¿Cómo comprender lo social para colaborar en su cambio?

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Z serii: Pùblica Social #38
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¿Cómo comprender lo social para colaborar en su cambio?
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A través de nuestras publicaciones se ofrece un canal de difusión para las investigaciones que se elaboran al interior de las universidades e ­instituciones de educación superior del país, partiendo de la convicción de que dicho quehacer intelectual se completa cuando se comparten sus resultados con la colectividad, al contribuir a que haya un intercambio de ideas que ayude a construir una sociedad madura, mediante una discusión informada.

Con la colección Pública social se busca dar visibilidad a trabajos elaborados en torno a las problemáticas sociales para ponerlos en la palestra de la discusión.

Algunos títulos de la colección

La disputa por el derecho: la globalización hegemónica vs la defensa de los pueblos y grupos sociales

Aleida Hernández Cervantes y Mylai Burgos Matamoros (coords.)

La construcción social de la organización universitaria desde los estudios organizacionales

Augusto Renato Pérez Mayo

Desigualdad y Pobreza

Juan Manuel Corona y Angélica Buendía Espinosa (coords.)

Seguridad y construcción de ciudadanía. Perspectivas locales, discusiones globales

Alfonso Valenzuela Aguilera (coord.)

Políticas globales y prácticas locales para el cuidado del medio ambiente. México, España y Estados Unidos

Rebeca de Gortari Rabiela y María Josefa Santos Corral (coords.)

Las organizaciones civiles y la atención de migrantes irregulares en metrópolis sudamericanas

Fernando Neira Orjuela

Mujeres en círculo. Espiritualidad y corporalidad femenina

María del Rosario Ramírez Morales

Diálogos sobre la paz.Interdisciplina y estudios de paz en un mundo globalizado

Laura Gemma Flores (coord.)

Asia-Pacífico: poder y prosperidad en la era de la desglobalización

Eduardo Tzili Apango, José Luis León Manríquez, Graciela Pérez-Gavilán Rojas (eds.)



Los derechos exclusivos de la edición quedan reservados para todos los países de habla hispana.

Prohibida la reproducción parcial o total, por cualquier medio conocido o por conocerse, sin el consentimiento por escrito de su legítimo titular de derechos.

Primera edición impresa: diciembre 2020

Edición digital: abril 2021

De la presente edición:

D. R. © 2020

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ISBN: 978-607-28-1987-0 (UAM)

ISBN: 978-607-28-1988-7 (UAM Epub)

ISBN: 978-607-8781-06-5 (Bonilla Distribución y Edición)

ISBN: 978-607-8781-07-2 (Bonilla Distribución y Edición Epub)

Coordinación editorial: Bonilla Artigas Editores

Diseño de portada: d.c.g. Jocelyn G. Medina

Diseño editorial: María L. Pons

Realización ePub: javierelo

Hecho en México

Contenido

Presentación

Los albores del entendimiento de la producción de lo social

La Ilustración

El positivismo de Comte

Qué repensar de la propuesta de Comte

Los funcionalistas

El funcionalismo de Durkheim

Qué preguntarse sobre las ideas de Durkheim

El funcionalismo estructural de Parsons

La reconfiguración del funcionalismo de Robert Merton

El neofuncionalismo estructural

Críticas al funcionalismo

Qué nos deja el funcionalismo estructural en relación con la producción de lo social

El marxismo

Los llamados revisionistas que sucedieron a Marx

Los aportes marxistas de Georg Lukács al entendimiento de la producción de lo social

Gramsci y la producción de lo social

Edward P. Thompson y la producción de lo social

Qué preguntas hacernos sobre las propuestas marxistas en relación con la producción de lo social

De las asociaciones y la creatividad humana

Las redes de Gabriel Tarde

Las provocaciones de Tarde

La sociología cultural de Max Weber

Los acertijos de Weber

Simmel y la socialización

Qué cuestionar de las ideas de Simmel

Herbert Blumer y el interaccionismo simbólico

Qué preguntas hacernos sobre el interaccionismo simbólico de Blumer

Las propuestas para “imbricar” la acción humana y la estructura

Habermas y la teoría de acción comunicativa

Las críticas a la propuesta de Habermas

Qué debe preguntarse sobre la teoría de la acción comunicativa de Habermas

Anthony Giddens y la teoría de la estructuración

Las críticas a la propuesta de Giddens

Qué preguntas se derivan de los planteamientos de Giddens

Los enfoques centrados en la creatividad de los actores

La sociología reflexiva de Pierre Bourdieu

Los problemas de la sociología crítica de Pierre Bourdieu

Qué preguntas hacerse sobre la sociología reflexiva de Pierre Bourdieu

Norman Long, la Escuela de Wageningen y el enfoque centrado en el actor

El dominio, otra cara de la misma moneda

Las arenas

La agencia

La interfaz

 

Eso que se define como actor

Los repertorios culturales

Heterogeneidad, hibridad y mutación social

Las críticas a las críticas y las críticas al enfoque centrado en el actor

Qué preguntas hacerse sobre el enfoque centrado en el actor

La producción de lo social y la teoría del actor-red, o la sociología de las asociaciones

Los orígenes de la ANT

La producción de lo social y la ANT

Lo no humano y lo humano en la producción de lo social

Las dicotomías y el principio de simetría generalizada

Ni macro ni micro; ni local ni global

La sociabilidad y las materialidades

Las sociedades como redes

El elusivo actor

Los objetos como actores

El devenir de la agencia de los actores para la ANT

Críticas a la ANT

Qué preguntas hacerse en relación con la producción de lo social

La “irracionalidad” humana y la producción de lo social

Cornelius Castoriadis y la imaginación en la “creación” de lo social

Sobre la no unicidad de lo social

De las determinaciones en la creación de lo social

Los supuestos del funcionalismo

La psique y el inconsciente

Lo imaginario

Imaginación radical

Sobre lo histórico social

Sobre la creación de una sociedad deseable

Sobre la producción de lo social

Qué reflexionar sobre la propuesta de Cornelius Castoriadis

Las emociones, los afectos y los sentimientos en la producción de lo social

David Le Breton y las emociones, los sentires y los afectos

Los sentires y los discursos ocultos en James Scott

El agravio de Barrington Moore

Qué preguntas hacernos sobre las emociones, los afectos y los sentimientos

La subordinación y sometimiento de la otredad y la comprensión de la producción de lo social

De colonialidad a colonialidades

De la Independencia y descolonización al colonialismo interno

Boaventura de Sousa Santos, el colonialismo interno y las epistemologías del Sur

La “no existencia”, el punto de vista y el conocimiento situado

Qué preguntas hacernos sobre la colonialidad externa e interna y la no existencia de actores sometidos a los designios de actores hegemónicos

La producción de lo social visto desde otras ontologías y epistemologías del Sur

La comunalidad de los ayuujk (mixes) y ben gwlhax (zapotecos) de Oaxaca

¿Y qué es la comunalidad?

Algunos principios de la comunalidad

De cómo considerar el desván de la historia y el presente de la comunalidad

La comunalidad ante la “no existencia” del eurocentrismo y la injusticia cognitiva

Los retos de la comunalidad

La ciudadanía eurocéntrica y la ciudadanía de la comunalidad

Qué nos llevamos de la comunalidad

El buen vivir y la producción de lo social

El suma qamaña de los aymaras

El jlekil altik, lo nosótrico de los tojolabales; los tojolwinikotik, “nosotros los hombres verdaderos”

El lekil kuxlejal de los tzeltales y tzotziles

Qué llevarse de todo esto en relación con las ontologías de los pueblos originarios sobre la producción de lo social

Qué se lleva el autor de toda esta disquisición

Referencias bibliográficas

Sobre el autor

Presentación

Este libro está dirigido fundamentalmente a agentes de cambio: extensionistas, asesores, acompañantes, colaboradores y todos aquellos que buscan incidir en procesos de cambio de otros actores sociales. Es una invitación a la reflexión sobre la forma de concebir cómo se produce lo social, ya que ésta suele tener una gran influencia en las estrategias y prácticas concretas de estos agentes que inciden en las formas y mundos de vida de los actores sociales con quienes interaccionan.

Para quienes trabajan o estudian los escenarios del cambio social es de suma importancia comprender cómo es que éstos se producen y qué papel juegan o pueden jugar cada uno de los actores y sus redes en esta producción. El acertijo aquí es que hay propuestas muy diversas y hasta contrarias sobre qué es y cómo se produce lo social. Cada una de ellas conlleva implicaciones sobre cómo involucrarse, cómo comprender y qué hacer en esos escenarios, ya sea como agente de cambio, colaborador o como investigador.

Quien esto escribe ha vivido en carne propia la angustia de incidir en formas y mundos de vida de otros, desde una “de-formación disciplinaria”, la agronomía, que, si bien transmitió información y en menor medida reflexión y comprensión sobre aspectos técnicos de la producción agropecuaria, fue por demás limitada en cuestiones sociales, políticas, culturales y psicológicas, que son fundamentales para poder colaborar en procesos de cambio de esos “otros” que nos suelen desafiar con sus diversas y heterogéneas significaciones y adjetivaciones de lo social.1

Esta angustia suele verse acrecentada al instrumentar acciones circunscritas a programas y proyectos de desarrollo gubernamentales, de organizaciones sociales y de la sociedad civil cuyos lineamientos político-ideológicos e instrumentales suelen estar más allá de la comprensión y de las capacidades de quienes se involucran en implementarlos. Dado que un agente de cambio –quien colabora– trata de incidir, para bien o para mal, en las formas y mundos de vida de los actores sociales objeto de un proceso de intervención,2 esta comprensión y estas capacidades debieran ser nodales. Dicho con otras palabras: cómo tratar de incidir un proceso de cambio si no se comprende cómo se produce lo social; por ejemplo, si no se ha articulado una reflexión propia sobre hasta qué punto los actores con quienes se colabora pueden llevar a cabo procesos de cambio para mejorar su calidad de vida, o si éstos están fundamentalmente determinados por condiciones estructurales.

Este libro se originó como parte de la elaboración de otro, relacionado con las formas, estilos y estrategias de intervención-colaboración en procesos de cambio de actores sociales. Mientras se avanzaba en su redacción iba siendo cada vez más evidente que, antes de debatir sobre el periplo de incidir en formas y mundos de vida de otros, era necesario que el lector reflexionara sobre cómo se produce lo social; si es que de incidir en ese proceso se trata. La redacción de ese capítulo poco a poco se fue alargando conforme se iba abordando cada una de las propuestas o enfoques, hasta que quedó por demás claro que ese capítulo vendría a ser un libro sobre tal preocupación.

Para quienes han decidido dedicar parte de su vida a ser agentes de cambio y cuya formación profesional dista mucho de la comprensión teórico-conceptual relacionada con esos procesos de cambio resulta por demás complejo adentrarse en esa urdimbre de propuestas y enfoques. Esta obra pretende contribuir a facilitar este proceso. En este sentido, presenta de manera crítica y reflexiva las distintas propuestas sobre la producción de lo social, buscando que los agentes de cambio reflexionen, se pregunten, se apropien y comprendan, desde estas propuestas, las posibilidades que tienen aquellos con quienes colaboran de producir procesos de cambio reivindicativos.

Sin el trabajo previo de varios autores, como George Ritzer, Salvador Giner, Alan Swingewood, Lorena Paz Paredes, Alberto Arce, Norman Long, Jean-Pierre Olivier de Sardan, Miquel Domènech, Francisco Tirado, Tomás Ibáñez, Cynthia Hewitt, Alejandra Aquino, Carlos Lenkersdorf y José Antonio Paoli, entre otros, la elaboración de esta obra hubiera requerido de mucho más tiempo, ya que revisar y hurgar en todos los escritos de los autores considerados en este trabajo, en búsqueda de planteamientos relacionados con el propósito de esta obra, sin una guía de dónde hacerlo, hubiera implicado picar mucha piedra. Así, sus orientaciones me dirigieron a revisar textos originales en las partes sustantivas para el propósito de este libro; sus reflexiones sobre las propuestas, aquí expuestas y señaladas a lo largo del texto, fueron fundamentales. De cierta manera, tal como lo planteara Isaac Newton, tuve la suerte de encontrarme con sus trabajos y “caminar a los hombros de gigantes” (1993/1687).

En esencia, este libro aborda la relevancia que para los agentes debiera tener el comprender distintos paradigmas sobre la producción de lo social. En él se elabora sobre el positivismo de Comte; el funcionalismo de Durkheim y Parsons; el marxismo de Marx y de Engels, así como el de los revisionistas y el de Gramsci; las propuestas sobre los actores y sus asociaciones de Gabriel Tarde, Max Weber, Georg Simmel y Herbert Blumer; la teoría de estructuración social de Anthony Giddens; la de la acción comunicativa de Jürgen Habermas; la sociología reflexiva de Pierre Bourdieu; el enfoque centrado en el actor de Norman Long; la teoría del actor red (ANT) de Bruno Latour y John Law; el imaginario social de Cornelius Castoriadis; los afectos y los sentires de Michelle Rosaldo y David Le Breton y otros; la enajenación producida por el colonialismo externo e interno en ontologías y epistemologías de pueblos originarios y culturas que metafóricamente ubica en el limbo social, como del “Sur”, Boaventura de Sousa Santos, y la relevancia de estas ontologías y epistemologías, complementadas con las propuestas del punto de vista de Sandra Harding y el conocimiento situado de Donna Haraway. En la parte terminal de este libro se ejemplifica sobre esas otras ontologías a partir de varios pueblos originarios: los aymaras, los mixes, los tojolabales, los tzeltales y los tzotziles.

 

Si bien en la sociología la lista de autores es casi interminable, considero que los mencionados en esta obra dan idea del debate sobre cómo se produce lo social. Ojalá que este esfuerzo puesto en sistematizar, interpretar, debatir, problematizar y proponer a partir de todos estos planteamientos y enfoques ayude a agentes de cambio e investigadores a comprender la relevancia de las distintas propuestas.

Los albores del entendimiento de la producción de lo social

Hay quienes piensan que lo social está relacionado con la unicidad, la totalidad. Esta totalidad se vislumbra en cohesión debido a la existencia de “fuerzas unificadoras” que dan cierta coherencia a las prácticas de los seres humanos; fuerzas que constituyen el armazón y el centro de la sociedad. Este libro inicia con los pensadores que han sustentado esta idea.

Los albores de la sociología moderna pueden encontrarse en los trabajos de John Locke (1652-1704), de Giambatista Vico (1668-1774), del barón de Montesquieu (Charles Louis de Secondat) (1689-1755), de Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), de los integrantes de la Ilustración escocesa: Adam Smith (1723-1790), John Millar (1735-1801) y, de forma destacada, Adam Ferguson (1723-1816); los críticos del concepto individualista de la sociedad, como los filósofos de la Ilustración conservadora inglesa y francesa, Edmund Burke (1729-1797), Louis de Bonald (1754-1840) y Joseph de Maestre (1754-1821), y los de Saint Simon (Claude Henri de Rouvroy) (1760-1825). Todos estos pensadores de los siglos XVI y XVII pusieron los cimientos y plantearon los problemas esenciales de una ciencia sobre la sociedad humana, sobre la producción de lo social y sobre la relación entre la acción humana y las estructuras.

Estos autores generaron enfoques fincados en los principios de la ciencia social: el rechazo de la metafísica, la necesidad de separar hechos de valores, y la posibilidad del ser humano de explicar con objetividad todo hecho, suceso, situación, proceso o idea. Para esto ellos consideraron que era necesario sustentar el conocimiento científico en el razonamiento lógico y en la observación. En este sentido, la ciencia debía basarse en evidencias fácticas y no en conjeturas, desterrando de sus dominios a las creencias y a la magia, que ya no deberían ser consideradas fuentes de conocimiento.

Lograr este gran cambio cualitativo implicó muchos sacrificios para la humanidad; la historia está llena de personas inquietas, interesadas en conocer cuestiones por medio de la razón, dejando de lado los preceptos de los libros sagrados. Muchos de ellos, como Giordano Bruno (1548-1600), terminaron su vida quemados en la hoguera de la Santa Inquisición; otros, como Galileo Galilei (1564-1642), dada su red de relaciones con la realeza y el alto clero, y gracias a su confesión,3 ya viejo y enfermo logró salvar la vida. Los fundamentos del pensamiento científico descansan en los hombros de todos estos seres humanos que pusieron en riesgo su propia vida en aras de encontrar una explicación a preguntas fundamentales relacionadas con el paso del ser humano sobre el planeta Tierra, un pequeño punto en el vasto universo (Gay, 1967; Swingewood, 2000: 3-10).

La Ilustración

La Ilustración fue producto de la reacción de varios filósofos de la época por disipar las tinieblas de la ignorancia, producto del oscurantismo, de la superstición y de las creencias religiosas y metafísicas de la Edad Media y siglos posteriores. La propuesta fundamental de los intelectuales adscritos a esta corriente de pensamiento –los ya mencionados John Locke (1652-1704), Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), Adam Smith (1723-1790), John Millar (1735-1801) y Adam Ferguson (1723-1816)– era que los seres humanos podían comprender y controlar el mundo en el que vivían por medio de la razón y la investigación empírica, sin la mediación de creencias religiosas o metafísicas. Consideraban, haciendo una analogía, que al igual que el mundo físico se regía por leyes naturales, lo social debería regirse por leyes similares y que su desafío estribaba en desentrañar estas leyes por medio de la observación de los hechos sociales. A partir de ese conocimiento, estos pensadores se proponían, como utopía realizable, contribuir a crear una sociedad más racional y justa.4

El énfasis en la razón implicó, como contraparte, desdeñar y denostar toda creencia religiosa y tradicional, entre ellas muchos de los principios y valores éticos y morales, así como a las instituciones y las autoridades tradicionales, como la aristocracia y la realeza.

Estas propuestas, al igual que muchas posteriores, generaron una reacción adversa. Pensadores como Edmund Burke (1729-1797), Luis de Bonald (1754-1840) y Joseph de Maistre, quienes fueron influidos negativamente por los costos sociales y humanos de la Revolución francesa, a la que consideraban en gran parte consecuencia de las ideas de la Ilustración, eran contrarios a los cambios violentos, revolucionarios y, por lo tanto, estaban a favor de la vida en paz y armonía; contra la razón, defendieron la idea de la creación divina del mundo y, de ahí, la imposibilidad para el ser humano de modificarla a su libre arbitrio. En esa tesitura, esta corriente anti-Ilustración defendió a todas aquellas instituciones sociales en las que, de acuerdo con ellos, se fincaba la paz social, estando entre ellas el patriarcado, la familia monógama, la monarquía y la Iglesia católica (Ritzer, 2002: 13).

Sin duda, este debate de ideas filosóficas sobre la razón y la tradición se da en los albores del estudio formal de lo social y de la denominación de éste como sociología. Para el propósito de esta obra, la reflexión sobre la producción de lo social, nos hemos limitado a los principales expositores de la sociología, a partir de Augusto Comte (1798-1857), quien fue tal vez el primer pensador que logró conformar una idea comprensiva de lo social. Comte fue en sus tiempos mozos secretario de Saint Simon y se escindió de parte de sus planteamientos para producir su propuesta “positivista”.

El positivismo de Comte

Frente a los planteamientos de la Iglesia cristiana y de las monarquías europeas, el positivismo o filosofía positiva del siglo XIX fue en esencia crítico y revolucionario. Sus principios fundamentales, basados en el individualismo filosófico y en la razón humana, iban en contra de los poderes irracionales del Estado absolutista y de la religión y fue también el positivismo contrario en cierto sentido a la Ilustración, al considerarla una filosofía destructiva, proclive a fomentar procesos revolucionarios similares a la Revolución francesa.

A pesar de ello, esta corriente de pensamiento se fue haciendo cada vez más conservadora, al plantearse como una ciencia de la estabilidad social. En esta concepción, la sociedad era vista como un organismo colectivo caracterizado por la armonía entre sus partes individuales y la totalidad. El conflicto, por lo tanto, era considerado una patología social que debía ser eliminada a fin de que la sociedad recuperara el orden y pudiera reestablecerse una dinámica social tendiente al progreso. Para Comte la producción de lo social era resultado de la evolución natural de la sociedad y había que evitar exabruptos de tinte revolucionario; es más, para él la evolución natural de la sociedad tendería a mejorar las condiciones existenciales (Ritzer, 2002: 18; Swingewood, 2000).

Comte comprendía a la sociedad como un organismo vivo. Sus escritos continuamente se refieren a esta analogía entre la biología y la sociología. Para este autor la familia era una especie de célula social y los procesos sociales eran similares a los naturales y eran un espejo de la evolución de los seres vivos (Comte, 2000/1896).5

Para Comte el cambio social no era un proceso incierto derivado de cuestiones subjetivas y eventuales, sino un producto determinado por cuestiones estructurales materiales y morales que orientaban a ese cambio social. Para este autor existían leyes “naturales” que gobernaban los asuntos humanos y el desafío de la sociología consistía en descubrirlas6 (Comte, 2000/1896).

El trabajo de Comte presenta propuestas interesantes al considerar al lenguaje,7 la religión y la división del trabajo como procesos aglutinantes esenciales de la sociedad. Sin embargo, su comprensión de la producción de lo social es en esencia especulativa, aun cuando considera fundamental estudiar lo social en el campo y estudiar entidades sociales complejas más allá del individuo, así como tratar de comprender el conjunto de la estructura y del cambio social. Cabe citar como ejemplo su propuesta de los estadios del desarrollo, que son concebidos de forma abstracta, siendo sus secuencias conceptuales e ideales, sin estar fundamentadas en evidencia empírica o cronológica. Éstos son: el estado teológico, que consideraba que el mundo era creación de poderes sobrenaturales; el estadio metafísico, fincado en la creencia de que las fuerzas abstractas, como la naturaleza, explicaban mejor la creación del Universo y existencia humana y, finalmente, a partir de 1800, el estadio positivo, que rechazaba las creencias sobrenaturales, el origen divino del Universo y la metafísica, y proponía al conocimiento científico como el camino para comprender el mundo y, dentro de ello, lo social (Mill, 1961).

Después de Comte, la sociedad fue concebida de forma analógica a un organismo, que evolucionaba por medio del trabajo de leyes naturales específicas, y los métodos de las ciencias sociales se consideraron similares a los de las ciencias naturales, involucrando el establecimiento de leyes, el empleo de la experimentación y la observación, y la eliminación de los aspectos subjetivos en el estudio de lo social. Como parte de ello, el método empírico y el valor de la estadística para el establecimiento de hipótesis fueron reconocidos como las únicas formas de validación del trabajo científico.8 Se puede considerar que a lo largo del siglo XIX esta propuesta para comprender la producción de lo social se convirtió en el paradigma dominante de la sociología.

Qué repensar de la propuesta de Comte

Vale la pena detenernos aquí y reflexionar hasta qué punto nos convencen estos planteamientos en relación con el trabajo de intervención. En particular:

En qué medida es adecuado considerar que la sociedad humana sea similar a un organismo vivo.

Que su producción y su evolución estén dictadas por leyes naturales ajenas a los seres humanos.

Que el conflicto social sea una patología.

Que el estado natural de una sociedad deba aproximarse al orden y al progreso.

Y que el progreso implique una serie de estadios que irían desde las formas más primitivas y supersticiosas, hasta las más racionales, modernas y civilizadas.

Los funcionalistas

El funcionalismo de Durkheim

Para Émile Durkheim (1858-1917) la unidad de “lo social” estaba dada por las normas y los valores que mantenían al “cuerpo social” junto, como una “totalidad”. Éstos existían con anterioridad al nacimiento de un individuo y, por lo tanto, estaban fuera de él y se le iban interiorizando por medio de la educación, de la socialización, hasta formar parte de él. Entre ellos estaban el lenguaje, la escritura, el sistema monetario, las leyes y las normas culturales, la ética y la moral. Para este autor todo lo preexistente al individuo era una estructura colectiva, porque se iba produciendo socialmente, y era coercitiva porque obligaba a los individuos a comportarse de acuerdo con ella (Durkheim, 1956/1895: 5; Ritzer, 2002: 23). Durkheim definió los eventos sociales, en Las reglas del método sociológico, como: “modos de actuar, pensar y sentir externos al individuo, que poseen un poder de coerción en virtud del cual se imponen a él” (Durkheim, 1956/1895: 5). A diferencia de Comte, para él la sociedad era algo que estaba fuera y dentro del ser humano, al mismo tiempo, gracias a que éste adoptaba e interiorizaba los valores y la moral de la sociedad. De esta manera, el control social se incorporaba al individuo ejerciendo esta función como parte de su conciencia.

Contrario a Comte, Durkheim consideró que los eventos sociales eran específicamente sociales (“hechos sociales”) y que no debían ser abordados con metodologías que no fueran sociales; por tanto, dejando de lado las analogías biológico-sociales (Gane, 1988; Lehmann, 1993; Ritzer, 2002: 22-23).

Durkheim concebía a la sociedad como un sistema estructurado en el que cada individuo tenía funciones y obligaciones particulares. Este autor consideraba que para que una sociedad funcionara adecuadamente sus integrantes tenían que cumplir con sus obligaciones adecuadamente. En esta concepción, al igual que Comte, el comportamiento o los conflictos sociales debían ser entendidos como anomalías que dificultan el buen funcionamiento de una sociedad; más aún, Durkheim temía y odiaba el desorden social (Durkheim, 1956/1895; Gane, 1988; Ritzer, 2002: 22 y 24).

El papel o función de los sociólogos (léase, también, los agentes de cambio) era para él algo así como el de un médico de la sociedad que tenía que utilizar un método sociológico para estudiar los problemas sociales y encontrarles un remedio (Swingewood, 2000). La obsesión que trasmina toda la obra de Durkheim es su afán por comprender los principios morales que guiaban la vida social por medio del método científico –muy probablemente influido por su percepción de la degeneración moral de la sociedad francesa (Ritzer, 2002: 20).

Qué preguntarse sobre las ideas de Durkheim

Conviene, una vez más, detenernos un poco y reflexionar, a partir de nuestra experiencia como agentes de cambio o como profesionistas relacionados con procesos de colaboración, sobre la pertinencia de estas propuestas. Cabe, entonces, preguntarnos si consideramos: