Jesús Martínez Guerricabeitia: coleccionista y mecenas

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Z serii: Paranimf #9
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Jesús Martínez Guerricabeitia intenta por todos los medios mantener la moral en la hacinada Prisión Celular o Cárcel Modelo de Valencia (por ella pasaron más de 35.000 personas entre 1939 y 1942 y por aquellas fechas concentraba a unos 15.000 presos teniendo capacidad para poco más de 500). Hubo de padecer las condiciones de habitabilidad de unas celdas individuales en las que se amontonaban hasta una docena de personas, la mala alimentación y las pésimas condiciones sanitarias. Pero, sobre todo, las puntuales «sacas» de condenados para ser ejecutados en el cementerio de Paterna. Por no hablar de la falta de intimidad en las «comunicaciones» con la familia, reducidas reglamentariamente a diez minutos cada quince días, en un locutorio con doble reja y una tupida tela metálica que los separaba casi dos metros.

El joven Jesús Martínez carecía de casi todo en aquel aciago «Hotel Mislata» –como llamaban con sorna a la Cárcel Modelo, por su proximidad a esta localidad–. Le faltaba de todo, sí, pero le sobraba algo: tiempo. Horas y horas que, en el ambiente de confraternidad de los presos políticos (separados de los comunes por mor de evitar su «adoctrinamiento»), propiciaron que, bajo la aquiescente permisividad del director del centro, Ramón de Toledo, los reclusos republicanos más preparados dieran clases de lectura o escritura, idiomas o contabilidad. Y así fue como el bachiller frustrado, el Xiquet –como le llamaban–, encontró en la 3.ª galería de aquella cárcel la continuidad del instituto que tuvo que abandonar a la fuerza o de la universidad a la que nunca podría acceder. Supo convertir su traumática experiencia en la oportunidad de ampliar su formación, junto a intelectuales que compartían con él cautiverio. Hasta el punto de recordar años después:

Yo en la cárcel me sentí muy, muy libre, y en un ambiente muy culto. Había empezado a estudiar inglés en el bachiller de Requena, y allí continué estudiando inglés. El ambiente era muy culto, y había gente muy buena. Esteba Vicente Valls, que era secretario de la Unión Naval de Levante. Y Balsera era una maravilla. Estaban Peset Aleixandre, el exrector de la Universidad de Valencia (al que fusilaron en 1941), estaba Lara, estaba Carceller, el director de La Traca. Hicimos campeonatos de ajedrez, y a mí me dieron un diploma.54

Cierto que el paso del tiempo puede hacer ver las cosas de modo distinto a como las vivió en realidad un joven de 17 años, privado de libertad al mismo tiempo que su padre y hermano, mal alimentado y bajo la perspectiva de un oscuro porvenir. ¿Tiene lógica rememorar de ese modo un tiempo que sin duda debió de dejar amargas huellas a edad tan temprana? Sin embargo, estas palabras revelan de forma meridiana un aspecto determinante de la personalidad de Jesús Martínez Guerricabeitia: su positivo sentido pragmático para sobreponerse a la adversidad. Y, más en concreto, la determinación por fijar en aquella desgracia una especie de punto y aparte en su vida, para centrarse desde entonces en labrar un futuro para él y su familia. Con ese arrojo juvenil afrontará la vida el 29 de septiembre de 1941, cuando sea puesto en libertad tras conseguir la prisión atenuada y vuelva a la casa de Benicalap de la que había salido más de dos años antes en brazos de un guardia civil.

Allí se reencuentra con su madre, que después del fusilamiento del tío Felipe Guerricabeitia Orero el 25 de noviembre de 1939 en Villar del Arzobispo (era maestro de primera enseñanza y tenía 28 años)55 y las sucesivas tragedias familiares, había abandonado definitivamente Requena para estar cerca de los suyos. Falta de recursos, se entregó a los menesteres más humildes para mantenerse y ayudar a los suyos. Atrás quedará para siempre aquella casa de la antigua calle del Carmen (ahora Calvo Sotelo) donde la familia creyó haber asentado un prometedor futuro. Los falangistas de Requena, al amparo de las nuevas leyes de los vencedores, se ocuparon de saquearla impunemente, confiscando y repartiéndose sus pertenencias, entre las que se encontraba aquella preciada biblioteca reunida por José Martínez García para sí y la educación de sus hijos. No obstante, el consejo de guerra por «rebelión militar» en el que se hallaba implicado Jesús continuó su curso. El 24 de noviembre de 1941 se le leen los cargos y queda enterado de la solicitud de condena por parte del fiscal: 12 años de prisión mayor. Su abogado militar le persuade de que la acepte para evitar que se agrave aún más la condena de su padre. La sentencia se ratificó en abril de 1943, pero Jesús, en situación de prisión atenuada, ya no debe volver a la cárcel. Aunque no será hasta octubre de 1945 cuando la Junta de Disciplina de la prisión emita el certificado de libertad condicional. Este capítulo desdichado de su vida quedará definitivamente clausurado el 8 de noviembre de 1948, cuando se le conceda el indulto que había solicitado un mes antes.56

Abriéndose camino en la Valencia de la posguerra

Poco después de abandonar la cárcel a finales de 1941, Jesús se instala junto a su madre en una casa alquilada en la calle de San Roque, n.º 27, en Benicalap (pues la condena no conllevaba pena de destierro, aunque sí la obligación de presentarse cada quince días en el puesto de la Guardia Civil de Benimámet), decidido a asumir por un tiempo la responsabilidad de cabeza de una familia marcada con el estigma de «desafección a la Causa Nacional».57 Pero, como recordaría más tarde, había que enfrentarse a la vida. No se sentía triste ni derrotado, pese a las calamidades que le agobiaban tanto a él como a su madre; pese al desasosiego por su hermano –en el reformatorio– y por su padre –para el que buscaban avales que aliviaran su condena–; pese a la esperada intervención de los aliados en la Segunda Guerra Mundial que nunca llegaba. Lo había perdido todo, se sentía casi «más desamparado en la calle que en la cárcel», pero «era optimista y tenía muchas ganas de vivir». Tal vez por eso, lo primero que hace cuando recupera la libertad es, muy significativamente, comprarse un par de zapatos con los que estrena la nueva etapa de su vida.58 Había que hacer frente a las circunstancias afirmado en la confianza en sí mismo. El 3 de enero de 1946 escribe a su padre (todavía preso en Sevilla):

Estamos preparándole ya la bienvenida y la madre anda atareada limpiando dorados, cristales, etc. Para que Vd. vea cómo nos hemos ido acomodando después de lo desarbolados que quedamos. Tenga la seguridad de que Vd. al menos podrá gozar de la tranquilidad inmediata de un hogar constituido y acogedor. El amigo Suárez, que le decía que había salido –y como él la mayor parte de los libertos– se encuentra sin casa, viviendo con familiares, con todos los inconvenientes que esto trae consigo. Ya le digo que Vd. podrá reposar tranquilamente en libertad. Y además todos los días que quiera, pues no va a necesitar de ponerse al pie del cañón enseguida. Le digo todo esto tal vez con un poquito de orgullo por nuestra parte.59

Bien podría estar, en efecto, orgulloso. Ya en la nueva casa de San Roque volverían a reunirse, aunque efímeramente, todos los miembros de la familia. Hacia finales de 1942 o comienzos de 1943 había iniciado el servicio militar justo en el mismo regimiento que su hermano José, en Paterna, pero le resultó lo suficientemente liviano como para, tras el imprescindible periodo de instrucción, poder compaginar cómodamente una mínima presencia en el cuartel con su trabajo. Jesús achacó estas circunstancias a la laxa disciplina que reinaba en el cuartel y a no tener las responsabilidades de su hermano, que llegó a sargento, por lo que recuerda el periodo con la misma flema que el de la cárcel: «Me dedicaba a mi empleo y a ganar el sueldo. [...] A mí me dio la impresión de no hacer la mili».60 En junio de 1945 entabla noviazgo con Carmen García Merchante y, con miras a su futuro matrimonio o a causa del «camino ascendente» de su incipiente prosperidad económica, adquiere un piso en el número 21 de la calle Jesús y María de Valencia (el domicilio que figura en su petición de indulto definitivo en 1948), donde viviría como soltero, ya que su padre, una vez excarcelado, volverá a su antiguo empleo en las minas de Villar del Arzobispo, instalándose allí con su mujer en la calle Valencia, 17. Todavía hubo de afrontar algunos problemas de salud, con la recaída en la afección de osteomielitis de la que había sido intervenido en 1940, y que detalla puntualmente en una carta a su hermano en febrero de 1949:

A primeros de enero se me inflamó el talón que tuve operado de pequeño, y después de unos días de incertidumbre y de dolor intenso, consulté con el médico del seguro que me envió a los especialistas y estos diagnosticaron osteomielitis, con la recomendación de que me operara. Como ellos no son un prodigio de atención, y yo con el dolor y la moral que tiene el enfermo de asegurarse lo mejor posible, consultamos con López Trigo (hijo), el cual me operaba a los dos días. Pasé como puedes imaginar muy malos ratos, y sobre todo moralmente estaba hecho polvo pues si esto me ha de salir de vez en cuando, y ahora era en una edad y en un estado físico que no dejaba lugar a dudas, pues nunca he estado mejor, me consideraba muy infeliz como puedes suponer, y en momentos con muy pocas ganas de salir adelante. La operación no fue muy difícil, pese a que hicieron un buen tajo y rascaron de lo lindo en el talón, o calcáneo. Gracias a la penicilina (esto es asombroso, sabes) cuando me operé no tenía inflamación alguna, y después de operado no dejan abierta la herida, como tú sabes hacían antes, sino que la cosen. A los ocho días me quitaron los puntos y gracias a mi encarnadura, la herida estaba completamente cerrada. Apenas se me notará una línea en lo que fue el corte.61

 

Jesús pudo caminar a las dos semanas y, si bien la intervención acentuó la leve cojera que tendría el resto de su vida, la carta explicita una situación económica lo suficientemente desahogada como para hacerse operar por especialistas privados y tomarse con calma la vuelta al trabajo. Jesús Martínez recordaría después el evidente progreso de la familia tras los padecimientos de la guerra y ordenaría una secuencia de «buenos recuerdos, que son los que al fin y al cabo llenan la vida»: «la aventura del piso, la marcha en Villar, mi trabajo ascendente, el noviazgo de Carmen, la boda nuestra, las vacaciones en Villar, el nacimiento del conino [se refiere a su hijo], y tantas otras cosas». 62

Todo, pues, parecía haber quedado atrás. Sin embargo, la represión franquista había asestado, en medio de estos acontecimientos que rememoraba en 1952, un nuevo golpe a la familia que provocaría un giro inesperado en la relación de los dos hermanos, a la vez que evidenciaba los caminos tan distintos que habían tomado en la vida. José, tras la obligada estancia en el reformatorio y un dilatado servicio militar hasta octubre de 1945, trabajó algún tiempo de administrativo en el bufete del abogado Juan Bautista Monfort (el director de la Colonia de San Vicente Ferrer), y en 1946 empezó como contable en una fábrica de calzado (por mediación de su hermano). Pero tanto por ideas como por carácter estaba muy poco inclinado a conformarse sin más con aquel tipo de vida a la que tan bien parecía haberse adaptado su hermano pequeño. De modo que, a los tres meses de licenciarse ya se había integrado en una célula clandestina de la CNT del distrito del Patriarca de Valencia, y seis meses después era elegido secretario de organización del Comité Regional de Levante de las Juventudes Libertarias. Participa activamente tanto en la confección de la revista Acción Juvenil como en la distribución del periódico Fragua Social y otras hojas de propaganda subversiva, mientras participa activamente en el intento de constituir en Valencia, junto con las Juventudes Republicanas y las Juventudes Socialistas, una Alianza Juvenil de Fuerzas Democráticas que ya existía a nivel nacional.63 La osadía de José y sus compañeros culmina en dos «acciones revolucionarias»: el 22 de enero de 1947, en pleno Campo de Mestalla, en medio del encuentro entre el Valencia C.F. y el equipo argentino de San Lorenzo de Almagro, logran distribuir 10.000 octavillas; y, semanas después, hacen lo propio con 12.000 en el centro de la ciudad, en plenas Fallas. Pero el 30 de marzo, tras la detención de un miembro de la célula, se desarticula prácticamente toda la organización. José Martínez es detenido y conducido por la Brigada Político Social a la comisaría y el 7 de abril es llevado junto a sus compañeros a la Cárcel Modelo de Valencia, donde pasan ocho meses y medio mientras se instruye el consejo de guerra en que el fiscal militar pide doce años y un día para cada uno, hasta que son puestos en libertad condicional el 15 de diciembre de 1947, a la espera de juicio.64 Aquellas Navidades serían las últimas que pasará con su familia. Incapaz de soportar otra vez un encierro, hastiado por su incapacidad de adaptación en una España aherrojada por la falta de libertades y ajeno al empeño de superación de su hermano, decide romper la libertad condicional y marchar al exilio. Ante la desolación de los suyos emprende, junto a otros amigos, la huida a finales de julio de 1948 para llegar a París, tras un azaroso viaje, el día 25 de agosto. La elección no es extraña en el contexto de un régimen dictatorial que empujó a más de treinta mil españoles a entrar clandestinamente en Francia entre 1946 y 1949 para acogerse al estatuto de refugiados. La triste paradoja es que José Martínez Guerricabeitia escapó de una condena que nunca hubiera recibido, pues en 1949 el sumario pasó a la jurisdicción civil y cuando se celebró el juicio en 1952, el nuevo fiscal rebajó sensiblemente la petición de pena, de modo que sus compañeros no tuvieron que ingresar de nuevo en la cárcel, mientras que para él, la sentencia decretaba –como una suerte de maldición– su ingreso en prisión, ordenándose la correspondiente busca y captura.65

La familia, consternada por la decisión de José, tendrá pronto noticias suyas. Aquel muchacho apuesto de poco más de veinticinco años, de pelo negro, ojos inteligentes y sensibles y temperamento tímido –como lo describiría Barbara Probst Solomon–66 había tenido que cruzar la frontera, tras esperar la ocasión propicia en San Sebastián, atravesando a nado el Bidasoa. El 3 de septiembre le contará a su hermano Jesús la odisea de su viaje, sus planes para intentar encontrar trabajo como peón o aprender algún oficio y obtener una beca para estudiar francés, un idioma que desconocía; le relata las costumbres parisinas tan distintas de la vida familiar llevada hasta ese momento; le pondera la admiración por los monumentos de la ciudad y el asombro que le causan los planos interactivos del metro para facilitar los desplazamientos; le propone «intercambiar publicaciones», y le aconseja que le escriba tomando precauciones (con remite falso o «usando tinta simpática para algo notable»).67 Poco después, el 27 de octubre, le comunica que se dedica a la carga y descarga en el mercado de les Halles.68 Ya en diciembre de 1948 José es admitido en una escuela profesional para hacer un curso de ajustador,69 y en enero la familia se sobresalta ante el anuncio de que desea casarse con Teresa Gondra, una joven madre soltera. Jesús –que parece asumir el papel de hermano mayor– intenta disuadirle, dadas las condiciones adversas en las que debe vivir y la propia situación de Teresa.70 El consejo pudo hacer mella en su hermano, que a finales de abril de 1949 ha aplazado su matrimonio, aunque mantiene su relación con la joven. José Martínez atraviesa entonces una crisis –tanto sentimental como de salud– que le hace abandonar incluso su trabajo en una fábrica metalúrgica. Jesús, con celo y comprensión fraternal, le anima entonces a que siga con ella si de eso depende su felicidad.71 Pero la vida se va haciendo más fácil para su hermano. Con menos angustias económicas y la obtención de una carta de trabajo desde el 29 de abril que le permitía residir legalmente en París durante seis meses, puede echar mano de la seguridad social para sobrellevar su enfermedad.72 Llegará a conseguir una beca de Noruega de 8.300 francos mensuales para cursar Letras (o Derecho, por el que se siente más atraído) en la Universidad de la Sorbona.73 Se materializa así el viejo sueño universitario de quien habría de crear la célebre editorial Ruedo Ibérico. Por esas fechas, impulsado quizá por los contactos realizados con otros jóvenes intelectuales refugiados en París, como Nicolás Sánchez Albornoz, parece inspirarse en el carácter emprendedor de Jesús al idear el negocio de una biblioteca de préstamo de libros españoles, para lo que, lógicamente, desea contar con su apoyo. Aunque la familia se muestra al principio remisa –en una carta se quejará amargamente a Jesús de que no haya invertido las 5.000 pesetas que pidió, en tanto él celebraba su boda a lo grande–,74 parece que finalmente se presta a ayudarle, puesto que en una carta del 11 de octubre de 1949, le detalla el tipo de lecturas que pueden interesarle, con referencia expresa a los clásicos españoles editados por Espasa Calpe (y su emblemática Colección Austral) o por Losada, de evidente interés para los estudiantes universitarios franceses.75 Jesús, de algún modo, realizaría así su primer ensayo de mecenazgo, pues, aunque el proyecto de su hermano resultaba incierto –de hecho José lo da por concluido en febrero de 1951–,76 sufragó la compra y el envío de docenas de libros. Y, al hacerle llegar el título de bachillerato, facilitaría sin duda su aventura universitaria. Jesús expresó de manera determinante su relación con José en esta época: «Aunque nuestras opciones políticas iban siendo diferentes, el afecto mutuo y nuestro deseo de ayudarle nunca faltó».77

¿Qué distintas opciones políticas se estaban fraguando por parte de ambos? Aunque en el intercambio epistolar de aquella época se suceden detallados comentarios sobre la situación internacional del momento, nunca sobre la situación política española. Desde luego, existía el fundado temor de que las cartas fueran interceptadas por la policía. Pero es evidente que ha fraguado ya una perspectiva vital completamente distinta. Desde una personalidad más fuerte y realista, curtido por la lucha diaria para salir adelante, Jesús –súbito mentor de su hermano mayor– le recomienda encarecidamente que no se comprometa sin necesidad: «No te ates socialmente a nadie [...]. Nada que te obligue a cosas distintas que no sean vivir enconchado después de lo de aquí. Ni políticas tampoco. Lo mismo amorosas». Estas palabras (y subrayo específicamente una frase decisiva) se las dirige Jesús en septiembre de 1948, apenas recién llegado a París su hermano. Y cabe leerlas no solo a la luz de la tremenda experiencia sufrida por los suyos en la década anterior, sino desde el espejo en el que Jesús adivina el influjo que en su propia aspiración de libertad han proyectado los egos de su padre y hermano:

Si a mí me pasara lo mismo, ya ves: pasaría de un cúmulo de preocupaciones que ahora, ligado como estoy a muchas cosas, me sujetan a sentirme completamente libre, sin más preocupaciones que saber qué he de comer y cenar este día y el que viene Dios dirá. Esa es la verdadera libertad, y sobre todo como cambio de sistema.78

En efecto, Jesús está ya ligado –pues se ha visto forzado a ello– «a muchas cosas». Su sentido de la libertad se ha tenido que construir bajo otra visión de la realidad. Una realidad que le ha obligado a interiorizar una ética de deberes más urgentes y de deseos más próximos a su propia realización humana. Se le habían cerrado muchas puertas. Y sabe que solo abriendo él mismo las siguientes podrá, de verdad, construirse un camino en la vida.

Así había sido cuando, cerrada tras él la puerta de la Cárcel Modelo de Valencia el 29 de septiembre de 1941, lo encontramos a principios de 1942 faenando como linotipista y corrector de pruebas en una imprenta –permitiéndose aplicar su habilidad a inventar un «sistemita» para reparar las matrices–. Y no dudó en meterse en la compraventa de carburo, valiéndose de los vales que le pasaba bajo mano la familia García Carpintero.79 En 1945 podemos constatar que ya trabaja llevando la contabilidad y correspondencia comercial en Pieles y Curtidos Figueres y Piris, un almacén situado en el número 22 de la calle Lepanto de Valencia, que suministraba la materia prima para los fabricantes de calzado.80 Comentará en una carta a su hermano José de finales de 1948 que Figueres –quien junto a Salvador Peris se turnaba en la gerencia del almacén– le ha propuesto hacerle apoderado cediéndole un diez por ciento de los beneficios:

Como no es una exageración ganar [el almacén] en doce meses cien mil pesetas, siempre puedo contar con diez mil al final de año, que pueden redondearme el sueldo. También este va a ser aumentado, bien ahora o a junio cuando me case, a 1.750 o 2.000 pesetas. De todas maneras no pienso pasar aquí mucho tiempo, como puedes suponer, pues los últimos meses (desde Agosto) se me ha abierto el horizonte (por mi voluntad) y he trabajado bastante y seguiré haciéndolo.81

Desde luego, porque Jesús Martínez es ya en ese momento un entusiasta pluriempleado. Uno de los socios financieros de la empresa era Tomás Guarinos, que había sido represaliado por republicano y masón con un par de años de cárcel y otros tantos de confinamiento en Mahón y Palma de Mallorca. Entabla con él una amistad profundizada con el tiempo (sería el padrino de su boda y de su hijo). Cuando Guarinos, en compañía de otro socio, monta un pequeño negocio dedicado a la publicidad, cuenta con él inmediatamente:

Voy a llevarles las cuentas y algo más caerá, después de salir de la Oficina. De momento no es muy remunerador (300 al mes me ha dicho D. Tomás, lo cual es un buen suplemento) pero puede ser algo más en el futuro ya que el asunto está muy bien orientado, y además para algo más que para llevar las cuentas sirvo, creo yo.82

Casi un mes después, el 20 de noviembre de 1948, Jesús Martínez ya está plenamente dedicado a su nueva actividad, que compatibiliza con su quehacer en el almacén de curtidos:

De lo que hacemos en la oficina nueva –Publicidad Crespo es el nombre– te mandaré algunas muestras que incluso pudieran serte útiles. Se trata de un tipo de reclamos que ya hemos visto en otras ocasiones y que estamos vendiendo bastante bien para estas fiestas como felicitaciones. También hacemos felicitaciones de los carteros (la oficial para Valencia) y calendarios de fútbol, etc. Ya te puedes con estos datos imaginar nuestras actividades.83

 

Y aunque su actividad le lleva a jornadas agotadoras que acaban a veces a las nueve de la noche, no descarta ninguna posibilidad de ampliarla. De modo que cuando un años después le comenta a José que las minas de Villar del Arzobispo están mejorando su rentabilidad, y que lamentablemente a su padre le haya cogido ya mayor para aprovecharlo, no descarta echarle una mano: «A mí no me acaba de convencer –le dice– arrear para el pueblo y pringarme de polvo. Aunque a lo mejor quién sabe, y sobre todo si se pudiera dar un cambio en la orientación».84 A esas alturas, José había calado bien la disposición de su emprendedor hermano pequeño, hasta el punto de sugerirle un posible negocio a medias. En octubre de 1948, le habla de un «asunto de la máxima seguridad y seriedad»: ante los precios que alcanzan en la época las agujas de tejer, le pide que explore, dadas sus relaciones, la posible demanda, el sistema de venta, etc., pues existe la posibilidad de importarlas de Alemania. «Ya puedes construir con estos datos un oportuno edificio intelectual», añade, demostrando conocer bien el espíritu fenicio de su hermano.85

Sin duda, la incansable dedicación al trabajo de Jesús Martínez, y muy especialmente la experiencia adquirida en el almacén de la calle Lepanto, han creando las condiciones idóneas para que se independice y acometa su primera aventura empresarial en el sector de las pieles para el calzado. Pero por entonces deseaba acabar de construir otro «edificio» no menos importante en su vida, el «sentimental». Jesús, ya lo hemos dicho, había conocido a mediados de 1945 a Carmen García Merchante, una joven muy bella, nacida el 26 de junio de 1926 en Huélamo (Cuenca), el pueblo de sus padres, un matrimonio muy humilde con quienes vivía en la plaza del Horno de San Nicolás número 1, junto a sus cuatro hermanos. Las cartas conservadas que le remite durante el periodo 1945-1946 nos dan la silueta de un inspirado y profundo enamoramiento: la vida se le revela quizá por vez primera en toda su intensidad; ve lo que le rodea con ojos nuevos y sentidos abiertos al goce de todo cuanto hay a su alrededor. Su prosa, construida siempre con un rigor de extrema claridad, se tiñe ahora de vehemente poesía: «Apenas recuerdo, Carmen, el tiempo, tan lejano ya, en que no te conocía; pretérita llanura sin amor, monótono anhelante transcurrir, que ya ni evocar puedo».86

La carta –fechada el día de la onomástica de su novia– estaba firmada con su primer nombre (Amor), que alcanza así, desde luego, un pleno y coherente significado. La delicada vena poética perduró hasta después de casados: le siguió enviando felicitaciones navideñas viviendo ya juntos y menudearon los poemas a ella dedicados. Se casaron a las 8.30 de la mañana del 4 de junio de 1949 en la parroquia de San Pedro Mártir y San Nicolás Obispo de Valencia –la popular Iglesia de San Nicolás, situada a pocos metros de casa de la novia–. El matrimonio fue oficiado por don Vicente García Parra (el sacerdote al que su padre protegió durante la guerra, con el que siempre les uniría un gran afecto) y en el certificado correspondiente figurará como «Jesús Martínez Gerricabeytia» –el Amor quedaba ya circunscrito a la familia y las antiguas amistades–. No puede ser más emotivo y entrañable el relato que hace de la jornada a su hermano José (su padrino real, aunque fuera sustituido –ante su obligada ausencia– por Tomás Guarinos):

La cosa fue bien brillante. Como verás por las fotos que te envío, yo iba vestido de negro, pero nada de smoking ni pajarita ni zarandajas de esas, que puedan parecer disfraces, y Carmen con un bonito traje blanco tan guapa como siempre. En dos coches de caballos nos dirigimos a la Iglesia de San Nicolás, que es allí cerquita, y D. Vicente, renqueante con su enfermedad, nos casó. Ya puedes suponer por qué causa. Al final nos dio «una sentida plática», que se hizo más larga que una noche de dolor de muelas, y que no acababa pese a los guiños que el padre me decía que le hizo, y a las descaradas miradas que yo dirigía del reloj a su cara. En fin, estuvo bien. La asistencia de gente fue superior a lo supuesto; no te puedes hacer idea los que había, predominando gente bien. El comentario barrieril era «es una boda de ricos».87

Boda de ricos, sí, o, por lo menos, con la presencia de 103 invitados (entre ellos «todos mis clientes y amigos zapateriles», dice). Tras la ceremonia y la obligada sesión de fotos, se ofreció un espléndido refresco en el bar La Lonja, donde los novios entraron a los compases de la marcha nupcial tocada por un pianista. Después del baile, y vestidos con ropa más cómoda, acudieron a la concurrida comida familiar en casa de Carmen, despidiéndose de los 70 comensales en pleno baile para tomar el tren de las 3.45 de la tarde a Barcelona, primer destino de su viaje de novios (y el primer viaje, por cierto, que Jesús hacía fuera de Valencia). Al llegar a la «tétrica y triste» estación de Francia –como recuerda Jesús Martínez– ante la ausencia de taxis «unos pilletes que había por allí, casi a la fuerza nos cogieron las maletas y nos hicieron subir a una especie de tartana con las ruedas sin forrar, y que nos llevaba en un traqueteo de mil demonios». El avispado recién casado, intranquilo porque los «andobas» (personas de poco fiar) se habían aposentado en el pescante, mandó parar en cuanto vio un taxi libre y así llegaron, con menos aprensión, a la Ronda de la Universidad para alojarse en el Hotel Condestable. Por el detallado programa que había dado a su hermano, sabemos que pasaron en la «soberbia y estupenda ciudad» cuatro días para trasladarse el 8 de junio a Palma de Mallorca en avión, gestionado todo ello por su amigo y proveedor Francisco Rivas Rubio.88 En Palma descansaron cinco días en el Hotel Camp de Mar, junto a una cala (se lo habían recomendado Tomás Guarinos, Juan Bautista Monfort y Piris), visitando las cuevas del Drac, Manacor, Andraitx, Formentor y la Bahía de Alcudia, para regresar el 17 de junio, en el barco Plus Ultra, a Valencia. No faltó una visita de cuatro días a Villar del Arzobispo para saludar a la familia. Y empezó a plasmar –pese a la escasez de carretes de entonces– los momentos vividos con la flamante Agfa que había adquirido en su ya incipiente afición a la fotografía. Por entonces, Jesús no solo sabe desenvolverse en el mundo de los negocios –logrando movilizar sus contactos para organizar una perfecta luna de miel–, sino que echa mano de su afable sociabilidad y de la práctica del inglés aprendido en la cárcel con el matrimonio británico de Alfred C. Hunt, con quienes mantendrá correspondencia durante varios años.


Jesús Martínez y Carmen García el día de su boda, a la salida de la iglesia. Valencia, 4 de junio de 1949.

Los recién casados se instalan por fin en su casa y Jesús Martínez se siente feliz por la nueva vida que ha iniciado con Carmen, con quien comparte su afición a la lectura:

Nos posesionamos de la casita todo nuevo y arreglado y a comenzar la vida «prosaica», pero que está siendo mejor que lo pasado. Me siento feliz, y más desde luego que los primeros días pues ya sabes que hay que vencer dificultades inevitables al principio. Carmen me quiere más que nunca, y yo lo mismo a ella, y desde luego no ha de ser la organización casera la que ha de dar lugar a rozamientos pues se arregla formidablemente y es más buena que el pan. Le leo cosas y va aprendiendo cada día más. Es una buena compañera para seguir el camino de la vida cualquiera que sea.89