Czytaj książkę: «El Príncipe Caimán y la Ardilla Poeta»

Czcionka:


Catalogación en la publicación – Biblioteca Nacional de Colombia

Hernández Ospino, William José, 1952-

El Príncipe Caimán y la Ardilla Poeta / William Hernández Ospino. -- 1a. ed. -- Santa Marta : Universidad del Magdalena, 2020.

(Humanidades y artes. Literatura y estudios literarios)

Incluye datos del autor en la pasta.

ISBN 978-958-746-312-5 (impreso) -- 978-958-746-314-9 (pdf) -- 978-958-746-313-2 (epub)

1. Fábulas colombianas - Siglo XXI 2. Cuentos infantiles colombianos - Siglo XXI I. Título II. Serie

CDD: Co863.5 ed. 23

CO-BoBN– a1058188

Primera edición, septiembre de 2020

© UNIVERSIDAD DEL MAGDALENA

Editorial Unimagdalena

Carrera 32 No. 22 - 08

Edificio Mar Caribe, primer piso

(57 - 5) 4381000 Ext. 1888

Santa Marta D.T.C.H. - Colombia

editorial@unimagdalena.edu.co

https://editorial.unimagdalena.edu.co/

Colección Humanidades y artes, serie: Literatura y estudios literarios

Rector: Pablo Vera Salazar

Vicerrector de Investigación: Ernesto Amarú Galvis Lista

Coordinador de Publicaciones y Fomento Editorial: Jorge Enrique Elías-Caro

Diseño editorial: Luis Felipe Márquez Lora

Diagramación: Eduard Hernández Rodríguez

Diseño de portada: Luis Fernando Escobar Restrepo

Ilustraciones: José Hernández A.

Santa Marta, Colombia, 2020

ISBN: 978-958-746-312-5 (impreso)

ISBN: 978-958-746-314-9 (pdf)

ISBN: 978-958-746-313-2 (epub)

DOI: 10.21676/9789587463125

Hecho en Colombia - Made in Colombia

El contenido de esta obra está protegido por las leyes y tratados internacionales en materia de Derecho de Autor. Queda prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio impreso o digital conocido o por conocer. Queda prohibida la comunicación pública por cualquier medio, inclusive a través de redes digitales, sin contar con la previa y expresa autorización de la Universidad del Magdalena.

Las opiniones expresadas en esta obra son responsabilidad de los autores y no compromete al pensamiento institucional de la Universidad del Magdalena, ni genera responsabilidad frente a terceros.

Todas las antiguas historias, como decía uno de nuestros mejores ingenios, no son otra cosa que fábulas tácitamente aceptadas.

Voltaire

Nunca desprecies lo que parece insignificante, pues no hay ser tan débil que no pueda alcanzarte. Esopo

Fábula El águila, la liebre y el escarabajo

Nunca traiciones la amistad sincera, pues si lo hicieras, tarde o temprano del cielo llegará el castigo. Esopo

Fábula El águila y la zorra

El sueño es el único aliciente para soportar la crueldad de la vida. Soñemos y hagamos de nuestra vida una fábula.

El Autor

Contenido

Prólogo

Remembranzas de un Lector

La Zorra y el Perro Fiel

La Emperatriz Pantera y las Ovejas Sumisas

Los Marsupiales y las Abejas Africanas

La Luciérnaga y la Tortuga Carey

El Amor del Rey de los Sapos y la Rana Extraterrestre

La Mariposa Pavo Real y la Araña Viuda Negra

La Gardenia Engreída y la Repugnante Venus Atrapamoscas

El Sultán de Batraciolandia

El Elefante Ingrato y la Hormiga Reina

El Príncipe Caimán y la Ardilla Poeta

El Rey de los Sapos y el Burro Poeta

El León y la Araña

El Ruiseñor y la Chicharra

El León y el Corderito Huérfano

El Orangután y el Ciervo Filósofo

El Mono Capuchino Poeta y la Mona Presuntuosa

El Cóndor de los Andes y la Hiena Desalmada

El Rey Mentiroso y los Súbditos Confiados

El Venado Ingenuo

El Perro Sensiblero y el Tigre Desalmado

La Rana Venusina y el Sapo Imperial de Colombia

Ovejalandia

La Isla de los Lagartos

El Rey Moribundo y la Cigarra

El Pingüino que podía volar

La Hormiga Filósofa

El León Destronado

El Rey Pájaro

La Rosa que no quería morir

La Rosa de cuatro Pétalos

La República de los Armadillos

El Camello Historiador

La Araña Maniquí Asesina

La Lombriz que quiso ser Araña

El Caporo que añoraba a los Reyes Borbones Españoles

La Cigüeña que quería cantar como el Ruiseñor

La Flor sin Fragancia

El Zorro Traidor

Prólogo

Homo homini lupus (El hombre es un lobo para el hombre)

Plauto (254-184 a. C.)

El interés por escribir fábulas se despertó a la edad de diecisiete años, cuando leí en Latin la fábula Lupus et Agnus (El Lobo y el Cordero) del escritor romano Gayo Julio Fedro (15 a. C. - 55 d. C.). Esta fábula es un ejemplo de venganza por causa de la ofensa proferida, y el lobo que nunca olvidó la mala reputación de la que fue objeto, lleno de rencor despedazó al cordero hijo para vengarse del padre del cordero que lo había injuriado. Me impactó y durante mucho tiempo repetía por los pasillos del Seminario San José de Santa Marta: Pater Hercule tuus, inquit, maledixit mihi, es decir, tu padre Hercules hizo público mis defectos, y me maldijo.

Con el curso del tiempo leí todas las fábulas de Esopo (ca. 600 a. C. Mesembria (Bulgaria, y falleció ca. 564 en Delfos, Grecia) y de Jean de Lafontaine (Château-Thierry, Aisne, 8 de julio de 1621-París, 13 de abril de 1695).

El español Andrés Montaner Bueno, en su ensayo Análisis del tratamiento de la fábula desde una perspectiva intercultural, cita la definición de este género literario, planteada por Gonzalo López Casildo: “una composición literaria, en prosa o en verso, en que, mediante una ficción de tipo alegórico y la personificación de animales irracionales, objetos inanimados o ideas abstractas, se intenta dar una enseñanza práctica, a veces incluso con la intervención de personajes humanos y divinos”.

Quiero, pues, dejar una enseñanza sobre el comportamiento acertado con que debería regirse esta especie. No sé si ya es demasiado tarde. No obstante, vivo entre el siglo XX y el Siglo XXI y no tengo escapatoria. Este fue mi tiempo histórico.

Dentro de esta perspectiva en este libro abordo lo que estos homínidos, sin acierto de ninguna índole, llaman Política. Por supuesto que ningún homínido ejerce el arte de la Política. El creador de este arte fue Aristóteles, filósofo griego (Estagira, 384 a. C.-Calcis 322 a. C) y así la define: «Todo arte y toda investigación e, igualmente, toda acción y toda elección libre parecen tender a algún bien. [...] Si, por tanto, de las cosas que hacemos hay algún fin que queramos por sí mismo, y las demás cosas por causa de él [...], es evidente que este fin será lo bueno y lo mejor. [...] Si es así, debemos inten­tar determinar, al menos esquemáticamente, cuál es este bien y a cuál de las ciencias o facultades pertenece. Parecería que ha de ser la suprema y directiva en grado sumo. Esta es, manifiestamente, la política». Aristóteles: Ética a Nicómaco. Aristóteles no habla de “humano” o de “ser humano”. Ninguno de los filósofos griegos califica al homínido de humano. Este término de humano nace en Roma con el Humanismo literario y Cicerón lo adopta hasta alcanzar la absurda dimensión epistemológica que le han dado incontables filósofos y escritores. Para Aristóteles el homínido es un Zoon Politikon, es decir un Animal de la Polis o Animal Cívico.

Si observamos la realidad de toda América Meridional observamos que este Animal Cívico no le ha dado ninguna felicidad a la Polis. Por el contrario este Zoon Politikon ha sido y es todavía un sujeto de avaricia, rapacidad y crueldad infinita.

Muchas de las fábulas se inspiran en la pugna entre el artista, ya sea poeta, escritor o músico, y su envidioso rival, aquel homínido carente de toda clase de talento, pero eso sí, dueño de un cerebro capaz de urdir crímenes atroces y, persecuciones y masacres.

¿Cómo es posible que de los genes de Lucy1 hayan nacido artistas con el curso de los miles de siglos?. Al tratar de desenredar esta telaraña, no tengo otra escapatoria que sumergirme en la leyenda, y concluyo en el ámbito de la imaginación metafórica que, hubo una guerra galáctica y habitantes de planetas cercanos o lejanos descendieron a este planeta. Como cuenta la leyenda estos pobladores galácticos eran de estatura descomunal y poseían una inteligencia evolucionada. Agobiados por el peso de la soledad emprendieron la tarea de conquistar y seducir a las hembras homínidos. No cabe duda que estas hembras cedieron en vista de los atributos de los foráneos visitantes, y de estas uniones nacieron criaturas superiores a los homínidos terrícolas. De esta generación, deduzco la procedencia de los artistas y de los grandes pensadores que han transitado sobre esta tierra.

Agradezco a mi sobrino José Hernández A. la generosidad de ilustrar estas fábulas. Para él ha sido un reto, ya que hacía 25 años que no dibujaba. Por suerte, afloró en su genio el talento de don Tomás De Choperena, nuestro tatarabuelo materno, oriundo de la Villa de Santa Cruz de Mompox, quien es el diseñador de la Iglesia de la Inmaculada de esta ciudad construida en la Colonia española. Las acuarelas de nuestro tatarabuelo fueron compiladas en un libro que se titula Mayordomía de las Iglesia Inmaculada de la Villa de Santa Cruz de Mompox, hoy en manos de don Miguel Fernández Taboada.

Abrigo la esperanza que los colombianos aprendan en este libro de fábulas que:

El pueblo es el único soberano, y por lo tanto, tiene el poder de eliminar a un gobernante que atente contra la felicidad de una república.

William Hernández Ospino

1. Homínido de la especie Australopithecus afarensis, de 3,2 a 3,5 millones de años de antigüedad, A este homínido se le considera la madre de toda esta especie. O sea Eva en la alegoría bíblica.

Remembranzas de un Lector

Era un día cualquiera, digamos, martes.

Ahora que lo pienso con detenimiento, estoy casi seguro que era martes. El día trascurría lento, como si la Tierra hubiese amanecido con una invencible molicie, que le impidiera girar libremente y trasladarnos su energía.

-Te busca William Hernández Ospino - me atacó una compañera de trabajo que, por esos días, gracias a una incapacidad por embarazo de su colega, cumplía de manera simultánea la doble función de ser la responsable del archivo y la recepcionista encargada de la empresa en la que ambos trabajábamos en ese entonces.

William Hernández Ospino. Ese nombre me suena, pensé. Repasé mentalmente las reuniones que tenía agendadas para ese día, y no recordaba haber programado reunión alguna con un señor Hernández Ospino. No obstante, el nombre me seguía resonando entre las sienes.

La Tierra pareció acelerar un poco su paso y, de golpe, segundos después “le puse cara” (como se dice odiosamente en estas tierras) a ese nombre. La verdad, resulta más adecuado decir “le puse portada” a ese nombre, pues recordé que William Hernández Ospino era el autor del libro Las Mujeres del Magdalena en la Guerra de Independencia de España que había leído y releído varias veces.

Cuando leí por primera vez el libro, el internet no se había inmiscuido tanto en nuestras vidas y el término googlear no era verbo aún, a lo que atribuyo el hecho de no haber investigado más sobre William. Simplemente asumí que estaba muerto. La redacción del libro, melosa, sabia y cadenciosa, llena de inteligencia y avidez, sencillamente no podía pertenecer a algún individuo que se encontrara aún morando la Tierra.

Partiendo pues de la errónea asunción de que Hernández Ospino era un escritor fallecido, se imaginarán mi sorpresa cuando supe que me buscaba en mi oficina.

A un personaje tan ilustre (y prácticamente recién resucitado) tenía que recibirlo en un sitio más decente y digno que mi sencilla oficina con dos ventanas que miraban a ninguna parte. Recibí la visita en la sala de juntas en la cual solo reinaba una larga, larguísima, mesa que extendía sus dominios a lo largo y ancho de aquel espacio. Luego de los saludos protocolarios, y por supuesto, sin confesarle que lo había dado por muerto, empezamos a conversar de lo divino y lo humano. Literalmente.

No recuerdo a ciencia cierta cuál fue el motivo original de su visita, pero terminamos conversando sobre los rasgos humanos de los dioses de la mitología griega y cómo los simples humanos, en ocasiones nos creemos dioses. De lo divino y de lo humano, lo advertí.

La Odisea saltó muy pronto en nuestra conversación, a la que dedicamos la mayor parte de nuestro encuentro. Aprovechando las honduras a las que William había resuelto llevar nuestra conversación, osé contarle mi teoría sobre Penélope. Le expresé que luego de una lectura cuidadosa y reciente que había hecho de La Odisea, había encontrado elementos que me llevaban a creer, casi con certeza, que Homero entre líneas nos confesaba que Penélope sí había considerado, en algún momento, casarse con uno de sus pretendientes, contrario a la creencia predominante.

Estupefacto, William frunció el ceño y solo pudo reaccionar segundos después, reacomodándose en la silla en la que se había sentado, en la cabecera de la mesa infinita. Su expresión corporal me decía sin equívocos que no estaba de acuerdo con mi teoría sobre Penélope. Pensé que hasta allí había llegado la fructífera y casi mística conversación que habíamos sostenido, pero por fortuna y para mi agrado, no fue así. Simplemente pasó por alto lo sucedido, y trajo a la mesa un nuevo tema de conversación. Sin duda había tocado una fibra. Continuamos conversando a lo largo de dos horas aproximadamente, concluidas las cuales nos despedimos con un intercambio de datos de contacto y con la promesa de futuras charlas literarias.

El siguiente día llegó con el arrojo y contundencia del tiempo desesperado, ya sin la calurosa modorra del día anterior. En el trabajo, lo primero que hice luego del riguroso rito del café mañanero, fue revisar la bandeja de entrada de mi correo electrónico, el cual no descansa nunca, convirtiendo la jornada laboral en una especie de ciclo infinito.

Cuál sería mi sorpresa al encontrar en la bandeja de entrada dos correos de mi nuevo amigo William.

El primer correo, el cual tenía como Asunto: GUERRA DE LOS CUATRO DRAGONES (así, en mayúsculas), contenía un cuento-fábula sobre dragones en la antigua China. No sé realmente dónde termina un cuento y empieza una fábula. Siempre ha sido para mí una frontera fangosa y oscurecida por la neblina de las moralejas que se encuentran en uno y otro.

El segundo correo contenía un bello poema que narraba de manera apasionada cómo Penélope, durante aquellos aciagos años de soledad desesperada, reclamaba a la luna con cantos desgarrados y casi delirantes, que regresara a su amado Ulises, de quien extrañaba su olor y pasión dionisiaca. El poema era una reivindicación de la lealtad casi virginal de Penélope, y una evidente respuesta a mi dichosa teoría sobre el supuesto amor venal de la tejedora de lienzos infinitos.

El tema había quedado sellado definitivamente, y Penélope conservaba su corazón abnegado, y sobre todo, inmaculado. La defensa que William hizo de la lealtad denodada del amor de Penélope hacia Ulises, me convenció que, debajo de esa coraza de libre pensador, se escondía un romántico sin cura.

Leídos cuidadosamente los dos correos que me había enviado, procedí a responderlos en silencio y con el cuidado de un cirujano pediatra. A partir de ese momento, empezamos una conversación epistolar permanente por correo electrónico en la que pasábamos con facilidad y cadencia cinética de los cuentos a las fábulas, de las fábulas a la mitología griega, de la mitología a Jesús de Nazareth, del Nazareno a Isis, de Egipto al Banco, y del Magdalena a Bolívar, el Libertador, no el departamento.

El cruce epistolar no ha cesado desde entonces; sin embargo, sí ha ido mutando, como es natural. De lo contrario corría el riesgo de perecer, como perecen aquellos árboles que resisten sin inmutarse temporadas de brisa, hasta que un día el viento ligero de verano arranca sus raíces para siempre.

De unos meses para acá, William empezó a lanzarme cada noche ráfagas de fábulas a través de WhatsApp, lo cual me causaba gracia, ya que no podía evitar imaginarme a este personaje, a quien creí muerto por su estilo de escritura ilustrada y mística, tecleando en su celular cada una de las fábulas que me enviaba, muy conectado con las nuevas formas de comunicación del siglo XXI. Era como imaginar a Diógenes escribiendo un tuit.

Hace poco supe que todas esas fábulas tenían un hilo conductor, y que harían parte de un libro que William estaba preparando de manera silenciosa pero constante, como se hacen todas las cosas intemporales y exquisitas. Recientemente empezó a enviarme, además de sus fábulas y reflexiones, ilustraciones que de sus narraciones hacía su talentoso sobrino José Hernández, quien había resuelto para la fortuna de los lectores, cambiar la porra por el lápiz como se lo ordenaba diariamente el gen artístico que corre incesante por sus venas, como corría por las de su ascendencia y corre hoy por las de su descendencia.

Una vez estuvo terminado e ilustrado el libro de fábulas, y teniendo en consideración que prácticamente me lo había leído completo, de noche a noche y por WhatsApp, William tuvo el amable gesto de pedirme escribir el prólogo, lo cual acepté encantado. Luego de aceptar, de manera unilateral me impuse una sola condición. El prólogo lo escribiría en mi celular y se lo enviaría por WhatsApp.

Ernesto Forero Fernández

De Castro

Darmowy fragment się skończył.

399 ₽
29,88 zł

Gatunki i tagi

Ograniczenie wiekowe:
0+
Objętość:
93 str. 40 ilustracje
ISBN:
9789587463132
Właściciel praw:
Bookwire
Format pobierania:
Audio
Średnia ocena 4,8 na podstawie 21 ocen
Szkic
Średnia ocena 4,7 na podstawie 453 ocen
Tekst
Średnia ocena 4,3 na podstawie 278 ocen
Tekst, format audio dostępny
Średnia ocena 4,9 na podstawie 1865 ocen
Szkic
Średnia ocena 4,7 na podstawie 22 ocen
Tekst
Średnia ocena 4,9 na podstawie 301 ocen
Tekst
Średnia ocena 0 na podstawie 0 ocen