Smartphone

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STEFANIA GARASSINI

SMARTPHONE

10 razones para no regalarlo tan pronto

EDICIONES RIALP

MADRID

Título original: Smartphone

© 2020 by Edizioni Ares, Milano.

© 2021 de la edición traducida por CLAUDIO MINAKATA

by EDICIONES RIALP, S. A.,

Manuel Uribe 13-15 - 28033 Madrid

(www.rialp.com)

Questo libro è stato tradotto grazie a un contributo del Ministero degli Affari Esteri e della Cooperazione italiano

Este libro ha sido traducido gracias a la Ayuda a la traducción del Ministerio de Asuntos Exteriores y de la Cooperación italiano

Realización ePub: produccioneditorial.com

ISBN (versión impresa): 978-84-321-5400-3

ISBN (versión digital): 978-84-321-5401-0

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

INVITACIÓN A LA LECTURA

10 RAZONES PARA NO REGALAR UN SMARTPHONE “TAN PRONTO”

1. EL SMARTPHONE ES COMO UN FERRARI, NO SE LO DEJES A UN NOVATO

2. DARLE UN TELÉFONO INTELIGENTE A UN NIÑO SE CONVIERTE EN UNA INCITACIÓN A LA MENTIRA

3. EL SMARTPHONE ES ADICTIVO

4. NO EXPONGAS A TU HIJO A RIESGOS INNECESARIOS PARA LA SALUD

5. NO ROBES LA INFANCIA DE TU HIJO

6. EVITA CREAR UNA RAZÓN PARA EL LITIGIO EDUCATIVO PERMANENTE

7. ¿CÓMO PLANEAS PROTEGER LA NAVEGACIÓN EN INTERNET?

8. EL SMARTPHONE NO TE AYUDARÁ A MANTENERTE EN CONTACTO CON TU HIJO

9. «TODO EL MUNDO LO TIENE». ¿Y QUÉ?

10. EL SMARTPHONE NO ES EL DIABLO

EPÍLOGO. EL AMANECER DEL DÍA SIGUIENTE

REFERENCIAS ESENCIALES

AUTOR

INVITACIÓN A LA LECTURA

Mariolina Ceriotti Migliarese

¿CUÁL ES EL «MOMENTO ADECUADO» para poner un smartphone en manos de nuestros hijos? En este ágil y ameno libro Stefania Garassini, ya desde el título, nos invita a cuestionar lo que se ha convertido en una moda: que sea un móvil el regalo “importante” a una edad temprana.

El teléfono móvil de última generación, con su acceso directo al complejo mundo de internet, es de hecho, dice Garassini, «una herramienta poderosa y compleja, diseñada para convertirse en algo indispensable para quien la usa. Se necesita madurez y capacidad crítica para usarlo del mejor modo posible». El mundo de las redes sociales es un mundo virtual solo de palabra: en la práctica es un mundo extremadamente real, que afecta concretamente a la vida cognitiva, afectiva y relacional de quienes lo frecuentan. Requiere, por tanto, el desarrollo de criterios básicos para orientarse; y hasta el umbral de la adolescencia (13/14 años) por lo menos, las mentes de nuestros hijos no están preparadas para afrontar por sí solas y sin riesgo una complejidad tan grande.

Pero resistirse a la solicitud apremiante de un regalo tan deseado requiere una buena dosis de convicción, único recurso posible para tomar con serenidad una decisión que, en la actualidad, supone ir completamente a contracorriente. La autora nos acompaña hacia esta decisión a través de diez capítulos, sencillos solo en apariencia: comparte con el lector el resultado de un trabajo de investigación y documentación muy largo y minucioso: basta un rápido vistazo a las referencias finales de cada capítulo. El resultado es una bibliografía muy interesante, acompañada también por la presentación oportuna de documentos y artículos nacionales e internacionales, a disposición de quienes deseen profundizar en cada tema. A partir de esta gran cantidad de material, Garassini ha elaborado un texto que tiene la inmediatez de un manual, pero que, paso a paso, nos proporciona muchos elementos de reflexión y, al mismo tiempo, indicaciones prácticas para que esta elección quede enmarcada en la más amplia dimensión educativa y relacional entre padres e hijos.

El reto es fascinante, como solo pueden serlo los retos educativos, porque, en primer lugar, nos obliga a los adultos a pensar y cuestionarnos: “ser” y “transmitir” son, de hecho, las dos fases circulares de todo proceso educativo, y nada puede enseñarse eficazmente si no pasa primero por una convicción profunda y personal. A pesar de la complejidad, comprendemos así que no debemos dejarnos intimidar, ni desanimar, cualquiera que sea nuestro nivel de alfabetización digital; los adultos tenemos sobre todo la tarea de siempre: utilizar nuestra experiencia y nuestra capacidad de pensar para ampliar nuestra reflexión y transmitir a nuestros hijos criterios correctos, antes que habilidades o competencias.

Debemos compartir con nuestros hijos sobre todo la idea de que las redes sociales son, a todos los efectos, poderosos sistemas de relaciones sociales: en la red, más allá de la pantalla, todavía hay personas de carne y hueso, y con estas personas establecemos relaciones que necesitan sus propias reglas. Por lo tanto, es necesario (exactamente como se hace en todas las relaciones) preguntarse a cuál de estas personas queremos tratar y cómo; debemos recordar que la confianza debe ser siempre gradual, y la prudencia indispensable; incluso cuando estamos en la red no debemos olvidar nunca ni el respeto ni la empatía. Para ello hay que tratar de contrarrestar con más reflexión la tendencia a la impulsividad que induce el medio: unos minutos de espera antes de enviar una respuesta en un chat, por ejemplo, pueden cambiar el curso de toda una conversación, y por lo tanto establecer una relación de una manera completamente diferente.

Para concluir, en el campo de las redes sociales debemos movernos con los mismos criterios que guían todos los demás aspectos de nuestro trabajo como padres: confiar en el valor de la presencia y el discurso; partir siempre del “por qué” sin asustarnos el “cómo”; tener claro el valor de la gradualidad de cada aprendizaje y su relación con la edad de desarrollo, como ya lo hacemos en tantas otras áreas del proceso educativo.

Y no hay que olvidar nunca que las reglas sirven de guía y protección en el crecimiento, pero deben estar encaminadas a adquirir autonomía, capacidad de elegir y, en última instancia, la verdadera libertad.

10 RAZONES PARA NO REGALAR UN SMARTPHONE “TAN PRONTO”

RAZÓN 1

EL SMARTPHONE ES COMO UN FERRARI, NO SE LO DEJES A UN NOVATO

Darle un teléfono móvil de nueva generación a un niño es como darle las llaves de un coche deportivo a quien apenas puede conducir un Panda. Es una herramienta poderosa y compleja, diseñada para convertirse en algo indispensable para quien la usa. Se necesita madurez y habilidades críticas para manejarlo de la mejor manera posible.

¿No se habrá dejado engañar la gente con el cuento de los “nativos digitales”, que considera a los jóvenes de hoy verdaderos genios de la informática, a los que no habría nada que enseñar? Probablemente tú también estés convencido de ello porque la definición (acuñada por Marc Prensky, consultor y desarrollador de videojuegos en 2001) ha tenido una suerte increíble y reaparece puntualmente cada vez que se habla del tema “la juventud y la tecnología”. Dice, más o menos: «¡Qué le vamos a hacer...! Los chicos de hoy tienen un cerebro diferente, imposible de entender». Los adolescentes —dice Prensky— son hablantes nativos del idioma digital, más inclinados a la interactividad, a la multitarea, al consumo de contenido multimedia, no lineal, en la red. Aquí está la brecha, descrita como irremediablemente insalvable, con nosotros los adultos, “inmigrantes digitales” en palabras del autor. La metáfora que se utiliza es precisamente la del conocimiento de un idioma: los que lo aprenden de adultos nunca alcanzarán el nivel de los que lo hablan y lo escuchan desde su nacimiento. ¿Y qué? Se acabó el juego. Pero, ¿acaso no hay nada que hacer para nosotros, adultos trogloditas tecnológicos, condenados a perseguir a nuestros hijos sin poder nunca igualarlos, y mucho menos —por supuesto— educarlos? No es coincidencia que el libro más conocido de Prensky se llame Mamá no molestes, estoy aprendiendo, con un chico en la cubierta manejando un joystick y conectado a un videojuego.

 

Es innegable que los niños y adolescentes están naturalmente familiarizados con las herramientas tecnológicas. Si ponemos nuestro smartphone en manos de nuestro hijo de once años, seguro que encontrará funciones que nos resultan completamente desconocidas, y conseguirá hacer funcionar esa app que para nosotros resulta indescifrable. Pero es casi seguro que no es consciente de lo que está haciendo. El periodista Paolo Attivissimo narra un sucedido acerca de seguridad informática en una clase de quinto de primaria. Ante la pregunta: “¿Quién no usa Internet?”, se alzó una única mano. «Le pregunté al chico cómo era posible que no navegara por la red y me respondió, desconcertado, que él no usaba Internet: usaba YouTube». Otro ejemplo: una niña de 2.º de la ESO le aseguró a su madre que ella se encargaría de la inscripción online en la escuela secundaria. Introdujo los últimos datos y dio por concluida la inscripción, tan tranquila. La confirmación del registro, sin embargo, tardaba en llegar. La madre, desconfiada, repasó el proceso y vio que faltaba un último paso: la presentación real de la solicitud. Podríamos mencionar muchos otros casos similares donde se atestigua que la competencia de los niños está, de hecho, frecuentemente sobrevalorada.

Si tratamos de investigar su conocimiento de cómo funcionan motores de búsqueda como Google o Bing, tal vez pidiéndoles que usen más de uno de ellos para evaluar cierta información comparándola con otros tipos de documentos, tanto online como en papel, es muy probable que vacilen (tal vez nosotros también, pero esa es otra historia). Cuando quisiésemos comprobar si saben que el orden de resultados propuestos por un motor de búsqueda no se basa en la autoridad sino en la popularidad —porque nosotros sabemos ¿no?, que el primer lugar de la clasificación no es el más fiable, sino el más consultado y vinculado a otros a través de enlaces— haremos algunos descubrimientos desoladores. Tuvieron dichos resultados los investigadores de una conocida fundación que, en colaboración con un Ministerio italiano organiza cada año el concurso Webtrotter para estudiantes de los tres primeros años de secundaria. El objetivo es que demuestren ser hábiles en la búsqueda inteligente de información. Esto no se alcanza completamente, más aún si implica búsquedas complejas que requieren consultar múltiples sitios y evaluar resultados. El “nativo” está acostumbrado a usar estas herramientas sin hacerse demasiadas preguntas, “basta que funcione”, como dice el título de una famosa película de Woody Allen. Y ciertamente, para determinadas actividades en la Red esto es suficiente. Pero renunciar a preguntarse “qué hay debajo”, significa no utilizar la herramienta de manera consciente y crítica. Este es precisamente el punto débil de los estudiantes (desde la secundaria hasta la universidad) según un estudio de la Universidad de Stanford, que investigó las habilidades necesarias para reconocer las noticias falsas. Pocos fueron capaces de evaluar correctamente la fiabilidad de una noticia (la presencia de una foto de buena calidad se consideraba un elemento de credibilidad), de una fuente (muchas personas no conocían el significado de la doble marca azul que en las diferentes redes sociales indica un perfil verificado) y de captar la diferencia entre un contenido patrocinado (pariente cercano del anuncio) y un artículo periodístico.

LAS MALETAS ESENCIALES PARA NUESTRO VIAJE

Por supuesto, tampoco los adultos somos impecables en esto, pero disponemos de algunas herramientas más: no nacimos en el caos de información que caracteriza a Internet: hemos aprendido que hay diferentes tipos de fuentes y —aunque el error siempre es posible— sabemos que detrás de las noticias de un periódico o la entrada de una enciclopedia hay un trabajo de verificación que no existe en buena parte de lo que se lee online. No podría ser de otra manera: la web es como un lugar gigante donde la información se difunde de boca en boca —más de cuatro mil millones de personas están hablando ahora, más de dos solo en Facebook— y no parece requerir ningún tipo de verificación.

Los adultos y los jóvenes se enfrentan a los mismos retos: cómo interpretar y evaluar la información online, qué sucede con nuestros datos, sin olvidar que detrás de la pantalla hay personas y que pulsar el teclado tiene un efecto sobre ellas. Así pues, la etiqueta de “nativos digitales” es engañosa. Como todas las etiquetas, solo sirve para tranquilizar a quienes la usan, convencidos de que basta nombrarlas para comprenderlas algo mejor. Como explicó el escritor Alessandro d’Avenia en un artículo de La Stampa: «El “nativo digital” es la cara que hemos dado a un miedo: la velocidad del progreso en los últimos años y el ritmo de vida al que estamos sometidos hace que el diálogo entre generaciones, ya de por sí difícil, se atasque aún más». Las dificultades no surgen con la tecnología, tienen raíces más profundas. Las herramientas digitales pueden amplificarlas, pero si se usan bien son un recurso para mejorar la situación. El requisito fundamental para que esto ocurra es mantener el control, recordando siempre que educar en el uso de la tecnología es, ante todo, educar.

Empecemos por decidir el momento adecuado para darle a nuestro hijo un teléfono móvil. No niego que es bastante difícil hoy en día, porque las presiones ambientales son muy fuertes. En 6.º de primaria, los que no lo tienen son ya una clara minoría. Pero este es un primer paso muy importante. El segundo será establecer algunas reglas simples (trataremos sobre esto en la Razón 6). Como explicamos, el smartphone es una herramienta de gran complejidad, que requiere un cierto grado de madurez para ser utilizada. Si decidimos entregarlo alrededor de los 13 años, tenemos que dar algunas directrices más y no podemos dar por supuesto que los hijos ya gozan de la conciencia y la madurez necesarias. Aunque reaccionen negativamente, entablando discusiones agotadoras y acusándonos de impedir su libre creatividad y socialización, en realidad esto es exactamente lo que esperan de nosotros: que pongamos límites. Como nos recuerda la psicoterapeuta Asha Phillips, autora del bestseller Los “noes” que ayudan a crecer, para dar seguridad al adolescente está «nuestra capacidad para establecer reglas y atenernos a ellas, para tener ideas claras sobre lo que está bien y lo que no». De esta manera contribuiremos «a hacerles sentir que tienen una base segura desde la cual pueden aventurarse en el mundo».

La clave para nosotros es ser fuertes y flexibles. Podemos lograrlo si estamos convencidos de que no es necesario un título en ingeniería informática para tener autoridad ante nuestros hijos en este ámbito. Tenemos algo mucho más importante que movernos eficazmente en el ambiente digital. Podríamos decir que nuestras “maletas” provienen de un mundo total o parcialmente “analógico”, en el que hemos vivido durante un tiempo más o menos largo. Sabemos por experiencia qué significa desconectarse, no estar disponibles, terminar una conversación o un buen libro sin vernos interrumpidos constantemente por los tonos de las notificaciones, etc. Esto hace que nos resulte más difícil adaptarnos a lo nuevo pero, al mismo tiempo, nos ayuda a darle a lo “nuevo” un contexto, un significado y un valor.

Es el comienzo de una emocionante aventura. Somos la única generación de educadores que está manejando esta transición. No hay tradiciones que respetar, ni costumbres establecidas, ni prácticas que replicar. Nosotros somos los que tenemos que trazar el camino. Tenemos nuestras maletas: abrámoslas, miremos dentro de nosotros mismos con realismo, y decidamos qué es lo bueno y cómo esto puede guiar nuestro uso de los medios y el que han de hacer nuestros hijos. Si no lo hacemos ahora, nadie lo hará por nosotros. Somos en gran parte responsables de cómo los medios de comunicación afectarán a las vidas de los jóvenes a partir de ahora. Si crees que eso no es mucho, tal vez este libro no sea para ti.

* * *

Por tanto,

 No dejemos que el “nativo digital” nos asuste. En verdad no existe. Hay desafíos, pero también oportunidades, que los adultos y los niños pueden afrontar juntos.

 Los adultos tienen habilidades, no “técnicas”, que pueden ser de gran ayuda: las maletas indispensables para afrontar el viaje.

 El primer paso es mantener el control, y decidir bien —muy importante— la edad en la que creemos que es correcto equipar a nuestro hijo con un smartphone.

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