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Romper el corazón del mundo.
Modos fugitivos de hacer teoría
val flores
Romper el corazón del mundo.
Modos fugitivos de hacer teoría Prólogo: marie bardet
Prólogo: marie bardet
val flores,
Romper el corazón del mundo, Editorial Continta Me Tienes,
colección La pasión de Mary Read, serie #cuerpas, mayo de 2021
Edición a cargo de Sandra Cendal
388 pp., 13 x 18 cm.
Depósito legal: NA 54-2021
ISBN: 978-84-122760-4-6
IBIC: QDTS: Filosofía social y política
Continta Me Tienes
C/ Belmonte de Tajo 55, 3º C
28019, Madrid
91 469 35 12
Colección La pasión de Mary Read: 28
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Los textos son propiedad de su autora.
© de esta edición: Continta Me Tienes
Diseño de colección: Marta Azparren
© Del prólogo: marie bardet
Lan honek Nafarroako Gobernuaren dirulaguntza bat izan du, Kultura, Kirol eta Gazteria Departamentuak egiten duen Argitalpenetarako Laguntzen deialdiaren bidez emana.
Esta obra ha contado con una subvención del Gobierno de Navarra concedida a través de la convocatoria de Ayudas a la Edición del Departamento de Cultura, Deporte y Juventud.
Romper el corazón del mundo.
Modos fugitivos de hacer teoría
val flores
Índice
Prólogo: Leer un libro como se hace un hueco, marie bardet
Introducción. Romper el corazón del mundo
1. Con los excrementos de la luz. Interrogantes para una insurgencia sexo-política disidente
2. Decir prosexo
3. Vivir en diferido. El fracaso lésbico del tiempo
4. Con luz propia. Una posible figuración para las masculinidades lésbicas
5. Febriles alquimias del cuerpo. Una poética excrementicia
6. Lesbiana: Descontextualizar la cita académica
7. La intimidad del procedimiento. Escritura, lesbiana, sur como prácticas de sí
8. El temor de la escritura: la carroña feminista
9. Lengua viva, disturbios somáticos, ¿deseo de normalización?
10. Desafíos y provocaciones: el presente de los feminismos
11. Un gesto contra-epocal: las lesbianas como salteadoras teóricas
12. El derecho al gemido. Notas para pensar la ESI desde una posición prosexo
13. Saber es estremecer. Apuntes interrogativos para la descolonización sexo-educativa
14. Pequeñas economías del asombro. Narrativa, género y pedagogía
15. Espectros fugitivos
16. El vértigo
17. El exilio de la piel
Bibliografía
Prólogo
marie bardet hace filosofía y también danza. Nació en Francia y vive ahora en Argentina. Su hacer y su pensar corren las fronteras entre teoría y práctica y se nutren tanto de la improvisación y las prácticas somáticas como de la filosofía contemporánea y de los pensamientos-prácticas transfeministas y queer/cuir. En todo ese arco, tensa los problemas que recorren los cuerpos y la política configurando espacios comunes de multiplicidad artística y pensamiento situado. Es docente-investigadora del IDAES en la UNSAM y dirige el posgrado en Prácticas Artísticas Contemporáneas del IAMK- UNSAM. Desarrolla conferencias escénicas (Les restes des gestes, 2010; Des-articulando: conferencia en movimiento, 2012; Perdre la face-perder la cara, 2019) y escribe (Pensar con Mover, 2012; «Saberes gestuales: epistemologías, estéticas y políticas de un “cuerpo danzante”», Enrahonar, 2018; Hacer Mundos con Gestos, 2019; Perder la cara, 2021).
Leer un libro como se hace un hueco
marie bardet
Hacer un hueco, hacerse un huequito en el tiempo, para meterse entre el monte tupido de la lengua lesbiana y sureña de val flores; un hueco para leer un libro que fuerza a un destiempo de la inmediatez de la información y de la comprensión, tan instantánea como las sopas y los fideos, que reina sobre las comunicaciones. Fabricarse para y en la lectura un tiempo a contra-tiempo de las redes sociales y de la sincronía por cámara en las que se en-red-aron nuestras vidas desde hace tiempo, y más aún en un año pandémico del todo online. Suspender un poco el ritmo, cortar un momento con la vorágine de los mensajes, acompasar la respiración que sostiene la lectura, agujerear con ese gesto algo del corazón del mundo para cavar ahí mismo un ritmo sanguíneo que pueda soportar la consistencia lenta, atrasada y rezagada de una voz cuyo latido sostiene un vivir en diferido en el fracaso lésbico del tiempo.
Esa lentitud, ese atraso, ese rezago, si perforan –tal bicho taladro– el mundo ampliamente asfixiante en el que vivimos, es bien lejos del gran elogio a la comodidad de la vida sin prisa, de cualquier sonrisa beata celebrando una felicidad obligatoria, o de la programación asegurada y exitosa de una vida zen. La escritura de val flores instaura, más bien, una temporalidad que sabe y saborea la velocidad sin crono-logía del relámpago y la lentitud dérmica del lagarto en la piedra. Instaura una duración, con la quemazón intempestiva de una lengua paradójica que ralentiza acelerando y acelera ralentizando, rasgando todos los cronómetros, las agendas, y los relatos evolutivos en un gesto escritural de sabotaje temporal. Como quien metería un zueco (en francés: sabot que se encuentra en la raíz de sabotaje) de palabras en la maquinaria de la fábrica del tiempo «recto» y «hetero» y sus engranajes cronológicos de mediciones de eficiencia y rentabilidad (para traer aquí una imagen bizarra directamente salida de un territorio imaginario ecléctico donde se superponen lesbianismo decimonónico dandi, archivos obreros, fantasías revolucionarias: la de aquellxs luditas destruyendo las máquinas que hilaban la muerte fabril del gesto artesano, o la del proletariado metiendo sus zuecos de madera en las maquinarias de las fábricas capitalistas).
Una escritura lesbiana y del sur como procedimiento íntimo que instaura una temporalidad trastocada, espesa y oblicua, forzando a hacerse un huequito de lectura para seguir los diferidos vitales de una escritura que sigue algunas contracorrientes recolectando los cadáveres de las figuraciones vitales y políticas entumecidas por los tiempos lineales, patriarcales, coloniales. Es decir, deshace uno a uno los hilos de las trampas mortíferas tendidas por aquellos relatos del éxito, de la evolución iluminada y del progreso meritócrata de sujetos cada vez más aceptables, y apuesta al tiempo fulgurante de una escritura a destiempo como gesto político y poético, que le disputa en su exigencia de lectura a la crono-logía hegemónica y abre otra dimensión temporal en la experiencia, siempre somática, de lectura. Como esos caballos árabes cuyo paso veloz es una suspensión en el aire, escribe como cabalgaría, con la fulgurancia excrementicia de una lombriz y la velocidad inconmensurable de la suspensión temporal del galope.
La escritura se hace en la lectura, dice val flores en este libro. Este hueco que nos hacemos para leer abre, junto a esta temporalidad a destiempo de la lectura, nuevos surcos en la escritura de cada unx. Si la lectura no deja intacta la escritura, se contagia aquí en el contacto con el trabajo de des-composición de una escritura que fermenta, en estos textos tan teóricos como vitales, palabras ex- y com-puestas con la fuerza vulnerable de quien sostiene, pertinaz, un acto extremo de confianza radical: la escritura –es decir también el cuidado de sus modos y escenas de enunciación– puede «cambiar el mundo».1 O más precisamente puede romperle el corazón, como propone el título que parafrasea a Dorothy Allison: Romper el corazón del mundo, en quiasmático contrapunto, no es solo derrumbe y destrucción de las escrituras, teorías y afectos que organizan el presente constituido a la fuerza como exclusivamente heterosexual bajo la razón colonial capitalista y racista. Es, a su vez, una composición inédita de relaciones, un puente a una implicación sudorífica en los meandros del lenguaje para la extenuación de sus resonancias imprevistas. Porque la división epistémica clásica entre teoría-práctica ha sido un programa político y somático de normalización que nos ha distanciado de nuestros propios cuerpos como ejercicio de saber. No se trata de revelar o desocultar, sino de crear y producir un agenciamiento del deseo teórico, pedagógico, sexual y político para construir micropolíticamente disposiciones imaginativas que desprivaticen la invención epistémica y desafíen los límites de las habituales definiciones normativas del hacer/saber.
Entonces, con sus terremotos sublinguales en el campo sensorial con el que veníamos percibiendo el mundo, con sus rasguños narrativos al gesto repetitivo de obediencia que fabrica las lenguas, los cuerpos y sus relaciones, este enjambre de textos se mete en los debates teóricos y políticos con la lengua caliente y mineral de la poesía y opera allí una perturbación climática y sanguínea de las palabras. Se mete, también, bajo la piel, en las venas, entre las articulaciones, hasta desestabilizar el gesto de escritura que acompaña, o sigue, la lectura: sea un mensajito de amor, sea algún trabajo académico, sea una poesía, sea un manifiesto, sean las páginas íntimas de un diario, sea el guión de una performance, sea un programa de seminario, sean las notas de un curso, sea un silencio masticado, o sea la mezcla abigarrada de cualquiera de estas escrituras. Este libro invita a exponerse a otra lengua que se inmiscuye en nuestras relaciones más íntimas y públicas, más calientes y desencantadas, más performativas y cercadas que sostenemos –y que nos sostienen–, con las palabras. ¿Habrá, en este pacto silente, efímero e insolente que instaura quien lee con quien escribe, un compartir la confianza terca en los efectos alquímicos de un trabajo de orfebrería de las palabras y en la poesía como artilugio de des-construcción de los conceptos?
Preguntas que agujerean
Romper el corazón del mundo agujereándolo con preguntas incómodas. ¿Habrá en el hoyo, armado por los signos de las preguntas que pueblan el texto, una figuración posible de este hueco para leer? Ensaya la pregunta como un decir que deja espacio para oír. En cada pregunta, entrena un escribir que se deja agujerear por las direcciones en las que hablar y en las que no, por las corrientes de viento a las que escuchar y a las que no. A lo largo de los textos, ejercita la pregunta de quién habla en complicidad con el oído interno y sus huecos laberínticos entre cuyos canales se deslizan los cristales con los que nos vamos des-orientando. En la cocina de su escritura, la pócima de las preguntas es antídoto contra la voz segura de sí misma y elixir con efectos de un pensamiento que sostiene la escucha y la pequeña respiración silente antes de tomar la palabra.
Así, con su artesanía de la pregunta, val flores desvía el tono declarativo hacia la interrogación y tuerce el gesto de interpelación exclamativa, que funda muchas teorías de la subjetividad política con Althusser y muchos pensamientos políticos después, en una práctica de la interrogación. Esa palmadita de reconocimiento en la espalda que constituye el sujeto siempre encarnado en relaciones y gestos se vuelve aquí cimbronazo y vértigo, preguntas que sacuden, interpelación que des-orienta, huecos en los que se apoyan los procesos de subjetivación a tientas, y las teorías y prácticas de des-identidades oscilantes y situadas.
En su arte del interrogante pertinaz, desenvuelve un trazo sombrío que recoge las experiencias políticas, las prácticas activistas y pedagógicas de producción de subjetividades en proceso constante de re-situación y de des-orientación. Entre las páginas del libro, esta práctica de la pregunta como modo vital y poético de quien (no) sabe que pararse a hablar puede ser resquebrajar el ideal de la verticalidad falo-logo-heterocentrada, funde el hilo de una escritura al ras del suelo y del horizonte a la vez y remueve los tonos de voz seguros de sí mismos, haciendo lugar a los destellos claroscuros que emergen en los márgenes del monumentalismo y de la épica de los sujetxs bien paradxs. Su escritura engarza con la alquimia pirotécnica de la pregunta las miles de otras posturas, afecciones y atenciones de quienes crecen como enredaderas, un poco de costado, un poco desbordantes, siguiendo tendencias oblicuas y torcidxs.
Con una epidermis política-escritural orientada por tropismos2 y una persistencia telúrica de preguntas que labran una lengua cosida de relámpagos3, esta fuerza interrogativa y su poética deseante configuran una política de la interrogación y una aisthesis agujereada de la subjetivación y de las des-identidades, que no parten del modelo de la gran conquista bípeda del sujeto erecto en su verticalidad, sino que siguen los rastros de los modos de deambular, de vagabundear, de moverse dilemáticamente... Así, la pregunta pertinaz se hace ejercicio sin promesa de una práctica somática en la que escribir, tomar la palabra, enseñar, aprender, crear, disputar, son procesos de des-orientaciones situadas, atenciones conjuntas a las prácticas de tocar, ser tocadx, derrumbarse, reptar, gatear, gemir, lamer, jugar, dormir, coger…
Palabras que operan
Modos fugitivos de hacer teoría toma la palabra como operación más que como homenaje semántico a una tradición o juego brillante en los tableros de la lógica gramatical comunicacional: «operaciones» como políticas de la lengua que apuestan por igual a efectos poéticos y teóricos en las dimensiones materiales, descriptivas, imaginarias y creativas de las palabras; «operaciones» porque se meten en la piel, intervienen los cuerpos o más bien sus relaciones pensantes; «operaciones» porque modulan, modifican, figuran las tramas sustanciales de lo sensible y los espacios que la imaginación política abre para lo vivible.
Lejos de armar operaciones de paz y regulación del pensamiento con nombres propios y mayúsculas, u operaciones de sanación e higienización del lenguaje con correcciones políticas, en este libro se convive con palabras que operan para desestabilizar los modos naturalizados de nombrar(nos), para incomodar las gramáticas normativas y los ideales alternativos, para habitar el desacuerdo, produciendo micro-deflagraciones como forma crítica de mantener vivo el pensamiento feminista que siempre es campo de disputas.
Así van las palabras estallando una cartografía afectiva e inconmensurable, en la operación política y epistemológica de la palabra sur; en la operación tipográfica y genealógico-política de la desmayusculización del propio nombre; en la operación in-memoriosa y desencantada de la palabra fugitiva en la historia militante de las disidencias sexuales en Argentina; en la operación estremecedora e interruptiva de la palabra gemido en la escuela; en la operación enunciativa y provocativa de la palabra prosexo en la academia feminista; en la operación contra-epocal y redistributiva de los campos de la teoría de la palabra lesbiana en el territorio queer; en la operación afectiva y vital de la palabra vértigo en las prácticas amatorias; en la operación ficcional y de supervivencia de la palabra exilio que se mete en la piel de la más reciente capa de escritura en tiempo de pandemia, cuarentena y prohibición del tacto.
Palabras que operan una transvaloración, una transmutación de todos los valores, «interrogante negro y tremendo que proyecta sombras sobre quien lo plantea, obliga a cada instante a buscar el sol y sacudir una seriedad pesada, una seriedad que se ha vuelto demasiado pesada»4. Esa operación de un «filosofar a martillazos», herencia de un imaginario nietzscheano que sigue recorriendo la sangre de algunos de nuestros amores filosóficos, se encuentra per- y con-vertida aquí en los juegos intersticiales de las desa-filiaciones entre sus/nuestros bigotes (reales, pintados, crecidos...) y las (no) seriedades de un activismo teórico-político, que más que hacer resplandecer el gesto del brazo en alto del martillar para romperle el corazón al mundo, ensayan el gesto de termita que agujerea, ahueca, socava.
Imágenes que provocan
Las imágenes también hacen huecos, calentando, quemando, excitando, irritando esa piel con la que nos movemos en el mundo. En ese mundo precisamente situado en el sur y en lo lésbico –menos como un origen y su esencialismo geopolítico y sexual que determinaría lo que hay que pensar y cómo, que como una alerta necesaria a los juegos de visibilidad/invisibilidad y a los ideales de transparencia y claridad sellados a lo largo de una historia colonial-hetero-patriarcal en relatos machacados del «centro» y la «periferia»– la práctica fugitiva desarrolla una atención a los destellos claroscuros para pensar con los excrementos de la luz; más que una apología de las tinieblas, un habitar los desechos de esa luminosidad omnisciente, como un vagabundeo político que desiste de las certezas del resplandor.
Entre las luces espesas de los rayos oblicuos que llegan hacia el sur de una barda ventosa, val flores des-cose las figuras en creux, en «negativo» o ahuecadas entre las zonas de sombra y silencio de una historia del destierro y la matanza. Como en esos dibujos con lápiz en los que el trazo de un grafito hace aparecer los relieves de lo que está detrás de la hoja, hace aparecer los relieves y sus destellos sombríos a través de una práctica escritural que no omite las faltas, las fallas, los equívocos, las penumbras.
¿Cómo se de-pone un pensamiento cuando se vuelve sensible a las deflexiones de las imágenes y no solo a sus brillos y sus reflejos?, ¿cuando presta atención a los apenas rayos de luz que se escapan del juego de representación, a lo difractado y fragmentado que quedan los haces luminosos cuando pasan la nube espesa que rodea toda ola, por más brillosa y espectacular que sea?, ¿y cuando nutre entre los dientes apretados y los ojos de barro de río, una lengua cosida a relámpagos y una piel de cicatrices, atentas al limo de las imágenes del feminismo, a las cenizas que quedan de las ruinas entre las que nos des-hacemos un género en las sombras del binarismo, y al de(sen)canto de los archivos de los activismos de la disidencia sexual, hechos, recolectados y revisitados a mano cuando se rajan del ideal de luz, brillo y transparencia? Ahí se abre entre las letras de la disidencia sexual una deflexión de las imágenes que provocan un estremecimiento, más que impactar de frente. Contra el higienismo moderno que cultivó la oposición entre mirar y tocar/ser tocadx, val flores labra un jardín desértico y fugitivo donde se enredan la vista con el tacto y la propiocepción, cultivando una háptica escritural que figura un pensamiento de lo tangible y lo tangencial.
Esas preguntas que agujerean, esas operaciones de las palabras que se meten en la piel, esas provocaciones de las imágenes, en su práctica háptica, ensayan modos de hacerse una de-morada apoyada sobre la aleación somática del mirar con el tocar. Escribir –y leer– en los márgenes, en este borde que es la piel que se «calienta» de excitación, de bronca, de calentura, del deseo fogoso y pertinaz de seguir rozando este mundo con el corazón roto.
marie bardet, enero 2021
por Pequeño Bambi
(a través de karol zingali y marie bardet)
Soy chonga y5
soy chonga y me gusta vestirme de rosita
soy chonga y me gusta sentirme frágil en la cama
soy chonga y no me gustan los falos
soy chonga y me encanta mi dildo calzado en el arnés
soy chonga y no doy el primer paso
soy chonga y me calienta el peluche
soy chonga y me encanta que me ates
soy chonga y soy muy seria
soy chonga y soy muy juguetona
soy chonga y me cuesta, y me gusta, perder el control
soy chonga y me calientan los tacos agujas
soy chonga y me gustan las calesitas
soy chonga y me gusta que me pegues
soy chonga y me gusta hacértelo fuerte y suave
soy re chonga y me canso rápido
soy chonga y me gusta que me la metan por el culo
soy chonga y me gusta abrirme toda
soy muy chonga y me quedé dormida
soy chonga y te limpio toda la casa vestida de criada
soy chonga y acostumbrada a fracasar
soy chonga y me gusta maternar
soy chonga y no tengo un solo destornillador
soy chonga y me depilo toda
soy chonga y uso aceite de coco agroecológico como lubricante
soy chonga y te lloro una vez al día
soy chonga y «juego con lo que quiero»
soy chonga y uso muchos diminutivos
soy chonga y me da terror la tormenta
soy chonga y me calientan los relámpagos
soy chonga y soy femme fontaine
soy chonga y hago compost en mi balcón
soy chonga y no sé cómo hacer
soy chonga y hablo con los lagartos
soy chonga y me pongo la bikini roja
soy chonga y te arreglo el cuello de la camisa negra
soy chonga y me gusta que me cabalguen
soy chonga y me encanta manejar la camioneta
soy chonga y doy una conferencia con el arnés puesto
soy chonga y odio las flores
soy chonga y sueño con una huerta
soy chonga y re contra melancólica
soy chonga y fan del camping
soy chonga y hago el asado
soy chonga y pongo música romántica
soy chonga y me gustan los bultos
soy chonga y bastante marika
soy chonga y bailo twerk
soy chonga y me gustan los chongos con piercing en las tetillas
soy chonga y me calientan los músculos turgentes
soy chonga y recito poesía antigua
soy chonga y una tarde le chupé los dedos al público
soy chonga y me encanta el chocolate blanco
soy chonga y fan de los tupperware
soy chonga y me calientan los romances del medioevo
soy chonga y me gusta estar tirada bocabajo
soy chonga y no me gusta el rock
soy chonga y hago dulce de damasco
soy chonga y me gusta tirarte del pelo cogiendo
soy chonga y maestra de escuela
soy chonga y me calienta coger en el bosque
soy chonga y muy mimosa
soy chonga y me lookeo en instagram
soy chonga y amo andar en cuero
soy chonga y me calientan las arrugas
soy chonga y me excitan los gerundios
soy chonga y no quiero nada más
soy chonga y en mi riñonera hay curitas y un alplax
soy chonga y me gusta dormir la siesta
soy chonga y me gusta en la carpa
soy chonga y te hago la bibliografía
soy chonga y practico yoga
soy chonga y bastante escritora
soy chonga y tengo una familia de amigxs
soy chonga y desespero del futuro
soy chonga y surfeo el arcoíris en el barro
soy chonga y me corto las uñas al ras
soy chonga y cultivo los besos lentos
soy chonga y bastante delicada
soy chonga y tengo miedo a la oscuridad
soy chonga y me encandilan las luces
soy chonga y amaso mi pan
soy chonga y me calientan los caballos
soy chonga y me gusta que me la chupen
soy chonga y me calienta que me toquen las tetas que no tengo
Introducción
Cuando sientes que todo está en tu contra,
lo único que nos queda es crear.
Romper el corazón del mundo. El rechazo de una relación instrumental con el lenguaje, con los saberes, con las imágenes, con lxs otrxs. La traición al éxito forzado y la felicidad compulsiva. El derrumbe de un modo de pensar dicotómico. La apertura urgente de un desamor para hacernos otra vida. Provocar un trauma afectivo al poder disciplinante. Des-enamorarse de una ficción de obediencia. Sacudir un pasado roto y sentir nuestras cicatrices como futuro teórico.
A la ruptura siempre la acompaña el puente, nos dice el poeta Fred Moten6 en relación a la música negra. La ruptura y el puente son sinónimos, son simultáneos, se acompañan, no son lo mismo pero no van separados. La ruptura implica violencia como la historia de la esclavitud, de la conquista y del genocidio. Pero no se puede reducir a ella, aunque forme parte de nuestra rotura. Nosotrxs también rompemos, el pan y la tierra cuando la cultivamos, dice Moten. La lengua y la teoría cuando dejamos de escuchar, agrego con intuición. Cierto tono de la lengua, cierto modo de hacer teoría, cierto estado del corazón, se rompen cuando dejamos de hacer sin pensar, sentir sin emoción, movernos sin fricción, adaptarnos sin preguntar, traducir sin pausar, conectarnos sin interrupción. Nuestra ruptura también es violenta, pero no es brutal. Nosotros no contrarrestamos con fantasías de reparación la manera como ellos rompen. Contrarrestamos su manera de romper con nuestra manera de romper, que es violenta pero amorosa7. Un arte de componer con ruinas, con nuestros pedazos rotos, en los bordes de las grandes historias normativas que astillamos. Una experiencia de la rotura en que la que somos heridxs y, a la vez, herimos para que nuestro deseo pueda sobrevivir, cruzando e interfiriendo las retóricas del triunfo, de la alegría, del bienestar, del rendimiento, de la productividad, como imperativos del capitalismo neoliberal. Una erótica de la herida que pulsa prácticas teóricas no como experticia profesional ni mérito académico, sino como una habilidad vital de volver vivible este mundo/sur como un plan imaginario compartido de un entonces y allí8 que sea la cálida iluminación de un horizonte teñido de potencialidad.
Aquí el sur es una operación política y epistemológica que desiste de reivindicar una territorialidad de origen, esclerotizando una identidad cultural en un estereotipo sustancializante o en un refugio nostálgico de pureza, y al mismo tiempo tensiona la práctica teórica y escritural como deserción del régimen de saber/poder de la colonialidad neoliberal. No obstante, la geografía se imbrica a la materialidad que compone la escena del pensar, cuya supuesta naturalidad es profanada por la práctica de escritura que la re-escribe y re-significa. Sur es tierra viva y teoría muerta, como energías beligerantes del Abya Yala y de los tránsitos escriturales entre la Patagonia y La Pampa argentina, donde se sienten los surcos sangrientos del dominio del hombre blanco cisheterosexual capitalista y depredador.9
La escritora lesbiana Dorothy Allison habla de un rechazo del lenguaje con el fin de rehacer el mundo que nos aniquila. Quiero ser capaz de escribir tan potentemente que pueda romperle el corazón al mundo y sanarlo. Quiero escribir de tal modo que literalmente rehaga al mundo.10 Rehusando una lengua victimista, subvierte la obligación de usar un lenguaje y las categorías de una sociedad que nos desprecia, porque esos mismos términos nos hacen desaparecer. Romper el corazón del mundo, en quiasmático contrapunto, no es solo derrumbe y destrucción de las escrituras, teorías y afectos que organizan el presente constituido a la fuerza como exclusivamente heterosexual bajo la razón colonial capitalista y racista. Es, a su vez, una composición inédita de relaciones, un puente a una implicación sudorífica en los meandros del lenguaje para la extenuación de sus resonancias imprevistas. Porque la división epistémica clásica entre teoría y práctica ha sido un programa político y somático de normalización que nos ha distanciado de nuestros propios cuerpos como ejercicio de saber. No se trata de revelar o desocultar, sino de crear y producir un agenciamiento del deseo teórico, pedagógico, sexual y político para construir micropolíticamente disposiciones imaginativas que desprivaticen la invención epistémica y desafíen los límites de las habituales definiciones normativas del hacer/saber. ¿Cuántos cruces y paradojas soporta nuestro ethos teórico? Para quienes hemos sido desautorizadxs por los lenguajes hegemónicos, apropiarnos de nuestra potencia de actuar (en) la teoría como territorio político despliega una energía heurística que se desata al colectivizar nuestra escritura bastarda.
Romper el corazón del mundo se trata de un estar entre, en el que la práctica teórica traza un umbral entre (des)identificaciones, mundos y potencialidades,11 sin corresponder a ningún espacio en un solo momento sino a varios simultáneamente. Una invitación a volvernos atentxs a la relación más que a los elementos, o «estar sobre el límite mismo», en la medida en que sea posible asir la relación sin presuponer una interioridad sustancial de las cosas que se relacionan.12 ¿Qué grado de normalidad prescribe la lengua para ser teóricamente inteligible? ¿Qué relaciones hay que subvertir para disputar otros modos de teorizar? Escribir en primera persona del singular o plural13 como un saber situado en tanto estrategia poética de la disidencia sexual desde el sur, imagina una travesía de murmullos que viajan entre mapa y lengua, escritura y situación, poema y escena, cuerpo y letra, saber y experiencia, escucha y piel, sexo e identidad. Desde la (im)pericia de este hacer pasajes que abren redistribuciones de numerosas oposiciones binarias, esta articulación inusitada de registros múltiples y singulares de la teoría deviene por intensidad poética, por decisión política, por pulsión estética, y sensibilidad háptica, en una relación de fuerzas, de consistencias, de lugares y momentos del aquí/ahora.14
La fugitividad como posibilidad teórica
¿Cómo la práctica teórica de (des)componer mundos con palabras instaura un modo de pensar político y pedagógico? Este libro cose esa pregunta con los hilos de otras preguntas como historias menores de una relación heteróclita y promiscua con la lectura, la poesía, el activismo, la lengua, el propio cuerpo, dando puntadas sin final, se erigen en hilos sueltos como marca de su fragilidad, de su contingencia, de su fluctuación, de su disponibilidad para hacer otras cosas.