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DIAMANTES PARA LA DICTADURA DEL PROLETARIADO
YULIÁN SEMIÓNOV
DIAMANTES PARA LA
DICTADURA DEL PROLETARIADO
TRADUCCIÓN DE MARTA SÁNCHEZ-NIEVES
SENSIBLES A LAS LETRAS, 72
Título original:
Primera edición en Hoja de Lata: septiembre del 2018
© Julian Semenov, 1971. All rights reserved
© de la traducción: Marta Sánchez-Nieves, 2018
© de la ilustración de la cubierta: Karel Vašátko, Klimbin, 2016
© de la presente edición: Hoja de Lata Editorial S. L., 2018
Hoja de Lata Editorial S. L.
Avda. Galicia, 21, 4.º E, 33212, Xixón, Asturies [España]
info@hojadelata.net / www.hojadelata.net
Edición: Hoja de Lata Editorial S. L.
Diseño de la colección: Trabayadores culturales Glayíu
Corrección de pruebas: Textosfera S. L.
ISBN: 978-84-18918-32-2
Producción del ePub: booqlab
Published with the support of
the Institute for Literary Translation (Russia)
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ÍNDICE
Decreto del Sóviet de los Comisarios del Pueblo
Moscú, 21 de abril
El principio de los principios
Intermezzo en Revel
La distribución de fuerzas
Esa noche en Revel
Diferencia en los intereses comunes
Por la mañana en Moscú
Para la historia de la cuestión
Caminos…
El hombre y la Ley
El padre…
… y el hijo
Ay, estos rusos…
Se preparan unos…
… y otros
La operación
Fuego de reconocimiento
Una solución en París
La lógica de una conversación carcelaria…
… y la lógica del carcelero
En Siberia
En Revel
En Moscú
«Una vez preparado… actúa»
Sin pruebas no hay evidencias
El centro donde se cruzan los caminos 379
La operación todavía no ha terminado
La causa a la que sirven
Breve ÍNDICE ONOMÁSTICO para la dictadura del proletariado
DECRETO DEL SÓVIET DE LOS COMISARIOS DEL PUEBLO
Sobre la institución del Depósito Estatal de Alhajas de la República, el Consejo de Comisarios del Pueblo
HA DISPUESTO:
De cara a concentrar, conservar y controlar todas las alhajas pertenecientes a la RSFSR consistentes en oro, platino y plata en lingotes, así como los artículos hechos de estos, de diamantes, de piedras preciosas multicolor y de perlas, anejo a la Dirección Central Presupuestaria se ha constituido en Moscú el Depósito Estatal de Alhajas de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia (DEA de la RSFSR)…
V. I. Lenin Presidente del Sóviet de Comisarios del Pueblo
V. D. Bonch-Bruiévich Administrador del Sóviet de Comisarios del Pueblo
S. Brichkin Secretario
MOSCÚ, 21 DE ABRIL
—¿Y quién es ese de ahí, el del rincón? — preg untó el francés.
Misha Yeroshin, que llevaba días enteros con Blenner, un periodista de París, respondió con el ceño fruncido:
—Un pintor… No me acuerdo de su apellido. Se ha vendido a los bolcheviques.
—¿Tiene talento?
—Es una nulidad.
—¿Y el que está a su lado?
—Otro pintor. Trabaja con Lunacharksi, un lameculos de los comisarios.
—¿Aquí solo se reúnen artistas del pincel?
—Para nada. Ahí tiene a Kliúiev. Y a Marienhof al lado. Unos gusanos. Unos cobardes que callan mientras los comisarios los mantienen.
El francés esbozó una ligera sonrisa:
—Empiezo a tener la impresión de que esto de meterse unos con otros es una costumbre moscovita. ¿Ha sido siempre así o empezó después de la revolución?
A Misha no le dio tiempo a responder: Staritski, el crítico teatral, se había acercado a su mesa.
—¿Está libre? —preguntó.
—Por favor —respondió Blenner—, no esperamos a nadie más.
En un pequeño semisótano de la calle Kropótkinskaia se había abierto poco tiempo atrás un comedor en el que se servía té y café —previa muestra del carnet emitido por el Comité Central de Mejora de la Vida de los Científicos— a la inteligencia científica y creadora de la capital. Por eso aquí se amontonaba gente que se conocía, si no personalmente, al menos sí de oídas.
—¿Quién es? —preguntó sin ceremonia alguna Staritski, mirando fijamente al francés—. ¿A quién te has traído, Misha?
Yeroshin, que era de los que sentían el tradicional respeto por los extranjeros, empezó a agitarse en la silla, pero el francés esbozó una sonrisa bondadosa y le tendió a Staritski su tarjeta de visita.
El crítico se metió la tarjeta en el bolsillo y preguntó: —¿Del Komintern?
—Más bien de la Entente.
—Entonces tenga cuidado con Misha, es agente secreto de la Checa.
—Pero mira que eres animal. —Misha hizo un intento por sonreír—. Tú y tus tonterías de siempre…
—¿Dónde está aquí la tontería? Yo evito a todo burgués, incluso al propio, al de casa, así que de acercarme al ajeno… ¡Dios me libre, me proteja y me ampare! Nada, nada, cuando todo este galimatías acabe, te ajusticiaremos, Misha. Por razones sanitarias e higiénicas.
—¿Usted es de los que creen que el «galimatías» se va a acabar? —preguntó Blenner.
—El mundo vive según las leyes de la lógica y no puede soportar la locura por mucho tiempo. Y aquí no se trata de individuos, sino de cierto sistema supramundial que nos gobierna según sus propias leyes, unas desconocidas.
—Cualquier alteración de este mundo viene determinada por los individuos —señaló el francés—. Cifrar las esperanzas en un esquema supramundial establecido es, a su manera, una deserción civil.
—¿Entonces, qué?, ¿me está diciendo que empuñe un Nagant?
—Para nada… Solo intento hacerme una imagen clara de lo que ocurre…
—Imágenes claras en Rusia no ha habido ni habrá: aquí cada uno es un Clemenceau a su manera. Además, solamente los corredores, los exploradores, quieren tener imágenes claras. ¿Es usted corredor?
—Todo periodista es, en cierta medida, corredor.
—Así que le interesa la claridad… —resopló Staritski y declamó—: «No hay muerte más honrosa que la muerte en beneficio de la patria, y esta no puede asustar al auténtico ciudadano, al honrado». Alexander Uliánov. El hermano de Lenin. Justo esto es lo que tendremos muy pronto en la infeliz y atormentada Rusia, donde se han alzado… hermano contra hermano.
—Prefiere usted citar a Uliánov… El espíritu de sacrificio de los enviados a la muerte no le resulta muy atrayente… ¿solo a nivel personal?
—¿Y con qué derecho me habla usted así?
—¿Cómo? —El francés no comprendió—. Es una pregunta. No comprendo que pueda ofenderle una pregunta cuando tiene la posibilidad de responder.
A Blenner lo empezaban a crispar sus interlocutores. Montaban unos planes fantásticos, hacían alusiones misteriosas a saber de qué y presagiaban unos cambios inminentes; al mismo tiempo, ni uno de ellos decía una sola palabra buena sobre aquel a quien un minuto antes había saludado amigablemente, en ocasiones hasta con un beso. Al principio a Blenner lo trastornaban estas conversaciones y ya se había construido una concepción clara de sus futuros artículos: «Rusia al borde del estallido». Pero tras su encuentro con Litvínov,1 quien, siendo todavía embajador en Estonia, había sido confirmado como subcomisario del Pueblo para Asuntos Exteriores, el francés se vio obligado a des hacerse de esa concepción.
—¿Pregunta usted por la denominada oposición creadora? —le había inquirido Litvínov—. Claro que hay oposición, sería ridículo que no la hubiera. Chéjov sostenía: «Aquel que habla más que escribe se desgasta sin haber escrito nada de provecho». Con nosotros están Gorki, Blok, Serafimóvich, Briúsov; unos vástagos magníficos: Maiakovski, Pasternak, Aséiev; detrás de nosotros marchan Timiriázev, Shokalski, Óbruchev, Graftio, Gubkin; con nosotros están Koniónkov, Konchalovski, Petrov-Vodkin, Nésterov, Kandinski, Kustódiev… A veces las cosas se les ponen un poco difíciles, como en todas partes, también nosotros tenemos nuestros idiotas particulares y nadies envidiosos en los organismos que se dedican a la ilustración cultural. Pero en ningún otro país el arte consigue un auditorio enorme e interesado como el que ha aparecido en Rusia después de la revolución…
Rebuscó en su mesa y le lanzó un periódico al francés:
—Es de los suyos. Paul Nadau, ¿lo conoce? De París, también periodista. —Litvínov sonrió de nuevo—. Ahí tiene, lea lo que escribe de nuestra oposición, que no parlotea alrededor de una taza de té, sino que es seria, habla de los eseristas y de los cadetes. Estuvo con ellos en la cárcel de Butyrka.
Blenner cogió el periódico y enseguida vio unos párrafos subrayados: «Toda la celda debatía con gran solemnidad problemas de orden interno, como, por ejemplo, la designación del cuartelero. La manía infantil por el parlamentarismo que había caído sobre toda Rusia se ponía de manifiesto en los interminables discursos vacíos de nuestra celda. Bajo la dirección del presidente las enmiendas se sustituían por contraenmiendas; estas, a su vez, por propuestas, y a estas las sustituían las contrapropuestas. Los participantes de este siniestro torneo carcelario empleaban unos métodos que no estarían de más en el palacio de Westminster. Los presos escuchaban pacientes esos debates oratorios que no llegaban a nada… Tres días después de fuera llegaron unas cestas con productos para los miembros del Partido Socialista Revolucionario. Sin cortarse, estos se pusieron a llenarse los carrillos. Los demás presos se daban la vuelta en silencio para no sufrir mucho. Pero el delegado no lo resistió, se puso en pie y dijo: “Propongo debatir en asamblea la cuestión de la socialización de todos los víveres”. Se hizo el silencio. Solo se oían los chasquidos de las mandíbulas de los camaradas eseristas, que empezaron a masticar más deprisa. Finalmente, uno de ellos pronunció con voz dulzona: “Esta idea nos resulta atractiva, colegas, por supuesto, puesto que deriva directamente de los principios de nuestro partido. Pero ¡reflexionemos! ¿Estamos dispuestos a atentar contra la libertad de conciencia? Aquí hay muchos que no comparten nuestras ideas —añadió el orador señalando a un coronel mayor y hambriento, a un terrateniente con el estómago vacío y a un famoso abogado moscovita encolerizado por el hambre—. ¿Obligaremos a estos señores a convertirse en socialistas a pesar de su voluntad? ¡Claro que no, camaradas! Afirmo que la consiguiente deliberación de esta cuestión debe ser aplazada”. Y el orador se apresuró a recuperar enérgicamente el tiempo perdido en la destrucción intensiva de alimentos».
—¿Qué le parece? —preguntó Litvínov—. Si lo hubiera escrito un bolchevique…, pero es que resulta que su colega, que es burgués…, no nos soporta. Aun así, también dijo cuando lo liberaron: «Se está mejor con ustedes, al menos ustedes son concretos, pero esos… Como medusas antes de una tormenta: inmensos e inestables».
… Y ahora, al encontrarse con varios rusos en aquel pequeño semisótano, Blenner no logró obligarse a hablar con ellos sin ideas preconcebidas: ante sus ojos estaba el artículo de Nadau. Lo conocía, era un hombre formal al que era más fácil matar que obligarlo a decir una mentira.
Cuando Staritski se apartó de ellos, Blenner preguntó:
—¿Tiene algo publicado?
—¡Es incapaz de escribir dos líneas! Un charlatán. Y si hay alguien aquí que sea agente de la Checa, ese es él, se lo aseguro.
El escritor Nikándrov —alto, venoso, destacable— entró en el pequeño semisótano cuando ya había oscurecido.
—¿Quién es? —preguntó el francés al momento.
—Leonid Nikándrov, literato.
—¿También sin talento?
—A ver cómo se lo explico… Ensayos, novelas cortas sobre historia antigua, investigaciones sobre Pedro el Grande… No es combativo, no es para nada combativo.
El francés se presentó él solito a Nikándrov, le pidió que le dejara hacerle una breve entrevista.
—Tome asiento.
Malhumorado, Nikándrov accedió.
—Pero que su compañero se vaya a esperar a otra mesa.
—Conoce la ciudad, es lo único por lo que utilizo sus servicios —respondió Blenner y, girándose apenas, dijo en voz alta—: Misha, hoy no lo retengo más, gracias.
Misha, obsequioso, se despidió del francés y fue a sentarse a otra mesa: una donde armaban ruido los poetas.
—Tengo varias preguntas que hacerle, ciudadano Nikándrov. Me gustaría saber quién tiene, en la Rusia actual y en su opinión, más talento en la literatura, en la pintura, en el teatro.
—En la literatura, yo —sonrió Nikándrov. Y esa sonrisa hizo de su cara venosa y tensa algo completamente diferente: sincera, de una bondad torpe—, si quiere la verdad. Aunque en principio debería responder que Bunin, Gorki y Blok.
—Bunin está en París y a mí me interesa Rusia.
—Ya puede estar Bunin en África, que solo pertenece a Rusia.
—¿Cree usted que Bunin quiere pertenecer a esta Rusia?
—¿Y está usted convencido de que esta Rusia seguirá siendo siempre así?
—No estoy preparado para dar una respuesta, aunque solo sea porque no he leído las obras de Bunin y lo conozco solo de oídas.
—Verá, a usted le interesan los literatos rusos como figuras dentro de un sistema político, ¿no? Entonces nuestra conversación no va a funcionar.
—Mentiría si le dijera que no me interesa el sistema político. Pero tengo vivo interés en las bellas letras.
—Pues a mí no me interesan las bellas letras. Yo pertenezco a la literatura.
—¿Dónde puedo comprar sus libros?
—No me publican mucho por aquí…
—Estoy dispuesto a ayudarlo para que lo publiquen en París.
Nikándrov miró atentamente al francés y respondió:
—Pues se lo agradezco, si es que está hablando en serio.
—Estoy hablando en serio… Antes de que pasemos a sus creaciones, me gustaría preguntarle por aquellos a los que usted valora en el mundo de la pintura.
—Tenemos mucha gente con talento. Lentúlov, Martirós Sarián, Konchalovski, Maliavin… Es imposible nombrarlos a todos… Konstantín Korovin, ¡Nésterov!
—Gracias a Dios. —El francés esbozó una amplia sonrisa—. Es usted el primer ruso que me dice que hay talento en Moscú.
—¿A quién ha conocido usted? No tiene sentido hablar con esa panda. —Nikándrov señaló con la cabeza a los visitantes del comedor—. Auténticas alimañas. Peores que los comisarios, al menos estos saben lo que hacen, mientras que esos de ahí se limitan a gruñir desde la puerta. Levántales la voz, que se esconderán con el rabo entre las piernas. Eso sí, bien que dicen: «Aquí no hay nadie de talento»…
—¿Es difícil la vida para los que lo tienen?
—¿Y dónde es fácil? Es complicado tener talento, claro, dado que este siempre busca su propia verdad, y la verdad… está siempre en su interior, en su visión del mundo.
—¿Usted no está de acuerdo con Marx cuando dice: «El hombre no es libre de la sociedad»?
—No. El hombre nace libre: nadie lo ha despojado de su derecho a disponer de su vida según su propio parecer.
—Se han establecido ciertas limitaciones al respecto: a los infelices suicidas no se los entierra en los cementerios, sino fuera.
—Después de mí, el diluvio.
—Yo pensaba que un literato pensaba ante todo en sus conciudadanos.
—Dejemos que el literato piense en sí mismo. Pero que sea honrado hasta el fin. Esto sí que es una buena enseñanza para sus conciudadanos, ya verá.
—Con ese talante, ¿le cuesta vivir aquí?
—Me cuesta vivir aquí. Pero no por talante.
—¿Tiene intención de abandonar Rusia?
—Sí, estoy haciendo gestiones para conseguir el pasaporte.
—Si me da sus manuscritos, puede que para cuando usted llegue ya esté listo el libro…
Nikándrov se puso de pie:
—Vámonos de este burdel…
En la calle soplaba un viento gélido.
—En ninguna capital del mundo existe un cadalso tan cómodo y bonito como el de Moscú. ¿Sabe qué es el Lugar Frontal? Es donde cortaban cabezas. Fíjese, se han escrito tomos y tomos sobre la crueldad en la historia del Gobierno ruso, pero en tiempos de Iván el Terrible y de Pedro el Grande se ejecutó a menos gente que hugonotes despacharon ustedes en París en una sola noche —continuó Nikándrov—. Asustamos con nuestra crueldad, pero, en re alidad, somos buenos. Ustedes, los europeos ilustrados, no abren la boca sobre la crueldad, pero sí que han sido crueles: así es como llegaron a la democracia. Mientras que solo en Rusia es posible que Zasúlich disparara a un general de la policía y que se la justificara en un juicio soberano… Somos… ¡euroasiáticos! Primero los tártaros se cobraron tributos y violaron a nuestras madres, de ahí que tengamos tantos apellidos tártaros: Baskákov, Yamschikov, Yasákov; y de ahí también nuestro repiqueteo blasfemo que tanto gusta a Occidente, pues, cuando están furiosos, no van más allá de mencionar el trasero. Después, a este gran pueblo que anduvo de los varegos a los griegos lo empezaron a gobernar zarinas alemanas. Ni un solo pueblo del mundo ha sido tan dulce ni ha estado tan entretenido apreciando su historia como el mío; mire, Borodín escribe la ópera El príncipe Ígor, donde al invasor Konchak se le representa como un hombre lleno de nobleza, bondad y fuerza. Y esto no disminuye la belleza espiritual de Ígor, ¡sino todo lo contrario! O tome a Pushkin… Escribió unos epigramas contra el soberano, estuvo bajo el incesante control de los gendarmes, confraternizó con los decembristas, pero fue el primero en glorificar la represión del levantamiento revolucionario polaco… ¿Por qué? Porque cada uno de nosotros es una esfinge y adivinar cómo va a continuar cada caso es completamente imposible y peligroso.
—¿Por qué peligroso?
—Porque cada adivinación supone crear una concepción opuesta. Pero ¿y si no coincide? ¿La concepción ya se ha formulado? ¿Rusia ha hecho la finta de turno? Entonces, ¿qué? Al momento ustedes agarrarían sus zepelines, esos Bertas tan grandes que tienen y los gases serán tres veces peores…
—Comprendo su odio por su pueblo, suele pasar, pero ¿qué pintamos aquí nosotros? ¿Por qué nos maldice también a nosotros?
—Bueno, ya ve cuánto nos cuesta hablar… Yo quiero a mi pueblo y estoy dispuesto a entregar la vida por él. Y a ustedes no los maldigo; nuestra lengua es así: fraseológica, emocional, como quiera usted llamarla, pero no es más que lengua. El intelectual ruso valora París más que un francés, y conoce a Rabelais y a Balzac mucho mejor que sus intelectuales, se lo digo sin ánimo de ofender.
—Es difícil comprenderlos, en efecto. Aunque, por otra parte, a Dostoievski sí lo comprendemos. No se enfade: ¿es posible que el nivel de comprensión de un literato crezca de acuerdo a su talento?
—Entonces ¿cómo es que no entiende ni jota de Pushkin? ¿De Lérmontov o de Leskov? Me parece que Europa es egoístamente selectiva en cuanto a su aprecio del talento ruso: lo que encaja en sus medidas normales y corrientes os maravilla: «¡Ved qué cosas hacen los rusos!». De cuando en cuando me da hasta miedo pensar: «Si Gógol no hubiera nacido en Rusia, el mundo ni lo conocería». Pero resulta que Pushkin no encaja en sus medidas. No has hecho más que enmarcarlo como revolucionario y va y se comporta como un cortesano; apenas has dominado su amor sublime por Natalia y, por favor, qué tenemos aquí: una línea guasona en su diario sobre cómo se encargó de Anna Kern…
—¿Y no le parece a usted que los bolcheviques se han alzado no tanto contra el régimen social, como contra el nacional?
—¿Quiere llegar a que entre los comisarios hay mucha judería?
—Creo que los comisarios están encabezados por un ruso, por Lenin…
—Pardon, usted mismo es…
—Francés, soy francés… Mi nariz es aguileña no a causa de la diseminación de la sangre judía, soy gascón… Allí sentimos inclinación por los viajes y la política. Nos gustan las mujeres, claro, pero aún más la política.
—Si es usted político, dígame entonces: ¿cuándo van a ayudar sus líderes a Rusia?
—¿Se refiere usted a los emigrantes blancos y a la oposición interna? No van a ayudarlos, solo van a prestar ayuda a una fuerza efectiva.
—Eso quiere decir que no hay esperanzas, ¿no?
—¿Por qué…? Las medidas categóricas son ajenas a la política; no estamos hablando del amor, donde sí es posible una explosión total.
—En tal caso, la política se me presenta como el matrimonio de dos enemigos jurados.
—Está cerca de la verdad… Y no se trata de nuestra capitulación ante los bolcheviques, simplemente el mundo es pequeño y Rusia es tan grande que sin ella no es posible la actividad vital normal del planeta.
—¿Simpatiza con el bolchevismo?
—Los bolcheviques privaron a mi familia de sus medios de existencia al anular la deuda de la administración zarista. Mi hermano, padre de tres hijos, se pegó un tiro, había depositado todos sus ahorros en préstamos rusos… Pero yo no odio a los bolcheviques, odio a los ciegos en política.
—Espere, querido francés, nosotros le devolveremos su deuda. El pueblo se despertará y todo volverá a su sitio.
—¿Y qué hacer con un pueblo que está en completo silencio?
—El pueblo está en completo silencio hasta que destaque un guía, un jefe que tenga bandera.
—¿Y bajo qué bandera puede alzarse el pueblo? ¿Bajo la bandera de aquel que proclama: «Devolveremos a la burguesía francesa sus millones»?
Nikándrov se paró de repente y articuló en voz baja:
—¡Que el demonio me lleve, ya está bien!… Siempre he sabido qué es lo que no quiero y qué deseo. Escapar cuanto antes de aquí… Aunque sea al medio de la nada, ¡donde sea! Pero que sea ya… Bueno, aquí es donde vivo. Venga, le haré un té y le enseñaré mis manuscritos…
Mientras subían por la escalera, Blenner dijo:
—Es el primer discutidor abstracto que he conocido en Moscú. Todos los demás no hacen más que meterse unos con otros. Y usted no se detiene en las particularidades…
—Es que usted es extranjero. Le interesan sobre todo las particularidades, en cuanto a la generalidad… usted tiene una propia. ¡Voy a descubrirle una particularidad! Gobierne quien gobierne, yo quiero a mi tierra y no voy a ponerme a airear los trapos sucios solo para darle esa satisfacción. Yo soy yo, si le intereso así, bienvenido; si no, nos daremos la espalda y adiós muy buenas…
Chicherin se encogió de frío y se echó sobre los hombros una chaqueta corta y sin mangas de piel de conejo. La sien izquierda le molestaba con un dolor largo y fastidioso: llevaba mucho rato trabajando con documentos, acababa de llegarle por correo diplomático un último envío de Berlín y de Londres.
En su detallado informe Ioffe escribía desde Berlín:
El canciller ha declarado que considera la colaboración ruso-germana una barrera en el camino del expansionismo político de Francia y de la presión económica de Inglaterra. Considera que el principal obstáculo para cumplir con el plan de intercambio económico y cultural serán no tanto las fuerzas externas como la oposición interna por parte del potente capital del Ruhr. Rathenau ha recalcado que la irresponsable dureza de las contribuciones impuestas a Alemania en el Tratado de Versalles permite ahora aislar el excesivo extremismo del capital germano, pues los productores —los obreros y los campesinos—, así como los intelectuales con disposición patriótica, van a apoyar, sin duda alguna, al gabinete en sus intentos de organizar unas relaciones equitativas con una gran potencia, incluso aunque esta potencia resulte ser la Rusia comunista…
Krasin informaba desde Londres sobre el curso de las últimas conversaciones con los representantes de las tres principales firmas de acero y con el secretario Lloyd George. Escribía:
Los ingleses están tan seguros de ser una potencia que no ven necesario disimular los puntos de empalme que consideran de interés estratégico. En particular mister Enright me preguntó directamente: «¿En qué medida van a limitar ustedes el capital francés no solo en Rusia, sino también en los países limítrofes, y cómo piensan ayudar a los empresarios británicos a crear barreras contra el posible resurgimiento del poderío industrial germano?». A diferencia de conversaciones pasadas, se nota la ajustada concreción en el planteamiento de las preguntas, lo que atestigua las serias intenciones de la parte contraria.
Chicherin se llegó a la estufa de azulejos, pegó bien la espalda, sintió el lento calor y cerró los ojos. Esbozó una sonrisa.
«Han empezado a revolverse —pensó Chicherin—. Por fin se han dado cuenta de que el gobierno de Lenin “no se vendrá abajo definitivamente y para siempre” al cabo de tres días».
Chicherin regresó a la mesa, descolgó el teléfono y llamó a Karaján.
—¿Cómo van las cosas con los cursos breves de francés y de inglés? —preguntó—. Por favor, tome este asunto bajo su más estricto control. Siempre nos fallan minucias enojosas: reconocernos, aceptarnos…, ya lo están haciendo, pero diplomáticos que puedan encaminar este reconocimiento en provecho de la causa… se cuentan con los dedos de una mano.
765. 651. 216. 854. 922. 519… 648. 726. 569. 433… 113. 578. 723. 944… 137. 649. 523. 966. 483… 465. 282. 697. 193.2… 663 …
Querido Auguste:
¡Qué contento estoy de poder enviarte noticias con ayuda de unos amigos! Te has olvidado por completo de nosotros. ¿Cómo está la tía Roza? Imagino que allí con vosotros está como una rosa, pero aquí se hubiera congelado del todo: nuestro clima no es para ella. Igoriok estudia de la mañana a la noche, es bastante difícil que entre en la universidad, por cuanto ahora en la república no es imprescindible la experiencia laboral; sin embargo, el chico tiene tanto talento que seguimos confiando en que se convierta en un auténtico ingeniero ferroviario de verdad. Se le está pasando su antigua pasión por la geología: excepto el tío Iván, nadie puede darle consejos sobre los minerales útiles de Siberia, pero el tío Iván está tan ocupado con sus cosas que no tiene tiempo ni para dormir bien. Además, le ha subido la presión sanguínea de 150 a 190. Y los médicos de aquí de momento no pueden hacer nada al respecto, lo tratamos con una dieta de setas, dicen que ahora es la novedad. En verano secamos dos atados de cincuenta y trescientas unidades. Será suficiente para todo el invierno, pero si le servirá a Iván… no me atrevo ni a pensarlo. Si puedes, invita a Liólochka a París, dos o tres meses. Seguro que le dan el pasaporte si te muestras insistente y demuestras la necesidad de su estancia contigo, no solo como pariente, sino como persona que conoce a la perfección tu manera de escribir solfeo de oído, sin notas. Si puedes, envíame con quien tengas ocasión varias latas de cacao. Espero tus cartas.4
Tu afectuoso tío.5
25. 67. 41.5982. 6.3519.4.69.416. 5. 8893. 14. 9. 6421.6
Yo, R. R. Volobúiev, agente de la Policía Judicial de la provincia de Mozhaisk, Gobierno de Moscú, he levantado la siguiente acta de detención del ciudadano Grigori Serguéievich Belov. Circunstancias de la detención: el ciudadano G. S. Belov llegó en tren a Moscú y empezó a buscar un cochero de punto para ir a la aldea de Vozdvizhenka. Todos los cocheros ya estaban repartidos entre los trabajadores; sin embargo, Belov, que estaba en estado de cierta embriaguez, sacó de su maletín un reloj de oro de bolsillo abombado con el sistema «Hnos. Buhre» y ofreció al cochero Kuzorguin Afrikán Abrámovich la tapa de oro puro si este echaba a sus viajeros y lo llevaba a él, al ciudadano Belov, a la aldea. Basándome en esto, detuve al ciudadano Belov y lo conduje a la comisaría de la milicia en la estación.
—Firme —indicó Volobúiev—, mire ahí, a la esquinita.
—No es «a la esquinita», sino «en la esquinita» —lo corrigió Belov—, un representante del poder debe expresarse con corrección. En cuanto a la firma, no voy a hacerlo.
—¿Cómo que no?
—Pues como que no.
—Si no está de acuerdo con algo, cámbielo, volveremos a escribirlo, pero tiene que firmar, aquí todos firman cuando los pillamos.
—¿En base a qué me han apresado?
—¿Por qué estropear un reloj? Los bandidos suelen ofrecer las cosas así, los que no tienen dinero legal, sino solo trastos del pueblo robados ¡a los proletarios!
—Yo soy un trabajador con responsabilidades, ¿queda claro? Sería mejor que me soltara ahora, sin hacer ruido y por las buenas, de lo contrario… haré que tenga muchos disgustos en todo Moscú.
—¡Tengo los nervios curtidos de sustos! No me da miedo…
La puerta de la milicia se abrió y en el pequeño cuarto, lleno de humo de cabo a rabo, un militsioner metió a dos mendigas con unos niños de pecho. Un crío y una cría de unos cinco años se agarraban a la falda de las mujeres. Y un rapaz de unos diez años forcejeaba por escaparse de la mano seca y campesina del miliciano al mismo tiempo que se des hacía en blasfemias realmente originales.
—¿Y esto? —preguntó Volobúiev—. ¿Qué ha pasado, Lapshín?
—Son del Volga, y el chiquillo hurga en los bolsillos…
—Mételos en la celda, allí lo arreglaremos…
—Ay, gusano, gusano —dijo con amargura una de las mujeres, con el pelo negro y despeinado al descubierto—, seguro que tragas bien de pan, pero mis tetas no tienen leche, y ya ves, mi crío se apaga… Y gracias a Dios te dan ropa…, pero si no hay ni para pan, ¿cómo van a dar ahora dinero por ropa? Mi Nikolashka hurga entre los billetitos, salva a sus hermanos, a sus hermanas.