Jesús Martínez Guerricabeitia: coleccionista y mecenas

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Por último, tengo que hacer mención a la persona que ha compartido conmigo el ya largo camino de la vida (de hecho casi no puedo recordar ya los años anteriores) y que con su envidiable sentido común, su tolerancia sin límites, su cálida y alegre personalidad ha hecho posible este proyecto, compartiendo mi pasión coleccionista, y sin la cual el camino no hubiera sido tan feliz. A Carmen, pues, esta pública manifestación de amor y agradecimiento.

Finalizaré con una permanente reflexión personal: la íntima duda de si esta contribución al arte en la Universidad es lo más apropiado en este mundo insolidario e injusto para tantos, y al parecer en camino de serlo aún más; o si ello queda en un simple zurcido de una de las millones de roturas que aquel tiene, ante la evidencia de que el arte no va a cambiar mucho las cosas. En todo caso, hago mías las palabras del poeta Torga: «el camino ha sido largo y los sueños desmedidos». Y no me queda sino seguir con la íntima duda por mi verdad. En todo caso, no quisiera que mis años impidan la continuidad de las bienales, cuya quinta edición se celebrará coincidiendo con el Quinto Centenario de la Universitat de València, ni de otros proyectos que están por venir.

A todos muchas, muchas gracias.

Parlament de l’Excm. Sr. Pedro Ruiz Torres, Rector Magnífic de la Universitat de València

EN AQUEST ACTE DE LLIURAMENT DE LA MEDALLA DE LA UNIVERSITAT DE València als senyors Joaquín Maldonado* i Jesús Martínez Guerricabeitia volem mostrar públicament el reconeixement de la institució a la tasca realitzada per l’un i per l’altre durant molts anys a favor del mecenatge i de l’acostament entre la universitat i l’entorn social. A les portes de commemorar una història rica i diversa que abraça cinc segles, la Universitat de València desitja, d’aquesta manera, destacar la generosa i constant ajuda que els nostres dos homenatjats han proporcionat a la institució, molt especialment des de la Fundació General creada a principi dels vuitanta per cooperar en la difusió dels valors i la cultura universitaris.

Joaquín Maldonado, un home la trajectòria cívica del qual mereix l’agraïment de tots els valencians, havia sigut president del Patronat de la Universitat entre el 1978 i el 1983. Quan, aquell any, va nàixer el Consell Social, per l’aplicació de la Llei de Reforma Universitària, i es va decidir, a més a més, crear la Fundació General, la generosa donació que va fer amb aquesta finalitat va constituir-ne la dotació inicial. D’aleshores ençà, és patró de la Fundació i ha continuat col·laborant constantment amb la Universitat, amb la il·lusió i l’entusiasme que el caracteritzen.

Jesús Martínez Guerricabeitia és, des de fa una dècada, el promotor i principal suport d’una activitat cultural que promou la Fundació i que avui gaudeix d’un prestigi merescut. Em referisc a la Biennal de Pintura Martínez Guerricabeitia, tot un èxit de crítica i de públic en les quatre edicions celebrades fins ara. Gràcies a la Biennal i al patronat especial que també porta el seu nom i s’ha creat per organitzar-la, la Universitat de València ha incrementat notablement el seu patrimoni amb abundants i valuoses obres d’art contemporani. Aquestes obres d’art estan destinades a tenir un espai d’exposició i de conservació propi en un futur que coincidirà amb la transformació de l’edifici de La Nau en un gran centre cultural obert a la ciutat.

Els professors Vicent Llombart i Romà de la Calle, en les respectives laudatios, han posat en relleu el perfil humà d’aquests dos homes, sens dubte excepcionals pel compromís vital que han mantingut durant molt de temps amb la cultura universitària i l’obra d’enriquir-la i difondre-la. No afegiré molt més a les paraules pronunciades pels nostres insignes professors. Sols vull agrair a Joaquín Maldonado i Jesús Martínez Guerricabeitia, en nom de la Universitat, la meritòria tasca desenvolupada en pro de la nostra institució, i destacar finalment tot el que per a nosaltres, els universitaris, significa el seu suport i encoratjament. La millor manera de donar exemple d’intel·ligència i de seny en aquesta societat que no pot viure d’esquena al món universitari, és fer de la universitat un espai d’encontre i de diàleg. Un espai d’encontre i de diàleg entre qui, dins i fora de la universitat, es continuen preocupant per una ciència i una cultura que no han de perdre ni la consciència crítica ni el compromís cívic tan necessaris en la nostra època.

Al llarg de les seues vides, tots dos han estat compromesos políticament, és a dir, compromesos amb els seus conciutadans. Els dos han mantingut posicions ideològiques distintes, encara que unides pel denominador comú de les idees de democràcia i tolerància. L’un representa la tradició liberal i democratacristiana. L’altre, la socialista. És a dir, les dues grans tradicions polítiques que permeteren la reconstrucció de la convivència trencada per l’assalt a la raó i les ferides de la Guerra Mundial que marcaren el segle que acaba. A hores d’ara, Joaquín Maldonado i Jesús Martínez Guerricabeitia probablement encara mantenen posicions i idees diferents sobre el que ens envolta. Comparteixen, però, una actitud que els honra: considerar la universitat com una institució que mereix la seua atenció preferent i la seua estima. Els estem molt agraïts per haver-ho posat constantment en relleu durant tota la seua vida.

* En el mateix acte que a Jesús Martínez, es va fer lliurament de la Medalla de la Universitat de València a Joaquín Maldonado Almenar (València, 1907-2009).

Relato de una biografía escindida

JOSÉ MARTÍN MARTÍNEZ


Retrato de Jesús Martínez delante del cuadro Los que golpean (1973), de Juan Genovés (Foto Miguel Lorenzo).

EL INTENTO DE TRAZAR UNA BIOGRAFÍA REQUIERE, DESDE LUEGO, LA objetividad de los hechos. Pero también, la intuición para saber vislumbrar el mapa que de ella dibuja, puede que inconscientemente, el mismo biografiado. Cuando Jorge Luis Borges, en su cuento «Biografía de Tadeo Isidoro Cruz», incluido en El Aleph (1949), intenta narrar la de tal personaje, se concentra en la noche en la que este, poseído de una súbita lucidez, descubre el sentido de su existencia. «Todo destino –apunta Borges–, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre descubre para siempre quién es».1

Cuando me dispongo a relatar –pues tal es la palabra– la de Jesús Martínez Guerricabeitia, echo de menos la posibilidad de que tal momento me hubiera sido revelado por él mismo. Pero a las dificultades que suelen acompañar el bosquejo del devenir biográfico de una persona que aún vive, se añade, como todos lamentablemente sabemos, el que don Jesús sea ya incapaz de hilar sus propios recuerdos. Con todo, y alentado por el ejemplo borgiano, me ha parecido encontrar ese instante en las palabras que pronunció en la mañana del viernes 8 de abril de 1997, al recibir la medalla que la Universitat de València le había concedido en reconocimiento público de su apoyo a las actividades artísticas de la institución, pues el protocolo del acto le dio pie, precisamente, a reflexionar en voz alta sobre su conciencia de mecenas y descubrir, al evocar la figura de Cayo Cilnio Mecenas y de quienes siguieron después su ejemplo, la frecuente dicotomía que entrañan las motivaciones de la filantropía cultural:

Existe, a buen seguro, un componente de trascendencia, un deseo de dejar algo bueno tangible para cuando ya no estemos aquí; también una cierta dosis de vanidad y un deseo de compensar pretéritas frustraciones. Interviene tal vez la caridad, como la mala conciencia cuando un deter-minado bienestar material se ha conseguido; se da para tranquilizarla, aunque como decía Pessoa, casi siempre echando mano al bolsillo vacío. Con frecuencia, hay también una dosis de amor y gusto por el arte.

Y tras justificar en un anhelo de cambio social su colaboración con la Universitat, confiado en que fuese «el crisol de los cambios, pequeños o grandes», concluía con unas palabras del poeta portugués Miguel Torga: «el camino ha sido largo y los sueños desmedidos». Me pregunto si, al escribir ese discurso y en el instante de pronunciarlo en un lugar que tardíamente le abría las puertas, Jesús Martínez había encontrado en el mecenazgo por el que se le galardonaba el sentido de las íntimas contradicciones de su trayectoria vital; el reflejo simbólico de su comentada atipicidad como empresario y mecenas, originada en la dualidad de mecenas comunista y de empresario con toda una vida dedicada a hacer dinero, pero que mantuvo siempre un íntimo desgarro por su exclusión de la actividad intelectual, por su frustrado deseo de ingresar en la universidad que, con aquel acto, le reintegraba en su antigua vocación intelectual de la que la vida le apartó. Una vida que seguramente pasaba en ese momento de manera fulgurante y aún vivísima por sus recuerdos.

Las páginas que siguen están dedicadas, en consecuencia, a perseguir esas experiencias y relatarlas a la luz de tales contradicciones: tal vez porque aquel acto, quizá el último en el que pudo exhibir públicamente su fogosa lucidez, proporcionó a Jesús Martínez el instante donde reconciliar su bifronte dedicación a los negocios a los que la vida le había conducido y la intensa nostalgia de una realización humanista e intelectual por la que, de algún modo, el honor recibido le compensaba.

 

De Villar a Requena: la ética familiar y el estímulo de la cultura

Amor Jesús Martínez Guerricabeitia nace en la pequeña localidad valenciana de Villar del Arzobispo en la Nochebuena de 1922, año y medio después que su hermano José (nacido el 18 de junio de 1921). Ambos, por tanto, pertenecieron a una generación marcada –en una edad decisiva en la formación humana– por las vivencias de la Guerra Civil española y sus consecuencias. Su primer nombre, Amor, revela los ideales de luminosa fraternidad universal que alimentaba el ideario de un minero anarcosindicalista como era su padre, fiel a su militancia libertaria. Esta nominal «declaración de principios» se documenta en una certificación de extracto de su acta de nacimiento firmada por el juez encargado del Registro Civil de Villar con fecha del 28 de agosto de 1934, conservada en su expediente del Instituto de Educación Secundaria de Requena, donde figuran en ese orden sus dos nombres de pila: Amor Jesús.2 Él mismo puso de relieve en diferentes ocasiones el sentido heroico de aquel primer nombre, que significaba, sin duda, un deseo de reivindicar la memoria de su padre y las convicciones que con él orgullosamente compartió.3 Aducía que el empecinamiento dogmático del párroco don Antolín Marián ante la sospecha ácrata del apelativo forzó a su padre a añadir el Jesús, más ortodoxo. Pero lo cierto es que el asiento del libro de bautismos de la parroquia de la Virgen de la Paz registra el bautizo (por parte del coadjutor don Clemente Ferrandis Montón) del niño Jesús Martínez Guerricabeytia, no apareciendo el nombre de Amor por parte alguna.4 ¿Cómo explicar esa disparidad entre el recuerdo familiar y los documentos? ¿Y entre el registro civil y el eclesiástico? Es muy probable que se produjera la controversia, y hasta es posible que su padre admitiera la incorporación de Jesús al nombre de pila de su hijo, pues la figura de Jesucristo como símbolo de la entrega fraternal no fue ajena al ideario anarquista. Pero lo cierto es que durante su infancia y juventud firmó como Amor a secas, tal como siempre se le conoció en el ámbito familiar, y solo tras la guerra, cuando rehaga su vida en Valencia, se da a conocer como Jesús, por causas fácilmente comprensibles en un régimen tal vez más intransigente que el párroco de Villar. Sin embargo, el padre sí que pudo cumplir su voluntad civilmente –al menos en parte–, como refleja el certificado de nacimiento de 1934 al que ya me he referido. Lo que acaso puede explicar que Jesús Martínez prescindiera oficialmente de aquel emotivo nombre familiar es que la desaparición de los documentos del Registro Civil de Villar durante la Guerra Civil hizo necesaria, como sucedió en muchos otros lugares, la reconstrucción de los libros a partir de los registros de bautismo. Eso explica que en los nuevos libros figure registrado el nacimiento con el solo nombre de Jesús.5

Villar del Arzobispo, un municipio situado en el extremo oriental de la comarca de Los Serranos, tendría por entonces poco más de los 4.554 habitantes que refleja el censo de 1920, dedicados en su mayoría a cultivos de secano (cereales y viñedos) y a la explotación de minas de arcilla, caolín y creta, trabajo al que, como veremos enseguida, se dedicó el cabeza de familia. Una familia evidentemente modesta, que no menesterosa, aunque en la población, como recordaría Martínez Guerricabeitia años más tarde, era manifiesta la separación de clases sociales.6 Todavía en 1951, le recordaría a su hermano –que mantenía un sombrío recuerdo de Villar– lo siguiente:

Ni en Villar se mueren las viñas, ni se han muerto, porque fue de los últimos pueblos en conocer la filoxera. Hoy aún queda mucha planta vieja, que está boyante. Tío, hay quien recoge de golpe trescientas mil pesetas de vino, sin ser de los mayores. Ni hay una sola hipoteca en el término. [...] Hoy el que tiene tierras está con la economía como nunca. No el que tiene un garranchal que trabaja después de la mina, claro está. En las minas se gana mucho más que en Valencia.7

Pero lo cierto es que la familia careció de propiedades rústicas o urbanas. De hecho, su padre, en un escrito dirigido en septiembre de 1932 al Instituto de Segunda Enseñanza de Requena, solicitaba matrícula gratuita para su hijo mayor «por carecer de medios económicos y no poder cubrir las necesidades de casa», aportando para ello sendos certificados de los secretarios de los ayuntamientos de Villar y de Requena en los que se corroboraba la carencia de bienes del matrimonio («a los efectos de que puedan acreditar su estado de pobreza»). Dos años después, recaba otro certificado del secretario de Requena para matricularlo «en calidad de pobre». En efecto, José Martínez García (apodado en Villar el Terrer) era un jornalero, nacido el 23 de agosto de 1896, que había comenzado a trabajar con 12 años, apenas sabiendo leer y escribir,8 en los yacimientos de caolín de Villar e Higueruelas, extrayendo el mineral de sol a sol o transportándolo mediante recuas de yeguas hasta Liria, desde donde partía por ferrocarril con destino a la indus-tria cerámica de Manises. El joven minero ascendió pronto, debido seguramente a su capacidad y formación, de simple peón a capataz, un puesto sin duda menos duro y mejor remunerado. Y temprana fue asimismo su militancia anarcosindicalista: en 1913 ingresa en la Sociedad de Trabajadores del Campo La Fraternal, perteneciente a la Federación Agrícola de Sociedades Obreras de la Región Valenciana, recién introducida en el campo valenciano. Su formación, absolutamente autodidacta, le hace destacar lo suficiente para ser nombrado secretario de La Fraternal, ya hacia 1915 o 1916, y asistir como delegado al congreso federal de la organización celebrado en Benaguacil.9

La Federación valenciana se había integrado ya en 1914 en la Nacional de Obreros Agricultores de España (FNOAE), a cuyo V Congreso (Zaragoza, 1917) acudiría también José Martínez, justo en los años más duros de la lucha obrera y de la huelga revolucionaria de ese mismo año, fuertemente reprimida por el ejército.10 Su actividad sindical, por tanto, es manifiesta desde su primera juventud, y lo confirma un certificado expedido a finales de 1936 por el Sindicato Único de Oficios Varios de Requena (CNT-AIT en el que su secretario expresa que «José Martínez, padre del niño Amor, que desea continuar sus estudios en esta localidad en su Instituto de Segunda Enseñanza, es afecto al régimen y pertenece a esta Organización desde el año 1913».11

De hecho, en los inicios del asociacionismo obrero las agrupaciones de carácter local se constituían como entidades autónomas con diverso marco legal (fueran sociedades de socorro o cooperativas obreras), si bien se adscribían a la órbita de sindicatos oficiales como la UGT o la CNT. Sin duda, pues, José Martínez se consideraba integrado en el sindicato cenetista desde 1913, aunque en declaraciones posteriores confesara su militancia efectiva desde 1915.12 La Fraternal, en todo caso, era uno de aquellos primeros círculos libertarios en los que las familias obreras encontraron un ámbito no solo de militancia ideológica, sino de formación cultural mediante conferencias o, incluso, representaciones teatrales. José Martínez recuerda que, tras entrar en la agrupación, comenzó a leer con fruición cuantos folletos y libros caían en sus manos, especialmente el semanario Tierra y Libertad. Su decidido esfuerzo autodidacta lo empleará luego dando clases de lectura y escritura a sus propios compañeros en el salón de actos de la sede (situada en la calle Valencia de Villar, junto a la casa que después ocuparía la Cooperativa Agrícola). En ella, incluso, se habilitó un modesto teatro donde el matrimonio Martínez Guerricabeitia pudo ver representadas algunas obras de José Fola Igúrbide, dramaturgo de profundas convicciones obreras, como El Cristo moderno o La Fábrica, pero también sainetes cómicos de Pedro Muñoz Seca, como Contrabando, y Sels de novensa, de Josep Peris Celda. Un repertorio en el que no faltó la emblemática obra de protesta social del anarquizante y anticlerical Joaquín Dicenta, Juan José.13 La cualidad humana y la extraordinaria ambición de conocimientos de José Martínez García, a partir de un apasionado sentido autodidacta, habrían de constituir un referente esencial en la vida de sus dos hijos, que heredaron su curiosidad intelectual, su rectitud moral y algo también de su carácter enérgico.14

Un talante, a su vez, heredado quizá por José Martínez García de su padre (Higinio Martínez Martínez, nacido también en Villar del Arzobispo en 1854), un humilde campesino de filiación carlista que chocó más de una vez con el ideario de su hijo, al que tildaba de revolucionario.15 Su madre, Juliana García López, también villarenca y nacida en 1857, tuvo doce hijos y se ganó fama como reconocida ama de cría.

La madre de Jesús Martínez, Josefa Guerricabeitia –dos años más joven que su marido y que participó abiertamente de sus ideales libertarios–, les legó asimismo un temple decidido. Era hija del vasco Tomás Guerricabeitia Clemente, experto en canteras y agrimensor, que fue lo suficientemente cultivado como para llegar a actuar de notario en la localidad.16 Jesús Martínez recuerda una reunión política celebrada en el ahora desaparecido Teatro Romea de Requena en la que, en el fragor del debate y ante las críticas contra los anarquistas, su madre no dudó en amenazar con echar mano de una pistola del calibre 6,35 que su marido le había dejado.17 En el certificado de nacimiento de 1934 antes citado y en el resto de los documentos escolares conservados, el apellido materno se transcribe como Guerricabeytia, y así firma él mismo en ellos hasta 1937.18 A partir de entonces, bien por simplificar o desaristocratizarlo, lo escribirá siempre con i latina.


Amor Martínez y su hermano José. Requena, ca. 1925.

Sin embargo, el largo arraigo en Villar del Arzobispo iba a interrumpirse en 1925, cuando la familia se instala en Requena, ciudad situada a unos 54 kilómetros al suroeste, más extensa y poblada que Villar: en esa fecha vivían en el núcleo urbano más de 8.000 habitantes, casi el doble que en Villar, sin contar los 11.000 de las aldeas y los caseríos del término municipal. Las ra-zones, en principio, fueron estrictamente laborales. José Martínez García, hasta entonces un simple asalariado del empresario José M.ª Carpintero Alpuente (1887-1936), dueño de una fábrica en Manises dedicada a la fabricación de pastas para la industria cerámica con el caolín y la creta extraídos de sus minas de Higueruelas (lindantes con Villar) y Requena, aceptó su propuesta de trasladarse a explotar estas últimas, estableciéndose por cuenta propia como capataz de una cuadrilla, aunque suministrándole en exclusiva la materia prima para su negocio. A la probada capacidad y experiencia de José en las prospecciones de las minas de Villar, se uniría probablemente la afinidad ideológica con su jefe, pues Carpintero era de talante progresista, de hecho, se afilió a Izquierda Republicana y fue alcalde de Manises entre 1931 y 1936. El animoso militante anarcosindicalista, por entonces de unos treinta años, no duda así en instalarse por cuenta propia, explotando las minas de Suárez y la Serratilla de Requena y el lavadero de caolín en Higueruelas que el empresario poseía.19 Dejando atrás la dependencia de un magro sueldo fijo, José Martínez García acabaría convirtiéndose en el encargado, administrador y hombre de confianza del patrón. Con el aumento de los ingresos, la familia iba a gozar de cierta holgura y se pudo permitir alquilar la planta baja y un piso en el número 13 de la calle del Carmen, en el barrio del Arrabal de Requena. Una vez asentados, la incipiente mejoría económica los anima a abrir en el bajo una tienda de cerámica y alfarería (actividad claramente facilitada por la relación del cabeza de familia con las fábricas de Manises). El pequeño negocio (rotulado, según testimonia el sello de caucho conservado: «CRISTAL, LOZA Y PORCELANA / MAYÓLICAS Y ALFARERÍA / JOSÉ MARTÍNEZ / CALLE CARMEN. REQUENA») y el aumento de las ganancias del padre sitúan a la familia en una relativa comodidad. Esto, unido al hecho de que el traslado se produce apenas año y medio después del golpe militar que trajo consigo la dictadura de Primo de Rivera –y su implacable persecuciÓn de la CNT, condenada a la clandestinidad–, puede explicar el momentáneo alejamiento de José Martínez de una militancia sindical activa y el consiguiente repliegue en el ámbito familiar, lo que puede considerarse simbólicamente el precedente de la contradicción que marcaría también la vida de su hijo Jesús, sujeta siempre al vaivén entre sus convicciones ideológicas y el pragmatismo en pro de la prosperidad material, al constante dilema entre el altruismo y el interés.

 

La proclamación de la República en 1931 supuso la reincorporación del padre de José y Amor a la actividad sindical en Requena, donde se afilia oficialmente a la CNT>, aunque sin el protagonismo de antaño. Así lo reconoce él mismo en unas notas autobiográficas:

Requena empezó a despertar y a sacudirse la inercia en que estaba sumida, debido a que se organizaron algunos mítines, en los que intervendrán algunos oradores de la CNT fundándose a continuación el Sindicato en el cual ingresé en sus primeros momentos, pero sin desempeñar cargos, que no quise aceptarlos, pero sí tuve que intervenir en algunos conflictos planteados formando parte de la comisiones designadas a tal efecto.20

Y se confirma por uno de los testigos del proceso penal que sufrió tras la guerra, en cuyo sumario Félix Saturnino Sánchez Solano declara que, además de extremista de izquierda, era «el fundador del Sindicato Único, ya de mucho antes de iniciado el Movimiento».21 En enero de 1932, José Martínez García será designado delegado por la comarcal de Requena y Utiel en el congreso regional de Murcia, el cual –escribe él mismo– «se tuvo que suspender por no querer aceptar la representación de un delegado gubernativo, trasladándonos seguidamente a Alicante, donde lo celebramos clandestinamente. Al abandonar el local [...] de Murcia, lo hicimos entre dos filas de Guardias Civiles y de Asalto».22

Pese a esta militancia de bajo perfil, los problemas no tardaron en presentarse. El 10 de enero de 1933, la CNT convoca una huelga general –paralela a los graves sucesos de Casas Viejas (Cádiz) con la proclamación por los braceros de la aldea del comunismo libertario–. Mientras en distintos lugares se producen numerosos sabotajes, instalación de bombas y enfrentamiento con las fuerzas del orden, en Fuenterrobles, un pueblo cercano a Requena, el día 11 de enero, cortadas las comunicaciones, un comité comunista revolucionario depone al alcalde, quema el Ayuntamiento, el archivo y la biblioteca, y hace lo propio con la bandera republicana y el retrato del presidente de la República.23 Por la tarde, la Guardia Civil toma el pueblo a golpe de fuego de ametralladora, pone en fuga a los sublevados y realiza cinco detenciones.24 Dos días después, el 13 de enero, a las cinco de la mañana, José Martínez García es arrestado y acusado de ser el cabecilla del amotinamiento. Pasará casi tres meses en la Cárcel Modelo de Valencia, pero la causa es sobreseída y recupera la libertad en abril. La experiencia le encoleriza hasta el punto de denunciar su acre protesta por la injusticia cometida en una suerte de libelo o manifiesto dirigido «A las autoridades de Requena», escrito con la vehemencia que le había conferido su militancia anarquista –radical incluso contra el Gobierno republicano–, pero también con un dejo de sentimentalidad familiar y de cierto distanciamiento:

¡Qué les importaba a los causantes de mi detención dejar a unos pequeños sin padre y a una mujer sin marido! ¿Que no ha delinquido? ¡Nosotros le pondremos el delito y a la cárcel! Esto es la justicia republicana, que si se diferencia de la monárquica es en la forma con que se ensañan sus hombres con los obreros conscientes. [...] A mí se me ha hecho aparecer como un hombre peligroso al que había que eliminar sin dilación. Tenían sí, que justificar ciertas autoridades, que mi detención no era cualquier cosa, y para ello nada mejor que hacerme aparecer por información secreta como a un Bakunin, o Malatesta, que tenía en tensión continua a los trabajadores, no ya de Requena, sino de toda la comarca. [...] Yo no he cometido más delito que el de pensar alto y sentir hondo. [...] Yo sí propugno por una sociedad más justa que la presente, donde no se den los contrastes que se dan en ésta, como exceso de producción y hambre y miseria por doquier; paro forzoso y muchos trabajos de imperiosa necesidad por hacer; una miseria denigrante en medio de un lujo escandaloso [...]. No puede haber concierto y armonía donde hay diferencia de clases.25

El escrito deja patente una fidelidad básica a su ideario, es cierto. Pero también marca una línea de alejamiento de posiciones extremas, como si en aquellos momentos en los que afloraba la violenta disidencia cenetista hacia lo que consideraba una República puramente reformista y burguesa, José Martínez García se situara ya en otra esfera: la del trabajador, sí, pero integrado desde su ética y esfuerzo en un sistema que le planteaba, por así decir, un «extrañamiento» de clase. El texto que escribe respecto a aquellos acontecimientos en sus apuntes de memoria, ya en 1972, ratifica esta sensación:

Hay que tener en cuenta, que yo aunque trabajador, debido a mi forma de trabajo independiente, no parecía un obrero auténtico, pero a pesar de esto se adivinaba que todas las miradas se fijaban en mí, sacando la conclusión de que mi persona les resultaba molesto, hasta el extremo que buscaron la forma de hacerme desaparecer de la escena, sin conseguirlo. Finalmente encontraron la ocasión que buscaban, con los sucesos de Bugarra, puesto que aunque en Requena no pasó nada anormal, a mí me complicaron en los hechos de Fuente Robles [sic], pueblo al cual no conozco ni conocía, ni al cual me unía ningún vínculo, lo cual hizo que me detuvieran y me postergaran durante tres meses en la cárcel Modelo de Valencia; al salir redacté un manifiesto dirigido a las autoridades y a la opinión pública, el cual aún conservo, con el fin de reivindicarme, y el efecto fue formidable.26

Los subrayados muestran hasta qué punto su manifiesto era de protesta, pero también de reivindicación defensiva. Latentes, sin duda, su fidelidad a la causa obrerista y su compromiso político; reclama, no obstante, una nueva situación de trabajador autónomo e incipiente dueño de un negocio propio: ya no es un simple obrero y repudia cualquier extremismo. Un síntoma de esa contradicción generada desde su instalación en Requena –tímida pero reveladora sensación de desclasamiento– y que pugnaba por intentar armonizar internamente una ideología profesada sinceramente con el afán por lograr un medio de vida, si no burgués, más confortable. Tal vez es entonces cuando se revela también este legado paradójico que marcará la vida de su hijo Jesús, quien habría de descubrir, como él, que la vida emborrona los límites del principio marxista de la dependencia de la superestructura ideológica respecto a la infraestructura económica. Y ello a pesar de que la familia conservó siempre sus lazos afectivos y de pertenencia al pueblo de Villar. Jesús, pese a haberlo abandonado con apenas dos años, lo consideró siempre el lugar de sus raíces. No solo porque, tras la Guerra Civil, sus progenitores volvieron a él para sobrellevar sus dramáticas consecuencias, sino porque allí acudió, ya casado, como espacio de descanso familiar. Incluso, años después, cuando –como veremos– emigre a América, se mantendrá unido a los recuerdos del hogar fomentados por la constante correspondencia con su padre, quien le enviaba postales fotográficas del pueblo con detallados comentarios, mientras él añoraba su fruta y hasta el vino lugareño. En Villar, por lo demás, vivirá su hijo durante un tiempo con los abuelos, se construirá un chalé en las afueras para pasar las vacaciones y, al advenimiento de la democracia, no dudará en implicarse en la política y cultura locales.

Lo que, sin duda, jamás dejó de preocupar a José Martínez García –una causa más de su repliegue a los deberes familiares– fue la educación de sus hijos, para la que el cambio de residencia a Requena ofrecía mejores oportunidades. No obstante, José Martínez –fiel a la pedagogía anarquista que desconfiaba de la rutina escolar de aquel tiempo– supo sentar las bases de su preparación desde su propio amor a la cultura y al arte, principio que intentó inculcar en los dos hermanos como medio de progreso social. Jesús evocaría muchos años después aquella biblioteca paterna de unos tres mil volúmenes, gracias a la que ambos (y su madre) pudieron escuchar la lectura, al calor del fuego, de las novelas, llenas de profunda sátira antiburguesa, de Sinclair Lewis, de León Tolstoi y Émil Zola o las de Romain Rolland, plenas de idealismo humanista imbuido de hinduismo, y de Panait Istrati (el llamado Gorki de los Balcanes) o de Anatole France.27 Las brasas de la fe libertaria revivían desde aquella voracidad lectora que heredarían de su padre, quien conseguía los textos ácratas de Federico Urales, los pedagógicos de Francisco Ferrer Guardia o los clásicos de su ideología, como Mijáil Bakunin, Piotr Kropotkin, Rudolf Roker o Errico Malatesta. O las obras de José Ortega y Gasset y Miguel de Unamuno, durante mucho tiempo reverenciados por ambos hermanos. Fue el único lujo que se permitió el obrero ya acomodado: una biblioteca –cuidadosamente personalizada con su propio ex-libris– que sería objeto de robo y dispersión por los falangistas tras la guerra y que, en buena medida, Jesús Martínez intentó recuperar durante toda su vida en la suya propia. La lectura, que ya había sido instrumento básico de su autodidactismo, a costa del arraigado sistema formativo y doctrinal de los colectivos obreristas, traslada a sus hijos una inagotable avidez de emancipación de su inteligencia y, sin duda, de su deseo de mejora social a través de aquella mística libertaria de las posibilidades transformadoras de la razón y de la ciencia junto al esfuerzo personal. Una ética adscrita al perfil más estoico, puritano y casi cristiano del anarquismo que sus hijos amoldarían luego a su propia personalidad. Si en Jesús prevaleció este sentido austero y sacrificado, en su hermano José se deslizó hacia una mayor autonomía libertaria, como revelaría años después en alguna de sus cartas, en referencia a las prevenciones morales de su padre: