgard Berenson, es bastante significativo. Estos historiadores desempeñan la función de transmisores entre las dos historiografías.15 De igual modo, el Instituto de Estudios Franceses de la Universidad de Nueva York se muestra especialmente receptivo hacia la versión francesa de la historia cultural, en toda su diversidad.16 Asimismo, cabe pensar que el debate franco-americano en torno a la posmodernidad ha cristalizado en parte en la cuestión del «género», puesto que los principales teóricos eran especialistas de la historia de Francia. El hecho de que los historiadores americanos (Joan Scott, Lynn Hunt, Laura Lee Downs) sean también especialistas de la historia de Francia ha facilitado asimismo los intercambios, precisamente cuando la historiografía francesa se abría más a las historiografías extranjeras. La traducción –por una vez, rápidade las principales obras ha reafirmado esa tendencia: Lynn Hunt: Le roman familial de la Révolution française, 1995 [1992]; Joan Scott: La citoyenne paradoxale. Les feministes françaises et les droits de l’homme, 1998 [1996] y Parité! L’universel et la différence des sexes, 2005 [2005]. En cambio, la traducción de los trabajos de la filósofa americana Judith Butler va más lenta: Trouble dans le genre. Pour un féminisme de la subversion, 2005 [1990] y Défaire le genre, 2006 [2004]. Estos textos constituyen en Francia una asimilación moderada de la teoría queer, que anima a pensar al margen de la dualidad masculinofemenino y la heterosexualidad, defendiendo prácticas transgénero.17

La cuestión de las áreas culturales no es la única que favorece los intercambios. Las especialidades temáticas han contribuido en gran medida a estas transferencias. El caso de los historiadores del libro y la lectura, señalado por muchos de los colaboradores, resulta particularmente ejemplar en este sentido. La puesta en marcha de redes internacionales basadas en la circulación de investigadores, la organización de encuentros científicos y de publicaciones colectivas, ha deslocalizado los planteamientos y ha favorecido los préstamos recíprocos.18

La bonanza de la historia cultural ha despertado algunas formas de escepticismo, rechazos y resistencias, más o menos explícitos, dependiendo de los usos que dominan, en un país u otro, los debates científicos. Con grandes tensiones en el mundo anglosajón, las polémicas se amortiguaron más en otros lugares, especialmente en Francia. La fundamental trata de las relaciones entre la historia social –forma dominante de la segunda mitad del siglo xx en muchas historiografías nacionales– y la historia cultural.19 Roger Chartier recuerda aquí con convicción que «la historia cultural es social por definición». En cambio, las relaciones entre la historia cultural y la historia de la política –configuración particularmente visible en el seno de la historiografía francesa–20 parecen menos problemáticas.

Además, la cuestión del «giro lingüístico», que interesó a los historiadores norteamericanos y británicos en los años ochenta y noventa, parece que se ha asimilado con mucha prudencia.21 La historiografía francófona –especialmente los principales teóricos de la historia cultural en Francia– se mantuvo más bien escéptica, aunque presentó las principales claves del debate.22 En Alemania, los puentes entre la historia cultural y las corrientes posmodernas no se encuentran tanto entre los que trabajan sobre las estructuras narrativas de la historiografía como entre los historiadores que se identifican con la tradición más antigua de la semántica histórica.23 Los puntos de unión son más densos con los cultural studies –especialmente con el impulso de sus fundadores británicos–. Peter Burke recuerda que su Culture and Society in Renaissance Italy (1972) es un homenaje al Culture and Society (1958) de Raymond Williams. En este caso, la recepción es también mucho más débil en el seno de las historiografías francófonas.24 En Francia, sin ser totalmente ignorado, el debate interesa sobre todo a las disciplinas literarias y las ciencias de la comunicación.25

 

La institucionalización de la historia cultural sigue estando en pañales. Aunque es perceptible en el Reino Unido, Canadá, Finlandia y Francia, se aprecia poco en la mayor parte de las otras historiografías nacionales. Este volumen colectivo tiene como principal ambición permitir un mejor conocimiento de las diferentes formas de historia cultural. Esta historia comparada, jalón para futuras investigaciones, es también una llamada al diálogo y a la superación de los provincialismos y etnocentrismos historiográficos.

Philippe Poirrier

Peter Burke y Roger Chartier han animado esta iniciativa desde el origen del proyecto. Vaya para ellos mi caluroso agradecimiento. El director de la editorial universitaria de Dijon aceptó con entusiasmo la idea de una historia comparada. Gracias, igualmente, al equipo técnico de la editorial universitaria de Dijon, que hizo del manuscrito la obra que ahora presentamos a los lectores.

1. Pascal Ory: «L’Histoire culturelle de la France contemporaines, question et questionnement», Vngtième Siècle, Revue d’histoire 16, 1987, pp. 67-82; Roger Chartier: «Le monde comme representation)), Annales Esc 6, noviembre-diciembre 1989, pp. 1505-1520; Lynn Hunt (dir.): The New Cultural History, Berkeley, University of California Press, 1989; JeanPierre Rioux y Jean-François Sirinelli (dirs.): Pour une histoire culturelle, París, Seuil, 1997.

2. Hans-Ulrich Wehler: Die Herausforderung der Kulturgeschichte, Múnich, C. H. Beck, 1998; Ute Daniel: Kompedium Kulturgeschichte. Theorien, Praxis, Schüsselwörter, Fráncfort, Suhrkamp, 2001. Véase también la antología Christoph Conrad y Martina Kessel (eds.): Kultur & Geschichte. Neue Einblicke in die alte Beziehung, Stuttgart, Reclam, 1998.

3. Justo Serna y Anaclet Pons: La historia cultural, Madrid, Akal, 2005.

4. Philippe Poirrier: Les enjeux de l’histoire culturelle, París, Seuil, 2004; Pascal Ory: L’histoire culturelle, París, PUF, 2007 [2004]; Laurent Martin y Sylvain Venayre (dirs.): L’histoire culturelle du contemporain, París, Noueveau Monde éditions, 2005.

5. Alessandro Arcangeli: Che cos’è la storia culturale?, Roma, Carocci, 2007.

6. Peter Burke: What is Cultural History?, Cambridge, Polity Press, 2004, y Geoff Eley: A crooked line: from cultural history to the history of society, Ann Arbor, University of Michigan Press, 2005 (trad. cast. Una línea torcida. De la historia cultural a la historia de la sociedad, Valencia, PUV, 2008).

7. Victoria Bonnel y Lynn Hunt (dirs.): Beyond the cultural turn: new directions in the study of society and culture, Berkeley, University of California Press, 1999.

8. Para la historiografía francesa, véanse las recopilaciones: Roger Chartier: Cultural History. Between Practices and Representations, Cambridge, Polity Press-Cornell University Press, 1988; Roger Chartier: Culture écrite et société. L’ordre des livres (XIV-XVIIPsiècle), París, Albin Michel, 1996; Roger Chartier: Au bord de la falaise. L’histoire entre certitudes et inquiétude, París, Albin Michel, 1998; Jean-Yves Mollier: La lecture et sespublics. Essais d’histoire culturelle, París, PUF, 2001; Jean-François Sirinelli: Comprendre le XX1 siècle français, París, Fayard, 2005; Jean-Pierre Rioux: Au bonheur la France. Des Impressionistes à de Gaulle, comment nous avons su être hereux, París, Perrin, 2004, y Pascal Orly: La culture comme aventure. Treize exercises d’histoire culturelle, París, Complexe, 2008.

9. El comité directivo da testimonio de la voluntad de representación de las diferentes sensibilidades y de las historiografías nacionales.

10. Roger Chartier: «New Cultural History», en Joachim Eibach y Günther Lottes (dirs.): Kompas der Geschichtswissenschaft. Ein Handbuch, Gotinga, Vandenhoeck und Ruprecht, 2002, pp. 192-202. La cita se ha tomado de la versión francesa de este texto: «La nouvelle histoire culturelle existe-t-elle?», Cahiers du Centre de recherches historiques 31, abril de 2003, p. 24.

11. Justo Serna y Anaclet Pons: La historia cultural, Madrid, Akal, 2005.

12. Por ejemplo: Geoff Eley: «De l’histoire sociale au “tournant linguistique” dans l’historiographie anglo-américane des années 1980», Genèses. Sciences sociales et histoire 7, marzo de 1992, pp. 163-193; Herman Lebovics: «Une “nouvelle histoire culturelle”? La politique de la différence chez les historiens américains», Genèses. Sciences sociales et histoire, septiembre de 1995, pp. 116-125; William Scout: «Cultural History, French Style», Rethinking History 3-2, verano de 1999, pp. 197-215; Jean-François Sirinelli: «La historia cultural en Francia», en René Rémond, Javier Tusell, Benoît Pellistrandi y Susana Sueiro (dirs.): Hacer la historia del sigloXX, Madrid, Casa de Velázquez, 2004, y Philippe Poirrier: «L’histoire culturelle en France. Retour sur trois itinéraires: Alain Corbin, Roger Chartier et Jean-François Sirinelli», Cahiers d’histoire. La revue du département d’histoire de l’Université de Montréal 2, invierno de 2007, pp. 49-59.

13. Benoît Pellistrandi y Jean-François Sirinelli (dirs.): L’histoire culturelle en France et en Espagne, Madrid, Casa de Velázquez, 2008. Véase también Pascal Ory: «L’histoire culturelle a une histoire», en Laurent Martin y Sylvain Venayre (dirs.): L’histoire culturelle du contemporain, París, Nouveau monde éditions, 2005, pp. 55-74.

14. Michel Espagne (ed.): «Histoire culturelle», Revue germanique internationale 10, 1998.

15. Edward Berenson y Nancy Gree: «Quand l’Oncle Sam ausculte l’Hexagone: les historiens américains et l’histoire de la France», Vingtième siècle, revue d’histoire, n.° 88, 2005, pp. 121-131. Laura Lee Downs y Stéphane Gerson (dirs.): Pourquoi la France? Des historiens américains racontent leer passion pour l’Hexagone, París, Senil, 2007. Especialmente, las aportaciones de Gabrielle Spiegel, Lynn Hunt, Edgard Berenson y Herman Lebovics, así como del epílogo de Roger Chartier.

16. Desde hace algunos años la lista de profesores constituye una muestra de esto: Judith Lyon-Caen («French Literature & Society: The 19th Century», 2008), Pascal Ory («Topics in French Cultural History: What is a Nation?», 2007), Dominique Kalifa («Cultural History of France. The Enquete –History, literature, and Society in the 19th Century», 2007), Frederique Matonti («French Politics, Culture & Society: The left in France since 1945», 2006), Emmanuelle Loyer («French cultural History», 2006), Elikia M’Bokolo («Topics in French Culture and Society», 2006), Anne-Marie Thiesse («Cultural History of France: Approaches to Literature», 2002) y Chistophe Prochasson («French Cultural History since 1870», 2002).

17. Un balance historiográfico: Laura Lee Downs: Writing Gender History, Londres, Hodder Arnold, 2004. Sobre la situación francesa: Françoise Thébaud: Écrire l’histoire des femmes et du genre, Lyon, Ens Editions, 2007 [1998], y Michèle Riot-Sarcey: «L’historiographie française et le concept de “genre”», Revue d’histoire moderne et contemporaine 47-4, 2000, pp. 805-814.

18. Hans Erich Bodeker (dir.): Histories du livre. Nouvelles orientations, París, IMEC Editions-Editions de la Maison des sciences de l’homme, 1995; Jaques Michon y JeanYves Mollier (dirs.): Les mutations du livre et de l’édition dans le monde du XVIIF siècle à l’an 2000, Québec-París, Presses de l’université Laval-L’Harmattan, 2001, y Martyn Lyons, Jean-Yves Mollier y François Valloton (dirs.): Histoire nationale ou histoire international du livre et de l’édition? Un débat planétaire, Québec, Nota Bene, 2008.

19. Dominique Kalifa: «L’histoire culturelle contre l’histoire sociale?», en Martin Laurent y Venayre Sylvain (dirs.): L’histoire culturelle du contemporain, París, Nouveau Monde Editions, 2005, pp. 75-84; Christoph Conrad: «Die Dynamik der Wenden. Von der neuen Sozialgeschichte zum cultural turn», en Jürgen Osterhammel, Dieter Langewiesche y Paul Nolte (eds.): Wege der Gesellschaftsgeschichte (=Geschichte und Gesellschaft, Sonderheft 22), Gotinga, Vanderhoeck & Ruprecht, 2006, pp. 133-160.

20. Sudhir Hazareesingh: «L’histoire politique face à l’histoire culturelle: état des lieux et perspectives», La Revue Historique 642, 2007, pp. 355-368.

21. Cuatro resultados diferenciados: Ignacio Olabarri y Francisco Javier Caspistegui (dirs.): La «nueva» historia cultural: la influencia del postestructuralismo y el auge de la interdisciplinariedad, Madrid, Editorial Complutense, 1996; Victoria Bonnel y Lynn Hunt (dirs.): Beyond the cultural turn: new directions in the study of society and culture, Berkeley, University of California Press, 1999; Elizabeth A. Clark: History, Theory, Text: Historians and the linguistic Turn, Cambridge, Harvard University Press, 2004, y Gabrielle Spiegel (ed.): Practicing History. New Directions in Historical Writing after the Linguistic Turn, Londres, Routledge, 2005.

22. François Dosse: La marche des idées. Histoire des intellectuels, historie intellectuelle, París, La Découverte, 2003, pp. 207-226.

23. Jörg Fisco: «Zivilisation, Kultur», en Otto Brunner, Werner Conze y Richard Koselleck (dirs.): Geschichtliche Grundbegriffe. Historisches Lexikon zur politisch-sozialen Sprache in Deutschland, Stuttgart, E. Klett, 1992, pp. 679-774. Véase también Geoff Eley: «Problems with Culture: German History after the Linguistic Turn», Central European History 31-3, 1998, pp. 197-227.

24. Véase especialmente el encuentro organizado en la Maison française de Oxford, en junio de 2006, y que permite confrontar el punto de vista de historiadores franceses e ingleses; «Comment écrire l’histoire contemporaine en huit questions?», Vingtième Siècle, revue d’histoire 92, 2006.

25. Véase, por ejemplo, Eric Maigret y Eric Macé (dirs.): Penser les médiacultures. Nouvelles pratiques et nouvelles approches de la représentation du monde, París, Armand Colin, 2005, y Bernard Darras (dir.): «Etudes Culturelles & Cultural Studies», Médiation et Information 24-25, 2007.

«NADA DE CULTURA, SE LO RUEGO,

SOMOS británicos». LA HISTORIA CULTURAL

EN GRAN BRETAÑA ANTES Y DESPUÉS DEL GIRO

Peter Burke

Lo que sigue está concebido como un esbozo de historia cultural de la historia cultural en Gran Bretaña, dejando claro que existen diferencias significativas en la manera en que la historia cultural se ha practicado en distintos lugares, y que optamos por describir estas diferencias en términos de carácter, de estilo regional o, como Norbert Elias y Pierre Bourdieu, en términos de habitus1

Desde un punto de vista comparatista, lo que llama la atención en este caso es el vigor y la longevidad de la resistencia británica a la cultura, es decir, a la idea de cultura, a pesar de los casos citados por Raymond Williams y, por supuesto, pese al ejemplo que él mismo dio.2 Conviene, naturalmente, mantenerse prudentes cuando se emplea el estereotipo de la resistencia inglesa a las ideas.3 Pues, a pesar de todo, existe una tradición de individualismo metodológico y un recelo respecto a conceptos imprecisos, como el de Zeitgeist o la Sociedad, con una S mayúscula (esto se puede constatar desde Herbert Spencer a Margaret Thatcher, quien declaró que lo que llamamos Sociedad no existe). El concepto de cultura a menudo se ha considerado como aún más impreciso que el de sociedad. Desde hace mucho tiempo, por ejemplo, la antropología social británica se diferencia de la antropología cultural americana.

Abordaremos en la sección que sigue algunas notorias excepciones a las generalizaciones que conciernen a la historia de la cultura de la primera mitad del siglo xx. La segunda parte se refiere al período de 1950-1980, dominado, además de otros, por los historiadores sociales marxistas. La última parte tratará sobre el giro cultural, un largo período que todavía no ha terminado.

 

Antes de 1950

En comparación con sus colegas de Francia y Alemania, los historiadores británicos del siglo xix apenas manifestaron interés por la historia de la cultura (o de la civilización, término utilizado en inglés, a diferencia del alemán, como sinónimo virtual de cultura). No obstante, la Histoire de la civilisation. de François Guizot, se tradujo en 1846 y Kultur der Renaissance, de Jacob Burckhardt, en 1878. Los principales émulos de Guizot y de Burckhardt en Gran Bretaña fueron dos gentlemen eruditos, Henry Buckle, autor de History of Civilization in England (1875), y John Addington Symonds, que publicó siete volúmenes sobre The Renaissance in Italy (1875-1886).

En la primera mitad del siglo xx las aportaciones que reivindican explícitamente la historia cultural son todavía escasas. En los años treinta se publicó una serie de obras breves en Cresset Press, pero conviene señalar que el director de la colección, Charles Seligman, no era historiador, sino profesor de Etnología en la Universidad de Londres y que, además, las culturas escogidas resultaban, desde un punto de vista británico o europeo occidental, exóticas: se trataba de China, de Japón y de la India.4

Una aportación significativa a la historia cultural la trajeron los no especialistas, en este caso, críticos literarios y, especialmente, entre ellos, tres de Cambrigde: Leavis, Willey y Tillyard. Al polémico ensayo de F. R. Leavis sobre Mass Civilization and Minority Culture (1930), le siguió The SeventeenthCentury Background (1934), de Basil Willey, que describía la cultura inglesa en el siglo xvii como telón de fondo de su literatura, y Elizabethan World Picture (1934), de E. M. W. Tillyard, que presentaba del mismo modo el contexto de las obras de Shakespeare. Es también la época de Notes Towards the Definition of Culture (1948), de T. S. Eliot, donde el poeta-crítico propone una amplia definición antropológica del concepto.

Otra contribución importante fue la de los intelectuales judíos de la Europa central que se refugiaron en Inglaterra tras la llegada al poder de Hitler. El sociólogo Nobert Elias, por ejemplo, vivía en Londres cuando escribió su monumental estudio del proceso de civilización (principalmente en la antigua sala de lectura del British Museum), a pesar del hecho de que apenas era conocido en Inglaterra y de que había publicado su libro en el extranjero en 1939. El Instituto Warburg, principal centro de la Kulturwissenschaft, se trasladó de Hamburgo a Londres en 1933 y se integró en la Universidad de Londres en 1944. A pesar de todo, el Instituto siguió siendo un islote cultural, una especie de cuerpo extraño dentro de una universidad británica. Sólo poco a poco, los «exiliados de Hitler», especialmente los historiadores del arte como Edgar Wind, Rudolf Wittkower y Ernst Gombrich (todos ellos miembros del Instituto Warburg), comenzaron a ejercer su influencia en la vida intelectual de Gran Bretaña. Dos de estos exiliados, los marxistas húngaros Frederick Antal, autor de Florentine Painting and its Social Background (1947), y Arnold Hauser, autor de A Social History of Art (1951), consideraban que el arte formaba parte de una más vasta historia cultural o social.

Entre 1900 y 1950 dos importantes historiadores culturalistas están activos. Ambos nacieron en 1889, pertenecían a clases acomodadas, habían recibido una buena educación clásica y abrigaban fuertes sentimientos religiosos, cada uno a su manera. En una época en la que la práctica de la historia se profesionalizaba, ninguno de los dos pertenecía al redil. Se llamaban Christopher Dawson y Arnold Toynbee.

Christopher Dawson, al igual que Buckle y Symonds, era un gentleman erudito, aunque tuvo una breve carrera universitaria en Exeter, en la Escuela Universitaria del Oeste de Inglaterra, donde enseñó «el desarrollo de la cultura europea» en 1925-1926. La relación entre religión y cultura le interesaba de manera especial y, en 1928, Dawson propuso un curso sobre el mundo antiguo y los albores de la cristiandad. Sin embargo, queda como su libro más importante The Making of Europe (1932), en el que examina el período comprendido entre los años 500 y 1000, poniendo el acento en la contribución de los «bárbaros» junto a la tradición clásica y la cristiana. Retrospectivamente, podemos considerar esta obra como un estudio del contacto cultural, de la interacción y de la «hibridación».

Al igual que Dawson, Arnold Toynbee conocía bien la obra de Oswald Spengler, pero sentía algunas reservas al respecto. Reaccionaba frente a lo que llamaba el «método germánico a priori» del Untergang, que contrastaba con su impecable «empirismo inglés». Su obra en varios volúmenes, Study of History (1934-1961), de la cual había escrito lo esencial durante su tiempo libre, cuando era director del Royal Institute for International Affairs, pretendía someter a examen la interpretación cíclica de la historia propuesta por Spengler, entregándose a investigaciones empíricas en el marco de veintiuna «civilizaciones» diferentes. Para Toynbee estas civilizaciones eran las protagonistas de la historia; estudiaba sus orígenes como reacciones frente a los «desafíos» planteados por el entorno, su «crecimiento» y, por encima de todo, las crisis que atravesaban y su decadencia. Si hemos de buscar una influencia filosófica importante en A Study of History, la de Bergson es evidente. Las referencias al «impulso vital» de las civilizaciones y al contraste entre lo mecánico y lo vivo abundan en el trabajo de Toynbee. No obstante, a medida que avanzaba el libro el autor llegó a hacer del progreso espiritual una excepción con respecto a sus leyes «cíclicas» de la historia.

La historia social de la cultura de 1950 a 1980

Los treinta años comprendidos entre 1950 y 1980 vieron el desarrollo de la historia social en Gran Bretaña, incluyendo la historia social de la cultura. A pesar de las diversas interpretaciones de la idea de historia social, podemos afirmar legítimamente que esta evolución ha estado pilotada, quizá incluso dominada, por los marxistas, que han ejercido su influencia en el pensamiento histórico británico de una manera absolutamente excepcional, teniendo en cuenta su número.5 Puede parecer paradójico hablar de una historia de la cultura marxista en la medida en que, para la mayoría de marxistas, la cultura no es más que una «superestructura», la guinda sobre el pastel. No obstante, tres de las más importantes contribuciones al dominio de la historia cultural en Gran Bretaña entre 1950 y 1980 vinieron de los marxistas: Joseph Needham, Raymond Williams y Edward Thompson, mientras que otro historiador marxista, Christopher Hill, declaraba que «toda la historia debería ser historia cultural y es, en ese caso, la mejor historia».6

En 1954 Joseph Needham publicó la primera parte de lo que había de convertirse en un estudio en varios volúmenes titulado Science and Civilization in China. Después de sus estudios de bioquímica, su pasión por la cultura china le llevó a convertirse en un historiador que dedicó su vida a atraer la atención de los occidentales sobre los descubrimientos de la ciencia china, situando estos logros en su contexto social y cultural. El primer volumen, que trata de este contexto, insiste en el aislamiento y la consiguiente originalidad de la cultura china. Describe, asimismo, las «condiciones de viaje» tanto de las ideas como de las técnicas. No se puede decir que la obra de Needham haya tenido un gran impacto en los historiadores británicos del ámbito universitario que, en su mayoría, se interesaban tan poco por la ciencia como por China. A pesar de todo, al igual que la obra igualmente monumental de Toynbee titulada Study of History, el texto de Needham resulta la contribución más importante hecha en el siglo xx en Gran Bretaña en el dominio del conocimiento y la comprensión de la historia.

Para Needham el marxismo era, sobre todo, un armazón que utilizaba para estructurar su libro, sin suscitar, no obstante, un debate serio. Por su parte, Williams y Thompson no paraban de debatir y replantearse sus posiciones teóricas.

Raymond Williams era discípulo del crítico F. R. Leavis. Su formación literaria le había animado a criticar el concepto de superestructura, pero su encuentro con el marxismo, especialmente con las ideas de Antonio Gramsci, Georg Lukács y Lucien Goldmann, le llevó a acercarse a la historia cultural. Williams, cuyas clases apasionaban a su auditorio tanto en la universidad como fuera de ella, redactó Culture and Society: 1780-1950 (1958), célebre estudio de la idea de cultura, así como The Country and the City (1973), historia de la tradición pastoril (más exactamente de los estereotipos sobre la ciudad y el campo, tal como se encuentran en la literatura). Esta historia fue considerada un estudio de caso en lo que William gustaba de llamar «estructuras de sentimientos», expresión que utilizaba para describir los estilos locales o los sobreentendidos no dichos que sólo son patentes para los que son «ajenos a la comunidad» (para un antropólogo, podríamos decir).7 Junto con Richard Hoggart (y, un poco más tarde, con Stuart Hall), Williams fundó el movimiento para los «Estudios culturales» en Gran Bretaña. Se advertirá que ninguno de los tres fue en principio estudiante de historia, sino de literatura inglesa.