Objętość 363 strony
Apologético. A los gentiles.
O książce
Tertuliano (nacido en el norte de África como San Agustín y otros grandes escritores de los primeros tiempos de la Iglesia) defiende en Apologética la fe cristiana frente a las acusaciones de los gentiles. Quinto Septimio Florente Tertuliano (Cartago h. 160-h. 220) fue uno de los grandes escritores de la Iglesia, de portentosa capacidad argumentativa. Entre lo poco que sabemos de su vida hay que destacar que recibió una educación esmerada, que escribió como mínimo tres libros en griego y que fue versado en leyes, llegando a ejercer la abogacía; se desconocen las causas de su conversión al cristianismo, pero fue ordenado presbítero en la Iglesia de Cartago. Su rigorismo extremo y su temperamento vehemente le llevaron a separarse de la Iglesia e ingresar en los montanistas, que tampoco le satisficieron, por lo que pasó a fundar su propio grupo religioso, el de los tertulianistas. Combatió con ahínco el paganismo y las herejías, en especial el gnosticismo, en una intensa labor literaria de la que se conservan treinta y un escritos, no todos completos, clasificados en obras apologéticas, obras doctrinales y polémicas –destinadas a combatir los errores acerca de la doctrina– y obras morales y ascéticas. La Apologética es una de estas obras polémicas: en ella defiende la fe cristiana contra las calumnias de los paganos, que acusaban a los creyentes de la Iglesia Primitiva de ser adoradores de un asno (como sería propio de un culto oriental) y cometer sacrificios espantosos. Argumenta que es injusta la persecución de los cristianos, pues carece de fundamento, repasa qué emperadores favorecieron o persiguieron a los cristianos, denuncia el estado de postración moral de los romanos, sostiene que no se ha demostrado ninguna de las acusaciones formuladas contra los cristianos, las cuales son falsas e increíbles, y que son los gentiles quienes cometen aberraciones como la adoración de falsos dioses (hombres, ídolos y simulacros), recuerda que los cristianos no adoran la cabeza de jumento, ni palos derechos, ni al sol, sino al Dios de la Sagradas Escrituras, frente a la insensata idolatría romana, recuerda que el emperador no es un dios, sino sólo un hombre, y que los cristianos le respetan en esta cualidad o dimensión, a él como a todos los hombres, y por lo tanto no son la causa de las calamidades del mundo, ni son infructuosos, como sostienen algunos gentiles, y que las muertes de los cristianos perjudican al Imperio, para acabar exponiendo los fundamentos de la fe cristiana.