Los busca-vida

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Los busca-vida

Rosario Orrego

Prólogo de Daniela Catrileo

Ediciones Universidad Alberto Hurtado

Alameda 1869 – Santiago de Chile

mgarciam@uahurtado.cl – 56-228897726

www.uahurtado.cl

© Rosario Orrego

© Daniela Catrileo “Retazos de Qupa yapu”

ISBN libro impreso: 978-956-357-287-2

ISBN libro digital: 978-956-357-288-9

Directora editorial

Alejandra Stevenson Valdés

Editora ejecutiva

Beatriz García-Huidobro

Coordinadora Biblioteca recobrada

Lorena Amaro Castro

Diagramación interior y portada

Francisca Toral R.

Imagen de portada

iStock

Diagramación digital: ebooks Patagonia

www.ebookspatagonia.com

info@ebookspatagonia.com

Con las debidas licencias. Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamos públicos.


Con la colección Biblioteca recobrada. Narradoras chilenas, la Universidad Alberto Hurtado busca dar nueva vida a la literatura escrita por mujeres en Chile desde el siglo XIX, con obras hoy asequibles solo en antiguas ediciones e incluso casi inexistentes en las bibliotecas de nuestro país.

Esta selección de textos es apenas una contribución a la enorme reformulación crítica del canon y de la historiografía literaria, iniciada sobre todo por pensadoras e investigadoras que, a mediados de los años de la década de 1980, comenzaron a trabajar estratégicamente por una mayor visibilización de la escritura de mujeres en el campo cultural. Esta labor se lleva a cabo hoy a través de diversos esfuerzos académicos y editoriales, a los que nuestra casa de estudios busca contribuir.

Hemos seleccionado con este fin textos que consideramos atractivos para las y los lectores de hoy: desde novelas o cuentos a otras formas de relato de difícil encasillamiento genérico, debido al mismo lugar excéntrico que estas escrituras ocuparon en los campos culturales y en las inscripciones canónicas de su tiempo.

La colección busca facilitar el acceso a personas dedicadas a la investigación —y también a lectoras y lectores de diversas edades e intereses— no solo la materialidad de estos libros, sino también recobrar las voces, las subjetividades y mundos imbricados en ellos, que se habían tornado opacos o inexistentes en un campo cultural misógino, indiferente e incluso hostil a la creación de las mujeres.

En cada volumen de esta colección colabora una escritora o crítica, con un prólogo que busca acercar al presente estas escrituras. A todas ellas agradecemos su contribución. Para la realización de este trabajo se ha contado con un comité integrado por las editoras Alejandra Stevenson y Beatriz García-Huidobro (Ediciones UAH), junto a dos investigadores de la literatura chilena: María Teresa Johansson y Juan José Adriasola, (Departamento de Literatura UAH) y Lorena Amaro, coordinadora de la colección, crítica literaria y académica (Pontificia Universidad Católica de Chile).

Retazos de Qupa yapu

Daniela Catrileo



En el desierto todo es silencio, uniformidad

y tristeza. La muerte se ve allí esparcida

y representada a cada paso

Rosario Orrego

I

Una ligera neblina, una especie de sombra emerge sobre el territorio más árido del mundo. Poco a poco la escena adquiere mayor nitidez y se revela el paisaje: una caravana de indígenas andinos atraviesa en silencio las arenas del desierto de Atacama. El trayecto que emprenden comienza en los valles de Bolivia y llega hasta la ciudad de Copiapó, mejor dicho Qupa yapu, en lengua quechua. Un término que podría ser traducido como “tierra verde” (también azul o turquesa), vocablo que cuenta con varias interpretaciones, aunque la más precisa con su territorio es aquella que relaciona la toponimia quechua con el óxido del cobre, propuesta por el sacerdote Alonso Ovalle. Un matiz intermedio de mineral verde azuloso, como un manto de cardenillo que se posa sobre las rocas y los metales corroídos; toponimia que de alguna forma inscribe el destino extractivo de esas tierras.

Entre el siena de los cerros y los huesos de animales raídos por el tiempo, este cúmulo de personas camina con sus burros, sosteniendo los elementos que permiten las formas de intercambio y, por tanto, de subsistencia. En plena ruta del desierto los indígenas se encuentran con un par de mineros desorientados y sedientos, quienes se acercan para pedir su ayuda. No solo para sobrevivir, sino también para encontrar las Lomas de Arena donde se halla el cerro Agua-Amarga, lugar que oculta una mina de plata y cuya existencia da cuerda a la obsesión de Vivanco, el hombre más joven. Tras un intercambio de palabras en un “mal castellano”, la caravana decide socorrerlos. Los abastecen con agua, hojas de coca, les entregan el lomo de sus animales y los acompañan hasta los pies del montículo, a cambio de unas monedas. El cerro es el lugar del tesoro, un secreto escondido durante años por Golileo, un indígena habitante del “Pueblo de Indios”, situado en un infecundo valle al costado del desierto.

No he dejado de imaginar esa caravana caminando parsimoniosamente en la mitad del vertiginoso siglo XIX, como si no les importara la celeridad del tiempo que se comienza a inaugurar. Como si sus cuerpos, animales y objetos, estuviesen dispuestos en una composición imposible de alcanzar, a pesar de su sosiego. La secuencia retrata la migración de los pueblos originarios y sus estrategias de conservación como lo único que resiste en el abismo del desierto, más allá de las fronteras del Estado. Estas corporalidades constituyen un documento, un guiño de indagación casi antropológico, que representa la crudeza del territorio y las maniobras por seguir existiendo. Pienso todo esto, aunque sé que se trata de ficción, aunque no sea sino la literatura en su pulsión de registro la que invoca estas imágenes.

Tales escenas y personajes atravesados por el intenso sol del norte forman parte de algunos capítulos de la inconclusa novela Los Busca-vida de la escritora Rosario Orrego. Un texto donde irrumpe la Provincia de Atacama como atmósfera principal, lugar que es también su tierra de origen. Se trata de un trabajo difundido a modo de novela-folletín en la Revista Sud-América durante los años 1862 y 1863; y también en la Revista Valparaíso entre 1873 y 1874, espacio de difusión literaria del que fue su fundadora. Los Busca-vida es su segunda novela, después de publicar Alberto, el jugador (en Revista del Pacífico, 1860; y en Revista Sud-América, 1862); le seguiría posteriormente Teresa (en Revista de Valparaíso, 1874), cuyos textos fueron divulgados entre varios otros poemas y artículos, parte de su intenso trabajo cultural.

Los Busca-vida es una novela costumbrista emplazada en un extenso Qupa yapu. Su eje narrativo es la aparición del norte en plena época de bonaza y fiebre minera, acontecimiento especialmente desatado por el descubrimiento del yacimiento de plata en Chañarcillo por Juan Godoy, en 1832, además de varios hallazgos de minerales como el oro y el cobre. Tal promesa civilizatoria de riquezas contribuyó a industrializar la región nortina, transformando a la ciudad de Copiapó en la médula económica de la joven nación, asunto de geopolítica que impulsó a crear la Provincia de Atacama. La obra de Orrego trenza las historias de varios sujetos que se muestran empecinados por hallar fortuna, en contraposición a los sujetos indígenas que aparecen como habitantes de tiempos primitivos y que, ante la modernización de sus territorios, se ven enfrentados a interactuar con los criollos, mestizos o extranjeros. Todo esto tejiendo escenas del desarrollo industrial como la descripción del ferrocarril, los barcos a vapor y el telégrafo, paisajes de pequeñas localidades y sus historias populares. Asimismo se describen algunos sucesos históricos y políticos de la presidencia de Manuel Bulnes. Son cambios en la sociedad que Orrego advierte desde su infancia, eventos que por lo demás son muy cercanos a su familia dedicada al negocio de la minería.

II

En general los textos narrativos de Rosario Orrego extienden su ruta mayormente entre las ciudades de Valparaíso y Copiapó. Su época se sitúa a mediados del siglo XIX, tiempos en nada apacibles. La vorágine de un país nuevo se plasma en múltiples disputas sociales y políticas. Me interesa indagar en ese contexto, porque considero que no es posible dialogar con la escritura de Orrego sin sumergirse en los hechos históricos y políticos de su tiempo. Varios de estos sucesos repercuten hasta el día de hoy en incumplimiento de derechos políticos de los pueblos, políticas racistas, extractivismo y militarización feroz de los territorios, entre otros avasallamientos y despojos contra la sociedad empobrecida y los pueblos originarios. Tal vez por ello mi lectura es una manera de visitar su siglo a través de los documentos literarios, reflexionar críticamente en torno a estos y tratar de desatar —o enredar más— los nudos que propone, como si nos enviara señas a un costado de este camino.

 

El escenario de su escritura está empapado de vivencias entre el forcejeo independentista y los resabios coloniales imperiales. Hay movilizaciones en diversos territorios y la posibilidad de una patria unificada observa con ambición la zona norte como estrategia económica, táctica que va a ser difundida en el relato nacional del progreso. Al poco tiempo, este devenir sociopolítico concluye transformándose en una nueva jerarquía. Esta vez la pretensión autoritaria de la élite criolla es la que acciona desde un colonialismo interno como forma de dominación. Tal operación posibilitó la trampa del Estado a costa de los bienes comunes naturales cuya riqueza, desde entonces, se acomodó en unas pocas familias de la oligarquía. La misma clase que enarboló su proyecto nacional como parte de la modernización económica provocó un escenario de profunda desigualdad, devastando no solo territorios, sino que también empobreciendo y marginando a los pueblos originarios, los campesinos, las comunidades afrodescendientes y las capas más populares del país bajo el mandato de la modernidad y el desarrollo.

Las acciones fundamentales de la dominación colonial criolla se ampararon en la inversión del norte global sobre los bienes comunes naturales, la exportación de materias primas en pleno desarrollo de una economía imperialista y la invitación exclusiva de inmigrantes europeos para colonizar territorios supuestamente despoblados según la Ley de Colonización, promulgada en 1845 por Bulnes. Además de incorporar la industrialización de los oficios y la llegada de nuevas tecnologías, debido al repentino incremento económico fruto de las políticas extractivistas. De esta manera, desde mediados de siglo, el despojo, la ocupación y el sometimiento comienzan a materializarse, a expandirse gradualmente hacia otras zonas del país. Primero bajo el orden de acciones jurídico-políticas, después con las ocupaciones territoriales por parte del Estado.

Este panorama sociopolítico es el ambiente general de la escritura de Orrego. Sus textos no se desentienden de los acontecimientos que atraviesa el país; al contrario, describe lo que sucede bajo el comienzo de una joven nación. Sus obras nos revelan las principales transformaciones culturales del momento, todavía con las ansías de imaginar una independencia que libere al país del yugo colonial y con la utopía de crear valores para una nueva sociedad. Por ello, creo que es posible rastrear en su propuesta estética y literaria las bases para una toma de consciencia histórica, una invitación crítica a fundar los valores del proyecto identitario nacional, e incluso una apuesta pedagógica al modo como se acostumbraba en la literatura de la época.

Este pulso de afectación política y su pertenencia a una clase privilegiada influyen en el posicionamiento republicano de Orrego en el espacio público. Primero, bajo el seudónimo de “Una madre”; y luego con su nombre real, como una intelectual que testimonia sobre la contingencia social y que no solo defiende la posición igualitaria que debiese tener la mujer en la sociedad, sino que realiza una férrea defensa del panorama insurgente republicano en la voz apasionada y romántica de sus personajes. Varios de ellos, de hecho, son personajes varones y mujeres que luchan y a la vez reflexionan sobre la liberación del país.

Pero a pesar del talante político manifiesto en su literatura, hay en la novela Los Busca-vida una diferencia sustancial que me asombra, sobre todo para la época. Vuelvo entonces a esos caminantes silenciosos del desierto, esa caravana compuesta por personas del Pueblo Quechua, masticando tranquilos sus hojas de coca. ¿A qué se debe tal imagen? ¿Por qué decide ella incorporar la experiencia de poblaciones indígenas en su escritura? ¿Quiénes son los sujetos subalternos que describe y cómo los ubica en el plano narrativo?

III

Durante el siglo XIX se incorporan varios territorios al país, incluso aquellas provincias habitadas ya por pueblos originarios. Específicamente en el norte sucedió con Arica, Antofagasta y Tarapacá, cuyas soberanías pertenecían a Perú y Bolivia. La heterogeneidad, los diversos orígenes de estos pueblos forman un conjunto múltiple y muy diverso, aunque en aquellos años eran observados desde la chilenidad como extranjeros, campesinos, pescadores pobres o solo indios. No es sino hasta mediados del siglo XX que algunos de estos pueblos comienzan a ser llamados con sus nombres: Aymara, Likanantay, Quechua, Chango, Colla y Diaguita. Asimismo, varios de sus integrantes fueron habitantes de los “Pueblos de Indios”, quienes experimentaron de cerca la transformación e industrialización territorial, cuyas consecuencias sentaron las condiciones para que muchos se integraran al trabajo minero o a la industria salitrera. Con estos antecedentes, sabemos que las personas pertenecientes a estos pueblos no fueron consideradas por el naciente Estado-Nación como sujetos de acción social y política, y mucho menos la población afrodescendiente.

En Los Busca-vida me causa extrañeza que no se incluya solamente a un personaje indígena, ni tampoco se describa superficialmente a un pueblo originario como ornamento del paisaje rural, como suele suceder bajo la lógica de las cuotas de representación fetichizada. Al contrario, Orrego reúne una multiplicidad de cuerpos, pueblos, lenguas; incluso con sus nombres propios. El hecho de que pueblos y personajes sean nombrados así en la novela parece significativo, sobre todo en el marco de la feble historia de representación que han tenido en la literatura y en el arte. La escritura de Orrego no está desprovista de prejuicios o fuera del dispositivo civilización/barbarie, cuestión que es parte inherente a la retórica moderna y a la matriz etnográfica que se inscribía ya en las crónicas coloniales y en la prensa, generando representaciones que avalaban una idea de progreso como bienestar para la conformación de la soberanía nacional. No obstante, en Los Busca-vida aparece la referencia directa de sus existencias, aparecen los pueblos en su heterogeneidad, en el horizonte de un siglo que no los reconocía. Así, en sus letras emerge el Pueblo Chango, por ejemplo, representado en Manuel, Lucía y sus hijos, pescadores que se encuentran en El Puerto Viejo (Caldera). Un fragmento para apreciar este aspecto:

Lucía y Martín eran dos pobres changos de aquellas costas. No sabríamos decir dónde residían, porque en el año cambiaban muchas veces de morada en busca de pesca abundante. En estos días tendían sus redes en un espacio solitario de la rada del puerto, y habitaban entre esas bellas ensenadas de que hemos hecho tan grato recuerdo (p. 63).

Del mismo modo, emerge el Pueblo Quechua atravesando el desierto de Atacama; y Mónica, Gala, Silo y Golileo, integrantes de una familia que habita el “Pueblo de Indios” frente a Chañarcillo. Y aunque en estos últimos no se específica su pertenencia a un pueblo determinado, se menciona al menos que Golileo, el padre de la familia, provenía de una “tribu” de Bolivia y fue adoptado como parte de la comunidad indígena del valle.

Más allá de la idealización romántica o el designio moral que la novela le atribuye a los actos de los personajes indígenas, más allá de sus características heroícas, ellos no aparecen como mera escenografía en su ficción, sino como sujetos que accionan, opinan y deciden, incluso manteniendo sus formas de vida. No vemos a otros hablando por ellos. Incluso las mujeres indígenas parecen representadas con estas características. Asimismo, se interna Orrego en las problemáticas territoriales de la región, temáticas que siguen siendo urgentes. Y si bien la demanda moral que propone su texto no es ante las acciones extractivistas como devastación de la naturaleza sino ante la codicia humana como rasgo inaceptable, al menos propone una manera de abordar las experiencias regionales. De todos modos, quisiera pensar que la incorporación de estos temas y las perspectivas de representación en la novela fueron parte de una reflexión más honda con respecto al porvenir político de los pueblos y los territorios.

Todo lo cual nos puede parecer un mínimo ético en nuestros días. Pero no olvidemos que nos encontramos con un texto de pleno siglo XIX, con un Estado-Nación que en tiempo posterior a esta novela se fundamenta en el genocidio y el despojo con la Ocupación de Wallmapu, a pesar de los tratados de soberanía pactados entre el Pueblo Mapuche y el Estado. Y que, por dar otro ejemplo reciente del colonialismo en la zona norte, recién el año 2020 Chile reconoce al Pueblo Chango como una comunidad viva, un proyecto de ley que fue presentado en 2006. Hasta entonces, mientras la institucionalidad defendía que se trataba de un pueblo extinto, la comunidad llevaba años resistiendo y adaptándose a nuevas prácticas para subsistir. Tampoco es menor que su demanda identitaria estuviese vinculada al deseo de defensa territorial frente el avance desgarrador de los proyectos megaextractivistas de la zona. En este sentido, la salvaguarda de la existencia es una demanda política. Tales problemáticas coloniales se reiteran con otros pueblos originarios o tribales, asunto que hoy por hoy ha quedado al descubierto burdamente en la discusión por los escaños reservados para el eventual proceso constituyente.

IV

Hace un par de años fui invitada por la Sociedad de Escritores de Copiapó a varias actividades, entre ellas a un conversatorio en el Museo Regional de Atacama con algunas comunidades indígenas de la zona. Durante mi estancia los temas recurrentes de nuestros diálogos giraban en torno a la descentralización, las zonas de sacrificio y el extractivismo. Lo mismo ocurrió en la especie de pequeña asamblea que armamos en el salón principal del museo, entre medio de retratos del siglo XIX. Recuerdo que había hermanos y hermanas pertenecientes al Pueblo Diaguita y al Pueblo Colla, y que unos días antes armé un breve texto como relato de presentación para animar nuestro intercambio. El asunto es que el diálogo calmo que imaginé estaba lejos de serlo. Mientras comentaba la experiencia del Pueblo Mapuche y sus luchas pasadas y actuales contra el despojo y la militarización, más bien observaba cierto disgusto. Recién en ese lugar entendí el desplazamiento que sentían las comunidades andinas por su invisibilización. De alguna manera, lo que intentaban decirme no es algo muy distinto a su descontento frente al trato marginal que el Estado y la sociedad les ha dado, quedando a la deriva en un país que no reconoce sus memorias indígenas y donde pareciera que el único pueblo originario vivo es el mapuche. De todas formas, insistí en la idea de las luchas en común, cuestión que todavía sostengo. Creo que son estos tejidos comunitarios entre pueblos los que debemos reforzar para defender los territorios y los bienes comunes naturales. No es posible que después de toda la vorágine minera relatada por Rosario Orrego en el siglo XIX y el impacto que provocó la economía imperial, sigamos hoy bajo políticas neoliberales, enfrentando un panorama todavía peor. En el norte sus pobladores experimentan cotidianamente la explotación desmedida de las mineras, las zonas de sacrificio, la contaminación de aguas y relaves, problemas espantosos que ni con las mezquinas políticas multiculturales del Estado ni con el disfraz de las “donaciones culturales” de las empresas se resolverán.

Tal vez por eso decido hilar este diálogo incierto con esta escritura en particular, situada en Qupa yapu, donde no solo la fiebre de la plata colmaba el territorio, sino también su heterogeneidad de pueblos. Pienso en el tejido de imágenes de Los Busca-vida como una propuesta estética que describe una ciudad fronteriza en plena fiebre de la plata, mientras comenzaba la transformación industrial. Me pregunto si hoy Rosario Orrego escribiría sobre las problemáticas del presente, a pesar de su lugar privilegiado, a pesar de los negocios de su familia. ¿De qué lado de la historia estaría tejida su escritura hoy? ¿Cómo reescribiríamos Los Busca-vida en la actualidad? Al menos, la realidad territorial es un tema candente para los escritores y escritoras que conocí en Qupa Yapu, pues el envenenamiento de sus comunidades es el manto de cardenillo del que les toca ser hoy testigos.

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