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Huye, Ángel Mío
II de Los angeles caidos
Virginie T.

Azazel es el primero de los ángeles caídos, al que todo el mundo recurre cuando tiene un problema. Su antiguo vecino le pide entonces que dé alojamiento a una mujer fugitiva, y él acepta sin dudarlo. Esta mujer le afectará profundamente y Azazel esperará lograr la misma felicidad que su hermano Baraqiel conoce con Caitlyn. Solo que para conseguirlo, cada una de las dos almas torturadas deberá hacer las paces con su pasado.

 Huye ángel mío

 Huye ángel mío

 Los ángeles caídos

 Tomo 2

 Virginie T.

Traducido por Gloria Pérez Rodriguez

© 2020. T. Virginie

Dépôt légal : juillet 2020

 Capítulo 1Mallory

Da vueltas, con los labios apretados y la espalda tensa. Lo conozco perfectamente. Sé que retiene las palabras que está deseando lanzarme a la cara. Hay que ser masoquista para querer escucharlas. Yo no lo soy, en absoluto, pero los silencios y las cosas que no se dicen me parecen aún más crueles. Estoy convencida de que una pareja solo puede durar si existe una buena comunicación. ¿Cómo se va a solucionar una circunstancia si tu interlocutor no habla? ¿Habéis oído hablar de un negociador que no dijera una sola palabra para apaciguar una situación? Pues esto es igual.

—Háblame.

Me fulmina con la mirada, y casi estoy tentada de dar marcha atrás. Pero eso no está en mi forma de ser. No me han educado de esa forma. Soy una luchadora, no retrocedo ante las dificultades, sino que me enfrento a ellas con la cabeza alta, sean cuales sean sus consecuencias.

—Dime en qué piensas.

A fuerza de insistir, cede. O más bien, explota y su rabia me alcanza de lleno como un puñetazo en el estómago.

—¡Has dejado tu trabajo! ¡Otra vez! ¡Maldita sea, Mallory! ¡Estoy harto de que no mantengas un trabajo más de unas semanas, harto de luchar para sacar la cabeza del agua cuando está claro que a ti te da completamente igual! Solo piensas en ti, Mal.

Una y otra vez los mismos reproches desde hace meses. Sé que soy bastante inconstante a nivel profesional. Aún soy joven y a los veintiséis años, sigo buscando mi camino, pruebo, me equivoco y cambio. Solo estoy indecisa en este aspecto. Salvo este detalle, sé lo que quiero en la vida: un marido, niños, una casa. En resumidas cuentas, un cuento al estilo Cenicienta como se ven en las revistas y las novelas de amor. Nací en Manhattan y allí viví hasta los doce años. No siempre ha sido fácil. Siempre he sido una hija temeraria, un poco imprudente y algo rebelde frente a la autoridad, y solía meterme en líos. No era una mala alumna, tampoco una estudiante excepcional. En fin, era corriente, y cuando nos fuimos a Montreal me lo tomé como un nuevo punto de partida en la vida. Solo tenía doce años, pero a base de decirme mis padres que acabaría echándome a perder, terminé por creerlo y me dije, el día de nuestra mudanza, que esto sería una manera de ahuyentar la mala suerte. Contra todo pronóstico, hice nuevos amigos con acento cantarín, me esforcé en clase, y hasta conseguí un diploma en comercio. El problema, es que a mi vida le faltaba fantasía, emoción. Quería chispa en ella. Todo era demasiado normal. De hecho, era joven y me aburría soberanamente.

Conocer a Brandon supuso para mí como un nuevo impulso, un renacimiento. Basta con mirarlo para recordarlo como si fuera ayer. Mi amiga Beth y yo habíamos decidido salir a tomar una copa para relajarnos después de un duro día de trabajo como camarera en un pequeño restaurante de carretera. Me ardían los pies y la idea de sentarme y que me sirvieran a mí me parecía el paraíso. Nos arreglamos y salimos del brazo. Una pareja de impacto. La rubia y la morena. La exuberante y… yo. Bueno. Una vez en el bar, empezamos a charlar animadamente y a observar a los especímenes masculinos de los alrededores como en toda velada de chicas que se precie. Al fin y al cabo, éramos dos solteras y mirar nunca ha causado daño a nadie. Brandon se dirigió entonces hacia mí, o más bien hacia la barra para pedir una copa y yo, perdida en la contemplación, le eché sin querer mi copa por encima de los pies. ¡Por Dios! ¡Qué vergüenza! Balbuceé mil excusas mientras le secaba los zapatos con servilletas de papel. Aún recuerdo su risa que me había puesto carne de gallina en los brazos. Y su voz… Una voz embriagadora que me había dicho que había sido la mejor copa que había tomado en su vida. Desde entonces, no nos hemos separado. Fue hace dos años.

El periodo de luna de miel se ha acabado y la vuelta a la realidad es difícil. Quiero a Brandon con todo mi corazón, pero sus reproches me hieren y debilitan nuestra pareja con cada nueva disputa.

—No era un puesto para mí.

Suelta una risa burlona.

—Nunca es un puesto para ti. Cuando no te vas tú, te echan. Nunca funciona y vuelves a empezar una y otra vez de cero. Estoy cansado de esta situación. ¿Tú no?

A mí, lo que me cansa no es mi trabajo, sino estas peleas incesantes y la tristeza que me envuelve cada vez como una segunda piel.

—Encontraré otro trabajo más apropiado.

—Por supuesto. Hasta que de nuevo te canses. Parece que no te importa nada.

—Sí. Me importas tú.

Me acerco a él y me estrecha entre sus brazos. La presión que siento en mi corazón disminuye gracias a este contacto.

—Yo también te quiero. Pero quiero poder construir nuestro futuro y para eso necesitamos dos trabajos para que tengamos los medios necesarios.

Suspiro profundamente. En el fondo, le comprendo. Tengo las mismas aspiraciones, los mismos deseos.

—Quiero tener un mini nosotros, Mal. Pero eso requiere una economía sostenible a largo plazo.

¿Un hijo? ¿Un hijo conmigo? ¿Se siente preparado para comprometerse conmigo hasta ese punto?

—¿Quieres tener un bebé?

Tengo lágrimas en los ojos.

—Eres la mujer de mi vida. Quiero hacerlo todo contigo. Ya es hora de actuar como adultos.

Lo beso hasta casi ahogarlo.

—Te prometo que me esforzaré. Haré todo lo que pueda para encontrar un trabajo y el año que viene tendrás que salir en plena noche para satisfacer mis antojos de embarazada.

Se aparta de mí con una sonrisa.

—Mientras tanto, ha llegado el momento de preparar la comida. Lilas viene a presentarnos al nuevo hombre de su vida.

¡Por supuesto! El nuevo antes del siguiente. Yo cambiaré de trabajo como de camisa, pero a Lilas, lo que no le duran mucho en su vida son los hombres. La amiga de Brandon, que al principio no me caía bien, no es realmente de esas que sigue la rutina de la pareja. Cuando Brandon nos presentó, primero sentí celos. Saber que estaba tan cerca de una bomba sexual como ella me resultaba insoportable. ¡Bueno, es verdad! Lilas es el estereotipo del sueño masculino: piernas interminables, caderas estrechas, un pecho que sobresale por el escote y labios carnosos y seductores. ¡Hasta su voz es provocativa! Cada palabra, por insignificante que sea, en su boca suena erótica. Afortunadamente, Beth me hizo ver cómo mira Brandon a Lilas: como un hermano que cuida a su hermana pequeña para que no se meta en líos. Mientras que cuando me mira a mí… sus ojos están ardientes como el fuego.

—Beth viene también con Tom. Está aquí el fin de semana y parece que tienen una gran noticia que contarnos.

La comida se desarrolla en un ambiente agradable. Lilas, Beth y Tom se conocen desde hace ya algunos meses y resulta que el nuevo, Léon, se integra muy bien en nuestro pequeño grupo. Siendo un novio de Lilas, no me esperaba un físico como el suyo. Ella es bastante frívola y lo que más le importan son las apariencias. Suele echar el ojo al arquetipo del chico guapo: alto, musculoso, bronceado y… no mucho en la mollera siempre que tenga lo que hay que tener en el calzoncillo. Léon no sigue en absoluto estos códigos. Tampoco es que sea feo, no exageremos. Sencillamente, es diferente. Con un metro setenta y cinco, es solo un poco más alto que yo. En lugar de una barba incipiente de tres días que les da a los hombres un toque viril encantador, la suya es poblada de varias semanas que me irritó la piel instantáneamente cuando me dio un beso para saludarme. Solo los músculos se corresponden con los de sus otros novios. Léon tiene unos bíceps tan gruesos como mis muslos, cubiertos de tatuajes tribales que me intrigan. Curiosa por naturaleza, le hago preguntas para descubrir lo que ha seducido a nuestra pizpireta Lilas.

—¿A qué te dedicas, Léon?

—Soy informático. Persigo a los cibercriminales en la red para ayudar a la policía.

Ah. Mira, eso es serio. Estoy impresionada. ¿Le habrá tocado la lotería a Lilas?

—Ese es un trabajo importante.

Se ríe, con una risa grave y profunda, y sus ojos se entrecierran entonces dejando aparecer algunas finas arrugas en el rabillo del ojo.

—Se me dan bien estas cosas. Pero de hecho, solo tengo que teclear en mi ordenador a lo largo del día, cómodamente sentado en mi sillón, y enviar por email a la comisaría los datos importantes que descubra.

Y modesto, además. Evidentemente, tiene que meterse Brandon en la conversación. El hermano desconfiado y protector ha vuelto.

—¿Entonces no eres poli?

—No. Ni siquiera he conocido a la mayoría de los inspectores que me contratan. Trabajo como freelance y todo pasa a distancia la mayoría del tiempo. Es raro que tenga que ir allí. Soy más bien un tipo hogareño.

Intervengo antes de que Brandon estropee la cena con observaciones infundadas y groseras.

—¿Quién quiere un café?

Preparo las bebidas calientes con la ayuda de Beth que parece estar en una nube.

—¿En qué piensas?

Sacude la cabeza sin responderme, haciendo que sus mechones rubios se muevan en todos los sentidos.

—¡Venga! Soy tu mejor amiga. No puedes andarte con secretitos y no contármelo.

—Lo sabrás al mismo tiempo que todo el mundo.

—¡Beth! No seas tonta. Venga, ¿qué?

Sigue con la boca herméticamente cerrada. Pero yo también tengo algo para ella.

—Si me dices tu secreto, yo te digo el mío.

Sus ojos se iluminan entonces y clava dos rayos láser sobre mí.

—Tú no tienes secretos. Siempre me cuentas las cosas en cuanto te pasan.

—Es verdad. Pero esto ocurrió justo antes de que llegaras y no he tenido tiempo de llamarte.

Me mira fijamente, para saber lo que es verdad o no.

—¿Vas a cambiar de trabajo otra vez?

Bajo los hombros. Beth tiene la misma opinión que Brandon en cuanto a mi manera de gestionar mi vida profesional y una sola pelea sobre el tema me basta por hoy. No me apetece volver a hablar de eso.

—No me refiero a eso.

Mi amiga comprende el mensaje y afortunadamente no insiste. Se lo agradezco en silencio, un tanto desmoralizada por no estar a la altura de lo que la gente que me importa espera de mí.

—De acuerdo. No me pongas esos ojitos de cachorro, que no lo soporto. ¿Estás preparada para saltar de alegría por mí?

Sacudo fuertemente la cabeza, impaciente por saber la noticia en primicia.

—Tom viene a vivir aquí conmigo. Ha puesto a la venta su apartamento de Nueva York y ya ha encontrado trabajo en Montreal.

—¡Uau!

Ya está, me he quedado como colgada. Mi amiga me anuncia que va a vivir con su novio y eso es todo lo que consigo decirle. Me sacudo mentalmente, me doy una bofetada y me lanzo hacia ella para darle un buen abrazo.

—¡Enhorabuena! ¡Estoy tan contenta por ti!

Sé que Beth ha tenido dudas desde hace tiempo sobre su pareja. No por la falta de compromiso de su chico, porque Tom le profesa un amor sin límites y todo el mundo puede verlo, sino por la distancia que los separa y que pondría a prueba a cualquier pareja. Me alegro mucho de que haya aguantado, sin nunca perder la esperanza, porque hoy, ha obtenido sus resultados. Va a vivir con su pareja. Está tan emocionada que, a pesar de su sonrisa radiante, se le escapa una lágrima.

—¿Y tú? ¿Cuál es tu secreto, Mallory?

El mío parece poca cosa al lado del suyo, porque solo es una promesa, pero una promesa que pienso mantener…

—Brandon quiere que tengamos un hijo.

—¿Qué?

—Brandon quiere un bebé.

Mi amiga se queda en silencio. Demasiado. ¡Y yo que pensaba que se alegraría por mí!

—¿Cuál es el problema? ¿No te cae bien Brandon?

—Sabes que sí. Solo que estoy sorprendida, eso es todo. No dejas de cambiar de trabajo. No es una situación ideal para concebir un hijo. ¿No te parece?

Evidentemente. Beth es una persona práctica, exactamente igual que mi novio.

—Le he prometido a Brandon que encontraría un trabajo y lo mantendría. Esa es la condición para tener un hijo juntos.

—Ya veo.

Su comentario me toca la fibra sensible.

—¿Qué ves?

Beth es muy consciente de pisar un terreno pantanoso y se para un momento a pensar lo que me va a decir bajo mi furiosa mirada.

—Mallory. Eres una chica genial, y mi mejor amiga desde hace demasiado tiempo para contar los años, pero la constancia profesional, no es lo tuyo.

—¿No me crees capaz de cumplir una promesa hecha a mi pareja?

— Mal, no se trata de eso…

—Te demostraré que soy capaz de cambiar. Ya lo verás. Lo conseguiré.

Dicho esto, vuelvo con los demás, más decidida que nunca a demostrar mi valía.

 Capítulo 2Mallory

Hace meses que me esfuerzo en cumplir esa maldita promesa y voy de decepción en decepción. Soy incapaz de saber lo que quiero hacer como trabajo. Encadeno experiencias en diversos sectores en busca de respuestas, desde cajera a embotelladora en una fábrica, de guía turístico a secretaria médica, y se está volviendo cada vez más difícil explicar mis elecciones sin relación unas con otras durante las entrevistas de trabajo. Los responsables de contratación consideran que no soy digna de confianza por cambiar de trabajo tan a menudo, y la mayoría no me dan ninguna oportunidad a pesar de mi firme motivación. En cuanto a los que sí me la dan, terminan por despedirme sin remedio, reprochándome mi falta de implicación. Estoy en un callejón sin salida, más deprimida que nunca, y ni siquiera puedo contárselo a Beth. Desde el día de la comida en mi casa, nuestra relación se ha degradado. No, no es la palabra adecuada. Digamos mejor que nos hemos distanciado una de la otra. Principalmente, por mi culpa, tengo que confesarlo. Al principio, justifiqué mi comportamiento dando prioridad al hecho de que Tom y ella se iban a vivir juntos y necesitaban intimidad para construir su nueva vida. En realidad, si me he distanciado, era para no leer en sus ojos la decepción con cada uno de mis nuevos fracasos. Ya tengo bastante con la mirada de Brandon. Beth tenía razón al dudar de mí, y soy yo a quien culpo más. ¡Es cierto! ¿Qué va mal en mí para que sea incapaz de decidirme de una vez por todas? Si no lo hago por mi novio, entonces ¿qué diablos me hará sentar la cabeza?

No soy la única que no sabe lo que quiere. Como se suponía, Lilas y Léon se separaron después de algunos meses. Bueno, algo ha progresado ella, porque lo normal es que sean semanas. Es una pena. Me cae bien Léon. Nos hemos visto varias veces saliendo los cuatro y confieso que ha nacido una amistad entre nosotros. Aún hoy, aunque ya no salga con Lilas, seguimos viéndonos. Además, es el único amigo a quién realmente le puedo contar las cosas sin que me juzgue. Se ha convertido un poco en mi confidente, y nunca podré agradecerle lo suficiente que esté ahí para mí en cualquier circunstancia. Después de una enésima pelea con Brandon, me dijo en tono de broma que debería dejarlo y formar una pareja con él. Adoro a Léon, pero no lo veo de esa manera. A pesar de nuestras discusiones, estoy enganchada a Brandon y nuestras riñas son cada vez más como cuchillos clavados en mi corazón. Y de nuevo hoy, temo cruzar la puerta de entrada y decirle que me han echado de mi trabajo de cuidadora de niños. Pensé que sería un buen entrenamiento para el papel de padres, pero los padres en cuestión, para los que trabajaba, no querían que siguiera en la casa. En fin, sobre todo la señora, que sospechaba que su marido tenía fantasías conmigo. ¡Ay, cuando nos dominan los celos! Entonces, me despidió sin más ni más después de haber sorprendido a su marido mirando con deseo mi trasero cuando me inclinaba para recoger un juguete, y ahora tengo que decírselo a mi novio que pasa ampliamente de las razones de mis despidos. Todo lo que ve, es que no tengo trabajo, y punto. Suena mi teléfono, lo que aplaza la discusión que se anuncia, y a pesar de todo, sonrío al ver el nombre que se muestra en la pantalla.

—Hola.

—Hola, guapa. ¿Qué hay de nuevo?

Un profundo suspiro se escapa de mis labios mientras mis hombros se bajan.

—¿Mallory?

—Me han despedido.

Una primera lágrima cae a toda velocidad por mi mejilla. La primera de una larga serie que retengo desde que salí de la casa de mis exempleadores.

—Eh, Mal. No llores, preciosa. Sabes que no lo soporto. Dime, ¿qué ha pasado?

—El marido me echó una de esas miraditas otra vez sin ninguna discreción y eso no fue del gusto de la mujer.

—Vale, vale. Cálmate. No es culpa tuya, preciosa. No podías hacer nada si el tío no podía controlar su libido frente a tu belleza. Su relación marital no es asunto tuyo. Son ellos los que tienen un problema. Anda, deja de llorar.

Sollozo sin cesar y me pregunto cómo hace Léon para comprender lo que le cuento.

—¿Qué va a decir Brandon? Vamos a tener otra discusión y…

—Para, Mal. Brandon te quiere, pero si no es capaz de aceptarte como eres es que no te merece. Eres una chica genial y cualquier hombre estaría feliz de estar contigo, ¿de acuerdo?

Siempre tengo la moral por los suelos, pero Léon tiene el don de hacerme sentir mejor. Respiro profundamente varias veces para recuperar el control.

—Gracias. Me sienta muy bien relajar la presión.

—A tu servicio. Ya te lo he dicho: siempre estaré aquí para ti. Puedes llamarme día y noche.

No sé qué responder a tanta amabilidad. A veces, pienso que espera más de mí de lo que puedo darle, pero muy egoístamente, no quiero que se aleje de mí.

—Gracias otra vez. Tengo que irme.

—Llámame después a ver cómo ha ido. Estaré contigo en un minuto si me necesitas.

No respondo. No estoy segura de estar en condiciones de llamarlo después de la conversación que me espera.

—Prométemelo, Mal.

—Lo intentaré.

Cuelgo antes de que insista. Está demasiado metido en mi relación de pareja. Es hora de que me comporte como un adulto y asuma mis acciones.

A pesar de mis buenas intenciones, entro en casa de mala gana. Brandon está ahí, en el sofá, con los brazos cruzados y la mirada fijada en mí. Es evidente que me esperaba.

—Hola.

—¿De nuevo sin trabajo?

Me estremezco a mi pesar mientras me descalzo. Intento ganar tiempo, pero no está de humor para darme un respiro.

—Es inútil andarse con rodeos. Te has quedado en el coche durante media hora. ¿Buscabas la manera de decirme la noticia una vez más?

—No es culpa mía, Brandon…

No me deja acabar la frase. Se levanta bruscamente y levanta los brazos al techo.

—Nunca es culpa tuya, Mallory. No tiene que ver contigo, pero el resultado es el mismo: ya no tienes trabajo de nuevo y yo tengo que cargar con todo, con las facturas y las compras, pasando por la gasolina de mi coche que tú utilizas para ir a las entrevistas que, una vez más, no te llevarán a nada.

Es la primera vez que me acusa de ser una mantenida y me lo tomo muy mal. Es lo menos que puedo decir.

—Lamento ser una carga para ti. Pensaba que al vivir juntos, las parejas hacían frente común, pero es evidente que me he equivocado.

Sube el tono, enfadándose cada vez más mientras va de un lado a otro delante de mí.

—Hacer frente común no significa que yo deba pagarlo todo mientras tú te lo tomas con calma.

No puedo soportar sus palabras infundadas.

—¿Porque según tú no hago nada? ¡Me paso el tiempo buscando trabajo!

—Precisamente, Mallory. Lo único que haces es buscar. Solo que cada vez encuentras menos, y las pocas veces que te contratan, apenas aguantas una semana en el puesto, y luego, vuelta a empezar. ¡Esto no tiene fin, y estoy harto!

No sé si debo reír o llorar. ¡Estoy tan cansada de ver cómo se desmorona nuestra relación por tan poco! Porque para mí, es ridículo. Mientras nos queramos, eso es lo más importante y nuestra pareja debería reforzarse a través de las pruebas que tenemos que atravesar. Pero al contrario, nuestra pareja se desgarra con cada obstáculo y me temo que pronto no quedará nada a pesar de todo el amor que sentimos. Suelto entonces la primera idea que se me pasa por la cabeza.

—Deberíamos tener un hijo. Sin esperar más.

Esto al menos le hace parar un momento y posa sus ojos sobre mí. Me explico antes de que la ira le domine de nuevo y no me escuche.

—¿Por qué esperar? Tú mismo lo has dicho. Yo estoy disponible. Tendré todo el tiempo para ocuparme de él. Lo que importa es que nos queramos y que ese niño sea la prueba.

Brandon se echa a reír de forma estrepitosa, lo que resuena en nuestro salón apenas amueblado.

—¿Me dices que tengamos un hijo y que tú te ocuparás de él mientras yo curro como un esclavo para mantenerte a ti y a tu retoño?

¿Mi retoño? Me trago mi saliva por donde no es y me siento como puedo en una silla antes de desmoronarme en el suelo.

—¿Porque te crees que sigo queriendo tener un hijo contigo? Después de tantas discusiones, piensas de verdad que me apetece comprometerme contigo?

Sus ojos son de hielo mientras me mira fijamente, a la espera de mi respuesta. Pero, ¿qué responder a esto? Me doy cuenta de que no me había dado cuenta de la amplitud del abismo que se ha creado entre nosotros. Pensaba que era una fase pasajera que terminaríamos por superar. Sin embargo, estoy muy lejos de la realidad. Solo puedo murmurar, porque mi voz está atrapada en la garganta.

—No, supongo que no.

Brandon está cansado. Se deja caer sobre el sofá con todo su peso, haciendo chirriar el mueble, mientras continúa con un tono monótono.

—Sinceramente, Mallory, ya no estoy seguro de querer continuar.

Segunda puñalada en el pecho. No quiero que explique lo que piensa pero al mismo tiempo, lo necesito para comprender la amplitud del daño.

—¿Continuar el qué?

—Nuestra historia.

Debo de ser masoquista. Quiero que lo precise.

—¿Es decir?

—Ya no tengo la certeza de querer vivir contigo. Pienso que deberíamos hacer una pausa durante un tiempo.

Una pausa… Todo el mundo sabe lo que quiere decir «hacer una pausa» en una pareja. Es una manera cortés, si es que existe alguna, de romper sin decirlo claramente. Si no estuviera sentada, probablemente me habría caído al suelo de dolor. He perdido el equilibrio y necesito más que nunca a Beth. Necesito a mi mejor amiga para curar mis heridas. Pero soy demasiado orgullosa para pedirle ayuda.

—Te doy tiempo para que te recuperes, pero me gustaría que hicieras las maletas lo antes posible.

¿Porque encima me echa de la casa? Me quedo ahí, con la boca abierta y los brazos caídos, mientras mi vida se va al garete.

—Es inútil que me mires así. Tú no puedes pagar el alquiler y los demás cargos. Todas las facturas están ya a mi nombre, y soy yo quien ha pagado todos los muebles.

En un día, lo he perdido todo. Mi trabajo, mis sueños de vida ideal y a mi novio. Exnovio. Mejor hacerme a la idea. Me levanto con un movimiento brusco.

—¿Por qué esperar? Voy a hacer las maletas.

— Mallory.

Suspira antes de continuar.

—No te lo tomes así. Lo hago por nosotros.

Me ahogo en mi propia furia.

—¿Por nosotros? ¿Me echas de casa para arreglar nuestra pareja?

Al menos tiene la decencia de bajar los ojos.

—Solo lo haces por ti. Y ahora, si me permites, voy a darme prisa en embalar mis cosas para que mi presencia no te incomode.

Afortunadamente, no me sigue a la habitación. No habría podido seguir con nuestra pelea verbal. Este día no se acaba y mi corazón está en pedazos cuando amontono mi ropa en una bolsa de viaje. Solo cojo lo esencial, porque no tengo sitio para más, y el ruido de la cremallera cuando cierro la bolsa me hace darme cuenta de lo que implican estos últimos acontecimientos. Voy a tener que empezar de cero, reconstruirme, y voy a tener que hacerlo sola. ¿Volver a casa de mis padres? No tiene sentido. Ya pasé la edad de vivir con papá y mamá y tener que rendir cuentas

Dejo la casa sin decir nada y sin mirar atrás. Brandon me ha ofrecido amablemente que coja su coche. Me he mordido la lengua para no decirle que podía meterse la llave donde le cupiera ¡Para que luego me eche en cara que utilizo SU coche! Prefiero tener los pies deshechos de caminar antes que soportar otra humillación más.

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