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Czytaj książkę: «Crónica de la conquista de Granada (1 de 2)», strona 4

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CAPÍTULO VIII

Expedicion real contra Loja

En un consejo de guerra convocado por el Rey Fernando en Córdoba, se trataba de lo que debia hacerse con Alhama, y ya el parecer de los que aconsejaban que se desamparase aquella fortaleza, por estar situada en el centro del territorio moro y expuesta en todo tiempo á un ataque, empezaba á prevalecer, cuando llegó la Reina. Instruida Isabel de estas deliberaciones, se presenta en el consejo y tomando la palabra: “No quiera Dios, dice, que asi se malogre el primer fruto de nuestras victorias: ¿tan fácilmente habiamos de abandonar la primera plaza que hemos arrancado al enemigo? Lejos de nosotros semejante idea; ¿pues qué otra cosa seria el hacerlo, sino descubrir la debilidad de nuestros consejos, é inspirar mayores brios á los infieles? No se vuelva pues á tratar de abandonar á Alhama, y sí solo de conservar y extender nuestras conquistas, hasta dar glorioso término á tan santa guerra con la destruccion total del imperio de los moros en España.”

El discurso de la Reina infundió nuevo ánimo en el consejo real, y al punto se tomaron las medidas convenientes para mantener á Alhama á todo trance: por alcaide de esta plaza nombró el Rey á Luis Fernandez Portocarrero, señor de Palma; se le agregaron Diego Lopez de Ayala, Pedro Ruiz de Alarcon y Alonso Ortiz, capitanes de cuatrocientas lanzas, con mil hombres de infantería y vituallas para tres meses.

Deliberó Fernando entonces emprender el asedio de Loja, ciudad fuerte, no muy distante de Alhama. Con este intento intimó á todas las ciudades y pueblos de Andalucía y Extremadura, al reino de Toledo y á las órdenes militares, le enviasen para un tiempo señalado, á su campo delante de Loja, cierta cantidad de provisiones, segun sus respectivos repartimientos. Los moros por su parte, no fueron menos diligentes en sus preparativos: enviaron al África á solicitar socorros, y á impetrar el auxilio de los príncipes berberiscos en esta guerra por la fé. Á fin de interceptar estos socorros, apostaron los Reyes de Castilla en el estrecho de Gibraltar, una escuadra de navíos y galeras al mando de Martin Diaz de Mena y de Cárlos de Valera, con órden de barrer las costas de Berbería y destruir hasta la última nave de aquella nacion.

Mientras se hacian estas prevenciones, salió el Rey á hacer una tala en la vega de Granada, y quemáronse en esta incursion gran número de cortijos, alquerías y lugares; se robó mucho ganado, y fueron destruidas las mieses.

Hácia fines de junio partió de Córdoba el Rey Fernando, para sentar sus reales bajo los muros de Loja, llevando consigo solo cinco mil hombres de á caballo y ocho mil de infantería. El marqués de Cádiz, capitan tan experimentado cuanto valiente, representó al Rey que con tan corto número de tropas seria muy arriesgado acometer aquella empresa; hízole ver que el plan de campaña se habia formado mal, y que se habian omitido muchas prevenciones importantes; pero en el ánimo del Rey, pudieron mas los consejos de don Diego de Merlo; y sin llevar todos los pertrechos indispensables á un ejército sitiador, movió el campo, y con resolucion y confianza marchó contra la ciudad de Loja.

Llegando á aquella plaza, asentó el Rey su estancia entre unos olivares, á orillas del rio Jenil, que por aquella parte pasa muy hondo, y acanalado por unas riberas tan altas, que con dificultad se puede vadear, y los moros estaban en posesion del puente. Las alturas inmediatas fueron ocupadas por la demas tropa, distribuida en varios acampamentos, pero separados unos de otros por barrancos, de suerte que en caso necesario, no podian acudir á socorrerse mútuamente. La artillería, por otra parte, se colocó con tan poco acierto, que no se pudo sacar de ella utilidad alguna, y la aspereza y desigualdad del terreno impidieron no poco las maniobras de la caballería. Todos estos defectos fueron notados por el duque de Villahermosa, hermano natural del Rey, que aconsejó se mudase el campo á otra parte, y se echasen puentes sobre el rio. Hiciéronse algunas diligencias á este efecto, pero con tan poca actividad y conocimiento, que no fueron de ningun provecho. Hay cerca de la ciudad un cerro llamado cuesta de Albohazen, que por dominar á aquella ciudad y estar situado delante del puente, era muy á propósito para contener al enemigo. Para remediar en parte los desaciertos cometidos, y dar mayor seguridad al campo, se hacia preciso apoderarse de aquella altura y fortificarse en ella; por lo que mandó el Rey que acometiesen á tomarla; y este honroso encargo se confió al valor y bizarría del marqués de Cádiz, el marqués de Villena, don Rodrigo Tellez Giron, maestre de Calatrava, su hermano el conde de Ureña y don Alonso de Aguilar. Subieron allá estos ínclitos guerreros con sus tropas, y vióse en breve relucir la cuesta de Albohazen con las armas de Castilla.

Mandaba á la sazon en Loja un alcaide viejo llamado Aliatar, cuya hija era la sultana favorita de Boabdil. Era Aliatar un esforzado y valiente moro, muy versado en la guerra, como que se habia criado en ella; y aunque muy cargado de años, (pues llegaban á noventa los que tenia) conservaba en la vejez todo el fuego y energía de la juventud. Su nombre era el terror de la frontera, su espíritu indómito y fiero, é implacable el odio que profesaba á los cristianos. Tenia á sus órdenes tres mil ginetes, con los cuales habia hecho muchas correrías muy señaladas, y estaba esperando por momentos la venida del Rey viejo con tropas de refuerzo. Desde las torres de su fortaleza, habia observado este veterano caudillo los movimientos del ejército cristiano, y ninguno de los errores que cometieron se ocultó á su penetracion. Aquella misma noche, mandó salir un cuerpo numeroso de tropa escogida, con órden de ponerse en emboscada junto á una de las faldas de la cuesta de Albohazen; y al dia siguiente hizo una salida por el puente, fingiendo atacar aquella altura. Corrieron á hacerle rostro los caballeros que alli estaban, dejando desamparado el puesto, y al punto Aliatar finge ceder al ímpetu del enemigo y retrocede: los cristianos le persiguen, y hallándose ya bastante apartados de su campo, oyen á retaguardia un clamor terrible; vuelven el rostro y ven atacado su acampamento por los moros que habian quedado en emboscada: acuden los cristianos á la defensa de sus estancias, y tornan á pelear con grande ánimo; pero Aliatar revuelve al instante contra ellos y los embiste. Viéronse entonces los caballeros acometidos de frente y por espalda, y con esta desventaja sostuvieron el combate por espacio de una hora: la cuesta de Albohazen se empapó en sangre, y quedó cubierta de montones de cadáveres; pero viniendo luego á socorrerles una parte del ejército cristiano, fue forzado el fiero Aliatar á retirarse, y se volvió con los suyos á la ciudad. Algunos caballeros de fama perecieron en esta refriega: entre ellos don Rodrigo Tellez Giron, que murió de una saeta, la cual le acertó debajo del brazo al tiempo de levantarlo para descargar un golpe. Fue muy sentida su muerte, por haber ocurrido en la flor de su edad, cuando apenas contaba veinte y cuatro años. Los Reyes le lloraron como á uno de sus mejores vasallos, los capitanes como á un fiel compañero de armas y partícipe en sus glorias y peligros, y los soldados como á un gefe bajo cuya conducta se habian prometido alcanzar los mayores triunfos.

Alterado por este revés, y conociendo, aunque tarde, ser muy acertada la opinion del marqués de Cádiz en cuanto á la insuficiencia de sus fuerzas para aquella empresa, convocó el Rey aquella noche un consejo de guerra, y se acordó, para evitar mayores desastres, retirar el ejército y replegarse sobre Riofrio, no muy lejos de alli, á fin de esperar la reunion de las tropas que venian de Córdoba. Al amanecer del dia siguiente, se empezaron á abatir las tiendas en la cuesta de Albohazen; y notando el vigilante Aliatar este movimiento, salió sin tardanza para dar un nuevo ataque. Una parte del ejército cristiano, á quien aun no se habia comunicado la órden de levantar el campo, viendo que se abandonaba aquella posicion importante y que salia toda la guarnicion de Loja, entendió que los moros habrian sido reforzados la noche pasada por la venida de su Rey, y que el ejército se habia puesto en retirada. Al punto y sin detenerse á recibir órdenes, se entregan á una fuga precipitada; y comunicando su confusion á los demas, no paran en su carrera hasta llegar á un parage dicho la Peña de los enamorados, distante de Loja unas siete leguas17.

El Rey y los capitanes que le asistian reconocieron el peligro de aquel momento, y haciendo frente al enemigo, sostuvieron repetidas cargas, para dar tiempo á que se recogiese el campo y se pusiese en salvo la artillería y demas pertrechos. Conseguido este objeto, corrió el Rey á una altura desde donde llamando á voces á los fugitivos, procuraba rehacerlos. Reuniéronsele unos pocos, con los cuales, metiéndose por medio del fuego enemigo, arremetió á un escuadron de moros con tal denuedo y valor, que los arrolló y echó hasta el rio, donde fueron ahogados los que no murieron con la espada. Pero reforzados los moros, volvieron en mayor número, y corrió gran peligro la persona del Rey: dos veces debió la vida al valor de don Juan Ribera, señor de Montemayor. El marqués de Cádiz, viendo desde lejos el riesgo de su Soberano, corrió á socorrerle seguido de unos setenta ginetes, y de la primera lanzada atravesó al mas osado de los moros. Herido el caballo de un flechazo y sin mas armas que la espada, se echó entre el Rey y los enemigos, y haciendo prodigios de valor, le sacó de aquel aprieto. Á su constancia y serenidad se debió principalmente la salvacion de la mayor parte del ejército18, en el cual hubo, no obstante, grandes pérdidas, por lo mucho que en aquel azaroso dia se expusieron los caudillos. El duque de Medinaceli fue derribado de su caballo, y estuvo en poco no cayese en manos del enemigo: el conde de Tendilla recibió varias heridas, y no fue menos lo que padecieron otros hidalgos de nota y caballeros de la casa real. Por último, recogido la mayor parte del bagage y restablecido algun tanto el órden, comenzó á retirarse el ejército, evacuando las cercanías de Loja y la sangrienta cuesta de Albohazen, con pérdida de algunas piezas de artillería, muchas tiendas de campaña y una cantidad de provisiones.

Siguió Aliatar el alcance, picando la retaguardia hasta llegar á Riofrio. Desde alli pasó el Rey Fernando á Córdoba, donde procuró escusar este mal suceso, atribuyéndolo al poco número de sus fuerzas y á la circunstancia de ser gente allegadiza, sin experiencia ni disciplina. Tal fue el éxito de esta mal trazada expedicion, en que recibió Fernando una leccion que le hizo mas cauto en adelante y menos confiado en su fortuna. Entre tanto, para consolar y animar á sus soldados, ordenó una nueva incursion en la vega de Granada.

CAPÍTULO IX

Muley Aben Hazen entra por los estados de Medinasidonia, y corre la campiña de Tarifa

Juntando un ejército en Málaga, marchó Muley Aben Hazen á socorrer á Loja; pero llegó cuando ya Fernando iba de retirada, y cuando el último escuadron de su ejército estaba á la otra parte de la frontera. Perdida esta ocasion, revolvió el Monarca moro contra Alhama, sin que en esta segunda tentativa fuese mas feliz que en la primera; pues el valor y constancia del alcaide Luis Portocarrero, le tuvieron á raya hasta tanto que la salida del Rey Fernando para correr segunda vez la vega, le obligó mal de su grado á retirarse.

No pudiendo con una fuerza tan inferior como la suya competir con el ejército de Castilla, ni tampoco permanecer tranquilo viendo la devastacion de su territorio, determinó Muley hacer una entrada por los estados de Medinasidonia, diciendo: “Ya que no podemos defender nuestras tierras del enemigo, vayamos á asolar las suyas.” Todo parecia convidar á esta empresa; la abundancia del pais, la gran cantidad de ganado que se criaba en sus dehesas, y la ausencia de muchos de los caballeros de Andalucía que se hallaban en el ejército del Rey, y habian dejado la tierra casi sin defensa. Procedióse pues á la ejecucion de este proyecto: marchó Muley para las tierras de Medinasidonia con mil y quinientos caballos y seis mil infantes; y tomando la ribera del mar, pasó por Estepona, y entró en el territorio cristiano por la parte de Gibraltar.

El alcaide de esta plaza, Pedro de Vargas, soldado animoso, vigilante y emprendedor, era el único que inspiraba á Muley algun recelo; y aunque sabia éste que la guarnicion era demasiado corta para que hiciesen una salida con buen éxito, no dejaba de temer que le molestasen en su marcha. Asi es que al pasar por aquel peñon antiguo, que parece elevarse hasta las nubes, volvia Muley la vista hácia él con ansia y con cuidado: siguiendo su marcha con precaucion y silencio, envió delante batidores para reconocer el terreno, y tomó otras medidas para asegurarse contra cualquiera emboscada ó asechanza del enemigo, sin creerse enteramente seguro hasta que, pasando la tierra quebrada y montuosa de Castellar, y dejando á Gibraltar á la izquierda, llegó á las llanuras que atraviesa el rio Celemin. Aqui sentó su campo; y destacando cuatrocientos corredores, ó ginetes armados á la ligera, los apostó cerca de Algeciras, con órden de observar la fortaleza vecina de Gibraltar, de atacar al alcaide y cortarle la retirada, en el caso que intentase una salida. Tomada esta disposicion, se despacharon doscientos corredores mas para correr la campiña de Tarifa, é igual número para asolar las tierras de Medinasidonia: los demas, con el Rey, quedaron en el campo para formar un punto de reunion. Con tan buen efecto corrieron aquellos forrageadores el pais, que en breve volvieron conduciendo rebaños enteros, y ganado en tanta cantidad, que era mas de lo suficiente para suplir la falta de lo que acababa de quitarles Fernando en su incursion en la vega. La tropa apostada en la playa de Algeciras con órden de observar á Gibraltar, volvió tambien al campo, diciendo que en aquella plaza todo quedaba tranquilo, y que no habian visto moverse un solo soldado de la guarnicion; por lo que Muley se felicitó en vista de la celeridad y secreto con que habia efectuado esta entrada, burlando la vigilancia de aquel sagaz alcaide.

Pero se equivocaba Muley Aben Hazen creyendo que sus movimientos habian sido tan secretos, que no se hubiesen notado. De todo tenia aviso Pedro de Vargas; mas siendo tan corta su guarnicion, no se atrevia á salir de la fortaleza, por no dejarla desamparada. Felizmente aportó, á esta sazon, en la bahía de Gibraltar la escuadra de Cárlos de Valera, que cruzaba en el estrecho; y Vargas, dejando al comandante de ella encargado de la defensa de la plaza en su ausencia, se salió fuera aquella misma noche con setenta caballos, y se dirigió á Castellar, lugar fuerte situado en una altura por donde sabia que los moros habian de pasar á su regreso. De órden suya se encendieron hogueras en los cerros, para avisar á las gentes del campo que los moros estaban en la tierra, y despacháronse correos en diversas direcciones para apellidar á los habitantes, é intimarles que se le reuniesen armados en Castellar.

Muley Aben Hazen, conociendo por las almenaras que ardian en las montañas que el pais se levantaba, alzó el campo, y á toda prisa se puso en movimiento con direccion á la frontera; pero le servia de mucho entorpecimiento en su marcha el botin que habia recogido, y la gran cabalgada que habia sacado de la campiña de Tarifa. En esto le avisaron sus adalides que habia tropas enemigas en campaña; pero hizo poco aprecio de este aviso, sabiendo que no podian ser sino los soldados de Pedro de Vargas, que no pasaban de doscientos ginetes. Empero echó delante doscientos y cincuenta caballos al mando de los alcaides de Cáceres y de Marbella: detras de estos colocó la cabalgada, llevando él mismo la retaguardia, que formaba el grueso de su ejército. Pedro de Vargas, que estaba alerta, los vió venir cuando se acercaban á Castellar, por una nube de polvo que levantaron al bajar una de las cuestas de aquel pais montuoso, y notó que la vanguardia estaba separada de la retaguardia por un espacio de mas de media legua, y por la cabalgada que iba en el centro, al paso que un bosque espeso ocultaba los primeros á los últimos. Persuadido Vargas que en tal disposicion no podrian valerse unos á otros, en el caso de ser atacados repentinamente, y que seria fácil ponerlos en confusion, tomó cincuenta ginetes escogidos, y haciendo un rodeo, fue con el mayor secreto á esperar al enemigo á la entrada de un paso angosto, por donde forzosamente habia de pasar.

Aqui se pusieron en emboscada, ocultándose entre los peñascos y matorrales, con propósito de dejar pasar la delantera, y caer sobre la rezaga. En esto se presentaron seis batidores moros á caballo, que empezaron á reconocer aquel sitio con el mayor cuidado, y ya iban á descubrir la celada, cuando Vargas, precisado á mudar el plan que habia formado, hizo una seña, y al punto salieron contra ellos diez ginetes españoles. De la primera embestida mordieron la tierra cuatro de los moros: los otros dos, metiendo espuela á sus caballos, huyeron para reunirse con los suyos, persiguiéndolos los diez de Pedro de Vargas. Adelantáronse entonces unos ochenta caballos de la vanguardia de los moros para socorrer á los batidores: volvieron atrás los diez españoles, y persiguiéndolos los moros, entraron unos y otros atropelladamente por el paso ó desfiladero donde estaba la emboscada. Al punto suena una trompeta, y saliendo Vargas y los suyos, dieron en ellos con tal furia y denuedo, que en un momento arrollaron á cuarenta de los enemigos: los demas volvieron las espaldas. “¡Adelante! gritó Vargas, y acabemos con la vanguardia antes que puedan ser socorridos por los de atrás.” En efecto, hicieron los nuestros una carga tan vigorosa, que desbarataron toda la delantera de los moros, los cuales huyeron desordenados para reunirse con la retaguardia, y atravesando por medio de la cabalgada, la pusieron en confusion, levantando entre todos tal polvo, que no se podian distinguir los objetos. Satisfechos con esta ventaja, y recelando la llegada del Rey moro con el grueso del ejército, trataron los cristianos de ponerse en cobro, y con veinte y ocho caballos y los despojos de los muertos, (entre los cuales hallaron á los alcaides de Cáceres y Marbella) se retiraron á Castellar.

Sorprendido Muley con esta confusion y alboroto, llegó á temer que toda la gente de Jerez estaba en armas contra él, y poco faltó, para que abandonase la cabalgada y se retirase por otro camino; pero como el buen soldado jamas abandona la presa sin pelear, determinó pasar adelante, y llegando al campo de batalla, le halló cubierto de los cuerpos muertos de mas de ciento de sus soldados. Enfurecido á la vista de tanto estrago, siguió el alcance del enemigo hasta las puertas de Castellar, y pegó fuego á dos casas que habia junto á la muralla. Reuniendo despues el ganado que andaba disperso, lo hizo conducir formando una hilera inmensa, por debajo de los muros de la villa, como para desafiar á Pedro de Vargas.

En medio de su fiereza, tenia el viejo Aben Hazen sus rasgos de generosidad y cortesía, y no era menos caballero que soldado. Mandando llamar á un cautivo cristiano, le preguntó cuáles eran las rentas del alcaide de Gibraltar; y habiéndosele respondido que de cada piara que pasaba por aquel término, le correspondia una res, dijo Muley: “Alá no permita que á tan buen caballero se le defraude de su derecho.” Inmediatamente mandó escoger de entre el ganado que traia doce reses de las mejores y mas gordas, que entregó á un alfaquí con órden de presentárlas de su parte á Pedro de Vargas. “Y decidle, añadió el Rey, que me perdone si antes no satisfice sus derechos, de los cuales no tenia noticia; pero que instruido ya de ellos, me apresuro á pagárselos con la puntualidad que se debe á tan buen caballero; y que no sabia yo fuese el alcaide de Gibraltar tan activo y vigilante en la cobranza de sus alcabalas.”

No dejó de caerle en gracia á Pedro de Vargas la ocurrencia del Rey de Granada; y usando del mismo estilo, contestó: “Decid al Rey, vuestro señor, que le beso las manos por la merced que me hace, y que siento no me haya permitido la cortedad de mis fuerzas darle un recibimiento mas señalado á su entrada en estas partes; pero que estoy esperando la llegada esta noche de trescientos caballos de Jerez, y que si en efecto vienen, no dejaré de obsequiar á S. M. con ellos á la madrugada.” Y presentando al alfaquí un vestido de seda y un manto de escarlata, le despidió con mucha cortesía.

Al recibir esta respuesta, dijo Aben Hazen meneando la cabeza: “Líbrenos Alá de una visita de estos campeadores de Jerez; que si nos atacan, embarazados como vamos con esta cabalgada, y empeñados en un pais tan áspero y fragoso, no les será dificil efectuar nuestra destruccion.” Con este cuidado aceleró su marcha, y pasó con tal precipitacion aquellas montañas, que se le descarrió una gran parte del ganado, y se volvieron cinco mil cabezas, que fueron recogidas por los cristianos: con lo demas llegó Muley á Málaga, donde entró ufano y glorioso por el daño que habia causado en las tierras del duque de Medinasidonia19.

17.Pulgar, Crónica.
18.Cura de los Palacios, c. 58.
19.Alonso de Palencia, L. XXVIII. c. 3.