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Paradigma Biológico: Nortes de desarrollo

El desarrollo personal hace referencia a lograr la mejor versión posible de uno mismo… a partir de las potencialidades que cada cual tiene. No se trata de alcanzar metas externas en función de la comparación con los otros. Se trata, primordialmente, de actualizar y desarrollar las potencialidades existentes en la persona, en las direcciones que la persona involucrada desea (Opazo, 2004).

De este modo, el desarrollo personal constituye un proceso en el cual se va transitando desde estados "menos evolucionados" hacia estados "más evolucionados". Y lo que constituye una "progreso" se va estableciendo sobre la base de una integración de criterios funcionales, históricos, afectivos, clínicos, etc. (Opazo, 2004).

Autores como Maslow, Rogers, etc., han planteado que los seres humanos, como especie, tenemos una tendencia natural hacia el crecimiento personal. Y en estas páginas hemos visto también que los niños muy tempranamente emiten conductas que muestran una especie de "moral natural". Es así como algunos autores han planteado que la moral tiene un rol evolutivo, facilitador de la supervivencia; para estos autores, en los seres humanos operarían ciertos principios morales de carácter universal (Barra, 1987).

En una línea consistente con lo anterior, Kavathatzopoulos (1991) asume que el desarrollo se entiende como un movimiento hacia principios morales universales, cada vez más abstractos, los que regulan tanto el pensamiento como la acción, que se desplegarán de forma invariante en etapas jerárquicas. En este contexto, el desarrollo constituiría una especie de "punto omega" en el léxico de Teilhard de Chardin.

Desde nuestra óptica, en cada persona, cada paradigma puede aportar mayores o menores potencialidades. Y puede estar "actualizado" en mayor o en menor medida… y de mejor o de peor manera. Esto incide directamente en el tema del desarrollo personal. Una persona supuestamente "bien desarrollada", habrá logrado "actualizar" sus potencialidades "positivas", y logrará alcanzar un desarrollo "adecuado" de cada uno de los seis paradigmas del Supraparadigma. Esto, a su vez, involucraría un aporte en términos preventivos.

Cada época histórica, cada organización social, tiende a plantear una especie de "ideal colectivo", que establece un modelo acerca de cómo las personas deberían ser; se trata de una especie de ideal nomotético del yo, o del "self" deseable para los individuos. Por otra parte, cada persona va estableciendo su propio "ideal del yo", una especie de modelo idiosincrásico acerca de cómo la persona desea ser. Cuando se señala que el desarrollo personal consiste en "lograr actualizar la mejor versión posible de uno mismo", se deja abierta la opción a que cada cual establezca cuál sería su mejor versión.

Establecer qué es "bueno" y qué es "malo"-para cada paradigma, no resulta tarea fácil. Implica ingresar en territorios valóricos y subjetivos, como son los relacionados con el desarrollo personal. Establecer parámetros para esclarecer qué constituye un mayor desarrollo, involucra toda una invitación para integrar criterios. Es así que, luego de un análisis del tema, hemos propuesto integrar los criterios de funcionalidad, de satisfacción personal, de adaptación social, de perspectiva histórica, de datos de investigación y de evaluación clínica. Sobre la base de estos criterios, se hace posible decantar qué tiende a ser mejor – para los integrantes de la especie humana – en un sentido nomotético. En este contexto, el desarrollo personal involucra un proceso de cambio progresivo en el tiempo; en este proceso, la persona va actualizando potencialidades que le facilitan su adaptación, enriquecen sus opciones de bienestar personal, potencian sus opciones de éxito afectivo, social y laboral, y le abren mejores posibilidades de autorrealización (Opazo, 2004).

En el ámbito del paradigma biológico, es posible entonces establecer Nortes de desarrollo, conectados directamente con la temática del desarrollo personal.

En líneas precedentes, hemos visto que la biología puede facilitar el desarrollo de diversos desórdenes psicológicos. En una dirección opuesta, es decir, "a contrario sensu", una "adecuada" biología puede sustentar nuestro desarrollo personal; y puede "protegernos", oponiendo resistencia a la génesis de desórdenes psicológicos. Esto puede incluso ir más allá. Una utópica biología "ideal" u "óptima", sería fuente de una potente resiliencia biológica; de este modo, una adecuada biología nos facilitaría lograr crecer en medio de la adversidad.

En un sentido de fondo, podemos afirmar que gran parte de nuestra biología nos es dada; ningún infante de una sala cuna ha elegido su dotación biológica. Un imaginario "awareness" temprano de esos infantes, los llevaría a concluir: "Es lo que hay".

Y "lo que hay" – como dotación biológica – es común para la especie humana, y a la vez tiene acentuaciones diferentes para cada cual; diferentes para bien o para mal. Afortunadamente, sin embargo, la biología predispone pero rara vez dispone. Y, "lo que hay", se puede administrar de mil maneras; lejos de invitar al fatalismo, constituye todo un desafío para ir haciendo bien las cosas. Es así como la biología suele dejar amplios espacios para que cada persona actualice sus potencialidades, y para que modifique o administre sus cualidades y defectos. De este modo, la administración de lo que "natura" nos dio, constituye uno de los desafíos más relevantes para la vida de cada ser humano.

No obstante lo anterior, sería absurdo discutir la importancia de contar con una "adecuada" dotación biológica inicial; esta aporta el andamiaje sobre el cual se construirá todo el desarrollo psicológico posterior. Es así que podemos intentar establecer, sobre la base de los criterios explicitados más arriba, lo que serían Nortes de desarrollo deseables, en lo relativo a nuestra dotación biológica. Se trata de delimitar la dotación biológica que los seres humanos valoramos como deseable; después de miles de años de historia, y después de decantar qué nos aporta más. Se trata de esclarecer, por ejemplo, las potencialidades biológicas que desearíamos para nuestros hijos.

El tema de la "neuro plasticidad", aporta ventajas a los seres humanos como especie. Es así que el concepto de un cerebro estable e inmodificable, viene cediendo terreno en relación a un cerebro maleable, modificable, cambiable. "El cerebro dañado a menudo puede reorganizarse a sí mismo de modo que si una parte falla, otra a menudo puede sustituirla; que si una célula cerebral muere, en ocasiones puede ser reemplazada; que muchos circuitos e incluso reflejos básicos que creíamos estaban cableados rígidamente, no lo estaban. Los científicos están mostrando incluso que el pensar, el aprender y el actuar pueden encender o apagar nuestros genes, configurando así nuestra anatomía cerebral y nuestra conducta – seguramente uno de los descubrimientos más extraordinarios del siglo xx" (Doidge, 2007, p. xix). Frederick Gage et al. (1997), han informado que una rata criada en un ambiente enriquecido desarrolla nuevas neuronas y un hipocampo más grande y han descubierto que uno de los predictores más poderosos acerca de si una rata será capaz de fabricar nuevas neuronas está determinado genéticamente. A la hora de la biología deseable, por lo tanto, una disposición genética favorecedora de la neuro plasticidad, pasa a tener un rol no menor.

En el territorio de la dotación biológica, resulta esencial que – desde el paradigma biológico – no existan predisposiciones hacia las enfermedades físicas, ni hacia la psicopatología. La idea es que la dotación biológica involucre una baja vulnerabilidad biológica. En el ámbito psicológico, esto implica bajas disposiciones hacia el neuroticismo, hacia la ansiedad social, hacia las fobias, hacia los trastornos depresivos, hacia los trastornos de personalidad, hacia trastornos psicóticos, etc.

En el territorio de las potencialidades "positivas", es importante que la biología aporte un potencial variado y completo, para cogniciones, afectos y conductas. Aspectos esenciales del desarrollo personal – tales como la inteligencia, la creatividad, la capacidad de amar o las habilidades sociales – requieren del correspondiente respaldo biológico que los haga posibles.

También otros aspectos relacionados con la capacidad de adaptación requieren de un no menor respaldo biológico. Por ejemplo, en términos evolutivos se ha constatado que los desarrollos frontal y prefrontal hacen que el ser humano sea cada vez menos impulsivo. Estos desarrollos biológicos, por lo tanto, resultan esenciales para el desarrollo psicológico de cada persona.

La administración de la propia biología nos conduce, primeramente, al ya mencionado adagio del mens sana in corpore sano; involucra el asumir que, si la biología anda bien, la psicología tenderá a andar bien. Esto implica regular el ciclo sueño-vigilia, alcanzar un buen balance esfuerzo-descanso, someterse a una dieta equilibrada, cuidar el peso, practicar un ejercicio físico sistemático, etc.

A la hora de la administración de la propia biología, el desafío psicológico y personal no es menor. Se trata de actualizar las potencialidades cognitivas, afectivas y conductuales. Una "mejor" biología posibilita un mayor enriquecimiento en estas dimensiones; pero todo esto involucra acción. Conlleva el plantearse objetivos, desplegar esfuerzos, ejercer la perseverancia, y, muchas veces, un vencerse a sí mismo.

El Paradigma Biológico en la práctica clínica: discusión

Las siguientes afirmaciones no resultan superfluas para un enfoque integrativo: El neurocientífico Steven Hyman (2001) llama al cerebro el gran integrador. Con esto, se quiere decir que el cerebro hace una labor maravillosa para reunir la información: sonidos, vistas, tacto, gusto, audición, genes, ambiente.

La actividad cerebral es integrada a través de diferentes niveles y muchas partes diferentes por medio de incontables interconexiones de células cerebrales y vías extensas. Cada célula se comunica, en promedio, con otras 10 mil, formando miles y miles de conexiones (Bloom, Nelson y Lazeson, 2001; Johnson, 2003). "Haces de células nerviosas interconectadas transmiten información a través del sistema nervioso en un modo muy ordenado hasta el nivel superior del cerebro" (Santrock, 2004, p. 51).

A la hora de la discusión, por lo tanto, lo primero que es necesario enfatizar es que, el cerebro humano es fuente permanente de integración… tanto fisiológica como psicológica. Es así como el multifacético acontecer de nuestro permanente devenir, es experienciado desde la unidad de cada cual, y no como un conjunto desordenado y desintegrado de acontecimientos. Y eso no ocurre por casualidad; ocurre, porque nuestro cerebro nos aporta capacidades y directrices que nos posibilitan el que vayamos percibiendo, ordenando, almacenando, priorizando, conduciendo, administrando e integrando, el multifacético devenir de nuestras vidas… unas veces en forma más automática y menos consciente, otras en forma más activa y más consciente.

Por otra parte, los límites del cambio en psicoterapia están muy relacionados con el grado de plasticidad que presenta el sistema nervioso.

La plasticidad del sistema nervioso aporta la movilidad que requiere el cerebro, para asimilar el impacto del ambiente y para hacer posible el aprendizaje. Hace posible registrar y aprender nuevas experiencias, y facilita la adaptación a circunstancias cambiantes. Hace posible también, que la persona se recupere luego de sufrir algún daño. Al respecto, es importante recordar que una pérdida de función es distinta de una pérdida de células cerebrales. "Si las células permanecen y solo se ha perdido la función, una creciente evidencia acerca de la plasticidad cerebral sugiere que dramáticas recuperaciones se hacen posibles" (Howard, 2006, p. 89).

Recobrar funciones, sin embargo, es diferente de recobrar estructuras. Como lo hemos señalado, por mucho tiempo se creyó que los daños estructurales tendían a ser irrecuperables. Hoy en día, los conceptos acerca de los límites de todo esto parecieran estar cambiando.

La nueva evidencia revela que, contrariamente a lo que se ha creído por largo tiempo, los humanos adultos pueden generar nuevas células cerebrales (Kempermann y Gage, 1999). Más aún, se ha descubierto que cerebros de monos forman miles de neuronas nuevas cada día. Estas neuronas nuevas se originan en el cerebro profundo y luego emigran hacia el lóbulo frontal pensante y forman conexiones con neuronas vecinas (Gould et al., 1999). Nuestro cerebro es más plástico cuando somos niños (Kolb, 1989). Niños de cuatro años pueden funcionar solo con el hemisferio izquierdo, cuando el derecho les ha sido removido quirúrgicamente. Ahora las neuronas de sus hemisferios izquierdos generan incontables conexiones nuevas para asumir las tareas que antes ejecutaba el hemisferio derecho (Vining et al., 1997).

A estas evidencias es necesario agregar la antes citada investigación con fluoxetina en ratas (Ohira, Takeuchi, Shogi y Millakawa, 2013). Esta investigación también abre opciones para reproducciones neuronales tardías.

La experiencia – traumática o no – va modificando la estructura y el funcionamiento del cerebro. La neuroplasticidad, involucra cambios en el cerebro que ocurren durante todo el ciclo vital, y que están relacionados con la incorporación de nuevas neuronas, o con más interconexiones entre las neuronas, o con la reorganización de las áreas de procesamiento de la información.

Una vía de recuperación, se relaciona con la activación de nuevos senderos neurales, conducentes a su vez a la activación de nuevas redes neurales. De este modo, el daño recibido en ciertas redes, puede ser compensado por la puesta en acción de otras redes.

Para algunos autores el número de neuronas aparece preprogramado en el marco del desarrollo embrionario; una vez completado este desarrollo, habitualmente no se generarían nuevas neuronas. Sin embargo, "si bien es cierto que el número de neuronas no aumenta y que el soma cerebral permanece como un componente relativamente estable, la comunicación sináptica con otras neuronas está sometida a una modificación constante" (Álvarez y Trápaga, 2005, p. 71; las cursivas son nuestras). La máxima plasticidad se presenta en las primeras etapas de la vida; el así llamado "principio de Kennard", plantea que la recuperación de un daño cerebral al comienzo de la vida, es más completa que en períodos posteriores.

No obstante lo anterior, hemos visto también que no está tan claro que en la vida más adulta no se generen neuronas nuevas. El propio Einstein decía que el crecimiento intelectual debería comenzar en el nacimiento y cesar tan solo con la muerte. En años más recientes, Price et al. (2011) publicaron en Nature una investigación acerca de la evolución de la inteligencia en la adolescencia. Contrario a lo esperado, constataron que la inteligencia se modifica durante la adolescencia; para bien o para mal. Estos cambios fueron significativos, constatables a nivel de cambios en la estructura cerebral y a través de test de coeficiente intelectual. Algunos adolescentes mostraron hasta 20 puntos más de coeficiente intelectual… en comparación con sus propios puntajes de "preadolescencia". Los autores postulan que la estimulación y la educación pueden jugar un rol sustancial a la hora de los aumentos o de las disminuciones del coeficiente intelectual.

Por otra parte, las investigaciones vienen constatando que el cerebro sigue desarrollándose, al menos hasta los 40 años. En un estudio realizado en el contexto del University College, de Londres (Blakemore, 2010), se comprobó que el cerebro sigue desarrollándose entre los 20 y los 40 años, lo cual se expresaba en cambios en algunas regiones cerebrales. Una de las regiones que evidenciaban cambios es la corteza prefrontal, asociada al bienestar emocional y al control de la conducta.

Tal vez lo prudente hoy en día, es reconocer que los daños tempranos son más recuperables o reparables. Sin embargo, las recuperaciones neurales más tardías parecen ser más posibles que lo que se creía. Incluso la génesis más tardía de nuevas neuronas pareciera ser más posible que lo que se creía.

Adicionalmente, la anteriormente citada investigación de McGrath et al. (McGrath, Kelley, Holtzheimer , Dunlop, Craighead, Franco y Mayberg, 2013) comienza a abrir la posibilidad de que los psicofármacos contribuyan a generar nuevas neuronas en el encéfalo. Por ahora, las evidencias surgen de estudios en ratas; más adelante, es posible que esto se vaya replicando en humanos. Esto es de la mayor importancia. No solo abre nuevas posibilidades en el marco de la neuroplasticidad. Abre también opciones para que los medicamentos vayan aportando mucho más. Incluso en un futuro no tan lejano el "pills don’t build skills" – que ha enfatizado Resnick (2009) – podría verse seriamente desafiado.

En respuesta al daño cerebral, a menudo los niños muestran más plasticidad que los adultos. Por ejemplo, cuando hay daño grave en el hemisferio izquierdo, los niños menores de dos años de edad por lo general pueden cambiar el procesamiento del lenguaje al lado derecho del cerebro. Si el daño ocurre entre los dos y los cinco años, las áreas de procesamiento permanecen en el cerebro izquierdo, pero cambian a nuevas ubicaciones dentro de ese hemisferio (Kolb, 1989). En general, la plasticidad cerebral parece basarse en nuevas comunicaciones sinápticas y en un incremento en la ramificación de las dendritas."Después de los 10 años de edad, esta plasticidad se vuelve rara". (Coon, 1999, p. 71).

En este contexto, una pregunta relevante pasa a cursar así: ¿la plasticidad del sistema nervioso facilita en el niño una recuperación de experiencias frustrantes tempranas; o, el impacto de las experiencias emocionales tempranas es mucho más desorganizadora, dada la sensibilidad especial del niño en sus primeras etapas?

En el ámbito del lenguaje, por ejemplo, la plasticidad se refiere al grado en el cual daños en el hemisferio izquierdo pueden ser compensados por el hemisferio derecho. En niños menores de cinco años, la plasticidad posibilita una fuerte compensación desde el hemisferio derecho (Zillmer y Spiers, 2001). Se ha logrado establecer también, que entre los cinco y los siete años de edad se ubica un "período crítico", más allá del cual los daños del hemisferio izquierdo se tornan irrecuperables (Hall et al., 2008; las cursivas son nuestras).

De este modo, la plasticidad del sistema nervioso abre la opción al cambio en psicoterapia; y muchos terapeutas asumen esto, para bajar el perfil del rol de la biología en las restricciones del cambio en psicoterapia. Sin embargo, la opción de cambio que abre la plasticidad, es diferente de facilidad de cambio. En los hechos, el grado de restricción al cambio, impuesto por la biología, no parece ser menor. Y parece incrementar a mayor edad de la persona.

Hace algún tiempo, Jerome Kagan – coautor del conocido texto Desarrollo de la Personalidad del Niño escribía:

"Me retracto de mi ingenuidad cuando les expresaba a cientos de inocentes alumnos de pregrado – en 1954 – que el rechazo de la madre podría producir un niño autista. En los primeros 20 años de mi carrera, escribí ensayos críticos acerca del rol de la biología y celebrando el rol del ambiente. Ahora estoy trabajando en el campo opuesto; porque fui arrastrado hacia allá por mis propios datos" (Kagan, citado por William Wright, 1999, p. 93).

La evolución conceptual de Kagan resulta loable; evoluciona libremente en función de los datos. Es así como poco a poco se fue alejando de las posturas psicoanalíticas y terminó por oponerse a ellas; y poco a poco le fue asignando al rol de los padres una significación menor en el desarrollo del niño.

Jerome Kagan es un investigador relevante a la vez que muy respetado. Nos informa que los datos lo fueron "empujando" a valorar crecientemente el rol del temperamento. Es así que llegó a asumir que el temperamento – en particular el temperamento inhibido – está presente desde los primeros meses y se conserva hasta la edad adulta. Sin embargo, el mismo Kagan, que enfatiza las disposiciones biológicas que se expresan en el temperamento, sostiene a su vez que las influencias ambientales no solo son relevantes en los primeros años de vida; lo serían también a través de la vida entera (Kagan, 2010).

En un sentido genérico, los límites biológicos para el cambio en psicoterapia han tendido a ser desperfilados por los psicoterapeutas. Hoy en día, está más que claro que el cambio de rasgos de personalidad se topa con la fuerte resistencia estructural proveniente de las predisposiciones genéticas (Mosing et al., 2009). Otro tanto ocurre con las predisposiciones a las depresiones, a las fobias, etc. Más aún, viene quedando cada vez más en claro que incluso los cambios en autoestima se topan con fuertes resistencias estructurales provenientes de las predisposiciones genéticas (Kendler et al., 1998; Opazo, 2001; Saphire-Bernstein et al., 2011). En suma, gran parte de los problemas que enfrenta el cambio en psicoterapia se relacionan con las fuertes resistencias estructurales provenientes del paradigma biológico.

El problema en estos territorios es que, así como se puede desperfilar a la biología, se puede también caer en el extremo opuesto; y algunos se pueden anclar en un biologicismo extremo.

Es así como, también en los dominios del paradigma biológico, la tendencia al reduccionismo se ha logrado instalar. Las últimas décadas han visto fuertes reduccionismos al interior de la así llamada "psiquiatría biológica". Según Jiménez (2007), diversos psiquiatras biológicos han postulado que el único enfoque válido para entender los trastornos psiquiátricos y el funcionamiento psicológico, es el nivel de los procesos neurobiológicos; es decir,, el nivel de la neurotransmisión.

La tendencia al reduccionismo biologicista se podría conectar también con otras afirmaciones fuertemente monocausales. Se ha señalado, por ejemplo, que "el punto fijo de felicidad – el punto estable en torno al cual varía el estado de ánimo de una persona a lo largo de períodos como una década – está determinado genéticamente casi en un 98%" (Carr, 2007, p. 42). Algunas evidencias apuntan en esa dirección.

"Entre los gemelos idénticos criados separados, los niveles de felicidad son igualmente similares en comparación con los gemelos criados juntos. De este modo, si la felicidad de los gemelos idénticos es más parecida que la felicidad de los gemelos no idénticos, no es porque sus experiencias hayan sido más parecidas. Es porque sus genes son más parecidos" (Layard, 2005, p. 57). A su vez la correlación de felicidad entre gemelos no idénticos criados separados, ofrece índices similares a los de los gemelos no idénticos criados juntos (Lykken, 1999; Plomin et al., 2001).

En general, el estilo afectivo de las personas tiende a cambiar poco; al parecer, la biología marca mucho la pauta en estos territorios. Es así como Fox y Loehlin (1989) encontraron, tras un seguimiento de 20 años, que las personas cambiaban muy poco su emocionalidad: Esto empalma bien con los hallazgos genéticos de Lykken y Tellegen (1996).

En un importante artículo centrado en la temática de "la felicidad", David Lykken y Auke Tellegen sostienen que, el punto medio de felicidad de las personas, depende fundamentalmente de su dotación genética; cualquier cambio en el nivel de felicidad sería transitorio y, más temprano que tarde, se regresaría al punto medio crucero. "Si las variaciones del bienestar se deben ampliamente a los favores de la fortuna, en tanto que el punto medio de estas variaciones está determinado por la gran lotería genética que ocurre en la concepción, entonces somos llevados a concluir que las diferencias individuales en la felicidad humana – cómo uno siente en el momento y también cuán feliz se siente uno a través del tiempo – son primariamente un asunto de azar"(1996, p. 189). Culminan sus aseveraciones señalando: "Puede ser que el intentar ser más feliz sea tan inútil como el tratar de ser más alto y, por lo tanto, sea contraproducente" (Lykken y Tellegen, 1996, p. 189). De ser esto efectivo, los psicoterapeutas no estaríamos en condiciones de ayudar a que nuestros pacientes alcanzaran mejores niveles de "felicidad". Cualquier esfuerzo en esa dirección, arrojaría resultados transitorios e inútiles; y el solo cobrar por intentarlo constituiría una venta de ilusiones.

Más recientemente Lykken y Telegen han moderado un tanto sus radicales afirmaciones. Aun así, Lykken (1999) sostiene que los gemelos idénticos presentan una correlación de felicidad – entre ellos – que es alrededor de cinco veces la correlación que presentan los mellizos fraternos.

Lykken y Tellegen no son meros francotiradores. Han formado parte del grupo de investigadores del Estudio Minnessota con gemelos. Fundamentan sus aseveraciones en correlaciones observadas en dicigóticos-monocigóticos, evaluados a través de la Escala de Bienestar del Multidimensional Personality Questionnaire, administrada en distintos momentos de las vidas de los gemelos. Sobre la base de estos datos, "estimamos que la heredabilidad del componente estable del bienestar subjetivo se aproxima al 80%" (Lykken y Tellegen 1996, p. 186). Los autores encontraron que ni el estatus socioeconómico, ni los logros educacionales, ni el ingreso familiar, ni el estatus marital, ni el compromiso religioso, pudieron dar cuenta de más del 3% de la varianza del bienestar emocional.

Otros autores aportan datos en una dirección similar a la de Lykken y Tellegen; sin embargo, sus conclusiones no son tan radicales. Un estudio longitudinal realizado por Costa, McCrae y Zonderman (1987), en el National Institute of Aging, aporta datos de apoyo al concepto que hemos denominado aquí como "felicidad crucero". Luego de un seguimiento de 10 años, a una muestra de 5 mil personas, los autores encontraron que el nivel de felicidad se mantuvo en un punto muy similar; no obstante los cambios laborales, familiares y de lugar de residencia ocurridos en esos 10 años.

Un apoyo indirecto a los planteamientos de Lykken y Tellegen surge del análisis de Myers y Diener (1995), en relación al bienestar emocional. Estos autores sostienen que las personas poseen una notable capacidad para adaptarse, tanto a la buena como a la mala fortuna; de un modo tal que las circunstancias de la vida – salvo que sean extremadamente malas – no tienen un efecto duradero en el ánimo personal. En un survey que incluyó a 128 personas con sus cuatro extremidades paralizadas, se constató que la mayoría pensó en suicidarse al comienzo de su parálisis; un año después, el 90% de esas personas evaluaron su calidad de vida como buena o excelente (Whiteneck et al., 1985). Evoluciones similares se obtienen para personas diagnosticadas de sida, para personas post rupturas románticas dolorosas, etc. (Gilbert et al., 1998). El lema "No hay mal que dure cien años" parecería reinar en estos territorios.

Y, en la vereda de las experiencias "positivas", ocurriría algo análogo; personas que se ganan la lotería, al poco tiempo vuelven a su nivel de bienestar subjetivo "pre lotería" (Brickman et al., 1978). A un nivel más sociológico, ocurriría también algo similar: "El norteamericano promedio es ahora el doble más rico pero no es un ápice más feliz. En 1957 un 35% informó ser muy feliz; el 32% respondió de igual forma en 1998" (Myers, 2001, p. 483).

La señalada relación dinero-felicidad es explorada también por Myers y Diener en su clásico artículo "¿Quién es feliz?" (1995). Los autores concluyen que la riqueza es como la salud; es decir,, su ausencia puede generar miserias, pero su presencia no garantiza felicidad.

Lo anterior constituye un aporte contundente para la reflexión en psicoterapia. De existir una especie de punto de equilibrio homeostático de felicidad "crucero", determinado por la biología, tanto la experiencia en general – como la experiencia terapéutica en particular – tendrían poco que aportar al mundo del bienestar subjetivo. Más aún, sería posible hipotetizar que, pautas biológicas determinantes, podrían regir también para muchos desórdenes psicológicos. Todo lo cual a su vez podría explicar el porqué "la gente no cambia"; y el porqué la psicoterapia tiende a ser insuficientemente exitosa. Las recaídas mismas podrían involucrar un retorno al punto "crucero" de equilibrio/desequilibrio biológico inicial.

Todo este análisis contribuye a enfatizar el rol de la biología en el bienestar emocional, y la génesis de patologías. Va quedando claro que modificar el nivel de bienestar emocional es una tarea sumamente difícil. En este contexto, la pregunta de fondo se impone por sí misma: ¿Cuán determinante es la biología en nuestra dinámica psicológica? ¿Cuán inmodificable? ¿Cuánta razón tienen Lykken y Tellegen?

Hemos visto que, a la hora de las afirmaciones radicales, Lykken y Tellegen (1996) no se andan con remilgos. Sin embargo, su posible tendencia al reduccionismo encuentra la contraparte en los reduccionismos de los psicoterapeutas; esta vez en la dirección opuesta, es decir, hacia lo psicógeno.

Como lo he venido señalando, los psicoterapeutas hemos tendido a desperfilar la biología. De hecho, hemos caído en el reduccionismo opuesto y hemos "preferido " las etiologías psicógenas; y, por supuesto, a la hora de los tratamientos, hemos optado por las terapias psicológicas. Son muchos los casos que ejemplifican esto.

Nuestra tradicional tendencia a favorecer lo "psicógeno" se grafica bien en el ámbito de la disfunción eréctil. Hace ya algunos años, Masters y Johnson (1970), afirmaron que un 95% de los fracasos de erección tenían un origen psicógeno. Sin embargo, "estudios más recientes sugieren que aproximadamente el 50% de los pacientes que presentan una disfunción eréctil, tienen algún compromiso vascular, neurológico u hormonal" (Roth y Fonagy, 2005, p. 370).