Czytaj książkę: «Montesquieu y la construcción de la paz internacional»

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Corrección de estilo: Óscar Díaz Chávez

Diagramación: Carlos A. Vela Turcott

Versión digital: Daniel P. Estrella Alvarado

Impreso en México



χαλεπὰ τὰ καλά

(Lo bello es difícil)


Índice

Prólogo

Introducción

1. El método y los objetivos de Del espíritu de las leyes

Los orígenes de lo político en Montesquieu

2. Las formas de gobierno según Montesquieu

República

Democracia

Aristocracia

Monarquía

Gobierno despótico

3. La arquitectura del Estado y su efecto en la construcción de la paz

La república, la forma más pacífica de gobierno

En defensa de la igualdad

4. El comercio como mecanismo civilizatorio

La división de poderes

5. El derecho de guerra en Montesquieu

Montesquieu frente a la teoría de la paz democrática y la paz perpetua

Conclusiones

Referencias

Prólogo

Montesquieu es una elección curiosa para hablar sobre la paz internacional. La filosofía es un paraje árido y muchas veces solitario. A veces pareciera que el texto filosófico, si no es aburrido, no puede ser considerado serio ni valioso. Montesquieu es de esos autores, como Hume, como Thomas Reid, que son vivos ejemplos de que se puede escribir filosofía de primer nivel sin por ello descuidar el estilo, la simplicidad, la sátira, la belleza del texto que regocija el alma.

Elegí a Montesquieu porque me enamoré de su espíritu, de su alma juguetona, incisiva, profunda y sistemática. Montesquieu es sin duda una de las mentes políticas más brillantes de la humanidad, y también, hay que decirlo, una de las más olvidadas.

Me propuse emprender esta obra inspirado en las palabras de aliento que Charles Louis de Secondat, señor de la Brède y barón de Montesquieu se da a sí mismo en el prefacio de Del espíritu de las leyes, su obra política de madurez:

Si esta obra tiene éxito se lo deberé, en buena medida, a la grandeza del tema; sin embargo, creo que no carezco en absoluto de ingenio. Cuando vi lo que tantos grandes hombres escribieron antes que yo en Francia, Inglaterra y Alemania, me llené de admiración, pero no perdí ánimos y dije como el Correggio: “Yo también soy pintor”.[1]

Cuenta la leyenda que Antonio da Corregio, pintor italiano del Renacimiento, exclamó dicha frase tras contemplar uno de los magníficos cuadros de Rafael.

Igual que Montesquieu, reconozco humildemente que los hombres y mujeres que me precedieron, desde los titanes de la filosofía hasta los docentes que dedicaron su esfuerzo y cariño para formarme, tienen mucho más camino recorrido que yo. Pero no me desanimo y seguro de mi propia voz y de mi esfuerzo, inicio este libro pronunciando como Montesquieu y el Corregio. ¡Anch’io sono pittore! (¡Yo también soy pintor!).

Al sueño de la paz se llega por muchos caminos. Algunos la buscan en aras de evitar los horrores y la destrucción de la guerra. Otros, con el corazón roto, se marchan de este mundo convencidos de que tal sueño es absolutamente inalcanzable. Mi deseo de pensar y hacer la paz inició, paradójicamente, en el lugar menos devoto de la paz, entre los muros del Heroico Colegio Militar.

Dedico los frutos de este esfuerzo intelectual a todos los cadetes e instructores del Curso de Adiestramiento Militar Básico Individual (cambi) 2014. Reímos juntos, sudamos juntos, lloramos juntos. Todos dejamos ese Heroico Colegio Militar con el alma tatuada de verde pixelado. Cara al sol con mi uniforme verde.

[1] Montesquieu, Del espíritu de las leyes, trad. Mercedes Blázquez y Pedro de Vega, Madrid, Tecnos, 2014, p. 5.

Introducción

La búsqueda de la paz internacional y del fin de todas las guerras ha impulsado a incontables hombres a perseguir este sueño, de apariencia inalcanzable para una humanidad herida por la guerra. De entre todas las formas de violencia, la guerra ha sido una de las principales amenazas a la seguridad de las personas y de las naciones por su especial carácter destructivo, y por ser el caldo de cultivo propicio para las peores atrocidades que el ser humano es capaz de cometer contra sí mismo y contra su entorno.

En este libro me propongo analizar el proyecto político-arquitectónico de Montesquieu con la finalidad de articular sus propuestas para alcanzar la paz internacional.

Las tesis más relevantes para articular una propuesta de Montesquieu para la paz internacional se localizan en los primeros doce libros de Del espíritu de las leyes. Dicha propuesta descansa sobre tres ejes:

1. La república es, con su división de poderes y con su sistema de incentivos y desincentivos para evitar la guerra, la forma más pacífica de gobierno.

2. El comercio como mecanismo civilizatorio.

3. El derecho de guerra.

Digo “una propuesta” y no “la propuesta de Montesquieu”, porque en ninguna de sus obras se fijó como principal propósito el sortear los laberintos de la guerra y la paz. Sin embargo, eso no significa que deba realizarse una ardua labor arqueológica y artificial para encontrar una propuesta de política internacional entre las letras de Charles-Luis de Secondat, señor de la Brède y barón de Montesquieu. Por el contrario, en esta obra me permito trabajar, si se me permite el atrevimiento, con un feliz accidente, con un palimpsesto que sin desearlo expresamente, dejó tras de sí el barón de Montesquieu, oculto en los trazos de su arquitectura política.

A lo largo del libro enunciaré y articularé las propuestas de Montesquieu para la paz internacional en tres niveles:

1. Antropológico (¿el hombre es un animal pacífico por naturaleza?).

2. Efecto de la estructura del Estado en la construcción de la paz internacional (sistema de incentivos y desincentivos para ir a la guerra, división de poderes, instituciones, imperio de la ley, etcétera).

3. Convivencia internacional.

En este libro me limito a integrar la propuesta de Montesquieu para la paz internacional a partir de Del espíritu de las leyes, su gran obra de madurez. Otros de sus textos serán referidos sólo de manera complementaria.

La forma en que cito Del espíritu de las leyes es la siguiente. El primer número romano es el libro, el segundo número romano es el capítulo y, finalmente, añado la página de la edición que utilizo (con la traducción de Mercedes Blázquez y Pedro de Vega) para mayor detalle de los párrafos a los que hago alusión. Actualmente, no existe una numeración canónica para esta obra. Sin embargo, dado que los capítulos son relativamente pequeños, basta citar haciendo referencia a los libros y capítulos.

Víctor Antonio Hernández Ojeda

1. El método y los objetivos
de Del espíritu de las leyes

En este apartado mi objetivo es describir las principales líneas argumentativas y metodológicas de Del espíritu de las leyes, para ubicar el lugar de Montesquieu en la historia de la filosofía política. En ese tenor, identificaré qué elementos de la filosofía política grecorromana y de la moderna hacen eco en su pensamiento, y en cuáles se distancia para realizar una propuesta política distinta.

Lo primero que notará cualquier lector en Montesquieu es una profunda influencia de la tradición clásica que le precede. Su conocimiento sobre filosofía, política y derecho de los antiguos griegos y romanos es patente a lo largo de Del espíritu de las leyes y otros de sus textos más destacados.

A primera vista, Del espíritu de las leyes parece otro texto clásico de filosofía política, un estudio sobre tres formas de gobierno; la república (que puede adoptar la forma de una democracia o de una aristocracia), la monarquía y el gobierno despótico. Al inicio de la obra, Montesquieu analiza la naturaleza o constitución de estos regímenes, lo que los hace ser esas formas de gobierno y no otras; así como su principio, el entramado de incentivos y pasiones humanas que ponen a estos gobiernos en movimiento (dicho principio, propone Montesquieu, se deriva necesariamente de la naturaleza de cada gobierno).[1]

La diferencia entre la naturaleza del gobierno y su principio es la siguiente: la naturaleza es lo que le hace ser tal; el principio lo que le hace actuar; la naturaleza es su estructura particular; el principio, las pasiones humanas que le ponen en movimiento”.[2]

El gobierno republicano es aquel en el que todo el pueblo (democracia) o sólo parte del pueblo (aristocracia), ejerce el poder soberano. El principio de la democracia es la virtud política (amor a la patria, amor a la igualdad, anteposición del bien público sobre el privado) y el de la aristocracia es la virtud de la moderación. El gobierno monárquico es en el que una sola persona ejerce el poder soberano conforme a leyes y su principio es el honor. Por último, el gobierno despótico es el gobierno de una sola persona conforme a su capricho. Su principio es el temor.[3]


Así expuesto, pareciera que Montesquieu estuviera escribiendo un libro que no se diferencia mucho de la tradición grecolatina y escolástica que le precede; pareciera un texto de filosofía política con las mismas categorías, presupuestos y objetivos. Sin embargo, la particularidad de Montesquieu es el tratamiento que da a estas tres formas de gobierno. No las estudia en términos morales, como antaño hicieron Platón y Aristóteles (describir qué forma de gobierno es la mejor, cuál es la peor, cuál fruto del vicio, cuál de la virtud, etc.), sino en términos contextuales y arquitectónicos.

Montesquieu propone que cada nación de la Tierra, dependiendo de su carácter, costumbres, historia, geografía, clima, actividad comercial, riqueza, religión… tendrá alguna de las tres formas de gobierno mencionadas. La forma de gobierno que adquiere cada pueblo, las leyes, los cargos públicos, la totalidad de la organización política, es producto de las circunstancias geográficas y sociales de cada territorio particular. Por tal motivo, Montesquieu no diseña la narrativa de su obra en términos de la mejor o la peor forma de gobierno.[4]

El primer indicio de que Montesquieu desea plantear su propuesta política no en términos absolutos (el mejor gobierno conforme a naturaleza, el mejor gobierno conforme a virtud, el gobierno más útil, etc.), sino en coordenadas contextuales, aparece en el pasaje de la refutación del gobierno paterno como modelo de todos los gobiernos.

En un pequeño párrafo, Montesquieu señala que algunos individuos han sostenido que el gobierno más conforme a la naturaleza es el gobierno de uno solo, pues ése es el gobierno que la naturaleza ha instituido en la familia, el gobierno del padre (la patria potestad). Si la autoridad del padre está fundamentada en que sea el gobierno de uno, ¿entonces cómo se justifica el gobierno de los hermanos o de los primos cuando ha fallecido el padre? Si los hermanos o los primos tienen autoridad sobre la familia, la fuente de tal autoridad no puede ser el hecho de que uno gobierne (pues más de uno está gobernando la familia), sino alguna otra cosa.[5]

Refutada la idea de un modelo universal (en este caso, de imitación de la naturaleza) al cual todas las formas de gobierno del mundo deban adecuarse, Montesquieu propone lo siguiente:

El gobierno más conforme a naturaleza es aquel cuya disposición particular se adapta mejor a la disposición del pueblo al cual va destinado.

La ley, en general, es la razón humana en cuanto gobierna a todos los pueblos de la tierra; las leyes políticas y civiles de cada nación no deben ser más que los casos particulares a los que se aplica la razón humana. Por ello, dichas leyes deben ser adecuadas al pueblo para el que fueron dictadas, de tal manera que sólo por una gran casualidad las de una nación puedan convenir a otra…

Deben adaptarse a los caracteres físicos del país, al clima helado, caluroso o templado, a la calidad del terreno, a su situación, a su tamaño, al género de vida de los pueblos según sean labradores, cazadores o pastores.[6] Deben adaptarse al grado de libertad que permita la constitución, a la religión de los habitantes, a sus inclinaciones, a su riqueza, a su número, a su comercio, a sus costumbres y a sus maneras.[7]

Como puede apreciarse en este pasaje, Montesquieu sostiene que cada forma de gobierno se establece no por capricho, sino conforme al pueblo al que va dirigido. La propuesta de Montesquieu es contextual, no arbitraria. Si en efecto la ley no es más que la razón humana aplicada a un caso particular, cualquiera podría evaluar por qué a un pueblo con determinadas características, le conviene x forma de gobierno.[8] Ése es en buena medida uno de los objetivos de Montesquieu, que cada ciudadano pueda racionalizar por qué su gobierno funciona como funciona.[9]

Este pasaje resulta además muy ilustrativo sobre por qué la obra se titula Del espíritu de las leyes. Montesquieu sostiene que el gobierno se forma (se instaura por primera vez) mediante leyes políticas y se mantiene mediante leyes civiles (de convivencia).[10] Y es preciso advertir al lector que la categoría de “ley” en Montesquieu es flexible y no está limitada a la ley escrita y codificada que nos viene de inmediato a la mente en nuestro imaginario contemporáneo. En algunos pasajes, Montesquieu discute sobre leyes naturales y en otros, sobre leyes positivas. En ocasiones, “ley” hace referencia a costumbres o a instituciones. Cuando habla de la constitución de un Estado, no se refiere a un código, sino a la esencia de su forma de gobierno (a su naturaleza y a su principio). La forma en que se conserva la naturaleza y el principio de un gobierno, es decir, como se despliega la constitución de un Estado, son las leyes entendidas en ese sentido amplio: instituciones, magistraturas (cargos públicos), leyes escritas, costumbres, etc. Por esa razón, Montesquieu sostiene en este pasaje que las leyes deben adaptarse al contexto de cada pueblo y a la constitución de cada gobierno.

Montesquieu se aparta de ese glorioso absoluto, la mejor, la peor forma de gobierno. En su propuesta política, el único criterio para enjuiciar a las sociedades es el de la congruencia. Cada una de las tres formas de gobierno tiene una naturaleza, una nota característica que las distingue de las otras, así como un principio, un entramado de pasiones e incentivos que motiva la acción política (e.g. en la monarquía, los nobles se motivan a obedecer al rey y a las leyes para tener más títulos y precedencias; incentivo que no existe en la democracia, en la que todos los ciudadanos tienen igual ejercicio del poder soberano).[11] Montesquieu, al proponer un proyecto político contextual, nos ofrece una serie de herramientas para evaluar si en efecto una sociedad ha conservado la naturaleza y el espíritu de su gobierno o si lo ha corrompido (es decir, si ha transformado su forma de gobierno en otra). Al determinar si en efecto x sociedad ha preservado la naturaleza y el espíritu de su gobierno, Montesquieu no realiza un análisis moral (por ejemplo, en términos de virtud), sino un análisis arquitectónico.

Aquí adelanto la lectura particular que propongo de Del espíritu de las leyes, la guía hermenéutica desde la que interpreto el texto en su conjunto. Existen algunas discusiones particulares en torno a esta obra. Algunos se disputan si en este estudio Montesquieu tenía una especial preferencia por el gobierno monárquico o por el republicano.[12] Otros discuten la influencia de Maquiavelo en Montesquieu y el grado de (des)acuerdo entre su pensamiento.[13] Algunos investigadores rastrean el tema de la moderación política a lo largo del libro[14] y algunos otros rastrean la tematización de la libertad política.[15] Sin embargo, la interpretación que aquí propongo no es sobre un tema particular, sino una guía para interpretar muchos de los argumentos que aparecen sistemáticamente en el libro y es la siguiente.

La tesis de que los gobiernos tienen una génesis contextual lleva a Montesquieu a formular un tipo de argumento (uno de los más empleados en toda la obra) al que me permito denominar el argumento arquitectónico: Dado que su contexto ha llevado a las naciones a erigir cierta forma de gobierno particular, todas las leyes, las magistraturas,[16] las instituciones y los incentivos del Estado; deben estar al servicio de conservar esa forma de gobierno. En ese sentido, son argumentos arquitectónicos todas las prescripciones administrativas, fiscales, militares, judiciales, legislativas o de cualquier otra índole que Montesquieu propone en aras de preservar la naturaleza y el espíritu de cada gobierno.

Los argumentos arquitectónicos son, por ponerlo en jerga kantiana, imperativos hipotéticos. No están basados en un criterio moral absoluto (x es la mejor o peor forma de gobierno y por eso se le debe procurar por sí misma o evitar por sí misma), sino que están formulados como un consejo prudencial. “Si quieres preservar x forma de gobierno, entonces debes hacer y”. He aquí un par de ejemplos de argumentos arquitectónicos:

1. La monarquía es el gobierno de uno solo conforme a leyes establecidas.[17] Si una monarquía conquista muchos territorios y se convierte en un imperio, los territorios más lejanos acabarán teniendo un gobierno despótico, discrecional; pues muchas resoluciones deberán tomarse de forma expedita y prudencial, dados los prolongados tiempos de consulta y respuesta con el monarca. El monarca y sus ministros están demasiado lejos de las tierras conquistadas como para poder verificar que en efecto el gobierno sobre tales pueblos se realiza conforme a las leyes del gobierno monárquico. Por tanto, si la monarquía desea seguir siendo monarquía (gobierno de uno conforme a leyes) en cada rincón de su territorio, no debe sobrexpandirse (convertirse en un imperio).[18]

2. El principio fundacional de la democracia es la igualdad, en ella, todos los ciudadanos ejercen el poder soberano; a diferencia de formas de gobierno como la monarquía y el despotismo, en las que existen claras jerarquías que reservan el ejercicio del poder a unos cuantos (e.g. la nobleza, en el caso de la monarquía). En las monarquías y en los gobiernos despóticos, basta la orden del príncipe para que se ejecuten los negocios del Estado. En la democracia, dada la ausencia de jerarquías, sólo la virtud política, el amor por la patria y la búsqueda del bien común pueden ser el único motor que haga caminar la vida del Estado. El quehacer político cotidiano en una democracia depende de la automotivación de sus habitantes, no del mandato externo de un príncipe. Ningún vizconde o duque puede obligarme, por ejemplo, a acudir a votar, a escuchar en la asamblea el examen a la gestión de un magistrado… nadie está facultado a obligarme a que me interese por los negocios del Estado (y tampoco hay nadie autorizado a recompensarme si lo hago). Si los ciudadanos no se automotivan a obrar cotidianamente por virtud, el Estado queda paralizado (las magistraturas no trabajan, se suspende la actividad legislativa, no se acude a las votaciones, etc.). Por tal motivo, la educación en las democracias debe ser una educación en la virtud política y en el amor a la patria, que incendie los corazones de los ciudadanos desde pequeños. Así, al crecer, los ciudadanos participarán de la vida política sin perseguir una recompensa ni temer el castigo de alguna autoridad, sino por amor, plenamente automotivados, deseosos de hacer todo por preservar la naturaleza de su forma de gobierno (la igualdad).[19]

Nótese cómo este tipo de argumento se distingue de otras tradiciones de filosofía política que se fundamentan en algún tipo de criterio moral o utilitario: el Estado debe hacer x porque es bueno (e.g. el príncipe cristiano debe obrar de tal manera para asegurar la felicidad terrena y la vida eterna de sus súbditos). El Estado debe hacer x porque es útil (utilitarismo). El Estado debe hacer x porque es lo debido (teorías del deber), etc. Le llamo “argumento arquitectónico” porque siempre adopta la forma de una prescripción o de una proscripción, en aras de conservar la estructura fundamental de cada forma de gobierno, de conservar su constitución entendida en sentido ontológico, aquello que le hace ser eso y no otra cosa. En ese sentido, podemos interpretar Del espíritu de las leyes, si se me permite la expresión impropia, como un manual exhaustivo para la construcción de monarquías, repúblicas y gobiernos despóticos.

Ahora bien, es importante destacar que Del espíritu de las leyes no contiene exclusivamente argumentos arquitectónicos. Existen abundantes apartados con argumentos históricos, morales, legales y de distinta índole. La obra abarca una amplísima gama de temas, desde el diseño más abstracto del Estado y los orígenes de la vida política, hasta las disposiciones legales e institucionales que cada forma de gobierno debe adoptar con relación al clima, al suelo, al número de habitantes, al lujo, al maquillaje, etc. La guía interpretativa que aquí propongo aspira dar unidad incluso a esas disposiciones tan peculiares. Bajo esta lectura, Del espíritu de las leyes no es meramente una colección de consejos geográficos y curiosidades históricas, sino un estudio histórico y de política comparada sobre las implicaciones que tiene cada ley, cada norma, cada magistratura, cada institución, cada práctica; en la conservación de la forma de gobierno establecida.

La forma arquitectónica de evaluar los consejos políticos prescritos por Montesquieu es la siguiente. Si esta disposición se aplicara o dejara de aplicarse, ¿esta forma de gobierno perdería o conservaría su naturaleza y su espíritu característico? ¿Qué leyes, costumbres e incentivos son indispensables para preservar la naturaleza y el espíritu de cada forma de gobierno?

Otro elemento indispensable para comprender el método y los objetivos de Montesquieu en Del espíritu de las leyes, es precisamente la historia y la política comparada. La obra no sólo tiene una clara influencia platónica (por plantear los gobiernos en términos de una naturaleza y una pasión que los inspira) sino también aristotélica.[20] Aristóteles, a quien más de uno ha llamado el “padre de la política comparada”, refiere muchos ejemplos en la Política sobre normas y prácticas de las ciudades y culturas vecinas para encontrar las mejores prácticas que se pueden imitar y los errores que se deben evitar.[21]

Inspirado por ese método, Montesquieu despliega un amplísimo conocimiento de historia política (sobre instituciones, leyes, cargos públicos, crisis, aciertos y desventuras de los griegos, romanos y reinos europeos principalmente; así como de diversas sociedades de oriente, como los persas, chinos y turcos) y de política comparada (es decir, no sólo conoce de historia política, sino de la práctica política de su época). Sus ejemplos y referencias son tan diversos que incluso llega a hacer mención de la situación de los indios mexicanos frente a los españoles.[22]

Montesquieu realiza buena parte de sus prescripciones arquitectónicas (prescripciones para conservar la naturaleza y el espíritu de cada forma de gobierno) mediante ejemplos históricos y de política comparada. Louis Althusser, elogiando el método empírico de Montesquieu, llegará a llamarlo el verdadero padre de la ciencia política.[23]