Czytaj książkę: «Tu vida tu mejor negocio»
Estoy por acabar tu libro, llenando los formatos que propones. Me encantó el ejercicio. Nunca hubiera pensado que las técnicas y habilidades directivas se aplicasen tan bien a la formulación de un plan de vida.
Jesús M. Montemayor
¡Salvador! Estoy encantada leyendo tu libro.
Tere Church
Tú has sido el guía de muchos de nosotros, te hemos aprendido mucho, y el que ahora estés iluminando a otros con este libro, no es casualidad.
Eduardo Marcos
Ya leí tu libro y es definitivamente muy enriquecedor, una gran herramienta para prácticamente cualquier persona.
Mauricio Guerra
Es un libro de gran sencillez y valor, como suelen ser las cosas importantes y más bellas de la vida, las personas que trascienden… el ser feliz.
Mario M. Maqueo
Voy en la página 46 y ¡qué bárbaro! Normalmente subrayo todo lo importante y prácticamente tengo todo subrayado. Me haces pensar.
Manuel Rivero
Ya lo leí detenidamente dos veces y se lo pasé a mis hijos para que también lo gocen y aprendan de tus experiencias. Me gustó mucho. Me hubiera encantado leerlo hace 30 años.
Arturo Fernández
Lo considero ¡el mejor libro que he leído en mi vida! Con un contenido tan claro y lleno de sabiduría para ser feliz, definitivamente me ha cambiado la vida.
Fernando García Sada
Un documento esclarecedor, saca a flor de piel verdades que muchos nos negamos a aceptar.
Jorge Pérez Rubio
Lo que más me gustó de todo es saber que la felicidad es una decisión de vida.
Pamela Esteinou
El libro me pareció excelente, sobre todo la importancia de encontrar nuestro propósito en la vida y planear a partir de ello en lo laboral y personal.
Fidencio
Realmente me gustó tu libro, valoro mucho la claridad de la información y la propuesta tan práctica para aplicarla.
Zarina
Ya lo leí todo y lo encontré muy valioso, especialmente para mis hijos. Mi ejemplar está circulando por toda la familia.
Gabriel Oropeza
Estoy saboreando el libro, voy poco a poco, lo leo y releo para asimilarlo y poder hacer el plan para el resto de mi vida.
Lissete Behar
Es una herramienta simple pero muy poderosa, compré quince libros para regalarlos a mi equipo gerencial.
José Carlos Chávez
Al leer las primeras cincuenta páginas me di cuenta del valor del contenido, este libro plantea que al hacer un plan de vida se corre el riesgo de alcanzar todos tus sueños.
Xavier Báez
Voy a la mitad de tu libro y me está gustando mucho, ¡felicidades, está genial!
Álvaro Barrera
He terminado de estudiar tu libro hace unos minutos y te doy las gracias, ha sido inspirador y el mejor regalo en muchos años.
José Luis Rueda Flores
He leído con mucho detenimiento tu libro y lo encuentro muy interesante para todas las edades e ideal para el mundo actual, creo que su enfoque nos ayudará a reflexionar y a planear el futuro.
Federico Sada Quiroz
Índice
Tu vida
Contraportada
Elogios
1. Punto de partida
2. Nuestro lugar en el universo
3. Por qué un plan de vida
4. Modelo estratégico para elaborar un plan de vida
5. Creando una visión
6. Tener o ser: he ahí el dilema
7. ¿Qué me hace feliz? Definiendo mis ventajas competitivas
8. Mis valores gobernantes
9. Estrategias: plan de vida
10. Plan de acción, conviértelo en realidad
11. Disfrútalo desde hoy
12. Algo para recordar
Anexo
Sobre el autor
Créditos
¿DE DÓNDE venimos? ¿Hacia dónde vamos? ¿Cuál es nuestra razón de existir? Las respuestas quedan en el aire y la gente sigue muriendo sin lograr descifrar el misterio de la vida humana.
En una ocasión le preguntaron al Dalai Lama qué le sorprendía más de la humanidad y él respondió: «Los hombres [...] porque pierden la salud para ganar dinero, después pierden el dinero para recuperar la salud, y porque al pensar ansiosamente en el futuro no disfrutan el presente, por lo que no viven ni el presente ni el futuro. Y viven como si no tuviesen que morir nunca [...] y mueren como si nunca hubieran vivido».
En estos tiempos hemos logrado multiplicar nuestras posesiones materiales, pero hemos minimizado nuestros valores; hablamos mucho, pero tenemos poco tiempo para amar; gastamos más y gozamos menos. Nuestras casas son más grandes, pero las familias son más pequeñas; la medicina es más avanzada pero tenemos más problemas de salud; tenemos más compromisos y menos tiempo para cumplirlos. Logramos llegar a la Luna, pero nos falta seguridad para cruzar nuestras calles.
Los ingresos de las familias se incrementan porque ambos padres trabajan, pero los divorcios aumentan. Tenemos casas más bonitas, pero hogares más disfuncionales. En fin, hemos conquistado el mundo y el espacio, pero no nuestro ser interior, nuestros pensamientos y lo que queremos hacer de nosotros mismos.
¿Qué se tiene que hacer para dar contexto, propósito y sentido a la vida y lograr una obra magistral? Esta es la pregunta que todos se hacen, pero que pocos logran responder al no dedicar el tiempo y la perseverancia que se requiere.
Aun aquellos que han logrado el éxito económico y profesional a través de trabajo y perseverancia, pocas veces logran dar a su vida un propósito, y notamos fracasos escondidos tras esos éxitos. Las historias de sus vidas personales muchas veces son un desastre, pero nos encargamos de no difundirlas, de mantenerlas en la privacidad. Por el contrario, sus logros monetarios y sus posesiones materiales son ampliamente comentados en todos los medios. Concentramos nuestra energía y tenacidad en buscar la manera de darle sentido a nuestra vida a través de la acumulación de bienes.
Buscamos diferenciarnos de los demás con marcas que nos distingan de los integrantes de otros grupos sociales. Esto ha alcanzado todos los ámbitos de la vida, por ejemplo las tarjetas de crédito. Si consultamos cualquier sitio en Internet, veremos que hay hasta diez diferentes. El objetivo que buscamos es lograr, a través del color de un plástico, que la gente nos diferencie de todos los demás.
Imaginemos por un momento dos personajes: uno tiene un patrimonio de un millón de dólares y otro de 500 millones, ambos fruto de trabajo y esfuerzo legítimo, y no por herencia. Los dos pueden disponer de satisfactores similares que los confundan ante la sociedad: pueden ir a restaurantes de lujo, asistir a eventos con las mejores entradas, adquirir ropa de marca, etcétera. Preguntémonos: ¿para qué le sirve el dinero al que acumuló 500 millones de dólares si al final la gente lo puede confundir socialmente con el que solo tiene uno?
Cuando terminen sus vidas, ninguno de estos personajes se llevará algo consigo. Este dilema en la existencia del ser humano le lleva a una sola conclusión: «Debo gastar lo que legítimamente tengo o acumule en vida, y que todos sepan que soy diferente al otro, que merezco un reconocimiento especial porque en el mismo lapso de tiempo logré que mi empresa generara 500 veces más que mi competidor». El propietario de los 500 millones de dólares podría incluso pensar que no es justo que ambos sean igual de felices, puesto que él tuvo mayor éxito.
Ninguno de estos procesos humanos se realiza de forma consciente, pues ninguna persona cree identificarse con el ejemplo anterior; sin embargo, iremos descubriendo que estas etapas son parte de la naturaleza misma del ser humano.
Y es aquí, y en muchos otros ejemplos que seguramente el lector conoce, donde arranca la carrera de la vida.
¿Qué haremos? Nos pasaremos toda nuestra existencia buscando y adquiriendo bienes que nos hagan diferentes de los demás y que nos permitan cubrir nuestras necesidades fisiológicas y emocionales, como bien definió Abraham Maslow en su teoría sobre la motivación humana.
Cuadro 1.1. Pirámide de Maslow
Maslow sostiene que, conforme se satisfacen los requerimientos básicos, los seres humanos desarrollamos necesidades y deseos más elevados. Su teoría se describe como una pirámide que consta de cinco niveles. La idea básica de esta jerarquía es que las necesidades más altas ocupan nuestra atención solo cuando se han satisfecho las que están en la parte inferior de la pirámide.
En el primer nivel se encuentran las necesidades fisiológicas básicas para vivir: respiración, alimentación, descanso, etcétera. Posteriormente, surgen las de seguridad física, de empleo, de casa. El tercero está constituido por las de afiliación, que se relacionan con el desarrollo afectivo del individuo, donde sobresalen la amistad, el afecto y el amor. El cuarto nivel es el del reconocimiento y respeto que el individuo recibe de otras personas o instituciones, y el último es el de la autorrealización. Este es el único en donde el individuo, a través de su satisfacción personal, encuentra un sentido a la vida mediante el desarrollo de su potencial.
Los cuatro primeros niveles se definen como «necesidades de déficit» o «necesidades D». Si no tenemos lo suficiente de algo, tenemos una carencia, sentimos la necesidad. Pero si logramos todo lo que necesitamos, no sentimos nada. En otras palabras, deja de ser motivante. Aquí es donde se explica por qué el ser humano quiere tener y conseguir lo que no tiene y se pasa toda la vida en esta búsqueda continua.
El último nivel se denomina «necesidad del ser». La principal diferencia con las otras etapas estriba en que, mientras las necesidades de déficit pueden ser satisfechas, las del ser requieren de una fuerza interna que solo depende del ser humano y de sus decisiones. Se producen en su interior y dependen de los pensamientos que elige para su vida. Es el nivel de plena felicidad o armonía.
En algún momento Maslow sugirió que tan solo un puñado de personas, cerca del 2%, logra alcanzar este nivel. Yo me atrevo a decir que seguramente este número es optimista y que más del 99% de los seres humanos viven tratando de cubrir esos déficits y muy pocos llegan a autorrealizarse.
No todos los individuos sienten el deseo de autorrealizarse debido a que se trata de una conquista individual y no depende de factores externos. Si pudiéramos determinar en qué etapa se encuentra la población del mundo, seguramente la mayoría está en la primera, cubriendo sus necesidades fisiológicas.
Solo las necesidades no satisfechas influyen en el comportamiento de las personas; las que han sido cubiertas no provocan manifestación alguna. Esta conclusión de Maslow es muy profunda, pues nos indica que la motivación del individuo radica en las búsqueda de aquello que no tiene (déficit), pero que una vez obtenido ya no genera motivación y, por lo tanto, pasa a la siguiente necesidad, y así transcurre su vida: dentro de los cuatro niveles, cubriendo déficits, y muy pocas veces llega a la autorrealización.
Maslow seleccionó a un grupo de figuras históricas que lograron autorrealizarse, como Abraham Lincoln, Thomas Jefferson, Mahatma Gandhi, Albert Einstein y Franklin D. Roosevelt, entre otros. Posteriormente estudió sus biografías y escritos e incluso entrevistó personalmente a algunos. Desarrolló una lista de cualidades similares en todo el grupo y encontró coincidencias.
Estas personas estaban centradas en la realidad, lo que significa que podían diferenciar lo falso o ficticio de lo verdadero y genuino. Esta cualidad es muy importante, pues permite dar el valor real a las cosas.
¿Qué valor tiene un diamante de tres quilates? ¿Por qué hace sentir bien a una persona si no es más que una pieza de joyería que no hace nada por ella? ¿Son los diamantes las cosas por las que trabajamos incansablemente? ¿Valió la pena el tiempo dedicado para obtener una piedra como recompensa? ¿Por qué ese objeto puede generar en algunos individuos sentimientos de satisfacción, de logro, de éxito? ¿Serán sensaciones reales o solamente sirven para ocultar el vacío que hay en una persona?
Existe una película, basada en hechos reales, que describe lo anterior: Diamante de sangre. Se desarrolla en Sierra Leona, África, un lugar de gran producción de diamantes, donde las peleas y la destrucción de la vida se dan con gran atrocidad, solo para obtener estos minerales. Es un reflejo crudo de lo que el hombre se ha atrevido a hacer por alcanzar posesiones materiales.
Maslow también se dio cuenta de que los líderes autorrealizados eran personas centradas en los problemas; es decir, que los enfrentaban en virtud de sus soluciones, no como asuntos personales. En resumen, le daban a las cosas su justo valor.
Estos personajes creían que los fines no necesariamente justifican los medios; pueden ser fines en sí mismos, y los medios o el momento presente con frecuencia son más importantes que las metas. Disfrutaban el proceso de vida más que el logro del objetivo. Tenían una peculiar forma de relacionarse con los demás. Experimentaban una necesidad de privacidad y se sentían cómodos en soledad. Eran relativamente independientes del entorno y de la presión social.
También detectó que disfrutaban las relaciones personales íntimas con pocos amigos cercanos y miembros de la familia, más que las relaciones superficiales con mucha gente. Tenían valores democráticos; es decir, eran abiertos a las diferencias étnicas e individuales, y mostraban un gran interés por ser incluyentes y no discriminar a nadie por sus ideas o apariencia exterior.
Además, poseían la cualidad de aceptarse a sí mismos y a los demás, lo cual implica que admitían a las personas como eran, en lugar de querer cambiarlas. La misma actitud la tenían para consigo mismos; tenían una personalidad espontánea y sencilla; preferían ser auténticos antes que pretenciosos o artificiales.
Sin importar su éxito, ante los demás mostraban una actitud fresca de apreciación; una habilidad para ver las cosas, incluso las ordinarias, como preciosas. Por consiguiente, eran creativos, inventivos, originales y trataban de vivir todas las experiencias con mayor intensidad que el resto de las personas; no perdían su capacidad de asombro. Estas cualidades tienden a dejar una huella sobre las personas que las viven. Algunos las llaman experiencias místicas porque no entienden su significado, pues vienen del interior del ser y no de factores externos o necesidades de déficit.
Maslow observó también que no eran individuos perfectos: algunos experimentaban actitudes de ansiedad y culpa, pero estas no eran neuróticas o fuera de lugar. A veces estaban mentalmente ausentes o sufrían de momentos de pérdida de humor, frialdad y rudeza.
Estoy seguro de que todos podemos hacer de nuestra vida una obra maestra dándole un sentido pleno. Este libro solo pretende sentar las bases para establecer un plan de vida que nos permita avanzar con la misma fuerza y perseverancia que invertimos en nuestras empresas y trabajos. Estoy convencido de que la gente logrará resultados muy positivos en todos los casos. Aquellos que no lo logren será por falta de constancia para seguir luchando día tras día por sus metas y objetivos; con seguridad estos no eran tan poderosos y retadores como para perseverar y se olvidaron muy rápidamente de sus propósitos.
Aquellos que tienen hijos, pregúntense qué pasa cuando los niños quieren un juguete determinado. Existen dos posibilidades: que se olviden con rapidez de él o que sigan insistiendo todos los días e incluso meses. ¿Qué pasa con aquel que no pierde la esperanza y no acepta una respuesta negativa? Tarde o temprano obtendrá lo que desea. Consideremos los casos en que nuestros niños no lograron sus fines, seguramente encontraremos pocos.
Está demostrado que aquellos que siguen esta práctica en su vida logran casi siempre alcanzar el éxito. Pero, a diferencia de los pequeños, los adultos perdemos esa lucha que nos caracterizaba y aceptamos fácilmente la derrota. En alguna ocasión leí un experimento que me dejó muy impresionado y que después decidí aplicar en mi empresa: se pidió a un grupo de treinta personas que desarrollaran una propuesta de negocio sabiendo que solo se darían los recursos necesarios para la ejecución de las tres mejores ideas.
El experimento consistía en no aprobar ninguna de las propuestas, aun cuando fueran buenas, para así desmotivar a todos los participantes por igual. De este modo, se presentaron de manera individual sin que ninguno supiera el plan de los otros; se anotaban los argumentos que daban y todos recibían siempre la misma respuesta: «Creemos que no es una buena idea, ve y trabájala».
Los participantes se desmotivaron, aunque estaban convencidos de que sus ideas eran increíbles, la respuesta que recibieron les hizo perder el interés en el asunto.
Seguramente pensaron que tenían muy pocas posibilidades de que su propuesta fuera aceptada ante una respuesta tan mala, sin saber que todos habían recibido la misma. De los treinta, solo diez regresaron por segunda vez con mejores argumentos, aunque siempre conseguían la misma contestación: «Creemos que no es una buena idea».
Nuevamente se repitió el proceso y solamente regresaron dos con razones aún más sólidas, pero al recibir nuevamente una objeción ya ninguno se atrevió a regresar por cuarta ocasión.
¿Qué pasó con ellos? Más del 60% solo hizo un intento y huyó. El 30% realizó una segunda tentativa y únicamente el 6% llevó a cabo un tercer esfuerzo. Nadie probó a presentarse una vez más.
Decidí aplicar este mismo experimento en la empresa donde trabajaba con el objetivo de ver hasta qué punto la cultura de la pasión y la perseverancia en nuestra gente era diferente. Una de las propuestas que recibí era extraordinaria y en mi interior estaba muy entusiasmado, pero intenté no mostrar mis sentimientos y, con cierta indiferencia, contesté que la idea no me parecía muy buena. La respuesta que obtuve me dejó frío: «Salvador, puede que tengas razón y no sea tan buena», y salió rápidamente de mi oficina.
Yo me preguntaba si debía o no aprobar la idea. La respuesta fue negativa, porque aun cuando era excelente, en manos de esta persona difícilmente se llevaría a cabo con éxito. Una buena idea es tan solo el comienzo, un 95% consiste en ejecutarla y es ahí donde surgen las dificultades. Mucha gente tratará de bloquearla y ponerle obstáculos, y con la actitud de este hombre difícilmente se superarían.
Por el contrario, cuando reparamos en aquellos seres en el mundo que hoy recordamos por sus grandes contribuciones, siempre vemos su perseverancia ante la adversidad y la actitud de nunca darse por vencidos. Hablemos de Thomas Alva Edison que inventó, entre otras cosas, la bombilla. Dicen que realizó más de 5,000 intentos o experimentos antes de alcanzar el éxito. ¡Imaginemos que se hubiera rendido en la primera ocasión, o en la segunda, o en la tercera, o en la 4,999! Para él no había límites porque sabía que cada intento no era un fracaso, sino una forma de ir descartando opciones y acercarse cada vez más a la solución. Mientras más avanzaba, más se motivaba.
¿Cuántos seres humanos hay como Edison, Miguel Ángel, Einstein o la Madre Teresa? Son muy pocos los que trascienden y dejan huella en este mundo. Nacemos, vivimos y morimos y posiblemente nunca sabremos para qué existimos. Es una frase fuerte, pero refleja el vacío en el que se encuentra el ser humano. Y cuanto más avanza la ciencia, más satisfactores tenemos, vamos a mayor velocidad y, por lo tanto, cada vez más nos preguntamos: ¿de dónde venimos? ¿Hacia dónde vamos? ¿Cuál es nuestra razón de existir?
CUANDO observamos nuestra vida en el contexto del tiempo y el espacio, nos damos cuenta de lo insignificante que es nuestro paso por la tierra y, a su vez, de lo pequeño que es el planeta comparado con el universo.
Veamos en dónde estamos para dar un contexto. Cuando reparamos en el firmamento, lo que podemos ver se denomina constelación de Virgo. Está a una distancia de once millones de años a la velocidad de la luz (300,000km/s). Por cada estrella en el firmamento que podemos ver, hay veinte millones que no alcanzamos a distinguir.
En la constelación de Virgo hay aproximadamente dos mil galaxias; una de ellas es la Vía Láctea. Ahí está nuestro Sol, pero no es único, hay cerca de cien millones de cuerpos celestes como él. Para darnos idea de la magnitud de nuestra galaxia, basta con saber que tardaríamos aproximadamente cien mil años luz en recorrerla.
Ahora centremos la atención en lo que hoy conocemos como sistema solar. El Sol es de las estrellas más pequeñas (las hay hasta mil veces más grandes) pero es cien veces más grande que la Tierra; dicho de otra forma, la Tierra es solo un pequeño pedazo de roca volando alrededor del Sol.
Nosotros vemos pequeño al Sol, pero recordemos que está a una distancia de 150 millones de kilómetros. La Luna, de la que nos sentimos muy orgullosos por su conquista, es casi cuatro veces inferior en su diámetro a la Tierra y está a 384,000 kilómetros de nosotros.
Esta dimensión de tamaño y distancia nos proporciona una idea de en dónde estamos y de lo que representamos en el firmamento. Por un momento reflexionemos sobre nuestra localización en él; siendo la Tierra una pequeña roca, ¿qué nos queda para nuestros países y ciudades? Esto sin pensar en la casa en la que vivimos.
Ahora pasemos a la dimensión del tiempo que también es fascinante. La Vía Láctea se formó hace 10,000 millones de años; el Sol hace 4,600 millones, al igual que la Tierra. Se calcula que la primera célula de vida apareció hace más de 4,000 millones de años. Datos sobre los primeros dinosaurios los sitúan hace 228 millones de años, lo que explica por qué se generaron grandes reservas de hidrocarburos. Reservas que, por cierto, estamos casi agotando en muy pocas generaciones.
El primer ser humano apareció hace dos millones de años, pero veamos lo que esto significa en términos relativos. Supongamos por un momento que el promedio de vida de una persona ha sido de entre 25 y 30 años aproximadamente; esto quiere decir que han pasado alrededor de 70,000 generaciones de seres humanos. Y nosotros somos una de ellas, la última.
Si ponemos los 4,600 millones de años de historia de la Tierra en un calendario de 365 días, nos encontraríamos que el 17 de abril surgen las primeras bacterias, el 21 de noviembre el primer pez y hasta el 13 de diciembre aparecen los primeros dinosaurios, mismos que se extinguieron el 26 de diciembre. Y ustedes se preguntarán por el hombre, este aparece el 31 de diciembre a las 5:18 pm (hace solamente dos millones de años).
En el contexto del espacio, ya vimos que no somos mucho, pero lo mismo sucede con la dimensión del tiempo. La vida de un ser humano equivale a un grano de arena en la playa.
La primera pregunta que nos debemos hacer es por qué en esas 70,000 generaciones nos tocó nacer en esta última, la de mayor evolución y cambio histórico, ¿por qué no fue en la época de las cavernas o cuando fue inventada la rueda? ¿Qué significa que estemos aquí? ¿Por qué en esta generación? ¿Cuál es nuestra misión? ¿Qué legado queremos dejar?
Si no logramos responder a estas preguntas o simplemente no nos las hacemos, tendremos una vida sin sentido y propósito y será la corriente, como un río, quien la defina. Serán nuestros amigos, la publicidad, el medio ambiente y la sociedad en general quienes irán moldeándola; dependiendo de las circunstancias que se presenten, iremos tomando lo que se adapte más a nuestro gusto o a los valores que la sociedad nos vaya definiendo.
Esta época que nos tocó vivir está en conflicto todos los días, podemos definirla como la generación del cambio; la que unió, a través de la tecnología, a todos los seres humanos. Todas estas alteraciones repercuten en nuestra vida y originan la nueva enfermedad del siglo: el estrés.
El ser humano, por su naturaleza, no está habituado al cambio y aprende a través de la repetición de conductas; una vez que adopta patrones y rutinas los transmite a sus hijos, y así sucesivamente. Y esto lo notamos en la alimentación, la religión, las costumbres, etcétera. Romper estos comportamientos es muy difícil, a veces parece imposible. Tratemos de quitar el cigarro al fumador o intentemos modificar los valores en una sociedad.
Cuando todos los días nos enfrentamos a cambios y tenemos que adaptarnos a ellos se genera una tensión y resistencia que dificultan que nuestra vida fluya en armonía. Esto ocasiona múltiples enfermedades –resultado del estrés–. Una de estas afecciones es el cáncer, definida como una alteración en el sistema de reproducción de células, cuyas causas (aún en investigación) son el resentimiento, el abandono, el rechazo, la humillación, la traición o la injusticia.
Pensemos por un momento que nos hubiera tocado vivir en 3,000 a.C. Entonces la civilización mesopotámica era nómada, la vida era rutinaria y el invento de la rueda fue posiblemente el gran acontecimiento de la época. Sin embargo, no creo que esta creación generara el nivel de estrés y los cientos de tipos de cáncer que hoy tenemos.
La velocidad del cambio que estamos viviendo no tiene precedentes. Por mencionar un ejemplo, el teléfono fijo tardó 74 años en tener cincuenta millones de usuarios, los mismos que el móvil logró en cinco meses.
Hoy en día, la mayoría de los inventos se vuelven obsoletos en poco tiempo. Muchas profesiones pierden actualidad en pocos años y la obsolescencia de los ejecutivos se da tan rápido que si pierden su puesto laboral a cierta edad les cuesta mucho trabajo conseguir otro igual o mejor, pues los desplazan los jóvenes con nuevas habilidades y menores pretensiones económicas.
Por otro lado, también es causa de estrés que la mayoría de las cosas que adquirimos para que nos satisfagan, y que antes creíamos que formaban parte de nuestro patrimonio, pierden su valor muy rápido. ¿Cuánto vale una computadora, una televisión o un teléfono celular a los tres años? ¡Prácticamente nada!
Esta obsolescencia del conocimiento y de los objetos que podemos adquirir para nuestra satisfacción nos obliga a mantener una actitud de humildad, a aprender y a dar el valor real a las cosas materiales. Ya no podemos pensar que la vida es una extensión del pasado y que siguiéndola podremos predecir el futuro. Tenemos que aprender a fluir en armonía dentro de este mundo de cambios, pero con mayor control sobre nuestros pensamientos y valores gobernantes que nos permita dar un sentido y propósito más profundo a nuestra vida.
Con inventos como el Internet contamos con información en tiempo real, y establecemos así una nueva aldea global que nos bombardea de datos. El principal objetivo es tomar una parte de nuestro patrimonio para adquirir algo que nos proporcione satisfacción, de entre los millones de opciones que existen. Como dice David Konzevik en su teoría sobre la revolución de las expectativas: «Habrá mucha gente pobre en el mundo, pero no nos confundamos, porque son millonarios en expectativas».
Todos los productos nos ofrecen soluciones para mejorar la vida y aumentar nuestra felicidad. Nos muestran imágenes y modelos que representan el estereotipo de la persona que aspiramos ser: llena de juventud, belleza, salud, aceptación y reconocimiento social.
No tendremos el dinero suficiente para adquirir todo lo que vemos, por lo tanto, nos dedicaremos a seleccionar basándonos en nuestra escala de valores y utilizaremos la herramienta de crédito para comprar cosas que nos satisfagan, que pagaremos con nuestros futuros ingresos que aún no tenemos la garantía de obtener.
Escogeremos el nuevo modelo de automóvil cuya publicidad indique que está hecho para gente de éxito como nosotros. En el anuncio me veré reflejado y, si el mensaje es convincente, intentaré adquirirlo. Visitaré la oficina de un amigo que me dará gran envidia y eso me motivará a intentar tener una similar. Podríamos seguir citando muchas historias como estas; la realidad es que nunca habrá límites en la cantidad de objetos deseables que existan y, cuanto más dinero se obtenga, más se aparecerán los vendedores de magia que me ofrecerán productos únicos y diferentes que me harán feliz.
Estos comportamientos suelen llegar al absurdo. Permítanme describir una conversación que lo refleja y que presencié hace varios años. Estábamos alrededor de diez empresarios en una comida; a mi lado se encontraba uno que pocos minutos antes me había comentado su reciente adquisición de un avión Grumman. Su semblante era de orgullo y plena satisfacción por haber logrado una meta reservada para un pequeño grupo de personas. Durante la comida no encontraba la forma de mencionar este acontecimiento, hasta que lo hizo mediante una pregunta a otro de los comensales. A mí me dio la impresión de que ya conocía la respuesta.
−Oye, Juan, ¿qué avión tienes? −La respuesta fue inmediata.
−Un Lear Jet.– El otro replicó.
−No seas ridículo. Esos avioncitos son tan pequeños que tienes que entrar como si fueras un ratón. Te invito a que te subas a un Grumman que, por cierto, acabo de comprar. Estoy seguro de que cuando lo veas no querrás volver a volar en un Lear Jet.
He tenido la oportunidad de escuchar muchas conversaciones como esta. Lo único que puedo decir es que denotan un gran vacío, una gran insatisfacción y una falta de sentido de propósito.
También he observado que los mayores niveles de insatisfacción están directamente relacionados con un alto nivel económico o profesional. El siguiente ejemplo de otra conversación les dará una idea de lo que estoy hablando.
Durante una cena con un ejecutivo de una multinacional que reportaba al presidente de la compañía, me comentó su gran malestar porque el bono anual que había recibido (independiente de su salario y sus incentivos a largo plazo) fue solo de un millón de dólares. Me costaba trabajo entender por qué en lugar de gratitud sentía tanto descontento. La razón era que a su jefe, al que no le tenía gran respeto y consideraba que no trabajaba tanto como él, le otorgaron un bono de cuatro millones.