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Dedico estas letras a todas las personas que se sienten diferentes a algún común denominador para que se convenzan de que ese distintivo es algo que pueden aprovechar, valorar, maximizar y «monetizar» para ser felices. A cualquiera que esté comenzando algo nuevo, con nervio o inseguridad, para que sepa dirigir ese sentimiento hacia donde quiere ir, paso a paso y tranquilo, porque al final, no pasa nada y mañana va a ser otro día.

Dedico estas palabras a mi persona, por todos los errores que he cometido con tanta gente a lo largo de mi vida y por el hecho de saber que al minuto siguiente podemos pedir perdón y ser mejores con los demás. A mis cuatro hijos, Renée, Zoé, Marcelo y Germán, espero que algún día estas palabras les sirvan para algo. A mis padres, Dra. Eloísa Ana, por su interminable paciencia y amor, y al Dr. René, por su eterna pasión y sonrisa. A mi tío Chava, por haber estado ahí para mí at the right place and the right time, and forever after. A mis hermanos, a mi querida RW y el Miércoles Ecléctico, porque todo esto empezó con risas entre ustedes y espero que así acabe.

A mis equipos de abogados, en donde sea que hayamos colaborado y donde quiera que estén ahora, por su cariño y dedicación. En particular, a mis queridos socios de Hogan Lovells BSTL, por ser ese grupo tan especial, dinámico, diverso y sincero. A cualquier probable estudiante de Derecho, porque esta ciencia social es tan especial, tan problemática y tan bondadosa, que quise hacer este ejercicio para tratar de explicar, de manera simple, una metodología que nos ayude a transitar mejor nuestro día a día. A la Facultad Libre de Derecho de Monterrey, donde estudié y he sido profesor, por ser un espacio siempre mejorable y dinámico para crear talento jurídico, pero sobre todo, calidad humana. A todos mis amigos y a mis clientes, por su confianza y las risas en el camino.

Agradezco infinitamente a G por una simple razón: su tiempo, que es lo más valioso que tenemos y está dedicado a lo más importante. ¡Muchas gracias!

¡Fili! Surprise MOFO! Gracias por siempre estar. Devuélveme mi disco de Something Corporate.

ÍNDICE

PORTADA

CONTRAPORTADA

DEDICATORIA

1. MIS MOTIVOS

ANTECEDENTES

ESTE MOMENTO

LA INTENCIÓN DE ESTAS LETRAS

LO QUE ESTO NO ES NI PRETENDE SER

2 LOS ELEMENTOS EXTERNOS DE NUESTRA VIDA

MI PASIÓN POR LOS DETALLES

EL TIEMPO Y SU VALOR

EL ESPACIO DONDE DECIDIMOS ESTAR

LA «OPORTUNIDAD»: MEZCLA PERFECTA DE TIEMPO, ESPACIO Y SUERTE

LA METODOLOGÍA EN LA VIDA DIARIA

3. LOS ELEMENTOS INTERNOS DE NUESTRA VIDA

LOS VALORES

LA MORAL

LA RELIGIÓN

LA FILOSOFÍA DE MI FELICIDAD

4 LA INTERPRETACIÓN ARMÓNICA DE LO INTERNO CON LO EXTERNO

AUTOCONOCIMIENTO

CERTEZA

TRANQUILIDAD

VICIOS COTIDIANOS: SUBJETIVOS Y OBJETIVOS

LA INEFICACIA HISTÓRICA DEL «BALANCE»

LA TRADICIÓN DE LOS «EXCESOS» Y SUS EFECTOS

5. EL CAMBIO EN UN ESPACIO DINÁMICO

LA METODOLOGÍA COMO HERRAMIENTA PERFECTA PARA ADAPTARTE AL CAMBIO

LOS VALORES DINÁMICOS EN PERIODOS CADA VEZ MÁS COMPACTOS

LA DUALIDAD SOBRE LA INTENCIÓN DE «TRASCENDER»

LA DEVALUACIÓN O REVALUACIÓN DE NUESTROS INSTANTES

MENSAJE FINAL

PÁGINA LEGAL

AUTOR

PUBLICIDAD LID EDITORIAL

Capítulo 1

MIS MOTIVOS

ANTECEDENTES

Este escrito es el resultado de meses muy difíciles en la primavera de 2020, días de incertidumbre como no habíamos tenido antes en nuestra existencia. En 2020, nuestras vidas se transformaron de golpe y para siempre por culpa de la pandemia por COVID-19. Para mí, todo cambió el 13 de marzo, diez días antes del cumpleaños número siete de mi hijos Zoé y Marcelo, los cuates, cuando de pronto todos estuvimos encerrados sin saber qué hacer, sin saber qué seguía, qué iba a pasar y realmente asustados por la posibilidad de morir por una enfermedad que nadie conocía bien y que estaba causando estragos del otro lado del mundo.

Además, nuestro país vecino vivía un momento oscuro: por primera vez me tocó ver cómo su presidente debilitaba instituciones centenarias que habían convertido a esa nación en un modelo de democracia. Y nuestro presidente en México comenzaba a hacer lo mismo. Fueron y siguen siendo tiempos oscuros y un tanto perversos particularmente para alguien como yo, educado en el sistema jurídico mexicano y en el de Estados Unidos. Soy abogado en nuestro país y también tengo licencia para practicar en el estado de Nueva York y en algunas cortes federales de aquel país y esto me tiene atento a detalles diarios que tal vez no son tan palpables para otros ciudadanos.

Estoy educado por sistema, por profesión y por gusto para apreciar los detalles. Los detalles en las letras, que son mi trabajo, y con el tiempo he logrado «tropicalizar» esa disciplina para observarlos en la vida diaria y en las personas. Esta educación ha sido una herramienta invaluable en estos meses tan complicados.

Soy el hijo mayor de una hermosa familia de cuatro. Mis padres son médicos con especialidad y subespecialidad; mi madre estudió muy joven dos especialidades en el extranjero, en una época en que las mujeres no solían hacer eso. Mi hermano es abogado como yo. Por lo compacto de la familia nuclear, con el paso del tiempo hemos depurado los típicos problemas familiares para concentrarnos en lo importante. No ha sido fácil, pero creo que cada vez lo hacemos mejor a pesar de que, como todos, no somos una familia perfecta e, incluso, somos disfuncionales si las circunstancias lo ameritan. Pero más que nada, todos somos auténticos por carácter y eso lo respeto a pesar de que pocos lo entienden.

Desde adolescente, me sacudí esas «pieles» que por alguna razón nos ponen o nos ponemos y que luego olvidamos soltar para ser más ligeros y existir sin tantas cargas que a veces no nos corresponden. Nunca me sirvió mucho esa «protección» y por eso busqué sentir en carne propia muchas cosas desde temprana edad, cosas que me han dado millones de satisfacciones e igualmente millones de tristezas y sufrimientos. De nada de lo malo me quejaré porque ha sido, como dicen los ingleses, the right of passage que siempre quise experimentar por mí mismo.

Mis padres me dieron la mejor educación que pudieron, que fue de clase mundial, y luego logré capitalizar las oportunidades que se me presentaron en la vida, no solo porque soy razonablemente inteligente sino porque tuve un golpe de suerte que siempre voy a agradecer: logré atinarle, por azar, a elegir mi profesión: el Derecho. Les contaré sobre lo irónico que fue ese momento para que entiendan cómo le concedo esa decisión completamente a la suerte.

Corría el año de 1994, era invierno y recién había concluido la preparatoria. Después de haber estado en dos prepas en Monterrey, de donde soy, mis padres me habían enviado a una academia militar de gran exigencia porque no sabían qué hacer conmigo; regresé y concluí en otra escuela de esa misma ciudad. Por fin había terminado esa tortuosa etapa en la cual lo único que hice fueron amigos, unos muy buenos y otros de paso. Tuve una de las peores adolescencias posibles, pero a pesar de eso, mis padres y mis abuelos me habían inculcado valores universales que siempre supe que estaban ahí.

 

En ese momento pensaba que todo se estabilizaría porque me iba a inscribir en el Tecnológico de Monterrey, donde mi madre siempre había soñado que estudiaran sus hijos. El plan era cursar la licenciatura en Comercio Internacional, en ese momento la carrera del futuro, ya que México había celebrado el Tratado de Libre Comercio (TLC) que entró en vigor en 1992. Parecía la mejor opción para alguien como yo, que luchaba por volverse un miembro funcional de la sociedad después de haber sido un completo desastre, pero siempre con twist.

Sin embargo, algo me incomodó esa Navidad. No me sentía al cien con mi decisión, pero dejé que pasaran las fiestas para ver qué ocurría. Todo fluyó esos días sin incidentes, pero comenzando el año me sentí aún más intranquilo. El segundo lunes de enero abrían las universidades para seguir recibiendo inscripciones, así que el martes siguiente me levanté de la cama a las 6:00 a.m., como ya era costumbre, y decidí ir a preguntar sobre un lugar llamado Facultad Libre de Derecho de Monterrey (FLDM). Un buen amigo estudiaba allí y me había dicho que era de las mejores de México. No sé por qué tomé esa determinación, pero todavía recuerdo ese sentimiento y mi camino hacia ese lugar.

La FLDM ocupaba una modesta casa en el centro de Monterrey. Pedí informes y me sentí mucho más a gusto que en el Tec, donde ya había pagado mi inscripción. De la FLDM manejé esa misma mañana al Tec a preguntar si me podían devolver el dinero, ya que había decidido cambiarme de universidad. Me dijeron que sí e hice el proceso sin decirle a mis padres, ya que en ese entonces muy pocas personas tenían teléfonos móviles. Me dieron un cheque y con él fui a pagar mi inscripción en la FLDM.

Cuando llegué a comer a casa de mis padres iba contento pero un poco nervioso; claramente, a sus ojos, me había pasado de lanza. Quería explicarles que esa decisión me hacía sentir más tranquilo, pero no funcionó. Con el antecedente de mi etapa de preparatoria, ellos esperaban otra mamarrachada con esa decisión tan impulsiva. Me dijeron, y no los culpo, que iba a terminar de «tramitólogo» en alguna cárcel, ya que ni yo sabía qué demonios iba a hacer como abogado. En ese momento no tenía ningún pariente que ejerciera esa profesión ni sabía qué podía hacer, pero me gustaba un programa que en ese entonces transmitían en la televisión y me fascinaba la forma de argumentar de los actores. Era algo que me imaginé haciendo de manera genérica aunque, la verdad, no tenía idea de qué iba a hacer en un ambiente de abogados que tampoco sabía si se parecía al del programa de televisión. Para mí era mejor aspirar a eso que ser alguien que importaba y exportaba cosas porque México había firmado el TLC. Es decir, viéndolo en retrospectiva, me guie por mi anhelo de hacer algo que realmente me gustara.

Mis padres casi no me hablaron en los días cercanos a mi entrada al primer semestre de la FLDM y me advirtieron que si me equivocaba en mi decisión, su apoyo se terminaría y tendría que trabajar para salir adelante ya que, razonablemente, habían invertido un mundo de dinero en mi educación hasta esa fecha y no querían pasar por las mismas cosas que habían vivido conmigo en la prepa. Hoy lo entiendo perfectamente.

Llegó el día de entrada a la universidad cargado de la amenaza de que no podía equivocarme. El primer día de clases, un lunes, no entendí mucho, pero nos dejaron un montón de horas para leer acerca de las materias que tomamos ese día. Esa primera noche me tardé una hora leyendo cada página del libro Introducción al Estudio del Derecho, del maestro Eduardo García Máynez, una verdadera obra de arte. A la segunda semana, me salía una sonrisa cada vez que tomaba esa clase. Me sentía feliz. Me cambió la vida saber que esa era la materia más importante de nuestro primer semestre de la carrera.

Durante mi primer mes en la universidad, mis padres se informaron con sus amigos sobre las credenciales de la FLDM y se dieron cuenta de que no era una facultad abierta ni una escuela «patito» sino una gran institución, como todavía lo sigue siendo. Llegaron las primeras calificaciones y me fue muy bien. Ellos me dijeron que fuera cauteloso con la confianza, pero ya no me importó nada. Ya sabía, desde la primera semana, que eso me había enamorado para siempre. Estaba ahí porque era amor, no era esfuerzo ni trabajo. Eso ha sido de las mejores cosas que me han pasado en la vida y en ese momento no entendí cómo me pasó. ¿Cómo le atiné, si en mi adolescencia había fallado mucho?

Veintiún años después pienso en ese momento y me doy cuenta de que tomé esa decisión con base en los valores que mis padres me habían inculcado; ellos siempre me dijeron que hiciera lo que yo quisiera, pero que debía ser el mejor en eso que escogiera. Así fuera un barrendero, tenía que tratar de ser siempre el mejor. Nuestro trabajo, el que sea, con el paso del tiempo se vuelve algo que entre más artesanal tiene más valor. A ese momento hay que sumar mi intuición, el valor que tuve para no rajarme con mis padres y aprovechar esa oportunidad para llegar a donde llegamos por una mezcla perfecta de todos esos elementos.

Mi primer trabajo fue en una gran empresa de acero basada en Monterrey. Estaba feliz como abogado corporativo y codeándome con despachos en diferentes países con los que entendía un poco cómo era este negocio. Después estudié una maestría en Derecho de Negocios Internacionales en Washington, D.C., en donde me tocaron tiempos complicados, sin imaginarme que en 2020 estaríamos en una situación peor. Un mes después de llegar, sucedieron los atentados del 11 de septiembre de 2001; a los dos meses, los ataques de ántrax en el correo de Estados Unidos, y un mes más tarde comenzaron los asesinatos en serie del sniper de D.C., John Allen Muhammad. Durante todo ese tiempo de preparación, en mis veintes, solo tenía como prioridad ser el mejor abogado. Era mi craft y me gustaba ese proceso de intentarlo, de una manera romántica, un proceso que hoy trato de insertar en este relato.

Por necio y dedicado, conseguí un trabajo en un despacho importante en Washington, D.C., que me llevó a viajar por muchos lugares muy interesantes y fue ahí, con ese contacto con tanta gente de tantos caminos, que empecé a entender las cosas que quiero transmitir en estas páginas. He colaborado en otros despachos hasta llegar a la que hoy es mi casa: Hogan Lovells, donde soy socio y comparto el liderazgo de la práctica de Derecho Bancario y Financiamiento en México con otro de mis socios. Esa es mi historia in a nutshell, por lo menos la que importa para lo que les voy a contar en este libro. Tal vez luego, en otro lugar, les compartiré otra historia personal que trae más twist.

ESTE MOMENTO

En estos meses me he acercado más a algunas personas, he tratado de fomentar núcleos locales que antes no me parecían tan importantes pero que ahora veo como algo natural y necesario. Lo he hecho de manera consciente: viejos amigos que dejé de ver por mucho tiempo, la gente que trabaja conmigo, los restaurantes que frecuentaba, microempresarios de mi comunidad, músicos locales, entre otros. Desde la primera semana de la pandemia por COVID-19 pensé que el desarrollo mental, social y económico iba a cambiar para siempre y que nos íbamos a volver como nuestros antepasados, que tenían relaciones, comercio y necesidades de adentro hacia afuera. Ya no era un tema «nacionalista» y menos internacional, sino «de la colonia» o «de la comunidad» donde estuviéramos físicamente.

La verdad es que nunca pensé que esto fuera a durar tanto y que, además, se mezclaría con asuntos de nuestros gobernantes y de otros países que complicaran tanto nuestra existencia. Porque creo que estamos en una intersección que quedará marcada para nuestras vidas en todas las áreas de nuestra convivencia: en lo familiar, lo laboral y lo personal. No hay nadie, por mucho o poco dinero que tenga, por solo o acompañado que se encuentre, que no esté sufriendo las consecuencias causadas por esta situación.

Esa es una de las razones de este libro, una manera de hacer, en la medida de lo posible, más llevaderos los meses y años que vienen. Porque estamos en una crisis económica, en una crisis de principios y de acción, pero sobre todo en una crisis de amor. Por más romántico que esto parezca, es una realidad que si no nos hace tomar acciones, nos va a costar décadas de esfuerzo y de amor recuperarnos.

EL MOMENTO ES UNO,

ES PERFECTO Y ES HOY.

Como explicaré más adelante, la oportunidad es una de las variables que he aprendido a apreciar enormemente a lo largo de mis años; particularmente en estos días, decidí que por primera vez iba a hacer un esfuerzo para tratar de ayudar y tocar la cabeza de otros que, como yo, están pasando por un momento difícil y complicado.

Espero que en estas letras, algunos encuentren la manera de salir adelante y de sacar lo mejor de todos los momentos, pero sobre todo de todas las crisis. Tengo afinidad por los momentos difíciles porque me han tocado como preámbulo de épocas felices. Al final, eso es lo que hacemos como profesionistas: salir adelante de tiempos complicados y prepararnos para los que sin duda vendrán. No quiero sonar pesimista, pero creo que estamos en un punto en el que necesitamos sacar lo mejor de nosotros para que cada quien, en nuestro mundo, atienda de la mejor manera cada día que nos toque vivir.

Esto también tiene que ver conmigo. No tan joven, no tan viejo, no tan verde, no tan negro. Si este momento fuera un puente, sería capaz de ver el principio del mismo y, en el horizonte, su final. Este pequeño lapso ha sido un privilegio porque nos permite apreciar los obstáculos recientes y, a su vez, encontrar la fuerza para enfrentar los retos que están adelante. Para mí es también un espacio en donde todavía tengo cosas en común con las generaciones más jóvenes, de las que a veces vivo sus problemas en carne propia, pero también entiendo a quienes tienen más años que yo y aprecio mucho la sabiduría que han adquirido con el paso de la vida. Hay en mí algo del ego del joven y de la humildad del no tan joven, que entiende mucho más simplemente por haber estado más tiempo aquí.

AL FINAL, ESO ES

LO QUE HACEMOS

COMO PROFESIONISTAS:

SALIR ADELANTE DE

TIEMPOS COMPLICADOS Y

PREPARARNOS PARA LOS

QUE SIN DUDA VENDRÁN.

LA INTENCIÓN DE ESTAS LETRAS

He escrito estas páginas a partir de mi educación como abogado, particularmente de mi pasión por la metodología jurídica y un poco por mi carácter. He aprendido que, a pesar de tener un fondo sólido, si fracasas en la forma, es decir, en la metodología, el argumento se puede perder por completo, como si el fondo no importara.

Por ello, quiero enfatizar la importancia de contar con una metodología fundamentada en principios de fondo que valoro, aprecio y pretendo contagiarles. Asimismo, quiero comunicarles que esta metodología, esta forma de hacer las cosas (de pensar, de ser) que he usado para cumplir o comunicar esos principios a lo largo de mi vida, muchas veces no ha sido la mejor. Este es mi legado para los lectores de este libro: transmitirles los aspectos esenciales de la forma, de la metodología, que pueden serles útiles en este momento crítico por el que estamos atravesando.

Intentaré compartirles mis errores de una manera clara, pero sutil. De antemano me disculpo con tanta gente que quiero y he querido mucho, por errores que ahora, en retrospectiva, veo tan claros, pero que en su momento me llevaron a hacer lo que hice. Este libro me brinda hoy la oportunidad de pedir perdón y de dar gracias por muchas cosas. Señalo esto en este primer capítulo porque no sería lógico para mí comenzar a platicarles todo esto sin aceptar que en muchas ocasiones no le di a la metodología (es decir, a la forma) la importancia debida.

Desde el punto de vista personal, a veces tuve pésimas formas para argumentar o presentar un tema. El fondo (es decir, la sustancia) podía estar perfecto pero la manera de presentarlo, argumentarlo o implementarlo pudo haber sido mejor. Hoy veo esas fallas y trato de liberar, al menos un poco por medio de estas letras, algo de esa culpa. Porque esto también es un ejercicio de liberación para el que escribe; parte de mi metodología actual es estar atento a la carencia o al error en las formas y pretende corregir eso pidiendo perdón. Un humilde y sincero perdón.

 

La manera en la que desarrollaré mi exposición de la metodología será similar a como atiendo las problemáticas jurídicas en el día a día, con la salvedad de que este análisis puede ser compartido por ciertas personas pero rechazado por otras. No obstante, intentaré que el lector comprenda y razone con consistencia sobre nuestro punto de vista porque, aunque no pretendo convencer a nadie acerca de nuestra sustancia (el fondo, los principios que valoro), sí espero hacerlo sobre la metodología empleada. De la misma manera, trataré de dar las herramientas suficientes para que esta metodología (forma) de análisis pueda ser apropiada por los lectores para que, incluso, lleguen a conclusiones diferentes a las mías y así puedan ver objetivamente el poder de la misma.

Mi intención es que con esta metodología basada en principios generales (sin llegar a lo técnico) de la ciencia jurídica, podamos promover una discusión sobre lo que necesitamos como sociedad, con una premisa superior y fundamental: el respeto a todas las opiniones, a todos los antecedentes, a todas las experiencias y a todos los objetivos que tenemos como seres humanos conviviendo en un mundo tan complicado como el que vivimos.

Parto de una base de respeto y comprensión de diferentes puntos de vista con el objetivo de ser incluyente para lograr ser más felices. No hay otro fin más que sembrar con este esfuerzo una sonrisa, una palabra de aliento, una idea que ayude o una filosofía de comunidad. Porque este elemento de comunidad es lo que nos va a perpetuar o nos va a destruir como raza en este mundo en donde nunca habíamos estado tan conectados y tan sensibles. En donde nuestras vidas enteras pueden ser vistas por millones de personas por medio de un search engine, una red social o un mensaje de texto. En donde una muerte en el otro extremo del mundo puede generar, minutos después, una protesta en la capital del país más lejano a ese evento.

La conexión es un elemento fundamental para comprender la intención de estas letras, ya que es la que provoca estos efectos casi inmediatos en los extremos de nuestra comunidad. Una comunidad local, regional, nacional que si toca las fibras adecuadas se transforma rápidamente en viral y probablemente global. Si pensamos en esta conexión y este enlace continuo, veremos cómo moldea nuestro mundo de una manera nunca antes vista. Es la misma conexión que nos llevó a esta pandemia. Es tan importante, que en el 2020 detuvo al mundo y, al mismo tiempo, puede volver a movernos. Si se utiliza para salvar, cuidar y sostener a nuestra comunidad, creo que el efecto puede ser proporcionalmente positivo.

Si no le damos el cauce correcto, esa idea, ese sentimiento se puede quedar muerto en el borde de nuestros labios. Estar conscientes de esto es el objetivo de estas páginas.

LO QUE ESTO NO ES NI PRETENDE SER

Este espacio es muy sencillo de escribir porque esto no es ni pretende ser un catálogo de coaching. No quiero convencerlos de absolutamente nada. No me interesa que sean como yo ni que sigan mi ejemplo. No es un libro de autoayuda ni de caldos de pollo para el alma de nadie.

Parto de los errores que me han tocado vivir y que no quisiera que ustedes, los lectores, tengan que experimentar, aunque sé que equivocarse es parte del ciclo de la vida. Creo firmemente en la individualidad de todos ustedes. En que tomarán, razonablemente, lo que les sirva de estas letras y que lo demás lo guardarán en un espacio que podrán revisar después para ver si les resulta útil. Es importante advertir que nuestras vidas son dinámicas, hoy más que nunca, y que los caminos que hoy vemos tal vez no se encuentren mañana. La soledad no siempre es la misma, de igual modo que la tristeza cambia dependiendo del momento y del espacio. El amor tampoco es siempre el mismo y por eso debemos guardar nuestras ideas para recordar alguna voz de vez en cuando. Una voz que no impone, pero que susurra y acaricia.

No quiero animarlos a nada porque esa fuerza está en ustedes. No aspiro a que compartan mis principios de fondo, pero sí me interesa que aprecien la forma de nuestras vidas en el 2020 y en los años que siguen. Porque si logro tocar esas fibras en alguno de ustedes, con eso me voy más feliz y satisfecho con todo este esfuerzo. Agrego el «más» porque este trabajo ya me hizo feliz y ha valido la pena.

Gracias por leer y, sobre todo, por comprender la motivación que me llevó a plasmar aquí estas palabras. Entraremos ahora en forma y fondo.

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