Czytaj książkę: «La llamada (de la) Nueva Era»
© de la edición en castellano:
2007 by Editorial Kairós, S.A.
Primera edición: Marzo 2007
Primera edición digital: Enero 2011
ISBN-13: 978-84-7245-642-6
ISBN epub: 978-84-7245-922-9
Composición: Replika Press Pvt. Ltd. India
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Quiero dedicar esta obra, con todo mi agradecimiento, a aquellos tres seres humanos cuyas enseñanzas y cuya presencia física y espiritual impactaron mi alma en mi juventud y me mostraron el camino hacia la Luz: Antonio Blay, Vicente Beltrán y Jean Klein.
Quiero expresar mi agradecimiento a Jaume de Marcos, Jorge Ferrer, Juan Guijarro, Pawel Odyniec, Agustín Pániker y María José Portal por su lectura del manuscrito original y por las observaciones y sugerencias realizadas sobre él. A Agustín Pániker también por su confianza como editor. Y a María José Portal, por su paciencia, su comprensión y su amor.
SUMARIO
Prefacio
Prólogo: Fragmentos de una memoria viva
1. Introducción: Nuevos movimientos religiosos
Cuestiones conceptuales e intentos de clasificación
2. La obsesión por la ortodoxia o en las antípodas de la Nueva Era: fundamentalismos, integrismos, tradicionalismos
2.1. Fundamentalistas y evangélicos en el protestantismo norteamericano
2.2. El integrismo tradicionalista en el seno del catolicismo. Comunión y Liberación
2.3. A la sombra del Corán: el fundamentalismo islámico. Los Hermanos Musulmanes
2.4. Ultraortodoxia en el judaísmo fundamentalista: Gush Emunim, Lubavich
2.5. Rasgos principales del fundamentalismo
3. La Nueva Era: primera aproximación
3.1. Algunas dificultades en el estudio de la Nueva Era
3.2. Sus raíces en el esoterismo tradicional
3.3. Algunos pioneros indirectamente relacionados
3.4. El núcleo esotérico de la Nueva Era
3.5. Las canalizaciones como “Nuevas Revelaciones”
3.6. Nuevas ciencias y nuevo paradigma
4. La dimensión oriental de la Nueva Era
4.1. Introducción
4.2. La irrupción del budismo en Occidente
4.2.1. La presencia de las distintas corrientes budistas en Occidente
4.2.2. La gnosis budista: el recelo del pensamiento y la palabra y la importancia de la práctica meditativa
4.3. La tradición hindú: actualización del yoga y el Vedânta
4.3.1. Los Hare Krishna, ISCKON
4.3.2. Swami Muktananda y la tradición siddha
4.3.3. Maharishi Mahesh Yogi y la Meditación Trascendental
4.3.4. Bhagwan Shree Rajneesh (Osho): terapia y meditación
4.3.5. El papel de la mujer como maestra espiritual
4.4. Del hinduismo clásico de Shankara al neohinduismo de Sri Aurobindo: el anuncio profético de una Nueva Era supramental
4.4.1. El no-dualismo acosmista shankariano
4.4.2. El Yoga vedántico integral de Sri Aurobindo y el neohinduismo contemporáneo
4.5. La herencia oriental en la Nueva Era
5. La dimensión psico-terapéutica de la Nueva Era
5.1. Tres precursores: William James, C.G. Jung y R. Assagioli
5.2. Esalen, la psicología humanista y el movimiento del potencial humano: el espectro de terapias alternativas
5.3. La psicología transpersonal: Grof y Wilber
5.3.1. S. Grof: respiración holotrópica, matrices perinatales y experiencias transpersonales
5.3.2. Ken Wilber: filosofía perenne en clave psicológica. Estadios del desarrollo colectivo e individual
5.4. El “ala prosperidad y abundancia” de la Nueva Era en Estados Unidos
5.5. La terapia de vidas anteriores: una psicología y terapia a medida de la Nueva Era
6. La dimensión esotérica de la Nueva Era
6.1. Elementos del hermetismo occidental: breve recorrido histórico
6.2. Intento de delimitación del campo del esoterismo occidental
6.3. La Era de Acuario y la astro-historia
6.4. Las nuevas revelaciones y la noción de “canalización”
6.4.1. J. Roberts/Seth
6.4.2. J.Z. Knight/Ramtha
6.4.3. Virginia Essene
6.4.4. Lee Carroll/Kryon
6.4.5. Jean-Claude Genel
6.5. ¿Diseminación sincretista o síntesis unificadora? La necesidad de interpretar
6.6. La obra pionera y polémica de la teosofía moderna de Blavatsky
6.7. La presencia “Yo soy,” el maestro Saint Germain y la llama violeta. Hacia la ascensión individual y planetaria
6.8. La clave septenaria en la interpretación esotérica de la Nueva Era: de A. Bailey a V. Beltrán
6.9. El papel central del Cristo en la Nueva Era
6.9.1. Rudolf Steiner
6.9.2. La vida de Jesús, el Cristo como símbolo de la vida iniciática en la obra de Alice A. Bailey
6.10. Devas,ángeles, espíritus de la naturaleza: complemento de lo humano y una puerta hacia la experiencia de lo sagrado
7. De la Convergencia Armónica (1987) al fin del Gran Ciclo (2012): De la Fraternidad planetaria a la Fraternidad galáctica
7.1. El factor maya: J. Argüelles y C.J. Calleman
7.2. Enseñanzas canalizadas de los Pleyadianos
7.3. Drunvalo Melchizédech y la flor de vida
8. OMnia: Pastor/Gualdi. Palabras de despedida
9. Análisis de algunas críticas a la espiritualidad Nueva Era
9.1. Desde el racionalismo ilustrado
9.2. Desde el protestantismo evangélico
9.3. Desde el esoterismo tradicionalista-perennialista
9.4. Desde el catolicismo vaticanista
Epílogo
Bibliografía
PREFACIO
El título La llamada (de la) Nueva Era quiere indicar dos cosas. En primer lugar, se trata de una exposición amplia de algunas de las principales corrientes de ese “movimiento,” denominado “Nueva Era,” en torno al cual ha habido y sigue habiendo tanta confusión y tanta descalificación rápida y no siempre fundamentada ni justificada. Hay, pues, una presentación de la llamada Nueva Era. Ahora bien, en segundo lugar, he decidido mostrar mi compromiso con algunas de las manifestaciones de la new age, compromiso teórico y práctico, intelectual y existencial, como se pondrá de manifiesto en las páginas del prólogo, dedicadas a repasar algunas de las principales influencias que he recibido en el campo de la espiritualidad místico-esotérica, tal como me gusta denominar la naturaleza de la Nueva Era. Soy consciente de que tanto el término Nueva Era como el de esoterismo han sufrido un desgaste tal que resulta poco recomendable su uso, mucho menos si uno muestra una cierta identificación –por crítica que sea– con ellos. No obstante, me siento en deuda con muchos de los que han utilizado tal terminología y –aunque actualmente me cuesta identificarme con cualquiera de estos términos– me parece justo saldar esta deuda y ser fiel a esa terminología de la que tanto he bebido. De ahí que el título refleje también, mediante el paréntesis, hasta qué punto me he sentido llamado por la “filosofía” de la Nueva Era, he escuchado la “llamada” de la Nueva Era. Por ello, el prólogo, por fragmentario que sea, creo que resulta esencial para comprender el resto.
Además del prólogo, el libro consta de nueve capítulos y un epílogo, de extensión e importancia desigual para el tema que tratamos de desarrollar. Así, los tres primeros capítulos pueden considerarse preparatorios e introductorios. En el primero se trata de enmarcar el movimiento Nueva Era en el grupo más amplio de los llamados nuevos movimientos religiosos, mostrando la riqueza que dicho término abarca, término que prefiero sustituir por el de Nuevos Movimientos Espirituales. El capítulo segundo, antes de entrar propiamente en la Nueva Era, atiende brevemente al fenómeno del resurgir de los fundamentalismos e integrismos religiosos que se produce al mismo tiempo que el despertar de la Nueva Era, esto es, fundamentalmente en el último cuarto del siglo XX, si bien puede considerarse que estamos en las antípodas del espíritu de la Nueva Era. Tanto en el judaísmo, como en el cristianismo (protestante y católico) y el islam asistimos a una “revancha de Dios” después de los anuncios de su muerte, intentando no ya la modernización de estas tres tradiciones, sino la rejudaiza-ción, recristianización y reislamización de la Modernidad. Dado que en otra ocasión me he ocupado del equivalente hindú, no lo hemos incluido aquí, pero sabemos que tanto en la India como en Japón se ha llevado a cabo un notable recrudecimiento de posturas tradicionalistas, fundamentalistas, de manera simultánea al avance de movimientos más próximos a una comprensión postmoderna. El capítulo tres constituye una primera aproximación al fenómeno de la Nueva Era, planteando las dificultades que nos encontramos al abordarlo, insinuando la necesidad de ponerlo en relación con sus raíces en el esoterismo tradicional y esbozando quiénes son sus pioneros y cuáles sus corrientes fundamentales.
A partir de ahí comienza lo que he denominado las tres dimensiones constitutivas de la Nueva Era: la dimensión oriental (capítulo 4), la dimensión psico-terapéutica (capítulo 5) y la dimensión esotérica (capítulo 6). Puesto que de Oriente y especialmente de la India he hablado en obras anteriores, aquí no se trata más que de insinuar la influencia de algunas doctrinas y prácticas orientales en la formación y desarrollo de la Nueva Era, sobre todo de aquellas corrientes hindúes y budistas que pueden considerarse más próximas al espíritu de la Nueva Era o que han influido, siquiera de manera indirecta, en ella. Así, Goenka, Taisen Deshimaru, Thich Nhat Hanh o las distintas escuelas del budismo tibetano, por parte del budismo; o los Hare Krishna, Swami Muktananda, Maharishi Mahesh Yogi, Osho o diversas maestras espirituales como Amma o Mother Meera. Pero, una vez más, el desarrollo más significativo lo ocupa el vedânta y Yoga integrales de Sri Aurobindo, autor que, además de constituir una de mis influencias mayores, puede ser considerado uno de los pioneros decisivos en la gestación de un pensamiento como el que encontramos en la Nueva Era.
En el capítulo 5, una vez mostrada la herencia oriental de la Nueva Era, pasamos revista a su dimensión psico-terapéutica, distinguiendo entre sus precursores (W. James, C.G. Jung, R. Assagioli), el amplio espectro de terapias alternativas que surge en este contexto, que comparten una visión holística del ser humano y de la enfermedad, y dos de las corrientes más cercanas a la Nueva Era, como son la psicología transpersonal y la terapia de vidas anteriores. Esta última la tratamos en otra obra, de ahí que nos limitemos a evocarla y remitir a ese otro lugar. En cuanto a la psicología transpersonal, nos hemos atenido a esbozar algunas de las ideas más fecundas de Stanislav Grof y de Ken Wilber, dos de sus máximos representantes, aunque su actitud no se halle exenta de críticas a ciertos aspectos del movimiento analizado.
El capítulo 6, como irá intuyendo el lector a medida que avance en la obra, constituye el núcleo del libro. Efectivamente, desde nuestra interpretación, sin quitar importancia a las dos dimensiones anteriores, cruciales en la gestación de la Nueva Era, el verdadero corazón que hace latir la Nueva Era y otorga su sentido más profundo es su dimensión esotérica. De ahí que el capítulo ocupe por sí solo más de una tercera parte de toda la obra. Comenzamos recorriendo algunos de los hitos del esoterismo occidental tradicional, bajo la denominación de hermetismo, sin ignorar que tanto el gnosticismo como el neoplatonismo constituyen partes esenciales de ese complejo proceso histórico. Tras el recorrido histórico, exponemos –de la mano en ambas ocasiones de A. Faivre– algunas de las características esenciales del esoterismo occidental clásico, para pasar a continuación al esoterismo contemporáneo que puede ser considerado –con W. Hanegraaff– un esoterismo secularizado. En éste, después de abordar la cuestión de la Era de Acuario y la astrohistoria, así como el tema estrella de la Nueva Era, que sería el fenómeno de las “canalizaciones” en tanto revelaciones espirituales procedentes de fuentes no-físicas (Seth, Ramtha, Kryon y otros), nos centramos en la corriente que podemos llamar teosófica en un sentido amplio, incluyendo no sólo la obra pionera de la teosofía de Blavatsky, sino también la antroposofía de R. Steiner (si bien termina más cerca de una concepción rosacruz que teosófica) y la presentación que prefiero llamar posteosófica de A. Bailey, V. Beltrán, D. Spangler y otros. Tres temas han sido seleccionados para representar este enfoque: el papel central que desempeña el Cristo en la Nueva Era (deteniéndonos especialmente en la cristología antroposófica de Steiner); la cuestión de los devas o ángeles y su colaboración con la evolución humana (privilegiando aquí la obra de V. Beltrán), y de manera especial lo que denominamos la clave septenaria, sobre todo a través de la obra de A. Bailey.
El capítulo 7 atiende al desarrollo más reciente de algunas manifestaciones de la Nueva Era, muy especialmente la reactualización de la sabiduría maya llevada a cabo por J. Argüelles, con una interpretación esotérica del Tzolkin (calendario maya) y de la procedencia de los mayas (maestros galácticos del tiempo), así como las enseñanzas presuntamente procedentes de canalizaciones cuya fuente no sería sino algún miembro avanzado de una civilización perteneciente a las Pléyades (a través de B. Marciniak y B. Hand Clow), Sirio o Arcturus. Todo ello queda enmarcado en un ciclo que comenzaría con la Convergencia Armónica de 1987 y terminaría en el 2012, fechas que han ido pasando a un primer plano en muy distintos mensajes y enseñanzas (Argüelles, Marciniak, Kryon, Sri Kalki Bhagavan, V. Essene, Maestros Ascendidos, etc.). Por cierto, también los Maestros Ascendidos, relacionados con el movimiento Yo Soy, Saint Germain y la llama violeta, son esbozados como peculiar divulgación estadounidense de las enseñanzas teosóficas que han ocupado y ocupan un espacio destacado en ciertos campos de la Nueva Era. Un último autor queremos destacar de los incluidos en este capítulo por compartir la atención prestada a la cuestión de la Ascensión –individual y planetaria–, tan central, junto a la posible mutación del ADN, en múltiples enseñanzas de las últimas décadas; se trata de Drunvalo Melchizédek.
El capítulo 8, muy breve, constituye una especie de despedida del grueso del trabajo a través de unas palabras procedentes del “canal” esotérico y Nueva Era que más cerca de mi corazón ha estado y que presentamos bajo la denominación de OMnia.
El capítulo 9 entra en diálogo con algunas de las críticas dirigidas contra la Nueva Era. He seleccionado cuatro frentes opositores: el racionalismo ilustrado (tomando como ejemplo el análisis de M. Lacroix), el protestantismo evangélico (de Peretti a Groothuis), el esoterismo tradicionista encabezado por R. Guénon, y, finalmente, al que dedicamos una mayor atención, entrando en un diálogo más detenido que sin duda exige ser continuado, el catolicismo vaticanista.
Un breve epílogo nos ayudará a recapitular el recorrido realizado y a matizar algunas cuestiones, así como a clarificar el sentido de esta obra.
PRÓLOGO:
FRAGMENTOS
DE UNA MEMORIA VIVA
No es mi propósito escribir una autobiografía. Tampoco exponer en detalle las enseñanzas de aquellos que más han influido en la formación de mi filosofía de la vida y mi camino humano. Se trata, más bien, de una serie de “reconocimientos” y de “agradecimientos” en memoria de aquellas personas y aquellas enseñanzas que me han marcado en mi búsqueda de lo esencial. Son, pues, fragmentos, tanto en el tiempo como en lo que respecta a las dimensiones de mi experiencia tenidas en cuenta aquí. Ni los comienzos de mi vida ni los últimos quince años, aproximadamente, están incluidos. Eso hará que en los capítulos siguientes se recojan autores e ideas ausentes en el prólogo, en algunos casos porque su aparición es reciente, en otros porque lo ha sido mi descubrimiento.
La narración de este prólogo cobra sentido, pues, como clarificación de los capítulos que constituyen este libro: La llamada (de la) Nueva Era: hacia una espiritualidad místico-esotérica. Dejo fuera, por tanto, aquellas influencias más estrictamente filosófico-occidentales que, sin embargo, tienen que contarse entre mis formadores y maestros del pensar. Al igual que haré más tarde, conviene distinguir entre las enseñanzas aprendidas a través de libros y las enseñanzas transmitidas por un profesor, un instructor o un maestro. En el primer caso tendría que decir: Platón, Descartes, Kant, Hegel, Husserl, Heidegger, Zubiri. No se trata de multiplicar innecesariamente los nombres, sino de evocar aquellos que más han influido en la formación de mi pensar. Entre los profesores de filosofía no me atrevería a mencionar a ninguno que haya cumplido la función de maestro en sentido fuerte, ni siquiera a nivel filosófico. El primer nombre que viene a mi mente, en cualquier caso, es el de J.M. Navarro Cordón, quien me introdujo en los últimos años universitarios a Kant, Hegel y Heidegger. Más tarde, acuden a mi memoria, no sólo como “enseñantes” que han “ilustrado” mi camino filosófico y han ejemplificado para mí la dedicación intelectual seria e íntegra, sino también, y en primer lugar, como amigos, estimuladores y facilitadores en el camino filosófico, Adela Cortina y Jesús Conill. Ambos no tan sólo me han ayudado en mi peregrinaje filosófico, sino que sus enseñanzas y sugerencias han sido muy útiles para no desligarme excesivamente de la actualidad filosófica académica. Gracias a ellos leí con atención a Habermas y Apel, a Zubiri y a A. Renaut, a fenomenólogos y hermeneutas y, sobre todo, me interesé por el campo de la filosofía práctica a partir de la ética dialógica o discursiva, así como por la entonces en auge postmodernidad filosófica
Pero no es mi intención demorarme ahora en ellos. Quiero pasar ya a la faceta que más me interesa y que ha ido marcando cada vez más –desde los últimos años de estudiante en la Facultad de Filosofía– mi pensamiento y mi vida. Junto a la formación filosófica académica occidental a la que antes hacía referencia, hay que destacar y pasar a primer plano mi formación o mi búsqueda espiritual y esotérica. Cobra sentido relacionar esto con mi (relativa) fascinación por Oriente, pues, como se verá, buena parte de las influencias más significativas poseen la fragancia oriental (Merlo, 2002). Distingo –sin separar– entre “espiritualidad” y “esoterismo,” ya que en el caso de algunas figuras debe diferenciarse, si bien, en última instancia, mi actitud personal es tratar de unir ambas tendencias y proponer una “espiritualidad esotérica”. En el desarrollo de las páginas siguientes se irá clarificando el sentido de ambos términos. De momento comencemos con un cierto orden cronológico que permite comprender mejor la evolución o al menos la transformación de mi pensamiento y mi vida. Mi vida intelectual que se gesta en los dos últimos años de bachillerato, pero comienza a dar sus primeros pasos balbuceantes en los primeros cursos de la Facultad de Filosofía en Valencia.
La educación cristiana católica tradicional recibida, sin grandes entusiasmos ni convicciones, durante los dieciséis o diecisiete primeros años de mi vida, entra en crisis dos años antes de ingresar en la Universidad. Dos años de angustia religioso-existencial, en los que el pensamiento inicia la búsqueda de un camino de comprensión del sentido de las creencias y prácticas religiosas. Asisto al despertar del pensamiento crítico en mí; las dudas y el escepticismo, junto a la conciencia de la dificultad de desembarazarse de las creencias en las que uno ha sido alimentado, abundan y dominan la escena personal. Son los años de las primeras lecturas significativas.
La entrada a la Facultad de Filosofía y Letras, para cursar la especialidad de Filosofía Pura, tras haber acariciado la idea de estudiar Psicología, y concretamente Psicoanálisis, supone un despertar y una iniciación a la vida intelectual. Los dos primeros años, de convulsiones políticas universitarias (estamos en los años 1973-1975), implican un despertar, por ósmosis, de la sensibilidad política y social, al mismo tiempo que una politización de la filosofía. Son los años del inevitable freudo-marxismo: H. Marcuse, W. Reich y la revolución sexual, S. Freud, K. Marx, E. Fromm, M. Harnecker, A. Schaff, Carlos Castilla del Pino, y un largo etcétera de textos que iban circulando entre los aprendices de filósofos que nos habíamos encontrado en esa Facultad, en esos años.
Los intereses y hasta la preocupación religiosa o espiritual habían quedado enteramente abolidos. Filosofía, política y psicología son los tres temas que ocupaban entonces mi atención.
Por esas mismas fechas discuto con mi hermano por sus recientes flirteos con la espiritualidad oriental, a través de Guru Maharaji, el joven hindú que con apenas 16 años lleva tiempo ya sorprendiendo a los auditorios masivos de la India, Estados Unidos y Europa hablando de meditación, de paz interior y del “Conocimiento” que otorga para la realización de todo ello. El escéptico en mí, alejado ya de toda creencia y práctica religiosa o espiritual, contempla con ignorante condescendencia a mi hermano, José, dos años mayor que yo, quien sin dejar sus pantalones acampanados, su larga melena y su amor por Bob Dylan y los Rolling Stones, creo que ha caído en manos de alguna secta con un guru jovenzuelo que le debe estar tomando el pelo. Pero, poco a poco, debo reconocer que veo a mi hermano más contento, más feliz, y sobre todo más centrado, más en paz, con más calma, sabiendo resolver o al menos afrontar los conflictos familiares intergeneracionales, con mayor acierto y serenidad. Asisto a una innegable transformación positiva y algo en mi interior, sin que mi mente intelectualizada más superficial cese en sus críticas, tiene que ir reconociendo que alguna cosa valiosa hay tras todo ello, aunque sean unas técnicas de meditación a las que luego se les añada una parafernalia espiritualoide.
En fin, por ese primer toque, esa primera grieta en mi muralla materialista e intelectualista te estaré siempre reconocido y agradecido, hermano.
Son los años en que leí por primera vez el Dhammapada y la Bhagavadgîtâ, La República de Platón y otros textos. Y sobre todo, sobre todo, supuso el descubrimiento de la obra de Blavatsky, de A. Besant, de Leadbeater, de Jinarajadasa, la concepción teosófica, en una palabra. Tras las lecturas introductorias iniciales: A. Powell, E. Schuré, A. Besant, C.W. Leadbeater, Yogi Ramacharaka, etc., bucée en La Doctrina Secreta de H.P. Blavatsky, la revelación fundacional del esoterismo moderno, así como, aunque en menor medida, en su otra gran obra, Isis sin velo.
Las enseñanzas teosóficas habían calado en mí hasta tal punto que al terminar la carrera, como tema de mi tesina elegí Platón y la filosofía esotérica, donde esto último significaba Blavatsky y la teosofía. Fue el momento de leer y estudiar despacio tanto a Platón como La Doctrina Secreta. Desde entonces me acompaña la firme convicción de la existencia de una Fraternidad Espiritual formada por Iniciados y Maestros de Sabiduría y Compasión. La vida cobra un nuevo sentido desde esta concepción esotérica. Todo ello se profundizaría más tarde con la inmersión en lo que llegó a ser una de las dos enseñanzas que más iban a influirme, las enseñanzas de A. Bailey, recibidas del Maestro D.K. (Djwal Kul), el Tibetano. El descubrimiento de sus libros y mi ingreso en la Escuela Arcana (escuela esotérica fundada por A. Bailey), se produciría algo más tarde. Poco antes acaece otra de las influencias significativas: la iniciación en la Meditación Trascendental de Maharishi Mahesh Yogi
Mi llamada a la meditación oriental encontró pronto dos cauces por los que discurrir: uno de ellos es, justamente, la Meditación Trascendental popularizada por Maharishi Mahesh Yogi, sobre todo a través de la publicidad que los Beatles le habían hecho en su momento. Todo comenzó con una sencilla ceremonia y con la transmisión del mantra correspondiente y de la técnica de meditación, sin necesidad de adoptar posturas yóguicas ajenas a la mayoría de los occidentales. Los estudios científicos sobre la meditación, que habían sido impulsados por la Universidad de Maharishi en Ginebra, así como su adaptación a las costumbres occidentales, le daban un aspecto atractivo y moderno. De esta manera me inicié en la meditación. No recuerdo, no obstante, grandes experiencias, aunque fui adoptando el hábito de meditar diariamente, sobre todo al principio. Quizás el mantra, cuando no los pensamientos, estaba demasiado presente y el vacío permanecía subyacente sin ser descubierto.
El segundo cauce a través del cual discurrieron mis primeras meditaciones fue el ofrecido por el Centro Aurobindo de Valencia, y concretamente por la persona que lo fundó y lo dirigía, Manuel Palomar. Podemos hablar en este caso de rajayoga, el yoga de Patañjali, yoga de la mente, en el que la concentración y la meditación desempeñan un importante papel. Manuel llamaba a su centro “Centro Aurobindo,” pues dicho yogui le había impactado especialmente, al leer sus obras, La vida divina, La Síntesis del yoga, etc., aunque no hay ninguna relación con el âshram de Sri Aurobindo en Pondicherry ni con la Fundación Sri Aurobindo de Barcelona, instituciones ambas que me sería dado conocer años después. No obstante, en dicho centro fue cuajando un grupito de buscadores que fuimos guiados por el propio Manuel hacia las que se convertirían en dos influencias mayores para casi todos nosotros y en cualquier caso, sin duda, para mí: la obra de A. Bailey, por una parte, y los cursos y los libros de Antonio Blay, por otra.
En fin, con Manuel Palomar, además de todo lo anterior, realicé mi primer viaje a la India y sobre todo, pues fue lo más significativo del viaje, al âshram de Sri Aurobindo en Pondicherry. La huella más hermosa de esos dos meses en la India (yo debería tener unos 25 años, allá por 1980) fue nuestra breve estancia en Pondicherry. Recuerdo que en la revista Solar escribí un artículo sobre la paz sentida en el samâdhi de Sri Aurobindo y Madre. Quizás desde entonces quedó sembrada en mi alma la semilla que me haría volver a Pondy al cabo de unos siete años, para residir allí casi dos y recibir la influencia más importante de mi vida. Por lo demás, en esa ocasión, los tres que viajamos juntos a la India, Manuel, Pepe Muñoz (entonces profesor de Sociología de la Facultad de Filosofía) y yo, volvimos diciendo que jamás volveríamos a la India. Ellos dos lo han cumplido. Calor, comida excesivamente picante de modo al parecer irremediable, tremendas dificultades con el idioma, pues apenas sabíamos inglés ninguno de los tres, incomodidades en el transporte, trenes y autobuses, anhelo desmesurado y un poco infantil de encontrar a nuestro Maestro, suciedad de los hoteles, pues nuestra economía no era de lujo, decepción por lo noencontrado, todo ello hizo que el viaje se convirtiera en una pesadilla. Queríamos ver demasiadas cosas: Delhi, Bombay, Benarés, Madrás, Pondicherry, Tiruvanamalai-Arunachala, Rishikesh, etc., y sobre todo anhelábamos encontrar al Tibetano, el Maestro D.K., cuyas obras devorábamos por aquel entonces como la máxima revelación esotérica habida hasta el momento. Nuestro sueño secreto era que en algún lugar aparecería, esperándonos con los brazos abiertos, para reconocer nuestra altura espiritual y regalarnos su presencia, su dharsan, su mirada, sus palabras, su existencia confirmada. Pero ni apareció el Maestro D.K., ni nos iluminamos en la cueva donde meditaba Ramana Maharshi en Arunachala, ni en Benarés nos cautivó el Ganges, ni en Rishikesh pudimos alojarnos en el âshram de Sivananda, ni acertamos en nuestra negativa de ir a ver a un iluminado al que uno de los improvisados guías que con tanta facilidad y en ocasiones sospechosamente aparecen a los occidentales a su llegada a la India nos quería llevar: desafortunadamente, se trataba del entonces desconocido, para nosotros, Sri Nisargadatta Maharaj, por muchos considerado uno de los grandes jñânis y realizados más recientes, en la linea del advaita más puro. Al menos Manuel se trajo el I am That, antes de que aquí se conociera. Frente a todo ello, sólo el remanso de paz de Pondicherry, la ligereza magnética y la luminosidad vibrante de las proximidades del samâdhi de Sri Aurobindo y Madre, quedó en mi corazón como algo verdaderamente valioso.
***
A medida que voy escribiendo van saltando recuerdos que piden su inclusión en estos fragmentos de memoria que nacían como una confesión de las influencias mayores que han marcado mi trayectoria humana, espiritual y esotérica. Pero entre todas las influencias recibidas hay que establecer diferencias de grado. Y, como acto de justicia, debe quedar claro desde el principio que tres han sido las grandes influencias recibidas por personas vivientes, de carne y hueso, encarnadas, físicamente presentes: Antonio Blay, Vicente Beltrán Anglada y Jean Klein. Del mismo modo, entre las enseñanzas leídas o escuchadas, hay que destacar de modo muy especial las de A. Bailey (D.K.) y más recientemente las de Pastor-Omnia, éstas con un carácter distinto y quizás más impactante por el hecho de poder escuchar la voz (en grabaciones) y ver al canal (Ghislaine Gaualdi) que transmitía tales enseñanzas, así como presenciar algunas de las inolvidables transmisiones. Un caso aparte, especial por muchos motivos, por la profundidad de su impacto y por el significado que ha tenido en mi vida, es el de Sri Aurobindo (y junto a él, siempre, Mirra Alfassa –Madre–), pues si bien no puede hablarse de presencia física, la vivencia en su entorno, en el âshram en el que residieron, la presencia prolongada, durante dos años, en su samâdhi, en su pensamiento, en su atmósfera, quizás en su Presencia sutil, hacen que ocupe un lugar especial.