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La telepatía nacional

ROQUE LARRAQUY

Lo que llamamos telepatía o imaginamos como una transacción mental, para estos indios es una secreción, algo que se expulsa del cuerpo, como el sudor. El verbo que usan para describirlo incluye la idea de sudar, la de vomitar para limpiar las tripas del exceso de alcohol, la de mirar hacia arriba buscando el cielo entre las ramas, y la de sorprender a alguien en la oscuridad. Es una actividad recreativa. Usted y yo lo llamaríamos un vicio.

En septiembre de 1933 desembarca en el puerto de Buenos Aires un cargamento con diecinueve indios oriundos de la Amazonia peruana. Es una entrega de la Peruvian Rubber Company para Amado Dam, miembro del selecto comité encargado de la creación del primer Parque Etnográfico del país, un sitio destinado a exhibir ejemplares de las distintas razas humanas para deleite del público visitante.

Pero las cosas no salen según lo planificado y por falta de documentación los indios terminan ilegalmente recluidos en la casa de Dam, quien descubrirá que esconden un secreto tan fascinante como temerario: un artefacto de madera que contiene un perezoso en estado de hibernación.

¿Cómo este descubrimiento se convierte con el tiempo en un secreto de Estado bajo la dirección de la Comisión de Telepatía Nacional? Roque Larraquy, una de las voces más originales de la narrativa argentina contemporánea, construye una novela hilarante en la que trabaja con el imaginario y los anhelos más secretos de una clase social que solo quiere perpetuarse en el poder.

La telepatía nacional

ROQUE LARRAQUY

Ilustración de tapa de Diego Ontivero


Índice

  Cubierta

  Sobre este libro

  Portada

  Epígrafes

  Uno Peruvian Rubber Company. Iquitos. 5 de agosto de 1933 Asistente de Amado Dam. Buenos Aires. 19, 20 y 21 de septiembre de 1933

  Dos Amado Dam. Buenos Aires. 23 de septiembre de 1933

  Anexo Comisión de Telepatía Nacional. Buenos Aires. 1948 Presidente de la Nación. Buenos Aires. 1951 Excelentísimo Presidente Provisional de la Nación. Buenos Aires. 5 de marzo de 1956 Las ajenistas. Buenos Aires. 1957

  Sobre el autor

  Página de legales

  Créditos

La escuela de los psico-fisiologistas con Taine, C. Richet, A. Binet, P. Janet, etc., admite al presente que la escritura automática se produce en ciertos sujetos, pero lejos de atribuirla a la intervención de una inteligencia extraña, no ve allí más que la simple sintomatología de una enfermedad mental, una separación de la personalidad. En las personas que escriben de ese modo, se ha producido una escisión en su conciencia, de suerte que una parte del Yo piensa de manera distinta que la personalidad normal e involuntariamente traduce ese pensamiento por medio de la escritura. Esta extravagante explicación ha sido imaginada luego de dos décadas y se ha dado a esta segunda parte desconocida de la conciencia ordinaria, los nombres más diversos: Inconsciente, Subconsciente, Segunda Personalidad, Conciencia Subliminal, etc.

GABRIEL DELANNE Investigaciones sobre la mediumnidad París, 25 de febrero de 1900

El perro se lame el ano y lame la mano del amo.

TRABALENGUAS POPULAR

UNO

PERUVIAN RUBBER COMPANY
Iquitos. 5 de agosto de 1933

Señor Amado Dam, con estas referencias me presento a su servicio. Me especializo en ciencias de la raza. Recolecto indios en la Amazonia peruana para la Peruvian Rubber Company desde 1902. Los indios trabajan con nosotros en extracción de caucho y gomas silvestres.

Los busco con un cartógrafo y un equipo militar de doce hombres que abren con machetes la mata enlazada. Los indios viven nublados de moscas, mordidos. La selva es el único estímulo librado a su experiencia y nunca vieron al hombre blanco. Creen que los rifles nos salen del brazo, que somos muertos, o animales con piel de cerdo y apariencia humana, o humanos deformes.

Presentarse ante ellos en sumisión, ofreciendo comida, como hacían los primeros recolectores, es un error que costó muchas bajas. Disparamos al aire para anunciar el miedo del primer contacto, que nos salva la vida.

En general son pacíficos, pero hay pueblos duros. Traté en condición de guerra con la tribu de los moene, que hace emboscadas silenciosas y mata sin dejarse ver. Llevan el pene sujeto a un cintillo de fibra anudado a la cintura, con los testículos muy a la vista, a veces decorados, y cultivan el sigilo del movimiento entre las ramas, pero en un descampado y cara a cara redujimos a cincuenta de a una patada por indio.

Se les ofrece emigrar al norte o trabajar para la empresa.

En el tiempo del traslado hasta la zona de extracción les damos palabras cristianas y un repertorio de gestos nuevos. Señalar con el dedo lo que quieren, no sacar la lengua, no tocarse.

No contamos con mano de obra esclava. Les pagamos con raciones de comida y ropa porque están privados de la idea del dinero, y casi no saben de propiedad, aunque son dados al robo, como las hienas.

Peruvian Rubber Company le brinda lo que busca en las condiciones de transparencia y conformidad con las leyes del estado soberano del Perú que usted exige. Confiamos en que lo dejaremos satisfecho con el envío.

Le recordamos que Peruvian Rubber Company no se hace legalmente responsable por los indios mientras pisen suelo argentino.

Cuente con nosotros para futuras provisiones.

Respondo al cuestionario que recibimos de usted sobre características de los indios y estipulación del contrato entre los indios y usted.

Los indios que le envío son diecinueve, doce hombres de entre quince y treinta años, y siete mujeres en edad fértil. El conjunto se obtuvo en la frontera con el Brasil. Suponemos por el parecido que hay tres hermanos varones, y una posible madre que recibe trato especial de los demás, pero no hay manera de certificarlo porque comparten la simiente viril como un bien comunitario.

En el conjunto había un bebé de tres o cuatro meses que preferimos apartar y dejar al cuidado de otros indios establecidos en los gomales. No era prudente lanzarlo al viaje. Los indios no advirtieron la ausencia del bebé, ninguno lo lloró.

No tenemos gestos en común, ni siquiera el del saludo con la palma en alto. Para saludar, los peira hacen la mueca de olerse los sobacos y caer desmayados por el olor. Otros muestran el ano. Los arache, que son enanos y viven con los pies sumergidos, se tapan la cara. No reconocimos uno solo de estos gestos en el conjunto que le envío.

No hay sonido de su idioma que evoque algo remotamente familiar. Me ha llamado la atención que no hablan por ocio, y que los diálogos más largos son los que siguen a la caída de un trueno o cualquier otro hecho fortuito que los despierta al habla.

Una característica desagradable que querrá saber de antemano es que no son capaces de retener la orina mientras duermen. No supone problema en su entorno natural, porque drena en la tierra, pero sí en superficies impermeables. Los cerebros desarrollados producen la orden de despertar para evacuar la vejiga, algo fundamental para la vida moderna. Este grupo humano es de lo más primitivo que podría obtenerse en la zona, como usted expresamente pidió.

Logramos mantenerlos aislados de los blancos y de la palabra de Dios, como también pidió, pero fue imposible hacerles entender la naturaleza fina del contrato que usted propone, porque para eso deberían conocer la idea de ley, de país, y antes la de diferencia, de la que están capados por la endogamia, pero sí entienden que no los obligamos a vestirse, ni los hacemos trabajar, ni les pedimos nada a cambio, salvo estar donde les digamos. La parte medular del acuerdo, entonces, está comprendida.

Desde que los encontramos no hicieron rituales ni ceremonias. Nos mantuvieron alejados de una pieza de madera que parece un cascarón o la base de un árbol. La llevan a la rastra a todos lados con una negligencia que se pensaría inadecuada para un objeto de culto, pero los dioses de esta gente del Amazonas, al igual que sus consciencias, son anteriores a la forma, por eso la embalamos con precaución especial y la sumamos al lote solicitado por usted, que paso a detallar:

La referida supuesta pieza de culto.

Una colección de collares de cuentas.

Una colección de agujetas nasales de madera negra.

Una humilde colección de armas compuesta por dos lanzas y una cerbatana con cruces y líneas tajeadas en la superficie y realzadas con pigmento negro, el mismo que usan para tatuarse la piel, pigmento que no pudimos conseguir porque no guardan nada, no conservan nada, comen de a puñados y beben directo del suelo. Esto también explica el faltante total de alfarería en el lote.

Se agregó una bolsa de huesos que van dejando por ahí después de comer, para que los estudie usted a su criterio.

El viaje programado es el siguiente: desde Iquitos, por tierra, cruce de la frontera del Brasil, hasta Tonantins; en barco por el Amazonas hasta Manaos; trasbordo en el buque Sertoes, tercera clase, con paradas en Fortaleza, Recife, Rio de Janeiro, Montevideo y entrega final en Buenos Aires, entre el 22 y el 30 de septiembre. La duración estimada es de cuarenta días.

Por motivos personales de máxima urgencia estaré ausente al momento de la entrega. Sepa disculpar cualquier inconveniente.

Suyo,

D. Ontivero

Peruvian Rubber Company

Pd: contamos con un conjunto de negros africanos recién llegados al Brasil que acaso se ajusten a las condiciones de su novedoso emprendimiento. Si le interesa, no dude en comunicarse para organizar un nuevo envío.

ASISTENTE DE AMADO DAM
Buenos Aires. 19, 20 y 21 de septiembre de 1933

Llegaron los indios. Vamos al puerto con Dam a recibir a los indios.

Dam pide que le pida al chofer que vaya más rápido. Desde que despidió al anterior evita el diálogo directo, para no encariñarse.

Llamaron del puerto a las seis de la mañana. El barco llegó antes de lo previsto. No hubo tiempo para desayunar o peinarse. Al salir nos cruzamos al cartero con el sobre grasiento de la Peruvian Rubber Company y Dam dijo que prefería leer la carta en el camino, pero ahora dice que el movimiento del automóvil le impide leer y pide que lea para él.

Mi lectura es casi perfecta, salvo un titubeo inicial en la pronunciación de rubber.

El contenido de la carta lo indispone. Saco del maletín la fragancia mentolada que usa cuando hiede porque está nervioso. Alza el cuello sin mirarme y permite que lo rocíe. Un corcovo del automóvil sobre el empedrado desvía mi mano cuando aprieto el pulverizador. La nube de menta en la cara lo hace toser. Dice que soy un estúpido. Hay que abrir las ventanillas. Con el viento la fragancia se dispersa en la cabina y nos perfuma al chofer y a mí.

Es la primera vez que subo a un barco. Seguimos al capitán hasta la bodega. Tampoco había visto de cerca a un capitán.

Los indios hicieron el viaje encerrados acá abajo, en esta pocilga. Un disgusto. Le recuerdo al capitán que el señor Dam pagó para que los trajeran en camarotes de tercera clase.

El capitán dice que no pudo hospedarlos en tercera porque no quieren vestirse. Los puso en esta bodega, los hizo atender. En dos oportunidades despejó la cubierta para que subieran a ver el mar, pero no quisieron. Comieron la misma comida que el resto de la tripulación, y se arrepiente de ese gesto igualitario porque los primeros días dejaron la bodega estallada de excremento. De todas maneras los hizo baldear una vez por semana porque es un hombre de bien y cree que ellos mismos se lo pidieron con la mímica de un nado bajo el agua.

Dam pide que enumere para el capitán las deficiencias en el servicio por el que pagó. Improviso: los indios no tuvieron acceso a los mismos servicios que el resto de los pasajeros de tercera clase. Hicieron el viaje en un reducto sin ventanas, muertos de frío, en condiciones sanitarias inaceptables.

El capitán repite inaceptables en un tono burlón, como si mi voz tuviera un matiz quejoso de mujer o de invertido.

Se va el encandilamiento que traemos de cubierta. Veo mejor al capitán, veo una porción de los indios sentados en un rincón de la bodega, las piernas lampiñas, los genitales. Tienen tatuajes y escarificaciones en la base de la nuca que bajan a lo largo de la columna y se hunden en las nalgas. Con la luz artificial se ven azulados.

Cómo les explicamos, sin lengua en común y contra toda evidencia, que no están cautivos ni al servicio de nadie. Bienvenidos, me gustaría decirles. Se me ocurre que alzando los brazos en gesto de abrazo general entenderán la idea.

No tienen apellido estos indios. El oficial de Migraciones dice que no puede registrar su ingreso al país si no tienen apellido. Nos muestra los documentos de identidad con el nombre original de cada uno (Moé, Itete, Pirá, la lista entera balbuceada) y un nombre cristiano entre paréntesis, que según los sellos es traducción fiable del primero. Itete, por ejemplo, es Juan. Pero no hay apellidos. Por este asunto Migraciones puede recluir a los indios en cuarentena con otros extranjeros indocumentados.

Dam me dice que el embajador del Perú se hizo fama de impresentable en una gala presidencial en el Teatro Colón. Ha cruzado con él algunas palabras, es un buen hombre. Pide que llame a la embajada, que diga que llamo de parte del señor Amado Dam, que enarbole su apellido, que blanda su apellido como una espada contra la burocracia del Perú.

La espada, la burocracia. Ya tiene la cara que pone cuando recupera el buen humor.

La embajada del Perú promete por teléfono un diagnóstico del problema y una solución en menos de cinco horas.

Nos llevan al cuarto del Hotel de Inmigrantes donde pusieron a los indios. Dam mandó traer un silloncito que vio en la recepción del hotel y lo está haciendo arrastrar hasta un ventanal.

Los indios no giran para vernos ni reaccionan con el ruido del sillón.

Dam dice que esta indiferencia es un gesto bastante civilizado de confianza, porque entienden que no vamos a hacerles daño.

Cómo podrían saberlo. Para mí es un gesto de bravía.

Dam ocupa el sillón y le pide al botones que nos deje solos y cierre la puerta. Me invita a sentarme en el apoyabrazos. Quiere ver si podemos compartir un mismo espacio con los indios sin necesidad de custodia.

Le recuerdo que yo ya contraté a la agencia de seguridad Sánchez Jaruf & Hermanos hace una semana.

Me toca el mentón. Esos turcos de mierda debieron habernos escoltado al llegar y estar ahora en esta sala con nosotros, protegiéndonos, si yo hubiera pensado un plan de contingencia, cuando es claro que no soy previsor ni conozco la palabra contingencia.

No es verdad.

Es él, que está para otra cosa, el que se hace cargo y cuida de los dos.

No hubo manera de comunicarse con la agencia porque acaban de mudarse a una nueva sede y no les instalaron línea telefónica.

No debí haber contratado una agencia sin teléfono. No entiende por qué entre todas las opciones que ofrece la ciudad elegí la más rudimentaria. No estamos en El Cairo. Menciona el monto exacto de dinero que cobro por mes. Dice que no tengo olfato para contratar a nadie, porque también fallé con la compañía que mandó a los indios a la buena de dios.

Le arden los ojos, había como un polvo de pimienta en la bodega del barco. Pide que libere el apoyabrazos, se acomoda en el sillón y no vuelve a mirarme.

Las soluciones del embajador del Perú tardan unas tres horas en llegar en esta carta, y la recibimos en la misma posición, sin haber cruzado una palabra.

Pide que la lea para él.

Querido amigo señor Dam, advertirá por mi tono y la ausencia de membretes oficiales que esta carta expresa una cálida voluntad personal de arbitrar los medios necesarios para la prontísima solución del problema remitido a la Embajada por Usted. Le ruego me disculpe por no asistir en persona y por el alcance limitado de las opciones que le ofrezco, sujetas como yo a las leyes soberanas de la República del Perú.

Los indios pueden evitar la cuarentena si permanecen en el territorio de la Ciudad de Buenos Aires con la anuencia de un responsable legal de nacionalidad argentina. La regularización de los documentos no puede superar los diez días hábiles a partir de hoy, contra cláusula de deportación.

Me comprometo a hacer encontrar esos apellidos faltantes donde se hayan perdido. Con la ayuda de Dios Nuestro Señor acaso pueda llevarle a usted estos apellidos antes del plazo estipulado por ley.

Mis cordialísimos saludos.

Dam pide que anote. Hay que reprogramar el traslado de los indios a la finca de Tandil para dentro de dos semanas. Lo razonable sería calefaccionar el comedor del Frigorífico Dam y ponerlos ahí, sin vecinos, en la zona fabril de Hurlingham, pero es fuera de la Capital. Por el bien del proyecto se hace todo conforme a ley. Conforme a ley, ¿me quedó claro? A cambio está evaluando la idea de llevarlos con nosotros a su piso de Recoleta. Le parece una buena oportunidad para observarlos de cerca y tenerlos a resguardo. Convivir un rato. Quiere demostrarle al Comité que responden buenamente, que son sensibles a la cortesía.

Pero no sabemos si tienen esa sensibilidad.

Dice que en estas dos horas aprendieron a ponerse en fila, por orden de nadie, y a cubrirse con las manos, y que soportaron la espera como caballeros. Son muy despiertos. Hay que ponerlos en el ala de servicio, como hizo Hunt con los igorrotes.

Le recuerdo que Hunt tenía una esposa filipina que podía comunicarse con los igorrotes. Es una gran diferencia.

Hunt ya era viudo cuando llevó a los igorrotes a Nueva York. No tengo que decir pavadas. Y mientras estuvieron con él todo anduvo bien.

Pero los llevó a una casa enorme, con jardines. No los puso en un décimo piso sobre Callao y Santa Fe.

Ya lo tiene decidido. Va a traer a los indios con nosotros. Pide que le pida a las mucamas que desalojen el ala de servicio. El Comité no puede saber que los tenemos en casa, no antes de resolver el tema de los apellidos. Hay que traer al mejor experto en lenguas para que descifre el idioma, sacarles la información mínima para reencauzar el proyecto. Seguramente no tengo idea de dónde conseguir un experto así y él mismo va a tener que hacerse cargo, como siempre. El proyecto entero en crisis por mi imprevisión.

Como el acceso del Hotel está lleno de tanos y polacos de mierda no podemos acercar el camión a la puerta y para llegar a la avenida tenemos que cruzar el gentío con los indios en pelotas. Las madres blancas tapan los ojos de sus crías. Los indios no miran a nadie. Colaboran, suben mansos al camión. Dam me dice al oído que son mansos porque confían en nosotros.

Para mí es porque el camión está quieto y lo entienden como parte del piso. Es esperable que al cerrarse se les haga jaula, o que al moverse les parezca vivo. Pensar como ellos es pelar los hechos hasta su mínima consistencia, desandar, como decía Hunt.

Agradece que yo quiera pensar como los indios. Lo ideal, entonces, es que los acompañe en la caja del camión, que “desande” con ellos hasta Recoleta, en igualdad de condiciones, como muestra de humildad. Pensó en subir él mismo, como anfitrión, pero no hay nadie del Comité para atestiguar. Si lo hace es como si nunca lo hubiera hecho.

El arranque del camión trae mareo general, un intercambio de palabras como escupidas entre dos de las mujeres, suspiros, nada grave. Después se callan todos, empecinados en su embeleso, cerrados.

Veo la araña tejiendo las primeras líneas de una red en el techo del camión, sobre mi asiento. Me duerme el trabajo de la araña. Yo, dormido entre ellos.

Sueño que soy mujer y una mujer más joven me contrata como mesa auxiliar en un tugurio del puerto, para que los clientes jueguen a las cartas sobre mí. Despierto con el puño cerrado y al abrirlo veo que la maté. Algo la atrajo, un resto de azúcar o mugre, un sabor del que no pudo sustraerse.

El indio sentado junto a mí me señala la cara y me dice algo. No sé si son palabras. Se inclina y busca mis ojos con la mano en pinza. Mi salto defensivo le causa gracia. Los otros indios también se ríen.

En el reflejo de la ventanilla veo que llevo anteojos. Están ladeados, a punto de caer. Parece que el indio quiere enderezarlos. Los tomo a tiempo, los guardo otra vez en mi bolsillo. Me los pusieron mientras dormía. No hay otra explicación. Me sorprende menos la posibilidad de que tengan sentido del humor que la delicadeza del hurto y que hayan entendido que los anteojos debían colgar de mi nariz, cuando es innegable, si uno desanda, que la forma de los anteojos no es inmediatamente clara con respecto a uso y ubicación.

Con un pañuelo me limpio la araña de la mano.

Dejamos a los indios dormidos en el camión para organizar la subida hasta el departamento. En la entrada nos esperan los custodios. Dam pide que enumere para ellos las condiciones del trabajo por el que se les paga.

Tienen que velar por nuestra seguridad y la de los indios. Tratar de no tocarlos. Dirigirse a ellos en un tono respetuoso. Alimentarlos. Tenerles paciencia. Transportarlos cuando sea necesario. Limpiarlos.

Los custodios proponen subir a los indios en grupos de tres por la escalera hasta el décimo piso.

Dam prefiere hacerlo en ascensor, para no alarmar a los vecinos. La capacidad máxima es de cuatro, tres indios más un custodio. Me guiña un ojo y dice que es esperable que el ascensor se les haga jaula o que al moverse les parezca vivo. Hay que subir con un balde por si vomitan. Si se ponen violentos el mismo balde sirve como defensa.

Me adelanto y subo por escalera. Las mucamas desalojaron los cuartos de servicio y amontonaron sus cosas personales en la cocina. Venancia se hizo un lío con mis órdenes por teléfono. Cortó convencida de que el traslado era la antesala de un despido y les pidió a todas que hicieran las valijas y la ayudaran a hacer la suya, porque casi no ve.

Antes de saludarlas aclaro que nadie va a perder su trabajo.

Una exaltada pide la presencia del señor Dam. No acepta ser despedida por mí, no responde a mí.

Repito que nadie va a perder su trabajo. Fue un malentendido de la querida Venancia.

Otra exaltada dice que tampoco responde a mí. Una tercera llora.

Es al revés. Al revés. Van a recibir un aumento del treinta por ciento por jornada mientras dure la estadía de los invitados, un máximo de diez días. En breve el señor Dam presentará a los invitados.

Dam saluda a cada una por su nombre de izquierda a derecha. A veces lo hace según el rango, de asistentes para arriba, es muy memorioso. Pide compostura y don de gentes para una tarea especial, una experiencia metropolitana de convivencia entre distintos que ningún empleado de servicio debería perderse, la oportunidad de convertirse en las mucamas mejor calificadas de Buenos Aires, y abandonarlo si quieren, ingratas, por gente más rica que él.

La mayoría no entiende que ingratas es un chiste y Dam sonríe explicativo y fuerza una carcajada general, con lo que le cuestan estas cosas. Pide que enumere para ellas las condiciones del trabajo.

Contacto mínimo con los invitados. Mantenerlos bajo llave y no abrir la puerta sin asistencia del personal de seguridad. Alimentarlos seis veces por día, raciones extra si quieren más, estómagos contentos. Tolerancia ante orina y excremento: enseñarles a usar el baño es contrario al proyecto. Al parecer duermen en el suelo, así que está bien tirar unas mantas en los cuartos de servicio. No más de cuatro por cuarto, mujeres y varones por separado. Las ventanas cerradas hasta que terminen de calibrar a qué distancia están las cosas lejanas de la ciudad y la idea de un décimo piso.

Ahora, aseo y desinfección de las mujeres. Del aseo de los hombres se ocupan los custodios.

Dam dice que la parte central del acuerdo es el secreto. Que el secreto no encubre ilegalidad. Que no hace falta que les recuerde quién es y cuáles son los valores por los que se lo conoce y aprecia. No deben hablar de esto con nadie por fuera de él, de mí y de los custodios. No deben hablar de esto frente a un proveedor, ni contárselo a una amiga, ni a nadie en la familia, ni confesarlo en la iglesia, porque no es cosa de pecado.

Venancia hace que las indias se bañen en las duchas del baño de empleadas. Son indiferentes a la luz eléctrica, a los muebles Luis XV, a los objetos rectos, al agua caliente, pero las conmueve el jabón, y se dejan frotar por la vieja con un deleite impropio que reconozco en labios mordidos y ojos en blanco. Entonces sí hay gestos universales.

Por pedido de Dam a los indios se los limpia en el baño principal. No les molesta ser tocados por los custodios, que los dejan relucientes. Tanto problema con tocarlos o no tocarlos.

Yo mismo los llevo a sus cuartos, los invito a tenderse en las mantas.

Tienen trazas de musgo en los talones y entre los dedos. Estos son sus pies en estado de máxima higiene, desin-fectados. Elijen estar desnudos en la selva, entre cosas cortantes, podridas, los venenos del mundo animal y vegetal. Más me escandaliza que en un espacio seco y cuadrado como este no sientan la inconveniencia de seguir desnudos. Qué pueblo, qué gente inerte se deja arrancar de su tierra sin dar pelea.

Leí en una revista de Dam que los mamíferos dormidos perciben que están siendo observados y despiertan para defenderse, porque la mirada es una materia que toca las cosas. Los indios no se despiertan mientras los miro. Es interesante para iniciar una charla con Dam.

Dam dice que llora el bebé.

¿Qué?

Se le endurece la lengua y la saliva queda sin contención. El llanto de un bebé. El que menciona la carta. Entre los bultos de los indios, en la biblioteca.

Debe ser una rata del barco.

No es una rata. Es el bebé, lo trajeron oculto con ellos y lo olvidaron porque no tienen memoria. Para qué tendrían memoria si la selva es siempre igual. Por eso nadie lo lloró.

Insisto con la rata.

Hay que liberar al bebé. Pide que lo acompañe a de-sembalar ahora. Ya vio que estoy por dormir, y se disculpa por haber entrado a mi cuarto sin llamar, pero hay que hacerlo. ¿Qué estoy leyendo, una revista de espectáculos?

Tiro la revista por ahí, listo para él. Qué bien me haría decirle que leo sus libros cuando no está, que llevo más de tres estantes y voy por más, pero ya gasté el dinero que encontré en el atlas político mundial. Le pregunto si hay tiempo para ponerse los zapatos.

Pide que busque guantes y un martillo, por si no es un bebé. Dice que el parquet está impecable. Podemos ir en medias. Él también está en medias.

Vamos a la biblioteca. Señala la caja rotulada “pieza de culto”. Dice que el llanto salió de ahí.

Mientras buscamos la llave de la caja, que según él yo perdí, no oímos nada raro. No sé si las ratas pueden hacer silencio a voluntad. Por el momento pareciera que es el caso.

Dam me palpa porque cree haber visto el relieve de una llave en el bolsillo de mi pantalón. Hurga, hurga y la saca.

Adentro de la caja hay una cosa envuelta en arpillera. Es bastante pesada, tenemos que alzarla entre los dos. Sentimos en las manos el acolchado húmedo de una colonia de hongos.

Le pido a Dam que él mismo abra la tela. Yo espero acá cerca, con el martillo en alto.

Parece la base de un árbol, con raíces y muñones de ramas, pero redondeada, como una nuez enorme, un cascarón que podría contener varias ratas, o un perro mediano, ovillado. Tiene unos cortes dispersos en la superficie que parecen intencionales. De frente evoca algo de tótem o de venus. Para el especialista era una imagen de fe. Una deidad menor. Podría ser.

A Dam se le hace difícil evocar la deidad. Dice que en todo caso la de estos indios es una fe sin motricidad fina, porque hasta los pwiggi, la gente más básica de Oceanía, que adora a dioses acostados en la arena y tiene prohibido darlos vuelta, los hace con el anverso decorado.

Le recuerdo que los pidió muy primitivos.

Repite lo que dije con voz aguda.

A su voz que imita la mía se suma otra, más grave, de quejumbre, que cuando Dam se calla porque voy a llorar, continúa desde el cascarón.

Uno de los cortes de la madera parece más profundo que el resto. Una ranura. Dam mete el dedo en la ranura. La cosa cruje y se abre en tres.

Lo que respira adentro es como un ganglio de la madera cubierto de pelo que se eriza. Del cuerpo retorcido por la falta de espacio, forzado al contorno del cascarón, se abren una pierna y unos ojos donde no los había, y un brazo con garras de hueso podrido que deja un surco de sangre en la pierna de Dam.

Las primeras reuniones del Comité fueron en el Jockey Club, pero desde que Rosso es el accionista mayoritario se hacen en su casa, que siempre está redecorando, y las veladas se pierden en comentarios sobre cuadros o tapizados que combinan con el piso, porque su primera decisión fue el mármol verdinegro carísimo de la sala y el arquitecto continuó todo en compossé, con lo que la casa quedó atrapada por el piso, como esta taza de té tornasolada, que es verde o negra según se la mire. Tano de mierda. La pérdida de tiempo de hoy es una cigarrera de nácar que según Rosso mantiene en su punto la humedad del tabaco. Se han puesto a fumar y a nadie se le ocurre convidar a los asistentes, sentados en este rincón con la señora de Cabelludo, la estenógrafa.

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